Pasa de la medianoche y la luna ilumina el sendero solitario, por el que Jesús pasea lentamente; yendo y viniendo. Medita y ora. Pero está al tanto de lo que lo rodea. Escucha complacido el canto de un ruiseñor que entona una serie de arpegios y trinos tan fuertes y largos, que parece imposible que salgan de tan pequeño emplumado.
Levanta su rostro sonriente y cierra los ojos; para disfrutar el maravilloso canto. Cuando el ave termina, Jesús aplaude. Y mueve su cabeza asintiendo con satisfacción y una sonrisa de aprobación.
Se inclina sobre una mata de madreselvas en flor que despiden su perfume y que a la luz de la luna parecen de plata. Las admira. Las acaricia con la mano. Las huele… Y luego prosigue su paseo, mirando de vez en cuando hacia el lago que brilla como un espejo. Mira el plácido centellear de las estrellas, en la noche de verano y se sienta sobre una piedra, a los pies de un árbol muy alto. Apoya sus codos sobre las rodillas, con las manos entrelazadas y se sumerge en la Oración.
Después de un rato, una sombra sale de la espesura y lo llama:
– ¡Maestro!
Jesús pregunta:
– Judas. ¿Qué quieres?
– ¿Dónde estás, Maestro?
– A los pies del nogal. Acércate.
Jesús se pone de pie, para que Judas pueda localizarlo en el sendero bañado por la luz de la luna.
Jesús dice:
– ¿Viniste Judas a acompañar un poco a tu Maestro? -poniéndole con cariño, un brazo sobre la espalda- ¿O me necesitan en Corozaím?
– No, Maestro. No te necesitan. Tuve ganas de venir a donde estás.
– Bien. Los dos podemos sentarnos sobre esta piedra. Ven.
Se sientan juntos. Silencio. Judas no habla. Lucha…
Jesús trata de ayudarlo:
– ¡Qué hermosa noche, Judas! Mira como todo está limpio. Me imagino que así fue la primera noche que Adán durmió sobre la tierra en el paraíso terrestre. Mira cómo huelen esas flores. Huélelas, pero no las cortes. No he querido cortarlas para no profanarlas.
¡Qué bella es la vida cuando se emplea en el bien! y estas flores perfuman y proporcionan miel a las abejas y a las mariposas. Sí hubieras venido antes, hubieras oído a un pajarillo cantar tan dulcemente su alegría de vivir y su deseo de alabar al Señor. ¡Qué hermosos pájaros! ¡Qué bien sirven de ejemplo al hombre! Se contentan con poco y sólo de lo que es lícito…
Y Jesús expone las maravillas que ha contemplado de la Creación… Y la bondad de Dios al crearlas y la bondad de las criaturas al corresponder con los dones que les fueron dados.
Judas no dice nada. También él piensa… Luego…
Judas dice:
– ¡Qué bello es oírte hablar así, Maestro! Todo se ilumina a los ojos de uno, a la mente, al corazón… Y todo parece más fácil. Hasta el decir: ‘Quiero ser bueno’ Hasta decirte… Hasta decirte… decirte: Maestro también yo tengo mi alma intranquila. No tengas asco de mí, Maestro… Tú que tanto amas lo puro.
Jesús lo mira con bondad y pregunta:
– ¡Oh, Judas! ¿Qué Yo tenga asco? Amigo mío, hijo mío. ¿Qué cosa te perturba?
– Tenme contigo, Maestro. Tenme junto a Ti… He jurado ser bueno desde que me hablaste tan hermosamente. He jurado volver a ser el Judas de los primeros días, que te seguía y que te amaba con mi alma, como el novio a la novia. Y no anhelaba otra cosa, más que a Ti. Y encontraba en Ti, toda mi alegría. Así te amaba, Jesús…
– Lo sé. Y por esto te amé… Y te sigo amando… ¡Oh, pobre amigo mío! ¡Qué herido estás!…
– ¿Cómo sabes que lo estoy?… ¿Sabes de qué cosa?…
Silencio.
Jesús mira a Judas con unos ojos tan dulces… Parecen como si las lágrimas los hiciesen más dulces y disminuyeran su fulgor. Ojos de niño inocente e indefenso, que se entrega por completo al amor.
Judas se echa a sus pies, con la cara sobre las rodillas y comienza a llorar.
– Tenme contigo, Maestro. Tenme… -se abraza a Él como un niño que busca protección- … Mi carne aúlla como un demonio. Y si cedo, entonces todos los males se dejan venir. Sé que lo sabes, pero que esperas a que lo confiese… Es muy duro Maestro, decir: ‘He pecado’
– Lo sé, amigo mío. Por esto sería necesario obrar bien. para no verse uno obligado a decir: ‘Pequé’. Con todo, Judas. También en esto se encuentra una buena medicina. El tener que hacer un esfuerzo para confesar la culpa, lo detiene a uno. Y si se cometió, la pena que se siente al acusarse, es ya penitencia que redime. Si después uno sufre, no ya por honra propia, ni por miedo al castigo; sino porque uno sabe que al faltar ha causado dolor… Entonces Yo te lo digo, la culpa se borra. Es el amor el que salva.
– Yo te amo, maestro. Pero soy débil… ¡Oh!… ¡No puedes amarme!… Eres puro y amas a los puros. No puedes amarme porque yo soy… Yo soy… ¡Oh!… ¡Jesús quítame el hambre del placer! Sabes qué clase de demonio es.
– Lo sé. No obedecí a su voz. Pero sé qué clase de voz sea.
– ¿Lo ves? ¿Lo ves? Te causa tanto asco que con solo decirlo, tu rostro cambió… ¡No puedes perdonarme!
– Judas, ¿No te acuerdas de María y de Mateo? ¿Del publicano que se hizo leproso? ¿Y de la prostituta romana a la que le profeticé que se iría al Cielo, porque después de que la perdoné, viviría santamente?
– Maestro… Maestro… Maestro… ¡Qué dolencia tengo en el corazón! Esta noche escapé de Corozaím. Porque si me hubiera quedado, estaba perdido. ¿Sabes? Es como quien bebe y se emborracha. El médico le quita el vino y cualquier bebida alcohólica. Se cura y sana. Hasta que vuelve a sentir el sabor…
Pero si cede sólo una vez y vuelve a saborearlo. Siente una sed… una sed por beber… tan fuerte que no resiste más. Y bebe y bebe. Y se enferma de nuevo… Enfermo para siempre… Loco… Poseído… Poseído por su demonio. Por ese demonio suyo… ¡Jesús! ¡Jesús, Jesús!… no lo digas a los demás. No lo digas… Tengo vergüenza con todos.
– Pero no de Mí.
Judas entiende mal.
– ¡Es verdad! ¡Perdóname! Debería de tener más vergüenza de Ti, que de cualquier otro, porque eres Perfecto…
– ¡No hijo! No quería decir esto. Tu dolor, tu angustia, tu humillación, que no sean un velo. Dije que puedes avergonzarte de todos, pero no de Mí. Un hijo no tiene miedo, ni vergüenza de su buen padre. Y un enfermo de un buen médico. Al uno y al otro debe decirse todo sin temor. Porque el uno ama y perdona y el otro comprende y cura. Yo te amo y te perdono y por eso te comprendo y te curo.
Pero dime Judas, ¿Qué es lo que te pone en las manos de tu demonio?¿Acaso Yo?… ¿Los hermanos?… ¿Las mujeres de mala vida?… NO. Es tu voluntad. Ahora te perdono y te curo… ¡Me has dado una gran satisfacción, Judas! Estaba muy contento con esta noche serena, perfumada, llena de trinos y de alabanza al Señor. Pero la alegría que me has dado, supera todo. Estoy feliz con tu buena voluntad.
Pronto será el alba. Las tinieblas de la noche con sus fantasmas, van desapareciendo. Mira qué rápido ha pasado el tiempo, que de no haber venido a Mí, lo hubieras pasado entre el hastío y el remordimiento. Ven siempre, cuando tengas miedo de ti, Judas.
El propio ‘yo’ es un gran amigo, un gran tentador, un gran enemigo y un gran juez. Y mira, es amigo bueno y fiel, si eres bueno. Sabe ser amigo falso, si no eres bueno. Y después de que te sirvió de cómplice para hacerte caer, se convierte en juez inexorable y te atormenta con sus reproches… Sus reproches son crueles… ¡No Yo!…
Bueno. Vámonos. La noche está terminando.
– Maestro, no te dejé descansar. Y hoy tendrás que hablar tanto…
– He descansado con la alegría que me diste. No tengo mejor descanso que decir: ‘Hoy he salvado un alma que estaba a punto de perecer’ Ven. Ven. Vamos a Corozaím. ¡Si esta ciudad, Judas; supiese imitarte!…
– Maestro, ¿Qué dirás a mis compañeros?
– Nada, si no me lo preguntan. Si preguntan, diré que hablábamos de las misericordias de Dios. Es un tema real y sin límites.
Y bajan… Ambos son altos. Ambos son bellos, pero de un modo diferente. Desaparecen tras un grupo de árboles…
Entre los montes fértiles y llenos de bellos bosques, se encuentra Giscala; en uno de los panoramas más hermosos de Palestina. Antes de atravesar el poblado, se detiene para acariciar a los niños de un pastor que lo ha reconocido y le ofrece leche para Él y para los apóstoles.
Mientras están descansando en la llanura junto al rebaño, se le acerca a Jesús una anciana que sin reconocerlo, empieza a contarle sus penas familiares y la aflicción que le produce una nuera caprichuda e irrespetuosa…
Aunque Jesús la compadece, la exhorta a ser paciente y a persuadir con la bondad. Y finalmente le dice:
– Debes ser para ella madre, aunque no sea tu hija. Dime la verdad, si en vez de ser tu nuera fuera tu hija, ¿Te parecerían tan enormes sus defectos?
La mujer piensa y luego responde:
– No… una hija es siempre una hija…
– Y si una hija tuya te dijese que en la casa de su esposo, la madre de él la maltrata, ¿Qué dirías?
– Que es mala, porque debería enseñar bondadosamente las costumbres de la casa, pues cada una tiene las suyas, sobre todo si la esposa es joven. Le diría que se acordase de cuando fue esposa joven, de que fue feliz al amar a su suegra, si tuvo la suerte de que ésta fuera buena… o de que había sufrido, si se encontró con una mala. Y que no hiciera sufrir lo que no sufrió o de no hacerlo, porque por experiencia sabe lo que es sufrir. ¡Defendería a mi hija!
– ¿Cuántos años tiene tu nuera?
– Dieciocho, Rabbí. Hace tres años que se casó con Santiago.
– Muy joven. ¿Es fiel al marido?
– Sí. Siempre está en casa y es toda amor por él y por sus hijos: el pequeño Leví y la pequeñita Anna que se llama como yo. Nació en la Pascua y ¡Es muy bella!
– ¿Quién quiso que se llamase Anna?
– María mi nuera. ¡Eh! Leví se llamaba el suegro y Santiago le puso este nombre al primogénito. María cuando dio a luz a la niña dijo: ‘A ésta se le dará el nombre de nuestra madre’
– ¿Y no te parece que éste sea amor y respeto?
La viejecilla piensa…
Jesús insiste:
Ella es honesta. Siempre en casa, es amorosa tanto como mujer, que como madre y deseosa de darte alegrías… Pudo haber puesto a su hija el nombre de su madre y sin embargo le puso el tuyo. Honra tu casa con su conducta…
– Si. No es como esa sinvergüenza de Jezabel.
– Y luego. ¿Por qué te lamentas y tú misma te afliges? ¿No te parece que quieres tener dos medidas al juzgar de manera diferente a tu nuera, de lo que harías con tu hija?
La mujer llora amargamente y finalmente brota de su corazón, la eterna razón de los prejuicios y los conflictos de las suegras…
– Es que… Es que… Me ha arrebatado el amor de mi hijo. Antes él era todo para mí y ahora la ama más que a mí…
– ¿No te da nada tu hijo? ¿Te descuida desde que se casó?
– Si. No es como esa sinvergüenza de Jezabel.
– Y luego. ¿Por qué te lamentas y tú misma te afliges? ¿No te parece que quieres tener dos medidas al juzgar de manera diferente a tu nuera, de lo que harías con tu hija?
La mujer llora amargamente y finalmente brota de su corazón, la eterna razón de los prejuicios y los conflictos de las suegras…
– Es que… Es que… Me ha arrebatado el amor de mi hijo. Antes él era todo para mí y ahora la ama más que a mí…
¿No te da nada tu hijo? ¿Te descuida desde que se casó?
Jesús sonríe bondadosamente ante la celosa madre.
Pero no la reprende. Compadece sus sufrimientos y trata de curarlos. Le extiende el brazo sobre sus hombros, poniendo su manto sobre la espalda y la abraza diciendo:
– Madre, ¿Y acaso no está bien que así sea? Tu marido lo hizo contigo y su madre no lo perdió del todo, como dices y piensas sino sólo en parte; porque tu esposo compartió su amor entre su madre y tú.
El padre de tu marido dejó de ser todo de su madre, para amar a la madre de sus hijos. Y así de generación en generación, hasta Eva: la primera madre que vio cómo sus hijos condividian el amor que antes era exclusivo de ella y de Adán con sus esposas.
Acaso no dice el Génesis: ‘He aquí finalmente el hueso de mis huesos y la carne de mi carne… El hombre por ella abandonará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne…’
– Esas fueron palabras de un hombre…
– Sí. ¿Pero de qué Hombre?… El inocente estaba en gracia y reflejaba absolutamente la Sabiduría que lo había creado y conocía la verdad. Por la Gracia e inocencia, poseía en modo completo, también los otros dones de Dios. Con los sentidos sujetos a la razón, tenía una inteligencia clara, que no estaba ofuscada con los vapores de la concupiscencia. Por la ciencia proporcionada a su estado, decía palabras llenas de verdad y fue profeta. ¿Tú sabes que profeta quiere decir el que habla en nombre de otro?
Y cómo los verdaderos profetas hablan siempre de cosas pertinentes al tiempo presente y a la carne; porque en los pecados de la carene y en los sucesos del tiempo actual, están las semillas de los castigos futuros… O los hechos del futuro, tienen su raíz en un evento antiguo. Por ejemplo, la venida del Salvador tiene su origen en la Culpa de Adán…
Y los castigos de Israel predichos por los profetas, nacen de la conducta de Israel. De igual modo el que mueve los labios para decir cosas del espíritu, no puede ser sino el Espíritu Eterno que todo lo ve en tiempo presente. Y el espiritu Eterno habla en los santos, porque no puede habitar en los pecadores. Adán era santo, esto es existía en él la justicia completa, así como también todas las virtudes, porque Dios había infundido en él la plenitud de sus dones.
Ahora para llegar a la justicia y a la posesión de las virtudes, el hombre debe trabajar mucho, porque el incentivo al mal, existe en él.
En Adán no existían tales incentivos. La Gracia lo hacía un poco inferior a Dios, su Creador. Por esto, de sus labios brotaban palabras de un sabio. Así pues, son verdaderas estas palabras: ‘El hombre dejará a padre y madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.’
Tanto es cierto, que el Buen Dios siempre dispuesto a consolar a madres y padres, puso en la Ley el Cuarto Mandamiento: ‘Honra a tu padre y a tu madre’
Mandamiento que no termina cuando el hombre se casa, sino que se mantiene. Instintivamente los buenos honraban a sus padres, aún después de haberse separado de ellos, para formar una nueva familia.
A partir de Moisés es una obligación de la Ley y esto para suavizar los dolores de los padres a quienes muchas veces olvidaban sus hijos después de su matrimonio.
Pero la Ley no borró el dicho profético de Adán: ‘El hombre dejará padre y madre por su mujer’ Fueron palabras que dijo un justo y siguen vigentes. Reflejaban el pensamiento de Dios y el pensamiento de Dios es inmutable, porque es perfecto.
Tú madre, debes pues aceptar sin egoísmos, que tu hijo ame a su mujer y también serás santa. Por otra parte cualquier sacrificio, tiene ya una recompensa acá en la tierra. ¿No te sientes dichosa de besar a los hijos de tu hijo? ¿Y no te es placentera la noche cuando te entregas al sueño, sabiendo que tienes a una hija cercana, en lugar de las otras que ya no tienes en casa?
La mujer exclama asombrada:
– ¿Cómo sabes que mis hijas mayores que mi hijo, están casadas y viven lejos? ¿Acaso eres también un profeta? Rabbí, lo Eres. Y eso lo demuestran los flecos de tu vestido. Y aunque no los tuvieses lo declaran tus palabras, pues hablas como un doctor. ¿Acaso eres amigo de Gamaliel? Antier estuvo aquí. Ahora no sé… Venían con él muchos rabinos y muchos de sus discípulos predilectos. Tal vez llegas tarde.
– Conozco a Gamaliel, pero no voy a donde está. Ni siquiera entro en Giscala…
– ¿Pero quién eres? Ciertamente un Rabbí. Hablas mejor todavía que Gamaliel… Entonces haz lo que te dije y tendrás paz en ti. Adiós madre. Yo sigo mi camino, tú entra en la ciudad.
– ¡Me llamas madre! Los otros rabinos no son tan humildes para con una pobre mujer… La que te llevó en el vientre debe ser más santa que Judith, si te dio ese dulce corazón para con todas las criaturas…
– Santa lo es en realidad.
– Dime su nombre.
– María.
– ¿Y el tuyo?
– Jesús.
– ¡Jesús!
La mujer lo mira estupefacta y se queda como paralizada.
Jesús dice:
– Adiós mujer, la paz sea contigo.
Y Jesús se va ligero, casi corriendo antes de que ella reaccione.
Los apóstoles lo siguen con igual premura, en medio del revoloteo de vestidos.
En vano los siguen los gritos de la mujer que suplica:
– ¡Deteneos! ¡Jesús, Rabbí detente! ¡Quiero decirte una cosa…!
Aflojan el paso hasta que lo tupido del bosque nuevamente los ha escondido y solamente se ve el camino solitario, que lleva a Giscala.
Bartolomé dice:
– ¡Qué hermoso le hablaste a esa mujer!
Santiago de Alfeo observa:
– ¡Una lección de doctor! ¡Lástima que estuviera ella sola!…
Pedro exclama:
– ¡Quiero grabarme esas palabras!
Tomás comenta:
– La mujer comprendió o medio comprendió, después que escuchó tu Nombre… Ahora va a ir a divulgarlo a la ciudad…
Judas de Queriot dice en voz baja:
– Con tal de que no provoque a las avispas y nos las eche encima…
El siempre optimista Andrés replica:
– ¡Estamos lejos!… Entre estos
bosques no se dejan rastros y nada nos perturbará…
Jesús contesta a todos:
– ¡Aunque nos las echase encima! Es la paz de una familia que se ha vuelto a cimentar…
Pedro se lamenta:
– ¡Pero cómo son! Todas las suegras son iguales…
Varios dicen:
– No. Hemos conocido algunas buenas.
– ¿Te acuerdas de la suegra de Yerusa de Docco?
– ¿Y qué dices de la suegra de Dorcas, de Cesárea de Filipo?
Pedro contesta al último:
– ¡Claro que sí Santiago!… Hay una qué otra buena… –pero es evidente que piensa que la suya es un tormento.
Jesús dice:
– Detengámonos a comer. Luego descansaremos para llegar al poblado del valle, para pernoctar allí.
Se detienen en un claro del bosque, junto a una caída de agua… El horizonte hacia los montes del Líbano, presenta un espectáculo maravilloso allá en lontananza…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA