156.- TODO EL INFIERNO EN UNO
Jesús con sus apóstoles llega a Bethania. A la casa de Lázaro. En el cancel de la entrada a la propiedad, se encuentra con Maximino el mayordomo. Pregunta por Lázaro y…
Maximino le contesta:
– ¡Oh, Señor! ¿Ves? Fui acortar hojas de laurel, alcanfor bayas de ciprés y otras hojas y frutas olorosas, para hervirlas con vino y resinas. Y así preparar el baño para mi amo. La carne se le cae a pedazos y ya no se aguanta el hedor. –y con voz muy baja añade- Ahora ya no se puede ocultar que tiene llagas. Las amas no admiten a nadie. Por temor, ¿Sabéis? Pocos aman verdaderamente a Lázaro…
Jesús contesta:
– Ellas hacen bien. Pero no tengáis miedo. No sucederá ninguna desgracia.
– ¿Podrá curarse? Un milagro tuyo…
– No se curará. Pero esto servirá para glorificar al Señor.
Maximino queda desilusionado. Jesús cura a todos, pero aquí en Bethania no hace nada, solo un suspiro es la muestra de lo que piensa.
Dice:
– Voy a anunciarte a las amas.
Los apóstoles rodean a Jesús, deseosos de saber el estado de Lázaro y se quedan horrorizados al saberlo.
Las dos hermanas salen a recibirlo. Su juventud y su diferente hermosura, parece nublada por el dolor y la fatiga de las prolongadas vigilias. Se arrodillan a cierta distancia ante Jesús, con un llanto resignado y silencioso.
Jesús se acerca y Martha extiende sus manos susurrando:
– Apártate Señor. Nosotras dos somos inmundas, al no tocar otra cosa más que llagas. No dejamos que nadie más lo haga. Todo se pone en el umbral y nosotras lavamos, limpiamos, curamos. Luego quemamos todo en la sala contigua. Mira nuestras manos. La cal viva que usamos en los vasos que devolvemos a los siervos, no las han corroído. Pensamos que así somos menos culpables por la ley contra la lepra.
Magdalena exclama:
– Yo sostengo que no es la enfermedad maldita en Israel. ¡No! ¡No lo es!… Pero nos odian muchos y en qué forma. ¡Tú apóstol Simón, por cosa menor fue declarado leproso!…
Martha solloza:
– No eres ni sacerdote, ni médico, María.
María se vuelve hacia Jesús:
– No lo soy. Pero, ¿Sabes lo que he hecho para asegurarme de lo que dije Señor? He ido y recorrido todo el Valle de Innón. Todo Siloán. Todos los sepulcros de En Rogel. Vestida de esclava, con el velo, a la luz de la aurora. Con víveres, aguas medicinales, vendas y vestidos; todo para darlo. Decía que era un voto por un ser a quien yo amaba. Es la verdad. Sólo les pedía que me mostrasen sus llagas. Debieron pensar que estaba loca… ¿Quién querría ver tales horrores?
Pero poniéndome en los límites miré. Ellos más arriba y yo más abajo. Ellos sorprendidos y yo con náuseas. Ellos llorando y yo también.
Miré esos cuerpos cubiertos de escamas, costras, llagas. Vi caras corroídas. Cabellos blancos y duros como espinas. Ojos, cuevas de pus. Mejillas en que se ven solo los dientes. Calaveras que se mueven en cuerpos vivientes.
Manos reducidas a tendones monstruosos. Pies como ramas nudosas. Vi el horror, el hedor, la podredumbre.
Si pequé adorando la carne. Si gocé con los ojos, con el olfato, con el oído, con el tacto. Gozando de lo que era bello, perfumado, armonioso, muelle y delicado… ¡Oh! ¡Te aseguro que los sentidos se purificaron ya, con la mortificación de esto que vi!
Mis ojos se han olvidado de la belleza seductora del hombre; al contemplar a esos monstruos. Mis orejas han expiado el gozo que tuve al oír voces varoniles; con aquellas feas y roncas voces, que no son humanas.
Mi cuerpo, todo se ha estremecido. Mi asco ha sido indescriptible. Todo lo que pudiera quedar de culto a mí misma, ha muerto. Porque he visto lo que somos después de la muerte. Pero traje conmigo esta certeza: Lázaro no es leproso. Su voz no está cascada. Sus cabellos y todo el resto de su piel, está intacto. Sus llagas son diferentes. ¡No, Maestro! ¡No está leproso! Y Martha me aflige porque no cree…
Las dos lloran inconsolables.
Jesús dice:
– ¡Ea! ¡No lloréis así! Tenéis necesidad de tranquilidad y de mutua compasión. Os aseguro que Lázaro no está leproso. Voy a verlo…
Martha grita:
– ¡Lo curarás!…
– Ya os he dicho que no… Pero quiero que estéis tranquilas respecto a ley de la lepra. ¡Vamos!
Atraviesan la habitación que precede a la del enfermo y luego llegan a donde éste reposa. Lázaro está durmiendo. Parece una momia amarillenta que respira. Su cara es casi una calavera. Su piel cenicienta y estirada, brilla en los ángulos de los pómulos. Está tan pálido que parece que ya hubiera muerto.
María levanta delicadamente la colcha, para no despertar a Lázaro. Y le muestra a Jesús sus piernas…
Jesús se inclina a mirarlo. La cruel, horrenda y fétida enfermedad, que está destruyendo a Lázaro, no es lepra. Sino uno de los casos más severos, de várices ulceradas; con llagas grandes y profundas, llenas de gangrena.
Quién haya visto semejantes casos, dará la razón a María Magdalena; cuando afirma que el espectáculo de aquellos horrores; habían extinguido en ella, su desenfrenada sensualidad…
Se yergue. Mira a las dos hermanas que a su vez lo miran con ansia. Él le hace una señal y sin hacer ruido, salen al jardín, alejándose de la habitación de Lázaro.
Jesús habla:
– Sabéis Quién Soy y sé quiénes sois. Sabéis que os amo. Sé que me amáis. Conocéis mi Poder. Conozco vuestra Fe en Mí. Sabéis también; sobre todo tú, María. Que cuanto más se ama, más se obtiene. Amar es saber esperar y creer sobre toda medida. Sobre toda realidad que aconseja a no creer y a no esperar.
Pues bien; por esto os digo que sepáis esperar y creer, contra toda realidad contraria. Quisiera quedarme con vosotros; pero es necesario que me vaya. Que me aleje para que no esté aquí cuando…
Un día, muy pronto, comprenderéis mis razones que ahora parecen crueles. Son motivos divinos que me duelen a Mí, como Hombre… tanto como a vosotros. Son dolorosos por ahora. Escuchadme. Cuando Lázaro haya… muerto…
Las dos sueltan un llanto desgarrador…
Jesús pide:
– ¡No lloréis así!… Solo entonces mandadme llamar cuanto antes… Mientras tanto arreglad todo para unos funerales fastuosos como no se han visto antes, como corresponde a él y a vuestra casa.
Él es un judío notable y de gran fama. Pocos lo aprecian por lo que es. Pero él supera a muchos, ante los ojos de Dios. Os haré saber en dónde estaré para que me podáis encontrar…
Martha, ahogada por el llanto, dice:
– Pero, ¿Por qué no estar aquí…? Nos resignamos a su muerte. Pero Tú… Pero Tú… -y ya no puede continuar porque el llanto la ahoga.
María al contrario. Mira a Jesús como si estuviera hipnotizada y no llora.
Con mucha suavidad, Jesús ordena:
– Sabed obedecer. Sabed creer. Sabed esperar… Sabed decir siempre ‘Sí’ a Dios. Lázaro os está llamando. Recordad lo que os acabo de decir…
Y mientras ellas entran a la casa, Jesús se sienta en una banca de piedra y ora…
A la mañana siguiente…
En la cima del Moria, el viento que viene del norte, sopla haciendo volar los vestidos y poniendo coloradas las caras por el frío. El portal parece más amplio y más majestuoso al estar casi vacío. Unos pocos han subido a hacer sus oraciones. La ausencia absoluta e rabinos con sus respectivos grupos de alumnos, sorprende también a los apóstoles.
Pedro manifiesta su admiración.
Y Tomás se ríe y le dice:
– Se habrán encerrado en los salones por temor a perder su voz. ¿Los extrañas?
Pedro replica:
– ¡Oh, no! ¡Ojala nunca los volviera a ver! Pero no quisiera que sucediese…
Y Pedro mira a Judas.
Éste comprende su mirada y dice:
– De veras que prometieron no molestar más. A no ser que el Maestro los escandalice. No cabe duda de que estarán espiando. Pero como aquí no se peca, ni se ofende. Ellos no están…
Pedro exclama impetuoso:
– Mejor así. Dios te bendiga, muchacho, si has logrado que entren en razón.
Jesús es el único Maestro en inmenso Patio de los Gentiles.
Y llega un grupo a pedirle que vaya afuera de la muralla del Templo, para que arroje el demonio de una niña cuyos gritos desgarradores se oyen hasta allí dentro.
Jesús va con ellos. Llega hasta donde la gente rodea a la jovencita. Que hecha espuma y se retuerce gritando obscenidades que aumentan, cuando se acerca Jesús.
Cuatro robustos hombre jóvenes, apenas pueden sujetarla.
Junto con las injurias, salen gritos que reconocen a Jesús; súplicas y verdades que repiten:
– ¡Largo! ¡No me hagáis ver a este Mald…! ¡Ahggg! ¡Largo! ¡Largo! ¡Eres la causa de nuestra ruina! ¡Sé quién eres! ¡Eres el Mesías!… Otro aceite fuera del de allá arriba, no te ha ungido. La Fuerza del Cielo te protege y te defiende. ¡Te Odio, maldito! ¡No me arrojes!…
¿Por qué nos arrojas y no nos quieres? ¡Mientras sí mantienes cerca de Ti a una Legión en uno solo! ¿No sabes que todo el Infierno está en uno, buscando la manera de hacerte caer?…
¡Sí! ¡Lo sabes! ¡Déjame aquí por lo menos hasta la hora de…! -las palabras se cortan como ahogadas por otras voces- ¡Déjame entrar por lo menos en él! ¡El que está cerca de Ti! ¡No me mandes al Abismo!
¿Por qué nos odias, Jesús Hijo de Dios? ¿No te basta con lo que Eres? ¿Por qué quieres imperar también en nosotros? No te queremos. ¡No! ¿Por qué has venido a perseguirnos, si hemos renegado de Ti?
¡Largo! ¡Largo! ¡No! ¡No arrojes sobre nosotros los Fuegos del Cielo! ¡Tus ojos! ¡Cuándo estén apagados nos reiremos!… ¡Ah! ¡No! ¡Ni siquiera entonces!…
¡Tú nos vences! ¡Nos vences! ¡Sed malditos Tú y el Padre que te envió y también El que procede de Vosotros! ¡Y ES Vosotros!… ¡Aaaaaah!…
El grito final es espeluznante.
Como el de una persona a la que degollaran.
Y esto se debe a que Jesús, después de que muchas veces con su pensamiento, con órdenes mentales, les había ordenado que saliesen. Finalmente toca con un dedo la frente de la jovencita…
El grito termina con una convulsión horrenda. Con un fragor en el que hay una carcajada y un grito de pesadilla.
Al dejarla aúlla:
– No me voy lejos… Entraré en tu… ¡Ja, ja, ja! -Semejante al trueno de un relámpago que retumba en el firmamento, aun cuando esté limpísimo…
Muchos corren aterrorizados. Otros están asombrados, viendo a la jovencita que de pronto se ha calmado, como refugiándose entre los brazos de quienes la sujetan. Luego abre los ojos y sonríe. Quienes están con ella le dicen que dé las gracias al Maestro.
Y Él dice:
– Dejadla. Tiene vergüenza. Su alma ya me dio las gracias. Devolvedla a su madre.
Y dando la espalda a la gente, regresa al Templo, a donde estaba antes.
Pedro dice:
– ¿Viste, Señor que muchos judíos llegaron por detrás? Reconocí algunos. ¡Allí están! Son los que antes estaban espiando. Mira como discuten entre sí…
Tomás propone:
Estarán echándose la suerte para saber en cuál de ellos entró el Diablo. También está Nahúm el hombre de confianza de Annás… Es un tipo que se lo merece…
Andrés, cascando los dientes dice:
– Tienes razón. No viste porque estabas mirando a otra parte. Pero el fuego se dejó ver sobre su cabeza. Estaba cerca de él y tuve miedo…
Mateo explica:
– Todos estaban juntos. Yo vi que el fuego se cernía sobre nosotros. Pensé que íbamos a morir… Temblé, más bien por el Maestro. Parecía como si estuviera suspendido sobre su cabeza…
Leví el discípulo pastor, objeta:
– No. Yo lo vi salir de la jovencita y estallar, sobre los muros el Templo.
Jesús dice:
– No discutáis entre vosotros. El fuego no señaló a nadie. Fue solo la señal de que el Demonio había huido.
Andrés replica:
– Pero dijo que no se iría lejos…
– Palabras de demonio. ¿Quién les hace caso? Alabemos más bien al Altísimo por estos tres hijos de Abraham, curados en su cuerpo y en su alma…
Mientras tanto muchos judíos se acercan y rodean a Jesús. Ninguno es miembro del Templo.
Uno de ellos, claramente confiesa:
– Has obrado cosas grandes en esta mañana. Obras verdaderamente dignas de un gran Profeta. Los espíritus de los Abismos han dicho de Ti, cosas grandes. Pero no pueden aceptarse sus palabras, si la tuya no las confirma… Estamos temblando de miedo por esas palabras. Pero también tenemos miedo de engaño; porque se sabe que Belcebú, es un espíritu mentiroso.
Dinos pues, ¿Quién Eres? Dínoslo con tu propia boca, que respira Verdad y Rectitud.
Jesús responde:
– ¿No os lo he dicho tantas veces? Hace ya casi tres años que os lo vengo diciendo. Y antes de Mí, os lo dijo Juan en el Jordán. Y la Voz de Dios se oyó en los Cielos…
– Tienes razón. Pero nosotros no estuvimos esas veces. Tú eres un hombre recto. Debes de comprender nuestras ansias. Queremos creer en Ti, como en el Mesías. Compréndenos… Han venido muchos Mesías falsos, queriendo engañar… Consuela nuestro corazón que espera oír una palabra de seguridad y te adoraremos.
Jesús los mira severamente. Sus ojos parecen perforar sus cuerpos y dejar al descubierto sus corazones…
Luego dice:
– Realmente muchas veces, los hombres saben decir mentiras, mejor que Satanás. No. Vosotros no me adoraréis… Jamás. Sea lo que os dijere y si lo llegaseis a hacer, ¿A quién adoraríais?
– ¿A quién? ¡A nuestro Mesías!
– ¿Llegaréis a hacerlo? ¿Quién es para vosotros el Mesías? Responded, para que sepa lo que valéis.
– ¿El Mesías? El Mesías es el que por órdenes de Dios juntará al Israel disperso y lo hará un pueblo victorioso bajo cuyo cetro, estará el Mundo. ¿No sabes lo que es el Mesías?
– Lo sé. Como también vosotros lo sabéis. Para vosotros es un hombre que superando a David, a Salomón y a Judas Macabeo; hará de Israel, la nación Reina del Mundo.
– Así es. Dios lo ha prometido. El Mesías nos vengará. Nos hará gloriosos, nos devolverá nuestros derechos. El Mesías Prometido.
– Escrito está: “No adorarás a otro que no sea el Señor Dios tuyo” ¿Cómo podréis adorarme si en Mí sólo veis al Hombre-Mesías?
– ¿Y qué otra cosa podemos ver en Ti?
– ¿Qué? ¿Y con estos sentimientos habéis venido a preguntarme? ¡Raza de víboras engañosas y venenosas! Sois hasta sacrílegos. Sí en Mí no podéis ver otra cosa más que el Mesías Humano y me adoráis. ¡Sois unos idólatras! Solo a Dios de le debe la adoración.
En verdad os digo que El que os está hablando es más que el Mesías que os figuráis con una Misión, con palacios y poderes, que solo vosotros; faltos de espíritu y sabiduría; os imagináis. El Mesías no ha venido a dar a su Pueblo un reino como creéis. No ha venido a ejercer venganzas sobre otros poderosos. Su Reino no es de este Mundo. Su Poder sobrepuja cualquier otro poder del mundo, que siempre es limitado.
El hombre dice:
– Nos mortificas, Maestro. Si eres Maestro y nosotros somos ignorantes, ¿Por qué no quieres instruirnos?
– Hace tres años que lo estoy haciendo y siempre estáis en las tinieblas, rechazando la Luz.
– Es verdad. Tal vez lo sea. Pero lo que fue en el pasado, no quiere decir que suceda en el porvenir. ¿Y qué? Tú que tienes piedad de los publicanos y de las prostitutas; que absuelves a los pecadores; ¿No vas a tener piedad de nosotros, sólo porque somos de dura cerviz y nos esforzamos en comprender lo que Eres?
– No es que os esforcéis. Es que no queréis comprender. No sería culpa alguna, el que fuerais unos idiotas. Dios tiene muchas luces que alumbran aún la inteligencia más cerrada, pero llena de buena voluntad. Esto es lo que os falta. La que tenéis es opuesta. Por eso no comprendéis Quién Soy.
– Si Eres el Mesías, ¡Dínoslo claramente!
– Os lo he dicho. Y vosotros no creéis en mis palabras. No hay lugar en Israel que no haya escuchado mi Voz. Hasta la Siro-Fenicia, que los rabinos esquivan como tierra de pecado; han oído mi voz y saben lo que Soy. Os lo he dicho y no creéis en mis palabras. He realizado cosas a las que no habéis prestado un corazón generoso. Si lo hubierais hecho con espíritu sincero, habríais llegado a creer en Mí. Hay una utilidad en las cosas que hago. La de quitar toda duda a los que dudan. La de convencer a los contrarios, además de robustecer cada vez más; la Fe de los que creen.
Porque mis obras darán testimonio de Mí, a los que vendrán después y los convencerán en lo que se refiere a Mí. Mi Padre me dio el Poder de hacer lo que hago. En las obras de Dios, nada se hace sin un buen fin. Recordadlo siempre. Las victorias sobre el Mal, son la corona de los elegidos. Si el Mal no pudiese crear una consecuencia buena, para aquellos que tienen buena voluntad; Dios lo hubiese destruido…
Jesús deja de hablar por unos instantes. Clava su mirada en un judío vestido con una túnica del color de la uva madura, que tiene la cabeza inclinada y luego añade:
– Lo que tú estás pensando… No quieras ser un necio enemigo mío. Y no busques error en mis palabras… te respondo: Que Satanás no es obra de Dios; sino de la libre voluntad del Ángel Rebelde.
Dios lo hizo un ministro glorioso suyo y lo creó para un fin bueno… Pero Dios que ama a las criaturas, les ha concedido la Libertad de Arbitrio, para que por ella se perfeccionen en la virtud y se hagan así, más semejantes a Él. Su Padre… ¿No respondes?… Mis ovejas conocen mi voz…
Y Jesús da un larguísimo discurso en el cual demuestra su Identidad y su filiación divina, basado en las Sagradas Escrituras…
Furiosos, los judíos se mueven como abejas, prontas a picar. Fastidiados de fingirse buenos.
Jesús no se preocupa de ello.
Levanta su voz para dominar el avispero:
– Me preguntasteis quien Soy… ¡Hipócritas! Dijisteis que era porque queríais saberlo para estar seguros… ¡Bocas mentirosas! ¡Corazones falaces! En verdad, en verdad os digo: aquí en la Casa de mí Padre proclamo que Soy más que un profeta… Yo y el Padre somos una sola cosa…
Un coro escandalizado los delata:
– ¡Ah!
– ¡Horror!
– ¡Blasfemia!
– ¡Anatema!…
El aullido de los judíos retumba por el Templo.
Pero Jesús se yergue, con los brazos cruzados sobre el pecho. Sube sobre un banco de piedra para ser más visible y desde allí los domina, con los rayos de sus ojos de zafiro.
Domina y fulgura… Es tan majestuoso… que los paraliza. En lugar de lanzarle las piedras, las echan a un lado o las conservan en las manos, pero sin atreverse a lanzárselas. Aún los aullidos se calman, envueltos en un temor extraño. Es propiamente Dios quién mira en Jesús.
Y cuando Dios mira así; el hombre, aún el más protervo; empequeñece y se espanta…
Jesús habla:
– Me preguntasteis Quién Soy. Os lo he dicho y os habéis puesto furiosos. Os recordaré las obras buenas que brotan de mi Padre y que he realizado con el Poder que me viene de Él. ¿Por cuál de estas obras me queréis apedrear? ¿Por haber enseñado la Justicia? ¿Por haber traído a los hombres la Buena Nueva?
¿Por haber venido a invitaros al Reino de Dios? ¿Por haber curado a vuestros enfermos? ¿Por haber dado libertad a los poseídos; vida a los muertos; bien a los pobres; perdonado a los pecadores? ¿Amado a todos, aún a los que me odian; a vosotros y a quienes os envió? ¿Por cuál pues de estas obras me queréis apedrear?
Los judíos responden:
– No es por las buenas obras que has hecho, que te queremos lapidar. Sino por tu blasfemia; porque siendo Hombre, te haces Dios.
– Si no hiciera las Obras de mi Padre, tendríais razón en no creer en Mí. Pero las hago. Vosotros sois quienes no queréis creer en Mí. Creed por lo menos en estas obras, para que sepáis y reconozcáis que el Padre está en Mí y Yo en Él.
El huracán de gritos y de violencia ruge con mayor fuerza.
En las terrazas del Templo, se hacen presentes los sacerdotes, escribas y fariseos que gritan:
– Apoderaos de ese Blasfemo.
– Su culpa ya es pública.
– Todos hemos oído.
– ¡Muerte al blasfemo que se proclama Dios!
– ¡Llévenlo fuera de la ciudad y lapídenlo!
– Porque escrito está: “El blasfemo es reo de muerte”
Los judíos intentan apoderarse de Jesús para entregarlo a los guardias y magistrados del Templo.
Pero intervienen inmediatamente los legionarios que vigilaban desde la Torre Antonia y seguían atentos el tumulto. Y apresando a unos y poniendo en fuga a otros, los romanos acaban rápido con la confusión.
Jesús se retira con sus apóstoles y les da instrucciones. Luego, separa de ellos y solo, toma el camino de Belén. Unos cien pasos atrás, lo sigue Juan, bien envuelto en su manto. Jesús, con su paso largo devora el camino. Juan lo sigue con dificultad.
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA