Archivos diarios: 29/11/12

133.- HOMICIDIO PREMEDITADO

Después de haber descansado un poco en el bosque tupido de árboles, Jesús es el primero en ponerse de pie y  refrescarse en riachuelo que brota del manantial. Llama a sus apóstoles que yacen profundamente dormidos sobre la hierba y los invita a que se preparen para partir.

Ellos también van a refrescarse y llenan las cantimploras con agua que cae de las rocas.

Mientras los espera, Jesús mira hacia el imponente paisaje  y una sombra de tristeza nubla sus radiantes ojos azul zafiro. Felipe es el primero en juntársele  y mira hacia donde su Maestro está mirando…

Luego Felipe comenta:

–           ¡Hermoso panorama! ¿Lo admiras Maestro?

Jesús contesta:

–           Si; pero no pensaba tan solo en su belleza….

–           ¿En qué pensabas Maestro?

–           En los muchos lugares que no me han visto y no me verán… Porque mi tiempo vuela… ¡Cuán breve es la vida del hombre! y ¡Cuán lento es el hombre en obrar!… ¡Y cómo experimenta el espíritu estas limitaciones terrenas… Pero, ¡Padre, hágase tu voluntad!

–           Maestro, has recorrido todas las regiones de las antiguas tribus de Israel. Por lo menos una vez las has santificado y así puede decirse que has recogido en un puño, las Doce tribus de Israel…

Es verdad eso. Después vosotros haréis lo que el tiempo no me dejó hacer.

–           Tú que detienes ríos y calmas el mar,  ¿No podrías hacer que el tiempo transcurriese más lento?

–           Podría…  Pero el Padre que está en los Cielos, el Hijo en la Tierra y el Amor en el Cielo y la Tierra, arden en ansias de realizar el Perdón…

Y Jesús se sumerge en una profunda meditación… que Felipe respeta. Y se une a sus compañeros que ya están listos para partir.

Cuando todos se han reunido, retoman el sendero ancho por el que venían y bajan rápidos hasta el valle. Cuando llegan hasta el camino principal y apenas han caminado unos cuantos metros, les salen al encuentro dos hombres  que los saludan.

Los apóstoles los ven y murmuran:

–           Dos discípulos de rabino y uno es levita…

–           ¿Qué querrán?

No están nada contentos con sus conclusiones, porque del Templo les llegan siempre, las más amargas noticias…

El levita que se había limitado a saludar con inclinaciones profundas se acerca y dice:

–          La paz sea contigo, Rabbí.

Jesús contesta:

–          La paz sea con vosotros.

–          ¿Eres Tú el Rabí de Nombre Jesús?

–          Sí.

–          Antes de las doce entró una mujer en la ciudad y dijo que por el camino había hablado con un rabí más grande que Gamaliel; porque además de sabio es bueno. Sus palabras llegaron hasta nosotros y los maestros nos enviaron a todos los que estábamos allí, a buscarte; suspendiendo la partida hacia Jerusalén. En nombre suyo y por nuestro medio te dicen: ‘Ven a la ciudad, que te queremos hacer unas preguntas.’

–          ¿Por qué motivo?

–          Para que falles sobre un hecho que aconteció en Giscala y cuyas consecuencias duran…

–          ¿No tenéis acaso a los grandes doctores de Israel para fallar? ¿Por qué volverse hacia el Rabbí Desconocido?

–          Si eres el que dicen los rabinos, no eres un desconocido.  ¿No eres acaso Jesús de Nazareth?

–          Lo Soy.

–          Los rabinos conocen tu sabiduría.

–          Y Yo conozco el Odio que me tienen.

–          No todos, Maestro. El más grande y justo no te odia.

–          Lo sé. Ni siquiera me ama. Me estudia… ¿Rabí Gamaliel está en Giscala?

–          No. Partió para llegar a Séforis antes del sábado. Se fue inmediatamente después del juicio.

–          ¿Y entonces por qué me buscáis? Yo también debo respetar el sábado y apenas puedo llegar a tiempo a aquel lugar.  No me detengáis.

–          ¿Tienes miedo, Maestro?

–          No tengo miedo…  Porque sé que por ahora a mis enemigos, no se les ha concedido ningún poder… Dejo a los sabios la alegría de juzgar.

–          ¿Qué quieres decir?

–          Qué no sentencio. Perdono…

–           Sabes juzgar mejor que cualquier otro… Gamaliel lo dijo con estas palabras: Sólo Jesús de Nazareth, juzgaría con justicia en este caso.’ 

–          Está bien. Ya habéis dado el fallo y no hay más remedio. Yo habría mandado primero que se calmasen las pasiones, antes de dar la sentencia… Si había alguna culpa, el culpable podía arrepentirse y redimirse. Si no la había, no se hubiese realizado el suplicio; que ante los ojos de Dios, para alguno no es más que un homicidio premeditado.

El levita lo mira con la boca abierta, totalmente asombrado…

Luego de un largo momento, pregunta:

–          Maestro, ¿Cómo lo sabes? La mujer juró que hablaste con ella sólo de sus asuntos familiares… Y Tú sabes… ¿Eres en realidad un Profeta?

Jesús contesta:

–          Yo Soy Quién Soy.  Adiós. La paz sea contigo.  El sol ya va a cercándose hacia el occidente…

Y les vuelve la espalda dirigiéndose hacia el poblado.

Los apóstoles se hacen solidarios y aprueban:

–          ¡Hiciste bien Maestro!  Sin duda que lo que quieren, es ponerte asechanzas.

Los tres hombres los alcanzan y le ruegan a Jesús que suba hacia Giscala.

Jesús se niega:

–          No. El crepúsculo me hallaría en camino. Decid a quién os envió que observo la Ley siempre… –y puntualiza-  Cuando el observarla no va contra el mandamiento más grande que el sabático: el del amor. 

–          ¡Maestro!  ¡Maestro! ¡Te lo suplicamos! Este es exactamente un caso de amor  y justicia. Ven con nosotros, Maestro.

–          No puedo. Ni siquiera vosotros podéis subir a tiempo…

Los fariseos aprueban:

–          Tenemos licencia de hacerlo por esta ocasión…

Jesús refuta:

–          ¿Cómo? Protestaron cuando curé en sábado a un enfermo y lo absolví en sábado.  ¿Y a vosotros se os permite violar el sábado por una disputa ociosa?  ¿Acaso hay dos medidas en Israel?  ¡Idos! ¡Idos! Y dejadme ir.

–          Maestro  Tú Eres Profeta, por eso lo sabes.  Yo lo creo y también éste, ¿Por qué nos rechazas?

–          ¿Por qué?…

Jesús se detiene y los mira fijamente…

Sus severos ojos que traspasan y penetran más allá de los velos de la carne, que leen los corazones…  Miran dominadores a los dos que tiene delante…

Luego, sus ojos irresistibles cuando están enojados, tan dulces cuando aman…  Cambian de modo de mirar y toman una expresión tan cariñosa, tan misericordiosa que si antes los corazones se estremecieron de terror por la potentísima mirada, ahora tiemblan de emoción ante el refulgir del amor…

Jesús repite:

–           ¿Por qué? No Yo, sino los hombres rechazan al Hijo del hombre y Él debe desconfiar de sus hermanos. Pero a quien no tiene malicia en su corazón, le digo: ‘Ven’ y también ‘Amadme a los que me odian.’

El levita pregunta:

–           ¿Entonces Maestro?

–           Entonces iré al poblado para el sábado.

–           Espéranos al menos.

–           En el crepúsculo del sábado partiré. No puedo esperar.

Jesús avanza, seguido por el grupo apostólico…

Los dos se miran y se consultan, intercambian palabras y el levita se regresa corriendo y dice a Jesús:

–           Maestro, me quedo contigo hasta después del sábado.

Los apóstoles detrás del levita, hacen señas a Jesús para que no lo permita…

Pero Jesús no les hace caso y responde:

–           Quédate.

El levita está muy contento y dice:

–           Mi nombre es José, mis padres me consagraron a Dios desde que nací y cuando mi madre me amamantaba me llamaba ‘su consolación’ porque el Señor le quitó conmigo la aflicción por ser estéril… Así me convertí en Bernabé…  También el gran rabí me llama así, porque dice que él se consuela con sus mejores discípulos… Maestro justo, yo quisiera estar contigo, pero Gamaliel ha perdido por tu causa sus mejores discípulos… y yo…

Todavía no es la hora de que vengas a Mí. Cuando llegue, tú mismo maestro te la dirá, porque es un hombre justo…

–           ¡Oh! Y me lo estás diciendo Tú…

–           Lo digo porque es verdad. A cada quién reconozco lo suyo… vamos.

Y continúan caminando mientras Bernabé platica alegremente con Jesús…

Después del mediodía en medio de un hermoso huerto, el grupo apostólico está descansando…

Pedro refunfuña:

–           No me parece nada bien, esta parada con ese hombre que se nos unió…

Jesús dice:

–           Partiremos después de las plegarias. Es sábado y no se podía caminar…  Nos ha hecho bien este descanso. No haremos más paradas sino hasta el próximo sábado.

–           Tú has descansado poco… ¡Y sanaste a todos esos enfermos!…

–           Y que ahora alaban al Señor. Para evitaros tanta caminata, me hubiera quedado aquí dos días más, para dar tiempo a los curados de esparcir la noticia más allá. Pero no queréis…

Varios apóstoles contestan al mismo tiempo:

–                ¡No! ¡No!

–               Quisiera estar ya lejos.

–                Y… no te confíes demasiado, Maestro.

Judas dice:

–                ¡Hablas! ¡Hablas! ¡Hablas! ¿No sabes que cada palabra tuya se cambia en veneno contra Ti en ciertas bocas?

Pedro pregunta:

–                ¿Por qué nos lo enviaron?

Jesús responde:

–           Tú lo sabes.

–           Sí. Pero ¿Por qué se quedó?

–           No es el primero que se haya quedado después de haberme tratado.

Pedro sacude su cabeza. No está convencido y rumia la palabra que denuncia su pensamiento:

–           ¡Es un espía!… ¡Un espía!

Jesús advierte:

–           No juzgues Simón.  Podrás arrepentirte algún día de tu actual juicio.

Pedro contesta:

No juzgo. Tengo miedo por Ti.  Y esto es amor. El Altísimo no me puede castigar porque te ame…

No digo que te arrepentirás de esto, sino de haber pensado mal de un hermano tuyo…

–           Él es hermano de los que te odian. Por lo tanto, no es mi hermano…

La lógica, humanamente hablando es justa, pero Jesús hace una observación:

–           Es discípulo de Gamaliel. Gamaliel no está contra Mí…

–           Pero tampoco a tu favor.

–           Quién no está contra Mí, está a mi favor aunque no lo parezca.  No se puede pretender que un Gamaliel, el más grande doctor que tenga hoy día Israel, un pozo del saber rabínico… Una verdadera mina en la que hay toda clase… de tesoros rabínicos; pueda con presteza abandonarlo todo para aceptar… me. Simón, es difícil aun para vosotros aceptarme, dejando todo lo pasado…

Pedro protesta:

–           ¡Nosotros te hemos aceptado!

–           No. ¿Sabes qué cosa es aceptarme? No es amarme, ni seguirme…  Esto es ya un gran mérito del Hombre que Soy Yo y que atrae vuestras simpatías. Aceptarme es aceptar mi doctrina que es igual a la antigua Ley Divina; pero que es completamente diferente de la de ella… De ese cúmulo de leyes humanas, que han venido amontonándose con los siglos, formando un códice y un formulario que no tiene nada de divino. (Y Jesús da una larga explicación de la diferencia de la Doctrina Cristiana que asimila la antigua Ley)

Cuando Jesús termina, invita a todos a ir a la sinagoga…

Pedro pregunta:

–           ¿Vas a hablar?

Jesús rechaza:

–           No. Soy un simple fiel. Ya hablé con los milagros esta mañana…

En la sinagoga, el sinagogo se vuelve hacia Jesús con deferencia y le pregunta:

–           ¿Vas a explicar la Ley?

Jesús rehúsa y como un simple fiel, participa en todas las ceremonias. Y aunque no habla, toda su actitud  es una predicación sobre el modo cómo se deben comportar y  la forma de orar. Todos los asistentes no le quitan los ojos de encima…

Jesús no se vuelve, ni siquiera cuando en el umbral de la sinagoga, se produce un ruido que distrae a muchos…

La ceremonia termina  y la gente sale  a la plaza, donde se encuentra la sinagoga.

Jesús es uno de los últimos en salir y se dirige a la casa que los hospedó, para tomar su alforja y partir…

Se encuentran con un grupo de escribas y de fariseos, que llaman a Bernabé.  Intercambian unas palabras y Bernabé va a donde Jesús está hablando  con Pedro y su primo Tadeo.

Bernabé dice:

–           Maestro, un grupo del Templo desea hablar contigo. Ellos vinieron de Giscala a buscarte, para que Tú no tuvieras que moverte…

Jesús contesta:

–           Está bien. Que vengan…

Pedro exclama intranquilo:

–           ¡Oh, no! ¡Escribas!… ¡Lo había dicho ya!

Jesús saluda reverente a los que tambien lo han saludado y pregunta:

–           ¿Qué queréis?

Calascebona contesta:

–           No fuiste, pero nosotros vinimos. Y para que nadie piense que pecamos contra el sábado,  a todos decimos que dividimos el camino en tres etapas.  La primera hasta que hubo luz crepuscular.  La segunda de seis estadios, mientras la luna iluminó los senderos.  La tercera terminó aquí y no pasó de la medida.  Esto por el bien de nuestras almas y por el de las vuestras. Pero pedimos tu sabiduría para nuestra inteligencia. ¿Estás enterado de lo que pasó en Giscala?

Jesús contesta:

–           Vengo de Cafarnaúm y no sé nada.

–           Escucha: un hombre estuvo ausente durante catorce meses de su casa, por razón de negocios. Cuando regresó, se enteró de que durante su ausencia su mujer lo había engañado y tuvo un hijo del amante.  El hombre mató ocultamente a su mujer, pero fue denunciado por otro que se enteró por una sierva y fue muerto el uxoricida.

El amante, que según la Ley debía ser lapidado, huyó y se refugió en Cades. El marido quería matar al hijo bastardo, pero la mujer que lo amamantaba, no se lo entregó. Ella se fue a Cades para persuadir al verdadero padre del recién nacido para que lo tomase bajo su cuidado, porque el marido de la nodriza se opone a tener al bastardo en su casa…

El hombre la rechazó junto con el hijo, diciendo que sería un estorbo en su huída.  ¿Cómo juzgas Tú el hecho?

–           No encuentro que cosa deba fallarse. El fallo justo o injusto ya se dio.

–           Según Tú, ¿Cuál fue el fallo justo y cual el injusto? Entre nosotros sufrió divergencia, acerca del suplicio del homicida.

Jesús los mira a todos fijamente.

Luego dice:

–           Hablaré. Pero antes responded con sinceridad a mis preguntas…

Calascebona:

–           Sí.

–           ¿El uxoricida, era nativo del lugar?

–           No. Se había establecido allí desde que se casó, porque su mujer era nativa de ahí.

–           ¿El adúltero era del lugar?

–           Sí.

–              ¿Cómo se enteró el marido de que había sido traicionado? ¿Era pública la culpa?

–           No lo era. Y no se comprende cómo pudo enterarse.  Ella se había ausentado por varios meses, diciendo que para no estar sola, se iba a Ptolemaide a casa de unos parientes y regresó diciendo que había tomado consigo, al hijo de una parienta suya, que había muerto al dar a luz.

–           ¿Era de conducta desvergonzada cuando estuvo en Giscala?

–           No. Todos nos quedamos sorprendidos de que Marcos hubiese tenido relaciones con ella.

Un hombre interviene y protesta:

–           Mi pariente no es culpable. Es inocente.

Jesús le pregunta:

–           ¿Es tu pariente? ¿Quién eres?

–           El primero de los ancianos de Giscala. Por eso quise que fuera condenado a muerte el uxoricida, porque no solo mató a alguien, sino que mató a una inocente. –Y mira torvamente al hombre de cuarenta años,  que está frente a él.

Éste replica airado:

–           La Ley dice que sea condenado a muerte el homicida.

Jesús lo mira y dice:

–           Tú querías que muriesen la mujer y el adúltero.

–           Así dice la Ley.

El anciano dice:

–           Si no hubiera habido otro motivo, nadie hubiera hablado.

Y se prende la disputa entre los dos de tal forma que se olvidan de Jesús…  Un verdadero altercado de dimes y diretes…

Calascebona impone silencio diciendo:

–           No se puede negar que se haya cometido el homicidio; como tampoco se puede negar que haya existido la culpa…  La mujer la confesó a su marido. Pero dejemos hablar al Maestro.

Jesús insiste:

–           Pregunto: ¿Cómo lo supo el marido? No me lo habéis contestado todavía… 

El anciano que defiende a la mujer dice:

–           Porque hubo alguien que la delató, apenas regresó.

Jesús baja los párpados, para evitar que su mirada acuse a alguien y dice:

–           Entonces Yo digo que este tal, no tenía limpio el corazón. 

El hombre de cuarenta años que quería la muerte de la mujer y del adúltero, brinca inmediatamente protestando:

–           No tenía yo hambre de ella.

El anciano le replica:

–           ¡Ah! ¡Ahora todo está muy claro! ¡Tú fuiste el soplón! ¡Lo sospechaba! Tú mismo te acabas de delatar… ¡Asesino!

–           Y tú que proteges al adúltero. Si no se lo hubieras comunicado, no se hubiera escapado. ¡Pero es tu pariente! ¡Así se hace justicia en Israel! Por eso defiendes la conducta de la mujer, por defender a tu pariente.  Por ella sola no te hubieras preocupado.

¿Y cómo te calificarías tú? ¿Tú que empujaste al marido contra su mujer, para vengarte de sus rechazos?…

–           ¿Y tú que eres el único que testimoniaste contra el marido? ¡Tú que pagaste a una sierva de aquella casa para que te ayudase, porque no es válido el testimonio de uno solo! Lo dice la Ley…

Calascebona y Jesús, tratan de aplacar a los dos que representan dos intereses y dos opiniones contrarias y que revelan el odio creciente entre las dos familias.

Lo logran con mucha dificultad y el delator, lleno de ira se vuelve contra Jesús:

–           ¡Tú tienes la culpa, Galileo! ¡Tú que proteges a las prostitutas!…

Jesús, tranquilo y con mucha solemnidad contesta:

–           No solo afirmo que el adulterio consumado es un delito contra Dios y el prójimo, sino que aun el que tiene deseos impuros por la mujer de otro es adúltero en su corazón y…

Jesús da un largo discurso sobre la Ley, el matrimonio, el amor y el adulterio.

Finaliza diciendo:

–           ¡Ay del delator de su prójimo! Aquí todos han faltado.  El marido: ¿Tenía en realidad necesidad de abandonar a su mujer por tanto tiempo? ¿La había tratado siempre con el amor que conquista el corazón de la compañera? ¿Se examinó a sí mismo, si antes de que su mujer lo engañase, él no la había engañado primero? La ley del Talión dice: ‘ojo por ojo y diente por diente’ Si dice esto para exigir la reparación, ¿Pero debe darla uno solo? No defiendo a la adúltera, pero afirmo: ¿Cuántas veces ella hubiera podido acusar de adulterio a su marido?

La gente comenta en voz baja y admirada de la sabiduría contenida en cada palabra y aprueban diciendo:

–           ¡Es cierto! ¡Es cierto!

Jesús prosigue:

–           Yo digo: ¿Por qué no temió a Dios, el que por venganza ha sido causante de una tragedia tan grande?… Todos son culpables… Todos. También los jueces que se dejaron llevar por motivos  contrarios a la venganza personal. (Jesús hace una larga exposición de en qué forma pecaron, todos y cada uno de los protagonistas de este drama, excepto la nodriza)

Uno solo es el inocente y de él me compadezco. ¿Quién de vosotros tendrá caridad del recién nacido y de Mí que sufro por él?…

Jesús mira a la multitud con ojos suplicantes…

Varios contestan:

–           ¿Qué quieres?

–           Recuerda qué es un bastardo…

–           ¡Quién querría hacerse cargo de los oprobios!

Jesús dice:

–           En Cafarnaúm hay una mujer que se llama Sarah. Es de Afeq y es mi discípula. Llevadle al niño y decidle: ‘Jesús de Nazareth te lo encarga’ Cuando el Mesías a quién esperáis haya fundado su Reino y puesto sus leyes que no anulan Palabra del Sinaí, sino que la perfeccionan con la caridad, los bastardos no dejarán de  tener madre, porque Yo seré el Padre de los que no tienen padre y diré a mis fieles: ‘Amadlos por amor mío’ Y muchas otras cosas serán cambiadas porque el amor substituirá a la violencia…

Creíais que al hacerme esta pregunta fuese a negar la Ley. Por eso me habéis buscado… Una vez más, de una cosa por demás sentenciad; habéis hecho instrumento de inquisidor, para sorprenderme en pecado… Dios os perdone una vez más el haber tratado de sorprender al Hijo del hombre…

Bernabé protesta:

–           ¡Yo no Maestro! ¡Yo no! Yo amo al rabí Gamaliel como un discípulo debe amar a su maestro: más que un padre. Más porque un rabí forma la inteligencia y ésta es más grande que el cuerpo.  Y por eso no puedo dejar a mi rabí por Ti… Pero mira, para darte mi saludo desde el fondo de mi corazón porque he comprendido la sabiduría y la justicia en todas y cada una de tus palabras tomo las del cántico de Judith: ‘Adonaí Señor, Tú Eres Grande y magnífico en tu Poder. Nadie puede superarte, nadie puede resistir tu Voz, los que te temen estarán siempre delante de Ti.’

Señor, bajaré a Cafarnaúm  y llevaré al niño a la mujer de la que hablaste… Tú ruega por mí, para que penetre en mí la Palabra que establece el Reino de Dios en nosotros… Ahora he comprendido. Nos engañamos… Y nosotros los discípulos, somos los menos culpables…

Calascebona lo interrumpe gritando furioso:

–           ¿Qué estás diciendo estúpido?

Bernabé le contesta:

–           ¿Qué, qué digo? Digo que tiene razón mi maestro. Y que quién tienta al Mesías, para un reino temporal es un Satanás; porque es un verdadero Profeta del Altísimo y la sabiduría está en sus labios. – se vuelve hacia Jesús- Maestro, ¿Qué debo hacer?

Jesús responde:

–           Meditar. Rogaré por ti…  – se vuelve hacia sus apóstoles- ¡Vámonos!

Y con los apóstoles cargando sus alforjas, empieza su camino dejando tras de sí, un mar de comentarios…

Sale de la sinagoga y atraviesa la plaza llena de gente. En la fuente, las palomas sacian la sed y las mujeres llenan sus cántaros. El día está soleado y hace calor.  Ramajes de higueras y sarmientos, desbordan por las paredes de los huertos que se extienden por las cuatro calles que llegan a la plaza. Sobre los emparrados cuelgan las uvas maduras bajo el sol del atardecer.

Pasa junto a un grupo de enfermos que lo están esperando, pero sólo los bendice y los consuela, diciéndoles que con el crepúsculo llegará la salud.  Acaricia amoroso a los niños que se apiñan a su alrededor.

rincón de la plaza hay una mujer ricamente vestida, que denota claramente que no es hebrea y que trae de la mano a un niño como de siete años, que está muy quieto y con la cabeza baja. Cómo Jesús se ha detenido con el grupo de niños, ella se inclina sobre el niño y le dice algo al oído…

El niño levanta la cabeza y su carita triste con los ojos cerrados, sin soltar la mano de la mujer grita con un lamento fuerte:

–           ¡Ten piedad de mí, Jesús!

Jesús se vuelve y mira. Acude inmediatamente y llega frente a ellos. Acaricia la cabecita inclinada y pregunta:

–           Mujer, ¿Es éste tu hijo?

Ella contesta:

–           Sí, Maestro. Es mi primogénito.

Jesús dice:

–           Entonces el Altísimo ha bendecido tu casa con una prole numerosa y el primero fue este varoncito, consagrado al Señor.

Ella comienza a llorar y responde:

–           Solamente tengo a este niño y tres niñas más pequeñas. Y ya no tendré más… –su voz se corta con un sollozo.

¿Por qué lloras mujer?

–           Porque mi niño está ciego, Maestro.

–           Y tú querrías que él viese… ¿Puedes creer?

–           Creo, Maestro.  Me dijeron que has abierto los ojos que estaban sin vista; pero mi hijo nació con los ojos secos. Míralo Jesús. Bajo sus párpados no hay nada…

Jesús levanta hacia Sí, la carita del niño, prematuramente seria y triste… Y con el dedo pulgar levanta los párpados… No hay globo ocular. Están totalmente vacías las cuencas…

Jesús pregunta:

–           ¿Por qué viniste entonces mujer?

Porque… Sé que es cosa difícil tratándose de mi hijo… Pero si es verdad que Tú Eres el Esperado, puedes hacerlo…  Tu Padre hizo los mundos y el Universo completo… ¿No querrías Tú, que eres bueno, hacerle dos pupilas a mi hijito?

¿Crees tú que Yo venga del Padre, el Dios Altísimo?

–           Creo esto y creo que Tú todo lo puedes… 

Jesús la mira como indagando cuanta fe haya en ella y de qué pureza sea esta fe. Sonríe y luego dice al niño:

–           Niño, ven conmigo. – y lo lleva de la mano hasta una barda muy alta que está llena de plantas colgantes.

La madre los sigue temblando de emoción. La gente se agrupa a su alrededor…

Jesús pone al niño sobre una banca de piedra que está en el jardín y se yergue majestuoso. Parece hasta más alto y más robusto, con su túnica blanquísima y su manto azul oscuro. Su rostro trasluce la luz divina que se manifiesta cuando va a realizar un portentoso milagro. Levanta su cabeza y ora intensamente, sin abrir los labios…

Es una estampa formidable contemplar al Dios-Hombre, imponente y bellísimo como pocas veces…  Coloca sus dos manos abiertas sobre la cabeza del niño, con los dos pulgares cubriendo las órbitas vacías.

La oración se hace más ardiente, en un íntimo coloquio con el Padre Celestial…

La multitud y los incansables fariseos, capitaneados por Calascebona, contemplan expectantes la maravillosa escena…

Después de unos minutos, Jesús dice:

–           ¡Ve! ¡Lo quiero! Y alaba al Señor.  –Vuelve el rostro hacia la mujer y dice- Que tu fe reciba su premio. He aquí a tu hijo, que será tu honra y tu tranquilidad. Muéstralo a tu marido- Volverá a tu amor… Y tu hogar conocerá nuevos días felices, con la llegada de más varoncitos…

La mujer está impactada… Cuando Jesús retira los pulgares de los ojos del niño da un grito agudísimo de alegría, al ver que desde las órbitas que estuvieran vacías, la miran dos ojos bellísimos… idénticos a los de Jesús…

Ojos asombrados y llenos de estupor y de felicidad, bajo el mechón de los cabellos ondulados y negros…

Llorando y bendiciendo de alegría, con su hijo abrazado contra su pecho,  ella se arrodilla a los pies de Jesús y dice:

–           ¡Bendito seas Hijo de Dios! ¡También eso lo sabes! ¡Te adoro, Señor mío y Dios mío!… –y lo besa en los pies y en sus sandalias.

La mujer se levanta con la cara extasiada de felicidad y dice:

–           Oíd todos. Vengo de las lejanas tierras de Sidón. Vine porque otra madre sanada y salvada,  me habló del Rabbí de Nazareth. Mi marido que es judío y mercader, tiene en aquella ciudad sus negocios de comercio con Roma. Es rico y también fiel a la Ley… Dejó de amarme después de haberle dado un varoncito desventurado.

Le parí tres mujeres y luego me quedé estéril. Se alejó de su casa y yo sin haber sido repudiada, estaba en las mismas condiciones que una repudiada.  Sabía que él quería deshacerse de mí, para que otra mujer le diese los herederos capaces de mantener sus negocios y conservar sus riquezas.

Antes de partir fui a verlo y le dije: ‘Espera señor, espera a que regrese. Si vuelvo con mi hijo todavía ciego, repúdiame.  De otro modo no mates mi corazón y no niegues un padre a tus hijos.’

Él me juró diciendo: “Por la gloria del Señor mujer, te juro que si me traes al hijo sano, -no sé cómo podrás hacerlo, porque tu vientre no supo darle ojos; volveré a ti como en los días del primer amor.”  El Maestro no podía saber nada de mi dolor como esposa y sin embargo me ha consolado aun en esto. Gloria a Dios y a Ti, Dios, Maestro y Rey…

La mujer se ha postrado en tierra, besando los pies de Jesús y llorando de felicidad…

Jesús le dice:

–           Vete. Dile a Daniel tu marido, que El que creó el Universo y los mundos, ha regalado dos estrellas claras por pupilas a tu pequeño, consagrado al Señor.

Porque Dios es fiel a sus promesas y ha jurado que quien cree en Él verá toda clase de prodigios. Que sea fiel ahora al juramento que te hizo y que no cometa ningún pecado de adulterio… Di que Yo mando esto a Daniel. Vete. Que seas feliz. Te bendigo a ti, a este pequeñuelo y a todos tus seres queridos.

La multitud se deshace en alabanzas y Jesús se retira con los suyos a la casa que los hospeda, para descansar…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

132.- EL ‘YO’ ENEMIGO…

Pasa de la medianoche y la luna ilumina el sendero solitario, por el que Jesús pasea lentamente; yendo y viniendo. Medita y ora. Pero está al tanto de lo que lo rodea. Escucha complacido el canto de un ruiseñor que entona una serie de arpegios y trinos tan fuertes y largos, que parece imposible que salgan de tan pequeño emplumado.

Levanta su rostro sonriente y cierra los ojos; para disfrutar el maravilloso canto. Cuando el ave termina, Jesús aplaude. Y mueve su cabeza asintiendo con satisfacción y una sonrisa de aprobación.

Se inclina sobre una mata de madreselvas en flor que despiden su perfume y que a la luz de la luna parecen de plata. Las admira. Las acaricia con la mano. Las huele… Y luego prosigue su paseo, mirando de vez en cuando hacia el lago que brilla como un espejo. Mira el plácido centellear de las estrellas, en la noche de verano y se sienta sobre una piedra, a los pies de un árbol muy alto. Apoya sus codos sobre las rodillas, con las manos entrelazadas y se sumerge en la Oración.

Después de un rato, una sombra sale de la espesura y lo llama:

–                       ¡Maestro!

Jesús pregunta:

–                       Judas. ¿Qué quieres?

–                       ¿Dónde estás, Maestro?

–                       A los pies del nogal. Acércate.

Jesús se pone de pie, para que Judas pueda localizarlo en el sendero bañado por la luz de la luna.

Jesús dice:

–                       ¿Viniste Judas a acompañar un poco a tu Maestro?  -poniéndole con cariño, un brazo sobre la espalda-  ¿O me necesitan en Corozaím?

–                       No, Maestro. No te necesitan. Tuve ganas de venir a donde estás.

–                       Bien. Los dos podemos sentarnos sobre esta piedra. Ven.

Se sientan juntos. Silencio. Judas no habla. Lucha…

Jesús trata de ayudarlo:

–                       ¡Qué hermosa noche, Judas! Mira como todo está limpio. Me imagino que así fue la primera noche que Adán durmió sobre la tierra en el paraíso terrestre. Mira cómo huelen esas flores. Huélelas, pero no las cortes. No he querido cortarlas para no profanarlas.

¡Qué bella es la vida cuando se emplea en el bien! y estas flores perfuman y proporcionan miel a las abejas y a las mariposas. Sí hubieras venido antes, hubieras oído a un pajarillo cantar tan dulcemente su alegría de vivir y su deseo de alabar al Señor. ¡Qué hermosos pájaros! ¡Qué bien sirven de ejemplo al hombre! Se contentan con poco y sólo de lo que es lícito…

Y Jesús expone las maravillas que ha contemplado de la Creación… Y la bondad de Dios al crearlas y la bondad de las criaturas al corresponder con los dones que les fueron dados.

Judas no dice nada. También él piensa… Luego…

Judas dice:

–                       ¡Qué bello es oírte hablar así, Maestro! Todo se ilumina a los ojos de uno, a la mente, al corazón… Y todo parece más fácil. Hasta el decir: ‘Quiero ser bueno’ Hasta decirte… Hasta decirte… decirte: Maestro también yo tengo mi alma intranquila. No tengas asco de mí, Maestro…  Tú que tanto amas lo puro.

Jesús lo mira con bondad y pregunta:

–                       ¡Oh, Judas! ¿Qué Yo tenga asco? Amigo mío, hijo mío. ¿Qué cosa te perturba?

–                       Tenme contigo, Maestro. Tenme junto a Ti… He jurado ser bueno desde que me hablaste tan hermosamente. He jurado volver a ser el Judas de los primeros días, que te seguía y que te amaba con mi alma, como el novio a la novia. Y no anhelaba otra cosa, más que a Ti. Y encontraba en Ti, toda mi alegría. Así te amaba, Jesús…

–                       Lo sé. Y por esto te amé… Y te sigo amando…  ¡Oh, pobre amigo mío! ¡Qué herido estás!…

–                       ¿Cómo sabes que lo estoy?…  ¿Sabes de qué cosa?…

Silencio.

Jesús mira a Judas con unos ojos tan dulces… Parecen como si las lágrimas los hiciesen más dulces y disminuyeran su fulgor. Ojos de niño inocente e indefenso, que se entrega por completo al amor.

Judas se echa a sus pies, con la cara sobre las rodillas y comienza a llorar.

–                       Tenme contigo, Maestro. Tenme…  -se abraza a Él como un niño que busca protección-  … Mi carne aúlla como un demonio. Y si cedo, entonces todos los males se dejan venir. Sé que lo sabes, pero que esperas a que lo confiese… Es muy duro Maestro, decir: ‘He pecado’

–                       Lo sé, amigo mío. Por esto sería necesario obrar bien. para no verse uno obligado a decir: ‘Pequé’. Con todo, Judas. También en esto se encuentra una buena medicina. El tener que hacer un esfuerzo para confesar la culpa, lo detiene a uno. Y si se cometió, la pena que se siente al acusarse, es ya penitencia que redime. Si después uno sufre, no ya por honra propia, ni por miedo al castigo; sino porque uno sabe que al faltar ha causado dolor…  Entonces Yo te lo digo, la culpa se borra. Es el amor el que salva.

–                       Yo te amo, maestro. Pero soy débil… ¡Oh!… ¡No puedes amarme!… Eres puro y amas a los puros. No puedes amarme porque yo soy… Yo soy… ¡Oh!… ¡Jesús quítame el hambre del placer! Sabes qué clase de demonio es.

–                       Lo sé. No obedecí a su voz. Pero sé qué clase de voz sea.

–                       ¿Lo ves? ¿Lo ves? Te causa tanto asco que con solo decirlo, tu rostro cambió… ¡No puedes perdonarme!

–                       Judas, ¿No te acuerdas de María y de Mateo? ¿Del publicano que se hizo leproso? ¿Y de la prostituta romana a la que le profeticé que se iría al Cielo, porque después de que la perdoné, viviría santamente?

–                       Maestro… Maestro… Maestro… ¡Qué dolencia tengo en el corazón! Esta noche escapé de Corozaím. Porque si me hubiera quedado, estaba perdido. ¿Sabes? Es como quien bebe y se emborracha. El médico le quita el vino y cualquier bebida alcohólica. Se cura y sana. Hasta que vuelve a sentir el sabor…

Pero si cede sólo una vez y vuelve a saborearlo. Siente una sed… una sed por beber… tan fuerte que no resiste más. Y bebe y bebe. Y se enferma de nuevo… Enfermo para siempre… Loco… Poseído… Poseído por su demonio. Por ese demonio suyo… ¡Jesús! ¡Jesús, Jesús!… no lo digas a los demás. No lo digas… Tengo vergüenza con todos.

–                       Pero no de Mí.

Judas entiende mal.

–                       ¡Es verdad! ¡Perdóname! Debería de tener más vergüenza de Ti, que de cualquier otro, porque eres Perfecto…

–                       ¡No hijo! No quería decir esto. Tu dolor, tu angustia, tu humillación, que no sean un velo. Dije que puedes avergonzarte de todos, pero no de Mí. Un hijo no tiene miedo, ni vergüenza de su buen padre. Y un enfermo de un buen médico. Al uno y al otro debe decirse todo sin temor. Porque el uno ama y perdona y el otro comprende y cura. Yo te amo y te perdono y por eso te comprendo y te curo.

Pero dime Judas, ¿Qué es lo que te pone en las manos de tu demonio?¿Acaso Yo?… ¿Los hermanos?… ¿Las mujeres de mala vida?… NO.  Es tu voluntadAhora te perdono y te curo… ¡Me has dado una gran satisfacción, Judas! Estaba muy contento con esta noche serena, perfumada, llena de trinos y de alabanza al Señor. Pero la alegría que me has dado, supera todo. Estoy feliz con tu buena voluntad.

Pronto será el alba. Las tinieblas de la noche con sus fantasmas, van desapareciendo. Mira qué rápido ha pasado el tiempo, que de no haber venido a Mí, lo hubieras pasado entre el hastío y el remordimiento. Ven siempre, cuando tengas miedo de ti, Judas.

El propio ‘yo’ es un gran amigo, un gran tentador, un gran enemigo y un gran juez. Y mira, es amigo bueno y  fiel, si eres bueno. Sabe ser amigo falso, si no eres bueno. Y después de que te sirvió de cómplice para hacerte caer, se convierte en juez inexorable y te atormenta con sus reproches… Sus reproches son crueles… ¡No Yo!…

Bueno. Vámonos. La noche está terminando.

–                        Maestro, no te dejé descansar. Y hoy tendrás que hablar tanto…

–                       He descansado con la alegría que me diste. No tengo mejor descanso que decir: ‘Hoy he salvado un alma que estaba a punto de perecer’ Ven. Ven. Vamos a Corozaím. ¡Si esta ciudad, Judas; supiese imitarte!…

–                       Maestro, ¿Qué dirás a mis compañeros?

–                       Nada, si no me lo preguntan. Si preguntan, diré que hablábamos de las misericordias de Dios. Es un tema real y sin límites.

Y bajan… Ambos son altos. Ambos son bellos, pero de un modo diferente. Desaparecen tras un grupo de árboles…

Entre los montes fértiles y llenos de bellos bosques, se encuentra Giscala; en uno de los panoramas más hermosos de Palestina. Antes de atravesar el poblado, se detiene para acariciar a los niños de un pastor que lo ha reconocido y le ofrece leche para Él y para los apóstoles.

Mientras están descansando en la llanura junto al rebaño, se le acerca a Jesús una anciana que sin reconocerlo, empieza a contarle sus penas familiares y la aflicción que le produce una nuera caprichuda e irrespetuosa…

Aunque Jesús la compadece, la exhorta a ser paciente y a persuadir con la bondad. Y finalmente le dice:

–                       Debes ser para ella madre, aunque no sea tu hija. Dime la verdad, si en vez de ser tu nuera fuera tu hija, ¿Te parecerían tan enormes sus defectos?

La mujer piensa y luego responde:

–                       No… una hija es siempre una hija…

–                       Y si una hija tuya te dijese que en la casa de su esposo, la madre de él la maltrata,  ¿Qué dirías?

–                       Que es mala, porque debería enseñar bondadosamente las costumbres de la casa, pues cada una tiene las suyas, sobre todo si la esposa es joven. Le diría que se acordase de cuando fue esposa joven, de que fue feliz al amar a su suegra, si tuvo la suerte de que ésta fuera buena… o de que había sufrido, si se encontró con una mala. Y que no hiciera sufrir lo que no sufrió o de no hacerlo, porque por experiencia sabe lo que es sufrir. ¡Defendería a mi hija!

–                       ¿Cuántos años tiene tu nuera?

–                       Dieciocho, Rabbí. Hace tres años que se casó con Santiago.

–                       Muy joven. ¿Es fiel al marido?

–                       Sí. Siempre está en casa y es toda amor por él y por sus hijos: el pequeño Leví y la pequeñita Anna que se llama como yo. Nació en la Pascua y ¡Es muy bella!

–                       ¿Quién quiso que se llamase Anna?

–                       María mi nuera. ¡Eh! Leví se llamaba el suegro y Santiago le puso este nombre al primogénito. María cuando dio a luz a la niña dijo: ‘A ésta se le dará el nombre de nuestra madre’

–                       ¿Y no te parece que éste sea amor y respeto?

La viejecilla piensa…

Jesús insiste:

Ella es honesta. Siempre en casa, es amorosa tanto como mujer, que como madre y deseosa de darte alegrías… Pudo haber puesto a su hija el nombre de su madre y sin embargo le puso el tuyo. Honra tu casa con su conducta…

–                       Si. No es como esa sinvergüenza de Jezabel.

–                       Y luego. ¿Por qué te lamentas y tú misma te afliges? ¿No te parece que quieres tener dos medidas al juzgar de manera diferente a tu nuera, de lo que harías con tu hija?

La mujer llora amargamente y finalmente brota de su corazón, la eterna razón de los prejuicios y los conflictos de las suegras…

–                       Es que… Es que… Me ha arrebatado el amor de mi hijo. Antes él era todo para mí y ahora la ama más que a mí…

–                      ¿No te da nada tu hijo? ¿Te descuida desde que se casó?

–                       Si. No es como esa sinvergüenza de Jezabel.

–                       Y luego. ¿Por qué te lamentas y tú misma te afliges? ¿No te parece que quieres tener dos medidas al juzgar de manera diferente a tu nuera, de lo que harías con tu hija?

La mujer llora amargamente y finalmente brota de su corazón, la eterna razón de los prejuicios y los conflictos de las suegras…

–                       Es que… Es que… Me ha arrebatado el amor de mi hijo. Antes él era todo para mí y ahora la ama más que a mí…

¿No te da nada tu hijo? ¿Te descuida desde que se casó?

Jesús sonríe bondadosamente ante la celosa madre.

Pero no la reprende. Compadece sus sufrimientos y trata de curarlos. Le extiende el brazo sobre  sus hombros, poniendo su manto sobre la espalda  y la abraza diciendo:

–                       Madre, ¿Y acaso no está bien que así sea? Tu marido lo hizo contigo y su madre no lo perdió del todo, como dices y piensas sino sólo en parte; porque tu esposo compartió su amor entre su madre y tú.

El padre de tu marido dejó de ser todo de su madre, para amar a la madre de sus hijos. Y así de generación en generación, hasta Eva: la primera madre que vio cómo sus hijos condividian el amor que antes era exclusivo de ella y de Adán con sus esposas.

Acaso no dice el Génesis: ‘He aquí finalmente el hueso de mis huesos y la carne de mi carne… El hombre por ella abandonará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne…’

–                       Esas fueron palabras de un hombre…

–                       Sí. ¿Pero de qué Hombre?… El inocente estaba en gracia y reflejaba absolutamente la Sabiduría que lo había creado y conocía la verdad.  Por la Gracia e inocencia, poseía en modo completo, también los otros dones de Dios. Con los sentidos sujetos a la razón, tenía una inteligencia clara, que no estaba ofuscada con los vapores de la concupiscencia. Por la ciencia proporcionada a su estado, decía palabras llenas de verdad y fue profeta. ¿Tú sabes que profeta quiere decir el que habla en nombre de otro?

Y cómo los verdaderos profetas hablan siempre  de cosas pertinentes al tiempo presente y a la carne; porque en los pecados de la carene y en los sucesos del tiempo actual, están las semillas de los castigos futuros… O los hechos del futuro, tienen su raíz en un evento antiguo.  Por ejemplo, la venida del Salvador tiene su origen en la Culpa de Adán…

Y los castigos de Israel predichos por los profetas, nacen de la conducta de Israel. De igual modo el que mueve los labios para decir cosas del espíritu, no puede ser sino el Espíritu Eterno que todo lo ve en tiempo presente. Y el espiritu Eterno habla en los santos, porque no puede habitar en los pecadores. Adán era santo, esto es existía en él la justicia completa, así como también todas las virtudes, porque Dios había infundido en él la plenitud de sus dones.

Ahora para llegar a la justicia y a la posesión de las virtudes, el hombre debe trabajar mucho, porque el incentivo al mal, existe en él.

En Adán no existían tales incentivos. La Gracia lo hacía un poco inferior a Dios, su Creador. Por esto, de sus labios brotaban palabras de un sabio. Así pues, son verdaderas estas palabras: ‘El hombre dejará a padre y madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.’

Tanto es cierto, que el Buen Dios siempre dispuesto a consolar a madres y padres, puso en la Ley el Cuarto Mandamiento: ‘Honra a tu padre y a tu madre’

Mandamiento que no termina cuando el hombre se casa, sino que se mantiene. Instintivamente los buenos honraban a sus padres, aún después de haberse separado de ellos, para formar una nueva familia.

A partir de Moisés es una obligación de la Ley y esto para suavizar los dolores de los padres a quienes muchas veces olvidaban sus hijos después de su matrimonio.

Pero la Ley no borró el dicho profético de Adán: ‘El hombre dejará padre y madre por su mujer’ Fueron palabras que dijo un justo y siguen vigentes. Reflejaban el pensamiento de Dios y el pensamiento de Dios es inmutable, porque es perfecto.

Tú madre, debes pues aceptar sin egoísmos, que tu hijo ame a su mujer y también serás santa. Por otra parte cualquier sacrificio, tiene ya una recompensa acá en la tierra.  ¿No te sientes dichosa de besar a los hijos de tu hijo? ¿Y no te es placentera la noche cuando te entregas al sueño, sabiendo que tienes a una hija cercana, en lugar de las otras que ya no tienes en casa?

La mujer exclama asombrada:

–                       ¿Cómo sabes que mis hijas mayores que mi hijo, están casadas y viven lejos? ¿Acaso eres también un profeta? Rabbí, lo Eres. Y eso lo demuestran los flecos de tu vestido. Y aunque no los tuvieses lo declaran tus palabras, pues hablas como un doctor. ¿Acaso eres amigo de Gamaliel? Antier estuvo aquí. Ahora no sé… Venían con él muchos rabinos y muchos de sus discípulos predilectos. Tal vez llegas tarde.

–                       Conozco a Gamaliel, pero no voy a donde está. Ni siquiera entro en Giscala…

–                       ¿Pero quién eres? Ciertamente un Rabbí. Hablas mejor todavía que Gamaliel… Entonces haz lo que te dije y tendrás paz en ti.  Adiós madre. Yo sigo mi camino, tú entra en la ciudad.

–                       ¡Me llamas madre! Los otros rabinos no son tan humildes para con una pobre mujer… La que te llevó en el vientre debe ser más santa que Judith, si te dio ese dulce corazón para con todas las criaturas…

–                       Santa lo es en realidad.

–                       Dime su nombre.

–                       María.

–                       ¿Y el tuyo?

–                       Jesús.

–                       ¡Jesús!

La mujer lo mira estupefacta y se queda como paralizada.

Jesús dice:

–                       Adiós mujer, la paz sea contigo.

Y Jesús se va ligero, casi corriendo antes de que ella reaccione.

Los apóstoles lo siguen con igual premura, en medio del revoloteo de vestidos.

En vano los siguen los gritos  de la mujer que suplica:

–                       ¡Deteneos! ¡Jesús, Rabbí detente! ¡Quiero decirte una cosa…!

Aflojan el paso hasta que lo tupido del bosque nuevamente los ha escondido y solamente se ve el camino solitario, que lleva a Giscala.

Bartolomé dice:

–                       ¡Qué hermoso le hablaste a esa mujer!

Santiago de Alfeo observa:

–                       ¡Una lección de doctor!  ¡Lástima que estuviera ella sola!…

Pedro exclama:

–                       ¡Quiero grabarme esas palabras!

Tomás comenta:

–                       La mujer comprendió o medio comprendió, después que escuchó tu Nombre… Ahora va a ir a divulgarlo a la ciudad…

Judas de Queriot dice en voz baja:

–                       Con tal de que no provoque a las avispas y nos las eche encima…

El siempre optimista Andrés replica:

–                       ¡Estamos lejos!… Entre estos
bosques no se dejan rastros y nada nos perturbará…

Jesús contesta a todos:

–                       ¡Aunque nos las echase encima! Es la paz de una familia que se ha vuelto a cimentar…

Pedro se lamenta:

–                       ¡Pero cómo son! Todas las suegras son iguales…

Varios dicen:

–                       No. Hemos conocido algunas buenas.

–                       ¿Te acuerdas de la suegra de Yerusa de Docco?

–                       ¿Y qué dices de la suegra de Dorcas, de Cesárea de Filipo?

Pedro contesta al último:

–                       ¡Claro que sí Santiago!… Hay una qué otra buena… –pero es evidente que piensa que la suya es un tormento.

Jesús dice:

–                       Detengámonos a comer. Luego descansaremos para llegar al poblado del valle, para pernoctar allí.

Se detienen en un claro del bosque, junto a una caída de agua… El horizonte hacia los montes del Líbano, presenta un espectáculo maravilloso allá en lontananza…

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA