152.- LAS ROSAS INVERNALES
El aire helado de Diciembre se cuela hasta la cocina y a pesar del fogón se siente bastante frío…
Pedro dice enojado:
– ¡Ved! ¡Así se cuida! ¡Haciendo todo lo contrario de lo que estábamos diciendo!
Jesús se levanta y antes de salir, pasa detrás de Pedro. Le pone las manos sobre la espalda y se inclina a besar sus cabellos, diciendo:
– ¡Bueno, Simón! ¡Quién me ama ayuda a mi cansancio, más que el reposo de la cama!
– ¿Cómo sabes si es una de las que te aman?
– Simón, la ira te empuja a decir palabras de las que ya te has arrepentido por necias. ¡Bueno, bueno! Una mujer que viene con una criatura inocente, que me trae flores, sólo puede ser una que me ama y que intuye mi necesidad de encontrar un poco de amor y pureza, en medio de tanto odio e inmundicia.
Y sube por la escalera que lleva a la terraza.
La mujer que lo espera es alta y delgada. Trae un pesado manto gris, con un fino velo de color marfil.
La pequeña, tiene menos de tres años, viene vestida de blanco, con un manto circular del mismo color y con un capucho que le cae detrás de sus cabellos rubio-castaños. Está mirando a su madre, pues ha levantado su carita que emerge entre las flores que tiene en sus bracitos: un hermoso ramo de rosas rojas y de gardenias blancas.
Apenas Jesús aparece en la terraza, la pequeñita es empujada por su madre…
Y corre a su encuentro, diciendo:
– ¡Ave, Domine Jesús!
Jesús se inclina y le pone una mano en la cabecita.
Le contesta:
– La paz sea contigo.
A la mujer la saluda con una inclinación de cabeza y entra en la habitación. Se sienta en uno de los primeros bancos que encuentra, sin decir nada. Tiene la majestad de un Rey. Sentado sobre el banco de madera sin respaldo, parece estar sentado en un trono. Tanta es la dignidad que irradia. Con su vestido azul oscuro y sin adornos, se ve más imponente que si estuviera en el más magnífico de los palacios.
Espera. Su majestad cohíbe a la mujer, presa de una admiración respetuosa. También la niña lo mira un poco, como si estuviera asustada…
Pero Jesús sonríe y le dice:
– Aquí me tenéis. No tengáis miedo.
Todo temor desaparece.
La mujer dice algo a los oídos de la niña.
Y ella va hacia Él, y le pone en las rodillas las flores, mientras dice lentamente, como quién no conoce bien una lengua que no es la suya:
– Las rosas de Faustina para su Salvador.
Mientras tanto la mujer se ha arrodillado, echándose el velo para atrás…
Es Valeria y dice:
– ¡Salve, Maestro!
Jesús contesta:
– Que Dios llegue a ti. ¿Cómo has venido? ¡Y sola! -y acaricia a la pequeña que busca entre las flores según ella las más hermosas…
Y se las ofrece diciendo:
– Tómalas. Son tuyas.
Jesús las toma. Las huele. Y las vuelve a poner sobre las otras…
Valeria habla:
– Sabemos muchas cosas, Maestro… Las cosas más pequeñas que suceden en la colonia se apilan diariamente sobre la mesa de Pilatos. Muchos informes hablan de Ti y de los hebreos que agitan al país convirtiéndote al mismo tiempo en enseña nacional de rebeldía y causa de odio civil.
Claudia le dice que si en Palestina hay alguien que no le haría mal alguno, eres Tú. Y Pilatos la escucha… hasta ahora quién se impone es Claudia. Pero si mañana otra fuerza dominase a Pilatos…
Cuando lo supe pensé que mi pequeñita Te daría un consuelo…
Jesús responde:
– Tienes un corazón bondadoso y lleno de luz. Que Dios te ilumine y vele ahora y siempre por esta hijita tuya.
– Gracias, Señor. Tengo necesidad de Dios. –y las lágrimas inundan los ojos de Valeria.
– Es verdad. Tienes necesidad de Él. En Él encontrarás todo consuelo y además el Guía, para juzgar acertadamente. Para perdonar. Amar otra vez y sobre todo para educar a esta niña, a fin de que tenga la vida dichosa de quienes son hijos del Dios Verdadero. El Dios que tal vez ofendiste con una vida en la que la virtud no se toma en cuenta.
Este Dios te ha amado mucho. Tanto te amó, para que tuvieses siempre ante tus ojos, su Bondad y su Poder. Y un consuelo en los dolores que pudieras encontrar como mujer casada. Tú mujer pagana amorosa, fiel, has amado a tu esposo… A tu dios terrenal, compañero de placeres. A tu hermoso dios que se dejaba adorar rebajando tu dignidad al nivel de una esclava.
La mujer debe estar sujeta a su marido, humilde fiel, castamente. El hombre es la cabeza de la familia. Pero cabeza no quiere decir déspota. Cabeza no significa ser un patrón caprichudo que dispone a su antojo no solo del cuerpo, sino de la parte mejor de su esposa.
Quiénes de vosotras no sois impúdicas, ni desenfrenadas, ¿Cómo podéis estar donde están vuestros esposos? Es inevitable que quién no es una desvergonzada y corrompida, se separe con asco. Que experimente un dolor verdaderamente atroz, como si sus fibras se desgarraran. Que sienta pasmo al derrumbarse todo un culto que tenía por su marido a quién contemplaba como un dios…
Cuando descubre que a quién adoraba como una deidad; es un ser miserable, dominado por el instinto brutal. Y que es licencioso, adúltero, disipado, indiferente, que se burla de los sentimientos y la dignidad de su esposa.
No llores. Todo lo sé, sin necesidad de centuriones que me lo informen. No llores mujer. Mejor aprende a amar a tu esposo ordenadamente. Cuando ames a Dios primero que a tu esposo, dejarás de sufrir.
– No puedo amarlo ya. No lo merece. Lo desprecio. No me envileceré imitándolo. No puedo amarlo. Todo ha acabado entre nosotros. Dejé que se fuera…Sin tratar de detenerlo. En el fondo, es la única vez que le agradezco que se haya ido. No volveré a buscarlo. Al caerse la venda de mi adoración por él, ahora puedo recordar y juzgar sus acciones… Nunca fue mi compañero.
Cuando estaba próxima a dar a luz… él se burlaba con sus amigos de mis lágrimas. De mis náuseas. Advirtiéndome sólo, que no le fuese a ensuciar el vestido. ¿Acaso estuvo a mi lado, cuando me moría de nostalgia por mi patria y por mi madre? No. Él estaba con sus amigos en banquetes donde mi estado no me permitía ir.
¿Estuvo alguna vez inclinado sobre la cuna de mi recién nacida? Se echó a reír, cuando le mostraron a su hijita y borbotó: ‘Estoy tentado de tirarla al suelo. No me eche el yugo matrimonial, para tener hijas…’
Cuando Fausta agonizaba, ¿Acaso compartió conmigo mis angustias? La noche que precedió a tu llegada, él se pasó en la casa de Valeriano, en un banquete…
Pero yo lo amaba. Era mi dios, como lo dijiste. Todo me parecía bueno y justo en él. Me permitía que lo amara… Era la más sumisa esclava de sus caprichos. ¿Sabes por qué me ha rechazado?
– Lo sé. Porque en tu cuerpo surgió el alma. Y dejaste de ser hembra para ser la esposa.
– Es verdad. Quise hacer de mi hogar, un hogar virtuoso… Y él logró obtener del cónsul que se le mandase a Antioquia y me ordenó que no lo siguiese. Pero se llevó a sus esclavas favoritas… ¡Oh, no iré detrás de él! Tengo a mi hija. Tengo todo.
– El Todo es Dios. Tú, que no conocías la Vida Eterna, amabas desordenadamente a tu hijita. Tu hija no debe ser causa de injusticia para con el Todo. Sino al contrario. Por ella y con ella, tienes el deber de ser virtuosa.
– Vine a consolarte y eres Tú el que me consuelas. Vine también a preguntarte cómo educarla, para que sea digna de su Salvador. He pensado en hacerme discípula tuya y que ella también lo sea.
– ¿Y tú marido?
– ¡Oh! ¡Todo ha acabado entre nosotros!
– No. Todo empieza… Eres siempre su mujer. El deber de una mujer buena, es hacer a su consorte bueno.
– Dijo que quiere divorciarse y lo hará. y por esto…
– Y lo hará. Pero todavía no lo ha hecho. Y mientras no lo haga, tú eres su mujer, aún según vuestra ley. Y como tal tienes la obligación de quedarte en tu lugar como esposa. Tu lugar es el segundo después de tu marido, en tu casa. Aunque él haya dado mal ejemplo, tú debes dar el de la virtud. Sé la columna y luz de tu casa.
Te amará Dios. Te amará tu hija, te amarán tus siervos. Y aun cuando no fueses la esposa, sino la divorciada. Recuerda, (Jesús se pone de pie) que la separación legal no destruye el deber de la mujer, de que sea fiel a su juramento de esposa.
Quieres entrar en nuestra religión. Uno de sus preceptos divinos es que la mujer es carne de la carne de su esposo y que nada ni nadie puede separar lo que Dios ha hecho una sola carne. La carne no se separa de la otra, sino por la muerte.
El divorcio es una prostitución legalizada, que pone al hombre y a la mujer en condiciones de cometer pecados de lujuria. La mujer divorciada, difícilmente puede ser viuda fiel de su marido. El hombre divorciado, jamás permanece fiel a su primer matrimonio. Tanto el uno como el otro, al pasar a otras uniones, descienden del nivel de hombres al de animales, que pueden cambiar de hembra según su apetito.
La fornicación legal peligrosa para la familia y para la patria, es criminal para la prole. Los hijos de los divorciados juzgarán a sus padres. ¡Severo es el juicio de los hijos! Por lo menos uno de sus padres recibe la condenación. Y los hijos, por el egoísmo de sus padres se ven condenados a una vida afectiva mutilada.
Si a las consecuencias que acarrea el divorcio, por el que los inocentes hijos se ven privados de padre y madre; se añade que uno de los cónyuges vuelva a casarse y con él se quedan los hijos. A la suerte desgraciada de una vida afectiva que mutiló un miembro que no está, se une otra mutilación: la que se perdió definitivamente por el nuevo amor y por nuevos hijos que nacen de una nueva unión.
¡Pobres hijos! Saborear después de la muerte o la destrucción del hogar, la dureza de un padrastro o la de una madrastra. ¡Y la angustia de ver que la caricias se con dividen con otros hijos que no son hermanos! Tú quieres seguirme…
No. En mi religión no existirá el divorcio. Será adúltero y maldito, el pecador que se divorcie civilmente, para contraer nuevo matrimonio. La ley humana no podrá cambiar mi decreto.
El matrimonio en mi religión no será un contrato civil… Será una unión fuerte, sólida, santamente indisoluble por el poder santificante que le daré, para que se convierta en Sacramento. Será un rito sagrado y este poder o fuerza ayudará a practicar santamente, todos los deberes matrimoniales. Y que se extenderá al alma de los cónyuges.
Y por tanto se convertirá también en un contrato espiritual, que Dios sancionará por medio de sus ministros. Bien sabes que nada es superior a Dios. Por esto lo que Él hubiere y unido; ninguna autoridad, ley o capricho humano, podrá disolver.
En mi rito, porque la muerte no es fin, sino separación temporal del esposo y de la esposa, el deber de amar dura aún después de la muerte. Por esto afirmo que los viudos deberían ser castos. Pero el hombre no sabe serlo. Por esto también afirmo que los cónyuges tienen el deber recíproco de mejorar a su compañero.
No muevas la cabeza. Esta es la obligación que debe cumplirse, si alguien quiere venir en pos de Mí.
Valeria dice:
– Hoy estás severo, Maestro.
– No. Soy Maestro y tengo ante mí a una creatura que puede crecer en la vida de la Gracia. Si no fueras lo que eres, te impondría menos. Pero tienes una buena disposición. Y el sufrimiento purifica… Templa siempre el metal. Valeria, un día te acordarás de Mí y me bendecirás, por haberme portado como ahora lo hago.
– Mi marido no volverá atrás.
– Pero tú irás adelante, llevando de la mano a la inocente y caminarás por el sendero de la justicia sin odio, ni venganzas. Y también sin inútiles esperas o reproches por lo que se perdió.
– ¡Sabes que lo tengo perdido!
– Lo sé. Pero no tú. Él te ha perdido a ti… No te merecía. Escucha ahora… Es algo duro. Sí. Me has traído rosas y la inocente sonrisa de tu hijita para consolarme…
– Yo… Sólo puedo prepararte a que lleves la corona de espinas, de las esposas abandonadas.
Pero reflexiona. Si pudiese retroceder el tiempo y llevarte a aquella mañana en que Faustina agonizaba. Y que tu corazón se encontrase en condiciones de escoger entre tu hija o tu marido. Y que debieras perder absolutamente a uno de los dos, ¿A quién habrías escogido?
Valeria reflexiona. Palidece por lo que sufre. Por las lágrimas que ha derramado. Se inclina sobre la niñita que está sentada en el suelo y que juega poniendo las flores blancas alrededor de los pies de Jesús.
La toma. La abraza y dice:
– Escogería a ésta. Porque a ella puedo darle mi corazón y educarla como he aprendido en la vida. ¡Mi hija! Y no separarnos ni en la otra vida… – la cubre de besos. Luego añade- Dime. ¡Oh dime, Maestro! ¡Tú que enseñas a vivir como héroes! ¿Cómo debo educarla para que ambas estemos en tu Reino?
Jesús aconseja:
– Sé perfecta, para que se refleje tu perfección. Ama a Dios y al prójimo, para que aprenda a amar. Vive en la tierra, con tus cariños en Dios. Ella te imitará. El Padre Celestial proveerá a vuestras necesidades espirituales y creceréis en el amor. Esto es lo que hay que hacer.
En el amor de Dios, encontrarás frenos contra el Mal. En el amor al prójimo, tendrás una ayuda, contra el abatimiento de la soledad. Aprende a perdonar…Y también a ti misma… Y enseña lo mismo a tu hijita. ¿Comprendes lo que quiero decir?…
– Comprendo… Es justo, Maestro. Me voy. Bendice a tu pobre discípula, que es más pobre que la mendiga que tiene un fiel marido…
– Hasta pronto, Valeria. Que el Dios Verdadero que buscas con buen corazón, te consuele y te proteja.
Jesús pone la mano sobre la cabeza de la niña y la bendice, al igual que a Valeria. Luego pregunta:
– ¿Viniste sola?
– No. Con una liberta. Mi carro me espera en el bosque, a la entrada del pueblo. ¿Nos volveremos a ver Maestro?
– Para la Dedicación, estaré en el Templo de Jerusalén.
– Iré allá, Maestro. Tengo necesidad de tus palabras en mi nueva vida.
– Vete tranquila. Dios no deja de ayudar a quién lo busca.
– Lo creo. ¡Oh, qué triste es nuestro mundo pagano!
– La tristeza está en donde no está La Verdadera Vida en Dios. También en Israel se llora… Y es porque no se vive más en la Ley de Dios. Hasta pronto. La paz sea contigo.
Valeria se inclina y dice algo a la niña.
Ella levanta su carita, le tiende los brazos a Jesús y repite con su vocecita:
– ¡Ave Domine Jesús!
Jesús se inclina y recoge el besito que la niña le da. Nuevamente la bendice.
Y Valeria la toma de la mano y se van…
Jesús entra en la habitación y pensativo se sienta junto a las flores esparcidas por el suelo. Pasa el tiempo así y luego alguien llama a la puerta.
Jesús dice:
– Entra.
La puerta se abre y entra Pedro.
Jesús dice:
– ¿Eres tú? Ven.
Pedro contesta:
– No. Tú deberías venir con nosotros. Aquí hace frío… ¡Qué hermosas flores! ¡Y deben valer mucho!
– Sí. Valen. Pero la manera como las ofrecieron, vale más que las flores. Me las trajo la niña de Valeria. La amiga romana de Claudia.
– ¡Lo sé! ¡Lo sé! ¿Y para qué?
– Para consolarme. Saben lo que sufro y Valeria tuvo una buena idea. Pensó que las flores de una inocente podrían consolarme…
Pedro dice admirado:
– ¡Una romana!… ¡Y nosotros los de Israel te causamos tanto dolor!… Judas tuvo razón en sospechar. Dijo que había visto un carro esperando y que sin duda era de alguna mujer romana… Y se puso muy nervioso…
La cara de Pedro es toda una interrogación…
Jesús pregunta:
– ¿Dónde está Judas?
– Afuera. Quiero decir, en el camino cerca del bosque. Quiere enterarse quién vino a verte…
– Bajemos.
Judas está ya en la cocina.
Se vuelve al ver a Jesús y dice:
– Aunque quisieras negarlo, no podrás menos e decir que esa mujer vino a… ¡Lamentarse alguna cosa! ¿No tienen algo más que decir? No tienen otra ocupación más que espiar y luego ir a contar… Y…
Jesús dice:
– No estoy obligado a responderte, pero lo haré por consideración a todos. Simón Pedro sabe quién fue. Y a todos voy a decir a qué vino. Aún las personas aparentemente más felices, pueden tener necesidad de consuelo y de consejo… Andrés, ve a recoger las flores que me trajo la niña y llévaselas al pequeño Leví.
Andrés pregunta:
– ¿Por qué?
– Porque está agonizando.
Bartolomé dice admirado:
– ¿Agonizando? ¡Pero si a la hora de tercia lo vi y estaba sano!
– Estaba sano. Dentro de poco habrá muerto.
– Si está tan mal, poco gozará de las flores.
– Las flores que manda el Maestro, dirán una palabra luminosa en ese hogar aterrorizado.
Jesús se sienta.
Los demás hablan de la fragilidad de la vida.
Elisa se pone el manto diciendo:
– Yo también voy con Andrés. ¡Pobre, mujer!
Y los dos se van.
Jesús sigue callado. También Judas. Jesús está silencioso, pero no severo…
Judas lo mira una y otra vez; aguijoneado por el ansia de saber. Por la zozobra atormentadora de quién no tiene paz en la conciencia. Encuentra la solución en llamar aparte a Pedro. Se calma. Luego va a molestar a Mateo, que quieto escribe en un rincón de la mesa.
Andrés regresa corriendo…
Y dice jadeante:
– Maestro. El niño en verdad está agonizando. En la casa parecen locos. Cuando Elisa entró y dijo: ¡Las manda el Señor! Yo creía que entenderían que era para el féretro. Pero sus padres, juntos dijeron: ‘¡Oh! Es verdad. Él lo curará.’
Jesús se levanta diciendo:
– La palabra de la Fe. Vamos.
Y Jesús sale aprisa, seguido por todos los demás. Cuando llega a la casa y entra dando el saludo de la paz, los padres dejan al niño agonizante y se arrojan a sus pies, implorando piedad.
El niño como de cinco años, es víctima de una peritonitis fulminante y su cuerpo ya está pesado, pues la muerte ha entrado en él.
Jesús se acerca al lecho y dice:
– Leví. Ven a Mí.
El pequeño parece sacudirse. Algo así, como si alguien lo hubiese llamado con voz fuerte, mientras dormía. Se sienta sin fatiga. Se restriega los ojos y mira atónito a su alrededor y al ver a Jesús que lo mira sonriente, corre sin vacilar hacia Él.
El milagro convierte la confusión anterior que estaba llena de angustia y en una fiesta de alabanza.
Los padres dicen agradecidos:
– ¡Lo salvaste! ¡Bendito seas para siempre! ¡Tus flores!.. Pero, ¿Cómo supiste? ¿Por qué no viniste? ¿Tenías miedo de que no te recibiéramos?
Jesús responde:
– No. Sabía que me recibiríais con amor. Pero entre los que están aquí, hay alguno que tenía necesidad de convencerse de que no ignoro nada de lo que pasa a los hombres.
Quise también que los demás comprendieran, que Dios responde siempre a quien lo invoca con fe. Quedaos en paz. La paz sea con vosotros.
Cuando regresan a la casa, los apóstoles suspiran.
Por fin Jesús podrá reposar…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
151.- ESCAPADA NOCTURNA
Nobe todavía duerme. Los primeros destellos de la aurora llenan de iridiscentes colores, todo lo que tocan…
Jesús camina silenciosamente de un lado a otro en la terraza. Es el único que no ha dormido en toda la noche. Lentamente va y viene, con los brazos cruzados bajo el grueso manto, que lo defiende del frío y con el capucho sobre la cabeza. Cuando llega al extremo de la terraza, se asoma para ver el camino que atraviesa el centro del poblado. La siguiente vez que mira, rápido baja la escalera. Entra en la cocina oscura y cierra la puerta tras de sí.
Los pasos se acercan y se detienen en la puerta de la cocina. Alguien trata de abrir. No está la llave…
Da vuelta al pasador y una voz pregunta:
– ¿Se ha levantado a alguien?…
Una mano abre cautelosamente la puerta de la entrada, sin hacerla chirriar…
Y aparece la cabeza de Judas de Keriot, que se asoma muy despacio… Mira… Solo hay oscuridad, frío, silencio.
Judas monologa:
– Dejaron la puerta abierta. Y con todo, anoche me parecía que estaba cerrada. Aunque no tiene importancia. Los ladrones no roban a los pobres. ¿Dónde estará ese maldito eslabón?… No lo encuentro. ¡Ey! Se me hizo demasiado tarde. No lo encuentro. Si logro encender el fuego… ¿Dónde estará? Todo aquí es viejo…
Y mientras habla ha ido palpando, por todas partes. Invisible en la oscuridad. Cauteloso. Evitando chocar con algo y sin hacer ruido…
Topa con un cuerpo y sofoca un grito de terror…
Jesús le dice:
– No tengas miedo. Soy Yo. El eslabón está en mi mano. Tenlo. Enciende…
Judas pregunta:
– ¿Tú, Maestro? ¿Qué estás haciendo aquí solo, en la oscuridad, en el frío?… Hoy habrá muchos enfermos. Después de un sábado y dos días de lluvia…
– Lo sé. Pero enciende la luz. No es propio de las personas honestas el hablar en la oscuridad… Sino de ladrones, de mentirosos, de lujuriosos y de asesinos. Los cómplices aman las tinieblas, para sus acciones perversas. Yo no soy cómplice de nadie.
– Tampoco yo, Maestro. Quería encender fuego y por eso me levanté antes…
Jesús murmura muy bajito…
– ¿Qué dijiste Maestro? No logré oírlo.
– Enciende pues.
– ¡Ah!… Vi que estaba sereno, pero frío. A todos les gustaría encontrar un buen fuego… ¿Te levantaste al oír que yo hacía ruido aquí? O por el viejo que… todavía tiene sus dolores. Parece que la yesca y el eslabón están mojados, porque no quieren prender… ¡Oh! ¡Ya!…
Una flamita se desprende. Pequeña, temblorosa… pero suficiente para ver dos rostros: el pálido de Jesús y el impertérrito de Judas.
Judas exclama:
– Ahora hago fuego. ¡Estás pálido como un muerto! ¡No has dormido! ¡Y todo por ese viejo! ¡Eres demasiado bueno!
Jesús dice con severidad y dolor:
– Es verdad. Soy demasiado bueno. Con todos, aún los que no lo merecen. El viejo sí se lo merece. No obstante, no velé por él; sino por otro… Es verdad, la yesca y el eslabón estaban húmedos por mi llanto que sobre ellos goteó. Te esperaba a tí. Por ti no he dormido en toda la noche. Y no pudiendo esperarte aquí encerrado, subí a la terraza. A cantar al viento mi llamada. A mostrar a las estrellas mi dolor. A la aurora mi llanto.
No el viejo enfermo; sino el joven corrompido… el discípulo que huye del Maestro. El apóstol de Dios, que prefiere la cloaca al Cielo y la mentira a la verdad. Fue él quien me tuvo en pie toda la noche. Y te he estado esperando…
No tu persona, que ya estaba cerca y que trasteaba como un ladrón por la cocina; sino tus sentimientos. Esperé una palabra… No supiste decirla cuando te topaste conmigo. ¿Aquel a quién estás vendiendo tu corazón, no te ha dicho que yo lo sabía?… ¡Pero no! No puede hacerlo, ni sugerirte la única palabra que deberías pronunciar si fueses un hombre justo. Te sugirió las mentiras no pedidas. Inútiles. Más ofensivas que tu huída nocturna.
Te las sugirió riéndose a carcajadas, porque así te hace bajar una grada más y a Mí me ha causado un gran dolor. Es verdad que vendrán muchos enfermos. Pero el más grande enfermo, no vendrá a su Médico…
El Médico mismo está enfermo de dolor, por este enfermo que no quiere curarse. Es verdad. Y también que dije entre dientes una palabra, que no oíste bien. Pero puedes adivinarla, por lo que te acabo de decir.
Jesús ha estado hablando en voz baja, cortante, dolorosa y al mismo tiempo enérgica.
Tanto que Judas que a las primeras palabras sonreía, erguido y desvergonzado; muy cerca de Jesús. Poco a poco ha ido retirándose como si cada palabra fuera una repulsa, mientras que Jesús se ha ido irguiendo cada vez más. Cual verdadero Juez, con el dolor pintado en el rostro.
Judas, arrinconado entre la artesa y la pared del rincón, murmura:
– Pero… No lo lograría…
– ¡No! Te la voy a decir porque no tengo miedo de decir lo que es verdad. ¡MENTIROSO! Eso fue lo que dije. Si se soporta a un niño mentiroso, porque no conoce lo que es una mentira y se le enseña para que no vuelva a decirla otra vez… En un hombre no se soporta. En un apóstol discípulo de la Verdad misma, provoca asco. Asco absoluto…
Por esto te he esperado toda la noche y he llorado bañando la mesa. Allí donde estaba el eslabón. Y luego he llorado velando y llamándote con toda el alma, a la luz de las estrellas. Inútilmente llamo a la puerta de tu alma, porque quiero entrar en ella y limpiarla. Porque está enferma y quiero curarla… Judas, ¿No dices nada?
– Es demasiado tarde. Tú Mismo lo has dicho. Y te causo asco. ¡Arrójame!…
– No. También los leprosos me causan asco, pero tengo piedad. Si me llaman acudo y los limpio. ¿No quieres ser limpiado?
– Es tarde… Y es inútil. No sé ser santo… Arrójame te digo.
– No soy uno de tus amigos Fariseos que llaman inmundas a infinidad de cosas, las esquivan o las arrojan con dureza, mientras podrían limpiarlas con caridad. Soy el Salvador y no arrojo a nadie…
Un largo silencio.
Judas sigue en su rincón.
Jesús en la esquina de la mesa, cansado, adolorido… Luego, Judas levanta la cabeza, lo mira titubeante…
Y con voz entrecortada le pregunta:
– ¿Si te dejase, qué harías?
Jesús lo mira con dolor y contesta:
– Nada. Respetaría tu voluntad, rogando por ti. Pero a mi vez te digo que aunque me dejases, ya es demasiado tarde.
– ¿Por qué?
– ¿Por qué? Lo sabes como Yo… Prende el fuego ahora. Se oyen pasos arriba. Olvidemos lo que acaba de pasar. Todos verán que dormimos poco tú y Yo. Y que el fuego nos trajo aquí… ¡Padre, mío!…
Y Judas acerca el fuego a las ramas del fogón y enciende la hoguera, para que caliente la cocina…
Dos días después…
Es una mañana esplendorosa de Diciembre. Jesús está en medio de enfermos y peregrinos que han venido a él de muchos lugares de toda la Palestina y de los confines Siro-fenicios.
Como siempre, realiza primero todos los milagros necesarios y luego se dispone a hablar:
– Habéis visto el milagro de huesos quebrados que se sueldan otra vez. De miembros muertos que vuelven a la vida. Esto os concedió el Señor, para que la Fe de los que creen se confirme y hacerla nacer en los que no la tienen. El milagro se concede a cualquiera, sin distinción de lugar; que viene en busca de salud, empujado por la fe en mi Poder de curar. Soy el Pastor universal y debo acoger a todas las ovejas que quieran ingresar a mi grey…
Jesús habla del Reino y de lo importante que es la voluntad para alcanzarlo. El Cielo debe conquistarse…con una renuncia absoluta al pecado y el heroísmo de una vida nueva. Y concluye:
– En el reino de Dios no existen la guerra, el odio, las revoluciones. Quién entra en él, no conoce más el Dolor, el ansia, el engaño. Sino que posee la alegre paz que emana de mi Padre.
Podéis iros. Volved a vuestros países. Mis discípulos son ya numerosos y están esparcidos por todas partes. Escuchadlos si queréis conocer mi Doctrina y estar prontos para el Día de la Decisión, de la que dependerá la Vida Eterna de muchos, que mi paz os acompañe.
Vuelve a entrar a la casa.
Después lo siguen los apóstoles.
Un poco más tarde, sentados a la rústica mesa después de haber bendecido el queso y las verduras; hablan de los sucesos de la mañana. Y se congratulan de que el número de discípulos evangelizadores sea tal, que pueda aliviar al Maestro de la fatiga de hablar continuamente. Sobre todo ahora que se le ve fatigadísimo.
En realidad, Jesús ha adelgazado mucho y su color se ha acentuado en su palidez perdiendo su color marfileño, hasta hacerse todo blanco. Sus ojos son más profundos y tienen una sombra de cansancio, que los oscurece con tenues ojeras. Ojos que poco duermen, que mucho lloran y sufren. Las manos parecen más largas, se ven los tendones y las venas, pues ya no hay grasa en esas manos santas y ascetas del Señor. Ahora las tiene sobre la tabla oscura de la mesa mientras mueve su cabeza, sonriendo con mucha fatiga.
Los apóstoles advierten su infinito cansancio corporal y sobre todo moral, en su corazón. Comprenden que está muy afligido por el esfuerzo de tener unidos corazones tan diversos… Y también lo que ellos no saben: por tener que soportar y mantener oculta la infamia de su discípulo incorregible…
Pedro dice.
– Tú debes descansar completamente. Ya no hablarás en estos días. Lo podemos hacer nosotros. No será gran cosa. Pero no nos separaremos de lo que sabemos. Sólo curarás a los enfermos.
Iscariote propone:
– También nosotros podemos hacerlo.
Pedro refuta:
– ¡Uhm! Por mí no.
– ¡Ya lo has hecho!
– Sí cuando el Maestro no estaba con nosotros y teníamos que presentarlo y hacer que lo amasen. Pero ahora está aquí y los milagros los hace Él solo. Él es el único digno… ¡Milagros, nosotros! Si somos nosotros los que tenemos necesidad de renovación. Porque por nosotros mismos no somos capaces de hacer nada bueno. Somos unos miserables, pecadores e ignorantes.
Judas de Keriot replica altanero:
– ¡Habla por ti solo, te lo ruego! ¡Yo no me siento miserable!
Zelote protesta enérgico:
– El maestro está cansado. Su cansancio es más bien moral que físico. Si en verdad lo amamos, evitemos las disputas. Son cosas que lo agotan más.
Jesús levanta sus ojos para mirar al apóstol, siempre tan prudente. Y lo acaricia con su mano poniéndola sobre la mano de Zelote, para agradecerle.
Pedro insiste:
– Tienes razón. Pero también la tengo yo al decir que debe absolutamente reposar. ¡Parece estar enfermo!…
Se oye un golpe en la puerta.
Andrés que es el más cercano va a abrir y regresa diciendo:
– Maestro hay una mujer que quiere verte. Trae una niña consigo. Aunque su vestido es modesto, parece ser aristócrata. No está enferma y tampoco la niña. Viene velada. Y la niña trae un ramo de flores.
Pedro grita con mal genio:
– ¡Despídela! Estamos diciendo que debe descansar, ¡Y tú no lo dejas ni siquiera comer!
– Se lo dije. Pero respondió que no dará ninguna molestia al Maestro y que Él tendrá gusto de volverla a ver.
– Entonces dile que regrese mañana a la hora de todos. El Maestro va a descansar…
Jesús dice:
– Andrés, acompáñala a la habitación de arriba. Voy enseguida.
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
150.- EL OJO DEL HURACÁN
Elisa dice:
– Sí, Maestro. Hace tres semanas que Judas de Keriot está aquí. Vino un sábado por la tarde. Parecía cansado y extenuado. Dijo que te había perdido por las calles de Jerusalén… Que había corrido a buscarte en todas la casas a donde sueles ir. Aquí viene cada tarde. Dentro de poco llegará. Por la mañana se va y dice que va a los lugares cercanos, a predicarte.
Jesús pregunta:
– Está bien Elisa… Y ¿Le creíste?
– Maestro. Sabes que ese hombre no me gusta. Si mis hijos hubieran sido así, habría rogado al Altísimo para que se los llevara. No he creído a sus palabras… Pero porque te amo, he refrenado mi juicio… Me he portado como una madre con él. Por lo menos así he obtenido que regrese cada tarde.
– Hiciste bien. –Jesús la mira fijamente y de improviso le pregunta- ¿Dónde está Anastásica?
Elisa se pone roja y con franqueza responde:
– En Betsur.
– Has hecho bien aún en esto. Te ruego que tengas compasión de él.
– Como lo compadezco, quise apagar el incendio antes de que estallase el escándalo… O cuando menos, de que llenase de terror a mi hija.
– Dios te bendiga, buena mujer.
– ¿Sufres mucho, verdad Maestro?
– Sí. Es verdad. Puedo decirlo a una madre. ¡Oh! ¡Cuán necesaria es una madre, cuando el dolor supera las fuerzas del hombre!
– ¿Por qué no haces venir a tu Madre?
– Vendrá dentro de dos meses y…
Se ve interrumpido porque abajo en la cocina, resuena la voz grave, áspera, pedante e irónica de…
Judas de Keriot, que dice a Juan:
– ¿Todavía clavado en tu trabajo, viejo? ¡Hace frío! Aquí no hay fuego. Tengo hambre. No hay nada preparado. ¿Está dormida Elisa? Ella quiso hacerlo. Pero los viejos son lentos y su memoria débil. ¡Ey! ¿No respondes? ¿Estás sordo esta tarde?
El anciano Juan responde:
– No. Te dejo hablar porque eres apóstol y no está bien que te regañe.
– ¿Qué me regañes? ¿Por qué?
– Pregúntatelo a ti mismo y lo sabrás.
– Mi conciencia no me reprocha nada.
– Señal de que está deforme y de que la has mutilado.
– ¡Ja, ja, ja! – su carcajada irónica se pierde…
Y Judas sale de la cocina, pues se oye el ruido de la puerta al cerrarse y sus pisadas en la escalera que va a la terraza.
Elisa dice:
– Voy a preparar, Maestro.
Y saliendo de la habitación se encuentra con Judas, que llega a la terraza.
Judas dice:
– Tengo frío y hambre.
Elisa le responde:
– ¿Nada más eso? Entonces tienes muy pocas cosas.
– ¿Y qué más debería tener?
– ¡Eh, muchas cosas!… -la voz de Elisa se aleja.
– Son unos viejos tontos. ¡Uff!… –empuja la puerta y se encuentra cara a cara con Jesús.
Da un paso atrás por la sorpresa.
Pero reacciona y dice:
– ¡Maestro! ¡La paz sea contigo!
Jesús recibe el beso del apóstol, pero Él no se lo devuelve.
Judas pregunta:
– Maestro estás… ¿No me das el beso?
Jesús lo mira sin responder.
– Es verdad. Me equivoqué. Lo menos que puedes hacer es no besarme. Pero no me juzgues muy severamente. Aquel día me tomaron en medio unos que… no te aman y disputé con ellos hasta ponerme ronco. Después, me dije: ‘Quién sabe a donde habrá ido’ Y me vine aquí a esperarte. ¿Acaso no es ésta también tu casa?
– Mientras me lo permitan.
– ¿Vas a guardarme rencor por esto?
– No. Quiero que pienses en el ejemplo que has dado a los demás.
– ¡Eh! ¡Me parece oír sus palabras! Pero sé cómo justificarme con ellos. Contigo ni lo intento, porque sé que ya me has perdonado.
– Es verdad. Te he perdonado.
Judas, en lugar de tener un acto de humildad, de arrepentimiento, de amor por tanta dulzura, exclama con rencor:
– ¡Ah! ¡Pero no hay manera de verte enojado! ¿Qué clase de hombre eres?
Jesús no responde.
Judas de pie, mira a Jesús sentado con la cabeza inclinada y sacude su cabeza con una sonrisa perversa en sus labios. Todo ha pasado ya para él. Se pone a hablar de diferentes cosas, como si fuese el que mejor se hubiese portado de todos.
Jesús lo escucha sin hablar. Pasa el tiempo…
Anochece. Cesan los rumores de la calle.
Jesús ordena:
– Bajemos.
Entran a la cocina, donde brilla el fuego en el fogón y arde una lámpara de tres mechas.
Jesús se sienta junto al fuego para sentir el calor. Llaman a la puerta y el anciano Juan va a abrir. Son los apóstoles.
Pedro, que es el primero en entrar…
Ve a Judas y le ataca:
– ¿Se puede saber en dónde has estado?
Judas replica:
– Aquí. Simplemente aquí. ¿Iba yo a ser tan tonto, que después de que desaparecisteis, anduviera de acá para allá? Me vine acá, donde estaba seguro de vendríais.
– ¡Qué modo de obrar!
– El maestro no me ha regañado. Por otra parte, ten en cuenta que no he perdido el tiempo. Cada día he evangelizado y hasta he hecho milagros. Lo que es una cosa buena.
Bartolomé le pregunta muy enérgico:
– ¿Y quién te autorizó a ello?
– Nadie. Ni tú, ni nadie. Pero basta con ser de los… de la… la gente está sorprendida y murmura. Y se ríe de nosotros los apóstoles porque no hacemos nada. Y yo que lo sé, he trabajado por todos. Hice más… Fui a la casa de Elquías y le demostré que no se puede obrar mal cuando se es santo. Había muchos. Los persuadí. Veréis que por estas partes, ya no nos darán más camorra. Ahora estoy contento.
La desfachatez de Judas es increíble.
Los apóstoles se miran entre sí. Miran a Jesús.
Su rostro es impenetrable. Parece agobiado por un gran cansancio físico…
Santiago de Alfeo le advierte:
– Podías haberlo hecho, pero con licencia del Maestro. Hemos estado preocupados por tu causa.
– ¡Oh! ¡Qué bien! Ahora podéis estar tranquilos. Nunca me habría dado permiso. Nos… tiene demasiado bajo su tutela. Tanto que la gente murmura, de que está celoso de nosotros. Que teme que podamos hacer más que Él y también de que nos tiene castigados. La gente tiene lengua mordaz. Pero la verdad es que Él nos ama más que la pupila de sus ojos. ¿No es verdad Maestro? Y teme que nos veamos en peligro o que hagamos el ridículo. También nosotros en nuestro interior pensábamos que habíamos sido castigados y que Él estuviese celoso…
Tomás lo interrumpe:
– ¡Esto no! ¡Nunca lo he pensado
Todos los demás están de acuerdo con Tomás.
Pero salvo Jesús, nadie advierte que es Satanás el que ha estado hablando. Y ha logrado disimular su maligna presencia con el uso del plural, donde se han
sentido aludidos los apóstoles.
Tadeo planta sus claros y bellos ojos, en los hermosos pero huidizos de Judas y lo interpela:
– ¿Y cómo pudiste obrar milagros? ¿En nombre de quién?
– ¿En nombre de quién? ¿Pero no te acuerdas que nos dio este poder? ¿Acaso lo ha retractado? Que yo sepa no. Y por esto…
– Y por esto yo nunca me hubiera permitido hacer algo sin su consentimiento u órdenes.
– Bueno, ¡Y qué!… A mí se me antojó hacerlo. Pensaba que no sería capaz de hacerlo y lo logré. Y ¡Estoy muy contento por ello! -y se va hacia el oscuro huerto, para cortar la discusión.
Los apóstoles vuelven a mirarse. Están atolondrados por tanta audacia. Pero ninguno quiere decir nada que pueda hacer sufrir más a su Maestro. Pues el sufrimiento más intenso, se ve reflejado en su rostro.
Juan, Andrés y Tomás, se quitan de encima las alforjas.
Bartolomé se inclina a recoger una rama caída y dice a Pedro en voz baja:
– ¡Quiera Dios que el Demonio no lo haya ayudado!
Pedro junta sus manos y murmura:
– ¡Misericordia! -y va a donde está Jesús y poniéndole una mano sobre la espalda, le pregunta- ¿Estás cansado?
Jesús contesta:
– Mucho, Simón.
Elisa llega con un tazón de leche caliente y pan con miel, para Jesús.
Jesús ofrece los alimentos. Y todos están alrededor de la mesa, empiezan a comer con el apetito de quién ha caminado mucho.
Judas, tranquilo y petulante, come con ellos y ya no habla de sí.
Luego que terminan, Jesús manda que todos vayan a descansar. Está fatigado hasta el agotamiento, por el esfuerzo que hace para dominarse ante todos por lo hecho por Judas de Keriot.
En los siguientes días el sol de Diciembre alumbra todo con sus reflejos dorados. Los días son fríos por el invierno que se acerca más y se siente en el viento que sopla entre los árboles desnudos de follaje.
Todos los apóstoles trabajan en el huerto y en la casa de Juan de Nobe, igual que lo hicieran en aguas hermosas.
Jesús y sus primos ajustan una puerta. Elisa teje sentada en la terraza, contra una pared. Y los demás se ocupan en arreglar el tejado de una terraza.
Pedro se asoma por una pared de la terraza y dice:
– Aquí estarás bien, Elisa.
Felipe, mientras amarra los ramojos a las estacas, dice:
– Tienes razón, Pedro. Cuando la vid se haya alargado y el almendro arreglado; será un buen lugar en el verano.
Jesús levanta su cabeza para mirar.
Elisa lo ve y dice:
– ¿Quién sabe si estemos aquí para el verano?…
Andrés pregunta:
– ¿Y por qué no?
– No sé. No me formo esperanzas desde que… Desde que veo que cada pronóstico mío, termina en muerte…
Tomás pregunta:
– ¡Ey! El Maestro no se va a morir pronto… Y Él ha elegido este lugar por causa suya. ¿No es verdad, Señor?
Mientras termina de ajustar la puerta, Jesús contesta:
– Es cierto. Pero también es lo que dice Elisa…
– Tú eres joven. ¡Y sobre todo, sano!
Jesús replica:
– No solo se muere de enfermedad.
Bartolomé refiere:
– ¿Quién está hablando de muerte? ¿Tú Maestro? ¿Lo dices por Ti?… En verdad parece que hace tiempo se ha calmado el rencor. Mira, nadie nos perturba. Saben que estamos aquí. Ayer cuando regresábamos de hacer las compras, los encontramos y no nos molestaron.
Juan se dirige a su hermano y dice:
– Cierto. No nos han molestado; ni siquiera en los poblados vecinos. Y eso que nos topamos con Elquías, Simón Boeto, Sadoc, Samuel, Nahúm y hasta Doras. Y nos han saludado, ¿Verdad Santiago?
Santiago de Zebedeo contesta:
– Cierto. Debemos aceptar que Judas de Keriot ha trabajado muy bien. Mientras en nuestros corazones lo criticábamos, regresamos aquí. Y ¡No ha habido ninguna molestia! Los hechos confirman sus palabras. Parece que hubiéramos vuelto a los bellos días de Aguas Hermosas. ¡Aquellos primeros tiempos!… ¡Oh, si fuese verdad!… -suspira el hijo de Zebedeo.
Pedro lo acompaña con otro suspiro:
– ¡Ojala lo fuera!
Mientras gira el uso, Elisa intercala con tono de proverbio:
– ¡Cuando no retumba el rayo, no quiere decir que haya sereno!
Pedro pregunta:
– ¿Qué insinúas?
Elisa sentencia:
– Insinúo que hay veces que la mucha tranquilidad donde hay borrascas, es señal de una peor… Deberías saberlo tú, que eres pescador.
– ¡Qué si lo sé mujer! El lago es a veces, una enorme tinaja llena de aceite azul. Generalmente, cuando la vela está pendiente y el agua quieta… La borrasca está por echarse encima. ¡Y qué borrasca! Viento de chicha… viento que sepulta a los navegantes porque están en el ojo del huracán…
– ¡Uhm! Si yo estuviese en vuestro lugar, desconfiaría de ‘taaanta’ paz… ¡Demasiada, diría yo!
Tomás interroga:
– Entonces, cuando hay guerra, padece uno porque la hay. Y cuando hay paz, porque puede venir una guerra más cruel que la anterior. ¿Cuándo habrá alegría?
– En la otra Vida. Acá el dolor siempre está a la mano.
Santiago de Zebedeo bromea:
– ¡Uff! ¡Qué lúgubre eres mujer! ¡Entonces mis días están muy lejos de la alegría! Soy uno de los más jóvenes. Alégrate tú Bartolomé. Eres el más cercano para gozar de ese día. Tú y Zelote.
Mientras está inclinado, escarbando en la tierra, Tomás dice:
– ¡Lúgubre y astuta mujer! ¡Oh, las mujeres viejas! Lo peor es que siempre adivinan y tienen razón… También mi madre cuando nos advierte de algo, siempre adivina.
Pedro dice con experiencia:
– Las mujeres son perversas o más astutas que las zorras. No podemos nada contra ellas… cuando para entender ciertas cosas que ellas no quieren que entendamos…
Andrés interviene diciendo a su hermano:
– ¡Cállate tú! Te cupo en suerte una mujer que te creería, aún si le dijeses que el Líbano está hecho de mantequilla. Lo que dices, es ley para ella. Porfiria escucha, cree y calla.
– Es verdad… Pero su madre vale por ella y por cien mujeres más. ¡Qué víbora!…
Todos se ríen. Incluso Elisa y el anciano que ayuda a los jóvenes a entrecavar la tierra.
Entran Zelote, Mateo y Judas de Keriot.
Iscariote dice a los que entrecavan la tierra:
– Terminado Maestro. Estamos cansados. ¡Qué caminata! Pero mañana es descanso. Os toca a vosotros, mañana. –y toma un azadón para trabajar.
Tomás le pregunta:
– ¿Si estás cansado, porqué trabajas?
– Porque quiero poner a salvo unas plantitas. Este lugar está más pelón que el cráneo de un viejo. Y, ¡Sería un pecado!… –dice haciendo un hoyo más profundo, con fuertes azadonadas.
El anciano Juan protesta:
– ¡No era así en los viejos tiempos! Pero luego… Muchas cosas han desaparecido y no me pareció razonable que trabajase para rehacerlas. Estoy viejo; pero más que viejo, afligido…
Después de haber amarrado las vides, Felipe baja y advierte:
– ¡Qué hoyos estás haciendo! Esos son para árboles, no para plantitas, como decías…
Judas concluye:
– Cuando un árbol es pequeño, siempre es una plantita. Las mías lo son en verdad. El tiempo es propicio. Me lo aseguró, quién me lo dijo. –se vuelve a Jesús y agrega- ¿Sabes quién fue, Maestro? El pariente de Elquías que es arbolista. ¡Y qué si lo sabe hacer bien! ¡Conoce a maravilla árboles frutales y olivos!
Estaba cortando una rama de olivo y le dije: ‘Dame de esas plantas’ Él me preguntó: ¿Para quién? Y yo le contesté: ‘Para un viejecillo de Nobe que nos da hospedaje. Esto servirá para que me perdone por todos los escándalos que le he dado.’
Juan de Nobe contesta:
– No hijo. Eso no se hace con plantas, sino con la conducta. Y con Dios. Yo… yo… miro y perdono. Pero mi perdón… Te agradezco las plantas aunque, ¿Crees que vaya a comer de sus frutos?…
– ¿Por qué no? Hay que esperar siempre… ¡Querer triunfar!… Y se logra…
– Sobre la vejez no hay triunfo… Ni lo deseo.
Elisa suspira:
– También sobre otras muchas cosas, no lo hay. ¡Si bastase querer para alcanzarlo!…
Mateo pregunta:
– Maestro. Lo que acaba de decir Elisa me recordó, una pregunta que nos hicieron… ¿Qué si el milagro es siempre prueba de santidad? Yo respondí que sí. Pero ellos dijeron que no. Porque en los confines de Samaría quién había obrado cosas extraordinarias, ciertamente no era un justo. Los hice callar diciendo que el hombre siempre juzga mal y que aquel por quién tenían por injusto, tal vez fuera más justo que ellos. ¿Tú que piensas?
Jesús contesta:
– Digo que cada quién tenía razón. Tú porque dijiste que el milagro es prueba de santidad. Y así suele suceder. También tuviste razón al afirmar que no se debe juzgar, para no errar. Pero también tenían razón ellos en sospechar que hubiese otras fuentes en las cosas extraordinarias que realizaba aquel hombre.
Judas de Keriot, pregunta:
– ¿Qué fuentes?
Jesús responde:
– Las de las tinieblas. Existen hombres que son adoradores de Satanás, porque fomentan el culto de la soberbia y que para imponerse a otros se venden a sí mismos al Demonio, para que le comunique su poder y para tenerlo por amigo.
Juan pregunta sorprendido:
– Pero, ¿Se puede? ¿No es cuento de paganos eso de que el hombre puede hacer contrato con el demonio o con espíritus infernales?
– Se puede. No como se lee en las fábulas paganas. Ni con dinero, ni por medio de contratos materiales. Sino con adherirse al malo, con el Pecado persistente. Con elegirlo, entregándose a él, con tal de obtener una hora de triunfo, sobre cualquier cosa…En verdad os digo que los que se venden al Maldito, con tal de lograr sus fines, son muchos más de los que se puedan imaginar…
Andrés pregunta:
– ¿Y lo logran? ¿Consiguen lo que piden?
– No siempre. Y no todo. Pero algo, sí…
– ¡Cómo es posible! ¿Es tan poderoso el Demonio, que pueda simular ser Dios?
– Muchos… lo llegan a creer así. Y piensan que es así, al darlo a conocer… Y nada sería, si el hombre fuese santo. Pero sucede que muchas veces el hombre, es ya de por sí un Demonio. Nosotros combatimos las posesiones claras, estrepitosas, que están a la vista de todos. De las que cualquiera se puede dar cuenta… Son soportables a los familiares y conciudadanos. Y sobre todo, saltan a la vista.
Al hombre siempre le llaman la atención las grandes cosas, que atraen sus sentidos. Pero no se fija en lo que es inmortal y que se percibe sólo en lo inmaterial, como son la razón y el espíritu. Y si lo percibe, no se preocupa, sobre todo si piensa que no le causa daño alguno.
Estas posesiones ocultas, si no las advertimos; escapan a nuestro poder de exorcismo. Son las más dañinas porque trabajan en la parte más selecta y delicada, respecto a los mejores: de razón a razón. De espíritu a espíritu. Son como miasmas corruptores, impalpables, invisibles. Hasta que la fiebre no advierte al individuo que está contaminado de ellos.
Varios preguntan:
– ¿Y ayuda Satanás?
– ¿De veras?
– ¿Por qué?
– ¿Por qué Dios se lo permite?
– ¿Le permitirá hacerlo siempre?
– ¿Aún después de que empieces a Reinar?
Jesús contesta:
– Satanás ayuda con tal de hacerse servir. Dios lo deja hacer, porque de la lucha entre lo Alto y lo Bajo; el Bien y el Mal; brota el valor de la creatura. El valor y el querer. Siempre dejará hacer. Aún después de que haya subido Yo. Pero entonces Satanás tendrá en su contra a un enemigo poderoso y el hombre tendrá un aliado muy fuerte.
– ¿Quién? ¿Quién? ¿A qué te refieres?
– La Gracia.
Sin dejar de zapar, Iscariote objeta:
– ¡Oh, bien! entonces para los de nuestros tiempos sin gracia, será más fácil que sean reducidos al estado de esclavitud y será menos su culpa, si caen.
– No, Judas. El juicio siempre será igual.
– Entonces es injusto porque si se nos ayuda menos, por consiguiente se nos debe condenar menos.
Tomás dice:
– No estás del todo equivocado.
Jesús contesta marcando sus palabras y mirando a Judas:
– Sí que lo está, Tomás. Porque nosotros los de Israel tenemos mucho en qué creer; esperar; amar. Muchas luces de sabiduría y no podemos excusarnos con la ignorancia. Además vosotros que tenéis la Gracia como Maestra vuestra, desde hace casi ya tres años y seréis juzgados como en los tiempos nuevos.
Judas ha levantado su cabeza y se queda pensativo, mientras mira al vacío…
Después la sacude como si terminase una conclusión y dando más duro con la zapa, pregunta:
– ¿Y quién se entrega así al Demonio, en qué se convierte?
– En un demonio.
– ¡En un demonio!… Si por ejemplo yo, pese a que afirmo que tu contacto da un poder sobrenatural, hiciese ciertas cosas… que censuras. ¿Sería un demonio?
– Tú lo has dicho.
Andrés aconseja espantado:
– Pero espero que no las vayas a hacer…
– ¿Yo? ¡Ja, ja, ja! Yo planto árboles para nuestro viejecillo.
Y corre al extremo del huerto y regresa con cinco arbolillos envueltos en Tierra.
Pedro pregunta.
– ¿Viniste desde Beterón con esa carga sobre la espalda?
– De más allá de Gabaón. Donde están los árboles frutales de Daniel. ¡Qué tierra tan magnífica! Mirad… -y desmorona entre sus dedos, los terrones que cubren las raíces- Ved estos dos olivos. Este para Jesús y este para María, que son la paz del mundo. Los siembro primero porque soy un hombre de paz. Aquí y aquí. –y pone uno en cada extremo.
Luego trae los otros arbolillos y mientras va plantando cada uno, explica:
– Y aquí un manzano pequeño y bueno como en el Edén. En recuerdo tuyo, Juan, que también vienes de Adán y no debes admirarte si… pueda ser yo un pecador.
Tú ten cuidado de la Serpiente… Y aquí junto a la pared, esta pequeña higuera. En el agujero del centro, plantaremos este hermoso almendro. Aprenderá del viejo, a dar buenos frutos… ¡Bueno! Ya está terminado. Tu huerto será hermoso con los años y cuando lo mires, te acordarás de mí…
Juan de Nobe contesta:
– Te recordaría de todos modos, porque has estado aquí con el Maestro. Todo me hablará de estos días. Y al mirar las cosas diré: ¡Cual un hijo, quiso ver arreglada mi casa! Te doy las gracias, Judas. Por las plantas, por el trabajo, por todo.
Jesús dice:
– Entremos. El sábado ha empezado. Hace frío… Después terminaremos los trabajos…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA