121.- LA OVEJA NEGRA

Unos días después…

Pedro dice a Jesús:

–                       Judas se ha hecho como un demonio, apenas te fuiste. No se podía hablar con él; ni razonar. Se peleó con todos y ha escandalizado a todos en la casa de Elisa.

Bartolomé, tratando de excusarlo al ver que el rostro de Jesús se ha puesto enérgico, dice:

–                       Tal vez se puso celoso porque te trajiste a Simón…

Pedro replica:

–                       No es cuestión de celos. Deja de excusarlo. O me peleo contigo por no haber podido desahogarme contra él. Pues, Maestro… Logré mantener la boca cerrada. ¡Piénsalo! ¡Estuve callado! Por obediencia y porque te amo. Pero… ¡Vaya que me costó! Después de que Judas salió golpeando las puertas… Nosotros pensamos que era mejor irnos para evitar que le diésemos una tunda de bofetadas. Y Bartolomé y yo, nos salimos antes de que regresase… Porque sentía que no podía aguantarme más.

Jesús contesta:

–                       Hiciste bien. Como también los demás.

–                       ¿También Judas? ¡Oh, no Señor mío! ¡No lo digas! Dio un espectáculo indigno.

–                       Él no hizo bien, pero no lo juzgues.

–                       …No, Señor…  -el ‘No’ le sale a Pedro con un gran esfuerzo.

Se hace un silencio…

Y luego Pedro pregunta:

–                        Pero… ¿Puedes decirme al menos, porqué Judas de repente se ha vuelto así? ¡Parecía haberse hecho tan bueno! ¡Estábamos tan bien!… De mi parte he ofrecido oraciones y sacrificios para que continuase así… Porque no puedo verte afligido… A partir de las Encenias aprendí que hasta una cucharada de miel tiene valor. Y esta verdad la aprendí del discípulo más pequeño… No la olvidé porque he visto sus frutos y comprendí que hay que amarte no solo con palabras; sino salvando las almas con nuestro sacrificio para darte alegría… Pero Señor, dime ¿Por qué Judas ha cambiado tanto, así?

–                       Ya no te preocupes de ello… Vamos a descansar, porque vamos a salir al anochecer…

Al día siguiente, van caminando a través de la llanura. Son las primeras horas de la mañana y…

–                       ¡No veo la hora de llegar a los montes!  -exclama Pedro bufando y secándose el sudor que le corre por las mejillas y el cuello.

Judas, cuyo temor de verse descubierto se ha desvanecido; ha vuelto a ser el mismo autoritario y petulante sobre todos los apóstoles.

Con mucho sarcasmo pregunta:

–                       ¿Cómo? ¿A ti que antes no te gustaban, ahora sí?

–                       ¿Y qué quieres? Ahora si los busco. En estos calores es lo mejor. Pero nunca como mi mar… ¡Ah, ese!… –Pedro suspira- No comprendo por qué los campos son más calientes después de la siega. El sol siempre es el mismo y…

Mateo responde con su sentido común:

–                       No es que sean más calientes. Es que son más tristes y se cansa uno al verlos así, más que cuando tienen todavía la mies.

Santiago de Zebedeo replica:

–                       No. Simón tiene razón. Son insoportablemente calientes después de la siega. Jamás había sentido tanto calor.

Judas dice:

–                       ¿Jamás? ¿Y dónde pones el que sentimos en la casa de Nique?

Andrés le responde:

–                       Jamás como éste.

Judas insiste:

–                       ¡Apuesto que no! Hace cuarenta días que el verano está encima y por eso el sol quema.

Bartolomé dice con tono grave:

–                       Es un hecho que el rastrojo despide más calor que los campos con espiga. El sol que antes se abatía sobre las espigas; ahora lo hace directamente contra el suelo desnudo y caliente. Y por eso reverbera su calor hacia arriba. Y el hombre se encuentra en medio de dos fuegos…

Iscariote se ríe con ironía y le presenta sus respetos diciendo:

–                       Rabí Nathanael, te saludo y te agradezco tu docta lección.  –sus palabras son mordaces, lo mismo que su voz.

Bartolomé lo mira, pero no dice nada.

Felipe dice muy serio:

–                       No hay porqué burlarse. Es como él lo dijo. No podrás negar una verdad que miles de cabezas con buen sentido, han dicho que así es.

Judas explota:

–                       ¡Claro que sí! ¡Claro que sí! Sé muy bien que sois de los doctos; de los expertos; de los sensatos; de los buenos; de los perfectos… ¡Sois todo! ¡Todo! ¡Tan solo yo soy la Oveja Negra de la blanca manada!…

¡Sólo yo soy el cordero bastardo! ¡El oprobio que se ve y tiene cuernos de cabro!… ¡Sólo yo soy el Pecador; el Imperfecto; la causa de todo el mal que existe entre nosotros; en Israel; en el mundo… y tal vez hasta en las estrellas! ¡No puedo más!

No puedo ver que yo sea el último. Ver que nulidades tan grandes como esos dos necios, que están hablando con el Maestro; sean admirados como dos santos oráculos. Estoy cansado de…

Con las mejillas rojas por la indignación, Pedro empieza a decir:

–                       ¡Oye muchacho!…  – pero no termina porque…

Judas Tadeo lo interrumpe:

–                       ¿Mides a los demás con tu medida? Trata tú de ser una nulidad como son mi hermano Santiago y Juan de Zebedeo. Y te aseguro que ya no habrá imperfecciones en nuestro grupo de apóstoles.

Judas replica:

–                       ¡Esto es lo que yo estaba diciendo! ¡Que la imperfección soy yo! ¡Oh! ¡Es demasiado! ¡Es…!

Tomás interviene:

–                       También yo lo creo. Porque demasiado fue el vino que nos hizo beber José… Y con este calor hace daño… Tan solo quieres burlarte… -tratando de que la disputa se convierta en un chiste.


Pero Pedro, a quien ya se le acabó la paciencia; con los dientes apretados y los puños cerrados, dice:

–                       Oye muchacho. Una sola cosa te aconsejo. Sepárate un poco de nosotros…

–                       ¿Yo? ¿Separarme yo? ¿Por qué tú lo mandas?  Tan solo el Maestro puede darme órdenes. Solo a Él obedezco. ¿Quién eres tú? Un pobre…

–                       Pescador, ignorante, vulgar, inútil para cualquier cosa. Tienes razón… Soy el primero en decírmelo. Y ante nuestro Yeové Omnipresente y Omnividente digo que preferiría ser el último y no el primero. Digo que quisiera verte o a cualquier otro en mi lugar. Pero más que todo a ti, para que te vieses libre del monstruo de los celos, que te hace tan duro. Y no tuvieses que obedecer, sino que yo lo hiciese…

Créeme que me costaría menos trabajo hablarte como al ‘primero’, que ahora. Creo que necesitas reflexionar… Te encontrabas a tus anchas solo, como lo hiciste desde Beter hasta el valle. Continúa haciéndolo… El Maestro va a la cabeza. Tú a la cola. En medio nosotros. Los ‘nada’…  No hay nada mejor para comprender y calmarse, que estar solos… Acepta mi consejo. Es mejor para todos y sobre todo, para ti.  –lo toma del brazo y lo saca fuera del grupo.

Lo lleva hasta atrás. Separándolo como veinte metros, se detiene y le ordena en voz firme, mientras lo mira fijamente:

–                         Quédate allí, mientras nosotros damos alcance al Maestro y luego… vente despacio. Mucho muy despacio… Y verás que se te pasa, a ti el berrinche… Y a nosotros… el temporal.

Lo deja plantado y se une a sus compañeros que van adelante unos diez metros. Cuando los alcanza dice:

–                       ¡Uff! He sudado más hablándole que caminando. ¡Qué tipo! ¿Se podrá sacar algo bueno de él?

Judas Tadeo le responde:

–                       No lo creo, Simón.  Mi hermano se obstina en conseguirlo… Pero… de él no se sacará nada bueno.

Andrés dice en voz baja:

–                       Con él… ¡Es un buen castigo el que se nos ha venido encima! Juan y yo casi le tenemos miedo. Y nos callamos para no discutir.

Bartolomé dice:

–                       Es lo mejor que podéis hacer.

Tadeo confiesa:

–                       Yo no logro hacerlo.

–                       Yo muy mal… Pero he encontrado el secreto.  –dice Pedro.

Todos le preguntan:

–                       ¿Cuál es? ¡Dínoslo!…

–                       Trabajando como un buey que tira del arado. Un trabajo tal vez inútil… Pero que me ayuda a no echar contra Judas, todo lo que me bulle por dentro.

Santiago de Zebedeo dice:

–                       ¡Ah! ¡Ahora comprendo por qué hiciste aquel destrozo de arbustos, cuando bajábamos hacia el valle! Por esto, ¿No es verdad?

–                       Exacto… pero hoy no tenía por aquí, nada que romper, sin causar algún daño. No hay más que árboles frutales y sería un pecado atacarlos. Me he cansado más con vencerme. Me duelen los huesos.

Bartolomé y Zelote hacen el mismo gesto y dicen cariñosamente casi al mismo tiempo a Pedro:

–                       ¿Y te sorprendes de que Él te haya hecho el primero entre nosotros?

–                        Eres un maestro…

Pedro los mira sorprendido y dice:

–                       ¿Yo? ¿Por esto? ¡Tonterías!… soy un pobre hombre… Sólo os pido que me ayudéis con vuestros doctos consejos. Con vuestras ideas cariñosas y sencillas… ¡Amor y sencillez! Para que sea como vosotros… y sólo por amor a Él, que ya bastantes aflicciones tiene ya consigo…

Mateo confirma:

–                       Tienes razón. Por lo menos nosotros no hay que dárselas.

Tomás pregunta:

–                       Yo estuve muy preocupado cuando lo mandó llamar Juana. ¿Vosotros no sabéis nada?

Pedro responde:

–                       ¡Claro que no! Pero sospechamos que ese que nos sigue… ¡Habrá hecho una buena fechoría! 

Tadeo confiesa:

–                        ¡Chitón! Lo mismo pensé al escuchar al Maestro el sábado…

Santiago de Zebedeo agrega:

–                       Igualmente yo…

Tomás exclama:

–                       ¡Vamos! No me lo habría imaginado, ni siquiera cuando vi a Judas tan negro aquella tarde. Y tan grosero, si es que así puede decirse.

Pedro concluye:

–                       Bueno. No hablemos más de eso y procuremos hacer que se haga mejor con nuestro cariño, con nuestros sacrificios. Como nos enseñó Marziam.

Andrés pregunta sonriendo:

–                       ¿Qué estará haciendo ahora?

–                       ¡Bah!… Pronto estaremos son él. No veo la hora. Estas separaciones me cuestan mucho.

Santiago de Zebedeo dice:

–                       No entiendo por qué el Maestro lo separó de nosotros. Ya no es un niño. Ni está endeble.

Felipe agrega:

–                       El año pasado caminamos mucho con él. Ahora que ha crecido más, con mayor razón podría hacerlo.

Mateo advierte.

–                       Yo me imagino que es para que no asista a ciertas tonterías.

Tadeo refunfuña:

–                       Y que no se junte con ciertos tipos…  -Porque realmente no soporta a Iscariote.

Pedro dice reflexivo:

–                       Tal vez vosotros dos tenéis razón…

Tomás asegura:

–                       ¡Eso no! Tal vez solo quiere que se haga más fuerte. Veréis que el año próximo nos acompañará.

Bartolomé pregunta pensativo:

–                       ¡El año que entra! ¿Estará todavía el año próximo el Maestro con nosotros? Sus discursos… me parecen que…

Los demás le ruegan:

–                       ¡No lo digas!

–                       No quisiera decirlo. Pero el no decirlo no sirve para desterrar lo que ha sido predeterminado.

Pedro responde:

–                       Entonces… Con mayor razón debemos tratar de ser mejores en estos meses;  para no causarle ningún daño y estar listos. Quiero pedirle que ahora que descansemos en Galilea, nos instruya mucho a nosotros Doce… Dentro de poco llegaremos.

Bartolomé confiesa:

–                       Y no veo la hora. Ya estoy viejo y las caminatas con este calor, me causan muchas incomodidades.

Mateo comenta:

–                       También a mí. Fui un vicioso y soy más viejo de lo que se puede pensar, si se tienen en cuenta los años… las crápulas… Ahora todo lo sufro en los huesos…

Zelote agrega:

–                       ¿Y yo? Estuve enfermo por años… Y aquella vida en las cuevas, con poca comida y miserable… ¡Todo se deja ver ahora!…

La voz de Judas los sobresalta a todos:

–                       Pero siempre has dicho que desde que te curó, te has sentido siempre fuerte… –a sus espaldas, pues ya se les juntó. Y con su inseparable ironía agrega – ¿Ya se te acabó tan pronto el efecto del milagro?

Mentalmente, Simón implora: “Señor ven aquí y dame paciencia” Pero con una cortesía exquisita, responde a Judas:

–                       No. No ha terminado el efecto del milagro. Y todos pueden verlo, no he vuelto a enfermarme. Me siento fuerte, duro. Pero los años son años y las fatigas, fatigas. Y luego estos calores que nos hacen sudar como si estuviéramos metidos en un horno.

Y las noches tan heladas que nos congelan el sudor en la espalda, mientras el rocío vuelve a humedecer nuestros vestidos empapados por el sudor; es claro que estos cambios no me hacen bien. Por eso no veo la hora en que podamos descansar un poco. Por la mañana sobre todo, cuando dormimos bajo las estrellas, estoy hecho una piedra por lo duro. Si me enfermo, ¿Para qué sirvo?

Andrés le responde:

–                       Para que sufras. Él dice que el sufrimiento vale igual que el trabajo y la Oración.

–                       Es cierto. Pero preferiría servirle como apóstol y…

Judas de Keriot dice:

–                       Y también estás cansado. Confiésalo. Estás cansado de continuar con esta vida sin perspectiva de horas mejores. Antes bien, viendo cómo se echan encima las persecuciones y las derrotas. Y empiezas a reflexionar que corres el peligro de volver a ser proscrito.

–                       No reflexiono nada. Lo que digo es que me siento mal.

Judas contesta con una sonrisa cargada de ironía:

–                       ¡Oh! ¡Cómo te curó una sola vez!…

Bartolomé presiente otra agria discusión y la evita llamando a Jesús:

–                       Maestro, ¿No nos toca nada a nosotros? Siempre vas adelante…

Judas se queda mohíno y pensativo… Y cesa en sus intentos de querer molestar a los demás.

Más tarde, busca la oportunidad de estar a solas con Jesús y le dice:

–                       Tenme contigo. No quiero errar más para no causarte dolor ni a Dios; ni a Ti…

Eso es todo.

Pero es más que suficiente para que el Maestro lo abrace con amor…

Cuando llegan las horas de más calor, se detienen a descansar a la sombra de una tupida arboleda y junto a un arroyo. Después de haber orado, ofrecido y bendecido los alimentos, comen y conversan.  Sombra, frescura, silencio en las horas en que arde más inclemente el sol. Y que invitan a dormitar.  Todos se acomodan a su gusto en el verde pasto y a la sombra de los árboles…

Jesús se sienta apoyando su espalda contra el tronco de un árbol y se interesa en los insectos que vuelan sobre las flores. En un determinado momento, hace una señal a Juan, a Judas de Keriot y a Bartolomé que están despiertos. Y cuando éstos llegan junto a Él, los invita a observar un pequeño drama de la naturaleza.

Los tres apóstoles se sientan alrededor y escuchan atentos a su Maestro que dice:

–                       Ved este pequeño insecto y observad el trabajo que está realizando… Está recogiendo polen y mientras lo hace, coopera a la fecundación de las plantas…

Jesús da una enseñanza sobre la razón y el instinto… En el transcurso, se han levantado los demás y asisten a la lección…

Para finalizarla, Jesús dice:

–                       … El insecto no es responsable si comete una mala acción, porque está siguiendo su instinto. El hombre sí lo es. El hombre goza de una inteligencia superior y tanto lo será, cuanto más comprenda las cosas de Dios. Por esto el hombre es más responsable de sus acciones.

Bartolomé dice:

–                       Entonces Maestro. Nosotros a quienes adoctrinas, tendremos mayor responsabilidad.

Jesús responde:

–                       Muy grande. Y mayor la tendréis en lo futuro, cuando se realice el Sacrificio y venga la Redención. Y con ella la Gracia que es fuerza y luz. Después de ella vendrá quién os dará mayores fuerzas para querer… Quien no quisiere, tendrá que responder, ¡Y en qué forma!

–                       Entonces muy pocos serán los que se salven.

–                       ¿Por qué Bartolomé?

–                       Porque el hombre es muy débil.

–                       Pero si robustece su debilidad confiando en Mí, se hace fuerte. ¿Creéis que no comprendo Yo vuestras luchas? ¿Qué no compadezco vuestras debilidades? Ved. Satanás es como una araña que está tejiendo su tela de esta ramita a aquella flor. ¡Tan sutil, tan engañosa! Ved como brilla el hilito, parece de plata. Parece una filigrana impalpable. En la noche no se le puede ver. Cuando el alba nace, brillará como una piedra preciosa.

Y las moscas imprudentes que vuelan por la noche en busca de alimento; caerán atrapadas en la telaraña y también las maripositas que se sienten atraídas por lo que brilla…

¡Pues bien! Mi amor hace con Satanás, lo que hace ahora mi mano que destruye la tela. Mirad como la araña huye y se esconde. Tiene miedo del más fuerte. También Satanás tiene miedo del más fuerte. Y el más fuerte es el amor.

Pedro, que siempre saca conclusiones de todo, pregunta:

–                       ¿No sería mejor acabar con la araña?

–                       Sería mejor. Pero esa araña no hace más que cumplir con lo que debe. Es verdad que mata a las pobres maripositas tan bonitas; pero acaba también con muchas moscas feas que acarrean enfermedades y contaminan a los sanos y a los vivos.

Zelote pregunta:

–                       ¿Pero en nuestro caso qué cosa hace la araña?

Jesús contesta:

–                       ¿Que qué hace Simón? Hace lo que hace la buena voluntad en vosotros. Destruye las vacilaciones; la flojedad; la vana presunción. Os obliga a que estéis vigilantes. ¿Qué cosa es la que os hace dignos de premio? La Lucha y la Victoria.

¿Podéis conseguir la Victoria si no tenéis la Lucha? La presencia de Satanás hace que se vigile continuamente. El amor por su parte, hace que su presencia no sea tan dañina. Si os quedáis cerca del Amor, Satanás os tentará; pero no podrá haceros daño en realidad.

–                       ¿Nunca?

–                       Nunca. Ni en las cosas pequeñas, ni en las grandes. Veamos una cosa pequeña: te aconseja que tengas cuidado de tu salud. Un consejo engañoso para poderte separar de Mí. El Amor te tiene junto conmigo, Simón. Y tus dolores dejan de existir aún ante tus ojos.

–                       ¡Oh, Señor! ¿Lo sabes?

–                       Sí, pero no pierdas tu valor. ¡Ea! ¡Arriba! El amor te dará tantas fuerzas, que es el primero en reírse de ti, que tiemblas por causa de tus reumas…

Jesús sonríe al avergonzado apóstol. Lo abraza para consolarlo. Y aún en medio de la sonrisa de Jesús, hay dignidad.

Los demás también se ríen.

Jesús mira a Judas y su sonrisa se hace más grande… Con su sonrisa le muestra su felicidad, para darle un estímulo en su intento de regresar a Dios… Porque aún este tenue deseo, que persiste como una flor en su corazón desierto; hace que el Padre Celestial le mire con ojos benignos a este discípulo al que ama y que sabe que no puede salvar… Pese a todos sus esfuerzos.

Jesús lo sabe… Y suspira profundo…

¡La mirada de Dios posada sobre un corazón!

Es necesario un tacto infinito para curar los corazones.

Y Jesús, manteniendo a Judas cerca de Sí, quiere enseñarles a los demás, el arte de redimir y de ayudar a quien se redime. Jesús debe ser feliz; para dar al desgraciado apóstol aún este medio para levantarse…

El acicate de la alegría del Maestro, al ver que regresa a Él…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

Deja un comentario

A %d blogueros les gusta esto: