129.- ¡QUÉ VIVA LA PARRANDA!…
Áurea entra al taller y se inclina para ver el trabajo de Tomás. Lo admira. Le pregunta para qué sirve y si a ella le quedará bien.
Tomás le dice:
– Te quedará mucho mejor el ser buena. Estos adornos embellecen el cuerpo, pero no el alma. Y si se tienen solo por coquetería, hacen daño al espíritu.
Áurea pregunta extrañada:
– Entonces, ¿Para qué las haces? ¿Quieres hacer mal a un alma?
Tomás se sonríe y contesta:
– Lo superfluo hace mal a un alma débil. Pero para una que es fuerte es un adorno. Y esto es algo que sirve para mantener el manto en su lugar.
– ¿Para quién lo haces? ¿Para tu esposa?
– No tengo esposa, ni la tendré.
– Entonces para tu hermana.
– Ella tiene más de los que necesita.
– Para tu mamá.
– ¡Mi mamá ya está vieja! ¡Para qué pueden servirle!…
– Pero son para una mujer…
– ¡Claro que sí!
– ¡Qué hermosos son!
– ¿Se puede entrar?
Se oye la voz ronca de Pedro que llega con todos los apóstoles, menos Bartolomé e Iscariote.
Jesús los saluda:
– ¡La paz sea con vosotros! ¿Por qué vinisteis con este calor?
– Porque… no pudimos aguantar. ¡Hace tres semanas que no te vemos!
– Os dije que esperarais a Judas…
– Pero no vino… Y cuando llegó el tercer sábado nos venimos. Se quedó Nathanael que no se siente bien, a esperarlo a ver si va. Pero no lo creemos. Cuando pasamos por Tiberíades nos dijeron… bueno, luego te contaré… -dice Pedro sin terminar, porque Andrés le dio un tirón.
– Está bien. Luego me contarás. Estabais deseosos de descansar y ahora que lo podéis hacer… ¿Cuándo se vinieron?
– Ayer por la tarde. El lago no era un corderito. Desembarcamos en Tariquea, para no encontrarnos con Judas…
– ¿Por qué?
– Maestro, queríamos sentirnos contentos contigo, sin él.
– ¡Sois egoístas!
– No. El tiene sus alegrías… No sé quien puede darle tanto dinero para pasar una vida así… ya entendí, Andrés. No me jales tan fuerte. Me vas a romper el vestido. ¿Quieres que se convierta en un harapo?
Andrés se pone rojo.
Los demás sueltan la risa.
Jesús sonríe.
Pedro continúa:
– Está bien. vinimos hasta Tariquea por… no me vayas a regañar. Tal vez porque hacía calor. Tal vez porque lejos de Ti, siento que me hago malo. No entiendo por qué se separó de Ti para juntarse con… ¡Deja de jalarme la manga, Andrés! Ves que puedo detenerme cuando es necesario… Bueno Maestro, no quise pecar. Y si hubiera visto a Judas, lo habría hecho. Llegamos a Tariquea y al alba nos pusimos en camino. ¡Qué calor!…
– Pronto hubiera ido con vosotros.
– ¿Cuándo?
– Después que el sol hubiera salido de la constelación del León.
– ¿Y te parece que hubiéramos aguantado estar sin Ti? ¡Oh, querido Maestro! –y Pedro abraza a Jesús.
– Y pensar que cuando estábamos juntos, no hacéis más que lamentaros del tiempo, del cansancio, del camino…
– Porque somos unos torpes. Porque mientras estamos juntos, no comprendemos lo que eres para nosotros. Pero ya estamos todos aquí…
Un mes después…
Jesús y María están sentados sobre la banca de piedra, junto a la puerta del comedor. El crepúsculo agoniza y pronto llegará la noche…
– ¡Hay tantos obstinados que se creen justos, en todas las clases! Aún entre mis familiares y apóstoles. Créeme Madre que su obstinación en aceptar mi Pasión, reside en esto. Rechazan a los gentiles sin tener en cuenta que tienen un mismo origen y que Dios quiere dar a todos un solo destino.
María contesta:
– Tienes razón. Bartolomé y Judas de Keriot son los más resistentes, ellos que son los más instruidos y capacitados. Judas no podría decir a qué clase pertenezca. Está saturado de las auras del Templo. Pero Bartolomé es bueno, su resistencia encuentra excusa. La de Judas, no.
Supiste lo que dijo Mateo, que a propósito fue a Tiberíades… y Mateo es un experto en estas materias… “¿Pero quién da tanto dinero a Judas?” Y lo que dijo Santiago de Zebedeo no puede pasarse por alto: ‘Porque esa vida cuesta y mucho…’ ¡Pobre María de Simón!
Jesús suspira.
– ¿Supiste que las romanas están en Tiberíades? Hijo, mañana iré. Hablaré con Valeria. Y a mí no me negará nada. Llevaré conmigo a María de Alfeo. Áurea se quedará en la casa de Simón de Alfeo, porque no faltaría quién criticase que se quede con vosotros varios días. Así es el mundo. Iré primero a Caná…
– Me preocupa que te fatigues.
– ¡Por salvar un alma! ¿Qué son treinta kilómetros? Nada. Bendícenos Hijo.
– Si Mamá. Con todo el corazón de un Hijo, con todo el poder de Dios. Ve y que los ángeles guarden tu camino…
– Gracias Jesús. Digamos la Oración, Hijo.
Se ponen de pie y juntos recitan el Padre Nuestro…
Tres días después…
Tiberíades está a la vista. Las dos viajeras cansadas, caminan hacia ella en medio del crepúsculo que va desapareciendo.
María de Alfeo mira espantada a su alrededor y dice:
– Dentro de poco estará oscuro y todavía no llegamos. Dos mujeres solas y cerca una ciudad llena de… ¡Oh, qué gente!… Belzebú por muchas partes…
María de Nazareth contesta:
– No temas, María. Belcebú no nos hará ningún mal. Sólo lo hace a quién le da cabida en su corazón
– Estos paganos lo tienen.
– En Tiberíades no hay tan solo paganos. También entre ellos hay justos.
– ¡Cómo! Pero, ¿Cómo? ¡Si no tienen a nuestro Dios!…
María no replica porque comprende que es inútil. Su buena cuñada no es sino una de tantas israelitas que creen ser las únicas que poseen la virtud… Por ser hebreas.
En medio del silencio se oye el ruido de las sandalias que producen los pies cansados y llenos de polvo…
Cuando llegan a Tiberíades, van al puerto de los pescadores y buscan la casa de José el barquero, que es discípulo.
Más tarde, cuando terminan de cenar, María de Alfeo cansada, se retira con los niños, a dormir.
Quedan en la terraza alta, la Virgen María, el barquero y su mujer, que empieza a cabecear de sueño, arrullada por el sonido de las olas, que rompen en la playa del lago.
José la excusa:
– Está cansada.
María dice:
– ¡Pobrecita! Las mujeres de casa siempre están cansadas al anochecer.
– Sí, porque trabajan… No son como aquellas que se entregan al paseo. -Dice con desprecio señalando unas barcas iluminadas, que se alejan de la playa entre cánticos y gritos…
– ¿Quiénes son?
– Romanas y sus compinches. Entre ellas están Herodías, su licenciosa hija Salomé y también otras hebreas. Porque tenemos muchas iguales a lo que fue María de Mágdala, antes de que se arrepintiese…
– Son unas pobres mujeres que no conocen la felicidad…
– ¿Qué no la conocen? Somos nosotros los que no la conocemos, al no lapidarlas para limpiar a Israel de las que se han corrompido. Y por cuya causa y por sus pecados, Dios nos maldice… Regresarán al amanecer… Todos borrachos y los esclavos los llevarán a sus casas, para dormir la mona… ¡Mira! Allá van las mejores barcas…
Pero más me enojan los hebreos que se mezclan con ellos…
Oye, ¿Sabías que aquí está Judas el Apóstol?
María lo mira atónita y pregunta:
– ¿Por qué? ¿Va con esos?…
José el barquero dice disgustado:
– No. Sino con malos amigos y con una mujer… Yo no lo he visto. Ninguno de nosotros lo ha visto así…
Pero algunos Fariseos se burlan de nosotros y nos dicen: “Vuestro apóstol ya cambió de maestro. Ahora tiene una mujer y está bien acompañado de publicanos.”
Maria dice muy seria:
– No juzgues por lo que oíste decir, José… Sabes que los Fariseos no nos quieren. Y no tributan ninguna alabanza al Maestro.
– Es verdad esto. Pero corre la voz… y nos causa sinsabor… él, que debiera ser santo por estar con el Santo, solo es un borracho, pecador y lujurioso…
– Como brotó, así morirá. No peques contra tu hermano. ¿Dónde está? ¿Conoces el lugar?
– Sí. En casa de un amigo suyo, que tiene una bodega de especias y vinos.
– Yo necesito ver a Valeria, la amiga de Claudia… ¿Son iguales todas las romanas?
– ¡Oh, más o menos! Aunque no se dejen ver, causan daño.
– ¿Quiénes son las que no se dejan ver?
– Las que fueron a la casa de Lázaro en la Pascua. Se han retirado más… Quiero decir que casi no asisten a los banquetes. Pero con una cierta frecuencia, para poder decir que no son unas inmundas.
– Pero, ¿Lo dices porque estás seguro de ello o porque tus prejuicios hebreos te hacen expresarte así? Examínate de veras.
– Bueno… realmente no lo sé. No las he visto más en las barcas de esos… pero de que vayan en la barca de noche, Sí.
– También tú vas, ¿O no?
– ¡Claro! Cuando quiero pescar.
– El calor es terrible. Y solo si uno está en el lago encuentra descanso. Fue lo que dijiste cuando cenábamos.
– Es verdad.
– Entonces, ¿Por qué no podemos pensar que ellas van al lago por el mismo motivo?
José no responde…
Luego dice.
– Es tarde. Las estrellas nos dicen que ya es la segunda vigilia. Me voy a dormir. ¿No vas a dormirte?
María replica:
– No. Voy a Orar. Saldré pronto. No te vayas a sorprender si no me encuentras cuando raye el alba.
– Eres dueña de hacer lo que te parezca. ¡Ana! ¡Ea! Vámonos a acostar. –y sacude a su mujer que se ha quedado dormida.
Cuando María se queda sola, se pone de rodillas y ora. Ora… Pero no pierde de vista las barcas que bogan llenas de luces, de flores, de cantos, de inciensos. Y se hacen pequeñas en la distancia…
Se queda una barca solitaria, que brilla en el espejo luminoso del agua del lago. Boga lentamente.
María no la pierde de vista, hasta que ve que se dirige a la playa…
Entonces se levanta y dice:
¡Señor, ayúdame! Haz que sea…
Y baja ligera por la escalera hasta la habitación donde duerme su cuñada.
– ¡María! ¡María! ¡Despiértate! Vamos.
María de Alfeo se despierta y restregándose los ojos:
– ¿Ya es hora de irnos? ¡Qué pronto amaneció!
Y se levanta somnolienta. Sólo cuando salen a la calle, se da cuenta y exclama:
– ¡Pero todavía no amanece!
– Todavía no. Pero necesitamos irnos cuanto antes. ¡Ven pronto por aquí, antes de que la barca llegue a la playa!
– ¿La barca? ¿Cual barca? -pregunta mientras corre detrás de María, por la playa desierta; hacia el pequeño muelle.
Llegan jadeantes primero que la barca…
María mira fijamente y exclama:
– ¡Bendito sea Dios! ¡Son ellas! Sígueme. Hay que ir a donde van ellas. No sé donde viven…
– Pero, María. Por piedad… ¡Nos tomarán por unas meretrices!
– Basta con no serlo. ¡Ven! –dice la Virgen sacudiendo su cabeza.
Y la jala hacia la penumbra de una casa. La barca toca tierra. Mientras hace una maniobra, se acerca una litera…. Suben a ella dos mujeres y otras dos se quedan en tierra. Y caminan al lado de la litera, que se pone en movimiento al paso cadencioso de cuatro númidas muy altos, vestidos con una túnica muy corta y sin mangas; que apenas si cubre la espalda.
La virgen la sigue a pesar de las protestas que en voz baja hace María de Alfeo.
– Dos mujeres solas… detrás de aquellas. Van medio desnudos… ¡Oh!…
Avanzan unos cuantos metros y la litera se detiene. Desciende una mujer, mientras alguien llama a un portón.
– ¡Salve, Lidia!
– ¡Salve, Valeria! Dale un beso a Faustina en mi nombre. Mañana por la noche leeremos tranquilas. Mientras que aquellos se dan su banquete…
Se abre el portón y Valeria con su liberta está a punto de entrar…
La Virgen se adelanta y dice:
– Domina, una palabra…
Valeria mira a las dos mujeres hebreas envueltas en un manto sencillo, que les cubre el rostro.
Las toma por unas mendigas y dice:
– Bárbara. Dales una limosna.
– No, Domina. No quiero dinero. Soy la Madre de Jesús de Nazareth y ésta es una pariente mía. Vengo en su Nombre a pedirte un favor.
Valeria la mira sorprendida y se angustia:
– ¡Domina!… ¿Tu Hijo acaso está… Perseguido?
María responde:
– No más de lo que suele estar. Él querría…
– Entra Domina. No está bien que estés en la calle como una mendiga.
– No hay necesidad. Quisiera hablarte en secreto…
– ¡Retírense todos! -ordena Valeria.
– Luego
– – Estamos solas. ¿Qué quiere el Maestro? No he venido a hacerle ningún daño en su ciudad. Él no vino, para no causarme ningún daño ante mi esposo.
– No. Porque yo se lo aconsejé. A mi Hijo se le odia, Domina.
– Lo sé.
– Solo encuentra consuelo en su Misión.
– Lo sé.
– No exige honores, ni soldados. No aspira a reinos, ni a riquezas. Hace tan solo sentir su derecho sobre los corazones.
– Lo sé.
– Domina. Él quisiera devolverte a la jovencita… Pero no te vayas a enojar si te digo, que ella no podría dar cabida a Jesús en su corazón, viviendo en tu entorno. Tú eres mejor que otras. Pero a tu alrededor… hay mucho fango del mundo…
– Así es. ¿Y qué quisiera?
– Tú eres madre. Mi Hijo tiene sentimientos paternales para cada corazón. ¿Te gustaría que tu hijita creciese en medio de lo que pudiera arruinarla?
– No. He comprendido… Bueno, dile a tu Hijo estas palabras: ‘En recuerdo de Faustina a quién salvaste su cuerpo; Valeria te deja a Áurea, para que salves su espíritu’ Es verdad. Nos encontramos en medio de la corrupción. Para poder dar garantías a un Santo. Domina… Ruega por mí. –y se retira ligera, antes de que la Virgen pueda darle las gracias.
Valeria se ha ido llorando…
María de Alfeo no sabe qué decir.
Y balbucea:
– La cedió como si fuese una cosa…
– Para ellos lo es. Para nosotros es un alma. Ven… ¡Mira!… ¡El Cielo empieza a iluminarse! Las noches son demasiado cortas… ¡Vámonos!…
Y toman el camino de la ribera…
En una casa. En un rincón, se encuentran con Judas de Keriot, visiblemente borracho, que ha regresado de algún banquete y tiene los vestidos sucios y la cara desfigurada.
María pregunta:
– ¡Judas!… ¿Tú?… ¿En este estado?
Judas no tiene tiempo de fingir que no la conoce. Y no puede huir… la sorpresa y el susto lo despabilan y se queda como enclavado, sin reaccionar…
María se le acerca, venciendo la repugnancia que el apóstol despierta en Ella y le dice:
– Judas. Desgraciado hijo… ¿Qué estás haciendo? ¿No piensas en Dios? ¿En tu alma? ¿En tu mamá? ¿Qué haces Judas? ¿Por qué quieres ser un Pecador…? ¡Mírame, Judas! ¡No tienes derecho a matar tu alma!… –y trata de tomarlo de la mano.
Judas reclama:
– ¡DÉJAME EN PAZ! Al fin y al cabo, soy un hombre. Y soy… Soy libre de hacer, lo que todos los demás hacen. Dile al que te envió a espiarme; que no soy todavía un espíritu… ¡Soy joven!
– No eres libre de arruinarte, Judas. Ten piedad de ti mismo… Obrando así, nunca serás un espíritu dichoso… ¡Judas!… Él no me envió a expiarte. Él ruega por tí… Él no hace otra cosa más que esto. Y también yo con Él. En nombre de tu mamá…
– Déjame en paz. –pero luego; sintiendo que ha sido maleducado, se corrige- No merezco tu compasión. ¡Adiós! -y escapa corriendo.
Maria de Alfeo, dice:
– ¡Qué demonio!… se lo diré a Jesús… Tiene razón mi hijo Judas.
– Tú no dirás nada a nadie. Rogarás por él. Eso es lo que harás…
– ¡Lloras! ¿Lloras por él? ¡Oh!…
– Sí. Me sentí feliz por haber salvado a Áurea… ahora lloro porque Judas es pecador. Pero a Jesús, que ya está muy afligido; no le llevaremos sino buenas noticias. Con nuestras penitencias y plegarias, arrancaremos de las garras de Satanás al pecador… ¡Cómo si fuese un hijo, María! ¡Cómo si fuese un hijo! También tú eres madre y comprendes… Por esa madre infeliz… Por esa alma pecadora… Por nuestro Jesús…
– Sí. Pediré al Señor… Pero no pienso que lo merezca…
– ¡María!… ¡María, no hables así!… Vámonos.
La virgen está muy cansada, cuando de regreso vuelve a pisar el umbral de su hogar. Le abre Simón, quién después de saludarle, se retira prudente al taller. Encuentra a Jesús, poniendo la puerta del horno en su lugar, después de haberla reparado. Está poniendo aceite en los goznes. Apenas ve a su Madre, se limpia las manos en su delantal de trabajo y va a su encuentro…
Jesús saluda:
– La Paz sea contigo, Mamá.
María contesta:
– La Paz sea contigo, Hijo.
– Qué cansada debes estar. Llegaste pronto…
– Desde el amanecer hasta el crepúsculo, descansé en casa de José. Si no fuera por este calor tan fuerte, me hubiera venido luego para decirte, que te cedieron a Áurea.
– ¿De veras? -el rostro de Jesús rejuvenece, ante la alegre sorpresa.
Parece un joven de veinte años y se parece más a su Madre, que siempre parece una jovencita; tanto en su rostro, como en sus movimientos.
– De veras, Jesús. No me costó ningún trabajo conseguirlo. La mujer consintió enseguida. Se sintió conmovida al reconocer que tanto ella como sus amigos, se encuentran en tal estado, que no puede educar a una criatura para Dios. Un reconocimiento tan humilde; tan sincero; tan verdadero. No es muy fácil encontrar a alguien, que sinceramente reconozca tener defectos.
– Así es. No es fácil. En Israel son muy pocos. Ellas son unas almas hermosas, sepultadas bajo una costra de suciedad. Pero cuando ésta caiga…
– ¿Sucederá, Hijo?
– Estoy seguro de ello. Instintivamente se dirigen al Bien. terminarán por acercarse a Él. ¿Qué te dijo?
– ¡Oh! ¡Pocas palabras!… Nos entenderemos al punto. ¿No sería mejor, llamar a Áurea? Quiero comunicárselo, si me lo permites.
– ¡Claro, Mamá! Mandaremos a Simón. –y con voz fuerte llama a Zelote.
– Simón. Ve a la casa de simón de Alfeo y dile que mi madre que ha regresado. Trae a la niña y a Tomás, que ya debe haber terminado el favor que le pidió a Salomé…
Simón se inclina y se va.
María le cuenta a Jesús, todas las peripecias de su viaje… Menos lo de Judas.
Jesús sonríe:
– Me has traído la prueba de lo que las romanas sienten por Mí. Si Juana hubiese intervenido se hubiera podido pensar, que se la cedían a la amiga. Ahora vamos a esperar hasta el sábado y si Mirta no viene, nos iremos con Áurea.
María dice:
– ¡Hijo! Quisiera quedarme…
Jesús contesta:
– Estás muy cansada, lo veo.
– No. No es por eso… Pienso que Judas podría venir aquí. Cómo no está mal que en Cafarnaúm, haya siempre un amigo que lo hospede. Tampoco lo está que alguien lo acoja cariñosamente aquí…
– Gracias Mamá. Sólo tú comprendes, lo que todavía puede salvarlo…
Y ambos suspiran por el discípulo que les causa dolor…
Regresan Simón y Tomás; con áurea que al instante, corre a abrazar a María.
Jesús la deja con su madre y va a adentro con sus apóstoles.
– Rezaste mucho, hija Y el buen Dios te escuchó… -empieza diciendo María.
Pero es interrumpida por un grito de alegría:
– ¡Me quedo contigo! -y le echa los brazos al cuello, besándola.
María la besa también.
Y teniéndola abrazada le dice:
– Cuando uno recibe un gran favor, hay que pagarlo, ¿Oh no?
– Claro que sí. Y yo te pagaré amándote mucho.
– Gracias hija. Pero Dios es más que yo. Él es el que te concedió este gran favor. Esta Gracia inmensa de acogerte entre los hijos de su Pueblo. De hacerte discípula del Maestro-Salvador. Yo sólo fui el instrumento de esta gracia que Él el Altísimo, te concedió. ¿Qué darás pues al Altísimo, para decirle que se lo agradeces?
– No sé. Dime cómo, Madre…
– Con amor. Pero el amor para que sea verdaderamente real, tiene que ir unido con el sacrificio. Porque cuando algo nos cuesta, es porque tiene valor, ¿O no es verdad?
– Cierto.
– Bueno, yo diría que Tú, con la misma alegría con qué gritaste: ‘¡Me quedo contigo!’ Tienes qué gritar: ¡Sí, Señor! Cuando yo, su pobre sierva, te diga lo que Él dispone de ti.
– Dímelo, Madre. –dice Áurea poniendo su carita seria.
– Dios quiere confiarte a dos buenas mujeres, que son madres. A Noemí y a Mirta…
Las lágrimas se asoman a los ojos de la niña y le ruedan por sus sonrosadas mejillas.
– Ellas son buenas. Mi Jesús y yo las queremos. Jesús a una de ellas le salvó su hijo. A la otra, yo le amamanté el suyo. Tú viste que son buenas.
– Es cierto. Pero esperaba quedarme contigo.
– Hija, no se puede tener todo. tú misma ves que yo no estoy con mi Jesús. Os lo he entregado. Estoy separada, muy separada de él; mientras va caminando por la Palestina para predicar, curar y salvar a niñas…
– Es verdad.
– Si lo quisiera para mí sola, a ti no te hubiera salvado y vuestras almas no se salvarían. Piensa cuán grande es mi sacrificio. Os doy un Hijo que será Inmolado por vuestras almas. Por otra parte, tú y yo estaremos siempre unidas; porque las discípulas están siempre unidas con el Mesías, formando una Gran Familia, por el amor que tienen hacia Él.
– Es verdad. ¿Y podré venir aquí? ¿Nos volveremos a ver otra vez?
– Sin duda alguna. Hasta que Dios lo quiera.
– ¿Y rogarás siempre por mí?
– Lo haré siempre.
– Y cuando estemos juntas, ¿Me seguirás enseñando muchas cosas?
– Sí, hija.
– ¡Ah, yo quiero ser como tú! ¿Lo lograré? Quiero saber, para ser buena…
– Noemí es madre de un sinagogo que es discípulo del Señor. Mirta tiene un hijo que mereció la gracia del milagro y es un buen discípulo. Las dos mujeres son buenas e inteligentes, además de que abrigan en su corazón un gran amor.
– ¿Me lo aseguras?
– Te los aseguro, hija.
– Entonces bendíceme. Y que se haga la voluntad del Señor, como dice la Oración de Jesús. La he dicho tantas veces… Es justo que se haga ahora lo que dije, para conseguir que no fuese con los romanos…
– Eres una buena muchachita. Dios siempre te ayudará más. Ven. Vamos a decirle a Jesús que la discípula más joven, sabe hacer la Voluntad de Dios…
Y tomándola de la mano, entra a la casa con ella.
El viernes por la tarde, acalorados pero alegres llegan Mirtha y Noemí, con el joven Abel. Bajan de sus borricos y Abel los lleva al pesebre.
Ellas entran por la puerta del taller. Tomás está guardando las herramientas. Simón barre el aserrín y Jesús está limpiando los cacharros de cola y de pintura.
Las mujeres se inclinan al entrar y luego se arrodillan ante Jesús.
Al hacerlo dicen:
– La paz sea contigo, Maestro y con vosotros también.
Jesús contesta:
– La paz sea con vosotras. Sois muy fieles. ¡Venir con este calor!
– ¡Oh, no es gran cosa! Se encuentra uno tan bien aquí, que se olvida todo. ¿Dónde está tu Mamá?
– Está allá. Terminando un vestido para Áurea. Id vosotras.
Y las dos toman sus alforjas y van donde está María.
Zelote dice:
– Maestro, Mirta además de conservar al hijo que tenía, ha conseguido una nueva criatura y en poco más de un año.
– Sí. En poco más de un año… Hace más de un año que María Magdalena se convirtió. ¡Cómo pasa el tiempo! Me parece que fue ayer… ¡Cuántas cosas han pasado en un año!
Regresa Abel y encuentra a Tomás todavía pensativo y perdido en sus recuerdos. Moviendo distraídamente sus instrumentos de orfebre.
Abel se inclina a verlos y pregunta:
– ¿Tuviste trabajo?
Tomás contesta:
– ¡Oh! He hecho felices a todas las mujeres de Nazareth. He reparado un montón de joyas. Tuve que pedir a Mateo que me trajera metal de Tiberíades. Me he creado una buena clientela. ¡Ja,ja! -Ríe alegre- me estoy preparando. Me he propuesto hacerme propaganda con el trabajo, cuando vaya a predicar entre los infieles. Y estoy haciendo progresos…
– Eres un hombre inteligente como orfebre y como apóstol.
– Me esfuerzo en serlo por amor a Jesús. ¿Con que has ganado una hermana? Trátala bien, ¿Sabes? Es como una palomita salida del nido. Te lo digo yo que estoy acostumbrado por razón de mi trabajo, a tratar mujeres. Una suave palomita que tuvo mucho miedo al gavilán.
Y que busca alas maternas, alas fraternas como defensa. Si tu madre no la hubiese querido, la hubiera pedido yo para mi hermana gemela. Un hijo más, un hijo menos. Es muy buena mi hermana, ¿Sabes?
– También mi madre. Se le murió una niña cuando quedó viuda. Tal vez se le puso mal la leche, cuando murió mi padre. Apenas si me acuerdo de ella. Y tal vez ni siquiera lo haría, si mi madre no la llorase y si cualquier niña pobre de Belén, no tuviese derecho a comer y a vestirse, en recuerdo de la muertita. Tal vez por eso yo también quiero mucho a las niñas. Aunque pienso que ésta ya no es una niña… Pero la consideraré como a tal por su corazón. Si es como mi madre, Noemí y tú, decís…
– Puedes estar seguro. Vamos. La conocerás.
Van al comedor en donde están las mujeres, Jesús y Zelote.
Mirta, que ha venido con una gran esperanza, está conquistándose el corazón de Áurea y le prueba un vestido de lino que le hizo.
– Te queda bien. –le dice acariciándola, mientras le ajusta el vestido- ¡Oh! Ahí está mi hijo Abel. Acércate hijo. Mira… Ésta es Áurea. Pertenecerá a nuestra familia, ¿Lo sabías?
Abel contesta:
– Sí. Y me siento contento como tú.
Mira a la niña. La estudia… Sus negros ojos se clavan en ella. Se muestra satisfecho y sonríe.
Le dice:
– Nos amaremos en el Señor que nos salvó. Y lo amaremos y haremos que otros lo amen. Seré para ti un hermano en espíritu y en cariño. Lo prometo ante el Maestro y mi madre… -y con una gran sonrisa, le tiende su mano fuerte y morena.
Áurea vacila por un momento, se sonroja y estrecha la mano de Abel.
Le contesta:
– Así lo haremos. En el Señor.
Los presentes se sonríen entre sí.
Se escucha una voz ronca:
– Aquí se puede entrar sin llamar a la puerta.
Es Pedro que viene seguido por todos los apóstoles, menos Judas.
Al día siguiente en la tarde, después del descanso del mediodía, se hacen los preparativos para la partida…
Tomás ofrece a la Virgen un brocamantón que se pone en el escote del vestido:
– Sé que no lo usarás, María. Pero acéptalo de todos modos. Tuve la idea de hacértelo, cuando un día mi Maestro habló de ti comparándote con los lirios de los valles. Y para que la alabanza que te dio tu Hijo, se aprecie como símbolo tuyo. Y si no logré dar al metal la viveza de un tallo real y la fragancia de la flor; mi sincero y respetuoso amor por ti lo hagan finísimo como una caricia. Y lo perfumen de la devoción que siento por ti, Madre de mi Señor.
– ¡Oh, Tomás! Es verdad que no uso joyas, porque me parecen cosas fútiles. Pero esto no lo es. Es amor de mi Jesús y de su apóstol. Y me gusta mucho. Y me acordaré del buen Tomás, que ama mucho a su Maestro. Gracias Tomás por tu amoroso afecto.
Todos admiran el trabajo perfecto y Tomás saca otra preciosidad: tres estrellitas de jazmín, con una ramita, unidas en un círculo, un par de peinetas y un par de aretes que le hacen juego…
Y se las entrega a Áurea:
– Porque no fuiste codiciosa. Y has estado aquí mientras el jazmín estuvo en flor. Y porque estas estrellitas te recuerden a nuestra Estrella.
Áurea los recibe y llora de felicidad:
– Muchas gracias, Tomás. No lo olvidaré.
Se despiden y se van, montados en los borricos.
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
128.- FLOR DE HARINA
Pedro dice:
– Maestro, debemos llegar al poblado lo más pronto posible.
Los apóstoles preguntan:
– ¿Por qué? Todavía falta tiempo para el crepúsculo.
Pedro declara:
– No estoy pensando ni en el crepúsculo, ni en el sábado. Pienso en que no pasará ni una hora, antes de que azote una furiosa tempestad. ¿Veis aquellas nubes negras? Y… ¿Estas blancas de acá?… Un viento alto empuja a éstas. Uno inferior a aquellas que están preñadas de granizo… Cuando choquen con las blancas cargadas de rayos, sentiréis la música que tocarán. ¡Ea, pronto! Soy pescador y leo en los cielos…
Jesús es el primero en obedecer y corren hacia las casas de la llanura…
En el puente encuentran a Judas que grita:
– ¡Maestro mío! ¡Cuánto he sufrido sin Ti! ¡Bendito sea Dios que premió mi constancia en esperarte aquí! ¿Qué tal te fue en Cesárea?
– La paz sea contigo, Judas. –responde lacónicamente Jesús.- Hablaremos después. Vente que la tempestad se nos echa encima…
Y después del chaparrón que duró casi toda la noche, al día siguiente la atmósfera está diáfana y la tierra empapada.
Las últimas gotas de agua que quedaron prendidas entre el follaje o suspendidas en los zarcillos que brillan como diamantes puestos al sol. Las frutas lavadas lucen sus colores esplendorosos.
Pedro dice pisando fuerte:
– ¡Qué bien se camina hoy!
Tadeo agrega:
– ¡Mira qué hermoso está el Cielo!
Zelote añade:
– ¡Y esas manzanas! ¡Mira ese racimo que no entiendo cómo no se cae! ¡Parecen cubiertas de cera!
Y alegres caminan contemplando la belleza de la cosas. Hasta que Tadeo al que sigue Tomás y luego los demás; entona un Salmo en el que se celebran las glorias de la Creación.
Jesús sonríe al oírlos cantar contentos. Y une su hermosa voz de tenor al coro. Pero Iscariote, mientras los demás siguen cantando, se le acerca…
Judas dice:
– Maestro, mientras van distraídos y ocupados con su canto, dime ¿Qué hiciste en Cesárea? Todavía no me lo has contado… Y es la primera oportunidad que tenemos de hablar juntos. No pude preguntarte antes…
Jesús contesta:
– ¿Te interesa mucho?… En Cesárea hice lo que hago siempre: hablar del Reino de Dios y de la Ley…
– ¿A quién?
– A los ciudadanos. En los mercados…
– ¿A los romanos no? ¿Es verdad que no los viste?
– Pero, ¿Cómo es posible estar en Cesárea, sede del Procónsul y no ver romanos?
A Judas le es imposible disimular su ansiedad y pregunta:
– Lo sé… Quiero decir, ¿Les hablaste a ellos?
– Repito: ¿Te interesa mucho?
– No, Maestro. Es una simple curiosidad.
– Pues bien. Hablé a las romanas.
– También a Claudia, ¿Qué te dijo?
– Nada, porque no fue. Pero me hizo entender que no desea que se sepa que tiene contacto con nosotros…
Jesús recalca mucho lo que ha dicho…
Y observa la cara de Judas que por más desvergonzado que sea, cambia de color. Primero se pone rojo y luego cenizo.
Pero se recupera pronto:
– ¿No quiere? ¿No piensa más en Ti? ¡Es una loca!
– No. No es una loca. Es una mujer equilibrada. Sabe distinguir y reconocer su deber de romana y su deber para consigo misma. Y si a sí misma, a su corazón, procura luz y tranquilidad viniendo a la Luz y a la Pureza; pues es una criatura que instintivamente busca la Verdad y no se conforma con la mentira del paganismo. No quiere por otra parte, causar daño a su patria con ideas nocivas que podrían serlo, si se cree que ella está a favor de un posible competidor de Roma…
– ¡Oh! ¡Pero Tú eres rey del espíritu!…
– Pero hay entre vosotros quién sabiéndolo, no quiere aceptarlo. ¿Puedes negarlo?
Judas se pone rojo y luego pálido. No puede mentir.
– No pero el demasiado amor que…
Jesús puntualiza:
– Con mayor razón quién no me conoce. Esto es Roma; puede tener miedo de Mí, como de un competidor. Claudia obra rectamente para con Dios y para con su patria. Yo admiro los espíritus fieles y justos que no son tercos. Querría que mis apóstoles mereciesen la alabanza que tributo a la pagana.
Judas no sabe qué decir. Está por separarse del Maestro, pero la curiosidad lo aguijonea un poco más. Más que curiosidad, el deseo de saber hasta qué punto sabe el Maestro…
– ¿Me buscaron?
– Ni a ti, ni a ningún apóstol.
– ¿Entonces de qué hablaron?
– De la vida. De su poeta Virgilio.
– Pero, ¿Por qué hablasteis de eso? ¿Qué tenía que ver? Charlas inútiles…
– No. Me sirvió para hacerles ver que el hombre casto, tiene una inteligencia luminosa y un corazón honesto. Cosa interesante no solo para ellas…
– Tienes razón. No te quito más el tiempo, Maestro. –y parte a la carrera para alcanzar a los demás…
Jesús camina despacio y se une a ellos. Al divisar un lugar en que hay cuatro caminos, Jesús se detiene y dice:
– Separémonos. Vengan conmigo Tomás, Simón y mis hermanos. Los otros vayan al lago y allá espérenme.
Judas dice:
– Gracias, maestro. No me atrevía a pedírtelo. Te me has adelantado. Estoy muy cansado y me quedaré en Tiberíades, si Tú me lo permites…
Santiago de Zebedeo añade:
– En casa de un amigo…
Judas abre tamaños ojos, pero no protesta nada.
Jesús contesta:
– Me basta con que el sábado estés en Cafarnaúm, con tus compañeros. Venid para que os de el beso de despedida a vosotros que no venís conmigo…
Los besa cariñosamente, dando a cada uno un consejo en voz baja…
Jesús los bendice y todos se despiden, tomando cada quién su camino…
Tres días después…
En Nazareth, han llegado a la casa de María. Cuando se abre la puerta y se deja ver el dulce rostro de la Virgen…
Jesús abre sus brazos para estrecharla y exclama:
– ¡Mamá!
María contesta dichosísima:
– ¡Hijo mío, Bendito! ¡Entra! ¡Y la paz y el amor esté contigo!
– ¡Y también con mi Mamá y con la casa y con quién en ella esté! -dice Jesús entrando con sus cuatro apóstoles.
María de Alfeo y Mirta con Noemí, están haciendo el pan y lavando la ropa.
– Allí está vuestra madre. –dice María a Judas Tadeo y a Santiago, señalándoles a María de Alfeo; después de haber saludado a los apóstoles, que se retiran discretamente, para dejar solos a la Madre y al Hijo.
– Heme aquí de nuevo Mamá. Estaremos juntos por un poco de tiempo… ¡Qué dulce es regresar a la casa y sobre todo a dónde estás, después de haber estado entre los hombres!…
– Que siempre te conocen más y por haberte conocido, se dividen en dos ramas: la de los que te aman. Y la de los que te odian. Y la rama más gruesa es esta última…
– El Mal presiente que va a ser derrotado y está furioso… Y vuelve a otros furiosos. ¿Cómo está la niña?
– Un poco mejor. Estuvo a punto de morir. Pero las palabras que repetía en medio de su delirio corresponden en cierta forma, a las que dice ahora que ya no está. Estaríamos mintiendo si asegurásemos que no hemos reconstruido su historia… ¡Infeliz!
– Es cierto. Pero la Providencia veló por ella.
– ¿Y ahora?
– Ahora… Áurea no me pertenece. Su alma es mía… Su cuerpo es de Valeria. Por ahora permanecerá aquí, mientras olvida.
– Mirta la quiere.
– Lo sé… Pero no tengo el permiso de la romana, para obrar con todo derecho sobre ella. Cuando ella la busque…
– Iré en tu lugar, Hijo mío. No está bien que vayas Tú… Deja que lo haga tu Mamá. A nosotras las mujeres; seres de ningún valor en Israel, no se nos observa tanto si hablamos con los gentiles.
Tu Mamá es desconocida para el mundo. Nadie se fijará en la campesina hebrea que envuelta en su manto, va por las calles de Tiberíades y llama a la puerta de una dama romana…
– Podrías ir a la casa de Juana y hablar allí con la dama.
– Así lo haré Hijo mío y que tu corazón descanse. Estás muy afligido, Jesús mío. Lo comprendo. ¡Y cuánto quisiera hacer por Ti!…
– ¡Oh, que si lo haces Mamá! Gracias por todo lo que haces.
– ¡Oh! Es muy poco lo que te ayudo, Hijo mío, porque no logro alcanzar que te amen. No logro darte alegría… Cuando se te permite gozar de ella un poco. ¿Yo que soy? Una pobrecita discípula…
– ¡Mamá! ¡Mamá! ¡No digas eso! Mis fuerzas nacen de tus oraciones. Mi corazón descansa pensando en ti. Y ahora encuentra consuelo al apoyar mi cabeza sobre tu corazón… ¡Oh, Mamita hermosa!
Jesús está sentado sobre la banca de la pared y atrae a Sí a su Madre. Que le acaricia los cabellos con suavidad…
Después de un momento de filial intimidad, sale con su Madre al huerto. Saluda a las discípulas en el dintel de la habitación donde está Áurea y…
Jesús pregunta:
– ¿Está durmiendo la niña?
María de Alfeo contesta:
– Sí. La fiebre la consume y la debilita. Si sigue así, morirá. Su cuerpo no puede resistir y su memoria se ve turbada con los recuerdos.
Mirta afirma:
– Sí. Y no reacciona. Porque dice que quiere morir, para ya no ver más romanos…
Noemí dice:
– Es un dolor para nosotros que ya la amamos…
Jesús dice:
– No temáis.
Y dirigiéndose a la habitación, levanta la cortina. Mira a la niña que delira por la fiebre, en su lecho de enferma.
Con voz llena de piedad, dice:
– ¡Áurea! ¡Ven! ¡Aquí está tu Salvador!
Áurea se sienta sobre el lecho, lo ve y con un grito baja hacia la puerta, se postra a sus pies diciendo:
– ¡Señor! ¡Ahora sí que me has librado!
– ¡Está curada! ¿Lo veis? No podía morir, porque antes tenía que conocer la Verdad. –y a ella le dice- levántate y vive tranquila.
Le pone la mano sobre la cabeza. Áurea está sana y parece un ángel, con sus ojos brillantes y la alegría que irradia…
Jesús dice:
– ¡Hasta pronto! Os dejamos en vuestros quehaceres…
Y Jesús se retira al taller, seguido por sus cuatro apóstoles.
Más tarde… el brasero del taller está prendido y el olor a cola que hierve en un recipiente se mezcla con la del aserrín y el de las virutas que caen sobre el suelo.
Jesús trabaja con ahínco, sirviéndose de la sierra y del cepillo, para confeccionar patas de silla, cajones y reparar la artesa, uno de los telares de María, dos taburetes, la escalera del huerto, un pequeño baúl y la puerta del horno, que parece que la royeron en su base los ratones. Jesús trabaja en reparar lo que el tiempo y el uso han acabado.
Tomás por su parte, con su equipo de pequeños instrumentos de orfebre. En una mesa, trabaja hábilmente en unas láminas de plata.
El golpe de su martillito sobre el punzón, saca sonidos argentinos y complementa el ruido que hace Jesús al trabajar la madera. Cuando no habla, se pone a chiflar quedito, levanta sus ojos y piensa. Se queda absorto mirando las paredes ahumadas del taller de carpintería.
Jesús lo nota y dice:
– ¿Estás sacando inspiración de esa pared negra, Tomás? El largo trabajo de un justo la dejó así. Pero no entiendo que inspiración pueda tener para un orfebre…
Tomás contesta:
– El orfebre es un poeta que trasmite al metal, las bellezas de la naturaleza. Pero nuestra obra artística y bella, no se compara con la tuya, humilde y santa. Porque la nuestra sirva para la vanidad de los ricos; mientras que la tuya sirve para la santidad del hogar y utilidad de los pobres.
– Dices bien, Tomás. –dice Zelote, asomándose al dintel de la puerta que da al huerto y trae un bote con pintura en la mano.
Jesús y Tomás lo miran sonrientes.
– ¡Claro que digo bien! Pero quiero que por lo menos una vez, el trabajo de un orfebre sirva para adornar algo muy santo…
– ¿Cuál? ¿Qué?
– Es un secreto… Tanto he amado esta idea, que desde que estuvimos en Roma. Siempre traigo conmigo un pequeño equipo de orfebre, en espera del momento preciso… ¿Y tú trabajo Simón?
– ¡Oh! Yo no soy un buen artífice como tú. Es la primera vez que tomo la brocha en la mano y las brochadas no están parejas, aunque pongo toda mi buena voluntad. He dado la primera mano y te aseguro que mi impericia tiene muerta de risa a Áurea… Me siento feliz de que vuelve a nacer a la vida y es lo que se necesita para borrar el pasado. Y que se convierta en un nuevo ser para Ti, Maestro…
Tomás advierte:
– Pero tal vez Valeria no quiera cederla.
Zelote exclama:
– ¡Qué le importa a ella tenerla o no tenerla! Si la tuviese sería solo para dejarla perdida en el mundo. Y lo mejor es que la niña se salve. Sobre todo en su alma. ¿No es verdad, Maestro?
Jesús contesta:
– Así es. Hay que rogar mucho para lograrlo. La criatura es sencilla y buena. Si se le educa en la verdad podría llegar a servir mucho. Instintivamente se dirige a la Luz.
Tomás dice:
– Como no tiene consuelos en la tierra, busca los el Cielo. ¡Pobrecita! Si llego a ser digno de predicarte alguna vez, tendré un amor especial por los esclavos. ¡Pobres infelices!…
Jesús confirma:
– Lo harás bien, Tomás.
Zelote pregunta:
– Está bien. ¿Pero cómo te acercarás a ellos?
– ¡Oh! Seré orfebre para las damas… Y maestro para sus esclavos. Un orfebre entra en las casas o a la suya llegan los ricos. Y trabajaré dos metales: el de la tierra para los ricos. El del espíritu para los esclavos.
– Dios te bendiga por estas ideas. Persevera en ellas.-dice Jesús.
– Sí, Maestro.
Zelote invita:
– Ven conmigo, Maestro. A ver mí trabajo.
Jesús dejas sus instrumentos y sale con él. Llegan a la escalera del huerto y enseña a Zelote como debe pintarla para que le quede bien.
– ¡Así! ¡Así! -Jesús, inclinado al pie de la escalera, habla y trabaja al mismo tiempo…
Tomás deja sus punzones y se acerca a escuchar, pues Jesús habla de la parábola de la madera barnizada, comparándola con el alma y las virtudes que la hacen bella…
Al final Zelote exclama:
– ¡Qué parábola tan hermosa nos has dicho! Quiero escribirla para dársela a Marziam.
Áurea reclama con un grito:
– ¡Y también para mí! – hace unos minutos está descalza en el umbral que da al huerto.
Jesús pregunta:
– ¡Áurea! ¿Estabas escuchando?
– Te escuché. ¡Es muy bello! ¿Hice mal?
– No.
– Tu Mamá me mandó a decirte que dentro de poco es la hora de comer y ya van a sacar el pan del horno. Aprendí a hacerlo… ¡Qué bello! También he aprendido a blanquear la tela. Y en ambos casos tu Mamá me ha recitado hermosas parábolas.
– ¿Ah, sí? ¿Qué dijo?
– Que soy como harina todavía con tamiz. Pero tú bondad me limpia y tu Gracia trabaja en mí. Tu apostolado me forma, tu amor me cuece. Y así de una harina sucia, mezclada con otros elementos. Si te dejo que Tú trabajes en mí, terminaré por ser harina de ofrenda y pan de sacrificio, buena para el altar.
Y que en la tela que antes era oscura, llena de aceite y tosca; después de que se le echo tanta hierba borit. Después de restregarse, se ha limpiado y se vuelve suave. El sol enviarás sus rayos y quedará blanca… Y dijo que pasará lo mismo conmigo, si dejo que el sol de Dios con sus rayos y acepto que me limpie. Que me sujete a mortificaciones para llegar a ser digna del Rey de reyes. De ti, mi Señor. ¡Qué cosas tan hermosas estoy aprendiendo! Parece un sueño… ¡Todo es hermoso aquí!… ¡No me despaches, Señor!
– ¿No te irías gustosa con Mirtha y Noemí?
– Preferiría estar aquí. Pero, también con ellas. Pero no con los romanos. Con los romanos no, Señor.
– Ruega, niña. ¿Has aprendido la Oración?
– ¡Oh, sí! Es tan hermoso decir: ‘¡Padre mío…!’ Y pensar en el Cielo. Pero la Voluntad de Dios me causa un poco de miedo. Porque no sé qué es lo que Dios quiere. Y no sé si Dios desea lo que yo quiero…
– Dios quiere tu bien…
– ¡Ah, sí! Tú lo dices y ya no tengo miedo. Presiento que me quedaré en Israel para conocer siempre más a este Padre mío. Y ser la primera discípula de Galilea. ¡Oh, Señor mío!
– Tu fe, porque es buena, será escuchada. Vamos.
La niña se va con María y se oyen sus risas… María le habla con mucha dulzura. Tomás dice:
– La niña aprende pronto.
Jesús contesta:
– Es buena y tiene voluntad.
Zelote agrega:
– Y tu Mamá, ¡Es una Maestra irresistible! Ni siquiera Satanás se atrevería a resistirla…
Jesús suspira y no dice nada.
– ¿Por qué suspiras así, Maestro? ¿No estuve en lo cierto?
– Sí. Pero hay ciertos hombres que son más resistentes que Satanás; el cual por lo menos huye de la presencia de María. Hay hombres que estando cerca de Ella y aunque Ella les enseña, no cambian su ser en algo bueno.
Y entran en la casa…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
127-EL ÓBOLO DE CLAUDIA
Los cordeleros siguen trabajando.
Luego, Jesús regresa despacio al almacén y se queda pensativo. Se sienta sobre un montón de cuerdas enrolladas. Ora intensamente…
Los once apóstoles continúan durmiendo profundamente. La vida en el puerto se desarrolla con la misma pacífica rutina, de las provincias gobernadas por el imperio más poderoso del mundo.
Roma es una máquina de eficiencia y disciplina…
Una hora después, el cordelero asoma la cabeza en el depósito y le dice a Jesús que vaya a la puerta, porque…
– Hay un esclavo que te quiere ver.
El esclavo. Un númida, está parado junto al platanar, en la plaza llena de sol… Cuando ve a Jesús, se inclina y sin hablar, le entrega una tableta encerada.
Jesús la lee y dice:
– Dirás que esperaré hasta antes del alba. ¿Entendiste?
El esclavo mueve la cabeza asintiendo. Y para que vea por qué no habla, abre su boca y le enseña la lengua tronchada.
Jesús mueve la cabeza con un gesto lleno de tristeza y dice:
– ¡Infeliz! – acariciándolo con mucha compasión.
Por las mejillas del esclavo corren dos lágrimas. Toma la mano blanca entre las suyas negras y se la pone en la cara. La besa, se la lleva al pecho y se echa en tierra. Toma el pie de Jesús y se lo pone en la cabeza…
Un lenguaje mudo para expresar su agradecimiento por ese gesto de amor.
Y Jesús repite:
– ¡Infeliz! -pero no lo cura.
El esclavo se levanta y pide la tableta encerada. Claudia no quiere dejar huellas de su contacto epistolar.
Jesús sonríe y devuelve la tableta. El númida se va y Jesús se acerca a donde está el cordelero…
El Maestro dice:
– Simón, debo quedarme hasta antes del alba. ¿Me lo permites?
Simón contesta:
– Todo lo que quieras. Me desagrada ser pobre…
– Me agrada que seas honrado.
– ¿Quiénes eran esas mujeres?
– Unas extranjeras que necesitaban de consejo.
– ¿Están sanas?
– Como Yo y tú.
– Entonces está bien. Ahí están tus apóstoles.
Los once salen del almacén, somnolientos.
Pedro dice:
– Maestro, hay que cenar antes de partir.
Jesús contesta:
– No. No partiremos hasta el amanecer.
– ¿Por qué?
– Porque me pidieron que así lo hiciera.
– ¿Por qué? ¿Por quién?… Es mejor caminar de noche… La luna es nueva.
– Espero salvar a una criatura y esto es más luminoso que la luna y más refrescante que las frescuras de la noche.
Pedro lo lleva aparte:
– ¿Qué pasó? ¿Viste a las romanas? ¿Qué humor tienen? ¿Son ellas las que se van convertir? ¡Dímelo!…
Jesús sonríe:
– Si me dejas responder te lo diré, hombre curiosísimo. Vi a las romanas. Muy lentamente caminan hacia la Verdad. Pero no retroceden… Lo que ya es mucho.
– Y… acerca de lo que dijo Judas, ¿Hay algo?
– Que continuarán venerándome como a un sabio.
– ¿Por causa de Judas? ¿Es él el que lo ha hecho?
– Vinieron a buscarme a Mí no a él…
Pedro pregunta inquieto:
– Entonces, ¿Por qué Judas tuvo miedo de encontrarse con ellas? ¿Por qué no quería que vinieras a Cesárea?
– Simón, no es la primera vez que Judas tiene caprichos estrambóticos…
– Es verdad. ¿Y van a venir esta noche las romanas?
– Ya vinieron.
– Entonces, ¿Por qué esperamos hasta que amanezca?
– ¿Por qué eres tan curioso?
– Maestro, sé bueno… Por favor dime todo.
– Te lo diré para quitarte toda duda. También tú escuchaste la conversación de aquellos tres romanos…
– ¡Claro que la oí!… Inmundos. Apestosos. Demonios. Pero a nosotros, ¿Qué nos importa?… ¡Ah! ¡Entiendo!… Las romanas van a ir a la cena y luego vendrán a pedirte perdón, por haber estado en medio de la inmundicia… Me maravilla que consientas en ello.
– Yo me maravillo de que te formes juicios temerarios.
– ¡Perdóname, Maestro!
– Sí. Pero ten en cuenta que las romanas van a ir a la cena y yo pedí a Claudia que interviniese a favor de esa muchachita…
– ¡Ah, pero Claudia no puede hacer nada!… El romano compró a la muchacha y tiene todo el poder sobre ella.
– Pero Claudia tiene mucho más poder sobre el romano. Y Claudia me mandó decir que no parta hasta antes del alba. No hay otra cosa. ¿Estás contento ahora?
– Sí, Maestro. Pero no has descansado nada. Ven. Estás muy agotado. Vigilaré para que te dejen en paz. Ven. Ven. –y amorosamente tiránico lo jala, lo empuja y lo obliga a tirarse en el montón de cáñamo.
Pasan las horas. El sol se oculta. Cesa el trabajo. Entra la noche, las golondrinas van a sus nidos y los niños a la cama. Uno tras otro van muriendo los ruidos, hasta que solo queda el estrépito de las olas, al estrellarse sobre la playa…
Los apóstoles duermen sobre el cáñamo.
Jesús está sentado sobre un malacate con las manos sobre las rodillas. Ora… Piensa… Espera. No quita los ojos del camino que viene de la ciudad.
La luna está casi perpendicular y el mar retumba con mayor fuerza…
Por el canal avanza una barca pequeña y sube hasta la dársena silenciosa. Se detiene y bajan tres personas. Un hombre robusto, una mujer y una figura delicada. Se dirigen hacia la casa del cordelero…
Jesús se levanta y sale a su encuentro…
Cuando llega hasta ellos saluda:
– La paz sea con vosotros. ¿A quién buscáis?
Livia contesta:
– A ti, Maestro. –descubriéndose y acercándose ella sola- Claudia hizo lo que le pediste, porque era una cosa justa y completamente moral… –señala hacia la barca y agrega- Aquella es la muchachita. Dentro de poco tiempo, Valeria la tomará como doncella de su pequeña Fausta… Pero te ruega que entre tanto la tengas Tú, que puedes confiarla a tu Madre o a la madre de tus parientes. Es pagana del todo… Mejor dicho, es peor que pagana. El dueño que la alimentó no le enseñó nada en absoluto… Nunca ha oído hablar ni del Olimpo, ni de ninguna otra cosa. Tan solo se siente aterrorizada ante los hombres, porque hace unas cuantas horas la vida se le reveló como es: brutal y cruel…
Jesús pregunta:
– ¡Oh! ¿Demasiado tarde?
– No, materialmente… él la preparaba poco a poco… Digamos… para su sacrilegio. Y la niña está espantadísima… Claudia tuvo que dejarla durante toda la cena cerca de ese sátiro y sólo pudo intervenir cuando el vino le había nublado el pensamiento. No es necesario que te diga que si el hombre es un lúbrico en sus amores sensuales, lo es mucho más cuando está ebrio…
Pero es solo entonces que se convierte en un juguete con el que se puede hacer lo que se quiera y arrebatarle su tesoro. Claudia se aprovechó del momento.
Ennio quiere regresar a Italia, de la que salió porque perdió el favor imperial… Claudia le prometió el regreso a cambio de la muchacha.
Ennio mordió el anzuelo… Mañana cuando ya no esté borracho protestará, la buscará, hará su comedia… Pero también mañana Claudia buscará el modo de hacerlo callar.
Jesús protesta:
– ¿Con la violencia? ¡No!
Livia sonríe con travesura:
– ¡Oh, Maestro! ¡La violencia empleada con buen fin!… Pero no será necesaria… También Claudia se encargó de ‘ayudar’ a su marido a pasarla bien en la cena… Y ahora sólo Pilatos, que está inconsciente por el vino que digirió esta noche, está firmando y sellando la orden de que Ennio se presente en Roma… ¡Ah, ah!… Y partirá en primer buque militar.
Pero mientras tanto, es mejor que la niña esté en otra parte por precaución de que en cuanto a Pilatos se le pase la borrachera, se arrepienta y revoque la orden… ¡Es muy endeble! Y es mejor así… Para que la niña olvide las asquerosidades humanas…
¡Oh, Maestro! Por este motivo fuimos a la cena. Pero, ¿Cómo pudimos ir allá hasta hace unos cuantos meses, sin haber sentido náuseas?… Tan pronto obtuvimos lo que se deseaba, nos salimos… Todavía nuestros maridos están imitando a los brutos ¡Qué náuseas, Maestro! Y debemos recibirlos después… después que…
– Sed austeras y pacientes. Con vuestro ejemplo haréis mejores a vuestros maridos.
– ¡Oh, no es posible! Tú no sabes… -Livia llora más de coraje, que de dolor.
Jesús suspira y ella continúa:
– Claudia te manda decir que lo hizo para mostrarte que te venera como al Único Hombre que merece veneración… Y quiere que te diga que te agradece haberle enseñado lo que vale un alma y lo que vale la pureza. Lo recordará siempre…
¿Quieres ver a la niña?
– Sí. El hombre ¿Quién es?
– El númida mudo que emplea Claudia, para sus servicios secretos. No hay ningún peligro de delación… No tiene lengua.
Jesús repite:
– ¡Infeliz!
La romana toma a la niña de la mano y casi la arrastra hasta donde está Jesús…
Livia dice:
– Sabe unas cuantas palabras latinas. Judías casi ninguna. Es una salvajita… Que la eligieron únicamente como objeto de placer. –y dirigiéndose a la niña- No tengas miedo. Dale las gracias. Él fue el que te salvó. Arrodíllate y bésale los pies. ¡Ea! ¡Hazlo! ¡No tengas miedo! Perdona Maestro, todavía tiene el terror que le inspiraron las caricias de Ennio que estaba ebrio…
– ¡Pobre niña! -dice Jesús poniéndole su mano en la cabeza- ¡No tengas miedo! Te llevaré a casa de mi Madre, por algún tiempo. A la casa de Mamá, ¿Entiendes? Y tendrás muchos hermanos buenos… ¡No tengas miedo, hijita mía!
En la Voz y en la mirada de Jesús hay todo: paz, seguridad, pureza, amor santo.
La niña lo siente y se echa para atrás el manto con su capucho, para mirarlo mejor. Y aparece el rostro delicado de una niña que se asoma a la pubertad…
Sus modales son sencillos. Su expresión está llena de inocencia. El vestido que trae le queda muy largo…
Livia dice:
– Estaba casi desnuda. Le puse lo primero que encontré. Lleva otros en la alforja…
Jesús la mira con piedad e infinita compasión y dice:
– ¡Es una niña! -Y tomándola de la mano le pregunta- ¿Quieres venir conmigo?
La niña contesta:
– Sí, patrón.
Jesús rebate:
– No. No soy tu patrón. Dime Maestro.
– Sí, Maestro. –le dice con más confianza.
Y una tímida sonrisa se asoma en la carita que antes estaba pálida por el miedo.
Jesús pregunta:
– ¿Eres capaz de caminar mucho?
– Sí, Maestro.
– Después descansarás en la casa de mi Madre. En mi casa, hasta que llegue Fausta. Una niña a la que vas a querer mucho. ¿Quieres?…
– ¡Oh, sí! –y ella confiada, levanta sus bellísimos ojos verde-azul, que lo miran asombrados bajo sus cejas color oro y con un destello de terror que vuelve a turbar su mirada, se atreve a preguntar- ¿Ya no más aquel patrón?…
– No, más. –le promete Jesús, poniendo su mano en su cabellera rubia.
Livia se despide:
– Adiós, Maestro. Dentro de pocos días iremos al lago. Tal vez podremos verte una vez más. Ruega por tus pobres discípulas romanas.
Jesús repica:
– Gracias… Vete en paz. Adiós, Lidia. Di a Claudia que éstas son las conquistas que pretendo y no otras. – se vuelve hacia la niña y agrega- Ven niña. Partiremos ahora.
Y tomándola de la mano, se dirige a la puerta del almacén y llama a los apóstoles.
La barca se va sin dejar rastro de haber venido y entra al mar abierto…
Caminan rápido y todavía está oscuro en las cercanías de Cesárea. Se detienen un poco, porque la niña que no está acostumbrada a caminar de noche y frecuentemente tropieza con las piedras del caminan…
Jesús dice:
– Es mejor esperar un poco. La niña no ve y está cansada.
La niña responde rápida:
– No, no. Si puedo… Vámonos lejos, lejos, lejos… Podría venir… Por aquí pasamos para ir a esa casa. –Lo dice castañeteando los dientes, mezclando hebreo y latín para hacerse entender.
Jesús trata de tranquilizarla:
– Vamos detrás de aquellos árboles y nadie nos verá. No tengas miedo.
Bartolomé, para darle ánimos, dice:
– No tengas miedo. A estas horas, ese romano es una sopa de vino bajo la mesa…
Pedro agrega:
– Y estás con nosotros. Todos te queremos. No permitiremos que te hagan daño. ¡Oh! ¡Somos doce hombres fuertes!…
Pedro, que apenas es un poco más alto que ella. Él la robustez y ella la delicadeza. Él quemado por el sol y ella blanca como alabastro.
¡Pobre florecita que fue criada para ser solamente admirada y más preciosa!
Juan le dice:
– Eres una hermanita nuestra y los hermanos defienden a sus hermanas.
Cuando llegan a la arboleda, se sientan y aguardan. Los hombres se dormirían gustosos, pero a ella cualquier ruido la hace gritar.
Y el galope de un caballo la hace que se cuelgue del cuello de Bartolomé que tal vez por ser el de mayor edad atrae su confianza y de esta manera… No es posible dormir.
Bartolomé le dice:
– No tengas miedo. Cuando uno está con Jesús, nunca sucede una desgracia.
La niña contesta temblando:
– ¿Por qué? – y sigue todavía asida al cuello de Bartolomé.
– Porque Jesús es Dios y Dios es más fuerte que los hombres.
– ¿Dios? ¿Qué cosa es Dios?
Bartolomé exclama:
– ¡Pobre criatura! Pero, ¿Cómo te educaron? ¿No te enseñaron nada?…
La niña contesta:
– Sí. A conservar blanco el cutis, brillante la cabellera. A obedecer a los patrones. A decir siempre que sí…
Pero yo no podía decir sí al romano… Era feo y me daba miedo. En su casa siempre había unos ojos. En el baño, en los vestidores, en el cubiculum… Unos ojos… Y esas manos… ¡Oh! ¡Y si alguien no decía sí, era apaleado!… –y comienza a llorar.
Jesús dice:
– No lo serás más. Ya no está el romano. Ni están sus manos… Sólo la Paz.
Felipe comenta:
– ¡Es una crueldad! Cómo a bestias y peor todavía… Porque a una bestia le enseñas su oficio. Pero a esta criatura la lanzaron sin saber…
Ella responde:
– Si hubiese sabido, me hubiera arrojado al mar. Él decía: ‘Te haré feliz…’
Zelote dice:
– De hecho te hizo feliz, de una manera que nunca imaginó. Feliz en la tierra y feliz en el Cielo. Porque conocer a Jesús, es la felicidad.
Hay un silencio en el que todos meditan en las crueldades del mundo.
Luego en voz baja, la niña le pregunta a Bartolomé:
– ¿Me puedes decir que es Dios? ¿Y por qué Él es Dios?… –después de una pausa agrega- ¿Porque es hermoso y bueno?…
Bartolomé se siente atolondrado. Se toma de la barba con perplejidad y dice lleno de incertidumbre:
– Dios… ¿Cómo haré para enseñarte a ti, que no tienes ninguna idea de religión en tu cabeza?
Esto provoca otra pregunta todavía más complicada, para el abrumado apóstol:
– ¿Qué cosa es religión?
Bartolomé decide pedir auxilio:
– ¡Oh, que esto no me lo esperaba!… Estoy ahora como uno que se ahoga en el mar. ¿Qué puedo hacer ante el abismo?
Jesús aconseja:
– Lo que te parece difícil, es muy sencillo Bartolomé. Es un abismo, sí. Pero vacío… Y puedes llenarlo con la Verdad. Peor es cuando los abismos están llenos de fango, veneno, sierpes. Habla con sencillez como si hablases a un infante. Y ella te entenderá como no lo haría un adulto.
Bartolomé pregunta:
– Maestro, ¿Pero no podrías hacerlo Tú?
– Podría. Pero la niña aceptará más fácilmente las palabras de un semejante suyo, que las mías que son de Dios. Y por otra parte, os encontraréis en lo futuro ante estos abismos y los llenaréis de Mí. Debéis pues aprender a hacerlo.
– Es verdad. Lo probaré…
Después de pensarlo un poco, Bartolomé pregunta:
– Oye niña, ¿Te acuerdas de tu mamá?
Ella sonríe y contesta:
– Si, señor. hace siete años que… antes estaba con ella.
– Está bien. ¿La recuerdas? ¿La amas?
Ella solloza en un:
– ¡Oh! -y da un pequeño grito.
– No llores. ¡Pobre niña! Oye, el amor que tienes por tu mamita…
– Y por mi papá y por mis hermanos… -contesta sollozando.
– Sí. Por tu familia… el amor por tu familia. Los pensamientos que guardas por ella. El deseo que tienes de regresar a ella…
– ¡Nunca más los veré…!
– Pero todo es algo que podría llamarse religión de la familia. Las religiones, las ideas religiosas son el amor… El pensamiento, el deseo de ir a donde está aquel o aquellos en quienes creemos; a quienes amamos y a quienes deseamos ver…
– Si yo creo en ese Dios que está allí, ¿Tendré una religión?… ¡Es muy fácil!
Bartolomé está totalmente desorientado:
– ¡Bien! ¿Fácil qué cosa?… ¿Tener una religión o creer en ese Dios que está allí?
La niña dice convencida:
– En ambas cosas… Porque fácilmente se cree en un Dios Bueno, como el que está allí. El romano me nombraba muchos y juraba. Decía: ‘¡Por la diosa Venus, por el dios Júpiter, por el dios Cupido!’ Han de ser dioses malos porque él hacía cosas malas cuando los invocaba.
Pedro comenta en voz baja:
– No es tan tonta la niña.
Ella dice:
– Pero yo no sé todavía que cosa es Dios. Veo que es un hombre como tú… Entonces es un Hombre- Dios. ¿Y cómo se hace para comprenderlo? ¿En qué aspecto es más fuerte que todos? No tiene ni espada, ni siervos…
Bartolomé suplica:
– Maestro, ayúdame…
Jesús responde:
– No, Nathanael. Enseñas muy bien.
– Lo dices porque eres bueno. Busquemos otro modo de seguir adelante. – se vuelve hacia la niña- Oye niña… Oye niña. Dios no es hombre… Él es como una luz, una mirada, un sonido tan grande que llena el Cielo y la tierra. Y todo lo ilumina, todo lo ve, todo lo ordena y en todas las cosas manda…
– ¿También al romano? Entonces no es un Dios bueno. ¡Tengo miedo!…
Bartolomé se apresura a aclarar:
– Dios es bueno y da órdenes buenas. A los hombres les ha prohibido armar guerras, hacer esclavos, arrebatar a las hijitas de sus madres y espantar a las niñas… Pero los hombres no siempre escuchan las órdenes de Dios.
Ella dice:
– Pero tú, sí.
– Yo sí.
– Si es más fuerte que todos, ¿Por qué no se hace obedecer? ¿Y Cómo habla, si no es un hombre?
Bartolomé está perdido y exclama:
– Dios… ¡Oh, Maestro!…
Jesús dice:
– Sigue. Sigue, Bartolomé. Eres un maestro muy competente. Sabes decir con gran simplicidad pensamientos muy profundos. ¿Y ahora ya no quieres seguir?… ¿No sabes que el Espíritu Santo está en los labios de los que enseñan la Justicia?
Bartolomé argumenta:
– Parece fácil cuando se te escucha. Todas tus palabras están aquí dentro. Pero sacarlas, ¡Oh, miseria de nosotros los humanos! ¡Maestros inútiles!
– El reconocer la nulidad propia dispone el corazón a la enseñanza del Espíritu Paráclito…
– Está bien, Maestro… –La mira con ternura y dice- Oye niña. Dios es fuerte, fortísimo. Más que César. Más que todos los hombres juntos con sus ejércitos y sus máquinas de guerra… Pero no es un Señor sin compasión que quiera siempre que se le diga que sí, so pena de azotarlo. Dios es un Padre. ¿Te quería mucho tu padre?
– ¡Mucho! Me puso por nombre Áurea Gala, porque el oro es precioso y Galia es mi patria. Y decía que me amaba más que el oro que en otro tiempo tuvo y más que a la patria…
– ¿Te azotó tu padre?
Áurea Gala contesta:
– No. Jamás. Cuando no me portaba bien, me decía: ‘Pobrecita hija mía’ y lloraba.
– Bueno. Pues así hace Dios… Es Padre, nos ama y llora si somos malos. Pero no nos obliga a obedecerle. Pero el que decide ser malo, un día será castigado con suplicios horribles…
– ¡Oh, qué bueno! El dueño que me arrebató de mi madre y me llevó a la isla. Y también el romano, irán a los suplicios, ¿Y lo veré?…
Esto es demasiado para el pobre Nathanael, que contesta:
– Tú verás de cerca a Dios, si crees en Él y eres buena. Y para ser buena no debes odiar ni siquiera al romano.
– ¿No? ¿Y cómo lograrlo?
– Rogando por él.
– ¿Qué es rogar?
– Hablar con Dios diciéndole que lo queremos…
Ella, llevada por su coraje, exclama apasionadamente:
– Pero, ¡Yo quiero que mis dueños tengan una mala muerte!
Bartolomé objeta:
– No. No debes… Jesús no te amará si dices así.
– ¿Por qué?
– Porque no se debe odiar a quien nos ha hecho el mal.
– Pero no puedo amarlos.
– Pero puedes por ahora no pensar en ellos. Trata de olvidarlos… Luego, cuando Dios te instruya más… rogarás por ellos. Decíamos pues, que Dios es Poderoso, pero deja a sus hijos en libertad de obrar.
Ella pregunta:
– ¿Yo soy hija de Dios?… ¿Tengo dos padres?… ¿Cuántos hijos tiene Dios?…
Bartolomé contesta:
– Todos los hombres son hijos de Dios, porque Él los creó. ¿Ves esas estrellas allá arriba? Él las hizo. ¿Ves estas plantas? Él las hizo. La tierra en la que estamos sentados, el pájaro que canta, el mar inmenso… Todo y a todos los hombres, los creó Él. Y los hombres son más hijos suyos que todo lo demás. Porque tienen algo especial que se llama alma y que no muere, porque es una partecita de Dios que es inmortal como Él.
– ¿Dónde está el alma? ¿Tengo yo también un alma?
– Sí. En tu corazón. Es la que te hizo comprender que el romano era malo y que ciertamente no te dejará que desees ser como él. ¿No es verdad?
– Sí… -Áurea reflexiona… Y luego con firmeza dice- ¡Sí! Era como una voz que estuviese adentro y como una necesidad de tener quién me ayudase. Y con otra voz que era la mía, llamaba a mi mamita… Porque yo no sabía que Dios existía. Ni que existiese Jesús… Si lo hubiera sabido, lo hubiera llamado a Él, con esa voz que llevaba dentro…
Jesús interviene y dice:
– Has comprendido bien, niña. Crecerás en la Luz. Yo te lo aseguro. Cree en el Dios Verdadero. Escucha la voz de tu alma en la que no existe todavía una sabiduría, pero en la que tampoco existe mala voluntad… Y encontrarás en Dios a un Padre. Y en la muerte, que es un paso de la tierra al Cielo para los que creen en el Dios Verdadero y son buenos… Encontrarás un lugar en el Cielo cerca de tu Señor.
Como ella se ha arrodillado delante de Él, Jesús le pone su mano sobre la cabeza.
Áurea dice:
– Cerca de Ti. ¡Qué bien se siente uno al estar contigo! No te separes de mí, Jesús… Ahora sé Quién Eres y por eso me arrodillo. En Cesárea tuve miedo de hacerlo… Me parecías sólo un hombre… Ahora sé que Eres Dios escondido en un Hombre. Y que para mí eres un Padre y un Protector…
Jesús agrega:
– Y Salvador, Áurea Gala.
Ella exclama jubilosa:
– Y Salvador. ¡Sí! Me salvaste…
– Y te salvaré cada vez más. Tendrás un nombre nuevo…
– ¿Me quitas el nombre que me dio mi padre? ¿Por qué no me lo dejas?
– No te lo voy a quitar. Junto a tu nombre antiguo tendrás otro nuevo… Eterno.
– ¿Cuál?
– Cristiana. Porque Cristo te salvó… Comienza a alborear. Vámonos. –Jesús se vuelve hacia su más anciano apóstol y agrega- ¿Ves Nathanael qué es fácil hablar de Dios a los abismos vacíos? Hablaste muy bien. La niña se instruirá fácilmente. Es la verdad. –y ordena con suavidad- Sigue adelante con mis hermanos Áurea…
La niña obedece pero con temor. Preferiría quedarse con Bartolomé, el cual comprende todo…
El apóstol le dice:
– Voy enseguida. Vete… Obedece.
Y quedándose con Jesús, Pedro, Simón y Mateo, advierte:
– Está mal que la tenga Valeria. Es pagana.
Jesús contesta:
– No puedo decirle a Lázaro que la tome.
Mateo sugiere:
– Está Nique, Maestro.
Pedro sugiere:
– Y Elisa…
Zelote:
– Y Juana, es amiga de Valeria… Valeria se la cederá con gusto. Estaría en una casa buena.
Jesús piensa y calla.
Bartolomé decide:
– Haz lo que te parezca. La niña con frecuencia vuelve atrás su cara. Voy con ella… Confía en mí, porque ya estoy viejo. Me gustaría quedarme con ella. Una hija más…-Da un suspiro profundo y agrega- Pero no es de Israel…
Y se va el buen Nathanael, que es demasiado israelita.
Jesús lo mira y sacude su cabeza.
Zelote pregunta:
– ¿Por qué eso Maestro?
Jesús replica:
– Porque me causa dolor ver que aún los prudentes, son esclavos de prejuicios…
Pedro se acuerda de las dificultades que hubo por la griega y dice:
– Pero, lo digo aquí entre nosotros. Bartolomé tiene razón… Y aún más, debe tomar sus providencias. Acuérdate de Síntica y de Juan. Para que no suceda algo semejante. Envíala a donde está Síntica…
Jesús contesta:
– Dentro de poco, Juan morirá… Síntica no está del todo instruida, para ser maestra de una niña como Áurea. Y no es un ambiente propicio…
Zelote insiste:
– Y con todo, no puedes tenerla. Piensa que Judas pronto se reunirá con nosotros. Y Judas… Permíteme que te lo diga, maestro… Es un lujurioso y un… Uno que fácilmente habla, cuando puede obtener una utilidad… Y tiene demasiados amigos entre los Fariseos…
Pedro exclama:
– Exacto… Simón ha dicho la verdad. También yo pensaba en lo mismo. Haz lo que dice él, Maestro.
Jesús piensa y calla… Pasan algunos minutos…
Luego Jesús dice:
– Oremos. El Padre nos ayudará…
Y todos oran fervorosamente.
El alba se ha teñido de colores. Atraviesan un poblado y toman el camino que va por la campiña…
El sol calienta más fuerte. Se sientan a comer a la sombra de un nogal gigantesco.
Jesús pregunta:
– ¿Estás cansada? – a la niña que come sin ganas- Dínoslo y nos detendremos.
Áurea responde:
– No, no… vámonos.
Santiago de Alfeo dice:
– Se lo hemos preguntado varias veces. Pero siempre dice que no…
Áurea insiste:
– Puedo. Todavía tengo fuerzas. Vámonos lejos…
Vuelven a caminar y Áurea se acuerda de algo.
– Tengo una bolsa. Las señoras me dijeron: ‘La darás cuando empiecen los montes.’ Y los montes están aquí.
Jesús se detiene…
Ella busca en la alforja que Livia le dio. Saca la bolsa y se la entrega al Maestro.
Jesús dice:
– El óbolo… No quisieron quedarse sin dar las gracias. Son mejores que muchos de los nuestros… -mira a sus apóstoles y dice- Toma Mateo. Guarda este dinero. Nos servirá para hacer limosnas secretas…
Mateo pregunta:
– ¿Debo decirlo a Judas de Keriot?
Jesús dice tajante:
– No.
– Él va a ver a la niña…
Jesús no responde.
Continúan caminando con fatiga, debido al mucho calor, al polvo y al reverbero. Comienzan a subir el Monte Carmelo. Aunque aquí hay más sombra y está más fresco, Áurea va tropezando con más frecuencia.
Bartolomé se acerca a Jesús:
– Maestro, la niña tiene fiebre y está agotada. ¿Qué hacemos?
Áurea se niega a detenerse. Está colorada por la fiebre. Acepta que Bartolomé y Felipe le ayuden; pero continúa caminando…
Pasan la colina y llegan al otro lado. La llanura de Esdrelón está allá abajo y más allá las colinas entre las que se encuentra Nazareth…
Continúan caminando y casi al pie de la colina, distinguen a un grupo de discípulos. Para las mujeres hay una carreta de la que tira un fuerte mulo.
Jesús exclama:
– ¡Es la Providencia que nos socorre! -y ordena que todos se detengan, mientras va a hablar con ellos y sobre todo con las discípulas.
La lleva aparte con Isaac y les cuenta algo de lo sucedido con Áurea:
– La arrebatamos a un patrón inmundo. Quisiera llevarla a Nazareth para curarla, porque está enferma de miedo y de cansancio. Peo no tengo en qué llevarla. ¿A dónde vais vosotros?
Isaac contesta.
– A Belén de Galilea. A la casa de Mirta. Es imposible tolerar el calor de la llanura…
– Id primero a Nazareth. Os lo pido por caridad. Llevadla a donde está mi Madre y decidle que dentro de tres días, estaré en casa. La niña tiene fiebre y por eso no debéis hacer caso de sus delirios. Os lo contaré después…
– Sí, Maestro. Lo que Tú quieras. Partimos al punto. ¡Pobrecita niña! ¿La azotaba?…
– Quería violarla.
– ¿Cuántos años tiene?
– Más o menos trece…
Mirta exclama:
– ¡Un vil! ¡Inmundo! Nosotros la cuidaremos con cariño. Somos madres, ¿Verdad Noemí?
Noemí contesta:
– Cierto Mirta. Señor, ¿Es tu discípula?
Jesús se queda callado por unos omentos y luego dice:
– No lo sé todavía… Rogad mucho y no digáis nada a nadie. ¿Entendisteis? A nadie.
Las dos mujeres afirman:
– Así lo haremos.
Van con el carruaje. Isaac guía. Lo siguen Jesús y las mujeres. La observan por unos momentos y…
Exclaman:
– ¡Qué hermosa es!
Mirta la acaricia y dice:
– Querida, no tengas miedo. Soy una mamá, ¿Sabes? Ven… -Y entre todos la levantan y la acomodan en la carreta.
Isaac humedece estos paños para ponérselos sobre la frente…Siente su calor y exclama:
– ¡Qué calentura!… ¡Pobre hija!…
Las dos mujeres se inclinan sobre ella y muestran sus cuidados maternales…
Áurea no se da cuenta de lo que sucede a su alrededor, por la fiebre.
Cuando Isaac levanta el látigo para partir, le dice a Jesús:
– Maestro, en el puente encontrarás, a Judas de Keriot, que te está esperando como un mendigo…. Él fue el que nos dijo que pasarías por aquí. ¡La paz sea contigo, Maestro! Al anochecer estaremos en Nazareth!
El carruaje parte rápido… Y…
Jesús dice:
– ¡Demos gracias al Señor!
Suerte para la niña. Suerte para Judas. Es mejor que no se sepa nada…
HERMANO EN CRISTO JESUS: