Archivos diarios: 2/12/12

137.- LA MUJER ADÚLTERA

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En cuanto Jesús entra a la casa,  Judas dice:

–                       En la habitación superior hay personas de Nazareth. Vinieron tus hermanos ayer a buscarte. Luego algunos Fariseos. Muchos enfermos y un hombre de Antioquia.

Jesús pregunta:

–                       ¿Ya se fueron?

–                       No. El de Antioquia fue a Tiberíades, pero regresa el sábado. Los enfermos están en diversas casas. Los Fariseos con muchos honores, quisieron que tus hermanos estuviesen con ellos. Todos son huéspedes de Simón el Fariseo.

Pedro refunfuña:

–                       ¡Uhmm!…

Judas le pregunta:

–                       ¿Qué te pasa? ¿No te gusta que honren al Maestro, en la persona de sus familiares?

–                       Sí. Es un verdadero honor y un encuentro útil… Reviento de felicidad. –dice Pedro con sarcasmo.

–                       Desconfiar es juzgar. El Maestro no quiere que juzguemos a otros.

–                       Así es. ¡Bueno! Para estar seguro, esperaré para poder juzgar. De este modo no seré un necio, ni cometeré ninguna falta.

Jesús dice:

–                       Vamos arriba, donde están los Nazarenos. Mañana iremos a donde están los enfermos.

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Iscariote se vuelve a Jesús:

–                       No puedes. Es sábado. ¿Quieres que los Fariseos tengan algo que reprocharte? Si no piensas en tu bien, yo si pienso. No comprendo que ardas en deseos de curar pronto a los que te buscan. Mira, iremos nosotros e impondremos las manos en tu Nombre…

Jesús responde:

–                       No.   –es un ‘No’ terminante que no admite discusión.

–                       ¿No quieres que hagamos algún milagro? ¿Quieres hacerlo Tú? Bueno, iremos a decir que estás aquí y que prometes curarlos. Estarán felices…

–                       No es necesario. Todos saben ya que estoy aquí… Saben que se cura el que tiene Fe en Mí. Y esto se ve por el hecho de que vinieron a buscarme.

Judas no responde; pero en su cara se refleja el descontento que lleva en el corazón.

Más tarde, en el interior del Templo…

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Jesús está hablando en el Patio de los gentiles…

Y un grupo de Fariseos arrastra a una mujer de unos treinta años; despeinada, con sus vestidos desarreglados y se ve que ha sido muy golpeada. Viene llorando… La arrojan a los pies de Jesús, como si fuera un despojo andrajoso. Con la cara apoyada sobre los brazos y contra el suelo.

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El fariseo Samuel, el que fuera esposo de Rosa de Jericó, dice:

–                       Maestro, ésta fue sorprendida en flagrante adulterio. Su marido la amaba. Nada le faltaba. Era la reina de su hogar. Pero lo traicionó porque es una pecadora.

Ismael ben Fabi:

–                       Una viciosa. Una ingrata. Una sacrílega.

Sadoc:

–                       Es una adúltera y como a tal, se le va a lapidar.

Cananías:

–                       Moisés lo prescribió. Manda en su Ley que tales mujeres sean lapidadas, como animales inmundos.

Nahúm:

–                       Porque traicionan la fe y al hombre que las ama y las cuida.

Simón Boetos agrega contundente:

–                       Porque son como tierra que jamás se sacia y están ávidas de lujuria. Son peor que prostitutas, porque sin necesidad se hacen daño a sí mismas para alimentar su impudicia.

Calascebona:

–                       Son unas corrompidas que todo contaminan y por eso son condenadas a muerte.

Sadoc:

–                       Moisés lo mandó y Tú, Maestro, ¿Qué dices a esto?

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Cuando llegaron los fariseos, Jesús los atravesó con su mirada penetrante…

Y luego, bajando sus ojos a la mujer arrojada a sus pies, no dice nada…

De cuclillas se inclina y con un dedo, escribe sobre las piedras del Patio, que el viento ha cubierto de polvo.

Ellos hablan y Él escribe.

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–                       Maestro, te estamos hablando.

–                        Escúchanos.

–                        Respóndenos.

–                       ¿No has entendido?

–                       Esta mujer fue sorprendida en adulterio.

–                       En su casa.

–                       En el lecho de su marido.

–                       Lo ha ensuciado con su pecado.

Jesús continúa escribiendo…

Los fariseos apostrofan:

–                       ¡Qué si es tonto este hombre!

–                        ¿No veis que no comprende nada?

–                       ¡Y está trazando signos en el polvo, como un pobre demente!

–                       Maestro, por tu buen nombre, habla.

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–                       Tu sabiduría que responda a nuestra pregunta.

–                       Te repetimos que a esta mujer nada le faltaba.

–                       Tenía todo y ha traicionado.

Jesús continúa escribiendo…

Y Elquías dice:

–                       Ha faltado a su marido, que tenía confianza en ella. Su boca mentirosa lo saludó al despedirse y con una sonrisa lo acompañó hasta la puerta.

Calascebona:

–                       Con su pecado ha profanado la santidad de su hogar y de nuestro linaje sagrado.

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Samuel:

–                       Y luego abrió la puerta secreta e introdujo a su amante.

Simón Boestos:

–                       Y mientras su marido estaba ausente por el trabajo, que era para ella.

Cananías:

–                       Ésta, como un animal inmundo, se arrojó en brazos de la lujuria.

Sadoc:

–                       Maestro, es una profanadora de la Ley, además del lecho nupcial.

Ismael ben Fabi:

–                       Una rebelde, una sacrílega, una blasfema.

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Jesús continúa escribiendo.

Escribe y borra lo escrito con sus sandalias. Y luego escribe más allá, dando vuelta sobre Sí Mismo, para encontrar espacio.

Parece un niño que estuviese jugando…

Pero lo que escribe no son palabras de juego.

Sucesivamente ha escrito: ‘Usurero’ ‘Falso’ ‘Hijo irrespetuoso’ ‘Fornicador’ ‘Asesino’ ‘Profanador de la Ley’ ‘Libidinoso’ ‘Usurpador’ `Marido y padre indigno’ ‘Blasfemo’ ‘Rebelde ante Dios’ ‘Adúltero’…

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Lo escribe una y otra vez, mientras los acusadores hablan:

–                       ¡Maestro, tu parecer!

–                       La mujer va a ser juzgada.

–                       No puede seguir contaminando la tierra con su presencia.

–                       Su aliento es veneno que perturba los corazones.

Jesús ha estado escuchando en silencio. Lo que más le duele, es la falta de caridad y de sinceridad en los acusadores que no mienten al acusarla.

La mujer es realmente culpable, pero están siendo hipócritas al hacer escándalo de una falta que incontables veces, ellos han cometido. Y que sólo debido a su astucia o a su buena estrella, ha quedado oculta.

Ella, es la primera vez que peca y ha sido menos astuta y menos afortunada. Pero ninguno de los hombres o mujeres que están esperando su veredicto, están exentos de culpa.

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Adúltero es el que llega al acto, apetece el acto y lo desea con todas sus fuerzas. La lujuria existe tanto en el que peca, como en el que desea pecar. No basta no hacer el mal. Es menester no desear hacerlo. Si por un milagro en estos momentos dijera a su sangre que escribiese sobre sus frentes su pecado; entre las muchas acusaciones hubiera prevalecido la de ‘adúlteros’ de hecho y de deseo.

Sin sinceridad y sin caridad. Ni siquiera el ser semejantes a ella por la concupiscencia que los consume, los lleva a tener caridad.

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Jesús se levanta. ¡Su rostro despide rayos contra los acusadores!

Su estatura parece aumentar y resplandece su Presencia Divina…

Su serenidad y su imponente y regia majestad, son indescriptibles. El manto se le ha caído de un hombro y forma detrás de Él una especie de cauda. Su sonrisa ha desaparecido por completo…

Sus ojos de zafiro, parecen dos puñales escrutadores y los mira de uno por uno con tal intensidad…

¡Qué les habrá dicho con esa mirada!… que les infunde pavor…  

Muchos de ellos tratan de esconderse entre la multitud. Están ante la Presencia de un Juez Airado…

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Después de una larga pausa… Por fin habla…

Es el Dios-Hombre que sentencia ásperamente:

–                       Quién de vosotros esté sin pecado, arroje sobre la mujer la primera piedra… 

Su voz es un trueno acompañado por el fulgor relampagueante de sus ojos de zafiro. Jesús cruza los brazos sobre su pecho y así continúa. Erguido como un Juez implacable. Su mirada no da paz… Escudriña…Penetra… Acusa…

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Primero uno y luego todos los demás; poco a poco se van retirando, con la cabeza inclinada.

No solo los Escribas y Fariseos; sino todos los que se habían acercado para oír la sentencia y condenación…

También los que entre el pueblo decían insultos a la culpable y pedían su lapidación…

Finalmente, Jesús se queda solo, con Pedro y Juan.

Cuando todo el Patio está vacío y un gran silencio reina en él, a excepción del ruido del viento y de una fuente que hay en un rincón; Jesús levanta su cabeza y mira. Su rostro ya está tranquilo… Un poco triste,…  Pero enojado.

Dirige una mirada a Pedro que está un poco lejos, apoyado sobre una columna… Y a Juan, que muy cerca de Él lo mira con mucho amor.

Su rostro refleja una sonrisa al mirar a Pedro, al enviarle un mensaje mental:

–                        Pedro, tampoco faltes tú a la caridad y a la sinceridad. Recuerda esta hora y juzga como un maestro en el porvenir.

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El apóstol recibe el silencioso mensaje e inclina la cabeza en señal de asentimiento.

A Juan lo mira con una sonrisa todavía más amplia y luminosa:

–                       Tú puedes juzgar y no lo haces, porque tienes mi mismo sentimiento. Gracias porque eres muy semejante a Mí…

El más joven en años y con corazón de niño, entiende la mirada de Jesús, recibe el mensaje mental y sonríe a su vez a su amado Maestro.

Jesús mira a la mujer que sigue postrada en el suelo, llorando.

La contempla largamente. Él siente caridad por aquella mujer humillada… Él, el único que debió haber tenido asco…

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Se compone el manto y hace señal a sus apóstoles de que se dirijan hacia la salida…  Por más que alguien sea culpable, hay que tratarlo con respeto y caridad. No gozarse con su envilecimiento… No encarnizarse en él, ni siquiera con miradas curiosas. ¡Hay que tener piedad para el caído!…

Por eso ha querido que ambos se retiren antes de dirigirse a ella; para no aumentar su pena, con la presencia de testigos…

Cuando se queda solo, dice a la mujer:

–                       Mujer, escúchame. Mírame…

Repite su orden, porque ella no se atreve a levantar la cara.

–                       Mujer, estamos solos. Mírame.

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La desgraciada mujer, levanta una cara que el llanto y el polvo han desfigurado…

Jesús pregunta:

–                       ¿Dónde están mujer, los que te acusaban?

Jesús habla despacio, con misericordia… Se inclina hacia esa miseria humana, con una expresión indulgente en sus ojos. Con una fuerza renovadora.

Jesús insiste con dulzura:

–                       ¿Nadie te condenó?

La mujer, sollozando, responde:

–                       Nadie, Maestro.

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–                       Tampoco Yo te condeno. Vete y no peques más. Ve a tu casa… Procura que te perdone tu marido. Que te perdone Dios… No abuses de la benignidad del Señor. Vete.

La ayuda a incorporarse tomándola de una mano, pero no la bendice y no le da la paz.

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La ve irse con la cabeza inclinada. Caminando vacilante, bajo el peso de la tremenda  vergüenza.

Cuando desaparece…

Jesús se une con sus discípulos.

Ha señalado a la culpable, el camino que tiene que seguir para redimirse: volver a su hogar. Pedir humildemente perdón y obtenerlo con una vida honesta. No ceder más a las tentaciones de la carne. No abusar de la bondad divina y de la bondad humana para no purgar dos o más veces la culpa.

No le dio la paz, ni la bendición, porque no existía en ella la separación del pecado y el arrepentimiento, que son necesarios para obtener el Perdón. Todavía no existía en su carne y en su corazón, la náusea por el  pecado.

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María Magdalena al saborear la Palabra de Jesús, había experimentado disgusto por el Pecado. Y se acercó a Jesús, con la firme decisión de ser otra.

En esta mujer hay un fluctuar de voces, entre la carne y el espíritu. Ni aún con todo lo que ha pasado, había decidido poner el hacha en la raíz de su carne.

Jesús quisiera ser el Salvador de todos…  Pero no todos quieren ser salvados. Y ese es uno de los dolores más atroces de su agonía de Redentor…

Los apóstoles y los discípulos están esperándolo en la pendiente del Monte de los Olivos, cerca de la Fuente de Siloan.

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Cuando ven que a paso largo acompañado de Pedro y de Juan, Jesús viene hacia ellos.

Todos corren a su encuentro.

Jesús ordena:

–                       Subamos por el camino que va a Bethania. Me voy de la ciudad por un poco de tiempo. En el camino os diré lo que debéis hacer.

Varios preguntan:

–                       ¿Te vas de la ciudad?

–                       ¿Te ha pasado algo?

Jesús contesta:

–                       No. Pero hay muchos lugares que me aguardan…

–                       ¿Qué has hecho esta mañana?

–                       He hablado. Los Profetas una vez más… Pero no entienden…

Mateo pregunta:

–                       ¿Ningún milagro Maestro?

–                       Ninguno. Un perdón. Una defensa.

–                       ¿Quién fue? ¿A quien ofendió?

–                       Unos que se creían sin pecado, acusaron a una pecadora. La salvé.

Bartolomé:

–                       Si era pecadora, ellos tenían razón.

–                       En su cuerpo era realmente pecadora. Pero su alma… Muchas cosas podría deciros acerca de las almas. No llamo pecadores solo a aquellos cuya culpa es clara. Son también pecadores los que empujan a otros a pecar. Y su pecado es más astuto. Hacen el papel de la Serpiente y del Pecador.

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Tomás pregunta:

–                       ¿Qué había hecho la mujer?

–                       Había cometido adulterio.

Judas de Keriot exclama:

–                       ¡Adulterio! ¿Y la salvaste? ¡No debiste!

Jesús lo mira detenidamente… luego le pregunta:

–                       ¿Por qué no debí?

–                       Porque… Te puede acarrear algún mal. Sabes bien cuanto te odian y que buscan acusaciones contra Ti. Ciertamente salvar a una adúltera, es ir contra la Ley.

–                       Yo no hice eso. Dije a ellos que el que estuviese sin pecado la lapidase. Ninguno la lapidó, porque ninguno estaba libre de pecado. Así pues, confirmé la Ley que ordena que los adúlteros sean lapidados. Pero también salvé a la mujer, porque no hubo nadie que la lapidase.

–                       Pero Tú…

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–                       ¿Querías que Yo la hubiese lapidado? Habría podido y habría sido un acto de justicia, pero no de misericordia…

–                       ¡Ah, se arrepintió! Te suplicó y Tú…

–                       No. Ni siquiera estaba arrepentida. Tan solo estaba deshecha y temblando de miedo.

–                       Pero entonces… ¿Por qué?… ¡Cada vez te comprendo menos! Antes lograba entender lo que habías hecho con una María de Mágdala, con Juan de Endor. Con muchos pec…

Mateo dice con calma y dignidad:

–                       Dilo claro: con Mateo. No me ofendo… Antes bien te agradezco que me ayudes a recordar mi deuda de reconocimiento, para con mi Maestro.

Judas añade:

–                       Bueno. También con Mateo. Pero ellos estaba arrepentidos de su pecado. De su vida licenciosa. ¡Pero esa!… ¡Te comprendo cada vez menos! Y no soy el único…

Jesús contesta:

–                       Lo sé. No me comprendes… Siempre me has comprendido poco. Y no has sido el único. Pero eso no cambia mi modo de obrar.

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Judas no oculta su disgusto y dice categórico:

–                       Se perdona a quien lo pide.

–                       ¡Oh, si Dios tuviese que perdonar tan solo a quién se lo pide! ¡Y castigar al punto a quién no se arrepiente de su culpa! ¿No te has sentido alguna vez perdonado antes de haberte arrepentido? ¿Puedes con toda verdad afirmar que te arrepentiste y que por esto se te perdonó?

–                       Maestro, yo…

–                       Escuchadme todos. Porque muchos de vosotros pensáis que hice mal y que Judas tiene razón. Aquí están Pedro y Juan. Oyeron lo que dije a la mujer y lo pueden repetir. No fui un necio al perdonar. No dije lo que he dicho a otras almas, a las que perdoné porque estaban del todo arrepentidas…

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Pero he dado manera y tiempo para que esa alma llegue a arrepentirse y sea santa, si ella quiere. Recordadlo para cuando seáis maestros de las almas y que vean en vosotros aun verdadero y santo confidente, en cuyas rodillas no se avergüenzan de llorar. Si las condenareis privándolas de ayuda espiritual, haréis que se enfermen y se debiliten…

Judas, tú que juzgas con severidad, si en este momento te dijese: Te voy a denunciar al Sanedrín por prácticas de magia…”

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Judas se queda paralizado… Su pecado más secreto está al descubierto… Su rostro se vuelve pálido como si fuera de alabastro. Mira a Jesús con los ojos desorbitados…

Y logra balbucir aterrorizado:

–                       ¡Señor, no lo harías! Sería… sería… tú sabes que es…

Jesús, tranquilo y con su mejor tono de Maestro dice:

–                       Sé y no sé…  ¿Pero ves que inmediatamente invocas piedad sobre ti?… Y sabes que ellos no te condenarían porque…

Judas se estremece con un escalofrío de terror e interrumpe a Jesús, muy nervioso:

–                       ¿Qué insinúas Maestro? ¿Por qué dices esto?

Jesús mira a su apóstol- levita… Sus ojos atraviesan el corazón de Judas y al mismo tiempo, para calmar a su apóstol alterado y  sobre quién convergen todas las miradas…

Jesús dice con tono muy apacible:

–                       Porque ellos te aman. Tienes buenos amigos allá adentro, lo has dicho muchas veces.

Judas da un suspiro de alivio y se enjuga un sudor extraño…  ¡En un día en que sopla el viento!

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Y dice:

–                       Es verdad. Viejos amigos. Pero no creo que si pecase…

–                       ¿Y por eso invocas piedad?

–                       Ciertamente. Soy todavía imperfecto y quiero ser perfecto.

–                       Lo has dicho. También aquella mujer es muy imperfecta. Le he dado tiempo para que sea buena, si quiere…

Judas no replica.

Y siguen por el camino que va a Bethania, alejándose de Jerusalén.

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA,CONOCELA