Apenas amanece y en la casita de Nazareth, Judas de Keriot está llamando a la puerta.
Dos Nazaretanos que van a sus viñas lo ven y comentan:
– Es un discípulo. Con seguridad busca a Jesús de José.
– Es inútil. Ayer por la tarde se fue. Yo mismo lo vi. Se lo voy a decir…
– ¡Déjalo! Es Judas de Keriot. Es un antipático…
– Puede ser que muchos de nosotros estemos equivocados respecto a Jesús y que hagamos hasta mal. Pero ese, el año pasado causó mucho mal entre nosotros. Tal vez nosotros logremos convertirnos; pero él…
– ¡Qué! ¿Cómo lo sabes?
– Fue una tarde en la casa del sinagogo. Y yo estaba allí. Fui tan necio que le creí todo. Ahora, ¡Ya no! Ya no falto más…
– Tal vez él mismo se dio cuenta que cometió un pecado y…
Sus voces se pierden en la distancia.
Judas vuelve a llamar a la puerta contra la cual se ha recargado… Y como para evitar ser visto y reconocido. Pero nadie abre. Judas se siente incómodo y da vuelta por atrás de la casa, por el huerto. Se asoma por encima de la valla del jardín y lo único que ve son los palomos.
Piensa qué hacer y habla consigo mismo:
– ¿Qué también se habrá ido Ella? Pero la hubiera visto. Ayer por la tarde oí su voz… Tal vez se fue a dormir a la casa de su cuñada. ¡Uff! Y ella es como una mosca pegada… Regresaron juntas y quiero hablar sólo con Ella, sin que esté esa vieja. Es una lenguaraz y me hará reproches…
Y no quiero oírla. Es astuta como todas las viejas de puebl… No aceptará fácilmente mis excusas y se lo hará notar a esta tonta paloma de su cuñada. Estoy seguro que a Ella sí puedo hacerla dar vueltas como quiera. Es lenta como una oveja… Y debo reparar lo que sucedió en Tiberíades. Porque si Ella habla… ¿Habrá dicho algo? ¿Se habrá callado? Si habló… va a ser más difícil arreglar las cosas.
Pero tal vez no ha hablado… Confunde la virtud con la estupidez. Es igualita a su Hijo… ¡Oh! Tengo la cabeza que me da vueltas. Debo dejar de beber. Y… ¡Bueno! El dinero es una tentación y yo soy un potranco encerrado durante mucho tiempo… ¡Ya son dos años de abstenerme de todo!…
Elquías dice bien. ¡Claro! Todo es lícito con tal de ponerlo en el trono…
Pero, ¿Y si Él no quiere? Si Él no triunfa, todos terminaremos como los seguidores de Judas el Galileo. Tal vez lo mejor sería separarme… Porque en realidad no sé si lo que quieren sea cosa buena. No puedo confiar en ellos. Desde hace tiempo han cambiado mucho. No quisiera… ¡Horror!… ¡Qué me conviertan en el instrumento para dañar a Jesús!
Mejor me separo. Pero es muy amargo haber soñado en un reino y volver a ser ¿Qué?… Nada… pero es mejor ser nada que… Él siempre anda diciendo: ‘El que cometerá el Gran Pecado’ ¡Ay de mí! Ciertamente no seré yo. ¡Yo!..
¿Yo? Antes me lanzo al lago. Será mejor que me vaya lejos. Iré a ver a mi madre y haré que me dé plata. Porque no puedo ir a pedir a los sinedristas dinero para irme lejos. Me ayudan porque esperan que los ayude a salir de la incertidumbre… Una vez que Jesús sea rey, estaremos de fiesta. Todas las multitudes están con nosotros.
Herodes, ¿A quién le importa? Ni los romanos, ni el pueblo. Todos lo odian. Y… Y… Eleazar de Annás dice que su padre está dispuesto a coronarlo como rey. ¡Y aunque quiera renunciar no podrá quitarse el carácter sagrado! En el fondo yo me estoy comportando como ese administrador astuto de su parábola y aprovecho los medios injustos para…
Hago esto por causa mía; pero también por Él. Sin embargo debo tratar de persuadirlo. ¡Qué maravilloso sería!.. Sí. Creo que esto es lo mejor. Decir todo francamente al Maestro… Ojala que María no le haya hablado de lo de Tiberíades. ¡Oh! Si no hubiera ido a ver a esa mujer… No me hubiera encontrado con María… ¡Maldita mujer!
Pero, ¿A qué fue María a Tiberíades?… ¡Necio! Debí haberme ido a Ippo a buscar mujeres… Pero, ¿Para qué me engaño? Fui a entrevistarme con los poderosos de Israel para gozar de la vida, pues tengo dinero. Pero qué pronto se termina la plata. Dentro de poco no tendré más… ¡Ja, ja! Les contaré otro cuento y me volverán a dar…
Alfeo de Sara está a unos treinta metros de donde está Judas y le grita:
– ¡Oh, Judas! ¿Estás loco? Hace tiempo que te estoy observando desde el olivo. Gesticulas y hablas contigo mismo. ¿Te hizo mal el sol de Tamúz?
Al oírlo, Judas da un salto, voltea y lo descubre tras las ramas de un olivo.
Masculla furioso:
– ¡Qué te parta un rayo!… ¡Maldito pueblo de espías! -pero con una sonrisa dulce, grita- No. Estoy preocupado porque María no abre… ¿No estará enferma? Hace rato que estoy llamando…
Alfeo de Sara informa:
– ¿María? Está en casa de una viejecita que está agonizando.
– Tengo que hablar con Ella.
– Espera. Bajo y se lo voy a decir.
Y baja de prisa y parte a la carrera.
Judas reniega furioso:
– ¡Nada me sale bien!… ¡Nada más falta que venga con la otra!
Y lanza una letanía de injurias contra Nazareth, contra los nazarenos, contra María de Alfeo, contra la caridad de la Virgen y hasta contra la moribunda… Todavía no acaba cuando la puerta que comunica el comedor con el huerto se abre y en el dintel aparece María, con el rostro muy pálido.
Al mismo tiempo, ambos dicen:
– ¡Judas!
– ¡María!
Te voy a abrir la puerta. Alfeo solo me dijo que alguien quería verme y vine corriendo. Tanto más que la anciana ya no me necesita. Ha terminado su sufrimiento por un hijo malo…
Judas, mientras María habla, corre por la vereda y regresa a la entrada de la casa.
María abre y lo saluda:
– La paz sea contigo, Judas de Keriot. Entra.
Judas contesta:
– La paz sea contigo, María.
Judas titubea.
María está bondadosa pero seria y dice.
– Ayer por la noche, un hijo destruyó el corazón de su madre… Vinieron a buscar a Jesús, pero Él ya no estaba. También a ti te lo digo, Él no está. Llegaste tarde.
– Sé que no está.
– ¿Cómo lo sabes si apenas acabas de llegar?
– Madre, quiero ser franco contigo, que eres buena. Desde ayer estoy aquí…
– ¿Y por qué no viniste? Tus compañeros dejaron de venir tan solo un sábado.
– Lo sé. Fui a Cafarnaúm y no los encontré.
– No mientas, Judas. Te aseguro que no estuviste en Cafarnaúm. Bartolomé estuvo siempre allí y no te vio. Ayer vino él solo. Y tú desde ayer estabas aquí… ¿Por qué mientes, Judas? ¿No sabes que la mentira es el primer paso hacia el robo y hacia el homicidio?
La pobre Esther ha muerto por el dolor que le infligió Samuel con su conducta. ¿Quieres imitarlo tú que eres apóstol del Señor? ¿Quieres hacer morir a tu madre de dolor?
El regaño ha sido en voz baja, lenta. Pero, ¡Cómo duele!…
Judas no sabe qué replicar. Se sienta de golpe con la cabeza entre las manos.
María lo mira y dice:
– ¿Y bien? ¿Para qué quieres verme? Mientras cuidaba de la pobre Esther, rogaba por tu mamá… Y por ti. Porque los dos me causan compasión y por motivos diferentes.
– Si es así, perdóname.
– No te tengo coraje.
– ¿Cómo? ¿Ni siquiera por aquella mañana en Tiberíades? ¿Sabes? Estaba yo así porque la noche anterior las romanas me habían tratado mal. Como a un loco… Como a un traidor para con el Maestro.
Es la verdad, lo confieso. Hice mal en haber hablado a Claudia. Me confié en su palabra… Pero lo hago por una cosa buena. Entristecí al Maestro. Él no me lo ha dicho; pero sé que sabe que hablé con Claudia. Seguro que fue Juana la que se lo dijo. Juana nunca me ha podido ver. Y las romanas me dieron un gran pesar. Para olvidarlo me embriagué…
María dice con un leve toque de ironía:
– Entonces Jesús, por todos los dolores que paladea, debería embriagarse cada noche…
– ¿Se lo dijiste?
– Yo no aumento la amargura del cáliz de mi Hijo, con noticias de nuevas defecciones, caídas, pecados, asechanzas… No dije nada y no lo diré…
Judas cae de rodillas tratando de besar la mano de María…
Pero Ella se hace a un lado y muestra claramente que no quiere ser tocada.
Judas exclama:
– ¡Gracias Madre! Me has salvado. Por eso vine… Y para que de algún modo me presentes ante el Maestro sin que me regañe, ni avergüence.
– Hubiera bastado con que fueras a Cafarnaúm y te hubieras venido con los otros. Y así nada hubiera pasado. Era lo más sencillo.
– Tienes razón. Pero los otros no son buenos y me espían para reprenderme y acusarme.
– No ofendas a tus hermanos, Judas. ¡Basta de pecar! Tú la has hecho de espía acá en Nazareth, en la patria del Mesías. Tú…
Judas la interrumpe:
– ¿Cuándo? ¿El año pasado? ¡Mira como son…! Tergiversaron mis palabras. Pero créeme yo…
– Yo no sé qué dijiste y que hiciste el año pasado. Me refiero a ayer. Tú estuviste desde ayer aquí y sabes que Jesús se ha ido. Así pues indagaste y no en casas amigas. Porque si lo hubieras hecho, me lo hubieran venido a decir… Tú indagaste con los enemigos de mi Jesús, ¿Qué nombre le das a esto?
No lo diré yo. Debes decírtelo tú mismo. ¿Por qué lo hiciste? No quiero saberlo. Tan solo te digo esto: Muchas espadas se clavarán en mi corazón, una y otra vez, sin compasión alguna. Por quienes atormentan a mi Jesús y lo odian. Pero una será la tuya y jamás se me arrancará.
Porque el recuerdo que guardo de ti Judas, que no quieres salvarte, que te arruinas a ti mismo. Que me causas miedo, no por mí sino por tu alma; jamás se arrancará de mi corazón. Una me la clavó el justo Simeón, cuando llevaba sobre mi pecho a mi Niño, a mi santo corderito…
La otra... La otra eres tú. La punta de tu espada ya me tortura el corazón… Y esperas clavar completamente tu espada de verdugo en el corazón de quién no ha hecho más que ofrecerte amor. Pero soy una necia al pretender que me compadezcas. Tú que no tienes compasión de tu propia madre… O dicho más claro: con un solo golpe atravesarás mi corazón y el suyo, hijo desventurado a quien las oraciones de dos madres no salvan…
Las lágrimas corren por las mejillas de la Virgen y caen en el suelo…
Ella continúa:
– ¿No tienes nada que decirme, Judas? ¿No logras encontrar en ti la fuerza de un propósito bueno? ¡Oh, Judas! ¡Judas!.. Dime: ¿Estás contento con la vida que llevas?…
Silencio.
– Examínate, Judas. Sé humilde y ante todo sincero contigo mismo. Y luego con Dios. Para que vayas a Él con el fardo de piedras que arranques de tu corazón y que le digas: ‘Mira. He arrancado estas lozas por amor tuyo’
Judas suspira y dice:
– No tengo el valor de descubrirme ante Jesús.
María declara:
– No tienes humildad para hacerlo.
– Es verdad. Ayúdame.
– Ve a esperarlo humildemente a Cafarnaúm.
– Podrías…
– No puedo hacer otra cosa diferente de la que hace mi Hijo: tener misericordia. No soy yo quién enseña a Jesús. Es Jesús quien enseña a su discípula.
– Tú eres su Madre.
– Sí, en mi corazón… Pero por derecho suyo, Él es mi maestro. No soy ni más, ni menos que todas las otras discípulas.
– Eres perfecta.
– Él es Perfectísimo.
Judas guarda silencio. Piensa…
Luego pregunta:
– ¿A dónde fue el Maestro?
María contesta:
– A Belén de Galilea.
– ¿Y luego?
– No lo sé.
– Pero, ¿Regresa aquí?
– Sí.
– ¿Cuándo?
– No lo sé.
– ¡No me lo quieres decir!
– No puedo decir lo que no sé… Hace dos años que lo sigues. ¿Puedes afirmar que siga siempre un itinerario fijo? ¿Cuántas veces la voluntad de los hombres lo obligan a cambiar de rumbo?
– Tienes razón. Me voy a Cafarnaúm.
– Hace mucho calor para que te vayas ahorita. Quédate. Eres un peregrino y Él dijo que las discípulas debemos cuidar de ellos.
– Mi vida te desagrada.
– El que no quieras curarte es lo que me causa dolor. Sólo eso. Quítate el manto. ¿Dónde dormiste?
– No he dormido. Esperé el alba para hablar contigo.
– Entonces debes estar cansado. En el taller están las camas en que durmieron Simón y Tomás. Es un lugar tranquilo y todavía hace fresco. Vete a dormir mientras te preparo de comer.
Judas se va sin replicar.
Y María sin descansar, después de haber pasado la noche en vela, va a la cocina a poner el fuego y al huerto a arrancar las verduras. Lágrimas silenciosas se deslizan por sus mejillas, mientras trabaja diligente…
Días después…
Las barcas atracan en Tiberíades en una mañana borrascosa. El lago está agitado y grisáceo, igual que los nubarrones que anuncian la tempestad inminente.
Pedro mira al cielo, mira al lago y ordena a los trabajadores que pongan a salvo las barcas.
Jesús dice a Zelote y a Tadeo:
– Id a preguntar al portero de Juana y Cusa. Si alguno de los nuestros, nos ha ido a buscar. Espero aquí.
Jesús se queda solo, apoyado contra el muro de un jardín, a donde llega el retumbar del ventarrón que sacude las copas de los árboles y arranca bramidos al lago, llenando el aire con su estrépito.
Un hombre alto que camina un poco inclinado para defenderse del viento, viene envuelto en su manto que se agarra en la garganta con la mano. Viene del centro del poblado y al levantar su rostro, para dejar pasar un grupo de borricos que vienen del mercado, ve a Jesús que viene al otro extremo de la calle. Se apresura a llegar junto a él.
Es Judas de Keriot que dice:
– ¡Oh, Maestro! Vengo de la casa de Juana. Estuve en Cafarnaúm, buscándote, pero no había nadie. Esperé unos días y regresé aquí…
Jesús lo mira con sus ojos penetrantes y detiene esta avalancha de palabras:
– La paz sea contigo.
– ¡Es verdad! Ni siquiera te había saludado. La paz sea contigo, Maestro. Pero Tú siempre tienes esta paz.
– ¿Y tú no?
– Yo soy un hombre, Maestro.
– El hombre justo, tiene la paz. Solo el culpable se encuentra turbado. ¿Lo estás tú?
– ¿Yo?… ¡No, no, Maestro! Al menos… Bueno… Si tengo que decir la verdad, el estar separado de Ti, no me hacía feliz… Pero esto no quiere decir que no tuviese paz. Era nostalgia por ti, porque te quiero… Pero la paz es otra cosa, ¿No es verdad?
– Sí. Es otra cosa. Las separaciones no destruyen la paz del corazón. Si el corazón del que se ha separado no hace cosas que causarían dolor al amado, si lo supiese.
– Pero los ausentes no saben. A menos que haya quién les informe…
Jesús lo mira y se queda callado.
Judas pregunta:
– ¿Estás solo, Maestro?
– Espero a los que envíe a casa de Juana a ver si ya llegó mi Madre de Nazareth.
– ¿Tu Madre? ¿La mandaste llamar?
– Sí. Estaré con Ella en Cafarnaúm durante todo el mes. Voy a ir en barca a los poblados de la ribera. Debe haber muchos discípulos.
– Sí. Muchos… -Judas ha perdido su locuacidad. Está pensativo.
Jesús pregunta:
– ¿No tienes nada que decirme, Judas? Estamos los dos solos… ¿No te pasó nada en este tiempo de separación, que creas que tienes necesidad de decir a tu Jesús?
Y en su voz hay mucha dulzura, como para ayudar al discípulo a decir la verdad. Y lo hace de tal modo, que trasmite todo su amor misericordioso.
Judas argumenta:
– ¿Y sabes Tú que yo necesite para algo de tu Palabra? Yo por mi parte no sé de cosa alguna que la merezca. Si lo sabes, habla. Es doloroso para un hombre tener que recordar culpas y defectos y confesarlos a otro…
– Yo que te estoy hablando no Soy otro hombre, sino…
– Así es. Eres Dios. Lo sé. Por eso ni siquiera es necesario que yo te diga algo. Tú lo sabes…
– Yo no Soy otro hombre, te repito, sino tu Amigo más cariñoso. No te digo que sea el Maestro, el superior; sino te digo que soy el Amigo…
– Es siempre lo mismo. Siempre es penosos rebuscar lo que sucedió en el pasado. y al confesarlo podría uno merecer reproches. Pero no solo reproches, sino lo que es peor; caer de la estima del amigo que se compadece…
– En Nazareth, el último sábado que estuve allá; Simón Pedro dijo a un compañero suyo por inadvertencia, algo que debía guardar como un secreto. No fue una desobediencia voluntaria; ni una injuria, ni se dañaba al prójimo. Pero Simón, hasta que confesó su culpa… ¡Pobre Simón! Lo llamaba culpa. Si en el corazón de mis discípulos hubiese solo esta clase de culpas y mucha, mucha humildad; mucha confianza y un gran amor como lo tiene Pedro, ¡Oh! Debería proclamarse maestro de una multitud de santos.
– Y con esto quieres decirme que Pedro es santo y yo no. Es verdad, no soy un santo. Arrójame entonces…
– No eres humilde, Judas. La soberbia te lleva a la ruina. Todavía no me conoces… -Jesús termina con un tono tristísimo.
Judas lo percibe y dice en voz baja:
– ¡Perdóname, Maestro!…
– Siempre te perdono, pero sé bueno, hijo. ¿Por qué quieres hacerte daño a ti mismo?
Judas llora y se refugia en los brazos de Jesús. Jesús le acaricia los cabellos.
Y con infinita compasión dice:
– ¡Pobre Judas! ¡Pobre, pobre Judas que busca la paz en donde no existe! Y busca en otras partes quién pueda comprenderlo…
– Es verdad. Tienes razón, Maestro. La paz está aquí, entre tus brazos. Soy un desventurado. Sólo Tú me comprendes y me amas… Solo Tú. Yo soy el necio. ¡Perdóname, Maestro!…
– Sé bueno. Sé humilde. Si caes, ven a Mí y te levantaré. Si te sientes tentado, ven a Mí. Te defenderé de ti mismo. De quien te odia. De todo. pero sosiégate… Allá vienen los demás…
Jesús lo besa y Judas se tranquiliza… Pero no confesó sus pecados…
Más tarde todos están sentados en la casa de José, el pescador de Tiberíades. Y después de haber comido…
María dice a Jesús:
– Hijo mío una mamá me pidió con insistencia para que Tú que eres el Único que puedes hacerlo, conviertas el corazón de su único hijo. Te lo ruego, escúchame. Porque lo prometí… Perdónalo… Tu Perdón…
Iscariote interrumpe pensando que habla de él:
– Ya lo dio, María. Ya hablé con el Maestro.
María aclara:
– No me refiero a ti, Judas de Simón. Hablo de Esther de Leví, Nazaretana. Una madre a la que mató la conducta de su hijo. –Y volviéndose hacia su Hijo, agrega- Jesús, murió en la noche que partiste. Te invocaba para que salvaras a Samuel. ¡Pobre mártir de un hijo infame! Ahora que ha muerto, Samuel es presa del remordimiento. Parece un loco. No escucha razones de ninguna clase. Pero Tú Hijo, puedes sanar su inteligencia y su corazón…
Jesús pregunta:
– ¿Está arrepentido?
María responde:
– ¿Cómo quieres que lo esté, si está desesperado?
– Tienes razón. Haber matado a su madre con darle continuos dolores, debe haberlo hecho un desesperado. No en vano se quebranta el primero de los Mandamientos y el de amar al prójimo. Mamá, ¿Cómo quieres que perdone y que Dios conceda paz, al matricida impenitente?
– Hijo mío, Esther necesita la paz de la otra vida. Era buena. Sufrió mucho…
– Tendrá paz.
– No, Jesús. No puede tener paz un corazón de madre, si ve que su hijo no la tiene…
– Es justo que se vea privado de ella.
– Tienes razón, Hijo. Así es. Pero para la pobre Esther. Sus últimas palabras fueron una súplica para su hijo… Me recomendó que te lo dijese. Jesús, Esther durante su vida, jamás tuvo una alegría, lo sabes muy bien. Dale ésta. Ahora que ha muerto, dásela a su espíritu; que sufre por su hijo. Me recomendó que te lo dijese…
– Madre. Yo he tratado de convertir a Samuel, todas las veces que he estado en Nazareth. Ha sido inútil que le hable porque en él, el amor está apagado.
– Lo sé. Pero Esther ofreció su perdón, sus sufrimientos; para que volviese a nacer el Amor en Samuel. Tú y yo sabemos que la caridad de los que han muerto está alerta y cerca de los que dejaron. No se desinteresan y no ignoran lo que sucede, lo que les pasa a los seres queridos que dejaron…
Y Esther todavía puede alegrarse de este amor tardío que le profesa este hijo ingrato, que ahora se siente morir por los remordimientos. ¡Oh, Jesús mío! Yo sé que él te causa asco por el pecado que cometió. ¡Un hijo que odia a su madre! Un monstruo ante tus ojos, Tú que eres todo amor por la tuya y por esto escúchame. Regresemos juntos a Nazareth. No me cuesta nada el camino con tal de salvar un alma. Ninguna cosa me molesta…
– Está bien. Ganaste, Mamá… –Jesús se vuelve hacia su apóstol rebelde- Judas de Simón, llévate a José y ve a Nazareth. Me traerás a Samuel a Cafarnaúm…
Judas protesta apasionado:
– ¡Yo!… ¿Por qué yo?
– Porque no estás cansado. Los otros lo están. Han caminado mucho, mientras tú descansabas…
– También yo caminé. Fui a buscarte a Nazareth. Tu Madre es testigo…
– Tus compañeros fueron a Nazareth cada sábado y ahora acaban de regresar de un largo recorrido mientras evangelizaban. Vete y no discutas…
– Es que… No me quieren en Nazareth. ¿Por qué me mandas a mí?
– Tampoco a Mí me quieren y aun así, voy allá. Te repito, vete y no discutas…
– Maestro, yo tengo miedo de los dementes.
– Samuel es presa de los remordimientos. Y no está loco…
– Tu Madre lo acaba de decir.
– Y Yo por tercera vez te digo que vayas y no discutas. Esto te servirá para hacerte meditar a qué puede conducir el hacer sufrir a una madre…
– ¿Me comparas con Samuel? Mi madre es reina en su casa. Por mi parte no le pido cuentas. Y no soy una carga para mi sostenimiento.
– Las mamás no piensan en esas cosas… Pero el desamor de sus hijos es una piedra que las mata: el que sean malos a los ojos de Dios y de los hombres. Vete, te lo mando.
– Voy. ¿Y qué le digo?
– Que venga a Cafarnaúm, en donde estaré.
– Si no obedeció ni siquiera a su madre. ¿Quieres que me obedezca a mí, ahora que está tan lleno de desesperación?
– Y no entiendes todavía que si te mando, señal es de que he logrado algo en el corazón de Samuel. ¿Y qué le he quitado el delirio de su remordimiento que lo empujaba a la desesperación?
Judas ya no discute…
– Me voy Maestro. Hasta pronto, María. Hasta pronto, amigos. –y se va sin muchas ganas.
José le sigue muy contento de que lo hayan escogido para este encargo.
Pedro canturrea entre dientes…
Jesús pregunta:
– ¿Qué estás diciendo, Simón de Jonás?
Pedro contesta:
– Cantaba yo una vieja canción del lago…
– ¿Cuál es?
– Esta: ‘Siempre es así. La pesca atrae al agricultor, pero no al pescador’ Y realmente se ha visto que el discípulo, tiene más ganas de pescar que el apóstol…
Muchos se ríen.
Jesús no… Suspira.
Pedro pregunta:
– ¿Te causé algún dolor, Maestro?
Jesús dice muy serio:
– No. Pero no está bien el criticar.
Tadeo dice:
– Es por Judas que ha causado pena a mi hermano.
Jesús contesta:
– También tú cállate. Y sobre todo en el fondo de tu corazón…
Tomás pregunta incrédulo:
– ¿Pero de veras Samuel ha sido digno de un milagro?
– Sí.
– ¿Entonces para qué viene a Cafarnaúm?
– Es necesario. No he curado completamente su corazón. Debe buscar su curación… Esto es: El Perdón con un santo arrepentimiento. He hecho que volviese a razonar. Le queda a él, hacer lo demás, con su libre voluntad. Bajemos. Vamos entre la gente pobre…
Y se van a los arrabales…
HERMANO EN CRISTO JESUS: