135.- PRUDENCIA DE LA SERPIENTE19 min read

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Caminan entre montes abruptos. Los apóstoles alaban a los habitantes de Siquem, que invitaron a Jesús a que se quedase con ellos.

Pedro dice:

–                       ¿Oíste? ¿Cómo aseguraron que conocen el odio de los judíos? Dijeron: ‘A nosotros samaritanos por lo que somos y por lo que fuimos, nos odian. Pero a Ti, mucho más. Su Odio no tiene límites…’

Zelote agrega:

–                       Y qué bien dijo ese viejo: ‘En el fondo es natural que así sea, porque Tú no eres un Hombre, sino el Mesías. El Salvador del Mundo y por lo tanto, el Hijo de Dios. Porque solo Dios puede salvar al mundo corrompido. Pues como no conoces límites, ya que Eres Dios. No hay limitación en tu Poder, en tu Santidad, en tu Amor, como también no tendrá límites tu Victoria sobre el Mal. Así también es natural que el Mal y el Odio, que son iguales entre sí; no conozcan límites contra Ti.’ Realmente dijo la verdad. ¡Y esto explica muchas cosas!…

Tomás interviene con tono decidido:

–                       ¿Qué cosa explica, según tú?

–                       Yo… yo afirmo que solo manifiestan que son unos tontos.

–                       No. La necedad sería una razón que excusase… Pero necios no lo son…

–                       Entonces unos ebrios. Ebrios de Odio.  –explica Tomás.

–                       Ni siquiera eso. La embriaguez termina después de que pasó su efecto. Y esta Rabia no cede.

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Pedro dice:

–                       ¡Y que si se nos ha venido encima…!   Tan grande es… ¡Qué ya debería haberse acabado!…

Jesús dice calmadamente:

–                       Amigos… todavía no ha llegado ni a su mitad.  –como si la mitad del Odio, no fuese su tormento.

Pedro exclama.

–                       ¿Aún no? ¡Pero si jamás nos dejan en paz!

Judas dice:

–                       Maestro. Todavía no se convencen de que dije la verdad. La dije… ¡Qué si la dije! Y vuelvo a decir que si hubierais sido vosotros, ¡Hubierais caído todos en la trampa, como cayó el Bautista! Pero no lo lograrán, porque yo vigilo…

Jesús lo mira…

Pasan el monte y empiezan a descender por una vereda que lleva a Bethania.   Cuando descubren el verde-plata de los olivos y las copas de las palmas de dátiles, luego el manantial situado al norte de donde empieza Bethania… Y aparecen las primeras casas…

Han llegado después de un largo y cansado camino.

Lo ve un criado y corre a abrir el cancel. Se arrodilla a venerar a Jesús y con voz dolorosa dice:

–                       ¡Bienvenido, Señor! Ojala que tu venida alegre esta casa que llora.

Jesús lo bendice y él se levanta. Corre a llamar a las patronas.

Jesús dice a los apóstoles:

–                       Voy con Lázaro. Descansad, que lo merecéis…

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Las hermanas lo reciben. Y arrojándose a sus pies, llorando y bendiciendo.

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Martha dice:

–                       Maestro, llegas a una casa en que reina la tristeza. Con el dolor, ya ni sabemos qué hacer.

Jesús dice:

–                       He venido…

María exclama con la esperanza reflejada en sus ojos:

–                       ¿A curarlo? ¡Oh, Señor mío!

Jesús contesta:

–                       Yo os digo solamente, que tengáis una fe ilimitada en el Señor. no dejéis de tenerla, pese a cualquier sospecha o suceso. Y veréis grandes cosas… Cuando vuestro corazón ya no tenga más razón para poder verlas. ¿Qué dice Lázaro?

Martha responde:

–                       Sus palabras son un eco de las tuyas. Nos dice: ‘No dudéis de la Bondad y Potencia de Dios. En cualquier cosa que sucediere, Él intervendrá. Para vuestro bien y el mío. Para el de todos aquellos que sepamos permanecer fieles.

María lo mira con sus ojos llenos de amor y dice:

–                       Ven, Señor. Lázaro ha estado contando las horas. Ha repetido: ‘Para la fiesta vendrá a Jerusalén…’ Nosotras, que sabemos muchas cosas que no comunicamos a Lázaro; no abrigábamos ninguna esperanza. Martha pensaba mucho así. Yo si estuviese en tu lugar, desafiaría a mis enemigos. No soy de las que tienen miedo de los hombres. Ahora ni siquiera le tengo miedo a Dios, porque sé cuán Bueno es con las almas arrepentidas…

 

Jesús le pregunta:

–                       ¿No tienes miedo de ninguna cosa, María?

–                       Del Pecado… De mí misma… Siempre tengo miedo de volver a caer en el Mal. Pienso que Satanás me debe odiar mucho.

–                       Tienes razón. Eres una de las almas que Satanás, más odia. Pero también eres una de las que más ama a Dios. Recuérdalo.

–                       Lo tengo presente y es lo que me da fuerzas. Me perdonaste TODO. Porque, ¡Dios mío! Me has amado sin medida. Si mi pobre Fe que nacía de mi alma cargada de culpas, pudo alcanzar tanto de Ti… ¿Mi fe de ahora no será capaz de defenderme del Mal?

–                       Sí, María. Vela cuidadosamente sobre ti. Con humildad y prudencia. Pero ten Fe en el Señor. Él está contigo.

Entran en la casa. María quisiera servir a Jesús, pero Él quiere ir cuanto antes a donde está Lázaro. Entran en la habitación semioscura donde éste consuma su sacrificio.

Lázaro exclama:

–                       ¡Maestro!

Jesús contesta:

–                       ¡Amigo mío!

Lázaro extiende sus brazos esqueléticos.

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Y Jesús se inclina a abrazar al amigo que languidece. Luego coloca al enfermo sobre los almohadones y lo mira con mucha compasión. Lázaro sonríe. Está feliz. En su cara demacrada, los ojos hundidos brillan más, con la alegría de tener a su amado Maestro.

Jesús dice:

–                       ¿Lo ves? He venido y estaré mucho tiempo contigo.

–                       ¡Oh, no puedes, Señor! no me dices todo pero sé muchas cosas y por eso te digo que no. Al dolor que te causan, agregan el mío; al no permitirme morir en tus brazos. Pero yo que te amo, no puedo ser egoísta y tenerte cerca de mí, sabiendo que peligras…

Ya he tomado todas las providencias… Debes cambiar siempre de lugar. Todas mis casas están abiertas. Los encargados tienen órdenes. No te quedes en Getsemaní. Está muy vigilado. Me refiero a la casa. Al huerto si puedes ir. En el molino de aceitunas han preguntado por Ti…

–                       Te lo agradezco Lázaro. Haré lo que me dices. De todos modos nos veremos con frecuencia.  –y torna a mirarlo…

–                       Me miras, Maestro. Ves a lo que me ha reducido la enfermedad. Como un árbol que se despoja de sus hojas en el otoño; así me despojo poco a poco: de carne, de fuerzas y de vida. Pero te digo la verdad, que si me desagrada no poder ver tu triunfo; me alegro más de no ver el odio que aumenta a tu alrededor. ¡Y yo impotente como estoy, para detenerlo!

–                       Nunca lo has sido. Tomas providencias por tu amigo, antes de que llegue. Tengo dos casas de paz y me son igualmente caras: la de Nazareth y ésta. Allá está mi Madre, el amor celestial como el que tiene el Cielo por el Hijo de Dios. Aquí tengo el amor de los hombres por el Hijo del Hombre. El amor de un amigo que cree y que me venera… ¡Gracias, amigos míos!

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–                       ¿No va a venir tu Madre?

–                       Al principio de la primavera.

–                       Entonces no la veré más…

–                       Sí. La verás. Te lo aseguro. Me debes creer.

–                       En todo, Señor. Aún en aquello que los hechos desmienten. ¿Y tus apóstoles? ¿No están contigo?…

–                       Están con Maximino que les da algo para su cansancio y agotamiento.

–                       ¿Habéis caminado mucho?

–                       Mucho. Sin parar. Te lo contaré después…Ahora descansa. Te bendigo.

Y Jesús lo bendice y se retira.

Los apóstoles están con Marziam y con los pastores que cuentan la insistencia de los Fariseos por saber en dónde está Jesús. Y añaden que eso los puso en guardia en tal forma, que sus discípulos resolvieron ponerse a vigilar cada camino que lleva a Jerusalén, para avisar al Maestro.

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Isaac dice:

–                       De hecho, estamos esparcidos por todos los senderos, a la distancia de un kilómetro de las puertas. Y por turno dormimos aquí una noche. Hoy nos toca.

Judas dice riendo:

–                       Maestro, dicen ellos que había medio Sanedrín en la Puerta de Yaffa y disputaban entre sí, porque algunos se acordaban de lo que dije en Enganím. Otros juraban haber sabido que estabas en Dotaim y otros afirmaban haberte visto cerca de Efraín. Y esto los ha hecho enfurecerse como nunca, porque no sabían de fijo, donde estabas.  –y se ríe feliz de haber burlado a los enemigos de Jesús.

Jesús dice:

–                       Mañana me verán.

–                       No. Mañana vamos nosotros. Ya está fijado. Todos en grupo y dejándonos ver claramente.

–                       No lo permito. Mentirías.

–                       Te juro que no mentiré. Si no me preguntan, no diré nada. Si preguntan si estás con nosotros, responderé: ‘¿No estáis viendo que no está?’ Y si insisten les diré: “Buscadlo vosotros. ¿Cómo queréis que en estos momentos sepa en donde está el Maestro?” En realidad no podré saber si estás en casa, aquí o entre los árboles. O no sé dónde…

–                       Judas, Judas, te he prohibido que…

–                       Comprendo. Tienes razón. Pero la mía no será siempre la sencillez de la paloma, sino la prudencia de la serpiente. Y juntos haremos aquella perfección que has enseñado…  -e imita perfectamente el tono de Jesús cuando enseña-  “Yo os envío como ovejas entre lobos. Sed pues prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas…

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No os preocupéis de cómo responderéis, porque en esos momentos se os pondrán en los labios, las palabras, pues no seréis los que hablaréis, sino el Espíritu que está en vosotros… cuando os persiguieren en una ciudad, huid a la otra. Hasta que venga el Reino del Hijo del Hombre…” Las recuerdo y ahora es el momento de aplicarlas…

Jesús objeta:

–                       No las dije así y no fueron solo éstas…

–                       Por ahora basta con recordar solo éstas y decirlas así. Comprendo lo que quieres decir. Pero si la Fe en Ti no se ha confirmado y ésta es la piedra en tu Reino, no está bien ponerse en manos de los enemigos. Después… diremos y haremos el resto.

La expresión de Judas es tan brillante de inteligencia y picardía, que se gana a todos, menos a Jesús que suspira. Es en realidad el hombre seductor que tiene todo para triunfar entre los hombres, pues cuando quiere sabe ser un hombre encantador…

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Jesús suspira y piensa…

Tiene que asentir viendo que no está del todo mal la providencia de su apóstol más audaz…

Judas triunfante, explica su plan:

–                       Nosotros pues, iremos mañana. Y así sucesivamente hasta después del Sábado. Estaremos en una tienda de ramas en el Valle del Cedrón, como israelitas perfectos. Se cansarán de esperarte… Y entonces irás. Pero entre tanto te quedas aquí en paz y a descansar. Estás agotado, Maestro mío. Y no queremos que sigas. Cuando estén cerradas las puertas, uno de nosotros vendrá a decirte lo que ellos hacen. ¡Oh! ¡Qué si será grato verlos burlados!…

Todos asienten.

Jesús no opone resistencia. Se siente muy cansado y desea proporcionar consuelo a Lázaro. Acepta.

Jesús dice:

–                       Así sea. Pero no busquéis discusiones y evitad la mentira. Más bien, callaos y no mintáis. Martha nos está llamando…

Y se alejan hacia la casa.

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Al día siguiente…

Jesús lee la carta de Síntica que le han entregado, donde entre otras muchas cosas, hay un párrafo que lo deja muy pensativo:

–                       … “Juan ha muerto después de haber cumplido con todas las purificaciones, aún la extrema: la de perdonar a quienes con su conducta lo mataron. Y te obligaron a que lo alejases de Ti. Conozco su nombre. Por lo menos el del principal; Juan me lo manifestó cuando me dijo: “Desconfía siempre de él. Es un traidor. Me traicionó. Lo traicionará a Él y a sus compañeros. Pero perdono a Judas de Keriot, como también Él lo perdonará. Por lo demás, él se ha abierto el gran abismo en que yace y no quiero hacerlo más profundo con no perdonarle el que me haya matado, al haberme separado de Jesús. Mi perdón no lo salvará.

Ninguna cosa lo salvará, porque es un demonio. No debería decirlo, yo que fui un asesino; pero a mí por lo menos hubo una ofensa que me enloqueció. Maldice él, al que no le ha hecho ningún mal y terminará con traicionar a su Salvador.

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Pero le perdono porque la Bondad de Dios convirtió su rabia contra mí, en bien mío. ¿Ves? He expiado completamente.

El Maestro me lo concedió ayer por la tarde. Todo lo he expiado. Ahora salgo de la cárcel… Ahora entro verdaderamente en la libertad. Libre aún del peso del recuerdo del pecado de Judas de Keriot, contra un infeliz que había encontrado la paz, a la sombra de su Señor.”

Igualmente yo, siguiendo su ejemplo; le perdono el haberme arrancado de tu lado. Está tranquilo Señor mío. El nombre del oprobio que está en las filas de tus seguidores, no saldrá jamás de mis labios.

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Y tampoco lo que oí de Juan cuando él hablaba con tu Presencia Invisible, con tu Presencia que le daba alegría, cuando venías a visitarlo. Pensé ir a donde estás, antes de instalarme en mi nueva morada. Pero comprendí que no podría disimular el profundo desprecio que siento por Iscariote…

Y que te causaría a Ti, un daño con tus enemigos. Así pues, sacrifiqué este consuelo que esperaba tener…  Segura de que el sacrificio nunca dejará de tener su fruto, nunca su premio.

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Yo deposito mi guirnalda de violetas, de discípula lejana, a tus pies, junto con la obediencia, el sacrificio y la pena de no verte, ni escucharte… ¡Será muy duro! Y mucho más ahora que tus conversaciones sobrenaturales con Juan, han terminado y yo no puedo disfrutar más de ellas… Señor, levanta tu mano en dirección a tu sierva; para que sepa cumplir solo con tu voluntad y sepa servirte…

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Jesús dobla el pergamino, mientras las lágrimas se deslizan por sus mejillas… Se las limpia con el dorso de la mano y va a donde están los apóstoles. En el camino se encuentra a su primo Santiago. Éste le pone una mano sobre la espalda…

Santiago le pregunta:

–                       Hermano,  ¿Qué te ha pasado?

Jesús contesta:

–                       Ha muerto Juan de Endor.

–                       ¡Has sufrido! Lo siento… ¿También Judas te causa dolor?…

–                       ¿Judas? ¿Tu hermano?

–                       No. El otro.

–                       ¿Por qué esta pregunta?

–                       No sé. Mientras no estuviste con nosotros, un mensajero que no sabemos quién lo mandó, vino a buscar a Judas varias veces. Él no lo quiso admitir, pero…

–                       En cada acción de Judas, vosotros veis un delito. ¿Por qué faltar a la caridad?

–                       Porque él se muestra tan torvo. Nos esquiva. Se ve que no tiene ganas de nada y anda muy sombrío…

–                       Dejadlo en paz. Hace más de dos años que está con nosotros y siempre ha sido así…

Han llegado a donde están los demás.

La casa de Bethania siempre más triste, siempre más acogedora. La presencia de amigos y discípulos no arranca la tristeza de ahí. Están José, Nicodemo, Mannaém, Elisa y Anastásica, que están decididas a seguir al Maestro y dan sus razones.

Elisa:

–                       Mis cabellos blancos evitan murmuraciones. Y será como tener una madre cerca de Ti, Señor. Déjame servirte…

Jesús dice que sí, al ver que todos aprueban. Elisa se pone muy contenta.

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Jesús dice:

–                       Estaré frecuentemente en Nobe. Irás a la casa del viejo Juan. Me la ha ofrecido para hospedarme. Te encontraré cada vez que regrese…

José de Arimatea pregunta:

–                       ¿Piensas caminar no obstante las lluvias?

Jesús contesta:

–                       Sí. Quiero ir hacia la Perea. Luego a Jericó y a Samaría. ¡Oh, quisiera ir a muchos lugares!…

–                       No te alejes mucho, Maestro, de los caminos y ciudades custodiadas por un centurión. No se sabe lo que ellos piensen, como tampoco los romanos. Dos miedos. Dos modos de tener cuidado de Ti. Pero créeme que en lo que respecta a Ti, son menos peligrosos los romanos…

Judas de Keriot interrumpe bruscamente:

–                       ¡Nos han abandonado!…

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Mannaém responde:

–                       ¿Lo crees? No. ¿Entre los paganos que escuchan al Maestro acaso puedes distinguir a los que envían Claudia o Pilatos? Entre los libertos que envía Claudia y sus amigas, hay muchos que podrían hablar en el Bel Nidrash, si fueran israelitas. No olvides que hay doctos en cualquier lugar.

Que Roma tiene sujeto al mundo. Que sus patricios gustan de apoderarse del mejor botín, para adornar sus casas. Si los gimnasiarcas y los jefes del Circo, escogen al que puede darles riqueza y gloria; los patricios eligen a los que por su cultura o belleza, son honra y satisfacción de sus casas y de sus sentidos…

Nicodemo dice:

–                       Maestro, estas palabras me traen un recuerdo… ¿Puedo hacerte una pregunta?

Jesús contesta:

–                       Habla.

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–                       Aquella mujer. Aquella griega que estaba aquí el año pasado y que era una causa de que te acusaran, ¿Dónde está? Muchos han tratado de averiguarlo y no por fines buenos. De mi parte no abrigo ningún deseo malo. Sólo que no me parece posible que haya vuelto al error… estaba dotada de una gran inteligencia, de belleza y de rectitud. Pero no verla más…

–                       En un cierto lugar de la tierra, supo ella pagana; ejercer para con un israelita perseguido, la caridad que los israelitas no poseían.

–                       ¿Te refieres a Juan de Endor? ¿Está con ella?

–                       Ha muerto.

–                       ¿Muerto?

–                       Sí. Se le podía haber dejado morir cerca de Mí. No era necesario esperar mucho. Los que trabajaron para que se le alejase, cometieron un homicidio, como si hubieran levantado su mano armada con un cuchillo. Le destrozaron el corazón. Y aunque saben que está muerto, no creen ser culpables de homicidio. No sienten el remordimiento de haberlo sido.

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Se puede matar de muchos modos a los hermanos. Con el arma y con la palabra o con cualquier acción malvada. Como el señalar el lugar en donde se esconde el perseguido. Quitar a un infeliz el lugar en donde puede encontrar descanso. ¡De cuantos modos se mata!… Pero el hombre no admite su culpa y no siente remordimiento. El hombre ha matado el remordimiento y esto es la señal de su decadencia espiritual y su unión con Satanás.

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Las palabras de Jesús, parecen herir el aire por su severidad. De tal modo que nadie siente fuerzas para hablar. Se miran de reojo con la cabeza inclinada avergonzados, aun los que son buenos y no tienen ninguna culpa.

Después de una pausa, Jesús dice:

–                       No es menester que alguien vaya a contar a los enemigos del difunto y míos, lo que acabo de decir; para que se llenen de júbilo satánico. Pero si os preguntan responded que Juan está en paz, con el cuerpo en un sepulcro lejano y con el espíritu en mi espera.

Nicodemo pregunta:

–                       ¿Señor, esto te afligió mucho?

–                       ¿Qué cosa? ¿Su muerte?

–                       Sí.

–                       No. Su muerte me tranquilizó, porque es la paz. Pero sí me causaron gran pena los que por bajos sentimientos, denunciaron al Sanedrín su presencia entre los discípulos y fue la causa de que haya partido. Cada quién tiene su modo de obrar. Y solo una gran voluntad buena, puede cambiar los instintos y las maneras de obrar. Pero os digo: Quién denunció, seguirá haciéndolo. Quién obró porque alguien muriera, lo volverá a repetir con otro. Pero, ¡Ay de él! Cree que vencerá, pero perderá. El Juicio de Dios, lo espera.

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Juan pregunta:

–                       ¿Por qué me miras así, Maestro?  – poniéndose rojo, como si fuera el culpable.

Jesús responde:

–                       Porque si te miro a ti nadie pensará, ni siquiera el peor de todos, que tú hayas sido capaz de odiar a un hermano tuyo.

Judas de Keriot dice:

–                       Habrá sido algún Fariseo o algún romano. Juan les vendía huevos…

–                       Ha sido un demonio. Pero le hizo más bien que mal, como pretendió hacerlo. Apresuré su completa purificación. Ahora está en paz.

José pregunta.

–                       ¿Cómo lo sabes? ¿Quién te trajo la noticia?

María Magdalena va entrando en la sala y pregunta con énfasis:

–                       ¿Tiene acaso necesidad el Maestro de que alguien le traiga noticias para saber? ¿Acaso no ve las acciones de los hombres? ¿Qué cosa hay imposible para Dios?

–                       Es verdad mujer. Pero pocos tienen tu Fe. Por eso he hecho una pregunta necia…

–                       Está bien. Pero ahora Maestro, ven. Lázaro ya se despertó y te espera…

Y se lo lleva sin añadir más. Cortando la posibilidad de cualquier otra pregunta…

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

 

 

 

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