119.- DESILUSIÓN MORTAL16 min read

Al día siguiente, Jesús está hablando con el mayordomo de Herodes en su palacio de Beter.

Cusa dice:

–                       Mi agradecimiento es tal, que de ningún modo podré olvidarlo. Por esto te doy lo que para mí es más querido: mi Juana. Pero te juro que desde el momento de que estoy seguro de que Herodes no tendrá razón alguna para despreciarme como un sirviente cómplice de un enemigo suyo, no haré otra cosa que servirte con todo mi corazón. Y que daré a Juana toda la libertad…

Jesús contesta:

–                       Está bien. Pero recuerda que trocar los bienes eternos por un  sencillo honor humano; es como cambiar la primogenitura por un plato de lentejas… y peor todavía… (Y Jesús habla de los que ambicionando gloria y riqueza humanas, truecan los bienes celestiales por miserables beneficios humanos)

Todos han escuchado estas palabras y mientras que a los demás les parece un discurso académico…

Judas de Keriot cambia de color y de fisonomía. Lanza miradas de ira y de miedo a Juana, pues sospecha que su jugada ha sido descubierta.

Jesús se vuelve a Juana:

–                       Bueno. Ahora demos contento a la buena discípula. Hablaré a tus siervos antes de partir…

Cusa y Juana, amigos amados. Siervos de esta casa que ya conocéis al Señor… Me he despedido de todos los poblados judíos y ahora me despido de vosotros porque nunca más regresaré a este Edén… (Sigue un largo discurso sobre, como Satanás se infiltró en el Edén y engañó a Adán y Eva con su astucia, sus mentiras y su hipocresía; para que el hombre le diera la espalda a Dios y buscara solo su egoísmo y su placer)

Jesús finaliza diciendo:

… Arrojan al Mesías para dar lugar a Satanás que los seduce con palabras mentirosas de triunfos humanos, que no conseguirán más que su condenación eterna.

Vosotros que sois humildes y no soñáis con tronos y coronas. Y que no buscáis glorias humanas sino la paz y el triunfo de Dios, de su Reino, de su amor la Vida Eterna y nada más que esto, no queráis imitarlos jamás. ¡Vigilad! ¡Vigilad! Conservaos puros de la corrupción. Fuertes contra las tentaciones, amenazas, contra todo… Rechazad toda sugestión de gloria humana…

Judas comprende que Jesús sabe algo. Su cara parece una mezcla de ceniza y de bilis. Sus ojos lanzan flechas de Odio contra el Maestro y contra Juana… Y se va detrás de sus compañeros para apoyarse contra el muro y para que no se le note su estado de ánimo.

Cuando Jesús termina, los bendice a la luz del crepúsculo que ya desciende con un color rojizo que se cambia en violeta, único recuerdo del sol. El reposo sabático acaba de terminar y es hora de marcharse. Se despide de todos…

Y en el umbral del cancel, Jesús dice con voz fuerte:

–                       Hablaré con esas criaturas, mientras pueda hacerlo… Juana, procura decirles que no vean en Mí sino al Enemigo del Pecado y al Rey del espíritu. Acuérdate también de eso, Cusa. Y no tengas miedo… Nadie debe tener miedo de Mí. Ni siquiera los pecadores, porque Yo Soy la salvación. Sólo los que son impenitentes hasta la muerte, tendrán que tener miedo del Mesías, que será Juez después de haber sido todo Amor… La paz sea con vosotros.

Es el primero en bajar hacia el camino escabroso que lleva hacia el fértil valle situado entre los montes. Los apóstoles caminan silenciosos y el último es Judas de Keriot que se mantiene separado de los demás… Embutido en una furia colosal, que nubla totalmente su gallardía habitual y lo hace lucir más maligno que nunca.

Andrés y Tomás se voltean a mirarlo y le preguntan gentiles:

–                       ¿Por qué vienes tan atrás?

–                       ¿Te sientes mal?

Judas apostrofa áspero:

–                       ¡Qué te importa despreciable marinero mojigato!…

Andrés lo mira sorprendido, porque Judas ha acompañado el insulto con palabras todavía más soeces y con una mirada de verdadero odio…

En el profundo silencio de los montes, las injuriosas palabras se han escuchado claras.

Pedro se para en seco y está a punto de lanzarse contra Judas; pero se detiene y piensa… Luego corre para alcanzar a Jesús y tomándolo bruscamente de un brazo, lo sacude con ansia diciendo:

–                       ¿Maestro, me aseguras que es exactamente cómo me dijiste la otra noche? ¿Qué los sacrificios y las oraciones jamás dejan de tener su resultado, aun cuando pareciera que no sirven para nada?

Jesús, más triste y pálido que nunca mira a su apóstol con mucha dulzura; pues Pedro está sudando por el esfuerzo de no reaccionar  contra el insulto… Tiene su rostro purpúreo y Jesús lo siente tembloroso por la ira contenida.

Y responde a su apóstol con una sonrisa llena de paz:

–                       Jamás dejan de tener su premio. Puedes estar seguro.

Pedro lo suelta y se va corriendo  a la pendiente del monte entre los árboles… Y se desahoga golpeando lo que encuentra a su paso, quebrando las ramas y los arbolillos con una fuerza que desearía descargar sobre el causante de este desfogue de violencia.

Varios preguntan:

–                       ¿Qué te sucede?

–                       ¿Te has vuelto loco?

Pedro no responde y continúa velozmente con su frenesí destructor.  Cuando tiene un montón de leña a sus pies, lo deposita en su manto y luego lo carga sobre su espalda y corre a alcanzar a sus compañeros. Camina muy agachado con el peso de la carga que ha echado sobre sí, además de la alforja.

Judas lo ve venir, se ríe y dice:

–                       ¡Pareces un esclavo!

Pedro vuelve la cabeza y está a punto de decirle algo… Pero rechinan los dientes, se calla y avanza más rápido todavía…

Andrés pregunta cariñoso:

–                       ¿Te ayudo hermano?

Pedro contesta:

–                       No.

Santiago de Zebedeo advierte:

–                       Si es para asar el cordero, llevas leña de sobra… Con eso podríamos asar un ternero…

Pedro no responde. Sigue adelante con su carga y aunque ya casi no puede, se mantiene firme en su resolución. Finalmente llegan a la entrada de una caverna y Jesús se detiene diciendo:

–                       Nos quedaremos aquí para partir mañana, a los primeros rayos de la aurora. Preparad la cena…

Pedro baja su carga de leña y se sienta sobre ella sin ofrecer ninguna explicación. Los apóstoles se reparten en diferentes tareas. Unos van al arroyo a traer agua, otros limpian la caverna y otros más, preparan el cordero que van a cocinar.

Cuando Pedro se queda a solas con su Maestro;  Jesús pone su mano sobre la cabeza entrecana de su apóstol y lo acaricia… Pedro toma la blanca mano, la besa y la baña con unas lágrimas que manan abundantes. Es un llanto silencioso de amor y de aflicción; de victoria por el esfuerzo realizado…

Jesús se inclina y lo besa entre los cabellos canosos diciendo:

–                       Gracias, Simón.

El rostro del rústico y honrado apóstol se llena de una belleza casi sobrenatural al mirar a su amado Jesús que lo ha besado y le ha dado las gracias, porque sólo Él comprendió todo… La veneración y la alegría son las que lo han hecho bello…

Al día siguiente pasan un puente y al llegar a un cruce de caminos Judas, que ha observado el silencio de Jesús y que no lo ha regañado; al ver que lo trata igual que a todos los demás, está menos torvo y menos separado.

Y le pregunta al Maestro:

–                       ¿Vamos a ir a Jerusalén?

Jesús contesta:

–                       No. Vamos a Emaús de la llanura.

–                       ¿Por qué? ¿Y Pentecostés?

–                       Hay tiempo… Quiero llegar a la casa de José de Arimatea, a través de las llanuras, hacia el mar…

–                       ¿Por qué?

–                       Porque no he estado todavía allí y esa gente me espera… Y porque los buenos discípulos lo desean. Tendremos tiempo para todo.

–                       ¿Esto fue lo que te dijo Juana? ¿Para eso te mandó llamar?

–                       No hubo necesidad. José en los días de Pascua me lo dijo a Mí, directamente. Y mantengo mi palabra.

Judas está preocupado por la situación que se avecina y con su manía de control y manipulación, trata de argumentar:

–                       Yo no iría… Tal vez él y Nicodemo, se encuentren ya en Jerusalén. Además, ya la Fiesta se aproxima. Y luego… Podrías encontrarte con enemigos y…

–                       Enemigos siempre los encuentro por todas partes. Y los tengo vecinos…

Y Jesús lanza una mirada al apóstol que es su dolor…

Judas no habla más. Es muy peligroso continuar… Lo comprende y calla. Mejor se retrasa, caminando más despacio.

Cuando llegan a las llanuras de Emaús… Caminan admirándolo todo. Es un mar de espigas de oro separado por viñas que presentan ya sus racimos. Tienen agua en abundancia por los arroyos que descienden de los montes. Es un verdadero paraíso de mieses.

Tadeo exclama:

–                       ¡Qué hermosos campos!

–                       ¡Uhm! Está más bello que el año pasado.  –refunfuña Pedro- Por lo menos  hay agua y fruta.

Zelote le responde:

–                       La de Sarón también es bella.

Y los dos apóstoles se ponen a hablar entre sí, apartándose un poco de los demás. Santiago de Zebedeo señala la bella campiña y una espléndida construcción y dice:

–                       Casa de Fariseos, ¿Eh?

Recordando los bienes paternos que tuvieron en Judea, de donde los arrojaron y así perdieron mucha hacienda…

Tadeo confirma:

–                       Sin duda de Judíos… Se apoderaron de los mejores. Usurpándolos de mil modos a sus legítimos dueños.

Judas de Keriot, con una sonrisa llena de desprecio y una voz vibrante de soberbia, dice:

–                       Si se os quitaron fue porque vosotros Galileos, sois menos santos. Sois inferiores…

Previendo la respuesta mordaz de su fogoso hermano, Santiago de Alfeo dice con calma:

–                       Oye, acuérdate de que Alfeo y José, eran de la estirpe de David, tanto que el Edicto los obligó a ir a empadronarse a Belén de Judá y por eso Él nació allí.

Juan trata de cortar el rumbo de la discusión… Interviene diciendo:

–                       Ahora todos somos de una sola estirpe: la de Jesús.

El Maestro los llama para darles instrucciones y desaparecen los nubarrones de tormenta…

Al día siguiente por la tarde; Jesús está sentado en el patio de una casa que no es lujosa. Parece muy cansado. Está sobre un banco de piedra, situado sobre el brocal de un pozo, bajo un emparrado en forma de arco.

Una mujer va y viene con las manos llenas de harina y cada vez que pasa mira  a Jesús con amorosa compasión. Una decena de palomas vuela en espera de su última comida.

Revolotean alrededor de Jesús que deja sus pensamientos y sonríe. Extiende una mano con la palma volteada hacia arriba y dice:

–                       Tenéis hambre. Venid.  –el más atrevido se posa sobre su mano y pronto las tiene a todas encima. Sonríe- No tengo nada.

Luego en voz alta llama a la mujer:

–                       ¡Oye! Tus palomas tienen hambre. ¿Tienes comida para ellas?

–                       Sí, Maestro. Está en un costal bajo el pórtico. Ahora voy.

–                       Déjalo. Yo lo haré. Me gusta.

–                       No se te acercarán. No te conocen.

–                       ¡Las tengo en la espalda! ¡Y hasta en la cabeza!…

En realidad, Jesús lleva un palomo sobre su cabeza, cual morrión, cuyo buche es de color plomizo, que parece una coraza preciosa por su color tornasolado.

La mujer ha salido al patio  lanza un:

–                       ¡Oh!

–                       ¿Lo ves? Las palomas son mejores que los hombres. Conocen a quien los ama. Los hombres… no.

–                       No pienses más en lo que pasó Maestro. Son pocos lo que te odian. Los demás, si no todos te aman; por lo menos te respetan.

–                       No me desanimo por esto. Lo digo para hacerte ver cómo frecuentemente, los animales son mejores que los hombres.

Jesús abre el saco y saca las semillas. Las deposita en el extremo de su manto. Luego va al centro del patio y las arroja al suelo. Y los ve comer. Pronto terminan todo; beben agua y miran a Jesús que les dice:

–                       Ya no hay más. Váyanse.

Las palomas aletean un poco sobre su espalda y sus rodillas y luego regresan a sus nidos.

Jesús vuelve a su meditación.

Llegan los discípulos.

Jesús pregunta:

–                       ¿Distribuisteis el dinero entre los pobres?

–                       Sí, Maestro.

–                       ¿Hasta el último céntimo? Recordad que lo que nos dan, no es para nosotros; sino para la caridad. Somos pobres y vivimos de la compasión de los demás. ¡Infeliz el apóstol que se aprovecha de su misión para fines humanos!

Judas pregunta:

–                       ¿Y si un día se queda uno sin pan y se le acusa a uno de violar la Ley, porque se imita a los pájaros arrancando las espigas?

Jesús responde:

–                       ¿Te ha faltado algo Judas? ¿No has tenido todo lo necesario desde que estás conmigo? ¿Te has caído alguna vez de hambre por el camino?

–                       No, Maestro.

–                       ¿Entonces, Judas? ¿Por qué has cambiado tanto? ¿No sabes, no comprendes que tu disgusto, tu frialdad; me causan dolor? ¿No ves que tu descontento se esparce entre tus hermanos? ¿Por qué Judas amigo mío? Tú que has sido llamado a una gran honra;  que viniste a Mí con tanto entusiasmo… ¿Y ahora me abandonas? 

–                       Maestro, no te abandono. Soy el que más me preocupo por Ti, por tus intereses, por tu éxito. Quisiera verte triunfar por todas partes. Créemelo.

–                       Lo sé. Tú lo quieres desde el punto de vista humano y ya es mucho. Pero Yo no quiero esto, Judas. No vine por un triunfo humano… Por un reino humano. No vine a dar a mis amigos, migajas de un triunfo humano… Sino a daros una recompensa inmensa, copiosa. Una recompensa que consiste en la coparticipación en mi Reino Eterno. Es la posesión de los hijos de Dios… ¡Oh, Judas! ¿Por qué no te llena de entusiasmo esta herencia, a la que se llega renunciando a todo y que no conoce fin? Acércate más Judas.

El desilusionado y resentido apóstol, se acerca a su Maestro.

Y Jesús le dice amoroso:

–                       ¿Lo ves? Estamos solos. Los demás han comprendido que quería hablarte a ti que distribuyes mis… riquezas. Que son las limosnas que el Hijo del Hombre recibe para darlas en el Nombre de Dios y del Hombre, al hombre. Tu mamá, Judas me dijo: ¡Oh, Maestro! ¡Haz santo a mi Judas! ¿Qué otra cosa quiere el corazón de una madre, sino el bien de su hijo?… Ven aquí y di a tu amigo tus ansias. ¿Has faltado en algo? ¿Te sientes cercano a hacerlo? ¡No estés solo! ¡Vence a Satanás con la ayuda de quién te ama!

Soy Jesús. Soy el Jesús que cura las enfermedades, que arroja los demonios. Soy el que salva… Que te quiere mucho. Que se aflige por verte así tan débil. Soy el Jesús que enseña a perdonar… Y no hay culpa, no la hay Judas, que no perdone. Perdono al culpable que arrepentido me dice: “Jesús, he pecado” O al que me mira suplicante…

¿Sabes amigo mío, a quién perdono primero las culpas? A los más culpables. A los más arrepentidos.  Y las primerísimas que perdono, son las que se me hacen a Mí.

Judas, ¿No encuentras una respuesta que dar a tu Maestro? ¿Temes que te denuncie? ¡No tengas miedo! No tengas miedo, Judas. Quiero tu confesión. Ahora estás conmigo y no te dejo hasta que me digas que te he curado. Te amo, Judas. Amo tu alma, si te limpias y te liberas dejando tu polvo sobre mi Corazón que todo purifica… ¿Por qué lloras?

–                       Me has hablado tan dulcemente de mamá… De tu amor… Un momento de debilidad… ¡Estoy muy cansado! ¡Me parecía desde hace tiempo que ya no me amabas!

–                       No. No es esto. En tus palabras no hay más que una parte de la verdad. Estás cansado pero no del camino; del polvo, del sol, del fango, de la gente. Estás cansado de ti mismo. Tu alma está cansada de tu carne y de tu mente. Tan cansada que terminará por apagarse en un cansancio mortal. ¡Pobre alma a la que llamé Yo, para los resplandores eternos!

¡Pobre alma que sabe que te amo y que te reprocha el que la arranques de mi amor! ¡Pobre alma que te reprocha inútilmente! Así como inútilmente te acaricio con mi amor. ¡De que te comportas engañosamente con tu Maestro! Pero no eres tú quién lo haces… ¡Es el que te odia y me odia! Por eso te dije hace un momento: ‘No estés solo’…

Oye esto: Bien sabes que paso gran parte de mis noches en Oración. Si alguna vez sientes en ti el valor de ser un ser humano y la voluntad de ser mío; ven a Mí, mientras tus compañeros duermen. Las estrellas serán testigos prudentes, buenas y compasivas.

Se horrorizan por el crimen que se comete bajo sus rayos. Pero no levantan su voz para decir a los hombres: ‘Éste es un Caín de su hermano’  ¿Has entendido, Judas?

–                       Sí, Maestro. Pero créeme. No tengo otra cosa más que cansancio y emoción. Te amo con todo el corazón y…

–                       Está bien. Es suficiente.

–                       ¿Me das un beso, Maestro?

–                       Sí, Judas. Éste y más te daré…

Jesús lanza un profundo suspiro de tristeza. Pero da el beso a Judas en su mejilla…

Y entran en la casa…

El crepúsculo vespertino baña con sus fulgores la noche que se aproxima…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

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