Llegan hasta una casa muy grande, donde es notoria una exagerada observancia de la Ley y cosa extraña, carece totalmente de adornos… Es como su dueño: muy fría y áspera. Los muebles son pesados, de color oscuro y en forma cuadrada; parecen sarcófagos. La dureza de todo es tan extrema, que al entrar da la sensación de haber entrado en una tumba. No es para nada acogedora.
Y Elquías lo hace notar con orgullo:
– Mira. Aquí puedes ver cómo soy de observante. Aquí todo está según el Mandamiento: “No te harás ninguna representación d lo que está arriba en el Cielo o acá abajo en la Tierra; o en las aguas, bajo la tierra.” Mira, cortinas sin diseño; muebles sin adornos. Ninguna jarra tiene grabados, ni las lámparas tienen forma de flores. Y así como en el edificio, de igual modo en mis vestiduras y en las de mis familiares. Por ejemplo, yo no apruebo en este discípulo tuyo, (Judas de Keriot) esos primores en su vestido y en su manto.
Me dirás: ‘Muchos las llevan. Es solo una greca.’ De acuerdo.
Pero con esos ángulos, con esas curvas, recuerdan los símbolos de Egipto. ¡Horror! ¡Cifras demoníacas! ¡Signos de Nigromancia! ¡Siglas de Belzebú!
Y volviéndose hacia el apóstol-levita, le dice mirándolo con absoluto desprecio:
– No te honra para nada Judas de Simón, el que las lleves. Como tampoco a tu Maestro, que te lo permite.
Judas responde con una risita sarcástica.
Jesús contesta humildemente:
– Más que no haya señales en los vestidos, vigilo que no haya ninguna de ellas en los corazones. Pero pediré a mi discípulo… Más bien, desde ahora le ruego; que lleve vestidos menos adornados, para no escandalizar a nadie.
Judas reacciona de buen modo:
– A decir verdad, mi Maestro me dijo muchas veces que preferiría más sencillez en mis vestidos. Pero yo… he hecho lo que me gusta; porque me encanta vestirme con elegancia y así.
Elquías reprende:
– Mal, muy mal. Que un Galileo enseñe a un judío, está muy mal. Y sobre todo a ti que eras del Templo… ¡Oh!
El quías muestra estar del todo sorprendido, lo mismo que sus amigos.
Judas, cansado de ser bueno, replica:
– ¡Oh, entonces habría que arrancar tanta pompa aún de vosotros los del Sanedrín! Si tuvierais que quitar todos esos dibujos que habéis puesto sobre la cara de vuestras almas, ¡Qué feos os veríais!
Elquías lo mira amenazante y dice:
– ¡Mira como hablas!
Judas responde con altanería y desprecio:
– Como uno que os conoce.
– ¡Maestro! ¿Lo oyes?
– Oigo y digo que es necesaria la humildad en una y otra parte y que en ambas hay verdad. Es menester una comprensión mutua. Sólo Dios es Perfecto.
Entre el grupo de los doctores, se yergue una cara demacrada y se levanta una voz única…
Daniel el Fariseo exclama:
– ¡Bien dicho, Rabí!
Elquías replica:
– ¡Mal dicho!… ¡El Deuteronomio es claro en sus maldiciones! Dice: “Maldito el hombre que hace escultura o imagen fundida. Esto es una cosa abominable. Es obra de mano de artífice y…
Judas refuta:
– Pero aquí se trata de vestiduras, no de imágenes.
Jesús ordena:
– Silencio tú. Habla tu Maestro. –se vuelve hacia su anfitrión y agrega- Elquías, sé justo y piensa bien. Maldito el que hace ídolos, pero no el que hace dibujos, copiando lo bello que el Creador puso en lo creado. Recogemos flores para adornar…
Elquías interrumpe:
– Yo no recojo, ni quiero ver adornadas las habitaciones. ¡Ay de mis mujeres si cometen este pecado, aún en las de ellas! Sólo a Dios se debe admirar.
Jesús responde:
– Muy bien dicho. Solo a Dios. Pero también se puede admirar a Dios en una flor; reconocer que Él es el Artífice de ella.
Varios refutan.
– ¡No, no!
– ¡Eso es paganismo!
– ¡Paganismo puro!
Jesús responde:
– Judith se adornó y lo mismo hizo Esther, por un motivo santo.
– ¡Mujeres! La mujer ha sido siempre un objeto digno de desprecio. Pero… Maestro, te ruego que entres a la sala del banquete; mientras me retiro un momento, pues debo hablar a mis amigos.
Jesús asiente sin replicar.
Pedro dice:
– Maestro, ¡Apenas si puedo respirar!…
Varios le preguntan:
– ¿Por qué?
– ¿Qué te pasa?
– ¿Te sientes mal?…
Pedro se toca el cuello:
– No. Pero no a mi gusto. Estoy como el que ha caído en una trampa…
Jesús aconseja:
– No te pongas nervioso. Procurad todos vosotros ser prudentes.
Siguen en grupo y en pie, hasta que entran los fariseos seguidos de los siervos… Elquías ordena:
– Tomemos asiento sin demora alguna. Tenemos reunión y no podemos perder el tiempo.
Y señala los lugares, en tanto que los siervos trinchan las viandas…
Jesús está al lado de Elquías y a su lado Pedro.
Elquías ofrece lo que van a comer y empieza la comida en medio de un frío silencio…
Poco a poco empiezan a aflorar las primeras palabras. Como es natural, se dirigen a Jesús, porque los Doce son tratados como si no estuviesen.
Y empieza el cuestionario capcioso…
Daniel:
– Maestro, ¿Estás de veras seguro de ser lo que dices?
Jesús responde:
– No lo digo Yo por mi propia boca. Los Profetas lo dijeron antes de que Yo estuviese entre vosotros.
Nahúm, Ismael ben Fabi y Cananías:
– ¡Los profetas!
– Tú no quieres admitir que nosotros seamos santos.
– Puedes pensar que sea cierto si afirmo, que nuestros profetas pudieron ser unos hombres exaltados.
Jesús:
– Los profetas son santos.
Sadoc y Calascebona:
– Y nosotros, no. ¿No es verdad? Ten en cuenta que Sofonías pone a los profetas y a los sacerdotes como causa de la condenación de Israel: “Sus profetas son unos exaltados. Hombres sin fe y sus sacerdotes profanan las cosas santas y violan la Ley” (Cfr. Sof. Cap. 3)continuamente nos echas en cara esto.
– Si aceptas al profeta en la segunda parte de lo que dice, debes aceptarlo también en la primera y reconocer que no hay ninguna base en que apoyes tus palabras; que son de unos exaltados.
Antes de que Jesús pueda responder; Tolmé, el satanista; pregunta:
– Rabí de Israel respóndeme: cuando pocas líneas después dice Sofonías: “Canta y alégrate, hija de Sión. El señor ha retractado su sentencia dictada contra ti… El Rey de Israel está en medio de Ti…” ¿Acepta tu corazón estas palabras?
Jesús exclama:
– ¡Esta es mi alegría! ¡Repetirme estas palabras, soñando en ese día!
Eleazar ben Anás:
– Pero son palabras de un profeta. De un exaltado. Y por lo tanto…
El doctor de la Ley por un momento se queda sin poder decir palabra alguna…
Viene en su ayuda, la voz de Simón Boetos, un amigo suyo…
– Nadie puede dudar de que Israel reinará…
Doras:
– No uno. Sino todos los profetas y los patriarcas, nos legaron esta promesa de Dios.
Jesús:
– Y ninguno de los profetas ha dejado de señalarme por lo que Soy.
Sadoc el escriba de Oro, señala:
– ¡Eso está bien! Pero no tenemos las pruebas… Puedes también ser Tú un exaltado. ¿Qué pruebas nos das de ser el Mesías, el Hijo de Dios? Dame un punto de apoyo para que pueda decidir.
Jesús lo mira fijamente y dice solemne:
– No te recito mi muerte, que describieron David e Isaías. ¡Pero si te anuncio mi Resurrección!
Daniel lo mira admirado y todos los demás protestan al mismo tiempo:
– ¿Tú?
– ¿Vas a hacer qué?
– ¡Tú!
– ¿Cómo?
– ¡Estás loco!
– ¿Vas a resucitar Tú?
– ¿Y Quién lo va a hacer?
– Ciertamente nosotros, no.
– Tampoco el pontífice, ni el monarca; ni las castas, ni el pueblo.
Jesús:
– Resucitaré por Mí Mismo.
Nahum y Sadoc gritan:
– ¡No blasfemes, Galileo!
– ¡No mientas!
Jesús:
– No hago más que dar Honor a Dios y decir la Verdad. Con Sofonías te digo: “Espera mi Resurrección” Hasta ese momento, podrás tener dudas. Podréis tenerlas todos vosotros. Y podréis trabajar en inculcarlas entre el Pueblo…
Pero después no lo podréis, cuando el Eterno Viviente por Sí Mismo, después de haber redimido, resucite para no morir más. Juez Intangible, Rey Perfecto, que con su cetro y su Justicia; gobernará y juzgará hasta el Fin de los Siglos. Y continuará reinando en los Cielos por toda la Eternidad.
Elquías cuestiona:
– Pero, ¿No sabes que estás hablando a Doctores y Sinedristas?
Jesús responde:
– ¿Y qué importa? Vosotros me habéis preguntado. Yo respondo. Vosotros manifestáis deseos de saber; Yo os ilumino con la Verdad. No querrás que os recuerde la otra maldición del Deuteronomio que no se refiere a las vestiduras, sino a otra cosa… Y qué dice: “Maldito quién a escondidas, pega a su prójimo”
– Yo no te he pegado, te estoy dando de comer.
– No. Pero tus preguntas llenas de falacia, son golpes que me das por la espalda. Ten cuidado, Elquías. Porque las maldiciones de Dios continúan… Y después de la que cité, viene otra: “Maldito quién acepta regalos para condenar a muerte a un Inocente…”
– En este caso, quién acepta los regalos eres Tú, huésped mío…
– Yo no condeno ni siquiera a los culpables, si están arrepentidos.
– Entonces no eres justo.
Daniel, el que desde el atrio se mostrara a favor de Jesús, dice:
– No. Justo lo es. Porque él piensa que el arrepentimiento merece perdón y por esto no condena.
Elquías, ordena:
– ¡Cállate tú, Daniel! ¿Quieres saber más que nosotros? ¿O acaso te ha seducido uno sobre el que falta, todavía mucho que decidir y que nada hace por ayudarnos a que nos decidamos en su favor?…
Daniel dice:
– Sé que vosotros sois los sabios y yo un sencillo judío que, ni siquiera sé por qué queréis que esté frecuentemente entre vosotros…
Elquías exclama:
– ¡Por qué eres mi pariente! Es fácil de comprenderse. Quiero que los parientes míos sean santos y sabios. No puedo permitir que se ignoren las Escrituras, ni la Ley…Ni los Halasciot, ni los Midrasciot, ni el Haggada… ¡No puedo soportarlo! Hay que conocer todo… Hay que observar todo…
– Te estoy muy agradecido con los cuidados con los que me rodeas. Pero yo, humilde campesino, que indignamente me he convertido en pariente tuyo; de lo único que me he preocupado ha sido de conocer las Escrituras y los Profetas… Para tener consuelo en mi vida… y con la sencillez de un indocto te confieso que reconozco en el Rabí, al Mesías a quien precedió su Precursor que nos lo indicó… Y el Espíritu de Dios, no puedes negarlo; se había apoderado de Juan…
Un silencio total invade el salón comedor.
No pueden negar que el Bautista hubiese dicho la verdad…. Pero tampoco quieren afirmarlo…
Daniel, el más sencillo de todos y aficionado al Bautista, los ha puesto en su lugar.
Elquías se queda callado y también sus amigos. Sigue un silencio sepulcral y muy largo. Elquías piensa con dureza…
Jesús se vuelve, lo mira y le dice:
– Elquías, Elquías… No confundas la Ley y los Profetas con mezquindades.
Elquías lo mira con desprecio y prepotencia:
– Veo que has leído mi pensamiento. Pero no puedes negar que has pecado, no observando el precepto.
– Porque tú, con astucia y por lo tanto con mayor culpa. Premeditadamente, no cumpliste tu deber de anfitrión que tenías con tu huésped. Me distrajiste y luego me mandaste aquí, mientras te purificabas tú y tus amigos. Cuando entraste nos pediste que estuviéramos prontos, que tenías reunión… Y todo esto para poder decir: ‘Pecaste’
– Pusiste recordarme mi deber de darte con qué deberías purificarte…
– ¡Podría recordarte tantas cosas…! Pero sólo serviría para hacerte más intransigente y más enemigo.
– No. Dilas. Dilas… Queremos escucharte y…
– Y acusarme ante los Príncipes de los Sacerdotes. Por esto te recordé la última y penúltima maldición. Lo sé. Os conozco… Me encuentro aquí, entre vosotros, Inerme. Estoy separado del pueblo, que me ama y ante el que no os atrevéis a atacarme. Pero no tengo miedo.
No acepto compromisos, como tampoco soy un villano. Os digo vuestro pecado; el de toda vuestra casta. El vuestro Fariseos: falsos santos de la Ley. El vuestro doctores: falsos sabios que deliberadamente confundís lo verdadero con lo falso. Que exigís de otros la perfección aún en las cosas exteriores y en vosotros mismos, nada.
Me reprocháis el que no me haya purificado antes de comer. Sabéis que vengo del Templo al que nadie puede acercarse, sin haberse purificado. ¿Queréis acaso confesar que el Lugar Santo, sea contaminación?
– Nosotros nos purificamos antes de comer.
– Y a nosotros se nos dijo: ‘ID allí y esperad’ Y luego: ‘Sentaos a la mesa sin tardanza’ Entre tus paredes limpias de diseño alguno había todo un complot: el de arrastrarme al engaño. ¿Qué mano escribió en las paredes el motivo para poder acusarme? ¿Tu espíritu o el otro poder que te domina y a quién escuchas?
Ahora bien, oídme todos…
Jesús se pone de pie y con sus manos apoyadas en la orilla de la mesa, empieza su invectiva:
– ¡Vosotros fariseos laváis lo exterior de las copas y los platos…! Os laváis las manos y los pies cómo si los platos y las copas, las manos y los pies, tuviesen que entrar en vuestro corazón y os enorgullecéis de ello, proclamándolo puro y perfecto. Pero no toca a vosotros sino a Dios, el proclamarlo así… Tened en cuenta lo que Dios piensa acerca de vuestro corazón…
Y Él piensa que está lleno de mentira, de asquerosidad, de rapiña… Está lleno de iniquidad y nada que venga de lo externo, puede corromper lo que y es en sí, una total corrupción…
Jesús separa la mano derecha de la mesa y empieza a moverla mientras continúa:
Pero Quién hizo vuestro espíritu, cómo hizo vuestro cuerpo, ¿Acaso no puede exigir al menos en igual proporción, qué respetéis lo interior así cómo cuidáis lo exterior? O ¿Sois necios que habéis cambiado éstos dos valores e invertís su poder? ¿Acaso no deseará el Altísimo que se dé un cuidado mayor al espíritu hecho a su semejanza y que por la corrupción pierde la Vida Eterna? Las suciedades de las manos y los pies pueden lavarse fácilmente y aunque quedasen sucios, no influyen en la limpieza interior… ¿Puede acaso Dios preocuparse de la limpieza de un vaso o de una jarra, cuando estos objetos no son sino cosas carentes de alma y que no pueden influir en la vuestra?
Estoy leyendo tu pensamiento, Simón Boetos… No. No concluye. No es porque queráis preservar vuestra salud, vuestro cuerpo, vuestra vida; por lo que tomáis estos cuidados y practicáis estas purificaciones.
El pecado carnal… Más bien dicho; los pecados de gula, intemperancia, lujuria; son mucho más dañinos al cuerpo, que un poco de polvo en las manos o en el plato. Y los cometéis sin preocuparos de proteger vuestra existencia y la seguridad de vuestros familiares.
Y mayores pecados cometéis, porque además de manchar vuestro espíritu y dañar vuestro cuerpo matando vuestra alma; con el derroche de vuestros bienes y la falta de respeto a vuestros familiares, ofendéis al Señor con la profanación de vuestro cuerpo, templo de vuestro espíritu. Y cometéis otro pecado más, por el prejuicio que formáis de que os toca a vosotros defenderos de las enfermedades que vienen por un poco de polvo, como si Dios no pudiese intervenir en defenderos de las enfermedades físicas, si acudís a Él con espíritu puro.
El que creó el interior, ¿No creó también lo externo y viceversa? ¿Y acaso lo interno no es más noble y lo que más se asemeja a lo divino?
Os digo a todos: Haced obras dignas de Dios y no sordideces inferiores al polvo con el que el hombre fue formado… el lodo que le dio vida al hombre como ser animal y que regresa al polvo que el viento de los siglos dispersa.
Haced obras que permanezcan, que sean dignas del Rey del Universo al cual sirven y santas; obras sobre las que está la bendición divina cual corona. Haced caridad. Haced limosna. Sed honestos, sed puros en las obras y en la intención. Si lo hacéis así, sin recurrir al agua de las abluciones, todo será puro en vosotros.
Pensáis que estáis en lo justo porque pagáis el diezmo de los aromas… ¡No! ¡Ay de vosotros fariseos que pagáis los diezmos de la menta y la ruda; de la mostaza y del comino, del hinojo y de otros vegetales y luego dejáis en el olvido la justicia y el amor de Dios! Pagar los diezmos es un deber y hay que hacerlo; pero hay otros deberes más altos y también es imprescindible cumplirlos…
¡Pobres de ustedes Fariseos…! ¡Ay de quien observa las cosas exteriores y olvida las interiores, que se basan en el amor a Dios y al prójimo!
¡Ay de vosotros, Fariseos…! ¡Ay de vosotros que buscáis los primeros lugares en la sinagoga y en las reuniones! ¡Y os gusta que se os reverencie en las plazas y no os preocupáis de hacer obras que os den un lugar en el Cielo y os merezcan la reverencia de los ángeles!
Sois semejantes a los sepulcros escondidos que sin saberlo el viajero que pasa cerca de ellos, los toca y no tiene asco pero, ¡Vaya que lo tendría si pudiese ver lo que dentro de ellos está encerrado! Dios ve también vuestros actos recónditos y no se engaña al juzgaros…
¡Ay de vosotros Doctores de la Ley! Porque imponéis a la gente pesos insoportables, convirtiendo en castigo el paternal Decálogo que el Altísimo dio a su Pueblo. Él lo dio con amor y por amor, para que el hombre, eterno e imprudente niño; tuviese un guía seguro. Pero vosotros habéis sustituido los amorosos lazos con que Dios había ligado a sus hijos, para que pudiesen caminar por su sendero y llegar a su Corazón; con un laberinto de prescripciones sembrado de piedras agudas y pesadas… Una pesadilla de escrúpulos destinada a agotar las fuerzas de sus hijos extraviándolos, deteniéndolos y haciendo que sientan miedo de Dios, como de un Enemigo. Vosotros impedís que los corazones vayan a Dios. Vosotros separáis al Padre de sus hijos…
¡Ay de vosotros que levantáis sepulcros a los profetas que vuestros padres mataron!…
Y Jesús se explaya en un larguísimo discurso donde condena la hipocresía y la corrupción. La diligencia para los rituales exteriores y las rapiñas y perversiones interiores. Los profetas y su destino en manos de los teócratas de Israel…
Y todas y cada una de las profecías contenidas en la Sagrada escritura que se refieren a Él, son citadas con su correspondiente explicación…
La demanda de Elquías ha sido satisfecha de una manera total…
Jesús es el Dios Airado que reclama el manejo irresponsable de Su Templo y de Su Pueblo…
El absoluto desprecio por la Ley y la falsa religión sin amor. Y en su severidad, no falta el llamado amoroso a recapacitar y a convertirse, antes de que sea tarde… Porque el Pecado y los sepulcros blanqueados…
Nahúm, doctor de la Ley, se pone de pie y lo interrumpe… Es el más alto dignatario después de Annás…
Nahúm está muy enojado, pero se controla y dice:
– Maestro. Al hablar así, nos ofendes. Y no te conviene, porque nosotros debemos juzgarte…
Jesús dice con severidad:
– No. No vosotros… ¡Vosotros no podéis juzgarme! Vosotros sois los juzgados, no los jueces. Quién juzga es Dios. Y el Juicio de Dios es una Voz que permanece y tampoco el olvido puede sepultarla… Siglos y siglos han pasado desde que Dios juzgó a Lucifer y juzgó a Adán. La Voz de aquel juicio, no se ha apagado. Están las consecuencias de aquel juicio…
El Decálogo fue dado con amor y por amor para que el hombre; el eterno, imprudente e ignorante niño, tuviese un guía seguro. Dios lo hizo para que sus hijos pudiesen caminar por su sendero y llegar a su Corazón Paternal. Pero vosotros lo habéis convertido en un laberinto de prescripciones… Una pesadilla de escrúpulos por lo cual el hombre pierde sus fuerzas y tiene miedo de Dios, como si fuera un enemigo.
Vosotros impedís que los corazones vayan a Dios… Vosotros separáis al Padre de sus hijos… Y me odiáis porque Yo Soy la Palabra de Sabiduría y querríais encerrarme en un sepulcro para que no hable más. Pero seguiré hablando hasta que mi Padre quiera. Y luego hablarán mis obras, mucho mejor que mis palabras… Hablarán mis méritos y el Mundo será adoctrinado…
Y después del Juicio Universal, os acordaréis de este día y esta hora… Y vosotros conoceréis al Dios Terrible que habéis tratado de presentar cual una pesadilla, ante los espíritus de los sencillos. Mientras que vosotros en el interior de vuestro sepulcro, os burlasteis de Él y no habéis tenido ningún respeto; ni obedecido ninguno de los Mandamientos desde el primero del Amor, hasta el último que fueron dados en el Sinaí…
Inútilmente Elquías, tu casa carece de figuras. Inútilmente en vuestros hogares no hay esculturas. En el interior de vuestro corazón tenéis el ídolo: el de creeros dioses, así como también los ídolos de vuestras concupiscencias… -se vuelve a los apóstoles y ordena- Venid. Vámonos.
Y haciendo que los Doce salgan antes que Él, sale al último…
Queda un silencio sepulcral…
Luego los que han quedado forman un alboroto diciendo:
– ¡Hay que perseguirlo!
– ¡Cogerlo en falso!
– ¡Atraparlo pecando!
– ¡Deshacernos de Él!
– ¡Tenemos que callarlo!
– ¡Encontrar motivos con qué acusarlo!
– ¡Hay que matarlo!…
Estas palabras son seguidas por un silencio muy largo. Y luego…
Daniel y otro fariseo objetan:
– ¡Creo que estáis sobrepasando la medida!
– ¡Eso es una infamia y no estoy de acuerdo!
Y salen muy disgustados… De los que se quedan…
Varios preguntan:
– ¿Y cómo?…
– ¿Cómo lo haremos?
– ¡No podemos permitir que vuelva al pueblo contra nosotros!
– Terminará por hacer que salgamos perjudicados…
Otro silencio.
Enseguida, con una risita llena de veneno…
Elquías dice:
– Hay que trabajar a Judas de Simón.
Sadoc observa:
– ¡Hombre, buena idea!
Ismael ben Fabi:
– Pero lo acabas de ofender…
Simón Boetos interviene:
– De eso me encargo yo y Eleazar el hijo de Annás.
Eleazar:
– Lo engatusaremos…
Nahum y todos los demás agregan:
– Unas cuantas promesas…
– Que tendrá un cargo importantísimo en el Templo…
– Un poco de miedo…
– Mucho dinero…
– No, mucho no… Promesas… promesas maravillosas de ‘muchísimo’ dinero…
– ¿Y luego?
Elquías:
– ¡Cómo qué luego!
Calascebona:
– ¿Qué tratas de decir?
Elquías:
– Bueno. Luego cuando todo se haga…
Sadoc:
– ¿Qué le diremos?…
Elquías dice con lenta crueldad:
– Pues… ¡Nada! La muerte. Así…
Sadoc confirma:
– No hablará más…
Samuel el esposo de Rosa de Jericó:
– ¡Uh!…
Eleazar ben Annás:
– La muerte…
Varios dicen al mismo tiempo:
– ¿Te horroriza?
– ¡Cómo eres!
– Si mataremos al Nazareno que es un Justo…
– Con mayor razón podemos eliminar también a Judas de Keriot que es un ‘gran’ pecador…
Empieza una algarabía de desacuerdos…
Elquías, levantándose dice:
– Oiremos también el parecer de Annás… Y veréis que nos dará una magnífica idea Y LA PERFECCIONAREMOS… Y vendréis también vosotros… ¡Vamos!…
Y salen todos hacia la Casa de Annás…
HERMANO EN CRISTO JESUS: