Archivos diarios: 12/12/12

155.- PARRICIDIO

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Mientras tanto…

Jesús con Pedro y Judas Tadeo que van cargados de paquetes, caminan ligeros por un lugar lúgubre, pedregoso, en el lado occidental de la ciudad.

Tadeo dice:

–                       Podemos dar alguna cosa, con todo lo que hemos conseguido. Debe ser terrible vivir en esos sepulcros, en el invierno.

Pedro agrega:

–                       Estoy contento de haber ido a las casa de los libertos, para conseguir ayuda para los leprosos. ¡Pobres infelices! En estos días de fiesta, nadie se acuerda de ellos.

El lúgubre Valle de Innón, aparece con sus sepulcros de vivos. Y los dos apóstoles van llamando en voz alta…

Por las aberturas de las cuevas se dejan ver las caras de los leprosos.

Pedro dice:

–                       Somos los discípulos del Rabí Jesús.  Ahorita viene. Nos ha mandado a que os demos algo. ¿Cuántos sois?

Un hombre responde:

–                       Aquí siete. Hay tres más en la otra parte de en En Rogel…

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Pedro abre su envoltorio. Tadeo, el suyo. Hacen diez partes…

Pan, queso, mantequilla, aceitunas y aceite de oliva. ¿Y dónde poner el aceite que viene en una jarra?

Pedro grita.

–            ¡Uno de vosotros traiga un recipiente! Que lo ponga ahí sobre el peñasco. Os dividiréis el aceite, como hermanos que sois y en nombre del Maestro que predica el amor para con el prójimo.

Un leproso baja cojeando y se aproxima al peñasco. Pone un cacharro viejo y los mira mientras echan el aceite…

Y pregunta pasmado:

–                       ¿No tenéis miedo de que esté yo cerca de vosotros?

Y en realidad entre los apóstoles y el leproso lo único que hay, es el peñasco…

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Tadeo se yergue imponente:

–                       El único miedo que tenemos, es el de ofender a la caridad. Él nos ha mandado a socorreros, porque quién es del Mesías debe amar como Él ama…  Ojala que este aceite abra vuestro corazón y lo ilumine como si ya se hubiese encendido la lámpara de la Fe… El tiempo de la Gracia ha llegado para los que esperan en el Señor Jesús. Tened Fe en Él. Es el Mesías que salva cuerpos y almas. Todo lo puede, porque es Emmanuel…

El leproso, con su cacharro entre las manos, lo mira como fascinado y dice:

–                       Sé que Israel tiene su Mesías, porque de él hablan los peregrinos que vienen a buscarlo a la ciudad. Y nosotros oímos lo que dicen. Yo nunca lo he visto porque hace poco que he venido. ¿Decís que me curaría?…  Entre nosotros hay algunos que lo maldicen. Otros que no… No sé qué decidir

Tadeo pregunta:

–                       ¿Son buenos los que lo maldicen?

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El leproso responde:

–                       No. Son crueles y nos tratan  mal. Quieren los mejores lugares y las raciones más abundantes. No sabemos si vamos a quedarnos aquí…

–                       Tú mismo ves que quién da hospedaje al Infierno, es quien odia al Mesías.

–                       Porque el Infierno presiente que va a ser vencido por Él y por eso lo Odia.

–                       Pero te aseguro que hay que amarlo y con Fe; si quiere uno ser amado por el Altísimo, acá en la tierra y después.

–                       ¡Qué si quisiera alcanzar Gracia! Hace apenas dos años que me casé. Y tengo un niñito que no me conoce. Desde hace pocos meses soy leproso. ¿Lo veis?

En realidad tiene pocas manchas…

Tadeo agrega:

–                       Dirígete al Maestro con Fe. ¡Mira! ¡Allí viene! Llama a tus compañeros y regresa aquí. Pasará y te sanará.

El hombre corre llamando:

–                       ¡Urías! ¡Joab! ¡Adinah! ¡Y vosotros que no creéis! El señor viene a salvarnos…

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dos, tres cuerpos horrorosos se asoman. La mujer muy poco. Es un horror viviente… está llorando y habla, pero no se le puede entender nada. Porque su voz sale de algo que ya no tiene forma de boca. Ahora son dos maxilares  desnudas  de dientes. Descubiertas, horribles…

El hombre insiste:

–                       Te repito que me dijeron que te llamase. Que viene a curarnos.

La mujer dice con más claridad:

–                       ¡Yo no!… ¡Las otras veces no le he creído y ya no me escuchará! Además no puedo caminar… -está fatigada. Con los dedos sostiene sus trozos de labios para poder hablar claro.

Dos varones y el del cacharro dicen:

–                       Nosotros te llevamos Adinah.

Ella replica:

–                       ¡No! No… ¡He pecado demasiado!…  –y ella se queda dónde está.

Otros tres corren como pueden y con imperio dicen:

–                       Dadnos el aceite y luego os podéis ir con Belcebú si así os pluguiere.

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El del cacharro replica, tratando de defender lo único que tiene:

–                       ¡El aceite es para todos!

Pero los tres, violenta y cruelmente, le ganan y le arrebatan el cacharro.

Y el hombre se lamenta:

–                       ¡Ved! Siempre lo mismo. Un poco de aceite, después de tanto…

Los otros tres dicen:

–                       Pero el Maestro llega. Vamos a él. ¿No quieres venir Adinah?

Ella contesta:

–                       No me atrevo…

Los tres bajan al peñasco. Se paran a esperar a Jesús.

Y cuando Él llega, gritan:

–                       ¡Piedad de nosotros, Jesús de Israel!

–                       ¡Esperamos en Ti, Señor!

Jesús levanta su rostro. Los mira con sus ojos incomparables…

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Y pregunta:

–                       ¿Por qué queréis la salud?

Ellos contestan:

–                       Por nuestras familias.

–                       Por nosotros.

–                       Es horrible vivir aquí.

Jesús responde:

–                       No sois solo carne, hijos. Tenéis también alma y vale más que la carne. De ella, os deberíais ocupar. No pidáis solo vuestra curación por vuestras familias. Sino para que conozcáis la Palabra de Dios y viváis para comprender su Reino. ¿Sois justos? Obrad más santamente. ¿Sois pecadores? Pedid tiempo para que podáis reparar el mal hecho…

¿Dónde está la mujer? ¿Por qué no viene? No tiene el valor de ver el Rostro del Hijo del Hombre. ¿Ella, que no temió encontrarse con el rostro de Dios cuando pecaba? Id a decirle que mucho le ha sido perdonado; por el arrepentimiento y resignación. Y que el Eterno me ha traído para absolver a los que se han arrepentido de su pasado.

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Un leproso dice:

–                       Maestro. Adinah no puede caminar.

Jesús ordena:

–                       Id a ayudarla a que baje aquí y que traiga otro jarro. Os daremos más aceite…

Mientras los leprosos van a buscar a la mujer…

Pedro dice en voz baja:

–                       Señor. Apenas si alcanza para los otros…

–                       Habrá para todos. Ten fe. Para tí será más fácil creer en esto. Que no que estos miserables crean que su cuerpo pueda volver a ser como antes.

Mientras tanto, allá abajo hay pleito con los leprosos malos, al repartirse la comida…

Y la mujer es traída en brazos…

Ella gime cómo puede:

–                       ¡Perdón por el pasado!  ¡Perdón por no haber pedido perdón las otras veces! ¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!

La ponen en el peñasco, junto con una cacerola toda abollada.

Jesús pregunta:

–                     ¿Qué creéis que sea más fácil? ¿Hacer que aumente el aceite o hacer que brote la carne donde la lepra se la comió?

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Un silencio.

Luego la mujer responde:

–                       El aceite. Pero también la carne; porque Tú puedes todo. También puedes devolverme el corazón de mis años mozos. ¡Creo, Señor Jesús!

¡Oh! ¡La sonrisa divina! Es como una luz dulce, suave, gozosa y que se difuminara. Está en los ojos, en los labios, en la voz:

–                       Por tu Fe, estás curada y perdonada. También vosotros. Tomad este aceite y alimentos para restableceros. Id a ver el sacerdote como está prescrito. Mañana cuando amanezca os traeré vestidos y podréis salir. ¡Ea! ¡Alabad al Señor! ¡Ya no sois más leprosos!…

Sucede entonces que los cuatro, que habían estado mirando fijamente al Señor, se miran y gritan sorprendidos. La enfermedad ha desaparecido y sus cuerpos están sanos completamente…

La mujer quisiera erguirse, pero está demasiado desnuda para hacerlo.  Sus harapos se le caen y su cuerpo está más desnudo que cubierto. Semi-escondida por el peñasco. Llevada del pudor no solo para con Jesús, sino para con sus compañeros, llora sin freno diciendo:

–                       ¡Bendito seas! ¡Bendito seas! ¡Bendito seas!…

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Y sus bendiciones se mezclan con las horribles blasfemias de los tres leprosos malos; que se han enfurecido al ver curados a los otros. Suciedades y piedras vuelan por el aire.

Jesús dice:

–                       No podéis quedaros aquí. Venid conmigo. No os pasará nada. Mirad. Por el camino no viene nadie. Mirad. Es la hora de sexta, (12.00 p.m.) que hace que todos se reúnan en casa. Iréis con los otros leprosos hasta mañana. No temáis. Seguidme. Ten mujer.  –y le da su manto para que se cubra.

Los cuatro. Un poco atemorizados. Un poco sin saber qué hacer…  Lo siguen como cuatro corderitos. Se dirigen hacia Siloán, triste y célebre lugar de leprosos.

Jesús se detiene sobre el borde y dice:

–                       Subid a decirles que mañana temprano estaré aquí. Id a hacer fiesta con ellos, hablando del Maestro y de la Buena Nueva.

Ordena que les den toda la comida que tienen y los bendice antes de despedirse de ellos.

–                       Vámonos. Pasa ya la sexta.  –dice Jesús volviéndose para regresar por el camino inferior que lleva a Bethania.

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De pronto se oye un grito:

–                       Jesús, Hijo de David, ten piedad también de nosotros.

Pedro advierte:

–                       No esperaron al alba…

Jesús dice:

–                       Vamos a donde están. Son tan pocas las horas en las que puedo hacer el bien, sin que quien me odia turbe la paz de los que reciben el favor.

Y Jesús se regresa con la cabeza levantada hacia los leprosos que lo invocan con fervor y esperanza.

Extiende sus brazos y dice:

–                       ¡Hágase como queréis! No olvidéis de vivir según los caminos del Señor.

Los bendice, mientras que la lepra desaparece de sus cuerpos; como si fuera una capa de nieve que se derrite a los rayos del sol.

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Jesús se va de prisa, seguido por las bendiciones de los curados; que desde su lugar extienden los brazos como si quisieran abrazarlo.

Vuelven al camino que lleva a Bethania, que sigue la corriente que lleva al Cedrón y que da una vuelta muy pronunciada… Y al recorrerla…   Ven que ligero camina Judas de Keriot.

Tadeo es el primero en verlo y exclama:

–                       Pero, ¡Si es Judas!

Pedro grita:

–                       ¿Por qué anda aquí y solo?… ¡Oye, Judas!…

Judas se vuelve al punto. Está pálido y verduzco…

Pedro le dice:

–                       ¡Pareces un demonio color lechuga!

Y Jesús pregunta al mismo tiempo:

–                       ¿Qué haces aquí, Judas? ¿Por qué dejaste a tus compañeros?

Judas toma el control de sí y responde:

–                       Estaba con ellos. Encontré alguien que me trajo noticias de mi madre. Mira… -se busca en la faja… se pega en la frente con la mano- Lo dejé en su casa. Quería que leyeras la carta. O tal vez la perdí en el camino… No está muy bien. Mejor dicho, está mal. Pero ved ahí a los compañeros… que están esperando. Ya te vieron, Maestro. No sé dónde estoy…

Jesús lo mira atravesándolo y contesta

–                       Lo comprendo.

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–                       Maestro. Aquí tienes las bolsas. Hice dos, para no llamar la atención. Caminaba solo…

Los apóstoles, Bartolomé, Felipe, Mateo, Simón, Santiago de Zebedeo,  se sienten un poco perplejos. Se acercan francos a Jesús, admitiendo que cometieron un error.

Jesús los mira y dice:

–                       No volváis a hacerlo. No está bien que os dividáis. Si digo que no lo hagáis, es porque tenéis necesidad de ayudaros mutuamente. No sois demasiado fuertes, para hacer algo por vosotros solos. Unidos, el uno frena y el otro sostiene. Divididos…

Bartolomé dice humilde y francamente:

–                       Fui yo, Maestro. El que aconsejó que nos dividiéramos. Judas se fue por justas razones y pensamos que no estaba bien llegar sin él. Perdóname, Señor.

–                       Os perdono. Pero os repito que no lo volváis a hacer. Pensad que el obedecer, por lo menos libra de un pecado: el de persuadirse de que uno es capaz de hacer algo por sí. No sabéis como el Demonio ronda a vuestro alrededor para espiar cualquier ocasión, con tal de haceros pecar. De hacer daño a vuestro Maestro, que es muy perseguido.

Son tiempos muy difíciles para Mí y para la sociedad que he venido a formar. De modo que es necesario mucho cuidado. Para que no sea, no digo ya herida y exterminada; porque no lo será jamás… Sino hasta el fin de los siglos en que dejará de existir, ensuciada de fango.

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      Los adversarios os miran con toda atención. No os pierden de vista y también pesan todas mis palabras, todas mis acciones. Y esto para tener con qué denigrarme. Si os ven peleadores, si os ven divididos; imperfectos en algo, aunque no sea de gran monta. Recopilan, unen lo que hicisteis y os lo lanzarán como fango; como una acusación contra Mí y mi Iglesia que se está formando.

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¡Lo estáis viendo! No os reprocho nada, pero sí os aconsejo para vuestro bien. ¡Oh! ¿No sabéis amigos míos que se aprovecharán, aún de las cosas mejores y las presentarán para poder acusarme con cierta apariencia de justicia? Procurad ser más obedientes y más prudentes en lo porvenir.

Los apóstoles están conmovidos con la dulzura de Jesús.

Judas de Keriot,  continúa cambiando de colores. Se queda abatido un poco detrás de todos, hasta que…

Pedro le pregunta:

–                       ¿Qué haces ahí? No cometiste un error más grande que los demás. Vente pues, con todos.  –y lo obliga a obedecer.

Han caminado ya un buen trecho cuando Bartolomé envuelto en su manto, nota que Jesús no trae el suyo.

Pregunta:

–                       ¿Maestro, qué has hecho con tu manto?

–                       Lo dí a una leprosa. Hemos curado y consolado a siete leprosos.

Zelote dice:

–                       Tendrás frío. Toma el mío. Me acostumbré a los helados sepulcros, cuando el frío del invierno soplaba.

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–                       No Simón. Mira, allá está Bethania. Pronto estaremos en casa. De veras que no tengo frío. Tengo tanto gusto en el corazón, que me calienta más que un grueso manto.

Tadeo dice:

–                       Hermano mío, nos das algo que no tuvimos. Nosotros no los curamos. Tú fuiste y tú los consolaste.

–                       Vosotros preparasteis su corazón para creer en el milagro. Por esto conmigo y como Yo, habéis ayudado a curar y consolar. ¡Si supieseis cuanto disfruto al asociaros a Mí, en todas mis cosas! ¿No os acordáis de las palabras de Juan de Zacarías, mi primo: “Es necesario que Él crezca y que yo empequeñezca”

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Lo decía con toda razón porque cualquier hombre por grande que sea, digamos Moisés o Elías; debe desaparecer como la estrellas ante los rayos del sol, ante El que ha venido de parte del Padre Santísimo.

También Yo, fundador de una sociedad que durará lo que duren los siglos y que será santa como lo es su Fundador y Cabeza. De una sociedad que hará mis veces y será una sola conmigo, así como los miembros y el cuerpo del hombre son una sola cosa con la cabeza que lo dirige, debo decir: “Es necesario que ese cuerpo brille y que Yo me ofusque.”

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     Vosotros seréis mis continuadores. Dentro de poco no estaré más entre vosotros materialmente, para dirigiros acá en la tierra… Estaré espiritualmente con vosotros siempre…    

Y vuestras almas sentirán mi Espíritu, recibirán mi Luz. Vosotros tendréis que aparecer en primera línea, entretanto que Yo regresaré al lugar de donde he venido. Por eso os vengo preparando gradualmente, para que seáis los primeros en salir. Algunas veces me hacéis la observación de que ‘Antes nos mandabas’ Había necesidad de que fuerais conocidos.

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Ahora que lo sois, que para este pedazo de tierra sois ya los apóstoles; os tengo siempre unidos a Mí, participantes de todas mis acciones de modo que el mundo pueda decir:  “Los ha hecho socios en las obras que realiza, porque después de Él, seguirán siendo su continuación.”

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verdad amigos míos. Debéis avanzar cada vez más. Iluminaros, ser mi continuación, ser Yo; mientras que cual una madre que lentamente deja de sostener a su hijo que ha aprendido a caminar, me retiro… El traspaso de Mí a vosotros no debe ser violento… Los pequeños de la grey, los humildes fieles podrían asustarse.

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Yo los paso con toda suavidad de Mí a vosotros, para que no se sientan solos ni por un momento. Amadlos mucho, como Yo los amo. Amadlos en recuerdo mío, como Yo los he amado…

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Jesús calla y se queda absorto en sus pensamientos…

Luego Judas le dice

–                       Maestro, supe que Lázaro está muy grave…

Jesús contesta:

–                       Lo sé. Por eso no quería alejarme sin saludarlo una vez más.

Iscariote dice:

–                       ¿Pero por qué no lo curas? Sería muy justo. A tus mejores siervos los dejas morir. No comprendo…

–                       No hay necesidad de que lo comprendas antes de tiempo.

–                     No la habrá. Dices bien. Pero, ¿Sabes qué cosa dicen tus enemigos? Que curas cuando puedes, no cuando quieres. Que proteges cuando puedes… ¿No sabes que el viejo de Tecua ya murió? ¿Y qué lo mataron?…  

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Todos preguntan sorprendidos:

–                       ¿Muerto?

–                       ¿Quién?

–                       ¿Eliana?

–                       ¿Cómo?

Pedro pregunta:

–                       ¿Y cómo lo sabes tú?

Judas contesta:

–                       Por casualidad lo supe hace poco, en la casa donde estuve.  Dios sabe que no miento. Parece que fue un ladrón disfrazado de mercader y que en vez de pagar el lugar lo mató…

Varios exclaman:

–                       ¡Pobre viejo!

–                       ¡Qué vida tan infeliz!

–                       ¡Qué muerte tan triste!

–                       ¿No dices nada, Maestro?

Jesús dice:

–                       No tengo nada que añadir, fuera de que el anciano sirvió al Mesías hasta su muerte.  ¡Así fuera el final de todos!

Pedro pregunta a Tadeo:

–                       Respóndeme, hijo  de Alfeo: pero no será como tú afirmabas, ¿O sí?

Tadeo contesta:

–                       Puede ser. Un hijo, por odio a su padre y por añadidura, por odio de esta clase, puede ser capaz de todo. –se vuelve a Jesús y dice-   Hermano mío, muy verídicas son tus palabras: “Y el hermano se levantará contra su hermano y el padre contra sus hijos.”

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Jesús confirma:

–                       Y quién hiciere así, creerá haber servido a Dios. Ojos ciegos, corazones endurecidos, espíritus sin luz. Y con todo, los deberéis amar…

Felipe exclama:

–                       Pero, ¿Cómo vamos a amar a quién nos trate así? Ya será bastante si no reaccionamos. Y si soportamos con resignación sus hechos…

–                       Yo os daré un ejemplo que os enseñará… A su tiempo y si me amareis, haréis lo que Yo haré…

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

154.- EL ESCLAVO DE TODOS

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Los primeros rayos del sol, iluminan las cúpulas de oro del Templo de Jerusalén. Jesús avanza con paso largo, bajo los olivos del bosque que cubre el Monte. Está a punto de llegar a las murallas cuando lo alcanza corriendo Judas de Keriot.

Jesús se detiene y…

Judas dice jadeante:

–                       ¡Maestro! Hice bien en venir a buscarte. ¿Te ibas sin mí?

Jesús contesta:

–                       El alba ha despuntado. Voy a la Puerta de Herodes.

–                       Eso dijiste a todos los demás. Nosotros estuvimos juntos.

Jesús está muy serio:

–                       ¿Juntos?

–                       Es la verdad. Salimos juntos. Así lo quisiste. Luego preferiste ir solo a orar. Yo estaba dispuesto a ir contigo.

–                       En Nobe diste claras señales de que no querías pasar la noche en Oración con tu Maestro. Y no quise forzar tu voluntad. De nada hubiera servido…  El bien hay que hacerlo espontáneamente para que tenga perfume y sea fecundo. De otro modo no es sino una… pantomima y algunas veces peor.

–                       Pero yo… ¿Por qué estás como enojado conmigo desde hace algunos días? ¿No me amas ya?

–                       Con mayor razón te lo podría preguntar: ¿No me amas ya?…  Pero no te lo pregunto, porque también esta pregunta sería inútil y Yo no hago cosas inútiles.

–                       Bueno, entiendo… ¡Porque sabes muy bien que Yo te amo!

–                       Quisiera saberlo, Judas de Keriot. Quisiera poder decirte: ‘Sé que me amas.’ Pero como nunca hago cosas inútiles, tampoco digo palabras falsas. Por esto no te digo que sé que me amas.

–                       Pero, ¡Cómo Maestro! ¿Qué no te amo? ¿No trabajo por Ti? ¿Puedes dudarlo? Esto me aflige. ¿Yo que apenas veo que una cosa te aflige, no la hago más y estoy atento para no repetirla? Mira comprendí que te desagradaba que yo… saliese de noche. No he salido más.

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Comprendí que te fastidiaban a más no poder las discusiones de tus enemigos. Fui, sin preocuparme de las injurias que me dijeron, a decirles que no se repitiesen. Y tú mismo ves que nadie te ha molestado. Y espero que ni siquiera en el Templo. No eres justo Maestro, con el pobre Judas.

–                       Eres el primero de entre los que me siguen, que me reprocha de injusto.

–                       ¡Oh, perdón! Tus palabras, tu seriedad, me causan tanto dolor. Que no soy capaz de reflexionar. Me enloquece, créelo. ¡Ea, paz mía! Hagamos las paces entre nosotros. Quiero estar contigo, como si estuviese unido a Ti. Juntos siempre.

–                       Un tiempo lo estuvimos. Pero dime Judas, ¿Ahora cuando lo estamos?

–                       ¿Te refieres a aquella noche? O ¿Cuándo no fui contigo a Betabara? Tú sabes por qué no fui a dónde estabas. Por bien tuyo…

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Y aquella noche… De vez en cuando requiero un poco de diversión… ¡Soy joven, Señor!…

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Pero fuera de esos momentos en que confieso haber cometido un gran error, no cabe duda de que siempre he estado junto a Ti.

–                       No me refiero a la proximidad corporal. Sino a la espiritual, a la de pensamiento y corazón, Judas. Tú estás lejos de tu Salvador y cada vez te alejas más.

–                       ¡Lo que me esperaba! ¡Para mí han de ser los regaños!…  Y mira con qué humildad los recibo. Te dije: ‘¡Despáchame!’ Y me has tenido contigo… ¿Ahora qué quieres de mí?

–                       ¡Qué qué quiero! Quisiera no haberme hecho Hombre, inútilmente por ti. Es lo que quisiera. Pero tú perteneces ya a otro amo; de otra nación. Hablas una lengua diferente… ¡Oh! ¿Qué puedo hacer, Padre mío; para limpiar el templo profanado de este hijo tuyo y hermano mío?

Jesús llora y su rostro está sumamente pálido. Se adelanta con la cabeza inclinada. Abrumado por el dolor que lo ahoga…

Judas a su espalda hace un gesto de burla, de amenaza; de un cruel juramento… Su cara que venía enmascarada con una hipócrita dulzura y humildad, sufre una transformación demoníaca. Se hace angulosa… Dura. Brutal. Cruel.

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Por unos momentos es como si reflejara a Satanás y su expresión es un Odio que no es humano. Y que se ve muy claro en sus pupilas. Y su fuego de odio extremo, converge sobre Jesús.

Alza los hombros con desprecio y pisa fuerte. Y una clara determinación se ve en todos sus movimientos…

Han llegado a la Puerta de Herodes.

La ciudad con sus murallas está cerca. La gente se amontona a sus puertas. Forasteros, campesinos, peregrinos y lugareños. Entre ellos están los Once, que al ver al Maestro, le vienen al encuentro.

Felipe dice:

–                       Maestro mientras te esperábamos, vino un hombre a buscarte. Dijo que te ruega Valeria, que vayas a la sinagoga de los libertos romanos. Que no dejes de ir. Te espera.

Jesús responde:

–                       Está bien. Iremos. Pero antes iremos a la casa de José de Séforis, porque mis vestidos están sucios…

Pedro pregunta

–                       ¿Dónde dormiste, Señor?

–                       En ningún lugar Simón. Oré en el monte. La tierra estaba húmeda y lodosa. Míralo… -Y muestra su vestido manchado.

–                       Está haciendo mucho frío. ¿Para qué oras al descubierto? Te podría hacer daño…

–                       Los elementos no hacen mal al Hijo del Hombre. Las cosas de Dios son buenas. Son los hombres los que odian al Hombre.

Pedro lanza un suspiro…

Van a la casa del Galileo. Los demás los siguen.

Más tarde…

La sinagoga de los romanos se encuentra en la parte opuesta del Templo, cerca del Hípico. Mucha gente está esperando a Jesús. Cuando apenas se le ve por la calle, lo señalan y las mujeres corren a su encuentro.

Jesús viene con Pedro y Tadeo.

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Valeria lo saluda:

–                       Salve Maestro. Te doy las gracias por haberme escuchado. ¿Entras ahora en la ciudad?

Jesús contesta:

–                       No. Desde hora temprana  estoy en ella. Fui ya al Templo.

–                       ¿Al Templo? ¿No te ofendieron?

–                       No. Era muy temprano y nadie me esperaba.

–                       Te mandé llamar por eso. Y también porque aquí hay muchos gentiles que quieren oírte hablar. Hace días que van al Templo a esperarte, pero se burlan de ellos y hasta los amenazan…También ayer estuve allí y comprendí que te esperan para ofenderte. Despaché mensajeros a todas las puertas para que te avisaran…

–                       Te lo agradezco. Pero Yo Rabí de Israel, no puedo subir al Templo. Entremos a la sinagoga.

El sinagogo de pie en el umbral, se inclina y se presenta:

–                       Matatías, Maestro. A Ti alabanza y bendiciones.

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Jesús contesta:

–                       La paz sea contigo.

–                       Entra. Cierro la puerta, para estar tranquilos. Tanto es el Odio, que los tabiques son ojos y las piedras orejas, para observarte y denunciarte.

Y camina llevándolo a través del Patio, para entrar a la sinagoga.

Jesús dice:

–                       Matatías, curemos primero a los enfermos. Su fe es digna de su premio.

Y pasa con ellos imponiéndoles las manos y sanando.

Los milagros llenan de alegría y alabanzas el lugar… Y los corazones de Fe. Consuela a una viuda con la esperanza de su reunión con su esposo en el Cielo y ella le contesta:

–                       Me has consolado, Señor. Viviré cómo has dicho. Sé bendito y contigo tu Padre, para siempre.

El sinagogo,  mientras Jesús trata de avanzar, pregunta:

–                       ¿Puedo hacerte una objeción sin que por esto sea una ofensa?

–                       Habla. Estoy aquí como Maestro para dar sabiduría a quien me pregunte.

–                       Dijiste que algunos pronto serán gloriosos en el Cielo. ¿Acaso no está cerrado? ¿Acaso no están los justos en el Limbo, en espera de entrar en el Cielo?

–                       Así es. El Cielo está cerrado y lo estará hasta que el Redentor lo abra. Pero su hora ha llegado. En verdad te digo que el Día de la Redención, ya alborea en el Oriente y pronto estará en el cenit. En verdad, en verdad te digo que ya estoy  forzando las puertas; al estar ya casi sobre la cumbre del monte de mi Sacrificio…

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Este ya me empuja sobre las Puertas del Cielo, porque ya está en movimiento. Cuando se cumpla, recuérdalo… Se abrirán las Puertas Celestiales, porque Yeové ya no estará presente con su Gloria en el Debir. (‘El Santo de los santos’ que estaba en la parte más sagrada del Templo de Jerusalén) E inútil será poner un Velo entre el Incognoscible y los mortales, pues Dios habrá abandonado su Templo.

El sinagogo se queda reflexionando en esta sorprendente revelación y…

Jesús concluye:

–                       Dios Hablará. Dios Obrará. Dios vivirá. Dios se descubrirá  a los corazones de sus fieles con Naturaleza Incognoscible y Perfecta. Los hombres amarán al Dios-Hombre y Él los amará…

Luego pasa a la sinagoga y habla sobre la parábola de los trabajadores de la viña…

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Cuando termina, los gentiles le preguntan:

–                       ¡Oh, Señor! Dinos cómo podremos encontrarte para seguirte. Somos gentiles y no conocemos tu Ley. No tenemos tiempo para quedarnos aquí y seguirte ahora.  ¿Cómo haremos para alcanzar la virtud que nos haga merecedores de conocer a Dios?

En la sonrisa de Jesús hay luz, hay felicidad al ver sus conquistas entre los paganos. Pone sus manos sobre los hombros de Pedro y Tadeo…

Y con toda dulzura responde:

–                       No os preocupéis. Éstos os llevarán mi Doctrina. Pero mientras no lleguen, tened como norma las siguientes palabras que compendian mi Ley de Salvación:

Amad a Dios con todo vuestro corazón. Amad a las autoridades, a vuestros padres, amigos, criados. Aún a los enemigos, como os amáis vosotros mismos. Y para estar seguros de no pecar. Antes de hacer algo; bien sea mandado, bien porque lo queráis… Preguntaos: “¿Me gustaría que esto que voy a hacer, otro me lo hiciera?”  Y si no os gustare, no lo hagáis…  

Con estas sencillas líneas podéis trazaros el camino por el que llegaréis a Dios y Él a vosotros.  Con esta regla, seréis buenos hijos y buenos padres; buenos maridos, buenos hermanos. Honrados comerciantes y amigos. Por lo tanto seréis virtuosos y Dios vendrá a vosotros. Perdonad y seréis semejantes al Padre y Él os reconocerá como hijos suyos. Haced el bien a quién os haya hecho el mal y  Dios te llamará santo.

DIOS PADRE CREADOR

Ahora dejadme ir. Tengo otros que me esperan. Adiós Valeria. No temas por Mí. Aún no ha llegado mi hora. Cuando llegue, ni siquiera todos los ejércitos del César, podrían formar una valla contra mis adversarios.

Valeria contesta:

–                       Salve Maestro. Ruega por mí.

–                       Para que la Paz se posesione de ti. Adiós. La paz sea con todos.

Y con un gesto de saludo y bendición se retira del lugar…

Al día siguiente…

Los apóstoles y los discípulos van caminando muy despacio, cerca de las murallas de Jerusalén.

Judas viene detrás de todos, haciendo de orador a un pequeño grupo de discípulos llenos de buena voluntad.

Unos judíos que siguen al grupo, pero sin mezclarse con él, lo llaman por su nombre. La segunda vez, Judas mueve los hombros, pero no voltea. Pero a la tercera, lo tiene que hacer; porque uno de ellos se acerca y lo toma del brazo, obligándolo a detenerse.

Y le dice:

–                       Ven aquí por un momento. Tenemos que hablarte.

Judas responde seco:

–                       No tengo tiempo, ni puedo.

Andrés, que está junto a él, le dice:

–                       Ve. Ve. Te esperamos…  Mientras que no veamos a Tomás, no podemos dejar la ciudad.

–                       Está bien. Seguid. Pronto os alcanzo.  –dice Judas sin ganas de hacer lo que se le pide.

Cuando se queda solo, pregunta al que lo importunó:

–                       ¡Qué! ¿Qué se te ofrece? ¿Qué queréis? ¿No podéis dejar de molestarme?

El hombre le dice:

–                       ¡Oh, qué importancia te das! Pero cuando te llamamos para darte dinero, entonces sí que no te molestamos. ¡Eres un pedante! Pero hay alguien que te puede bajar los humos… ¡Recuérdalo!

–                       Soy libre y…

–                       No. No lo eres. Libre es al que de ningún modo podemos hacer esclavo. Y tú sabes su Nombre… ¡Tú! ¡Tú eres esclavo de todo y de todos!…  Y en primer lugar de tu orgullo. En pocas palabras, si no vienes antes de la hora sexta, (12.00 P.M.) a la casa de Caifás. ¡Ya te puedes componer! ¡Ay de ti!

TORRE

Es un ¡Ay! verdaderamente milagroso…

Judas ofrece:

–                       Está bien. Iré. Pero será mejor que me dejéis en paz si queréis…

–                       ¿Qué cosa? No haces más que prometer; pero en la realidad… nada.

Judas se desprende de un tirón del que lo tenía asido de la manga y al correr dice:

–                       Hablaré cuando esté allí.

Alcanza a los de su grupo. Y durante todo el tiempo,  está pensativo y de mal humor.

Andrés, preocupado le pregunta:

–                       ¿Malas noticias? ¿No? ¡Eh! Tal vez tu madre…

Judas, que al principio o miró mal y dispuesto a darle una dura respuesta… Lo piensa mejor y…

Judas cortésmente responde:

–                       Es verdad. Pocas buenas noticias. ¿Sabes? La estación… Ahora he recordado una orden del Maestro. Si ese hombre no me hubiera detenido, me habría olvidado hasta de ella. Me recordó el lugar donde vive y recordé el encargo. Bueno, cuando vaya al encargo, iré también  la casa de ese hombre. Y me enteraré mejor…

Andrés es sencillo y honrado, está muy lejos de sospechar que su compañero pueda mentir…

Le dice afanoso:

–                       Vete. Vete al punto. Lo diré a los demás. ¡Vete! ¡Vete! Y quítate esa ansiedad…

–                       No, no. Debo esperar a Tomás. Por lo del dinero, tú sabes. Un rato más o menos… Qué más da.

Los demás, que habían parado a esperarlos, los ven venir. Y cuando los alcanzan…

Andrés dice preocupado:

–                       Judas ha tenido malas noticias.

Judas reafirma:

–                       Es verdad. Pero cuando vaya al encargo, me enteraré mejor…

Bartolomé pregunta.

–                       ¿De qué cosa?

Juan dice al mismo tiempo:

–                       ¡Ved a Tomás que viene corriendo!

Y esto sirve para que Judas no responda.

Tomás dice agitado:

–                       ¿Os hice esperar mucho? Es que quise hacerlo bien… Vendí todo y lo logré. Mirad qué bonita bolsa, para los pobres. El maestro estará contento.

Santiago de Alfeo confirma:

–                       La necesitábamos. No teníamos ni siquiera un céntimo que dar a los pobres.

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Iscariote tiende la mano hacia Tomás y demanda:

–                       ¡Dámela!

Tomás objeta:

–                       Jesús me encargó lo de la venta. Y tengo que entregarle el dinero en sus manos.

–                       Le dirás lo que valió. Ahora dámela que tengo prisa de irme.

–                       No. No te la puedo dar. Jesús me dijo cuando íbamos por el Sixto: “Luego me das el dinero”  Y así lo voy a hacer.

–                       ¿De qué tienes miedo? ¿De qué tome algo o de que te quite el mérito de la venta? En Jericó también vendí y bien… Hace años que soy el encargado del dinero. Es mi derecho.

–                       ¡Oh!… ¡Oye, si quieres pelear por esto, tenla! Cumplí con mi encargo y lo demás no me preocupa. Tenla, tenla… ¡Hay cosas mucho más hermosas que esto!…

Y Tomás le entrega la bolsa a Judas.

Felipe objeta:

–                       Bueno… si el Maestro ha dicho…

Santiago de Zebedeo sugiere:

–                       Vámonos ahora que estamos todos juntos. El Maestro ordenó que estuviésemos en Bethania antes de Sexta. Apenas si alcanza el tiempo…

Judas declara:

–                       Entonces os dejo. Adelantaos. Voy y regreso.

Mateo objeta:

–                       ¡No! Después. Él dijo muy claro: ‘Estad. todos juntos.’

–                       Todos vosotros juntos. Pero yo tengo que irme. Ahora que tuve noticias de mi madre…

Juan dice con tono conciliador:

–                       La cosa se puede interpretar así. Sobre todo si tiene órdenes que no sepamos.

Menos Andrés y Juan, todos los demás no quieren que Judas se vaya.

Al fin ceden diciendo:

–                       Está bien.

–                       Vete.

–                       Pero date prisa y sé prudente…

Bartolomé propone:

–                       Nos dividiremos es dos grupos y nos pondremos a esperar a Judas. Unos en la parte inferior. Otros en la alta. Los más ligeros en la inferior. Y así llegaremos juntos.

Se acepta la proposición y Judas parte por un vericueto que lleva al Monte Sión. Y corre como venado perseguido por los cazadores…

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Lleva un aire lleno de sospecha. Y de vez en cuando se voltea como asustado. Tiene miedo de que alguien lo siga. Atraviesa como un viento cerca del acueducto, hasta una colina al otro lado del valle.

Más allá de las murallas, hay una enorme casa entre los olivos. La más bella en toda la colina. Hecha una mirada a su alrededor…  Y cuando no ve nada que lo perturbe, sonríe. Se arregla las vestiduras y empieza a subir despacio, para no sofocarse. Piensa… Su semblante se oscurece más.

Habla consigo mismo en voz baja.  Se detiene y saca la bolsa del dinero, la mira… Y reparte todo en varios bolsillos de su vestidura, para que no se note. Llega a través de un sendero arenoso entre los olivos hasta una puerta y llama.

Le  abren y lo conducen hasta una amplia sala semicircular, donde están reunidos los poderosos del Sanedrín.

Se encuentra con la cara socarrona de Caifás. La del ultra fariseo Elquías. La de garduña del sinedrista Félix. Junto con la viperina de Simón Boeto. También están Doras, Cornelio y Tolmai. Los escribas, Sadoc y Cananías, apergaminado en años; pero como si fuera un joven perverso, fuerte en el mal. Colascebona el Anciano, Nathanael ben Fabi. Doro, José y Joaquín.

Caifás ha dicho todos estos nombres como citando un listado de jueces y concluye:

–                       … Estamos reunidos aquí para juzgarte.

Judas los mira con una expresión muy rara… Mezcla de miedo, odio, violencia. Pero calla. No hace gala de su acostumbrada altivez.

Lo rodean burlones y cada uno lanza una invectiva…

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Elquías reclama:

–                       Bueno, ¿Y qué has hecho con el dinero?

Félix:

–                       ¿Qué cosa nos dices, sabio hombre que todo lo puedes?

Colascebona el anciano:

–                       Habla pronto y bien. ¿Dónde está tu trabajo?

Cananías:

–                       Eres mentiroso. Charlatán y bueno para nada. ¿Dónde está la mujer? ¿Ni siquiera te quedaste con ella?…

Doro:

–                       Y así en lugar de servirnos, le sirves a Él. ¿No es verdad?

Tolmé:

–                       ¿Es así como nos ayudas?

Son cargos pletóricos de ira, de amenaza. Son gritos de reproche y frustración…

Judas los deja que se desgañiten.

Cuando se quedan sin aliento, habla:

–                       Hice lo que pude. ¿Qué culpa tengo si es un hombre al que nadie puede hacer pecar? Dijisteis qué queréis conocer su virtud. Os he demostrado que no peca. Por esto os ayudé…. ¿Lograsteis algo? ¿Lo pusisteis en la silla del acusado? No. De cada tentativa vuestra de hacerlo aparecer como pecador. De que caiga en la trampa; ha salido más victorioso que antes…

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 Entonces, si no lo habéis logrado pese a vuestro odio, ¿Debía lograrlo yo que no lo odio? ¿Qué soy un imbécil por seguir a un pobre Inocente, demasiado santo para poder ser rey? ¿Y un Rey que destruya a sus enemigos?…

¿Qué mal me ha hecho para que yo se lo haga? Hablo así, porque creo que lo odiáis tanto, qué queréis verlo muerto.

No puedo persuadirme de que queráis solo convencer al Pueblo de que es un loco. Y persuadirnos a nosotros y a Él, de que le tenéis compasión…  Sois demasiado venenosos conmigo.

Y estáis demasiado enfurecidos por verlo tan superior al Mal, para que yo lo pueda creer. Me habéis preguntado que qué hice de vuestro dinero. Lo empleé en lo que sabéis. Tuve que gastar y gastar mucho dinero para convencer a la mujer… No lo logré con la primera y…

Cananías explota:

–                       ¡Cállate la boca! Nada de eso es verdad. Esa estaba loca por Él y no cabe duda de que fue inmediatamente. Tú mismo dijiste que ella te lo había confesado cuando estuviste con ella… Eres un ladrón… ¡Quién sabe para qué usaste nuestro dinero!

Judas replica:

–                       Para arruinarme el alma. ¡Asesinos de un alma! Para convertirme en un fraudulento. En uno que no tiene paz. En uno que sabe que sospechan de él, tanto Jesús como los compañeros. Tenedlo presente. Él me ha descubierto…  ¡Oh! ¡Si me hubiera arrojado!..  Pero no lo ha hecho, no. ¡Me defiende! ¡Me protege! ¡Me ama!… ¡Vuestro dinero! Pero, ¡Oh, Dios!… ¿Por qué tomé el primer céntimo?…

Nathanael ben Faba, dice:

–                       Porque eres un malvado. Entre tanto te lo chupaste y ahora gimoteas por habértelo acabado. ¡Vil habías de ser! Y ahora nada se ha logrado. Las multitudes aumentan a su alrededor. Y cada vez se sienten más atraídas. Nuestra ruina se aproxima y ¡Eso por culpa tuya! 

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–                       ¿Mía? ¿Por qué entonces no os atrevisteis aprehenderlo y acusarlo de que quería hacerse rey? Me dijisteis que lo intentasteis pese a que os había dicho que era inútil, porque Él no tiene hambre de poder. ¿Por qué no lo indujisteis a pecar contra su Misión; si sois tan bravos?

Sadoc responde:

–                       Porque se nos escapa de las manos. Es un demonio que se esfuma como el humo, cundo quiere. Es como una serpiente: Fascina…  No se puede hacer nada, cuando lo mira a uno…

–                       Si… Mira a sus enemigos. A vosotros. Porque sé que si mira a los que no lo odian con todas sus fuerzas, como vosotros lo hacéis. Entonces su mirada conmueve. Impele a hacer el Bien.

¡Oh! ¡Esa mirada! ¿Por qué me ha de mirar a mí así, yo que soy un monstruo por culpa mía?… ¡Y por culpa vuestra que me hacéis que lo sea diez veces más!…  

Caifás interviene:

–                       ¡Cuánta palabrería! Nos aseguraste que tratándose del bien de Israel, ayudarías. ¿No comprendes maldito, que este Hombre es nuestra ruina? 

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Judas pregunta:

–                       ¿Nuestra? ¿De quién?

–                       ¡De todo el Pueblo! Los romanos…

Judas dice furioso:

–                       No es sólo la vuestra. Tenéis miedo de vuestra piel. Sabéis que Roma no intervendrá en contra nuestra, por causa de Él. Lo sabéis vosotros, como lo sé yo y como lo sabe también el pueblo.

Tembláis porque sabéis… que Él es el Mesías. Dios, el Hijo de Dios.  Porque tenéis miedo de que os arroje fuera del Templo, del reino de Israel. Y haría bien. Haría muy bien en limpiar su era de nosotros, hienas inmundas, apestosas, áspides…

Todos reaccionan furiosos… Lo prenden. Lo sacuden frenéticos, también ellos. Y como que lo aterrorizan…

Caifás le grita en su cara:

–                       Está bien. Así es y así son las cosas. Tenemos derecho a defender lo que es nuestro.  Se ha visto que las cosas pequeñas no bastan ya, para persuadirlo a que huya. A que deje libre el campo…  Ahora lo haremos nosotros mismos. Sin servirnos de ti, pedazo de imbécil. Charlatán. Y cuando le hayamos dado a Él su merecido; no dudes de que también te daremos el tuyo…

Elquías extiende su flaco brazo y con la mano,  le tapa la boca a Caifás.

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Luego con su flema fría de sierpe venenosa, dice:

–                       No. No así. Exageras, Caifás. Judas ha hecho lo que pudo… No debes amenazarlo…  ¿En el fondo no son sus intereses los nuestros?

Simón Boeto, dice colérico:

–                       ¡Pero eres un idiota, Elquías! ¿Qué yo tenga los intereses de éste?…   ¡Yo quiero que a Él se le arroje! Judas quiere que triunfe, para triunfar con Él. ¡Tú dices…!

Elquías dice conciliador:

–                       ¡Paz! ¡Paz! Siempre decís que soy riguroso…  Pero hoy soy el único magnánimo.- Se pone una careta de refinada hipocresía que no engaña ninguno de los buitres que están con él, excepto al ambicioso y crédulo apóstol que lo mira fascinado, como ante una sierpe hipnótica. Y agrega-   Hay que comprender y compadecer a Judas. Él nos ayuda cómo puede…

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Es buen amigo. Pero claro, también lo es del Maestro.   Su corazón está afligido… Quisiera salvar al Maestro. Salvarse a sí y salvar a Israel… ¿Cómo pueden conciliarse ciertas cosas totalmente opuestas entre sí? Dejémosle que hable…

Judas responde conciliador:

–                       Elquías tiene razón. Yo… ¿Qué queréis de mí? Todavía no lo comprendo. He hecho lo que he podido. No puedo hacer más. Él es demasiado grande para mí. Me lee el corazón… Y no me trata como merezco… Soy un pecador. Él lo sabe y me absuelve. Si fuese menos vil debería… Fulminarme debería, para hacerme incapaz  de causarle ningún mal.

Judas se sienta, abatido…

Con la cara entre las manos. Los ojos fuera de sus órbitas, fijos en el vacío. Se ve claramente que sufre, presa de sentimientos contrarios…

Cornelio exclama:

–                       ¡Loco! ¿Qué más quisiere que se sepa? Estás así porque te arrepentiste de abrirte paso…

Judas replica:

–                       ¿Y qué si así fuese? ¡Oh, si así fuese! ¡Si estuviese realmente arrepentido y fuese capaz de permanecer así!…

Cananías grazna:

–                       ¿Lo veis? ¡Lástima de nuestro dinero!…

Félix les echa en cara:

–                       Estamos con alguien que no sabe lo que quiere. ¡Hemos escogido a alguien que es peor que un imbécil!

Sadoc confirma:

–                       ¿Imbécil?…  ¡Fantoche, querrás decir! Lo jala con un hilo el Galileo y se va con Él. Lo jalamos nosotros y se viene para acá.

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Judas replica:

–                       ¡Oh! Bueno… Si sois tan buenos y más bravos que yo, arreglaos vosotros mismos. De hoy en adelante ya no me interesa nada. No esperéis ni un mensaje, ni una palabra. No podré hacerlo porque ya sospecha de mí y me vigila…

Simón Boeto pregunta:

–                       ¿No dijiste que te absuelve?

Judas se oprime la cara con las manos y exclama:

–                       Así es. Y precisamente porque todo lo sabe.  ¡Todo! ¡Todo lo sabe! ¡Oh!

Doras le grita:

–                       Entonces, ¡Lárgate de aquí, mujercilla vestida de hombre! ¡Malnacido! ¡Bestia! ¡Lárgate! ¡Lárgate! ¡Lo haremos nosotros! Y ten cuidado… Ten cuidado de chistarle una palabra; porque nos las pagarás…

Judas grita:

–                       ¡Me voy! ¡Me voy! ¡Hubiera sido mejor no haber venido! Pero acordaos de lo que ya os he dicho… –Se vuelve hacia dos de sus acusadores y agrega-  Simón, Él encontró a tu padre y también a tu primo, Elquías…  No creo que Daniel haya hablado. Estaba yo presente y no los vi que hablaran aparte. ¡Pero tu padre! No habló nada por lo que dicen mis condiscípulos. Ni siquiera ha revelado tu nombre.

Se limitó a decir que su hijo lo había arrojado porque amaba al Maestro y no aprobaba tu conducta. Pero dijo que nos veíamos. Que voy a tu casa… Y podría decir lo demás. Tecua no está en los confines del mundo… No digáis después que yo hablé, cuando ya muchos conocen vuestras intenciones.

Simón Boeto dice lentamente:

–                       Mi padre no hablará más. Ha muerto…  

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Judas  está espantadísimo… Se cubre la boca con las dos manos…

Y grita:

–                       ¿Muerto? ¿Lo has matado … ¡Horror! ¡Para qué te dije dónde estaba!…

Simón dice con una lentitud que saca de quicio:

–                       Yo no he matado a nadie… No me he movido de Jerusalén. Hay muchas maneras de morir. Lo asaltaron. Por lo demás… Fue su culpa. Si se hubiera estado quieto y callado, todavía se le veneraría y serviría en casa de su hijo…

Judas exclama:

–                       ¡Lo mandaste matar! ¡Parricida!…

Simón Boeto se defiende:

–                       ¿Estás loco? Al viejo le pegaron. Se cayó, se pegó en la cabeza y murió… Fue sencillamente una desgracia. Peor para él que le tocó pedir peaje a un malandrín…

Judas está pálido y aterrorizado…

Aun así, acusa:

–                       Te conozco, Simón. No puedo creer… ¡Eres un asesino!

El otro se ríe en su cara repitiendo:

–                       Deliras. Ves crímenes en donde solo hubo una tragedia. Tan solo ayer lo supe y tomé las providencias para el caso. Para vengarme y para dar honores…  Si pude honrar su cadáver, no pude aprehender al asesino. Sin duda fue algún ladrón salido de Adomín…

Judas replica desesperado:

–                       No lo creo… No lo creo. ¡Largo! ¡Largo! Dejadme ir.

Recoge el manto que se le había caído y trata de salir…

Pero el decrépito Cananías extiende su mano, que parece una garra de buitre y lo detiene:

–                       ¿Y la mujer?

Todos inquieren:

–                       ¿Dónde está la mujer?

–                       ¿Qué hizo?

–                       ¿Qué dijo?

–                       ¿Lo sabes?…

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Judas está desorientado:

–                       Yo no sé nada… Dejadme ir.

Cananías aúlla:

–                       ¡Mientes! ¡Eres un fraudulento!

–                       No sé. Lo juro. Fue. Es verdad. Pero ninguno la vio, ni siquiera yo que tuve que partir inmediatamente con el Rabí. Tampoco mis compañeros. Hábilmente les he preguntado…  He visto las joyas destruidas que Elisa llevó a la cocina… Otra cosa no sé. ¡Lo juro por el Altar y el Tabernáculo!

Caifás dice:

–                       ¿Y quién te va a creer? ¡Eres un vil! ¡Así como traicionas al Maestro, también puedes traicionarnos! ¡Eres un traidor! Pero, ¡Ten cuidado!..

–                       No traiciono. Lo juro por el Templo de Dios.

–                       ¡Dilo si te atreves a revalidar tu juramento!

–                       ¡Lo juro por Yeové! 

Se pone de color negruzco al pronunciar el Nombre de Dios. Tiembla. Balbucea…  Un silencio de terror cunde por toda la sala.

Nahúm y otros le dicen:

–                       Repite el mismo juramento de que nos servirás solo a nosotros…

Judas protesta:

–                       ¡Ah! ¡Eso no, malditos! ¡Eso no! Os juro que no os he traicionado y que no os denunciaré al Maestro… Y ya cometí un pecado. Pero mi destino no lo uno al vuestro…  Vosotros que el día de mañana aprovechando mi juramento, me podríais imponer cualquier cosa… Hasta un crimen. ¡No!

Denunciadme como sacrílego al Sanedrín. Denunciadme como asesino a los romanos. No me defenderé. Dejaré que me maten. Y tendré una buena suerte, pero no juro más.

Se libra con violentos esfuerzos de quienes lo tienen asido y huye gritando:

–                       ¡Tened en cuenta que Roma os sigue los pasos!…  ¡Qué Roma ama al Maestro!…

Un fuerte portazo es la señal de que Judas ha abandonado la Cueva de los Lobos…

Se miran mutuamente…

La rabia y tal vez el miedo… Los ha puesto pálidos. Y como no pueden vomitar su ira y su miedo contra nadie… Se trenzan entre sí… Cada uno trata de echar su responsabilidad sobre el otro… De lo sucedido y de sus posibles consecuencias. Quien reprocha en una forma. Quién en otra. Quién por lo que pasó. Quién por lo que está por venir…

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Quién grita:

–                       ¡Fuiste tú el que quisiste seducir a Judas!

–                       Habéis hecho mal en tratarlo de esa forma.

–                       ¡Os habéis descubierto!

–                       Vamos detrás de él…

–                       Con dinero…

–                       Con excusas…

Elquías, que es al que más culpan… Chilla:

–                       ¡Ah! ¡Eso no! Dejadme a mí y veréis que tengo sagacidad. Judas sin dinero, se pone manso como un cordero.  –y añade con su sonrisa viperina- Hoy, mañana, durante un mes mantendrá su palabra… Pero después… Es demasiado vicioso para poder vivir en la pobreza que le da el Rabí. Y vendrá a nosotros… ¡Ja, ja, ja!  ¡Dejádmelo a mí! ¡Dejadme! Yo sé…

Sadoc advierte:

–                       Bueno. Mientras tanto… ¿Oíste No? Los romanos nos espían. Los romanos lo aman. Y es verdad. Esta mañana, como ayer y anteayer, lo esperaron en el Patio de los Gentiles.  Siempre están allí, las mujeres de la torre Antonia… Vienen hasta de Cesárea para escucharlo.

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Doro dice con desprecio:

–                       ¡Caprichos de mujeres!  No me preocupan. Él es hermoso. Habla bien. Ellas están locas por los charlatanes, demagogos y filósofos.  Para ellas el Galileo es uno de ellos; nada más.

Y Joaquín:

–                       Les sirve para matar sus ratos de ocio. ¡Hay que tener paciencia si queremos lograr algo!

Doras confirma:

–                       Paciencia y astucia. También valor. Pero no lo tenéis. Queréis hacer algo pero sin mostraros. Ya os he dicho lo que haría yo, pero no aceptáis…

Caifás contesta:

–                       Tengo miedo al pueblo. Lo ama mucho. Amor aquí, amor allá. ¿Quién se atreverá a tocarlo? Si lo arrojamos, nos arrojarán también. Es menester…

Simón Boeto lo interrumpe:

–                       Es menester no dejar pasar más la ocasión. ¡Cuántas hemos perdido! A la primera que se nos presente hay que convencer aún, a los que de nosotros están inciertos. Y luego ver lo que haremos con los romanos…

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Elquías dice:

–                       Eso se dice en un instante. ¿Pero cuándo y dónde tuvimos ocasión de hacerlo? Él no peca. No aspira al poder. No…

Caifás concluye:

–                       Si no hay motivo, se inventa. Ahora vámonos. Mañana lo vigilaremos… el Templo es nuestro. Afuera manda Roma… Afuera está el pueblo para defenderlo, pero adentro del Templo…. 

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA

 

153.- TENTACIÓN DE PREPAGO

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Al acercarse la Fiesta de las Encenias, los apóstoles son presa de la euforia y todos contribuyen para hacer de la fiesta, algo muy especial… Se han esmerado en los preparativos.

Judas de Keriot se reserva la parte decorativa y llega cargado con olorosos ramos de siempreviva, adornada de bayas que coloca sobre las mesas, en las paredes y alrededor de la campana del horno. En la vigilia de las Encenias la casa parece lista, para una fiesta de bodas.

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La noche va cayendo y todos conversan alegremente, mientras terminan sus respectivas ocupaciones.

Jesús ordena:

–                       ¡Silencio! Afuera hay alguien… Se oyen pasos.

Todos callan y escuchan…

No se oye nada…

Y dicen:

–                       Tal vez sea el viento, Maestro.

–                       Hay hojas secas en el huerto.

Jesús insiste:

–                       No. Eran pasos.

Varios dicen:

–                       Algún animal nocturno.

–                       Yo no oigo nada.

–                       Tampoco yo.

–                       Tal vez fue el viento…

–                       Tampoco yo oigo nada…

Jesús pone oídos atentos. Parece como si escuchase algo… Y luego alza su rostro y mira fijamente a Judas de Keriot…

Que también ha estado muy atento,  más que los otros, a cualquier ruido.

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Lo mira tan fijamente, que Judas pregunta:

–                       ¿Por qué me miras así, Maestro?

La respuesta no llega, porque alguien toca a la puerta.

De las catorce caras que la lámpara ilumina, solo la de Jesús permanece imperturbable. Todas las demás cambian de color…

Jesús ordena:

–                       ¡Abrid! ¡Abre tú Judas de Keriot!

Judas se niega:

–                       Yo no… ¡Qué no abro!…  ¿Y si fuesen hombres malos que hayan venido a propósito hoy en la noche? ¡No seré yo, quien te haga mal alguno!

–                       Abre tú, Simón de Jonás.

Pedro se dispone a abrir y dice:

–                       Por lo menos les echaré encima la mesa…

Jesús dice:

–                       Abre Juan y no tengas miedo.

Judas exclama:

–                       ¡Oh! ¡Si quieres que entre, me voy al cuarto del viejo! No quiero ver nada.

Iscariote, de cuatro zancadas pasa a la habitación de Juan de Nobe y se mete en ella.

Juan de pie junto a la puerta, mira espantado a Jesús y dice en voz baja:

–                       ¡Señor…!

Jesús insiste:

–                       Abre. No tengas miedo.

Santiago de Zebedeo dice:

–                       Hazlo hermano. Somos trece hombres fuertes. ¡No serán ellos un ejército!…

Y está listo para entrar en combate.

Pedro lo imita.

Juan abre la puerta y se asoma. No ve a nadie…

Grita:

–                       ¿Quién anda por ahí?

Una voz adolorida de mujer, responde:

–                       Soy una mujer. Quiero al Maestro. Necesito hablar con Él…

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Pedro, que está parado detrás de Juan dice:

–                       No es la hora de venir. ¿Si estás enferma, porqué andas a estas horas? Si eres leprosa, ¿Por qué te aventuras a venir a un poblado? Si tienes algún sufrimiento, regresa mañana…Vete. Vete con tu suerte…

Ella suplica:

–                       Tened piedad. Me encuentro sola en el camino. Tengo frío. Tengo hambre. Soy una infeliz. Llamadme al Maestro. Él tiene piedad…

Los apóstoles cohibidos miran a Jesús.

Su rostro refleja severidad, pero no dice nada y cierran la puerta.

Felipe objeta:

–                       ¿Qué hacemos Maestro? ¿Le damos comida? No hay lugar para ella…

Bartolomé dice:

–                       Espera, voy a ver.  –y toma una lámpara para alumbrarse.

Jesús dice:

–                       No es necesario que vayas. La mujer no tiene frío. Ni hambre. Y sabe muy bien a donde debe ir. No tiene miedo de la oscuridad, ni de la noche. Pero es una infeliz aunque no está enferma, ni es leprosa... Es una prostituta. Vino a tentarme. Os lo digo para que sepáis que conozco todo.

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Para que os persuadáis de ello. Y os digo también que no ha venido porque haya querido, sino porque le pagaron para que viniese.  –Jesús habla en voz alta.

De modo que los que están en la habitación contigua puedan oírlo…  Sobre todo Judas de Keriot.

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Iscariote aparece en la cocina y pregunta:

–                       ¿Y quién pudo haberte hecho esto? ¿Para qué? Ciertamente los fariseos no, como tampoco los escribas y menos los sacerdotes, si es que fuese una mujer de vida alegre. No creo que hayan sido los herodianos.

Jesús responde:

–                       Te diré que sí son ellos,  para poder acusarme de pecador, de que tengo relaciones con daifas. Tú lo sabes, como también Yo.  Soy la Misericordia y no la maldigo a ella, ni a quién la mandó. Voy a verla porque realmente es un ser infeliz. Dijo que lo era por decir mentira,  pues es joven, hermosa y ha sido bien pagada. Es sana y también está satisfecha de su vida ruin. Sal delante de Mí y asiste a nuestra conversación.

Judas se niega:

–                       Yo no salgo. ¿Por qué debo hacerlo?

–                       Para que puedas referirla a quién te preguntará.

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–                       ¿Y quién me interrogará? Entre nosotros no hay razón porqué debamos hacernos preguntas… Y los demás… no veo a nadie.

–                       Obedece. Sal primero.

–                       No. En esto no te obedezco y no puedes obligarme a que me acerque a una meretriz.

Pedro dice:

–                       ¡Oye! ¿Pues quién te crees que eres? Yo voy, Maestro. Y no tengo miedo de que se me pegue algo.

Jesús dice:

–                       No. Voy Yo solo. Abre.

Jesús sale al huerto. No se ve nada en lo espeso de la oscuridad.

Se abre la puerta de la cocina y Pedro sale con una lámpara y se la entrega a Jesús, que le dice en voz baja:

–                       Gracias. No discutáis por esto.

Jesús toma la lámpara y la levanta para ver… Detrás del grueso tronco del nogal, se ve una figura humana.

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Jesús da dos pasos hacia ella y le ordena:

–                       Sígueme.

Y va a colocarse junto a la banca de piedra, sobre la que pone la lámpara cerca de Sí. La mujer se acerca velada, inclinada…

Jesús dice:

–                       Habla.   –ordena enérgico.

Severo cual Dios. De tal modo que en lugar de acercarse o de hablar… Ella retrocede y se inclina mucho más, sin pronunciar palabra alguna.

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–                       Habla. Te lo exijo. Querías verme. Aquí me tienes. Habla…   –dice con un dejo de dulzura en la voz.

Silencio.

–                       Entonces el que hablará soy Yo. Respóndeme. ¿Por qué me odias así, que te prestas a quién desea mi destrucción? ¿Qué mal o daño te he hecho Yo, que ni siquiera me he burlado de ti, por la vida infame que llevas? ¿Por qué has de odiar a quién ni siquiera te ha deseado, que lo odias más que quienes te han arrojado a esta vida de prostituta y que te desprecian cada vez  que se acercan a ti? ¡Responde!

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¡Qué cosa te ha hecho Jesús de Nazareth el hijo del Hombre a quién apenas si conoces de vista, porque te lo encontraste por las calles de la ciudad? ¿No sabes Quién Soy? ¡Sí que lo sabes! Sabes por lo menos dos cosas.

Sabes que soy joven y que te gusta mi Persona. Esto te lo han dicho tus instintos bestiales…  ¡Y tú lengua de ebria lo ha dicho a quién oyó tu confesión y se ha aprovechado de ella, para causarme daño!

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Sabes que soy Jesús de Nazareth, el Mesías. Esto te lo dijeron quienes se están aprovechando de tu apetito carnal y que te pagaron para que vinieses a tentarme. Te dijeron: ‘Él se llama el Mesías. Las multitudes lo proclaman el Santo, el Mesías. No es más que un impostor. Necesitamos pruebas de su miseria de hombre. Dánoslas y te cubriremos con oro.’

Y como tú con la última migaja del tesoro de rectitud, que Dios puso en tu cuerpo junto con el alma, que has destruido y reducido casi a la nada, no querías perjudicarme, porque a tu modo me amabas…

Ellos te prometieron: ‘No le causaremos ningún daño. ¡Antes bien! Te lo entregamos como un hombre y te damos los medios para que viva como un rey a tu lado. No necesitamos otra cosa para poner paz en nuestras conciencias, que decir que Él es un hombre cualquiera. Una prueba de que no estamos equivocados al afirmar que Él no es el Mesías.’

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Así te hablaron y tú viniste. Si Yo me dejase engañar por tus encantos, el Infierno caería sobre Mí. Ellos están listos para cubrirme de lodo y capturarme. Tú eres su instrumento. ¿Ves que no te pregunto nada? Hablo porque lo sé. Pero sí sabes las dos primeras cosas. La tercera la ignoras: No sabes Quién Soy Yo; además del Hombre que estás viendo. Los otros te dijeron: ‘Es el Nazareno’

Te diré Quién Soy: Soy el Redentor.

Para redimir, no debo tener pecado. Mi posible sensualidad de humano, la tengo aplastada. La he aplastado siempre y la estoy aplastando ahora…  De igual modo estoy dispuesto a arrancarte de tu enfermedad y pisotearla librándote de ella, para sanarte. Para santificarte. Porque Soy el Redentor.

El Mesias

cuerpo humano para salvaros. Para destruir el Pecado, no para pecar. Lo tomé para borrar vuestros pecados, no para pecar con vosotros. Lo tomé para amaros. Pero con un amor que da su vida, su sangre, su Palabra, todo su ser, para llevaros al Cielo. A la justicia. No para amaros como animal y ni siquiera como hombre.

Porque Soy más que Hombre. ¿Sabes Quién Soy Yo? No lo sabes. No conoces ni siquiera la importancia de lo que te habías propuesto realizar. Y te perdono.

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Pero, ¿Cómo has podido vivir de tu prostitución? Antes no eras así. Eras buena. ¡Oh, infeliz!… ¿No recuerdas tu infancia? ¿Los besos de tu madre? ¿Sus palabras? ¿Las horas en que orabais  juntas? ¿Las palabras de sabiduría que tu padre te explicaba por la noche?…

¿Qué fue lo que te convirtió en estúpida y ebria? ¿No recuerdas nada de esto? ¿No lo lamentas? Dime, ¿Eres realmente feliz?… ¿No respondes?

Lo diré por ti. No eres feliz. Cuando te levantas encuentras sobre tu almohada, tu vergüenza que es la que te da los buenos días. La voz de tu conciencia te grita sus reproches mientras te acicalas, adornas y perfumas para el placer.

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Hueles el olor infame aún de los perfumes más delicados. Sientes náuseas en los más exquisitos alimentos. Tus collares pesan más que una cadena. Y lo son. Mientras ríes y seduces, algo gime dentro de ti… Te embriagas para disipar el fastidio y el asco de tu vida. Odias a los que dices amar, para sacarles el dinero. Te maldices a ti misma. Tu sueño está lleno de pesadillas. El recuerdo de tu madre es una espada en tu corazón. La maldición de tu padre no te deja en paz.

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Y luego tienes ante tu vista los desprecios de aquellos con quienes te encuentras. La crueldad de quién te emplea sin una gota de piedad. Eres mercancía. Te vendes… La mercancía comprada puede ser usada como se quiera. Se rompe. Se tira, se le aplasta, se le escupe. El comprador tiene el derecho de hacerlo. No puedes rebelarte…

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Te hace feliz esta vida? No. Estás desesperada… Encadenada… Torturada… En la tierra eres una piltrafa sucia que cualquiera puede pisotear. Cuando sientes aflicción, necesitas consuelo y levantas tu corazón a Dios, sientes que Él está irritado contra ti. El Cielo se te cierra más que a Adán. Si te sientes mal, tienes miedo de morir, porque prevés tu suerte. El Abismo te espera.

¡Oh, infeliz! ¿Y no era suficiente esto? ¿Quieres agregar a la cadena de tus culpas, la de ser causa de la ruina del Hijo del Hombre? Del único que te ama; porque también por tu alma se hizo hombre…  Yo podría salvarte si quisieras. Sobre el abismo de tu abyección, se inclina el Abismo de la Misericordiosa Santidad y está aguardando un deseo tuyo de querer ser salvada, para que te arranque del abismo de tu inmundicia.

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En tu corazón piensas que es imposible que Dios te perdone. Y esto lo deduces del hecho de que el mundo no te perdona que seas una mujer de la vida alegre. Pero Dios no es el mundo. Dios es Bondad. Dios es Perdón. Dios es Amor.

Te pagaron para que vinieras a hacerme el mal. En verdad te digo que el Creador, con tal de salvar una creatura suya, puede cambiar en bien lo que estaba mal. Si quieres, tu venida se cambiará en bien.  No te avergüences de tu Salvador. No te avergüences de mostrarle desnudo tu corazón. Aunque lo quieras ocultar, Él lo está viendo y sobre él llora. Llora y ama.

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No te avergüences de arrepentirte. Trata de tener valor en el arrepentimiento, así como lo tuviste en la culpa. No eres la primera de este género de vida a mis pies, que Yo conduzca a la Justicia… Jamás he arrojado a ninguna, por más culpable que fuese. He procurado atraerla y salvarla. Es mi Misión…

El estado de tu corazón no me causa horror. Conozco a Satanás y a sus obras. Conozco a los hombres y sus debilidades. Conozco la condición de la mujer que paga como es justicia, más duramente que el hombre, las consecuencias de la culpa de Eva. Sé  juzgar y compadecer.

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aseguro que soy más severo contra los que te han enviado, que contra tí. ¡Infeliz mujer que ignorabas para lo que te querían! Hubiera querido que vinieras empujada por un deseo de ser redimida, como otras hermanas tuyas. Pero si secundas el deseo de Dios y de una acción mala, haces piedra angular de tu nueva vida, Yo pronunciaré sobre ti la palabra de paz…

Jesús que al principio había hablado con tono enérgico, poco a poco lo ha ido suavizando, pero sin mostrar ninguna debilidad en sus sentidos… Y sin equívoco en su Bondad. Guarda silencio ahora. Esperando que la mujer hable.

Ella sigue de pie cada vez más inclinada, a unos dos metros de distancia. A la mitad de las palabras de Jesús, se ha llevado las manos a la cara y ha dejado ver, bajo su manto oscuro dos hermosos brazos, adornados con brazaletes.

De pronto cae de rodillas, se encoge y empieza a llorar…

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Ella gime:

–                       ¡Es verdad! Eres verdaderamente un profeta. Todo es verdad. Me pagaron para esto. Pero me habían dicho que se trataba de una apuesta… que ellos te descubrirían en mi casa. Pero también cerca de Ti…

Jesús la interrumpe:

–                       Mujer. Quiero oír solamente tus culpas.

–                       Es verdad. No tengo derecho a acusar a nadie, porque soy un montón de inmundicia. Todo… Todo lo que has dicho es verdad. Pero no me arrojes, Señor. Me has hablado con más dulzura que mi madre, que en los últimos días fue muy dura conmigo, por mi conducta. Para no oírla, huí a Jerusalén…

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Pero Tú, tu dulzura es como si fuese nieve sobre el fuego que me devora. ¡Cuántos dolores inútiles y malditos, me he dado yo misma! Señor, te dije a través de la puerta entreabierta que era yo una mujer infeliz y que quería piedad. Era mentira. Pero ellos me dijeron que te dijera eso para hacerte caer y añadieron que mi belleza, haría el resto… ¡Mi belleza! ¡Mis vestidos!

La mujer se pone de pie…

Es alta. Se quita el velo y el manto. Y se deja ver en su extraordinaria belleza. Es morena muy clara, casi blanca. Y tiene el cabello castaño muy oscuro, casi negro. Sus ojos son grandes, castaños y bellísimos… Tienen una mirada de inocencia asombrada que es extraño ver en las mujeres de su clase.

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Arranca y pisotea su manto. Rompe el velo. Se quita todas las joyas y las arroja al suelo. Su preciosa faja, tiene igual destino. Lo mismo que el broche con el que sostiene su vestido, en el pecho.

Y todo lo hace, mientras repite:

–                       ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Malditas cosas! ¡Fuera! ¡Largo de aquí, belleza! ¡Adiós, piel de jazmín! ¡Adiós cabellos!…

Rápida, toma una piedra aguda que se ve en el suelo y se golpea con ella en la cara, en la boca. Con las uñas se rasga la piel del cuerpo. La sangre brota de las heridas…  Los lugares golpeados se hinchan…

Hasta que su furia se aplaca y jadeante, agotada, desfigurada, despeinada, con su vestido sucio por la sangre, por el polvo.

Se echa a los pies de Jesús implorando:

–                       Y ahora puedes perdonarme si ves mi corazón. Porque no existe más mi pasado… ¡Has vencido, Señor! A tus enemigos. A mí misma… Por piedad, perdóname mis pecados.

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–                       Ya te había perdonado cuando vine a tu encuentro. Levántate y no peques más.

–                       Dime qué debo hacer. Y lo haré.

–                       Aléjate de los lugares donde pecabas. De los que te conocen. Tu madre…

–                       ¡Oh, Señor mío! ¡Ya no me recibirá! Me odia porque por mi causa, murió mi padre, maldiciéndome…

–                       Si te recibe Dios, que es Dios. Y te recibe porque es Padre… ¿No puede tu madre acogerte? ¿Tu madre que te engendró y que es mujer como tú? Humildemente ve a su casa. Llora a sus pies, como has llorado a los míos. Dile todo lo que ha pasado, como lo has hecho conmigo. Cuéntale tus sufrimientos. Invoca su compasión. Hace años que está esperando este momento…  Tu madre lo espera para morir en paz. Sufre sus palabras de amoroso reproche, como has sufrido las mías… Es tu madre. Y por eso tienes la doble obligación, de oírla con respeto.

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–                       Eres el Mesías. Eres más que una madre.

–                       Ahora lo dices. Cuando viniste a tentarme, no lo sabías. Y con todo, oíste mis palabras.

–                       Eres muy diferente de todos los hombres… Eres Santo…  ¡Oh, Jesús de Nazareth!

–                       Tu mamá es santa, como mi Madre y como creatura. Por sus oraciones has encontrado misericordia ante Dios.

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–                       Yo le quité la honra. Toda la población sabe lo que soy.

–                       Con mayor razón debes ir a decirle: ‘¡Madre, perdóname!’ Para consagrarle tu vida. Para reparar las aflicciones que por ti ha sufrido.

–                       Así lo haré. Pero… ¡Señor! ¡No me devuelvas a Jerusalén! Ellos me están esperando y no sé si pueda resistir sus amenazas. Y…

–                       Espera un momento…

Jesús se levanta y se dirige a la cocina.

Dice a la anciana Elisa:

–                       Ven conmigo.

Ella obedece. La lleva a donde está la mujer, que al ver venir a otra mujer mayor, tiene un movimiento de vergüenza. Y trata de cubrir su cuerpo y su vestido provocativo, con los pedazos desgarrados del velo y del manto.

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Jesús dice:

–                       Óyeme muy bien Elisa. Me voy ahora mismo de esta casa. Dirás a mis discípulos, que se reúnan conmigo al amanecer, en la Puerta de Herodes. Todos; menos Judas de Keriot, que debe venir conmigo. Vas a llevar a esta mujer a dormir contigo. Puedes tomar mi cama, porque no regresaré por mucho tiempo a Nobe…  Mañana cuando Juan se levante, tú y él acompañaréis a esta mujer a donde os dijere. Le darás un vestido cualquiera y un manto de los tuyos. La ayudaréis en todo.

Elisa responde:

–                       Está bien Señor. Se hará cómo has dicho. Me desagrada por Juan…

–                       A Mí también. Quería que estuviese contento, pero el odio de los hombres impide al Hijo del Hombre, que tenga una hora de regocijo…

–                       ¿Y luego, Señor?

–                       Puedes regresar aquí, en espera de mis notificaciones… Hasta pronto Elisa. Mi bendición y mi Paz estén contigo. –se vuelve hacia la mujer-  Adiós, mujer… Te confío a una madre y a un hombre justo. Si crees que tienes que regresar a tomar tus prendas…

Ella niega rotunda:

–                       No. No quiero tener nada que ver con el pasado.

Elisa protesta:

–                       Pero ¡Óyeme! No vas a dejar todo tirado. ¿No tienes siervos? ¿No tienes familiares?

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–                       No tengo más que una esclava. Y…

–                       Tendrás que dejarla libre. Tendrás…

La angustia palpita en la voz de la mujer, al decir:

–                       Te ruego que lo hagas tú, cuando regreses. Ayúdame a que me cure del todo.

Elisa trata de tranquilizarla:

–                       Sí, hija mía. Sí. No te angusties…  Mañana pensaremos en todo. Ahora ven conmigo, allá arriba.

Elisa la toma de la mano y la lleva por las escaleras a una de las dos habitaciones que hay.

Luego, Elisa ligera regresa y dice:

–                       Pensé que estaba bien que todos te viesen sin ella, Señor. Y que no sepan en donde está. Estos joyeles…   -se inclina a recogerlos- ¿Qué haremos con esto, Señor?

Jesús confirma:

–                       Ven conmigo. Tienes razón. Está bien que no me vean con ella….

Entran en la cocina.

Todos miran interrogantes a Jesús…

El viejo Juan se acerca…

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Jesús dice:

–                       Elisa, da esas cosas preciosas a Tomás. –se vuelve hacia su apóstol- Mañana las venderás a algún orfebre. Servirán para los pobres. –Los mira a todos y contesta a la muda interrogante plasmada en todos los rostros- Sí, son joyeles de una mujer. De esa Y ésta es la respuesta a quien piensa que una mujer puede tentar al Hijo del Hombre y desviarlo de su Misión. También es el consejo que doy a los que me odian. Es inútil todo lo que hagan para encontrar con qué acusarme.

Todos lo miran asombrados y apesadumbrados…

Jesús se despide:

–                       Juan, Elisa te dirá lo que tienes que hacer. Te bendigo…

Juan de Nobe pregunta:

–                       ¿Te vas, Señor?

–                       Tengo que irme. Adiós. La paz sea contigo.   –y volviéndose a los apóstoles- Id todos a acostaros  menos tú Judas de Keriot, que vendrás conmigo.

Judas replica:

–                       ¿A dónde? Y ¿De noche?…

–                       A orar. No te hará mal. ¿O temes al aire nocturno, si estás junto a Mí?

Judas inclina la cabeza y toma de mala gana su manto.

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Jesús toma el suyo y dice:

–                       Mañana los espero al amanecer en la Puerta de Herodes. Iremos al Templo y…

Todos los apóstoles protestan:

–                       ¡No!   -el ‘No’ es unánime.

El de Judas es el más fuerte.

–                       Iremos al Templo.  Judas, ¿No dijiste que los habías convencido de que me dejaran en paz?

Judas responde:

–                       Cierto.

–                       Entonces iremos al Templo. Ven.   –Y se dirige a la puerta para salir.

Pedro suspira:

–                       Y así se acaba una fiesta, que habíamos preparado…

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA