143.- LA CORREDENTORA
Judas se acerca a Jesús:
– Maestro, necesitamos que alguien compre lo que el hombre de Petra nos dio. Ya no tengo ni un céntimo.
Jesús contesta:
– Tenemos suficientes víveres. No nos hace falta nada.
– Como quieras, pero sería mejor que me enviases delante de Ti. Podré…
– No es necesario.
– Maestro, ¡Eso significa desconfianza!… ¿Por qué no nos mandas como antes, de dos en dos?
– Porque os amo y pienso en vuestro bien.
– ¡Pero no lo está que permanezcamos tan desconocidos! Pensarán que somos indignos. Incapaces. Antes nos dejabas ir a predicar. Hacíamos milagros. Éramos conocidos…
– ¿Te duele, no poder hacer más milagros? ¿Te hacía bien separarte de Mí? Eres el único que se lamenta de no poder ir solo, Judas…
Judas dice con firmeza:
– Maestro, bien sabes que te amo.
– Lo sé. Y para que tu corazón no se desvíe te tengo cerca de Mí. Eres el que recoges todo y distribuyes… El que vendes y cambias todo en favor de los pobres. Es suficiente… aún más, es mucho. Mira a tus compañeros. Ninguno de ellos pide lo que tú…
– Pero lo has concedido a los discípulos. ¡Es una injusticia esta diferencia!
– Judas. Eres el único en llamarme injusto. Te perdono. Adelántate y mándame a Andrés.
Jesús disminuye el paso para esperar a Andrés y hablarle aparte.
El apóstol se sonríe y se inclina a besar las manos de su Maestro. Jesús habla con él y luego se va adelante.
Jesús se queda atrás. Es el último de todos. Y con la cabeza muy inclinada, continúa secándose el rostro, con la punta del manto como si sudase. Pero son lágrimas y no gotas de sudor, las que le corren por las pálidas mejillas.
Al día siguiente, Jesús en Nobe divide en grupos de cuatro a los apóstoles, para que vayan a las casas.
Con Santiago de Zebedeo, que hace de cabeza, van Mateo, Judas Tadeo y Felipe. Con Bartolomé que es el jefe, están Santiago de Alfeo, Andrés y Tomás. Con Jesús se quedan, Pedro, Juan, Judas de Keriot y Simón zelote.
Jesús dice:
– Id después de la cena a donde os prometieron hospedaros. Y mañana regresaréis aquí y os diré lo que tenéis que hacer. Estaremos juntos a la hora de las comidas. El mundo tiene sus ojos puestos sobre nosotros para calumniarnos y observarnos. Y también para venerarnos. Debéis predicar mi Doctrina de modo que de vosotros se respire como perfume, vuestra rectitud. Pongo mi confianza en vosotros. No agreguéis a mi dolor que ya es mucho, otro dolor que venga de vosotros.
Bartolomé contesta:
– No te preocupes, Maestro. De nosotros no recibirás ningún dolor, a no ser que Satanás nos revuelque a todos.
Entra Anastásica, que está ayudando en la cocina a Elisa y anuncia:
– La cena está lista, Maestro. Baja mientras está caliente. Te hará mucho bien.
Jesús contesta:
– Gracias Anastásica… Vamos.
Jesús se levanta y baja con todos a la cocina.
El viejo Juan, está cerca del fuego.
Elisa, al ver entrar a Jesús, le dirige una mirada maternal y le sirve en un gran tazón, trigo cocido con leche y miel.
Y le dice:
– Mira. Me acordé que María de Cleofás me dijo que te gustaba esto. Guardé la mejor miel para hacértelo.
Jesús contesta:
– Gracias Elisa. La mujer siempre es madre y sabe hacer estas cosas. ¡Cuándo ella comprende esto!… el hombre tiene fuerzas. Nosotros los de Israel estamos acostumbrados a ver en la mujer a un ser inferior. Y no está bien. si está sujeta al hombre y ha sido castigada más por el Pecado de Eva…
Os aseguro que en el corazón de la mujer existe una gran fuerza. En su corazón. Así como los varones la tienen en su mente. Os aseguro también que la posición de la mujer va a cambiar, como cambiarán muchas otras cosas. Y será justo. Porque así como Yo por todos los hombres obtendré gracia y redención; así también una Mujer las obtendrá para ellas, de una manera especial.
Judas pregunta riéndose:
– ¿Una mujer? ¿Y cómo quieres que redima una mujer?
– En verdad te digo que Ella, también está redimiendo. ¿Sabes lo que es redimir?
– ¡Qué si lo sé! Es librar del pecado.
– Así es. La mujer tiene en sí. Lo que vence al Adversario. Y por lo tanto redime desde que existe. Es una redención que se realiza, aunque oculta. Pero pronto se dejará ver a los ojos del mundo. Y las mujeres cobrarán fuerzas en Ella.
– Que tú redimas está bien. Pero que una mujer lo pueda… No lo acepto, Maestro.
– ¿No recuerdas a Tobías? ¿No recuerdas su cántico?
– Sí. Pero habla de Jerusalén.
– ¿Existe acaso en Jerusalén un tabernáculo en que esté Dios? ¿Puede Dios desde su Gloria presenciar los pecados que se cometen, entre las murallas del Templo? Era necesario otro tabernáculo que fuese santo. Que fuese estrella que conduce de nuevo al Altísimo a los extraviados.
Y esto se realiza en la Corredentora que por siglos; se alegrará con ser la Madre de los Redimidos. El verdadero cántico de la Corredentora… Y lo cantan ya en el Cielo los ángeles que la ven… La nueva y Celestial Jerusalén tiene principio en Ella. ¡Oh! ¡Es verdad! El Mundo lo ignora… -y Jesús se sumerge en sus pensamientos…
Judas de Keriot se vuelve a su compañero sentado a su lado y pregunta:
– Felipe, ¿De quién está hablando?
Antes de que Felipe pueda responder…
Elisa, que está poniendo en la mesa el queso y las aceitunas negras; con cierto tono de dureza dice:
– Habla de su Madre. ¿No lo comprendes?
Judas replica:
– Nunca había sabido que los Profetas la hubieran señalado como mártir… hablan solo del Redentor y…
Elisa pondera:
– ¿Y piensas que sólo se puede ser mártir en el cuerpo? ¿No sabes que esto no es nada para una madre, cuando ve morir a su hijo? Tu inteligencia, no me refiero a tu corazón en el que no sé qué haya… Repito, tu inteligencia de la que tanto te glorías, ¿No te ha enseñado que una madre se sujetaría mil veces a la tortura y a la muerte; con tal de no oír un suspiro de su hijo?
Oye, tú eres un hombre que sabes mucho. Yo no sé otra cosa, más que ser mujer y madre. Pero te aseguro que eres más ignorante que yo, porque ni siquiera conoces el corazón de tu madre…
Judas se enoja:
– ¡Me ofendes!
– No. Soy vieja y te aconsejo… Haz que tu corazón sea inteligente y te evitará lágrimas y castigo. Procura hacerlo.
Los apóstoles, sobre todo Tadeo, Santiago de Zebedeo, Bartolomé y Zelote, se cruzan miradas furtivas y bajan la cabeza, para ocultar la sonrisilla que despunta en sus labios, por las palabras que Elisa dice a Judas de Keriot, que se cree perfecto.
Jesús, que continúa absorto, parece no oír nada.
Elisa se vuelve a Anastásica:
– Hija, vente. Mientras comen, vamos a preparar las otras camas.
Y se van.
Se oye un golpe en la puerta.
Tomás se levanta a abrir y exclama:
– ¿Tú José? ¿Y con Nicodemo? ¡Entrad! ¡Entrad!
Jesús los recibe:
– La paz sea con vosotros. Sean bienvenidos.
José de Arimatea saluda:
– La paz sea contigo, Maestro. Y con los que estén en esta casa. Vamos a Rama. Nicodemo me invitó a ir allá y quisimos pasar a saludarte… Queremos saber si te siguen molestando, porque sabemos que fueron a buscarte a la casa de José. Y te han buscado por todas partes, después de que curaste al ciego. Aunque es verdad que no han ido más allá de las murallas. No se atrevieron a mover una sola silla, para no profanar el sábado. Y con esto creen que son puros. Pero para buscarte y para seguir a Bartolmai, ¡Oh! ¡Han caminado más de lo permitido!
Mateo pregunta:
– ¿Y cómo supieron si el Maestro no ha hecho nada en el camino?
Pedro agrega:
– Tampoco nosotros sabíamos si se había curado. Fuimos a la sinagoga y luego a saludar a Nique. Y al bajar el sol, nos vinimos para acá.
José explica:
– Vosotros lo ignorabais. Pero los enviados de los fariseos lo supieron. Vosotros no los visteis, pero yo sí los vi. Dos de ellos estuvieron presentes cuando el Maestro tocó los ojos del ciego. Hacía horas que estaban en espera.
Judas de Keriot pregunta con aire de inocencia:
– ¿Cómo es posible eso?
José le lanza una mirada inescrutable y cuestiona:
– ¿Y me lo preguntas a mí?
– Porque es algo raro te lo pregunto.
– Lo más raro es que desde hace tiempo, en donde quiera que está el Maestro haya espías.
– Los buitres vuelan a donde está la presa y los lobos a donde está el ganado.
José completa:
– ¡Y los ladrones a donde el cómplice les dice que está la caravana! Dijiste bien…
– ¿Qué quieres insinuar?
– Nada. Tan solo completo tu proverbio, aplicándolo a los hombres. Pues Jesús es hombre y hombres son los que le asechan.
Varios dicen:
– Cuenta, José, cuenta.
– Si el Maestro quiere, por eso he venido.
Jesús dice:
– Habla.
José refiere minuciosamente todo lo que vio, omitiendo el hecho de que Judas fue el que dijo al ciego, donde estaba Jesús.
Las reacciones son variadas según el corazón: unas de ira. Otras de dolor.
Judas de Keriot es el que aparenta estar más afligido e irritado contra todos. Sobre todo contra el ciego imprudente que vino a travesarse en el camino de Jesús en sábado, confiando en la bondad del Maestro.
Felipe dice sorprendido:
– ¡Tú fuiste quién se lo indicó! ¡Estaba yo cerca de ti y te oí…!
Judas observa:
– Indicar no quiere decir mandar hacer alguna cosa.
Tadeo interviene:
– ¡Oh, eso sí lo creo! Pues no me imagino que hubieras tenido la osadía, de haber dado órdenes al Maestro para que obrara…
– ¿Yooo?… Todo lo contrario. Se lo señalé para pedir una explicación.
Tadeo replica:
– Está bien. pero algunas veces indicar, es también inclinar a hacer algo. Y esto fue lo que hiciste.
Judas asegura descaradamente:
– Tú lo has dicho, pero no es verdad.
José de Arimatea pregunta:
– ¿No es verdad? ¿Estás seguro? ¿Seguro como vives de que nunca dijiste cosa alguna al ciego acerca de Jesús? ¿De que no le aconsejaste que se acercase a Él? ¿Y mucho menos de haber insistido en que lo hiciera, antes de que Jesús dejase la ciudad?
Judas se defiende:
– No es verdad. ¿Quién ha podido hablar con ese hombre? Ciertamente que yo no. Día y noche estoy con el Maestro. Y si no con Él, con los compañeros…
Bartolomé dice:
– Creí que lo habías hecho ayer, cuando fuiste con las mujeres…
– ¡Ayer! No emplee más de lo que emplea una golondrina en ir y volver. ¿Cómo podía haber ido a buscar al ciego, encontrarlo y hablarle en tan poco tiempo?
– Pudo ser que lo hayas encontrado…
– ¡Jamás lo he visto!
José de Arimatea recalca:
– Entonces ese hombre es un mentiroso; porque afirmó que tú le dijiste que viniese y le señalaste el lugar. Y lo que tenía que hacer. Le diste tu palabra de que Jesús te haría caso y…
Judas lo interrumpe fuera de sí:
– ¡Basta! ¡Basta! Merece que nuevamente quede ciego, por todas las mentiras que dice. Yo lo puedo jurar por el Santo que no lo conozco sino de vista y que jamás le he hablado.
José lo mira severamente, con unos ojos que parecen atravesarlo y dice:
– No te preocupes. Que tu corazón esté tranquilo, Judas de Keriot. Tú que no temes a Dios, porque sabes que tus acciones son santas. Feliz de ti que no temes a nada.
– No tengo miedo alguno, porque estoy sin pecado.
Nicodemo lo mira y contesta:
– Todos pecamos, Judas. Y ojala sepamos arrepentirnos después de los primeros pecados… Y no aumentarlos ni en número, ni en perversidad.
Luego se dirige al Maestro y agrega:
– Lo más triste es que José de séforis fue amenazado con la expulsión de la sinagoga, si vuelve a hospedarte. Y que Bartolmai fue echado fuera de ella. Había ido con sus padres, pero los fariseos lo estaban esperando en la sinagoga. No lo dejaron entrar y le lanzaron el Anatema…
Varios gritan:
– ¡Esto es demasiado!
– ¡Hasta cuando, Señor!…
Jesús dice:
– ¡Paz! ¡Paz! No hay nada. Bartolmai está en camino del reino. ¿Qué perdió, pues? Está en la luz. ¿Acaso no es hijo de Dios, más que antes? ¡Oh, no confundáis los valores! ¡Paz! ¡Paz! No iremos más a la casa de José.
Me desagrada que Isaac tenga instrucciones de llevar allá a mi Madre y a María de Alfeo. Hubiera sido solo por unas cuantas horas, porque ya se han tomado las providencias. –Se vuelve al anciano Juan y le pregunta:
– ¿Padre tienes miedo del Sanedrín? Estás viendo lo que cuesta hospedar al hijo del hombre. Eres viejo. Eres un fiel israelita. Se te podría arrojar de la sinagoga en tus últimos sábados. ¿Podrías soportarlo?
Habla sinceramente y si tienes miedo, Yo me voy. Habrá una cueva todavía en los Montes de Israel, para el Hijo de Dios…
El anciano Juan contesta:
– ¿Yo Señor? ¿De quién quieres que tenga miedo, sino de Dios? No temo al sepulcro que ya se me está abriendo y ya casi lo considero como un amigo. ¿Y quieres que tema yo a los hombres? Temería al juicio de Dios, si por temor a los hombres, te arrojase a Ti, el Mesías de Dios.
– Está bien. Eres un justo. Me quedaré aquí, cuando esté en las ciudades vecinas, como pienso hacerlo alguna vez más.
Nicodemo invita:
– Ven a rama. Ven a mi casa Señor.
– ¿Y si te viene algún mal?
– ¿No te invitan acaso los fariseos con mala intención? ¿No podría yo hacerlo, para conocer mejor tu corazón?
Tomás suplica:
– Sí, maestro. Vamos a Rama. Mi padre se sentirá feliz si es que está en casa. Y si no, como sucede con frecuencia, encontrará bendición.
Jesús accede:
– Iremos primero a Rama. Mañana…
Nicodemo dice:
– Maestro, te dejamos. Afuera tenemos nuestros animales y esperamos llegar a Rama, antes de la segunda vigilia. Laguna alumbra los caminos como un pequeño farol. Adiós, Maestro. La paz sea contigo.
José también se despide:
– La paz sea contigo, Maestro y escucha un buen consejo de José el Anciano. Sé un poco astuto. Mira a tu alrededor. Abre los ojos y cierra los labios. Haz lo que vas a hacer. Y nunca lo digas antes… No vengas a Jerusalén por algún tiempo. Y si vienes, no te estés en el Templo, más de lo necesario para orar. ¿Me entiendes? Adiós, Maestro. La paz sea contigo, Maestro.
José mira fijamente a Jesús y dice estas palabras despacio y con énfasis, en algunas frases. Su mirada es un aviso.
Suben al huerto que la luna ilumina con su luz plateada. Desatan dos fuertes asnos de un nogal, suben sobre sus sillas y parten por el camino solitario y bañado por la luz de la luna…
Jesús entra en la cocina con los suyos.
Varios comentan:
– ¿Qué habrá querido decir en realidad?
– ¿Y cómo lograron saberlo?
– ¿Qué harán a José de Séforis?
Jesús concluye:
– Nada. Palabras. No más que palabras. No penséis más en ello. Son cosas que pasan sin consecuencia alguna. ¡Ea! Digamos la Oración y separémonos, para ir a descansar…
“Padre Nuestro…”
HERMANO EN CRISTO JESUS: