148.- PRIMER MONASTERIO19 min read

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Jesús ha regresado a Jericó. Lo rodea la gente de toda la ciudad. Zaqueo trata de acercarse y es una empresa casi imposible.

Jesús premia su constancia y grita:

–                       ¡Zaqueo, acércate a Mí! Dejadlo pasar, porque quiero entrar a su casa.

Hay que obedecer. La multitud se apretuja para dejar pasar a Zaqueo.

Jesús, con su hermosa sonrisa le dice:

–                       La paz sea contigo, Zaqueo. Acércate para que te dé el beso de paz. Lo has merecido.

Zaqueo contesta:

–                       ¡Oh, sí Señor! bien que me lo he merecido. ¡Qué difícil es llegar hasta Ti!

Jesús lo besa y dice:

–                            No te premio por esta fatiga; sino por las otras que los demás ignoran y que Yo conozco. Tienes razón. Es difícil llegar a Mí. Pero no es la multitud el único obstáculo. Ni siquiera el más insuperable.

¡Oh, pueblo que me has traído en triunfo! El obstáculo más difícil, el más compacto, el más duro de romperse, es el propio ‘yo’. He visto a un pecador convertido. A uno que fue duro de corazón. Que fue amante de comodidades, soberbio, vanidoso, lujurioso y avaro. Y lo he visto despojarse de su antiguo ‘yo’ aún en las cosas menores. Y tomar modales y afectos como los que lo empujaron a correr a su Salvador, que le dieron ánimos para llegar hasta Él; suplicar humildemente, oír pullas y aceptar los reproches con paciencia. Que sufrió en su cuerpo los golpes de la gente. En el corazón al verse rechazado y arrojado por todos, sin poder conseguir siquiera una mirada mía. Otras cosas vi en él. Cosas que también vosotros conocéis; pero que no queréis contar con ellas, para encontrar consuelo.

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Diréis: ‘¿Y cómo las conoces Tú, si no vives entre nosotros?’ Os respondo: porque leo en el corazón de los hombres. Por eso no ignoro sus acciones y sé ser justo en premiar, en proporción del camino hecho para llegar a Mí. Y como no ignoraba las obras de Zaqueo; sus pensamientos, sus fatigas;  así tampoco ignoraba que en muchos de esta ciudad que me habían aclamado, había más bien un amor sensible que espiritual.

Si me hubierais amado rectamente; hubierais sido compasivos con vuestro conciudadano. No lo habríais mortificado recordándole su pasado, que él ha borrado y que Dios ya no recuerda. Porque el perdón no se pierde a no ser que la creatura vuelva a pecar. Y si lo juzga otra vez, es por el nuevo pecado. No por el que ya ha sido perdonado. Ahora os digo y procurad meditarlo en las horas de la noche, que el amarme en verdad no consiste en aclamarme; sino en hacer lo que Yo hago y enseño.

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En practicar el amor mutuo. En ser humildes y misericordiosos, recordando que sois de un mismo lodo, en lo que se refiere a la parte material. Que el polvo se puede convertir en pantano y el espíritu que no ha conocido derrotas, el día de mañana podría conocerlas en número y alcance peor, que las de aquel viejo pecador que había renacido a la Gracia. Mañana os hablaré. Por ahora basta. Ven Zaqueo.

Zaqueo contesta:

–                       Sí, Señor mío. Ya no tengo más que a un viejo criado. Y yo mismo abro la puerta, con mi corazón emocionado por tu infinita bondad.

Abierto el cancel, hace que pasen Jesús y los apóstoles. Y los guía a las habitaciones, pasando por el jardín que ahora es hortaliza.

La casa está limpia de todo lo superfluo.

Zaqueo prende una lámpara y llama al siervo:

–                       El Maestro está aquí. Cena aquí y dormirá aquí con los suyos. ¿Preparaste todo como te dije?

El siervo contesta:

–                       Sí. Todo está preparado.

–                       Entonces cámbiate de vestido y ve a llamar a los que sabes.

–                       Voy patrón. –se vuelve hacia Jesús y agrega- ¡Bendito seas Maestro, porque ya puedo morir contento!  -y se va.

Zaqueo dice a Jesús:

–                       Es el siervo que tenía mi padre y que se ha quedado conmigo. A todos los demás, los licencié. Lo quiero mucho. Fue la voz que jamás se calló cuando yo pecaba y por eso yo lo maltrataba. Ahora después de Ti, es el que más amo.

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Llegan los amigos de Zaqueo y les dice:

–                       Venid amigos, allí hay fuego. Y todo cuanto puede dar descanso a vuestros cansados y helados cuerpos. Tú Maestro, ven.

Lo lleva a su propia habitación. Hecha agua hirviente en una jarra, quita las sandalias a Jesús y le lava los pies. Se los besa y antes de ponerle otra vez las sandalias, se pone el pie desnudo sobre el cuello, diciendo:

–                       ¡Así! ¡Para que arrojes los restos del viejo Zaqueo!

Se levanta y mira a Jesús con una sonrisa humilde y lágrimas en los ojos.

Hace un gesto para señalar todo el ambiente que lo rodea y dice:

–                       He cambiado todo. He dejado que sobreviviese el recuerdo de mi conversión en estas paredes desnudas. En este lecho duro. Lo demás lo vendí porque me quedé sin dinero y quería hacer el bien. siéntate, Maestro…

Jesús se sienta sobre un banco de madera. Y Zaqueo a sus pies. Sentado en el piso…

caridad

Zaqueo continúa hablando:

–                       Tú me enseñaste a amarlos verdaderamente. Antes eran mis cómplices en el vicio, pero no los amaba. Ahora los reprendo y los amo. Porque sé cuán dulce es la paz que proviene del hecho de ser perdonados, redimidos, renovados… esto también lo quise para ellos. Los busqué. ¡Qué fatigas! ¡Al principio fue una cosa muy dura! Los he hospedado hasta que acepten el nuevo yugo. Muchos ya se circuncidaron. Pero yo no los obligo. Extiendo mis brazos al abrazar las miserias; yo, que de ellos no puedo tener asco. Quisiera dar a todos ellos lo que Tú quieres dar: la alegría de no tener remordimientos. La paz de estar sin pecado. Dime ahora Señor mío, si me he atrevido a mucho…

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–                       Has hecho bien, Zaqueo. También les has dado la alegría de ser ciudadanos de mi Reino Celestial. No ignoraba tus obras. Te seguía por el camino arduo, pero glorioso de la Caridad. Porque esto es caridad y muy digna de alabanza. Tú has comprendido la palabra  del Reino. Pocos lo han logrado, porque sobrevive en ellos la antigua concepción y convicción de ser ya santos y doctos. Tú después de haber arrancado de tu corazón el pasado, quedaste vacío y has querido poner dentro de ti las palabras nuevas, lo futuro, lo eterno. Continúa así, Zaqueo…

–                       ¿Apruebas todo, Señor?

–                       Todo, Zaqueo.

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–                       ¿Sabes Señor, que tus enemigos asueldan hasta ladrones, la hez de pueblo, para tener secuaces prontos, para infundir miedo e imponerse sobre los demás?… Lo supe por uno de mis pobres hermanos… ¡Eh! ¡Cuantas veces los verdaderos culpables son los que parece que no cometen ningún mal! Me explicó como y el porqué se había hecho ladrón… Le dije: ‘No robes. Si tienes hambre, pan no te faltará. Te buscaré un trabajo honrado. Como todavía no has cometido ningún homicidio, detente. Sálvate.’

Lo persuadí. Me dijo que se había quedado solo, porque los otros habían sido comprados con mucho dinero, por los que te odian y ahora están listos para fomentar motines, diciendo que son partidarios tuyos, para escandalizar al pueblo. ¿Qué intentan hacer, Señor?

6AY+DE+VOSOTROS+ESCRIBAS+Y+FARISEOS

–                       Josué pudo detener el Sol. Pero éstos a pesar de lo que hagan; no podrán detener jamás la Voluntad de Dios.

–                       ¡Tienen dinero, Señor! El Templo es rico y usan el oro que se ofrece en el Templo, para que triunfen sus empresas.

–                       No tienen nada. ¡La Fuerza es mía! Su edificio caerá, como hojas secas en el Otoño, no tengas miedo, Zaqueo. Tu Jesús será Jesús.

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–                       Dios lo quiera, Señor. Nos llaman. Vamos…

Después de al comida están todos sentados en la sala que había sido muy bella  y lujosa. Y que ahora es solo ancha y austera.

Zaqueo habla de una quinta de labranza, comprada con el dinero con el que todos contribuyeron…

Y dice:

–                       ¡Debíamos hacer algo! La ociosidad no es buena medicina para evitar el pecado. La quinta no es un lugar fértil, porque se le descuidó. Nique nos prestó a sus campesinos, para que nos enseñen como abrir los pozos descuidados; a limpiar los campos;  a podar los árboles que había y a plantar nuevos.

Conocíamos muchas cosas, pero no las santas obras del hombre. En este trabajo que es nuevo para nosotros, encontramos una vida realmente nueva. A nuestro alrededor nada nos recuerda el pasado, tan solo la conciencia; pero está bien, somos pecadores. ¿Quieres venir a verlos?

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–                       Cuando salgamos para ir al Jordán, me detendré en ese lugar. Me has dicho que está situado, sobre el camino que lleva al río…

–                       Así es, Maestro. Está feo. La casa se está cayendo. No tenemos nada de muebles. No tuvimos dinero para tanto…  Tal vez cuando hayamos reparado nuestros crímenes contra el prójimo. Fuera de Démetes, Valente y Leví, que están demasiado viejos para ciertas privaciones y que duermen aquí, los demás se han acostumbrado a dormir en el heno, Señor.

–                       Muchas veces ni eso tengo. También Yo dormiré en el heno, Zaqueo. Dormí en él mis primeros sueños y fueron dulcísimos, porque el amor los cubrió. Puedo dormir allí y no me molestará; porque estaré en medio de hombres en quienes ha resucitado la buena voluntad.

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Y Jesús mira con unos ojos que son una caricia a estas primeras flores de redimidos de varios países. Son quince… y ellos lo miran.

No son hombres que lloren fácilmente, ¡Sólo Dios sabe cuantas lágrimas hicieron derramar! Y sin embargo sus caras se iluminan con una luz de esperanza sobrenatural, al oír que el Maestro les dice palabras alentadoras.

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Zaqueo continúa hablando:

–                       ¿Entonces apruebas todo lo que hemos hecho? Mira Maestro, te había dicho ‘te seguiré’ y quería realizarlo. Pero esa misma tarde, Démetes, por uno de esos infames negocios que tenía, vino porque necesitaba dinero. Yo no tenía. Te lo había dado todo. Y le dije: ‘No tengo dinero. Pero tengo algo que vale más que un tesoro.’ Le conté mi conversión. Tus palabras. La paz que tenía yo dentro de mí…

Hablé mucho. Al final, él dio un puñetazo sobre la mesa y exclamó: “Mercurio a perdido un secuaz y los sátiros un compañero. Tómame contigo. Haré lo que hiciste. Quiero oler perfume y no más hedores nauseabundos.”

Mercurio-Hermes

Y se quedó. Y a los que les di la mano en el Mal y que tal vez pecaron por mis consejos, los busqué para ayudarlos para atraerlos al bien. Y así como he restituido a los que hice mal, he buscado reparar con ellos y han hablado conmigo. No todos han sido como Démetes. Algunos huyeron, después de injuriarme. Otros se han andado por las ramas y evadieron comprometerse. Otros se estuvieron un poco de tiempo, pero luego regresaron a su infierno.  Estos se quedaron.

Pienso que debo seguirte de este modo. Que debemos seguirte, luchando contra nosotros mismos; soportando los desprecios del mundo, que no sabe perdonarnos. Cuando vemos que el no nos perdona; lágrimas secretas brotan del corazón. Así como cuando vuelven los recuerdos, muchos de los cuales nos afligen. Algunos de ellos son…

Démetes interviene agregando:

–                       La terrible Némesis que nos echa en cara nuestros crímenes y que nos dice que en ultratumba se vengará de nosotros.

Y empiezan a hablar acusándose, todos los demás:

Leonel:

–                       Las maldiciones de los que convertí en esclavos, después de haberles arrebatado lo que tenían.

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Anastasio:

–                       Las lágrimas de mi madre, de mi esposa, de mis hijos; muertos de hambre. Mientras yo derrochaba todo en banquetes y mujeres.

Heliodoro:

–                       Las súplicas de las viudas y huérfanos que no podían pagar y a los que secuestré sus últimas cosas, en nombre de la Ley.

Lucio:

–                       Los lamentos de los que ya desvanecidos, golpee para hacerlos trabajar.

Valente:

–                       Las horribles cosas cometidas en los países conquistados y aterrorizados después de la batalla.

Dios es amor

Adriano:

–                     Son nuestros pecados… ¡Oh! ¡Mis crímenes no tienen Nombre! No tengo sangre en las manos, pero disfruté de todas las miserias de las inocentes jovenzuelas de los derrotados. De las huérfanas. De las vendidas como mercancía, por un pedazo de pan. Caminé detrás de los ejércitos buscando doncellas sin protección y las convertí en mercancía infame. Por mis manos pasó la virginidad de las jovencitas. La honra de jóvenes esposas; cuando las ciudades eran conquistadas. Mis lupanares eran célebres… Señor, no me maldigas, ahora que sabes…

mercado esclavas

Los apóstoles se apartan del último que habló.

Jesús se levanta y se le acerca…

Le pone la mano en la espalda y le dice:

–                       Es verdad. Tu crimen ha sido grande. Tienes mucho que reparar. Pero Yo la Misericordia; te aseguro que aunque fueras el mismo demonio y hubieses cometido todos los crímenes de la Tierra; si tú quieres, puedes reparar todo. Y Dios te perdonará, porque es como un Padre.

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Si tú quieres, une tu voluntad a la mía. También Yo quiero que seas perdonado. Únete a Mí. Dame tu pobre corazón destruido; plagado de cicatrices y de abatimiento; después de que dejaste el Pecado.  Lo pondré en mi Corazón… donde pongo a los más grandes pecadores  y lo llevaré conmigo al Sacrificio Redentor.

2scLa Sangre más Santa. La que
manará de mi Corazón. Las últimas gotas de Sangre de la Víctima por los hombres;
se esparcirá sobre las peores piltrafas humanas y las regenerará. Ten
esperanza. Una esperanza mucho mayor que tus grandes crímenes; fundada en la
Misericordia de Dios, porque es ilimitada para quien en ella sabe confiar.
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El pecador siente deseos de tomar y besar la mano de Jesús pero no se atreve.

Jesús lo comprende y extiende su mano pálida y ascética.

Y dice:

–                       Bésame la palma. Ese beso me aliviará de una tortura. Mano besada, mano herida. Herida por amor. ¡Oh! ¡Si todos supiesen besar a la Gran Víctima! y que Ella muriera cubierta de llagas, sabiendo que en cada una están los besos y está el amor de todos los hombres redimidos…

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Y empuja su mano contra los labios del romano arrepentido. Y la conserva así hasta que el antiguo pecador se separa como saciado de haber bebido la Misericordia, de haber apagado sus remordimientos…

Jesús regresa a su lugar y al pasar pone la mano sobre la cabeza rizada de un joven hebreo que no tiene más de veinte años.

Le pregunta:

–                       ¿Y tú hijo mío, no tienes nada que decir a tu Salvador?

El joven levanta la cabeza y lo mira… es una mirada que revela una historia de dolor, de odio, de arrepentimiento, de amor.

Jesús le mira fijamente y el joven hace lo mismo…

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Jesús lee una historia muda y dice:

–                       Por eso te llamé ‘hijo’. Ya no estás solo. Perdona a todos los de tu raza y a los extranjeros como Dios perdona. Ama el Amor que te ha salvado. Ven un momento conmigo. Quiero decirte una palabra aparte.

El joven se levanta y lo sigue. Cuando están solos…

Jesús le dice:

–                       El Señor te ha amado mucho, aunque a primera vista no lo parezca. La vida te ha probado mucho. Los hombres te han hecho mucho daño. Ambos  habrían podido convertirte en una ruina irreparable. Detrás de ellos estaba Satanás, envidioso de tu alma.

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Dios los contuvo y puso a Zaqueo en tu camino y con él a Mí, que te estoy hablando. Ahora te digo que debes encontrar en este amor, todo lo que no has tenido. Y debes olvidar todo lo que te ha herido. Perdona a tu madre. Perdona al patrón infame. Perdónate a ti mismo. No te odies así, hijo. Odia el tiempo que estuviste cometiendo pecados. Pero no a tu corazón que ha decidido no pecar más. Que tus pensamientos sean buenos amigos de tu corazón y que juntos lleguen a la perfección.

–                       ¿Perfecto yo?

–                       ¿Oíste lo que dije a ese hombre? ¡También él estuvo en el fondo del Abismo! ¡Gracias hijo!…

–                       ¿De qué, Señor mío? ¡Soy yo quién debo darte las gracias!

–                       De que no hayas querido ir con quién compra hombres para traicionarme…_dismas (1)

–                       ¡Oh, Señor! ¿Crees que lo iba a hacer cuando sé que no desprecias ni siquiera a los ladrones? Uno de los que está ahora en poder de los romanos, me refirió tus palabras en un valle cerca de Modín. Pero no he hecho nada que merezca tu gratitud. Tú eres bueno. También yo quiero serlo. Y avisar a un amigo tuyo, ¿Puedo llamar así a Zaqueo?

–                       Puedes. Todos los que me aman son mis amigos. También tú…

–                       ¡Oh! Se lo dije para que te protegiese. Pero esto no vale la pena.

–                       Te repito que te doy las gracias. Porque no te vendiste contra Mí y esto es lo que vale.

–                       ¿Y el haber advertido a Zaqueo no vale?

–                       Hijo mío. Ninguna cosa podrá impedir el Odio,  para que no me ataque. ¿Has visto alguna vez un río desbordado?

–                       Sí.

–                       ¿Algo pudo detener las aguas?

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–                       No. Todo fue cubierto y destruido. Hasta las casas fueron arrastradas.

–                       Así es el Odio. Pero me revolcará. Seré sumergido, pero no destruido. Y en las horas más amargas, el amor de quién no quiso odiar al Inocente, será mi consuelo. Mi luz en las tinieblas de horas oscurísimas. Mi dulzura en el cáliz del vino mezclado con hiel y mirra.

–                       Hablas de Ti Mismo como si… Para los ladrones que mueren en la cruz, es que está destinada esa copa… ¡Pero Tú no eres un ladrón! ¡Tú no eres criminal! ¡Tú Eres…!

–                       El Redentor. Dame un beso hijo…

Jesús le toma la cabeza entre las manos y lo besa en la frente.

Y se inclina para recibir en la mejilla, el beso tímido del joven que se arroja llorando sobre el pecho de Jesús.

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Jesús dice con mucha ternura:

–                       No llores, hijo mío. El Amor me sacrifica. Y siempre es un dulce sacrificio aún cuando no le guste a la naturaleza humana.

Lo tiene en sus brazos hasta que el llanto cesa. Y tomándolo de la mano, regresa con él a donde están los demás.

Y torna a hablar:

–                       Mientras comíamos. Uno de vosotros dijo que quería preguntarme algo. Háganlo ahora porque luego nos separaremos.

Démetes dice:

–                       Fui yo. Zaqueo no supo explicarlo nadie de tu religión tampoco. ¿Qué cosa es el alma?

–                       El alma es…

Y Jesús explica de manera magistral La Sinfonía de la Creación…   

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Y al terminar dice:

–                       Hay algo más que preguntar…

–                       No, Señor. Tenemos que empezar a aprender todo…

–                       Por algunos días os dejaré a Juan y a Andrés. Después les enviaré a discípulos buenos y sabios. Levantaos y vámonos. Tengo que hablar a la gente. Pasad adelante. Y no tengáis miedo. Habéis desafiado al mundo cuando hacíais el mal, no debéis temerlo ahora que os despojasteis de él.

Lo que habéis empleado hasta ahora para dominarlo, la indiferencia al qué dirán. La única arma que hace que el mundo se canse de hablar. Volved a emplearla ahora y no deis importancia a lo que no la tiene.

Más tarde en el rancho donde se juntan los diversos y heterogéneos amigos de Zaqueo que en realidad es muy pobre sobre todo ahora que es invierno y no sirve para que el corazón se alegre.

Hay tres campos arados y negruzcos para el trigo. Un huerto con árboles frutales y con otros que acaban de plantarse. Una hilera de vides y la hortaliza.

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Un establo con una vaca. Un borrico para la noria. Un gallinero con unas cuantas gallinas, cinco pares de palomos. Seis ovejas. Una casa con su cocina y tres cuartos. Un cobertizo, un tejaban que hace de leñera y un pesebre. Un pozo con su brocal y una cisterna. Es todo…

En los pensamientos de todos, están las palabras que no dicen…

–                       Si resiste la estación…

–                       Si los animales tienen crías…

–                       Si los árboles pegan…

Todo está sujeto al ‘si…’ esperanzas muy precarias.

Andrés se acuerda de que años antes sucedió la cosecha prodigiosa  que tuvo Doras, porque el Maestro bendijo sus terrenos para que fuese humano con sus siervos y dice:

–                       Maestro… si tú bendices este lugar… también Doras era un pecador…

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Jesús responde:

–                       Tienes razón. Lo hice aún sabiendo que no cambiaría de corazón. Con mayor razón o haré con los que lo han cambiado y me aman.

Jesús abre sus brazos y lo bendice diciendo:

–                       Lo hago inmediatamente porque quiero convenceros de que os amo.

Y continúan su camino hacia el río…

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

 

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