139.- VOLUNTAD CORROMPIDA17 min read

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Van caminando a través de un abrupto sendero montañoso; desde el cual la mirada contempla un panorama increíble que incluye la tétrica vista del Lago de Asfalto en el que no se ve ni una señal de vida. Siempre triste, aunque lo bañe el sol.

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Están dentro de una cadena montañosa. Al noroeste, el verde valle del Jordán que desemboca en el Mar Muerto. Al occidente, el solitario mar y luego el desierto. Se aprestan a bajar al valle, por una parte muy agreste. ¡Qué veredas para bajar!… Necesitan agarrarse a troncos y matorrales y esto hace murmurar a Iscariote.

Pedro le replica:

–                       Y con todo, de buena gana regresaría.

–                       Tienes gustos propios. Esto es peor que el primero y el segundo lugares.

Juan interviene:

–                       Pero no peor que aquel en donde nuestro Maestro se preparó para la predicación.

Judas dice con ironía:

–                       ¡Eh, para ti todo es bello siempre!

–                       Sí. Todo lo que se refiere a mi Maestro, es bueno, es bello y me gusta.

–                       Ten en cuenta que en todo esto también estoy yo…Y frecuentemente están los saduceos, escribas y herodianos… ¿Amas también a éstos?

–                       Él los ama.

–                       ¡Ah! ¿Y tú haces como Él? Él es Él. Y tú eres tú. No sé si podrás amar siempre. Sobre todo tú que palideces cuando oyes hablar de Traición y de Muerte.

–                       El hecho de que pierda mi control por temor de Él y de rabia contra los culpables, es señal de que todavía soy muy imperfecto.

–                       ¡Ah! ¿También pierdes el control con la ira? No lo creía… entonces, suponiendo que un día vieses que alguien atacase realmente a tu Maestro, ¿Qué harías?

–                       ¿Yo? ¿Me lo preguntas? La Ley dice: Ojo por ojo, diente por diente… Mis manos se convertirán en tenazas en su garganta.

–                       ¡Oh, Oh! Él predica que se debe perdonar. ¿Esto es lo que sacaste de tus meditaciones?

–                       ¡Déjame sinvergüenza! ¿Por qué tientas y perturbas?  ¿Qué tienes en el corazón? Quisiera poder leértelo…

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Bartolomé que venía a sus espaldas y que es evidente que ha oído todo, mirando a Judas con amonestación dice:

–                       Alguien puede escudriñar las aguas del Mar Muerto, pero no descubrirá el misterio que hay en su fondo. Esas aguas son la tapa del sepulcro, donde hay tanta podredumbre oculta.

Judas replica con evidente fastidio:

–                       ¡El sabio Tolmai! ¡Es obvio que me comparas con el Mar Salado!

–                       No te hablaba a ti, sino a Juan. Ven conmigo hijo del Zebedeo. Yo no te molestaré.  –y toma del brazo a Juan, como para sostenerse y se separa platicando con él.

Judas se queda atrás y a sus espaldas les hace una mueca de ira. Parece como si lanzara un juramento y una amenaza silenciosos…

Juan pregunta al viejo Nathanael:

–                       ¿Qué quería decir Judas? ¿Tú que le quisiste decir?

Bartolomé responde:

–                       No te preocupes, amigo. Pensemos mejor en todo lo que el Maestro nos ha enseñado en estos días.

–                       Eres bueno, Nathanael. ¡Si fuésemos todos como tú!… – y Juan suspira profundamente…

–                       No digas eso. Mejor roguemos por Judas…

Una semana después…

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Apenas acaban de pasar el vado de Betavara y desde el río de aguas azuladas y abundantes, por las recientes lluvias otoñales, se ve la otra ribera.

Pedro se sienta sobre un pedazo de pared pequeña, que hay allí.

Jesús pregunta:

–                       ¿Qué te pasa? ¿Te sientes mal?

–                       No. Pero no puedo más. Ese arranque de violencia… ¡Oh!  -y mete la cabeza entre sus manos y llora…

Jesús pone una de sus manos sobre el hombro del apóstol y le dice:

–                       No te acobardes, Simón. No me prives también de tu valor. De vuestro valor.

Pedro contesta entre sollozos:

–                       ¡No puedo! ¡No puedo ver que te traten así! Si me permitieses reaccionar… tal vez podría. Pero así. Tener que conformarme y presenciar sus insultos… Tus sufrimientos… ¡Cómo un impotente párvulo!… ¡Oh! ¡Siento que se me rompen las entrañas! Me siento como un andrajo… Yo tengo miedo a los endemoniados.

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Pienso que si Satanás se apoderó de ellos de ese modo, debieron ser muy malos… Pero el hombre puede caer en sus garras sin saberlo. Por el contrario, los que sin estar poseídos, se comportan como lo hacen, con toda su inteligencia… ¡Oh! No los vencerás jamás, puesto que no los quieres castigar. Ellos… te vencerán…  -y las lágrimas del fiel apóstol se hacen más abundantes.

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–                       Pedro mío. ¿Crees que ellos no están poseídos? ¿Crees que la Obsesión se manifiesta solo con gritos de loco, con brincos, furia, manías extrañas y la inteligencia entorpecida? No. Existen otras posesiones mucho más sutiles y fuertes…

Y mucho más peligrosas; porque no estorban, ni impiden el uso de la razón para hacer cosas buenas y disimular. Pero sí aumentan las fuerzas, para que sean más poderosos en servir a quien es su Dueño: el Demonio.

En los que voluntariamente se le han entregado para triunfar, les comunica su inteligencia superior, con la única condición de que la dirijan solamente al Mal. A hacer daño, a ofender a Dios y al hombre…

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La acción satánica, al encontrar en el alma consentimiento, prosigue y poco a poco el hombre llega al total conocimiento del Mal…

Estas son las peores posesiones. No se ve nada al exterior y por eso no se huye de ellos, como si estuvieran poseídos. Pero si lo están… Como lo he dicho muchas veces, el hijo del Hombre será el blanco de esta clase de poseídos.

Felipe pregunta:

–                       Pero, ¿No podría Dios derrotar al Infierno?

–                       Sí. Es más fuerte. ¡Y lo derrotará!…

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Tomás pregunta:

–                       Maestro, el otro día dijiste que el Redentor, esto es, Tú. Tendrá un Traidor, ¿Cómo puede un hombre traicionarte a Ti, hijo de Dios?

–                       De hecho, un hombre no podría traicionar al Hijo de Dios, que es Dios como el Padre. Pero ese tal, no será un hombre. Será un demonio en cuerpo de hombre: el más poseído de los hombres.

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María Magdalena tuvo siete demonios y el endemoniado de hace unos cuantos días, era presa de Belcebú. Pero en Ese, estarán Belcebú  y toda su corte de demonios. ¡Oh! ¡En ese corazón estará el Infierno completo, para impulsarle a vender a sus Enemigos, cual cordero para ser degollado, al Hijo de Dios!

Iscariote pregunta:

–                       Maestro, ¿Satanás ya ha tomado posesión de ese hombre?

Jesús contesta:

–                       No, Judas. Pero él se inclina a Satanás…  E inclinarse a él quiere decir, estar en condiciones de echarse en sus brazos. Hasta ahora solo ha tenido manifestaciones esporádicas.

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Andrés pregunta:

–                       ¿Y por qué no viene a ti para curarse de su inclinación?  ¿Sabe que lo está o lo ignora?

–                       Si lo ignorase no sería culpable como lo es. Porque él sabe que se inclina hacia el Mal… Porque su Pecado lo atrae, le encanta y no quiere dejarlo; pues piensa que puede manejarlo… Y no persiste en sus resoluciones de salir de él.

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Si persistiese, vendría a Mí… Pero no viene… el veneno penetra y el contacto conmigo no lo limpia; porque él no lo desea y más bien huye de él. ¡Ese es el error vuestro! Huís de Mí, cuando más necesidad tenéis de Mí…

Mateo pregunta:

–                       ¿Ha venido algunas veces a Ti? ¿Lo conoces? ¿lo conocemos nosotros?

–                       Mateo, yo conozco a los hombres antes de que me conozcan. Tú lo sabes y también éstos. Yo soy quién os llamé porque os conocía.

–                       ¿Pero lo conocemos nosotros?  -insiste Mateo.

–                       ¿Y acaso no sois capaces de conocer a quien viene a vuestro Maestro? Vosotros sois mis amigos y compartís conmigo la comida, el descanso y las fatigas. Hasta mi casa se os ha abierto. Por esta razón conocéis a todos los que vienen a Mí.

Simón de Jonás pregunta:

–                       ¿En qué ciudad lo encontraste?

–                       ¡Pedro, Pedro!

–                       Es verdad, Maestro. Soy peor que una mujer chismosa. Perdóname, pero es el amor ¿Sabes?…

Jesús sonríe:

–                       Lo sé. Y por eso te digo que no me desagrada tu defecto. Pero deséchalo también.

–                       Sí, Señor mío.

El sendero se estrecha en una hilera de árboles y una zanja no muy profunda. Y el grupo se alarga. Jesús habla con Iscariote al que da órdenes sobre los gastos y limosnas. Detrás de dos en dos, vienen los demás.

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En el último lugar, solo, viene Pedro. Con la cabeza baja, absorto en tal forma en sus pensamientos, que no se da cuenta que se ha separado un poco de sus compañeros.

Un hombre montado a caballo, pasa su lado y le dice:

–                       ¡Oye tú! ¿Vienes con el Nazareno?

–                       Sí. ¿Por qué?

–                       ¿Vais a Jericó?

–                       ¿Te interesa saberlo? Yo no sé nada. Vengo en pos del Maestro y no pregunto nada. El camino lleva para Jericó, pero podemos torcer hacia la Decápolis. ¿Quién lo sabe? Si quieres informarte mejor, allá va el Maestro.

El hombre espolea su caballo y Pedro hace una mueca curiosa.

Y entre sí, refunfuña:

–                       No me fío, querido señor. ¡Todos sois una jauría de perros! No quiero ser el Traidor. Juro por mí mismo que esta boca estará cerrada.  –y hace una señal sobre sus labios como si los cerrase con un candado.

El jinete alcanza a Jesús y le habla. Lo que hace que Pedro pueda reunirse con sus compañeros. Cuando el jinete vuelve a partir, hace una señal de saludo a Iscariote. Nadie lo nota, más que Pedro que camina al último y a quién no le agrada para nada.

Toma a Judas por una manga y le pregunta:

–                       ¿Quién es? ¿Lo conoces? ¿Cómo es posible?

Judas de Keriot contesta:

–                       De vista. Es un rico de Jerusalén.

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Pedro dice:

–                       Tienes amistades muy arriba. Bien… con tal de que sean para bien. Dime, ¿Es esa cara de zorra que te dice tantas cosas?

–                       ¿Qué?

–                       Bueno. Las que dices que sabes acerca del Maestro.

–                       ¿Yo?

–                       Sí. Tú. ¿No recuerdas aquella tarde de agua y lodo? ¿Cuándo fue el aluvión?

–                       ¡Ah! ¡No, no! ¿Pero tomas en cuenta todavía las palabras dichas en un momento de malhumor?

–                       Yo me acuerdo de todo lo que pueda dañar a Jesús. Cosas, personas, amigos, enemigos… Estoy siempre listo a mantener las promesas que hago a quienes quieren hacer el mal a Jesús. Hasta pronto.

Judas, con una actitud rara mira irse a Pedro. En sus ojos hay admiración, pena, enfado y hasta rencor.

Pedro alcanza a Jesús y lo llama.

Jesús le pone su brazo en la espalda y le dice:

–                       ¡Oh, Pedro, ven!

Pedro pregunta:

–                       ¿Quién era ese áspero judío?

–                       ¿Áspero Pedro, si estaba todo liso y perfumado?

–                       Pero tenía áspera la conciencia. Desconfía Jesús…

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–                       Te he dicho que todavía no es mi tiempo. Y cuando llegue, ninguna prevención me salvará… Si es que quisiera salvarme.

–                       Será como dices. Pero desconfía, Maestro.

–                       ¿Qué te pasa, Pedro?

–                       Quiero decirte una cosa que es un peso en el corazón.

–                       ¿Una cosa? ¿Un peso?

–                       Sí. El peso es un pecado. La cosa es un consejo.

–                       Comienza por el pecado.

–                       Maestro… yo…yo odio… Siento repulsión, sí. Repulsión, no odio, por uno de los nuestros. Me parece estar cerca de una cueva de serpientes en celo, de donde salga su hedor… Y no quiero que salgan, para que no te hagan ningún daño. Ese hombre es un nido de serpientes y él mismo está en relación con el Demonio.

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–                       De dónde sacas esto?

–                       ¡Bueno!… No lo sé. Soy un rústico y un ignorante, pero tonto no lo soy. Estoy acostumbrado a leer en los vientos y en las nubes… Y hasta creo que en los corazones. Jesús… Tengo mucho miedo…

–                       No juzgues, Pedro. No sospeches. La sospecha crea fantasmas. Se ve lo que no existe.

–                       El Dios Eterno quiera que no sea nada de ello. Pero yo dudo…

–                       ¿De quién Pedro?

–                       De Judas de Keriot. Se gloría de tener muy grandes amistades y hace poco aquel sinvergüenza jinete, lo saludó como se saluda a un buen conocido. Antes no los tenía…

–                       Judas es el que recibe y distribuye. Tiene ocasiones de acercarse a los ricos…  Lo sabe hacer.

–                       ¡Si, eh! Que si lo sabe hacer… Maestro dime la verdad. ¿No tienes Tú sospechas?

–                       Pedro te quiero mucho. Pero quiero que seas perfecto y no es perfecto el que no obedece. Te he dicho: no juzgues y no sospeches.

–                       Pero entretanto no me respondes…

–                       Dentro de poco llegaremos a Jericó y nos detendremos a esperar a una mujer que no puede recibirnos en su casa…

–                       ¿Por qué? ¿Es una pecadora?

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–                       No. Es una infeliz. Ese jinete que tanto te ha molestado, vino a decirme que la esperara y la esperaré. Aun cuando sepa que no puedo hacer nada por ella. ¿Y sabes quién los puso a ella y al jinete sobre mi camino? Judas. ¿Ves que no es cosa mala que conozca a ese judío?

Pedro baja la cabeza y se calla avergonzado. Pero tal vez, no persuadido y con la curiosidad todavía adentro. Pero no habla más.

Jesús se detiene fuera de los muros de la ciudad. Cansado, se sienta bajo la sombra de un grupo de árboles plantados cerca de una fuente.

Se le acerca una mujer envuelta en un manto oscuro. El grueso velo le cubre la mitad de la cara.

Viene con ella el jinete de antes y otros tres hombres lujosamente vestidos.

El jinete dice:

–                       ¿Cómo estás Maestro?

–                       La paz sea con vosotros.

–                       Esta es la mujer. Escúchala y hazle el favor que desea.

–                       Si puedo.

–                       Puedes todo.

–                       ¿Lo crees tú Saduceo?  -el saduceo es el jinete.

–                       Creo en lo que veo.

–                       ¿Y has visto que puedo?

–                       Sí.

–                       ¿Y por qué puedo? ¿Lo sabes?

Silencio.

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Jesús no habla más al saduceo, ni tampoco se dirige a los otros.

Habla ahora a la mujer:

–                       ¿Qué se te ofrece?

Ella dice turbada:

–                       Maestro… Maestro…

–                       Habla sin temor.

La mujer echa una mirada de soslayo a sus acompañantes, que la interpretan a su modo. El jinete explica:

–                       La mujer tiene su marido enfermo y te pide que lo cures. Es una persona de influencia en la corte de Herodes. Te conviene escucharla.

–                       No porque sea influyente, sino porque es infeliz. La escucharé si puedo.

Jesús se vuelve hacia la mujer y pregunta:

–                       ¿Qué tiene tu marido? ¿Por qué no vino? ¿Por qué no quieres que vaya a dónde está?

Otro silencio y miradas de soslayo.

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Jesús comprende:

–                       ¿Quieres hablarme sin testigos? Ven.  –se separan unos metros-  Habla.

–                       Maestro, yo creo en Ti. Tanto es así que estoy segura de que sabes todo lo de él, de mí, de nuestra vida desgraciada. Pero él no cree… Te odia… él cree…

–                       Pero él no puede curarse porque no tiene fe. Y no solo no tiene fe en Mí, ni siquiera en el Dios Verdadero.

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–                       ¡Ah! ¡Lo sabes!  -la mujer llora amargamente- ¡Mi casa es un infierno! Tú curas a los obsesos y sabes lo que es el Demonio. Pero, ¿Conoces a esta clase de demonio sutil, inteligente, mentiroso, sabio? ¿Sabes a qué perversiones puede llevar? ¿Sabes a qué pecados? ¿Sabes qué desgracias arrastra consigo? Mi casa… ¿Es un hogar? ¡No!… ¡Es el umbral del Infierno!

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Mi marido… ¿Marido mío? Ahora está enfermo y no se preocupa de mí. Pero aun cuando fue robusto y buscaba el amor, ¿acaso era un hombre el que me abrazaba, que me tenía, que estaba conmigo? ¡No! Eran los tentáculos de un demonio. Sentí su hedor, su viscosidad. Siempre he querido a mi marido y lo sigo queriendo. Soy su mujer. Era apenas una doncella cuando me conoció. Yo tenía catorce años.

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Ahora cuando vienen a mi memoria aquellas primeras horas en que me convertí en mujer; yo siempre aborrecí con el alma y con todo mi ser, lo que veía en él de nigromancia. Me parecía que no era mi marido, sino los muertos que todavía invoca, los que querían saciarse conmigo…

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Y todavía hoy, solo con mirarlo, agonizante y sumergido en esa magia, siento asco. No lo veo a él. ¡Veo a Satanás!

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¡Oh, desgracia mía! Ni siquiera en la muerte estaré con él, porque la Ley lo prohíbe. ¡Sálvalo, Maestro!… Te ruego que lo cures para darle tiempo a que se arrepienta… ¡Oh!…

La mujer llora angustiada.

Jesús dice despacio:

–                       ¡Pobre mujer! No puedo curarlo.

–                       ¿Por qué Señor?

–                       Porque él no quiere.

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–                       Sí. Tiene mucho miedo de la muerte. Si quiere…

–                       No quiere. No es un loco, ni un tonto que no comprenda su estado… Su inteligencia es libre para poder pedir que se la libere. Su voluntad no está maniatada. Es uno que quiere ser lo que es… Sabe que lo que hace está prohibido. Sabe que el Dios de Israel lo maldice. Pero persiste.

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Aun cuando lo curase y primero en su alma… él volverá a su fruición satánica. Su voluntad está corrompida. Es un rebelde. No puedo.

La mujer llora con mayor angustia.

Se acercan los acompañantes y le preguntan:

–                       ¿No le quieres hacer lo que pide, Maestro?

–                       No puedo.

–                       ¿Y las razones?

–                       ¿Me las preguntas tú, Saduceo? Te recuerdo el Libro de los Reyes. Lee lo que dijo Samuel a Saúl. El espíritu del Profeta echó en cara al rey el que lo hubiera perturbado, evocándolo del reino de los muertos. No es lícito hacerlo. Difuntos o vivos, están en las manos de Dios. Y no es lícito arrancarlos de donde están; ni por curiosidad, ni con sacrílega violencia. Ni por incredulidad reprobable.

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¿Qué deseáis saber? ¿Si hay un futuro eterno? Y decís que creéis en Dios, ¿Por qué no creéis en su Palabra? No dice: “Si alguien va a los magos y a los adivinos y con ellos se comunica, apartaré mi Rostro de él. Y lo exterminaré de en medio de mi pueblo.” Si decís que el alma no es inmortal, ¿Por qué invocáis a los muertos?

–                       Tú eres el que insultas y atacas. Te lo hago notar. Nosotros vinimos a verte para…

–                       Para ponerme una trampa. Os leo el corazón. ¡Abajo la máscara, profanadores de la Casa de Dios!

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–                       Eres un perverso como Satanás y en su nombre haces milagros. No puedes hacerlo con nosotros, porque somos herederos de la amistad de Dios.

–                       Satanás no se arroja a sí mismo. Yo arrojo a los demonios, ¿En Nombre de Quién? ¡Responded!

Los tres dicen al mismo tiempo:

–                       No perdamos el tiempo con este poseso.

–                        ¡Nazareno loco! Ven mujer… tu marido es un santo con respecto a éste.

–                       Será necesario que te purifiques, ¡Has tocado a Satanás!

Y se van arrastrando a la mujer que llora, con vivos gestos de repulsa.

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Jesús dice a los apóstoles:

–                       Vámonos.

Ellos preguntan:

–                       ¿A dónde, Maestro? ¿A Jericó?

–                       No. Tomemos una barca y vayamos a la Decápolis. Luego a Tiberíades y después a Nazareth. Tengo necesidad de mi Madre. ¡Oh, Madre mía!…

–                       ¿Lloras Maestro? ¡Nosotros te defenderemos!

–                       No lloro y no tengo miedo de los que me desean el Mal… Lloro porque sus corazones son más duros que el jaspe y no puedo nada en muchos de ellos.  Venid, amigos…

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

 

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