136.- MAREA DE ODIO
La entrada de Jesús al Templo de Jerusalén, que está pletórico de gente que ha venido a la Fiesta de los Tabernáculos, no pasa desapercibida. Se levanta un murmullo como una colmena inquieta y sobrepuja las voces de los doctores que están enseñando en el Patio de los Gentiles. La lección se suspende como por encanto.
Y los alumnos de los escribas corren en todas direcciones a llevar la noticia de la llegada de Jesús; de modo que cuando Él entra en al Patio de los Israelitas, diversos Fariseos, escribas y sacerdotes están de pie en las escalinatas para observarlo. No le dicen nada mientras que ora y ni siquiera se le acercan. Tan solo vigilan.
Jesús regresa al Pórtico de los Gentiles y todos se van detrás de Él.
El murmullo se esparce entre la gente. Se oyen aquí y allá, voces aisladas que gritan:
– ¡Veis como ha venido!
– Es un hombre justo.
– No podía faltar a la Fiesta.
– ¿Qué ha venido a hacer?
– ¿A perturbar más al pueblo?
– ¿Estáis contentos ahora?
– Ya veis donde está.
– ¡Tanto que lo buscasteis!
Voces irónicas. Voces envueltas en veneno que escupen los enemigos… Y luego se apaciguan porque tienen miedo de la gente. Y ésta, después de una prueba clara en favor del Maestro, teme las represalias de los poderosos. Es el reino del miedo recíproco…
El único que no tiene miedo es Jesús.
Camina despacio, con majestad, al lugar a donde se dirige. Parece un poco absorto en Sí. Pero acaricia a los niños y sonríe a los ancianos, que lo saludan bendiciéndolo.
En el Pórtico de los Gentiles, de pie entre un grupo de alumnos, está Gamaliel. Éste levanta su cara y sus profundos ojos de pensador, se fijan por un instante en el rostro tranquilo de Jesús. Una mirada escudriñadora. Atormentada…
Jesús la siente y se vuelve. Lo mira.
Las miradas se encuentran…
Los ojos de zafiro de Jesús, con su mirada franca, dulce. Que deja que se le escudriñe.
Los ojos negrísimos de Gamaliel, con su mirada impenetrable; ansia por conocer y descubrir el misterio que para él, es el Rabí Galileo. Fue solo un instante…
Jesús continúa su camino y el rabí Gamaliel, reclina su cabeza sobre el pecho, sordo a las preguntas de sus discípulos. Se sumerge en sus pensamientos y con sus brazos cruzados sobre el pecho, parece ausente a lo que lo rodea.
Jesús va al lugar que ha escogido. Con una columna a su espalda. De pié en la grada más alta en el fondo del Pórtico. El lugar menos buscado.
Y se pone a predicar… Su discurso es el eco amplificado del que dijera veinte años atrás, cuando rodeado de doctores, el Niño Jesús convenciera de que Él era el Mesías a Hillel y a un Gamaliel más joven…
Habla de la venida del Reino de Dios y de la preparación a este Reino. De la Profecía de Daniel. Del Precursor que predijeron los Profetas. Recuerda la estrella de los Sabios. La Matanza de los Inocentes en Belén. Las señales de que el Mesías ha llegado a la Tierra. La muerte del Precursor. Y los milagros que confirman que Dios está con su Mesías.
Jamás ataca a sus contrarios. Parece como si no los viera. Habla para confirmar en la Fe a sus seguidores e iluminar a los que sin culpa, todavía no lo ven.
Sus enemigos le hacen preguntas capciosas y maliciosas tratando de interrumpirlo, pero Él continúa como si no los oyera.
Un Fariseo le dice:
– Tú, Maestro. ¿No desciendes acaso de David y naciste en Belén?
Jesús responde lacónicamente:
– Tú lo has dicho.
– Entonces satisface nuestras esperanzas. Comprendes que callar no es cosa buena porque favorece las nubes de duda que hay en los corazones.
– No de duda. De soberbia, que es mucho más grave.
– ¿Cómo? ¿Dudar de Ti es menos grave que ser soberbios?
– Sí. Porque la soberbia es lujuria de la mente. Y es el pecado mayor. Es el mismo Pecado de Lucifer. Dios perdona muchas cosas. Su luz resplandece amorosa para iluminar las ignorancias y ahuyentar las dudas. Pero no perdona la soberbia que se burla, creyéndose superior a Él.
Varios gritan:
– ¿Quién dice entre nosotros, que Dios sea más pequeño que nosotros?
– No blasfemamos…
Jesús levanta su Voz majestuosa:
– No lo decís con los labios, pero lo confirmáis con vuestras acciones. Queréis decir a Dios: “No es posible que el Mesías sea un Galileo. Un hombre de pueblo. No es posible que sea éste.” Yo pregunto: ¿Qué cosa hay imposible para Dios?…
La Voz de Jesús parece un trueno. Si antes estaba un poco como decaído, apoyado como un hombre cansado sobre la columna… Ahora se yergue. Se separa de ella. Levanta majestuoso la cabeza y atraviesa a la multitud con sus ojos fulgurantes. Todavía está sobre la grada, pero su aspecto se ha vuelto grandioso, como un Rey Poderoso.
La gente retrocede espantada. Y nadie responde a la última pregunta.
Luego, un rabino pregunta con una risa falsa y solapada:
– La lujuria se realiza entre dos. ¿Con quién la realiza la mente? No es corpórea. ¿Cómo puede pecar lujuriosamente? ¿Siendo incorpórea, con quién se junta para pecar?
– ¿Con quién? Con Satanás. La mente del soberbio fornica con Satanás, contra Dios y contra el amor.
Pero los Fariseos apenas han empezado. Acribillan a Jesús con preguntas que Él contesta con Divina Sabiduría, dejándolos furiosos y derrotados…
Un murmullo corre entre la gente.
Gamaliel levanta la cabeza y mira fijamente a Jesús. Una mirada que ya no se aparta de Él y que sigue la escaramuza con los Fariseos con mucha atención. Después de una larga y rabínica disputa…
Jesús concluye:
– … Pero vosotros no comprendéis estas cosas porque no queréis. Vámonos.
Vuelve la espalda a todos y se dirige a la salida. Lo siguen sus apóstoles y sus discípulos que lo miran con tristeza.
Y sus enemigos lo ven marcharse con enojo y mucho odio. Una marea de odio feroz, que crece siempre más…
Él, pálido y sonriendo les dice:
– No estéis tristes. Sois mis amigos. Y hacéis bien en serlo, porque mi tiempo se acerca a su fin…
Al día siguiente…
El Templo está más lleno de gente, que el día anterior. Y todos miran constantemente hacia la puerta. Los doctores bajo los portales se esfuerzan en levantar su voz para llamar la atención y lucir su elocuencia. Pero la gente no les hace caso. Y ellos se dirigen entonces a sus alumnos.
Gamaliel está en su sitio, pero no habla. Pasea de un lado a otro sobre la rica alfombra, con los brazos cruzados. La cabeza inclinada, meditando. Su vestido blanquísimo, es largo y mucho más el manto, que lleva suelto. Retenido a la espalda por fíbulas de plata y que empuja con el pie cuando da vuelta.
Sus discípulos, apoyados contra el muro, lo miran en silencio reverentes. Respetando los pensamientos en que está absorto su maestro.
Los Fariseos y sacerdotes van y vienen.
Varios gritan:
– ¡Allá viene! ¡Por la Puerta Dorada!
– ¡Vamos a su encuentro!
– Yo me quedo aquí.
– Va a venir a hablar y no pierdo mi lugar.
Jesús se acerca lentamente. Pasa cerca de Gamaliel que no levanta su cabeza y va al mismo lugar de ayer.
Cuando Jesús empieza a hablar se forma una confusión.
Los enemigos se adelantan para aprehenderlo y pegarle…
Los apóstoles, los discípulos, la gente, los prosélitos y los gentiles, reaccionan para defenderlo.
Acuden otros en ayuda de los primeros y tal vez lo hubieran logrado, si Gamaliel que parecía no poner atención, sale de su alfombra y va hacia donde está Jesús que es empujado hacia el Pórtico, por quien lo quiere defender.
Gamaliel, el que es considerado el más grande Doctor de Israel, grita:
– Dejadlo en paz. Quiero oír lo que dice.
La voz de Gamaliel logra más que el pelotón de legionarios, que han acudido a calmar el tumulto… Que se apaga cómo nació y la gritería se transforma en un ruido confuso. Los legionarios por prudencia, se quedan cerca de la valla exterior.
Gamaliel ordena a Jesús:
– Habla. Responde a quien te acusa. –el tono es imperioso.
Pero sin acento de burla.
Jesús se adelanta hacia el Patio… Tranquilo, vuelve a tomar la palabra.
Gamaliel se queda dónde está y sus discípulos se apresuran a llevarle la alfombra y el banquillo, para que esté más cómodo. Se para en ella con los brazos cruzados, la cabeza inclinada, los ojos cerrados, atento solo a escuchar.
Jesús empieza a hablar y Gamaliel hace que le traigan una tablilla y pergaminos. Y se sienta a escribir…
Jesús empieza un largo discurso:
– … Vosotros, lo sé. No veis en Mí, sino un hombre semejante a vosotros. Inferior a vosotros… Y os parece imposible que un hombre pueda ser el Mesías…
Jesús habla de su filiación con el Padre. De su Divinidad Encarnada. De Misión de Redentor… Del Dios que se inmola a sí Mismo para la salvación del hombre. De que es su alegría Hacer la Voluntad del Padre.
Gamaliel escribe sin parar durante el larguísimo discurso.
Jesús concluye:
– … ¡Padre, Padre mío! ¡Heme aquí para hacer tu Voluntad! Y te lo repetiré hasta que tu Voluntad sea cumplida.
Jesús, que al decir estas palabras había levantado sus brazos hacia el Cielo, los baja ahora y los recoge sobre su pecho. Inclina la cabeza, cierra los ojos y se absorbe en una oración secreta.
La gente cuchichea. No todos han comprendido, pero intuyen que ha anunciado grandes cosas y se callan admirados.
Los malos que no han comprendido o no han querido comprender, se ríen con sarcasmo y dicen:
– ¡Delira! -pero no se atreven a decir más.
Y se van moviendo la cabeza. Esta prudencia es el resultado de las lanzas romanas que brillan al sol, en la muralla del fondo.
Gamaliel se abre paso entre los que han quedado. Llega hasta donde está Jesús absorto en Oración, lejano de la multitud y del lugar y lo llama con ansiedad…
Gamaliel dice:
– ¡Rabbí Jesús!
Jesús levanta su cabeza con los ojos todavía absortos en una visión interna y pregunta:
– ¿Qué se te ofrece, rabí Gamaliel?
– Una explicación tuya.
– Habla.
– ¡Retiraos todos! -ordena Gamaliel con tal tono…
Que apóstoles, discípulos, seguidores, curiosos y hasta sus propios discípulos, rápidamente se separan.
Quedan solo ambos frente a frente. Se miran. Jesús siempre manso y dulce. El otro, autoritario por costumbre y soberbio en apariencia… Cosas que le han venido por los tantos años en que ha sido reverenciado hasta la exageración.
Gamaliel dice:
– Maestro… Me han referido las palabras que dijiste en el banquete donde pretendieron hacerte rey. Que desaprobé porque no era sincero. Combato o no combato, pero siempre abiertamente. He meditado en esas palabras. Las he confrontado con las que viven en mi memoria… Te he esperado aquí. Para preguntarte algo sobre ellas. Primero quise oírte hablar. Ellos no comprendieron. Espero haberlo podido yo. Escribí tus palabras, según la dijiste. Para meditarlas y no para hacerte ningún mal. ¿Me crees?
Jesús responde:
– Te creo. Y quiera el Altísimo hacerlas resplandecer en tu espíritu.
– Así sea. Oye, ¿Las piedras que deben estremecerse, son acaso las de nuestros corazones?
Jesús rechaza:
– No rabí. Estas. -Y señala las murallas del Templo siguiendo su configuración- ¿Por qué lo preguntas?
– Porque mi corazón se ha estremecido cuando me refirieron tus palabras del banquete. Y tus respuestas a los que te tentaron… Creí que aquel estremecimiento fuese la señal…
– No rabí. Es muy poco el estremecimiento de tu corazón y el de otros pocos, para ser la señal que no deje dudas… Aun cuando tú con un gesto de humilde reconocimiento de ti mismo, llamas piedra a tu corazón. –Jesús mira con amor infinito al doctor y pregunta- Rabí Gamaliel, ¿De veras no puedes hacer de tu corazón hecho piedra, un altar luminoso que acoja a Dios? No porque Yo reciba algo útil, rabí. Sino para que tu modo de obrar sea perfecto…
Jesús observa dulcemente al viejo maestro que se coge la barba, se pasa los dedos por la frente, con una agonía interior llena de angustia… Finalmente murmurando con la cabeza inclinada…
Gamaliel dice despacio:
– No puedo. Todavía no puedo… Más espero… ¿Darás de todos modos esa señal?
– La daré.
– Adiós Rabí Jesús.
– El Señor venga a Ti, rabí Gamaliel.
Se separan.
Jesús hace una señal a los suyos y sale con ellos del Templo.
Escribas, Fariseos, sacerdotes, discípulos de los rabinos, se precipitan como otros tantos buitres en torno a Gamaliel, que está metiendo dentro de la cintura, los pergaminos escritos.
Todos dicen al mismo tiempo:
– ¿Y bien?
– ¿Qué te parece?
– ¿Un loco?
– Hiciste bien en haber escrito sus delirios.
– Nos servirán.
– ¿Estás decidido?
– ¿Persuadido? Ayer…
– Hoy…
– Hay más que suficiente para persuadirte.
Todos hablan al mismo tiempo.
Gamaliel se calla mientras se arregla la cintura. Tapa el tintero que tiene colgando. Entrega a su discípulo la tablilla, sobre la que se había apoyado para escribir sus pergaminos.
– ¿No respondes? Desde ayer no hablas… -insiste un colega suyo.
Gamaliel contesta:
– Escucho. No a vosotros. A Él… Y trato de reconocer en sus palabras de ahora. Las palabras que un día me habló. Aquí… En este mismo lugar… Era el Mesías Encarnado en un niño y yo lo supe entonces…
Varios se ríen y preguntan:
– ¿Y acaso las encuentras?
– Es algo así como un trueno que tiene diverso rumor, según está más cerca o más lejos. Pero siempre es un rumor de trueno.
Alguien dice con tono de burla:
– Luego, a ninguna conclusión llegan.
Gamaliel reprende:
– No está bien, Leví. Aún en el trueno puede estar la Voz de Dios. Y nosotros somos tan necios que la tomemos como un rumor de nubes que se rompen. Tampoco te rías tú, Elquías; ni tú, Simón Boetos, no sea que el trueno se cambie en rayos, os fulmine y os haga cenizas…
Los aludidos cuestionan:
– ¿Entonces tú?
– ¿Cómo qué quieres insinuar que el Galileo es aquel Niño que tú y Hillel tomasteis por profeta?
– ¿Y qué ese niño, esto es, Este Hombre, es el Mesías?…
Preguntan con burla solapada, porque Gamaliel se impone aun sobre estos ‘grandes’ y se hace respetar…
– Yo no afirmo nada… Digo que el rumor de trueno, es siempre rumor de trueno.
– ¿Más cercano o más lejano?
– ¡Ay de mí! Las palabras son más fuertes, como la edad las supone. Los veinte años que han pasado, han cerrado veinte veces más mi inteligencia al Tesoro que posee. Y el sonido penetra cada vez más débil…
Gamaliel deja caer su cabeza, pensativo…
Todos se echan a reír y dicen:
– ¡Ah, ah, ah!
– ¡Te estás haciendo viejo y tonto Gamaliel!
– Tomas los fantasmas por cosa real.
– ¡Ah, ah, ah!
Gamaliel desdeñosamente levanta sus hombros y recoge su amplísimo manto, que le caía por detrás. Se envuelve en él y se va sin agregar palabra. Dándoles despectivo la espalda con su silencio.
Al día siguiente…
Jesús camina con sus primos al sur de Jerusalén.
Tadeo pregunta:
– ¿A dónde vamos Jesús?
Jesús contesta:
– A saludar a los galileos que están en el olivar.
Cuando llegan:
– La paz sea con vosotros. –dice Jesús saludándolos, mientras acaricia a los niños, que son sus amiguitos de Galilea.
Jesús pregunta a Jairo si la viuda de Afeq, se ha establecido en Cafarnaúm y si tiene al huérfano de Giscala.
Jairo dice:
– No lo sé, Maestro. Ya había partido…
Un coro de voces infantiles informa:
– Sí. Sí. Llegó una mujer que da mucha miel y reparte caricias a los niños.
– Hace tortas.
– Van a comer siempre a su casa los niños que iban a la tuya.
– El último día nos mostró a un pequeñín.
– Compró ya dos cabras para que le den leche.
– Nos dijo que el niño es hijo del Cielo y del Señor.
– No vino a la Fiesta como deseaba, porque no podía traer consigo al niño.
– Pero nos dijo que te dijésemos, que lo amará mucho y que te bendice.
Los niños de Cafarnaúm forman un enjambre de vocecillas alrededor de Jesús, orgullosos de saber ellos, lo que ni siquiera el arquisinagogo sabe. Y de ser portadores de noticias que el Maestro escucha atentamente…
Jesús responde:
– Vosotros le diréis que también Yo la bendigo. Y que ame por Mí a los niños. Vosotros amadla mucho. No os aprovechéis de que sea buena. No la queráis solo por su miel y sus tortas. Sino porque es buena. Tanto que ha comprendido que quien ama a un niño en mi Nombre, me hace feliz. Imitadla todos.
Niños y adultos, pensando siempre que el que acoge a un pequeñín en mi Nombre, tiene un lugar asegurado en el Cielo; porque la misericordia siempre tiene su premio.
Pero la que se tiene con los pequeñuelos, salvándolos no solo del hambre, sed, frío… Sino de la corrupción del mundo, recibe un premio infinitamente mayor… vine a bendeciros antes de que partáis.
Jesús bendice también la comida y los niños comen a su alrededor. Los corazones saborean y tranquilidad y amistad. Y pasan un rato de tranquilidad junto al Maestro al que aman.
Cuando la comida termina, Jesús se pone de pie, bendice a todos y se despide. El pequeño Benjamín de Mágdala, le tira del vestido para que se incline a escucharlo.
– ¿Tienes todavía contigo a aquel hombre malo?
Jesús le dice sonriendo:
– ¿Cuál malo? Conmigo no hay malos…
– ¡Sí que los hay! Aquel hombre alto y joven, que se reía… ¿Recuerdas? Aquel a quién le dije que era hermoso por fuera, pero muy feo por dentro… ¡Ése es malo!
Tadeo, que está detrás de Jesús, dice:
– Se refiere a Judas.
– Lo sé. –responde Jesús volviéndose.
Y luego dice a Benjamín:
– Ese hombre está conmigo. Es un apóstol mío. Ahora es muy bueno… ¿Por qué sacudes la cabeza? No se debe pensar mal del prójimo, sobre todo de aquel que no se conoce.
El niño baja la cabeza y se calla.
– ¿No me respondes?
– A Ti no te gusta que se digan mentiras… y yo te prometí no decirlas. Y he cumplido mi promesa. Pero si ahora te dijese que sí. Que creo que es bueno, diría una cosa que es falsa… Porque pienso que es muy malo. Puedo tener callada la boca para agradarte, pero no puedo evitar que mi cabeza piense en ello.
El razonamiento es tan claro y lógico en su sencillez infantil, que todos los que lo escuchan, se echan a reír.
Menos Jesús, que suspira y dice:
– Bueno. Tú debes hacer una cosa: Rogar para que sea bueno, si es que piensas que es malo… Debes ser su ángel, ¿Lo harás? Si se hace, mejor. Yo me alegraré mucho. Así pues, si ruegas por él, ruegas para que Yo esté contento.
– Lo haré. Pero si él es malo y no se hace bueno estando contigo, de nada servirá que yo ruegue.
Jesús trunca la discusión deteniéndose e inclinándose a besar a los niños, una última vez antes de irse…
Cuando se encuentran solos, Jesús y sus dos primos.
Tadeo dice concluyendo un pensamiento interno:
– ¡Tiene razón! ¡Tiene toda la razón! Yo también pienso como él.
Santiago, que iba absorto en otra cosa; le pregunta:
– ¿De qué hablas?
– De Benjamín. Lo que dijo… ¡Pero Tú no quieres escucharlo! Y también yo te digo que Judas es… Más bien, ¡No es un verdadero apóstol!… No es sincero. No te ama. No…
Jesús dice:
– ¡Judas! ¡Judas! ¿Por qué me causas esta aflicción?
Tadeo responde:
– Hermano mío, porque te amo. Tengo mucho miedo de Iscariote. Más miedo que de una cobra…
– Eres injusto. Tal vez Yo ya hubiera sido capturado, si él no me hubiese ayudado.
Santiago interviene:
– Jesús tiene razón. Judas ha hecho mucho. Se atrajo odios y burlas sin cuento. Trabajó y trabaja por Jesús.
Tadeo afirma:
– Yo no puedo convencerme de que Tú seas un tonto. Que tú mientas… me pregunto por qué sostienes a Judas. No hablo por celos, ni por odio. Hablo porque creo que por dentro, él es malo. Que no es sincero… Lo que puedo admitir por amor a Ti, es que está loco… es un pobre loco que hoy delira de un modo y mañana de otro.
Pero que sea bueno, ¡No lo es! ¡Desconfía de él, Jesús! ¡Desconfía!… Ninguno de nosotros somos buenos. Pero míranos. Nuestros ojos son francos. Nuestra conducta no es voluble, es igual. ¿No te dice nada el hecho, de que los Fariseos no le hagan pagar las burlas que les hace?
¿No significa nada para Ti que los del templo, no reaccionen contra sus palabras? ¿Tampoco que tenga siempre amigos entre aquellos a quienes aparentemente ofende? ¿Ni que siempre traiga mucho dinero? No me refiero a nosotros dos… Pero ni siquiera a Nathanael que es rico y a Tomás a quien no le faltan los medios, tienen solo lo necesario… Pero él… él… ¡Oh!…
Jesús no dice nada…
Santiago confirma:
– En parte mi hermano tiene razón, Maestro. Es cierto que Judas siempre encuentra el modo de… estar solo. De ir solo… de… Pero no quiero murmurar ni juzgar. Tú lo sabes…
Jesús dice:
– Sí. Lo sé. Y por eso he dicho que no quiero juicios. Cuando estéis en el mundo en mi lugar, encontraréis gente más rara que Judas. ¿Qué apóstoles vais a ser si las evitáis porque son raras? ¿Y cómo las convertiréis?…
Lo interrumpe un joven que sube hacia el Getsemaní:
– La paz sea contigo Maestro. ¿No me conoces?
– ¿Tú? ¡Tú eres el levita que estuvo con nosotros el año pasado, junto con el sacerdote Juan!
– Exacto. Soy yo. ¿Cómo me has reconocido, Tú que tienes un mundo a tu alrededor?
– Jamás olvido las características de las caras y de las almas.
– ¿Cuál es la de mi alma?
– Buena. Pero insatisfecha. Estás cansado de lo que te rodea. Tu espíritu tiende a cosas mejores. Quieres la Luz. Sientes que es la hora de decidirse por un bien Eterno.
El joven cae de rodillas ante Jesús:
– Maestro, lo has dicho. Es verdad. Lo traigo en el corazón. Y no sabía decidirme. El viejo sacerdote Jonathás, creyó y luego murió. Era viejo. Yo soy joven. Te oí hablar en el Templo… No me rechaces Señor. porque no todos los de ahí, te odian. Y yo soy de los que te aman. Dime qué debo hacer siendo levita…
– Cumplir con tu deber hasta la Nueva Era. Piensa que al venir a Mí, no sales al encuentro de una gloria terrena, sino al del dolor. Si perseveras tendrás gloria en el Cielo. Instrúyete en mi Doctrina. Confírmate en Ella…
– ¿Con qué?
– El Cielo mismo te confirmará con sus señales. Procura conocer y practicar lo que he enseñado. Haz esto y conseguirás la Vida Eterna.
– Lo haré Señor. pero, ¿Puedo seguir sirviendo en el Templo?
– Te lo acabo de decir… Hasta la Nueva Era.
– Bendíceme, Maestro. Será mi nueva consagración.
Jesús lo bendice y lo besa. Se separan.
Cuando queda nuevamente solo con sus apóstoles les dice:
– ¿Veis? Así es la vida de los operarios del Señor. Hace un año que es ese corazón vacío cayó la semilla y no pareció que hubiera sido victoria, porque no brotó al punto. Después de un año, ved lo que sucede. Y que esto sirva para confirmar lo que hace poco os venía diciendo…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
135.- PRUDENCIA DE LA SERPIENTE
Caminan entre montes abruptos. Los apóstoles alaban a los habitantes de Siquem, que invitaron a Jesús a que se quedase con ellos.
Pedro dice:
– ¿Oíste? ¿Cómo aseguraron que conocen el odio de los judíos? Dijeron: ‘A nosotros samaritanos por lo que somos y por lo que fuimos, nos odian. Pero a Ti, mucho más. Su Odio no tiene límites…’
Zelote agrega:
– Y qué bien dijo ese viejo: ‘En el fondo es natural que así sea, porque Tú no eres un Hombre, sino el Mesías. El Salvador del Mundo y por lo tanto, el Hijo de Dios. Porque solo Dios puede salvar al mundo corrompido. Pues como no conoces límites, ya que Eres Dios. No hay limitación en tu Poder, en tu Santidad, en tu Amor, como también no tendrá límites tu Victoria sobre el Mal. Así también es natural que el Mal y el Odio, que son iguales entre sí; no conozcan límites contra Ti.’ Realmente dijo la verdad. ¡Y esto explica muchas cosas!…
Tomás interviene con tono decidido:
– ¿Qué cosa explica, según tú?
– Yo… yo afirmo que solo manifiestan que son unos tontos.
– No. La necedad sería una razón que excusase… Pero necios no lo son…
– Entonces unos ebrios. Ebrios de Odio. –explica Tomás.
– Ni siquiera eso. La embriaguez termina después de que pasó su efecto. Y esta Rabia no cede.
Pedro dice:
– ¡Y que si se nos ha venido encima…! Tan grande es… ¡Qué ya debería haberse acabado!…
Jesús dice calmadamente:
– Amigos… todavía no ha llegado ni a su mitad. –como si la mitad del Odio, no fuese su tormento.
Pedro exclama.
– ¿Aún no? ¡Pero si jamás nos dejan en paz!
Judas dice:
– Maestro. Todavía no se convencen de que dije la verdad. La dije… ¡Qué si la dije! Y vuelvo a decir que si hubierais sido vosotros, ¡Hubierais caído todos en la trampa, como cayó el Bautista! Pero no lo lograrán, porque yo vigilo…
Jesús lo mira…
Pasan el monte y empiezan a descender por una vereda que lleva a Bethania. Cuando descubren el verde-plata de los olivos y las copas de las palmas de dátiles, luego el manantial situado al norte de donde empieza Bethania… Y aparecen las primeras casas…
Han llegado después de un largo y cansado camino.
Lo ve un criado y corre a abrir el cancel. Se arrodilla a venerar a Jesús y con voz dolorosa dice:
– ¡Bienvenido, Señor! Ojala que tu venida alegre esta casa que llora.
Jesús lo bendice y él se levanta. Corre a llamar a las patronas.
Jesús dice a los apóstoles:
– Voy con Lázaro. Descansad, que lo merecéis…
Las hermanas lo reciben. Y arrojándose a sus pies, llorando y bendiciendo.
Martha dice:
– Maestro, llegas a una casa en que reina la tristeza. Con el dolor, ya ni sabemos qué hacer.
Jesús dice:
– He venido…
María exclama con la esperanza reflejada en sus ojos:
– ¿A curarlo? ¡Oh, Señor mío!
Jesús contesta:
– Yo os digo solamente, que tengáis una fe ilimitada en el Señor. no dejéis de tenerla, pese a cualquier sospecha o suceso. Y veréis grandes cosas… Cuando vuestro corazón ya no tenga más razón para poder verlas. ¿Qué dice Lázaro?
Martha responde:
– Sus palabras son un eco de las tuyas. Nos dice: ‘No dudéis de la Bondad y Potencia de Dios. En cualquier cosa que sucediere, Él intervendrá. Para vuestro bien y el mío. Para el de todos aquellos que sepamos permanecer fieles.
María lo mira con sus ojos llenos de amor y dice:
– Ven, Señor. Lázaro ha estado contando las horas. Ha repetido: ‘Para la fiesta vendrá a Jerusalén…’ Nosotras, que sabemos muchas cosas que no comunicamos a Lázaro; no abrigábamos ninguna esperanza. Martha pensaba mucho así. Yo si estuviese en tu lugar, desafiaría a mis enemigos. No soy de las que tienen miedo de los hombres. Ahora ni siquiera le tengo miedo a Dios, porque sé cuán Bueno es con las almas arrepentidas…
Jesús le pregunta:
– ¿No tienes miedo de ninguna cosa, María?
– Del Pecado… De mí misma… Siempre tengo miedo de volver a caer en el Mal. Pienso que Satanás me debe odiar mucho.
– Tienes razón. Eres una de las almas que Satanás, más odia. Pero también eres una de las que más ama a Dios. Recuérdalo.
– Lo tengo presente y es lo que me da fuerzas. Me perdonaste TODO. Porque, ¡Dios mío! Me has amado sin medida. Si mi pobre Fe que nacía de mi alma cargada de culpas, pudo alcanzar tanto de Ti… ¿Mi fe de ahora no será capaz de defenderme del Mal?
– Sí, María. Vela cuidadosamente sobre ti. Con humildad y prudencia. Pero ten Fe en el Señor. Él está contigo.
Entran en la casa. María quisiera servir a Jesús, pero Él quiere ir cuanto antes a donde está Lázaro. Entran en la habitación semioscura donde éste consuma su sacrificio.
Lázaro exclama:
– ¡Maestro!
Jesús contesta:
– ¡Amigo mío!
Lázaro extiende sus brazos esqueléticos.
Y Jesús se inclina a abrazar al amigo que languidece. Luego coloca al enfermo sobre los almohadones y lo mira con mucha compasión. Lázaro sonríe. Está feliz. En su cara demacrada, los ojos hundidos brillan más, con la alegría de tener a su amado Maestro.
Jesús dice:
– ¿Lo ves? He venido y estaré mucho tiempo contigo.
– ¡Oh, no puedes, Señor! no me dices todo pero sé muchas cosas y por eso te digo que no. Al dolor que te causan, agregan el mío; al no permitirme morir en tus brazos. Pero yo que te amo, no puedo ser egoísta y tenerte cerca de mí, sabiendo que peligras…
Ya he tomado todas las providencias… Debes cambiar siempre de lugar. Todas mis casas están abiertas. Los encargados tienen órdenes. No te quedes en Getsemaní. Está muy vigilado. Me refiero a la casa. Al huerto si puedes ir. En el molino de aceitunas han preguntado por Ti…
– Te lo agradezco Lázaro. Haré lo que me dices. De todos modos nos veremos con frecuencia. –y torna a mirarlo…
– Me miras, Maestro. Ves a lo que me ha reducido la enfermedad. Como un árbol que se despoja de sus hojas en el otoño; así me despojo poco a poco: de carne, de fuerzas y de vida. Pero te digo la verdad, que si me desagrada no poder ver tu triunfo; me alegro más de no ver el odio que aumenta a tu alrededor. ¡Y yo impotente como estoy, para detenerlo!
– Nunca lo has sido. Tomas providencias por tu amigo, antes de que llegue. Tengo dos casas de paz y me son igualmente caras: la de Nazareth y ésta. Allá está mi Madre, el amor celestial como el que tiene el Cielo por el Hijo de Dios. Aquí tengo el amor de los hombres por el Hijo del Hombre. El amor de un amigo que cree y que me venera… ¡Gracias, amigos míos!
– ¿No va a venir tu Madre?
– Al principio de la primavera.
– Entonces no la veré más…
– Sí. La verás. Te lo aseguro. Me debes creer.
– En todo, Señor. Aún en aquello que los hechos desmienten. ¿Y tus apóstoles? ¿No están contigo?…
– Están con Maximino que les da algo para su cansancio y agotamiento.
– ¿Habéis caminado mucho?
– Mucho. Sin parar. Te lo contaré después…Ahora descansa. Te bendigo.
Y Jesús lo bendice y se retira.
Los apóstoles están con Marziam y con los pastores que cuentan la insistencia de los Fariseos por saber en dónde está Jesús. Y añaden que eso los puso en guardia en tal forma, que sus discípulos resolvieron ponerse a vigilar cada camino que lleva a Jerusalén, para avisar al Maestro.
Isaac dice:
– De hecho, estamos esparcidos por todos los senderos, a la distancia de un kilómetro de las puertas. Y por turno dormimos aquí una noche. Hoy nos toca.
Judas dice riendo:
– Maestro, dicen ellos que había medio Sanedrín en la Puerta de Yaffa y disputaban entre sí, porque algunos se acordaban de lo que dije en Enganím. Otros juraban haber sabido que estabas en Dotaim y otros afirmaban haberte visto cerca de Efraín. Y esto los ha hecho enfurecerse como nunca, porque no sabían de fijo, donde estabas. –y se ríe feliz de haber burlado a los enemigos de Jesús.
Jesús dice:
– Mañana me verán.
– No. Mañana vamos nosotros. Ya está fijado. Todos en grupo y dejándonos ver claramente.
– No lo permito. Mentirías.
– Te juro que no mentiré. Si no me preguntan, no diré nada. Si preguntan si estás con nosotros, responderé: ‘¿No estáis viendo que no está?’ Y si insisten les diré: “Buscadlo vosotros. ¿Cómo queréis que en estos momentos sepa en donde está el Maestro?” En realidad no podré saber si estás en casa, aquí o entre los árboles. O no sé dónde…
– Judas, Judas, te he prohibido que…
– Comprendo. Tienes razón. Pero la mía no será siempre la sencillez de la paloma, sino la prudencia de la serpiente. Y juntos haremos aquella perfección que has enseñado… -e imita perfectamente el tono de Jesús cuando enseña- “Yo os envío como ovejas entre lobos. Sed pues prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas…
No os preocupéis de cómo responderéis, porque en esos momentos se os pondrán en los labios, las palabras, pues no seréis los que hablaréis, sino el Espíritu que está en vosotros… cuando os persiguieren en una ciudad, huid a la otra. Hasta que venga el Reino del Hijo del Hombre…” Las recuerdo y ahora es el momento de aplicarlas…
Jesús objeta:
– No las dije así y no fueron solo éstas…
– Por ahora basta con recordar solo éstas y decirlas así. Comprendo lo que quieres decir. Pero si la Fe en Ti no se ha confirmado y ésta es la piedra en tu Reino, no está bien ponerse en manos de los enemigos. Después… diremos y haremos el resto.
La expresión de Judas es tan brillante de inteligencia y picardía, que se gana a todos, menos a Jesús que suspira. Es en realidad el hombre seductor que tiene todo para triunfar entre los hombres, pues cuando quiere sabe ser un hombre encantador…
Jesús suspira y piensa…
Tiene que asentir viendo que no está del todo mal la providencia de su apóstol más audaz…
Judas triunfante, explica su plan:
– Nosotros pues, iremos mañana. Y así sucesivamente hasta después del Sábado. Estaremos en una tienda de ramas en el Valle del Cedrón, como israelitas perfectos. Se cansarán de esperarte… Y entonces irás. Pero entre tanto te quedas aquí en paz y a descansar. Estás agotado, Maestro mío. Y no queremos que sigas. Cuando estén cerradas las puertas, uno de nosotros vendrá a decirte lo que ellos hacen. ¡Oh! ¡Qué si será grato verlos burlados!…
Todos asienten.
Jesús no opone resistencia. Se siente muy cansado y desea proporcionar consuelo a Lázaro. Acepta.
Jesús dice:
– Así sea. Pero no busquéis discusiones y evitad la mentira. Más bien, callaos y no mintáis. Martha nos está llamando…
Y se alejan hacia la casa.
Al día siguiente…
Jesús lee la carta de Síntica que le han entregado, donde entre otras muchas cosas, hay un párrafo que lo deja muy pensativo:
– … “Juan ha muerto después de haber cumplido con todas las purificaciones, aún la extrema: la de perdonar a quienes con su conducta lo mataron. Y te obligaron a que lo alejases de Ti. Conozco su nombre. Por lo menos el del principal; Juan me lo manifestó cuando me dijo: “Desconfía siempre de él. Es un traidor. Me traicionó. Lo traicionará a Él y a sus compañeros. Pero perdono a Judas de Keriot, como también Él lo perdonará. Por lo demás, él se ha abierto el gran abismo en que yace y no quiero hacerlo más profundo con no perdonarle el que me haya matado, al haberme separado de Jesús. Mi perdón no lo salvará.
Ninguna cosa lo salvará, porque es un demonio. No debería decirlo, yo que fui un asesino; pero a mí por lo menos hubo una ofensa que me enloqueció. Maldice él, al que no le ha hecho ningún mal y terminará con traicionar a su Salvador.
Pero le perdono porque la Bondad de Dios convirtió su rabia contra mí, en bien mío. ¿Ves? He expiado completamente.
El Maestro me lo concedió ayer por la tarde. Todo lo he expiado. Ahora salgo de la cárcel… Ahora entro verdaderamente en la libertad. Libre aún del peso del recuerdo del pecado de Judas de Keriot, contra un infeliz que había encontrado la paz, a la sombra de su Señor.”
Igualmente yo, siguiendo su ejemplo; le perdono el haberme arrancado de tu lado. Está tranquilo Señor mío. El nombre del oprobio que está en las filas de tus seguidores, no saldrá jamás de mis labios.
Y tampoco lo que oí de Juan cuando él hablaba con tu Presencia Invisible, con tu Presencia que le daba alegría, cuando venías a visitarlo. Pensé ir a donde estás, antes de instalarme en mi nueva morada. Pero comprendí que no podría disimular el profundo desprecio que siento por Iscariote…
Y que te causaría a Ti, un daño con tus enemigos. Así pues, sacrifiqué este consuelo que esperaba tener… Segura de que el sacrificio nunca dejará de tener su fruto, nunca su premio.
Yo deposito mi guirnalda de violetas, de discípula lejana, a tus pies, junto con la obediencia, el sacrificio y la pena de no verte, ni escucharte… ¡Será muy duro! Y mucho más ahora que tus conversaciones sobrenaturales con Juan, han terminado y yo no puedo disfrutar más de ellas… Señor, levanta tu mano en dirección a tu sierva; para que sepa cumplir solo con tu voluntad y sepa servirte…
Jesús dobla el pergamino, mientras las lágrimas se deslizan por sus mejillas… Se las limpia con el dorso de la mano y va a donde están los apóstoles. En el camino se encuentra a su primo Santiago. Éste le pone una mano sobre la espalda…
Santiago le pregunta:
– Hermano, ¿Qué te ha pasado?
Jesús contesta:
– Ha muerto Juan de Endor.
– ¡Has sufrido! Lo siento… ¿También Judas te causa dolor?…
– ¿Judas? ¿Tu hermano?
– No. El otro.
– ¿Por qué esta pregunta?
– No sé. Mientras no estuviste con nosotros, un mensajero que no sabemos quién lo mandó, vino a buscar a Judas varias veces. Él no lo quiso admitir, pero…
– En cada acción de Judas, vosotros veis un delito. ¿Por qué faltar a la caridad?
– Porque él se muestra tan torvo. Nos esquiva. Se ve que no tiene ganas de nada y anda muy sombrío…
– Dejadlo en paz. Hace más de dos años que está con nosotros y siempre ha sido así…
Han llegado a donde están los demás.
La casa de Bethania siempre más triste, siempre más acogedora. La presencia de amigos y discípulos no arranca la tristeza de ahí. Están José, Nicodemo, Mannaém, Elisa y Anastásica, que están decididas a seguir al Maestro y dan sus razones.
Elisa:
– Mis cabellos blancos evitan murmuraciones. Y será como tener una madre cerca de Ti, Señor. Déjame servirte…
Jesús dice que sí, al ver que todos aprueban. Elisa se pone muy contenta.
Jesús dice:
– Estaré frecuentemente en Nobe. Irás a la casa del viejo Juan. Me la ha ofrecido para hospedarme. Te encontraré cada vez que regrese…
José de Arimatea pregunta:
– ¿Piensas caminar no obstante las lluvias?
Jesús contesta:
– Sí. Quiero ir hacia la Perea. Luego a Jericó y a Samaría. ¡Oh, quisiera ir a muchos lugares!…
– No te alejes mucho, Maestro, de los caminos y ciudades custodiadas por un centurión. No se sabe lo que ellos piensen, como tampoco los romanos. Dos miedos. Dos modos de tener cuidado de Ti. Pero créeme que en lo que respecta a Ti, son menos peligrosos los romanos…
Judas de Keriot interrumpe bruscamente:
– ¡Nos han abandonado!…
Mannaém responde:
– ¿Lo crees? No. ¿Entre los paganos que escuchan al Maestro acaso puedes distinguir a los que envían Claudia o Pilatos? Entre los libertos que envía Claudia y sus amigas, hay muchos que podrían hablar en el Bel Nidrash, si fueran israelitas. No olvides que hay doctos en cualquier lugar.
Que Roma tiene sujeto al mundo. Que sus patricios gustan de apoderarse del mejor botín, para adornar sus casas. Si los gimnasiarcas y los jefes del Circo, escogen al que puede darles riqueza y gloria; los patricios eligen a los que por su cultura o belleza, son honra y satisfacción de sus casas y de sus sentidos…
Nicodemo dice:
– Maestro, estas palabras me traen un recuerdo… ¿Puedo hacerte una pregunta?
Jesús contesta:
– Habla.
– Aquella mujer. Aquella griega que estaba aquí el año pasado y que era una causa de que te acusaran, ¿Dónde está? Muchos han tratado de averiguarlo y no por fines buenos. De mi parte no abrigo ningún deseo malo. Sólo que no me parece posible que haya vuelto al error… estaba dotada de una gran inteligencia, de belleza y de rectitud. Pero no verla más…
– En un cierto lugar de la tierra, supo ella pagana; ejercer para con un israelita perseguido, la caridad que los israelitas no poseían.
– ¿Te refieres a Juan de Endor? ¿Está con ella?
– Ha muerto.
– ¿Muerto?
– Sí. Se le podía haber dejado morir cerca de Mí. No era necesario esperar mucho. Los que trabajaron para que se le alejase, cometieron un homicidio, como si hubieran levantado su mano armada con un cuchillo. Le destrozaron el corazón. Y aunque saben que está muerto, no creen ser culpables de homicidio. No sienten el remordimiento de haberlo sido.
Se puede matar de muchos modos a los hermanos. Con el arma y con la palabra o con cualquier acción malvada. Como el señalar el lugar en donde se esconde el perseguido. Quitar a un infeliz el lugar en donde puede encontrar descanso. ¡De cuantos modos se mata!… Pero el hombre no admite su culpa y no siente remordimiento. El hombre ha matado el remordimiento y esto es la señal de su decadencia espiritual y su unión con Satanás.
Las palabras de Jesús, parecen herir el aire por su severidad. De tal modo que nadie siente fuerzas para hablar. Se miran de reojo con la cabeza inclinada avergonzados, aun los que son buenos y no tienen ninguna culpa.
Después de una pausa, Jesús dice:
– No es menester que alguien vaya a contar a los enemigos del difunto y míos, lo que acabo de decir; para que se llenen de júbilo satánico. Pero si os preguntan responded que Juan está en paz, con el cuerpo en un sepulcro lejano y con el espíritu en mi espera.
Nicodemo pregunta:
– ¿Señor, esto te afligió mucho?
– ¿Qué cosa? ¿Su muerte?
– Sí.
– No. Su muerte me tranquilizó, porque es la paz. Pero sí me causaron gran pena los que por bajos sentimientos, denunciaron al Sanedrín su presencia entre los discípulos y fue la causa de que haya partido. Cada quién tiene su modo de obrar. Y solo una gran voluntad buena, puede cambiar los instintos y las maneras de obrar. Pero os digo: Quién denunció, seguirá haciéndolo. Quién obró porque alguien muriera, lo volverá a repetir con otro. Pero, ¡Ay de él! Cree que vencerá, pero perderá. El Juicio de Dios, lo espera.
Juan pregunta:
– ¿Por qué me miras así, Maestro? – poniéndose rojo, como si fuera el culpable.
Jesús responde:
– Porque si te miro a ti nadie pensará, ni siquiera el peor de todos, que tú hayas sido capaz de odiar a un hermano tuyo.
Judas de Keriot dice:
– Habrá sido algún Fariseo o algún romano. Juan les vendía huevos…
– Ha sido un demonio. Pero le hizo más bien que mal, como pretendió hacerlo. Apresuré su completa purificación. Ahora está en paz.
José pregunta.
– ¿Cómo lo sabes? ¿Quién te trajo la noticia?
María Magdalena va entrando en la sala y pregunta con énfasis:
– ¿Tiene acaso necesidad el Maestro de que alguien le traiga noticias para saber? ¿Acaso no ve las acciones de los hombres? ¿Qué cosa hay imposible para Dios?
– Es verdad mujer. Pero pocos tienen tu Fe. Por eso he hecho una pregunta necia…
– Está bien. Pero ahora Maestro, ven. Lázaro ya se despertó y te espera…
Y se lo lleva sin añadir más. Cortando la posibilidad de cualquier otra pregunta…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA