124.- EL LIBRE ALBEDRÍO
En el ardiente estío, el grupo apostólico avanza penosamente en medio del horno candente en que se ha convertido el camino que hay desde el monte de los Olivos hasta Bethania. Muy poco defienden de los rayos del sol abrasador, los árboles que hay a lo largo de sus orillas. Los campos están desnudos de mieses, el calor es abrasador. Pero más ardiente y furioso es el odio…
Los apóstoles van acalorados y llenos de polvo, comentando los últimos sucesos.
Jesús, el Peregrino Perseguido; con su vestido blanco, con su rostro afligido, con su paso cansado y su corazón dolorido por el odio vertido sobre él en las últimas horas; camina con la mirada resignada de quien ya contempla la muerte que se le acerca más con el transcurso de cada hora y con cada paso que da. Y que ha sido aceptada por obedecer la Voluntad de Dios.
Bethania es el refugio donde hay amor, frescura, protección y lealtad. Cuando llega a la casa de Lázaro, el sol ya tiñe de rojo el horizonte… En medio del extenso jardín todo está cerrado y muy silencioso. Tocan la campanilla y Tomás llama con su potente voz de barítono.
Los siervos reconocen al Maestro y avisan a sus patronas. La sorpresa es general y todos corren para recibirlos.
Martha y María saludan desde lejos. Después que el cancel se abre y Jesús se acerca, lo encuentran y se postran adorándolo.
Jesús saluda:
– La Paz sea con vosotras y con vuestro hogar.
Todos responden:
– La paz sea contigo Maestro…
Después de corresponder al saludo, las dos simultáneamente dicen:
– Pero, ¿Cómo a esta hora?
Y mientras los siervos se apresuran a atenderlos y los conducen al vestíbulo…
Jesús dice con tristeza a sus anfitrionas:
– Vengo para que descanse mi cuerpo y a encontrar reposo para mi corazón en donde no se me odia.
Y tiende sus manos en una muda súplica: ‘Vosotras que me amáis’ Y se esfuerza en sonreir… Pero es una sonrisa muy triste, acompañada por una mirada llena de dolor…
María enrojece de ira y pregunta:
– ¿Te hicieron algún mal?
Y Martha:
– ¿Qué te sucedió? –y con voz maternal añade- Ven para que descanses… ¿Desde cuándo estás caminando que estás tan cansado?…
Jesús contesta:
– Desde las primeras horas del día y puedo decirte que todo el día, porque el breve espacio en la casa de Elquías el sinedrista; fue peor que un largo camino…
Martha:
– Sí… y antes en el Templo.
María pregunta:
– Pero, ¿Por qué fuiste a la casa de esa sierpe?
– Porque si no hubiera ido, se hubieran aprovechado para justificar su odio con el que me hubieran acusado de desprecio a los miembros del Sanedrín. Pero eso ya no importa, que vaya o no; la medida del odio de los fariseos ha llegado a su colmo… Y ya no habrá tregua…
Martha y María:
– ¿Con qué esas tenemos?
– Quédate con nosotros, Maestro. Aquí no te harán daño alguno…
Faltaría a mi misión… Muchas almas esperan al Salvador. Debo ir…
– ¡Pero te lo impedirán!
– No. Me perseguirán… Harán que me vaya para poder estudiar cada paso mío, examinarán cada una de mis palabras, olfatearán todo como los sabuesos, para atrapar a su presa… Para tener un motivo que parezca culpa… Y todo les servirá para algo…
Martha siempre respetuosa, se siente tan llena de compasión que se atreve a levantar su mano para acariciar las enflaquecidas mejillas de su Maestro; pero luego se detiene llena de vergüenza y dice:
– ¡Perdóname! Me diste la misma impresión que nos da Lázaro. Perdóname Señor, que me haya atrevido a amarte como si fueras un hermano mío que sufre…
Soy el hermano doliente… Amadme con un amor puro de hermanas… – Jesús suspira profundo y agrega- ¿Y Lázaro qué hace?
María responde:
– Languidece, Señor…
Y las lágrimas que había contenido al ver a su Maestro tan dolorido, brotan abundantes con sus palabras.
Jesús dice:
– No llores, María… Ni por Mí, ni por él. Cumplamos con la voluntad divina. Se debe llorar por quién no sabe cumplir con esta voluntad…
María se inclina, toma la mano de Jesús y le besa la punta de los dedos.
Los apóstoles se refrescan con el agua y las frutas que los siervos les han llevado y Lázaro está sentado en un diván.
Cuando Jesús entra con sus hermanas, se acerca y se inclina sobre el pálido rostro de su amigo enfermo, para saludarlo besándolo en sus escuálidas mejillas.
Lázaro le dice sonriente:
– ¡Maestro, cómo me amas! Ni siquiera esperaste a que cayese la tarde para venirme a ver… ¡Y con este calor!
Jesús le contesta amoroso:
– Amigo mío, me siento feliz contigo, cómo tú conmigo. Lo demás no importa…
– Es verdad. No importa. Aun mi sufrimiento no es nada… Ahora sé por qué sufro y qué puedo hacer con mi sufrimiento. –Y la sonrisa de Lázaro se amplía, aumentando el aura de su espiritualidad.
Martha dice:
– Y es verdad, Maestro. Casi puede decirse que Lázaro se complace con su enfermedad y… –un sollozo corta la frase.
Lázaro dice:
– Dilo. No tengas miedo: y la muerte. Maestro, díles que deben ayudarme cómo los levitas ayudan a los sacerdotes.
Jesús pregunta:
– ¿Para qué, amigo mío?
– Para consumar el sacrificio…
María cuestiona con voz fuerte:
– Y sin embargo, hasta hace poco temblabas ante el pensamiento de la muerte. ¿Ya no nos amas? ¿No amas al Maestro? ¿Ya no quieres servirle?… –pero está pálida por el dolor, mientras acaricia la mano amarillenta de su hermano.
– ¿Y me lo preguntas tú, la del corazón ardiente y generoso? ¡La de la voluntad intrépida!… ¿Acaso no soy hermano tuyo? ¿No tengo la misma sangre y tus mismos santos amores: Jesús, mi Señor y mi Dios; las almas y vosotras, mis dos queridas hermanas?… Pero desde la Pascua mi alma atesoró una gran palabra. Y amo la muerte. Señor, te la ofrezco por la misma intención que Tú tienes.
Jesús pregunta:
– Entonces, ¿Ya no me pides que te cure?
– No, Rabboní… Te pido que me bendigas para que sepa sufrir… Y morir… Y si no es muy grande mi petición, también para redimir… ¡Tú lo dijiste!…
– Lo dije. Te bendigo para darte las fuerzas que quieres…
Jesús le impone las manos y luego le besa en la frente.
– Estaremos juntos y me instruirás…
– No ahora, Lázaro. No me voy a detener. Vine solamente por unas cuantas horas. Partiré en la noche.
Los tres hermanos preguntan desilusionados:
– ¿Por qué?
– Porque no puedo quedarme. Tengo algo muy importante que hacer. Volveré en otoño. Y entonces me quedaré mucho tiempo y haré mucho por aquí y en los alrededores…
Después de un largo silencio lleno de tristeza, Martha dice:
– Entonces por lo menos descansa. Come y toma algo…
– Nada me hace descansar más que vuestro amor. Haced que descansen mis apóstoles y permitid quedarme aquí con vosotros, así… Tranquilo…
Martha sale llorando y luego regresa con tazones de leche fría y frutas.
Dice a Jesús:
– Los apóstoles ya comieron y están tan cansados que duermen. Maestro mío, ¿No quieres descansar?
– No insistas, Martha. Antes del alba, ya me habrán buscado aquí. También en Getsemaní, en casa de Juana… Y en todos los lugares en los que saben que puedo hospedarme. Pero al alba ya estaré lejos…
Lázaro pregunta:
– ¿A dónde vas, Maestro?
– Hacia Jericó. Pero no por el camino usual… Iré hacia Tecua y luego retornaré hacia Jericó…
Martha murmura:
– Es un camino muy duro, en la estación en que estamos…
– Precisamente por eso es solitario. Caminaremos de noche. Las noches son claras, aun antes de que se levante la luna y el alba llega más pronto…
María pregunta:
– ¿Y luego?
– Al otro lado del Jordán. En la parte norte pasaré el río que viene y llegaré a la altura de Samaría.
Lázaro dice:
– Vete pronto a Nazareth. Estás cansado…
– Primero debo ir a las playas del mar. Después iré a Galilea. Pero También allí me perseguirán…
Martha dice:
– Tendrás siempre a tu Mamá, para que te consuele…
– Sí. Mi pobre Madrecita…
Maria le recuerda:
– Maestro, Mágdala es tuya y lo sabes.
– Lo sé, María. Sé todo el bien y todo el mal.
Lázaro se lamenta:
– Separados así… ¡Por tanto tiempo! ¿Me encontrarás vivo, Maestro?
– No tengas duda. No lloréis… Hay que acostumbrarse también a las separaciones… Son útiles para probar la fuerza de los afectos… Se comprenden mejor los corazones amados, al verlos con ojos espirituales y desde lejos… Se comprenden mejor su personalidad y sus acciones…
– ¡Oh, Maestro! ¡Nosotros no dudamos de Ti!
– Ni Yo de vosotros. Pero me conoceréis mucho más. Y no digo qué me améis, porque conozco vuestro corazón. Os digo sólo: ‘Rogad por Mí’
Los tres hermanos lloran…
Jesús está muy triste…
Jesús concluye:
– ¿Qué queréis? Dios había puesto el amor entre los hombres… Pero éstos lo han substituído por el odio…. El Odio divide no sólo a los enemigos entre sí; sino que también se introduce para separar a los amigos y a los que se aman de verdad…
Después de estas palabras, hay un larguísimo silencio…
Luego Lázaro dice:
– Maestro, vete de Palestina por algún tiempo.
Jesús responde:
– No. Mi lugar está aquí. Para vivir, evangelizar y morir.
– Juan y Síntica están bien, porque te preocupaste por ellos. Vete allá.
– No. Ellos se salvaron… Yo debo salvar… Esta es la diferencia que lo explica todo. El altar está aquí… Y también aquí la cátedra… No puedo ir a ninguna otra parte. Y, ¿Créeis que pueda cambiarse lo que ya está decidido?…
No. Ni en la tierra, ni en el Cielo. Tan solo empañaría la pureza espiritual de la figura mesiánica… Sería Yo, ‘el Cobarde’ que se salva con la fuga. Debo dar el ejemplo a los presentes y a los futuros: en las cosas de Dios, en las cosas santas; no hay que ser cobardes…
Lázaro suspira:
– ¡Tienes razón, Maestro!
Martha corre las cortinas y dice:
– Tienes razón. Ya se metió el sol…
María se pone a llorar angustiosamente, cómo si su fuerza moral hubiese acabado y Martha le pregunta:
– ¿Por qué lloras así?
Magdalena responde:
– Porque has dicho la verdad, hermana. No hay más sol para ninguno de nosotros… El Maestro se va…
Jesús dice:
– Sed buenos. Os bendigo. Quede mi bendición con vosotros… Dejadme ahora con Lázaro que está cansado y tiene necesidad de silencio. Velando a mi amigo descansaré. Ved que nada falte a mis apóstoles y haced que estén prontos para cuando la noche haya caído completamente….
Las discípulas se retiran y Jesús se queda meditabundo, sentado junto a su amigo enfermo, que se adormece con una leve sonrisa en su cara…
Al día siguiente…
Es de madrugada y una hermosa luna resplandece e ilumina la tierra con suave y tranquila paz. El rocío es muy abundante y los peregrinos llegan al bosque que está muy cerca del río Jordán y limita las orillas con su intensa red de raíces que hay cerca del agua.
Jesús dice:
– Detengámonos aquí, hasta que amanezca.
Mateo dice:
– Maestro, yo ya no puedo ni con mi alma…
Felipe reprocha:
– Y a mí me parece que he pillado fiebre. El río en verano no es saludable… Lo sabes.
Zelote se compadece de Jesús, a quien todos manifiestan sus pequeños miedos. Sus dolores y hasta el malhumor que pudiera haber… y dice:
– Peor hubiera sido si hubiéramos subido desde el río a los montes de la Judea.
También esto lo saben todos.
Jesús contesta:
– No te preocupes, Simón. Tienen razón… Pero dentro de poco descansaremos. Os ruego. Un poco más de camino… Esperemos aquí. Dentro de poco tiempo amanecerá…
Iscariote refunfuña:
– Es que aquí… ¡Todo está empapado de rocío! No hay donde detenerse…
Tomás le contesta con su incansable buen humor:
– ¿Tienes miedo de que se te echen a perder los vestidos? Con esta caminata de galeotes que hemos hecho; entre el polvo y el rocío, ya no hay que pavonearse de ellos. ¡Las grecas de tu recamado!…
¡Ja, ja, ja! Las de arriba, las de abajo y las de las mangas, se quedaron a trozos entre los espinos del desierto de Judea. Y las del cuello… te las acabó el sudor…
Judas de Keriot, que es muy vanidoso y siempre le gusta andar muy elegante e impecable en toda su persona; le replica enojado:
– Estoy hecho un perfecto harapiento. Estoy sucio y me da asco…
Jesús le dice con calma:
– ¡Qué te baste tener limpio el corazón, Judas! Es lo que importa…
Judas se impacienta y dice con grosería:
– ¡Lo que importa! ¡Lo que importa! Estamos muertos de cansancio… de hambre. Nuestra salud se está perjudicando… ¡Y es lo único que importa!
– No te detengo a la fuerza. tú eres el que quieres quedarte…
– ¡Bueno!… Me conviene estarme… Soy…
– Termina la palabra que te quema: “Estoy comprometido a los ojos del Sanedrín” Pero puedes siempre reparar… Y volver a conquistar su confianza…
– No quiero reparar… porque te amo y quiero estar contigo.
Entre dientes, Judas Tadeo dice:
– Pero lo dices de tal manera; que más bien que amor parece Odio…
Judas replica:
– Es que… cada quién tiene su manera de manifestar su amor.
Santiago de Zebedeo interviene:
– ¡Oh, sí! Hay quién dice que ama a su mujer y la mata a palos… No me gustaría esta clase de amor…
Ha tratado de acabar con la discusión con un chiste…
Pero nadie se ríe y tampoco nadie le replica.
Tomás dice:
– Tengo hambre. Estas caminatas nocturnas siempre atormentan el estómago.
Judas le contesta:
– ¡No tanto las caminatas! Es que hace días que vivimos del aire…
Andrés responde:
– En casa de Nique y en la de Zaqueo comimos bien. No nos ha faltado el pan. Aquel de la caravana nos dio pan y manjares…
Judas no puede negarlo y se queda callado.
Un gallo lejano saluda los primeros brotes de la alborada…
Felipe pregunta:
– ¿Cuándo iremos a nuestras casas? -en esta interrogante late una necesidad oculta de descanso y una añoranza de afectos familiares en el apóstol que es esposo y padre…
Jesús lo oye y se vuelve a mirarlo, le pone un brazo sobre la espalda y le dice:
– Muy pronto, amigo mío. Pero pido a tu buen corazón otro pequeño sacrificio. A no ser que antes te quieras separar de Mí…
– ¿Yo? ¿Separarme? ¡Jamás!
– Entonces te alejaré un poco de Betsaida. Quiero ir a Cesárea marítima, pasando por Samaría. Al regreso iremos a Nazareth y se quedarán conmigo los que no tienen familia en Galilea. Después de algunos días os alcanzaré en Cafarnaúm… Allí os instruiré más, para que seáis más perfectos. Pero si crees que tu presencia es necesaria en Betsaida… vete Felipe. Nos veremos allá…
– No, Maestro. Es más necesario estar contigo. Pero, comprendes… Es dulce el hogar. Las hijas… pienso que no las tendré conmigo mucho tiempo y quisiera gozar un poco de sus castas caricias. Más si debo escoger entre ellas y Tú; te escojo a Ti… y con mayor razón…
– Haces bien, amigo. Porque antes de que tus hijas se te quiten, Yo no estaré ya.
El apóstol dice con aflicción:
– ¡Oh, Maestro!
Jesús concluye:
– Así es, Felipe. – Y le da un beso en la frente.
Judas de Keriot, que ha estado murmurando entre dientes; apenas Jesús mencionó a Cesárea, levanta su voz en una explosión súbita:
– ¡Cuántas cosas inútiles! No comprendo qué necesidad hay de ir a Cesárea… -Y lo dice con un ímpetu lleno de bilis. Pareciera que con el beso dado a Felipe, haya perdido el control.
Bartolomé le responde:
– No eres tú el que debe juzgar si lo que hacemos es necesario o no; sino el Maestro.
– ¿Ah sí? Cómo si Él viese claro las necesidades naturales.
Pedro lo toma por un brazo y lo interpela:
– Oye tú. ¿Estás loco? ¿Qué te pasa? ¿Sabes lo que dices?
– No estoy loco. Soy el único que tengo el cerebro sano. Y sé lo que digo.
Santiago de Zebedeo:
– ¡Hermosas cosas dices!
Zelote:
– ¡Ruega a Dios que no te las tome en cuenta!
Tomás:
– ¡La modestia está muy lejos de ti!
Tadeo:
– ¡Se diría que tienes miedo de que se sepa lo que eres si se va a Cesárea!
Todos han hablado al mismo tiempo…
Iscariote se vuelve contra Judas Tadeo:
– No tengo nada que temer y vosotros nada que os interese. Sino que estoy cansado de ver que se cae de error en error y que vamos a la ruina: pleito con los sinedristas. Disputas con los fariseos. Solo nos faltaban los romanos…
Bartolomé le advierte lleno de ironía:
– ¡Cómo! Todavía no han pasado dos lunes desde que te morías de gozo de que estabas protegido, pues estabas muy seguro… ¡Y era porque Claudia era tu amiga!
Porque siendo el más intransigente y solo por obedecer al Maestro, no se rebela de entrar en contacto con los romanos.
Judas, por un momento se queda mudo. La lógica de la respuesta es clara y no puede responder.
Pero luego cobra ánimos:
– No lo digo por los romanos como enemigos. Esas no son más que media docena de mujeres que nos prometieron ayuda y lo cumplirán. Pero con esto aumentará el odio de sus enemigos y Él no lo quiere comprender. Y…
Jesús replica con calma:
– El odio de ellos ha llegado a su máximo, Judas. Lo sabes como Yo y aún mejor que Yo…
– ¿Yo? ¿Yo? ¿Qué quieres decir? ¿Quién mejor que Tú sabe las cosas?
– Acabas de decir que eres el único que conoces las necesidades naturales y como deben tomarse en cuenta.
– Tratándose de las cosas naturales, claro que sí. Yo afirmo que Tú conoces las cosas espirituales, mejor que todos.
– Lo que es verdad. Por esto te decía que conoces mejor que Yo las cosas malas si quieres; humillantes si te parece; como el odio de mis enemigos y sus intenciones…
– ¡Yo no sé nada! ¡Nada! Lo juro por mi alma, por mi madre, por Yeové…
Jesús le reprende con severidad:
– ¡Basta! Está dicho que no se debe jurar.
Y parece que las facciones de rostro, se endurecen como si fuera una estatua.
Judas trata de argumentar:
– Bueno, no juraré. Pero me será permitido puesto que no soy un esclavo, decir que no es necesario, que no es útil… Al contrario, es peligroso ir a Cesárea. Hablar con las romanas…
– ¿Y quién te dice que pasará eso? -pregunta Jesús.
– ¿Quién? Pues, ¡Todo! tú tienes necesidad de convencerte de una cosa. Estás en la pista de una… -Se detiene. Comprende que la ira lo ha hecho hablar demasiado. Respira profundo. Luego continúa- Yo te digo que también deberías pensar en nuestros intereses. Todo nos has arrebatado: casa, ganancias, afectos, la paz. Por tu causa se nos persigue y se nos perseguirá; porque dices que de un momento a otro te irás. Pero nosotros nos quedamos. Y nos quedaremos arruinados. Y nosotros…
– A ti no se te perseguirá. Después de que ya no esté más entre vosotros, te lo aseguro Yo que Soy la Verdad. Te afirmo que tomé lo que espontánea e insistentemente me disteis. Así pues, no puedes acusarme de que os haya quitado a la fuerza, uno solo de los cabellos que os caen cuando os arregláis vuestra cabeza. ¿Por qué me lo echas en cara?
Jesús no lo ha dicho con severidad; sino con una cierta tristeza y con mucha dulzura. Hay en su rostro una infinita compasión que Judas siente.
Y con uno de esos bruscos ímpetus de su alma, que es desgarrada por dos fuerzas contrarias, se arroja a la tierra golpeándose la cabeza, el pecho…
Judas grita:
– ¡Porque soy un demonio! Un demonio, eso soy yo. ¡Oh, Maestro, sálvame! Sálvame como salvas a tantos endemoniados. ¡Sálvame! ¡Sálvame!
– Necesito que tu voluntad quiera salvarse.
– Lo quiere. Lo estás viendo. Te lo estoy diciendo. ¡Quiero salvarme!
– Tú pretendes que Yo sea el que te salve. Que Yo haga todo. Yo Soy Dios y respeto tu libre albedrío. Te daré las fuerzas para que llegues a ‘querer’ Pero no querer ser esclavo del Mal, debe salir de ti.
– ¡No quiero serlo! No quiero serlo. Pero no vayas a Cesárea. ¡No vayas! Escúchame como escuchaste a Juan cuando querías ir a Acor. Todos tenemos los mismos derechos. Todos te servimos de igual modo. Tienes la obligación de darnos contento por lo que hacemos… ¡Trátame como a Juan! ¡Lo quiero! ¿Qué hay de distinto entre él y yo?…
Santiago de Zebedeo exclama:
– ¡El corazón! Mi hermano nunca hubiera hablado como tú lo has hecho. Mi hermano no…
Jesús interviene:
– Cállate Santiago. Soy Yo el que debo hablar y a todos. –se vuelve hacia Judas- Tú levántate y pórtate como un hombre libre a quien trato y no como un esclavo que llora a los pies de su dueño. Sé hombre, ya que tanto quieres que te trate como a Juan, el cual en verdad es más que un hombre, porque es casto y está lleno de caridad.
Escuchad: en verdad os digo que nadie debe gloriarse de cumplir con su propio deber y exigir por lo que es una obligación, favores especiales. Judas me ha recordado lo que me habéis dado y dijo que estoy obligado a daros contento, por lo que hacéis. Entre vosotros hay quienes fueron pescadores. Dueños de tierras. Uno tenía su oficina. Zelote tenía un siervo. Pues bien, a vuestros ayudantes cuando terminaban su trabajo, ¿Os poníais acaso a servirles?
¿Y no sucede así en todos los hogares y en todos los oficios? El siervo debe servir a su patrón. Y éste no tiene ninguna obligación para con él. Porque si es verdad que el patrón está obligado a ser humano con su propio siervo; el siervo tiene la obligación de no ser holgazán, ni desperdiciador. Sino cooperar para el bienestar del patrón que lo viste y le da de comer. ¿Soportaríais de vuestros trabajadores que os dijesen: ‘Sírveme porque trabajo’?
No lo creo. También vosotros, al ver lo que hacéis por Mí y por mi Obra, debéis decir: “Siervos inútiles somos; porque solo hemos cumplido con nuestro deber.” Si así razonáis no tendréis más pretensiones, ni dentro de vosotros habrá malhumor y obraréis con justicia.
Jesús calla.
Todos reflexionan.
Pedro da un codazo a Juan y le dice:
– Pregúntale que como sabemos que hemos cumplido con nuestro deber. Quisiera hacer más de lo que me toca.
Juan le responde con una sonrisa:
– Exactamente en eso estaba pensando, Simón. –y volviéndose hacia Jesús- Maestro, dime. El hombre que sea tu siervo, ¿Nunca podrá hacer más de su deber para poder decirte que con ello te ama mucho más?
Jesús responde:
– Muchacho, Dios te ha dado tanto que por justicia, cualquier heroísmo tuyo, sería siempre poco.
Pero el Señor es tan bueno que cuando ve que habéis dado sin tacañería y habéis sido generosos, entonces dice: “Este siervo mío me ha dado más de lo que debía y por esto le daré sobreabundancia de mis premios”
Pedro exclama:
– ¡Qué contento estoy! Te daré todo lo que pueda para alcanzar esta sobreabundancia.
– Todos los que aman la Verdad y la Luz me lo darán y conmigo seréis sobrenaturalmente felices. Vámonos. Ya no hay tiempo. Quiero pasar el río al alba…
Más tarde…
Están ya en la otra orilla y tienen ante sí la llanura de las colinas de Mageddo. Cuando están cerca de la ciudad, dice Judas:
– Si el Maestro me lo permite, me quedo en Mageddo. Hay un amigo nuestro que viene cada año después de la cosecha de las mieses. Quisiera hablarle de mi mamá y…
Jesús responde:
– Haz lo que quieras. Tan pronto termines tu negocio, te vas a Nazareth. Allí nos reuniremos, así podrás avisar a mi Madre y a María de Alfeo que pronto estaremos en casa.
– Gracias, Señor.
Judas le besa la mano y la expresión en el rostro de Jesús es indescifrable.
Judas se despide:
– Aquí me separo, porque mi amigo está fuera de Mageeddo. Estoy muy cansado…
– Vete pues. Que el Señor cuide tus pasos.
– Gracias Maestro. Adiós amigos.
– Adiós. Adiós. –dicen los demás, sin dar mucha importancia al saludo.
Jesús le repite:
– Que el Señor cuide de tus acciones.
Judas se va ligero a través de los campos segados y blanquecinos por el rastrojo.
Pedro advierte:
– ¡Uhm! No parece que esté muy cansado.
Bartolomé agrega:
– Claro. Aquí venía arrastrando las sandalias. Allá corre como un cervatillo…
Tadeo dice:
– Te despediste de él, como de un santo, hermano. Si el Señor no lo oprime con su voluntad, de nada servirá el auxilio divino para hacerle dar buenos pasos y realizar buenas acciones.
Jesús reprende:
– Judas, no porque seas mi hermano debo dejar de regañarte… Eres duro e inexorable con tu compañero. Él tiene sus culpas, pero también tú tienes las tuyas. Y la primera, es la de no saberme ayudar con esa alma.
Tú lo exasperas con tus palabras. Con la violencia no se doblegan los corazones. ¿Crees que tienes derecho a censurar todas sus acciones? ¿Te sientes tan perfecto como para hacerlo? Te recuerdo que Yo, tu Maestro; no lo hago porque amo a esa alma que no está todavía formada.
Es la que me causa más compasión de todas. Precisamente porque no está formada. ¿Crees que él se sienta feliz con su estado? ¿Y cómo podrás mañana ser un maestro de los corazones, si no te ejercitas con un compañero usando la caridad ilimitada que redime a los pecadores?
Judas de Alfeo baja la cabeza desde las primeras palabras y al terminar de hablar Jesús, se arrodilla en el suelo diciendo:
– Perdóname, soy un pecador. Regáñame cuando cometa una falta, porque la corrección es amor. Y solo el necio no comprende la gracia de que un sabio lo corrija.
– Comprendes que lo hago por tu bien. pero al regaño va unido el perdón. Porque comprendo la razón de tu dureza y porque la humildad del que recibe el regaño, desarma a quién lo corrige. Levántate Judas y no cometas el mismo error.
Le pone la mano en la espalda y lo lleva a su lado con Juan.
Tomás dice a Santiago:
– Si hubiera sido Judas de Keriot el que recibiera este regaño, quién sabe que hubiera sucedido. Tu hermano es bueno.
Mateo dice con franqueza:
– Bueno… no se puede afirmar que haya dicho mal. Dijo algo muy certero a Judas de Keriot. ¿Crees tú que vaya a tener un amigo que vaya a Judea? Yo no.
Pedro dice:
– Se tratará… de negocios de viñedos, como el año pasado en Jericó.
Y al recordar la escena del año pasado, todos se echan a reír…
Felipe advierte:
– No hay duda de que solo el Maestro lo compadece mucho…
Santiago de Zebedeo replica:
– ¿Mucho?… Deberías decir ‘siempre’.
Bartolomé afirma:
– Yo no sería tan paciente.
Mateo apoya:
– Ni yo tampoco. La comedia de ayer fue desastrosa.
Zelote dice conciliador:
– Parece que no está bien de la cabeza.
Pedro concluye:
– Pero bien que sabe hacer sus negocios. Demasiado bien… Apostaría mi barca, mis redes, hasta mi casa, seguro de no perderlas; de que él va a la casa de algún fariseo a mendigar protección…
Tomás exclama dándose una palmada en la frente:
– ¡Eso es verdad! A la casa de Ismael. Es él el que está en Mageddo. ¿Cómo no lo pensamos antes? Hay que decírselo al Maestro.
Zelote objeta:
– De nada sirve. El Maestro lo excusará una vez más y nos regañaría.
– No importa… Hagamos la prueba. Ve tú Santiago. Te quiere mucho y eres su pariente…
– Para Él, todos somos iguales. No ve parientes, ni amigos. Sólo ve apóstoles. Es imparcial. Pero para contentaros voy.
Y Santiago de Alfeo apresura el paso para alcanzar a Jesús.
Andrés dice:
– Pensáis que se fue a casa de algún fariseo y esto o aquello. Poco importa… Casi estoy seguro de que lo hizo para no ir a Cesárea. No tenía muchas ganas…
Tomás añade:
– Parece que desde hace poco, le causan asco las romanas…
Zelote advierte:
– Raro… Cuando fuimos a ver a Lázaro estuvo hecho unas pascuas por haber hablado con Claudia…
Pedro dice entre dientes:
– Sí. Pero… Es cuando me imagino que cometió algún error. Tal vez Juana lo supo y por eso llamó a Jesús. Y… tantas cosas estoy rumiando dentro de mí, desde que Judas se enojó muchísimo en Betsur.
Mateo pregunta con curiosidad:
– ¿Qué estás diciendo?
– No lo sé… Ideas… veremos…
Andrés suplica:
– ¡Oh! ¡No pensemos mal! El Maestro no quiere que lo hagamos. Nosotros no tenemos ninguna prueba de que haya hecho algo malo.
– Pero no vas a decir que hace bien en causar dolores al Maestro al faltarle al respeto; al multiplicar sus berrinches, al…
Zelote dice a Pedro:
– ¡Bueno, Simón! Te aseguro que él está un poco mal de la cabeza…
Pedro responde:
– Será como tú dices. Pero se extralimita al ofender y abusar de la Bondad de nuestro Señor. Si me escupiese en la cara; si me diese de cachetadas, lo soportaría para ofrecerlo a Dios, a fin de que se redimiese.
Me he propuesto hacer toda clase de sacrificios por este fin. Y me muerdo la lengua y me doy duros pellizcos para dominarme, cuando él se porta como un loco.
Pero lo que no puedo perdonar es que se porte mal con nuestro Maestro. Y esta falta es peor que si la cometiese contra mí y no se la perdono. Y luego… Todavía me dura el berrinche por alguna tontería suya, ¡Cuando ya está haciendo otra! Una, dos, tres… ¡Siempre hay un límite! – Pedro está lleno de ira y casi gritando.
La dulce voz de Jesús contesta:
– “Para el amor y el Perdón, no hay límites…” -Y se explaya dando la enseñanza del Perdón.
Y termina diciendo:
– ¿Por qué entonces, no queréis consolar al Padre y consolarme a Mí, ayudándonos a hacer bueno al pobre hermano; que creedlo… No es feliz de ser lo que es…
Jesús con toda su alma implora por el apóstol tan plagado de defectos y concluye:
“Soy el gran Mendigo. Os pido una limosna de valor: Os pido almas. Ando en busca de ellas… Ayudadme… Saciad el hambre de mi Corazón que busca amor y no lo encuentra sino en pocos.
Pues, los que no tratan de ser prefectos, son para Mí como panes que se me quitan para satisfacer mi hambre espiritual. Dad almas a vuestro Maestro; afligido de que no se le ame y no se le comprenda…”
Los apóstoles están conmovidos… No saben qué decir…
Finalmente el plácido Andrés, contesta por todos:
– Sí, Señor. Con paciencia, silencio y sacrificio; armas que convierten, te daremos almas. También la de él… Dios nos ayudará…
– Así lo haré amigos. Oremos juntos por el compañero que se fue… “Padre Nuestro, que estás en el Cielo…”
HERMANO EN CRISTO JESUS: