152.- LAS ROSAS INVERNALES

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El aire helado de Diciembre se cuela hasta la cocina y a pesar del fogón se siente bastante frío…

Pedro dice enojado:

–                       ¡Ved! ¡Así se cuida! ¡Haciendo todo lo contrario de lo que estábamos diciendo!

Jesús se levanta y antes de salir, pasa detrás de Pedro. Le pone las manos sobre la espalda y se inclina a besar sus cabellos, diciendo:

–                       ¡Bueno, Simón! ¡Quién me ama ayuda a mi cansancio, más que el reposo de la cama!

–                       ¿Cómo sabes si es una de las que te aman?

–                       Simón, la ira te empuja a decir palabras de las que ya te has arrepentido por necias. ¡Bueno, bueno! Una mujer que viene con una criatura inocente, que me trae flores, sólo puede ser una que me ama y que intuye mi necesidad de encontrar un poco de amor y pureza, en medio de tanto odio e inmundicia.

Y sube por la escalera que lleva a la terraza.

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La mujer que lo espera es alta y delgada. Trae un pesado manto gris, con un fino velo de color marfil.

La pequeña, tiene menos de tres años, viene vestida de blanco, con un manto circular del mismo color y con un capucho que le cae detrás de sus cabellos rubio-castaños. Está mirando a su madre, pues ha levantado su carita que emerge entre las flores que tiene en sus bracitos: un hermoso ramo de rosas rojas y de gardenias blancas.

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Apenas Jesús aparece en la terraza, la pequeñita es empujada por su madre…

Y corre a su encuentro, diciendo:

–                       ¡Ave, Domine Jesús!

Jesús se inclina y le pone una mano en la cabecita.

Le contesta:

–                       La paz sea contigo.

A la mujer la saluda con una inclinación de cabeza y entra en la habitación. Se sienta en uno de los primeros bancos que encuentra, sin decir nada. Tiene la majestad de un Rey. Sentado sobre el banco de madera sin respaldo, parece estar sentado en un trono. Tanta es la dignidad que irradia. Con su vestido azul oscuro y sin adornos, se ve más imponente que si estuviera en el más magnífico de los palacios.

Espera. Su majestad cohíbe a la mujer, presa de una admiración respetuosa. También la niña lo mira un poco, como si estuviera asustada…

Pero Jesús sonríe y le dice:

–                       Aquí me tenéis. No tengáis miedo.

Todo temor desaparece.

La mujer dice algo a los oídos de la niña.

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Y ella va hacia Él, y le pone en las rodillas las flores, mientras dice lentamente, como quién no conoce bien una lengua que no es la suya:

–                       Las rosas de Faustina para su Salvador.

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Mientras tanto la mujer se ha arrodillado, echándose el velo para atrás…

Es Valeria y dice:

–                       ¡Salve, Maestro!

Jesús contesta:

–                       Que Dios llegue a ti. ¿Cómo has venido? ¡Y sola!  -y acaricia a la pequeña que busca entre las flores según ella las más hermosas…

Y se las ofrece diciendo:

–                       Tómalas. Son tuyas.

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Jesús las toma. Las huele. Y las vuelve a poner sobre las otras…

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Valeria habla:

–                       Sabemos muchas cosas, Maestro… Las cosas más pequeñas que suceden en la colonia se apilan diariamente sobre la mesa de Pilatos. Muchos informes hablan de Ti y de los hebreos que agitan al país convirtiéndote al mismo tiempo en enseña nacional de rebeldía y causa de odio civil.

Claudia le dice que si en Palestina hay alguien que no le haría mal alguno, eres Tú. Y Pilatos la escucha… hasta ahora quién se impone es Claudia. Pero si mañana otra fuerza dominase a Pilatos…

Cuando lo supe pensé que mi pequeñita Te daría un consuelo…

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Jesús responde:

–                       Tienes un corazón bondadoso y lleno de luz. Que Dios te ilumine y vele ahora y siempre por esta hijita tuya.

–                       Gracias, Señor. Tengo necesidad de Dios.  –y las lágrimas inundan los ojos de Valeria.

–                       Es verdad. Tienes necesidad de Él. En Él encontrarás todo consuelo y además el Guía, para juzgar acertadamente. Para perdonar. Amar otra vez y sobre todo para educar a esta niña, a fin de que tenga la vida dichosa de quienes son hijos del Dios Verdadero. El Dios que tal vez ofendiste con una vida en la que la virtud no se toma en cuenta.

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Este Dios te ha amado mucho. Tanto te amó, para que tuvieses siempre ante tus ojos, su Bondad y su Poder. Y un consuelo en los dolores que pudieras encontrar como mujer casada. Tú mujer pagana amorosa, fiel, has amado a tu esposo… A tu dios terrenal, compañero de placeres. A tu hermoso dios que se dejaba adorar rebajando tu dignidad al nivel de una esclava.

La mujer debe estar sujeta a su marido, humilde fiel, castamente. El hombre es la cabeza de la familia. Pero cabeza no quiere decir déspota. Cabeza no significa ser un patrón caprichudo que dispone a su antojo no solo del cuerpo, sino de la parte mejor de su esposa.

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Quiénes de vosotras no sois impúdicas, ni desenfrenadas, ¿Cómo podéis estar donde están vuestros esposos? Es inevitable que quién no es una desvergonzada y corrompida, se separe con asco. Que experimente un dolor verdaderamente atroz, como si sus fibras se desgarraran. Que sienta pasmo al derrumbarse todo un culto que tenía por su marido a quién contemplaba como un dios…

Cuando descubre que a quién adoraba como una deidad; es un ser miserable, dominado por el instinto brutal. Y que es licencioso, adúltero, disipado, indiferente, que se burla de los sentimientos y la dignidad de su esposa.

No llores. Todo lo sé, sin necesidad de centuriones que me lo informen. No llores mujer. Mejor aprende a amar a tu esposo ordenadamente. Cuando ames a Dios primero que a tu esposo, dejarás de sufrir.

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–                       No puedo amarlo ya. No lo merece. Lo desprecio. No me envileceré imitándolo. No puedo amarlo. Todo ha acabado entre nosotros. Dejé que se fuera…Sin tratar de detenerlo. En el fondo, es la única vez que le agradezco que se haya ido. No volveré a buscarlo. Al caerse la venda de mi adoración por él, ahora puedo recordar y juzgar sus acciones… Nunca fue mi compañero.

Cuando estaba próxima a dar a luz…  él se burlaba con sus amigos de mis lágrimas. De mis náuseas. Advirtiéndome sólo, que no le fuese a ensuciar el vestido. ¿Acaso estuvo a mi lado, cuando me moría de nostalgia por mi patria y por mi madre? No. Él estaba con sus amigos en banquetes donde mi estado no me permitía ir.

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¿Estuvo alguna vez inclinado sobre la cuna de mi recién nacida? Se echó a reír, cuando le mostraron a su hijita y borbotó: ‘Estoy tentado de tirarla al suelo. No me eche el yugo matrimonial, para tener hijas…’

Cuando Fausta agonizaba, ¿Acaso compartió conmigo mis angustias? La noche que precedió a tu llegada, él se pasó en la casa de Valeriano, en un banquete…

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Pero yo lo amaba. Era mi dios, como lo dijiste. Todo me parecía bueno y justo en él. Me permitía que lo amara… Era la más sumisa esclava de sus caprichos. ¿Sabes por qué me ha rechazado?

–                       Lo sé. Porque en tu cuerpo surgió el alma. Y dejaste de ser hembra para ser la esposa.

–                       Es verdad. Quise hacer de mi hogar, un hogar virtuoso… Y él logró obtener del cónsul que se le mandase a Antioquia y me ordenó que no lo siguiese. Pero se llevó a sus esclavas favoritas…  ¡Oh, no iré detrás de él!  Tengo a mi hija. Tengo todo.

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–                       El Todo es Dios. Tú, que no conocías la Vida Eterna, amabas desordenadamente a tu hijita.  Tu hija no debe ser causa de injusticia para con el Todo. Sino al contrario. Por ella y con ella, tienes el deber de ser virtuosa.

–                       Vine a consolarte y eres Tú el que me consuelas. Vine también a preguntarte cómo educarla, para que sea digna de su Salvador. He pensado en hacerme discípula tuya y que ella también lo sea.

–                       ¿Y tú marido?

–                       ¡Oh! ¡Todo ha acabado entre nosotros!

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–                       No. Todo empieza… Eres siempre su mujer. El deber de una mujer buena, es hacer a su consorte bueno.

–                       Dijo que quiere divorciarse y lo hará.  y por esto…

–                       Y lo hará. Pero todavía no lo ha hecho. Y mientras no lo haga, tú eres su mujer, aún según vuestra ley. Y como tal tienes la obligación de quedarte en tu lugar como esposa. Tu lugar es el segundo después de tu marido, en tu casa. Aunque él haya dado mal ejemplo, tú debes dar el de la virtud. Sé la columna y luz de tu casa.

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Te amará Dios. Te amará tu hija, te amarán tus siervos. Y aun cuando no fueses la esposa, sino la divorciada. Recuerda, (Jesús se pone de pie) que la separación legal no destruye el deber de la mujer, de que sea fiel a su juramento de esposa.

Quieres entrar en nuestra religión. Uno de sus preceptos divinos es que la mujer es carne de la carne de su esposo y que nada ni nadie puede separar lo que Dios ha hecho una sola carne. La carne no se separa de la otra, sino por la muerte.

El divorcio es una prostitución legalizada, que pone al hombre y a la mujer en condiciones de cometer pecados de lujuria. La mujer divorciada, difícilmente puede ser viuda fiel de su marido. El hombre divorciado, jamás permanece fiel a su primer matrimonio. Tanto el uno como el otro, al pasar a otras uniones, descienden del nivel de hombres al de animales, que pueden cambiar de hembra según su apetito.

La fornicación legal peligrosa para la familia y para la patria, es criminal  para la prole. Los hijos de los divorciados juzgarán a sus padres. ¡Severo es el juicio de los hijos! Por lo menos uno de sus padres recibe la condenación. Y los hijos, por el egoísmo de sus padres se ven condenados a una vida afectiva mutilada.

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Si a las consecuencias que acarrea el divorcio, por el que los inocentes hijos se ven privados de padre y madre; se añade que uno de los cónyuges vuelva a casarse y con él se quedan los hijos. A la suerte desgraciada de una vida afectiva que mutiló un miembro que no está, se une otra mutilación: la que se perdió definitivamente por el nuevo amor y por nuevos hijos que nacen de una nueva unión.

¡Pobres hijos! Saborear después de la muerte o la destrucción del hogar, la dureza de un padrastro o la de una madrastra.  ¡Y la angustia de ver que la caricias se con dividen con otros hijos que no son hermanos! Tú quieres seguirme…

No. En mi religión no existirá el divorcio. Será adúltero y maldito, el pecador que se divorcie civilmente, para contraer nuevo matrimonio. La ley humana no podrá cambiar mi decreto.

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El matrimonio en mi religión no será un contrato civil… Será una unión fuerte, sólida, santamente indisoluble por el poder santificante que le daré, para que se convierta en Sacramento. Será un rito sagrado y este poder o fuerza ayudará a practicar santamente, todos los deberes matrimoniales. Y que se extenderá al alma de los cónyuges.

Y por tanto se convertirá también en un contrato espiritual, que Dios sancionará por medio de sus ministros. Bien sabes que nada es superior a Dios. Por esto lo que Él hubiere y unido; ninguna autoridad, ley o capricho humano, podrá disolver.

En mi rito, porque la muerte no es fin, sino separación temporal del esposo y de la esposa, el deber de amar dura aún después de la muerte. Por esto afirmo que los viudos deberían ser castos. Pero el hombre no sabe serlo. Por esto también afirmo que los cónyuges tienen el deber recíproco de mejorar a su compañero.

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No muevas la cabeza. Esta es la obligación que debe cumplirse, si alguien quiere venir en pos de Mí.

Valeria dice:

–                       Hoy estás severo, Maestro.

–                       No. Soy Maestro y tengo ante mí a una creatura que puede crecer en la vida de la Gracia. Si no fueras lo que eres, te impondría menos. Pero tienes una buena disposición. Y el sufrimiento purifica… Templa siempre el metal. Valeria, un día te acordarás de Mí y me bendecirás, por haberme portado como ahora lo hago.

–                       Mi marido no volverá atrás.

–                       Pero tú irás adelante, llevando de la mano a la inocente y caminarás por el sendero de la justicia sin odio, ni venganzas. Y también sin inútiles esperas o reproches por lo que se perdió.

–                       ¡Sabes que lo tengo perdido!

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–                       Lo sé. Pero no tú. Él te ha perdido a ti… No te merecía. Escucha ahora… Es algo duro. Sí. Me has traído rosas y la inocente sonrisa de tu hijita para consolarme…

–                       Yo… Sólo puedo prepararte a que lleves la corona de espinas, de las esposas abandonadas.

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Pero reflexiona. Si pudiese retroceder el tiempo y llevarte a aquella mañana en que Faustina agonizaba. Y que tu corazón se encontrase en condiciones de escoger entre tu hija o tu marido. Y que debieras perder absolutamente a uno de los dos, ¿A quién habrías escogido?

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Valeria reflexiona. Palidece por lo que sufre. Por las lágrimas que ha derramado. Se inclina sobre la niñita que está sentada en el suelo y que juega poniendo las flores blancas alrededor de los pies de Jesús.

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La toma. La abraza y dice:

–                       Escogería a ésta. Porque a ella puedo darle mi corazón y educarla como he aprendido en la vida. ¡Mi hija! Y no separarnos ni en la otra vida… – la cubre de besos. Luego añade-  Dime. ¡Oh dime, Maestro! ¡Tú que enseñas a vivir como héroes! ¿Cómo debo educarla para que ambas estemos en tu Reino?

Jesús aconseja:

–                       Sé perfecta, para que se refleje tu perfección. Ama a Dios y al prójimo, para que aprenda a amar. Vive en la tierra, con tus cariños en Dios. Ella te imitará. El Padre Celestial proveerá a vuestras necesidades espirituales y creceréis en el amor. Esto es lo que hay que hacer.

En el amor de Dios, encontrarás frenos contra el Mal. En el amor al prójimo, tendrás una ayuda, contra el abatimiento de la soledad. Aprende a perdonar…Y también a ti misma… Y enseña lo mismo a tu hijita. ¿Comprendes lo que quiero decir?…

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–                       Comprendo… Es justo, Maestro. Me voy. Bendice a tu pobre discípula, que es más pobre que la mendiga que tiene un fiel marido…

–                       Hasta pronto, Valeria. Que el Dios Verdadero que buscas con buen corazón, te consuele y te proteja.

Jesús pone la mano sobre la cabeza de la niña y la bendice, al igual que a Valeria. Luego pregunta:

–                       ¿Viniste sola?

–                       No. Con una liberta. Mi carro me espera en el bosque, a la entrada del pueblo.  ¿Nos volveremos a ver Maestro?

–                       Para la Dedicación, estaré en el Templo de Jerusalén.

–                       Iré allá, Maestro. Tengo necesidad de tus palabras en mi nueva vida.

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–                       Vete tranquila. Dios no deja de ayudar a quién lo busca.

–                       Lo creo. ¡Oh, qué triste es nuestro mundo pagano!

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–                       La tristeza está en donde no está La Verdadera Vida en Dios. También en Israel se llora… Y es porque no se vive más en la Ley de Dios. Hasta pronto. La paz sea contigo.

Valeria se inclina y dice algo a la niña.

Ella levanta su carita, le tiende los brazos a Jesús y repite con su vocecita:

–                       ¡Ave Domine Jesús!

Jesús se inclina y recoge el besito que la niña le da. Nuevamente la bendice.

Y Valeria la toma de la mano y se van…

Jesús entra en la habitación y pensativo se sienta junto a las flores esparcidas por el suelo. Pasa el tiempo así y luego alguien llama a la puerta.

Jesús dice:

–                       Entra.

La puerta se abre y entra Pedro.

Jesús dice:

–                       ¿Eres tú? Ven.

Pedro contesta:

–                       No. Tú deberías venir con nosotros. Aquí hace frío… ¡Qué hermosas flores! ¡Y deben valer mucho!

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–                       Sí. Valen. Pero la manera como las ofrecieron, vale más que las flores. Me las trajo la niña de Valeria. La amiga romana de Claudia.

–                       ¡Lo sé!  ¡Lo sé!  ¿Y para qué?

–                       Para consolarme. Saben lo que sufro y Valeria tuvo una buena idea. Pensó que las flores de una inocente podrían consolarme…

Pedro dice admirado:

–                       ¡Una romana!… ¡Y nosotros los de Israel te causamos tanto dolor!… Judas tuvo razón en sospechar. Dijo que había visto un carro esperando y que sin duda era de alguna mujer romana… Y se puso muy nervioso…

La cara de Pedro es toda una interrogación…

Jesús pregunta:

–                       ¿Dónde está Judas?

–                       Afuera. Quiero decir, en el camino cerca del bosque. Quiere enterarse quién vino a verte…

–                       Bajemos.

Judas está ya en la cocina.

Se vuelve al ver a Jesús y dice:

–                       Aunque quisieras negarlo, no podrás menos e decir que esa mujer vino a… ¡Lamentarse alguna cosa! ¿No tienen algo más que decir? No tienen otra ocupación más que espiar y luego ir a contar… Y…

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Jesús dice:

–                       No estoy obligado a responderte, pero lo haré por consideración a todos. Simón Pedro sabe quién fue. Y a todos voy a decir a qué vino. Aún las personas aparentemente más felices, pueden tener necesidad de consuelo y de consejo… Andrés, ve a recoger las flores que me trajo la niña y llévaselas al pequeño Leví.

Andrés pregunta:

–                       ¿Por qué?

–                       Porque está agonizando.

Bartolomé dice admirado:

–                       ¿Agonizando? ¡Pero si a la hora de tercia lo vi y estaba sano!

–                       Estaba sano. Dentro de poco habrá muerto.

–                       Si está tan mal, poco gozará de las flores.

–                       Las flores que manda el Maestro, dirán una palabra luminosa en ese hogar aterrorizado.

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Jesús se sienta.

Los demás hablan de la fragilidad de la vida.

Elisa se pone el manto diciendo:

–                       Yo también voy con Andrés. ¡Pobre, mujer!

Y los dos se van.

Jesús sigue callado. También Judas. Jesús está silencioso, pero no severo…

Judas lo mira una y otra vez; aguijoneado por el ansia de saber. Por la zozobra atormentadora de quién no tiene paz en la conciencia. Encuentra la solución en llamar aparte a Pedro. Se calma. Luego va a molestar a Mateo, que quieto escribe en un rincón de la mesa.

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Andrés regresa corriendo…

Y dice jadeante:

–                       Maestro. El niño en verdad está agonizando. En la casa parecen locos. Cuando Elisa entró y dijo: ¡Las manda el Señor! Yo creía que entenderían que era para el féretro. Pero sus padres, juntos dijeron: ‘¡Oh! Es verdad. Él lo curará.’

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Jesús se levanta diciendo:

–                       La palabra de la   Fe. Vamos.

Y Jesús sale aprisa, seguido por todos los demás. Cuando llega a la casa y entra dando el saludo de la paz, los padres dejan al niño agonizante y se arrojan a sus pies, implorando piedad.

El niño como de cinco años, es víctima de una peritonitis fulminante y su cuerpo ya está pesado, pues la muerte ha entrado en él.

Jesús se acerca al lecho y dice:

–                       Leví. Ven a Mí.

El pequeño parece sacudirse. Algo así, como si alguien lo hubiese llamado con voz fuerte, mientras dormía. Se sienta sin fatiga. Se restriega los ojos y mira atónito a su alrededor y al ver a Jesús que lo mira sonriente, corre sin vacilar hacia Él.

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El milagro convierte la confusión anterior que estaba llena de angustia y en una fiesta de alabanza.

Los padres dicen agradecidos:

–                       ¡Lo salvaste! ¡Bendito seas para siempre! ¡Tus flores!..  Pero, ¿Cómo supiste? ¿Por qué no viniste? ¿Tenías miedo de que no te recibiéramos?

Jesús responde:

–                       No. Sabía que me recibiríais con amor. Pero entre los que están aquí, hay alguno que tenía necesidad de convencerse de que no ignoro nada de lo que pasa a los hombres.

Quise también que los demás comprendieran, que Dios responde siempre a quien lo invoca con fe. Quedaos en paz. La paz sea con vosotros.

Cuando regresan a la casa, los apóstoles suspiran.

Por fin Jesús podrá reposar…

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA,CONOCELA

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