147.- OVEJA DESCARRIADA

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Los Once han emprendido el camino a Tecua…

Once caras pensativas… Mohínas, en torno al rostro triste de Jesús. Ya casi para llegar…

Jesús dice:

–                       Id a ver a ese pobre mendigo, que no sabe por dónde va el camino. La ciudad está a la vista. Con el óbolo podrá procurarse pan.

Pedro objeta:

–                       Señor, no podemos hacerlo porque Judas se fue con la bolsa…

–                       No importa. Tenemos un poco de pan…Somos fuertes y jóvenes. Démoslo al viejo, para que no se caiga por el camino.

Los apóstoles buscan en las bolsas. Sacan unos pedazos de pan y se los dan al viejecillo, que los mira sorprendido…

Jesús le dice:

–                       ¡Come! ¡Come!  – para darle valor.

Y  mientras le da a beber de su cantimplora, le pregunta a donde va.

El anciano le responde.

–                       A Tecua. Mañana hay un gran mercado. Pero desde ayer no comía.

–                       ¿Estás solo?

–                       Peor que si lo fuera… Mi hijo me arrojó…  -y el corazón desgarrado de dolor se oye en la voz del viejo.

Empieza a llorar y con sus lágrimas moja su pan…

Jesús trata de consolarlo:

–                       Dios te abrirá las Puertas del Reino, si sabes creer en su Misericordia.

–                       Y en la del Mesías…  Pero mi hijo no tendrá al Mesías. No puede tenerlo. Lo odia. Y odia a su padre porque ama al Mesías.

–                       ¿Por eso te echó fuera?

–                       Por eso. Y para no perder la amistad de algunos que persiguen al Mesías. Quiso demostrar que su odio, supera el de aquellos…  De modo que ahoga aun la voz de la sangre.

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Todos exclaman:

–                       ¡Horror!

El anciano contesta con fuerza:

–                       Mayor sería, si yo tuviera los mismos sentimientos de mi hijo…

Tomás pregunta:

–                       ¿Quién es?…  Por lo que alcanzo a comprender, se trata de uno que tiene autoridad y voz…

El anciano protesta:

–                       Óyeme… Un padre no diría el nombre de su hijo culpable, para que se le desprecie… Puedo decir que tengo hambre y frío. Yo que con mucho trabajo aumenté el patrimonio familiar, para que mi hijo fuese feliz… Pero no puedo decir más… Ten en cuenta que soy de Judea y él también. Y que aunque somos iguales por raza, somos muy diferentes en el pensamiento. Lo demás no sirve para nada…

Jesús le pregunta con dulzura:

–                       ¿No pides a Dios algo, tú que eres un justo?

–                       Que toque el corazón de mi hijo, para que pueda creer en lo que yo creo…

–                       ¿Pero para ti en especial, no pides nada?

–                       Sólo encontrar al que para mí, es el Hijo de Dios. Venerarlo… Y luego morir.

–                       Pero si te mueres no lo podrás ver. Estarás en el Limbo…

–                       Será por poco tiempo… Tú eres un Rabí, ¿No es verdad? Veo muy poco. La edad, las lágrimas, el hambre… Pero distingo los flecos de tu cintura. Si eres un buen rabino, lo que me parece… Debes comprender que el tiempo ha llegado.

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Quiero decir: el tiempo del que habló Isaías… Está por llegar la Hora en que el Cordero tomará sobre Sí, todos los pecados del mundo… Cargará con todos nuestros males y dolores. Y por esto será muerto e inmolado. Para que seamos sanados y estemos en paz con el Eterno. Entonces también habrá paz para los espíritus… Lo espero confiando en la misericordia de Dios.

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–                       ¿Has visto alguna vez al Maestro?

–                       No. Lo oí hablar en el Templo, durante las fiestas. Soy pequeño de estatura y más me hace la edad. Veo poco… pero si estoy entre la gente no veo nada porque los de adelante me estorban. Y si me quedo lejos, es igual. No veo…  ¡Oh, pero quisiera verlo! ¡Por lo menos una vez!…

–                       Lo verás, padre. Dios te dará gusto. ¿Tienes a donde ir en Tecua?

–                       No. Me quedaré bajo un pórtico o un portón. Ya me acostumbré…

–                       Ven conmigo. Conozco a un buen israelita… Te acogerá en el Nombre de Jesús, el Maestro Galileo.

–                       Tú también eres Galileo. Se conoce en tu forma de hablar.

–                       Sí… ¿Estás cansado? Ya casi llegamos a las primeras casas. Pronto descansarás…

Jesús se inclina a decir algo a Pedro, que se separa y trasmite a los demás lo que Jesús le dijo…

Luego Jesús, con los hijos de Alfeo y Juan apresura el paso para entrar en la ciudad.

Jesús camina despacio. Llevando el mismo paso que el pobre viejo agotado y que no habla más…

La ciudad parece vacía… Es el medio día y casi todos están en casa, almorzando.

Enseguida aparece Pedro y dice a Jesús:

–                        Arreglado, Señor. Simón lo hospeda porque Tú lo traes. Y te da las gracias que te acordaras de él…

Jesús exclama:

–                       ¡Bendigamos al Señor! Todavía hay justos en Israel… Este anciano es uno de ellos y Simón el otro… ¡Sí!…  Todavía hay buenos, misericordiosos y fieles al Señor. Esto nos paga las muchas amarguras y nos hace confiar que la justicia divina, se ablandará por esos justos…

Pedro dice un tanto incrédulo:

–                       Pero, ¿Qué un hijo arroje a su padre de la casa para no perder la amistad de un Fariseo poderoso?…

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Felipe agrega:

–                       ¡A tanto llega el odio que te tienen! Me siento irritado…

Jesús responde:

–                       Veréis cosas mucho peores.

Bartolomé interviene:

–                       ¿Más? ¿Y qué cosa hay peor, que un padre que es arrojado porque no te odia? El pecado de ese hombre es muy grande…

–                       Más grande será el pecado de un pueblo contra su Dios… Pero esperemos al viejo… Viene detrás de Mateo y Andrés.

Varios preguntan:

–                       ¿Quién será su hijo?

–                       ¡Un Fariseo!

–                       ¡Un sinedrista!

–                       ¡Un escriba!

–                       ¡Un rabino!

Los pareceres son diversos.

Jesús dice:

–                       Un desgraciado. No investiguéis… Hoy le pegó a su padre. Mañana me pegará a Mí… Ved pues, que el pecado de Judas al separarse de Mí, como un hijo díscolo, no es nada en su comparación… Sin embargo Yo rogaré por este hijo ingrato. Por esta oveja descarriada…  Por este hebreo que ofende a Dios, para que se arrepienta. Haced lo mismo vosotros…

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El anciano ha llegado junto a ellos.

Jesús lo llama:

–                       Ven padre…  ¿Cómo te llamas?

–                       Eliana… ¡Jamás he sido un hombre feliz!… Mi padre murió antes de que yo naciera y mi madre, al parirme… Mi abuela me crió y me puso el nombre de mi padre y de mi madre,  juntos.

Felipe, que no puede comprender un pecado semejante, dice:

–                       En realidad que eres un Elí. Y tu hijo es semejante a Finnes.

El anciano contesta:

–                       Dios no lo quiera… Finnes murió pecador y murió cuando el Arca fue hecha prisionera. Eso sería una desgracia para su alma y para todo Israel…

Jesús, antes de llamar a la puerta de la casa a la que llegaron, dice:

–                       Óyeme. En esta casa tengo amigos y hacen lo que Yo quiera… Es de un hombre llamado Simón, hombre justo ante la presencia de Dios y de los hombres. Te hospedará él por amor a Mí, si es que quieres…

–                       ¿Podré tener libertad en todo? Invocaré las bendiciones del Cielo sobre quién me dará pan y refugio, por caridad. Pero yo quiero trabajar… No es vergüenza ser un criado. Vergüenza es cometer pecado…

Jesús dice sonriendo:

–                       Lo diremos a Simón.

Y mira al anciano con infinita compasión… Un hombre mayor, reducido a nada por los esfuerzos y el dolor moral…

Se abre la puerta.

Un hombre como de cincuenta años, les da la bienvenida:

–                       Entra, Maestro. La paz se contigo y con quién viene contigo. ¿Dónde está el hermano que me traes?… Para darle el beso de paz y el de bienvenida.

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Jesús contesta:

–                       Es éste…  El Señor te lo pague.

Simón de Tecua dice:

–                       Sí que me recompensa al tenerte como Huésped…  Quien te recibe, recibe a Dios. No te esperaba y no puedo honrarte como quisiera…  Pero sé que piensas quedarte unos cuantos días. Siempre estaré pronto a hospedarte como conviene.

Entran a una sala donde están listas la aljofainas de agua caliente para las abluciones.

El anciano se queda junto a la puerta, cohibido. Pero el dueño de la casa lo toma de la mano y lo lleva a que se siente… Quiere quitarle las sandalias por sí mismo. Servirle como si fuese un rey y ponerle sandalias nuevas…

Pero él objeta:

–                       ¿Por qué? ¿Pero por qué? Vine a servir. ¿Y tú me sirves?  No es justo…

–                       Lo es. No puedo seguir al Rabí, porque debo estar aquí…  Pero como el último discípulo del Maestro Santo, me industrio en poner en práctica sus palabras…

–                       Tú lo conoces bien…  Verdaderamente lo conoces, porque eres bueno. Muchos lo conocen en Israel, ¿Pero con qué? Con los ojos y con el Odio.  Por eso no lo conocen. Una mujer sólo se conoce, cuando sobre ella se sabe todo y se la posee totalmente… Es lo mismo con Jesús de Nazareth. No lo conozco con los ojos, pero lo conozco mejor que otros…  Porque creo que en Él está la Sabiduría… Tú sí lo conoces de vista y por su Doctrina.

Simón mira a Jesús, pero no dice nada.

El viejecillo continúa:

–                       A este Rabí le dije que quiero trabajar…

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–                       Así se hará. te buscaremos trabajo. Por ahora ven a la mesa, Maestro. Dentro de poco vendrán tus discípulos. ¿Podemos sentarlos a la mesa o quieres esperarlos?

Jesús dice:

–            Quisiera esperarlos. Pero si tienes algún trabajo…

–                       ¡Oh, Maestro! ¡Bien sabes que obedecer el menor de tus deseos, me causa

–                       alegría!

El anciano al oír esto, tiene la primer sospecha de Quién sea el Hombre que lo socorrió por el camino. Lo mira… Lo mira una y otra vez…  Y luego mira a sus compañeros atentamente…  Mira a su alrededor…

Entran los hijos de Alfeo, con Juan.

Jesús los llama por su nombre…

El anciano exclama:

–                       ¡Oh, Dios Altísimo! ¿Entonces…? ¡Entonces eres Tú!

Y se arroja por tierra, adorándolo.

Su admiración no es inferior a la de los demás… ¡Es muy extraño su modo de reconocer al Maestro!

Tanto que Pedro pregunta:

–                       ¿Qué cosa hay en especial en estos nombres, tan comunes en Israel, para hacerte comprender que estás enfrente del Mesías?

–                       Porque conozco a Judas. Siempre va a la casa de mi hijo y… -el anciano se detiene bruscamente  …

Está totalmente perplejo por haber nombrado a su hijo.

Tadeo se levanta y se pone delante de él… Como también es alto, se inclina para que le vea la cara.

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Y le dice:

–                       Pero yo nunca te había visto.

–                       Tampoco yo te conozco. Pero un tal Judas de Simón, discípulo del Mesías, frecuentemente va a la casa de mi hijo. Y lo he oído mencionar a un tal Juan, Santiago, Simón amigo de Lázaro de Bethania y de otras muchas cosas… ¡Oír tres nombres que son los de los discípulos, más íntimos del Maestro! ¡Y Él tan Bueno!… ¡He comprendido!…  ¿Dónde está el otro Judas?

Jesús contesta:

–                       No está. Es verdad. Has comprendido… Soy Yo, padre. El Señor es Bueno. Deseabas verme y me has visto. Bendigamos la misericordia de Dios.

El anciano se cohíbe e intenta retirarse…

Jesús lo llama:

–                        ¡No te retires Eliana! Estabas cerca de Mí, cuando era para ti un Viajero y nada más. ¿Por qué quieres separarte de Mí, ahora que sabes que Soy la Meta…? ¡No sabes cuánto consuelo me ha dado tu corazón! No puedes siquiera imaginarlo. Soy Yo y no tú, el que más ha recibido…

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Cuando tres cuartas partes de Israel y más, me odian hasta el crimen… Cuando los débiles se alejan de mi camino. Cuando los cardos de la ingratitud, del rencor, de la calumnia, me hieren por todas partes. Cuando no puedo encontrar alivio en el pensamiento de que mi Sacrificio, será salvación para Israel…  Encontrar a uno como Tú… ¡Oh, Padre Santísimo!…  Es encontrar una recompensa en el dolor. No sabes… Ninguno de vosotros sabe, las tristezas cada vez más profundas del Hijo del Hombre… Tengo sed de amor… Y muchos corazones son manantiales secos, a los que inútilmente me acerco… Pero esperemos…

Y llevando junto a Sí al anciano, entra en la sala donde las mesas ya están preparadas…

Al día siguiente, en la parte posterior de la casa de Simón de Tecua que da hacia la plaza central de la ciudad, en los días de mercado como hoy; se abre en tres lugares el grueso cancel. Muchos vendedores entran con sus mostradores y llenan los portales que hay en los tres lados.

Este enorme patio ha sido acondicionado para que dé una utilidad financiera, porque Simón pasa pidiendo a cada mercader, el alquiler del lugar que ocupa. Va acompañado por Eliana muy bien vestido y arreglado.

Y lo presenta con cada uno:

–                       Ved…  De hoy en adelante, pagaréis a éste, la cantidad determinada.

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Luego que Simón de Tecua termina los tres pórticos, dice a Eliana:

–                       Este es tu trabajo. Aquí dentro, con el albergue y los establos. No es difícil, ni penoso…  Pero muestra la estima que te tengo. He despedido a tres, uno después del otro, porque no fueron honrados. Pero tú me gustas. Además, Él te trajo. Y el Maestro conoce los corazones. Vamos a donde está a decirle que si quiere, la hora es propicia para que hable.

Y se van.

Más tarde…

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Jesús está concluyendo su predicación:

–                       … Os bendigo, ciudadanos de Tecua, ciudad a la orilla del desierto, pero oasis de paz, para el Perseguido Hijo el Hombre. Quede mi bendición en vuestros corazones. En vuestras casas.  Ahora y siempre.

Los bendice y difícilmente se abre paso entre la gente que lo sigue y le  pide que se quede con ellos, olvidada de su comercio y de todo lo demás. Enfermos curados lo bendicen. Corazones consolados le dan las gracias.

Mendigos lo despiden con:

–                       ‘Viviente Maná de Dios.’

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Eliana está a su lado y lo sigue hasta los límites de la ciudad. No quiere dejar a su Salvador. Pero tiene que hacerlo y le besa los pies con lágrimas y palabras de agradecimiento…

Jesús le dice:

–                       Levántate Eliana. Te voy a dar el beso. Un beso de hijo a padre y que te compense de todo… A ti te aplico las palabras del Profeta: ‘Tú que lloras. No llorarás más, porque el Misericordioso ha tenido piedad de ti.’ No tendrás muchas comodidades. No he podido hacer más… Si uno solo, a Ti te echó fuera. A Mí, todos los poderosos de un pueblo me arrojan y es mucho si encuentro que comer y refugio para Mí y para mis apóstoles.

Pero tus ojos han visto lo que deseabas. Tus oídos han escuchado mis palabras, así como tu corazón siente ahora mi amor. Vete y quédate en paz porque eres un mártir de la Justicia. Uno de los precursores de todos aquellos, que serán perseguidos por mi causa. ¡No llores, padre!   -Y lo besa en su blanca cabeza.

El anciano le devuelve el beso en la mejilla.

Y en su oído le murmura:

–                       Desconfía del otro Judas. No quiero ensuciar mi lengua… Sólo te digo: ‘Desconfía’ No tiene buenas intenciones de parte de mi hijo. Acuérdate de nosotros en tus oraciones.

Aunque Eliana no lo dijo, Jesús conoce el nombre de su hijo…

Desgraciadamente Simón Boeto, es el compinche de Elquías y los que encabezan la conjura para matar a Jesús…

Jesús contesta:

–                       Está bien. Pero no pienses más en el pasado. Pronto todo se acabará y nadie podrá hacerte más daño. Adiós Eliana, el Señor está contigo…

Se separan.

Pedro empieza a caminar fatigosamente al lado de Jesús porque no puede seguir con su paso corto, el largo de Jesús.

Y le pregunta:

–                       Maestro, ¿Qué te dijo en voz baja?

Jesús contesta elusivo:

–                       ¡Pobre viejo!  ¿Qué crees que me haya dicho, que no supiera Yo?

–                       Te dijo algo de su hijo, ¿No es verdad? ¿Te dijo quién es?

–                       No, Pedro. Te  lo aseguro. Se reservó el nombre…

–                       ¿Pero Tú lo conoces?

–                       Lo conozco, pero no te lo diré.

Un largo silencio.

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Luego, intranquila es la pregunta de Pedro y su confesión:

–                       Maestro, ¿Qué es lo que va hacer Iscariote a la casa de un hombre tan malo, como lo es el hijo de Eliana? ¡Tengo miedo Maestro! Ese no tiene buenos amigos. No es franco. En él no hay la fuerza para resistir al Mal. Tengo miedo Maestro. ¿Por qué? ¿Por qué Judas va a las casas de esos y a escondidas?   -y en la cara de Pedro se dibuja una preocupación angustiosa.

Jesús lo mira, pero no responde.

En realidad, ¿Qué puede responder? ¿Qué puede decir para no mentir y para no lanzar al fiel Pedro contra el infiel Judas?…

Prefiere que Pedro, prosiga hablando:

–                       ¿No dices nada? Desde ayer que el viejo creyó reconocer entre nosotros a Judas, no tengo paz. Me pasa lo mismo que aquel día que hablaste con la mujer del Saduceo. ¿Recuerdas?…  ¿Recuerdas mis sospechas?

Jesús responde:

–                       Recuerdo. ¿Y recuerdas las palabras que te dije?…

–                       Sí, Maestro.

–                       No hay más que añadir, Simón. Las acciones del hombre tienen apariencia diversa de la realidad. Pero Yo estoy contento de haber provisto las necesidades del anciano. Simón es bueno. Tiene muchos nietos. Elí ama a los niños… Y los niños hacen olvidar muchas penas…

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Con su habitual destreza, Jesús cambia de tema para no responder preguntas peligrosas. Al hablarle de los niños, Jesús ha apartado de Pedro, el pensamiento de Judas.

Y siguen caminando…

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

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