Mientras el sol va bajando lentamente, el cielo se pinta de cobalto acompañando con mucho frío, el anochecer invernal… Y las primeras estrellas comienzan a asomarse.
Jesús apresura el paso y va directo a la ruina de la Torre de David. Entra en la gruta donde nació.
Juan cauteloso, entra en los establos que están a un lado.
Juan está contento y habla consigo mismo:
– Al menos aquí lo oiré… ¡Aquí nació! ¡Aquí viene a llorar su dolor! -entre suspiros, continúa- ¡Ah, Dios Eterno! ¡Salva a tu Mesías! Me tiembla el corazón, ¡Oh! Dios ¡Altísimo! Porque Él se aísla siempre, antes de emprender grandes cosas. ¡Oh! ¡Todo lo que dice lo tengo dentro!… Soy un muchacho tonto y poco es lo que comprendo. ¡Oh, Padre Nuestro! Pero yo tengo miedo. ¡Mucho miedo!…
Porque habla de muerte. De una muerte dolorosa. De traición… De cosas terribles… ¡Tengo miedo, Dios mío! Da fuerzas a mi corazón, Eterno Señor. Fortifica mi corazón de muchachillo, como sin duda robusteces el de tu Hijo, para los futuros acontecimientos… ¡Oh que lo presiento! Para eso ha venido aquí. Para sentirte más que nunca y robustecerse con tu amor. Yo lo imito, ¡Oh, Padre Santísimo! Ámame y haz que te ame para tener la fuerza de padecer todo sin cobardía, para consuelo de tu Hijo.
Juan ora largamente. De pie, con los brazos en alto. Después sube al pesebre y se acurruca entre el heno, envuelto con su manto. Cansado, se queda dormido. Su respiración y el chasquido del arroyo, son los únicos rumores en esta noche de Diciembre.
Los discípulos pastores con Leví por delante, llegan y se asoman en la Gruta de Jesús. Luego se retiran silenciosos.
Simeón propone:
– ¿Porqué no quedarnos en el umbral de su Gruta, para verlo de vez en cuando? Por muchos años hemos estado bajo el rocío a la luz de las estrellas; cuidando los rebaños. ¿Y no podemos hacerlo para cuidar al Cordero de Dios? ¡Nosotros que fuimos los primeros en adorarlo en su primera noche!
Matías responde:
– Tienes razón. Pero, ¿Qué viste al asomarte? ¿Acaso al Hombre? ¡No! Sin querer hemos atravesado el umbral; al atravesar el triple velo que protege el Misterio.
Y hemos visto lo que ni siquiera el sacerdote ve al entrar en el Lugar Santísimo. En el Santo de los santos. ¡Hemos visto los inefables amores de Dios con Dios!
No nos es lícito espiarlos otra vez. La Potencia de Dios podría castigar nuestras pupilas atrevidas; ¡Que han visto el éxtasis del Hijo de Dios! ¡Oh! ¡Contentémonos con lo que tuvimos! Quisimos venir aquí, para pasar la noche en Oración, antes de irnos a nuestra misión. Orar y recordar aquella noche lejana…
En vez de eso, hemos contemplado el amor de Dios… ¡Oh! ¡Cuánto nos ha amado el Altísimo, al darnos la alegría de contemplar al Infante, de haber sufrido por Él y de anunciarlo…! ¡Cómo discípulos del Niño Dios y del Hombre Dios! Ahora nos ha concedido este Misterio… ¡Bendigamos al Padre Santísimo y no deseemos más!…
Los pastores responden:
– Hablas sabiamente.
– Te obedecemos.
Simeón pregunta:
– Pero qué penoso… ¡Qué duro es resistir no verlo otra vez, estando tan cerca! ¿Estará todavía como antes?
Todos comentan:
– ¡Quién sabe!
– ¡Cómo brillaba su rostro!
– ¡Más que la luna en una noche serena!
– ¡En su boca había una sonrisa divina!
– ¡De sus ojos descendían lágrimas!
– ¡Todo en Él era una plegaria!
– ¿Qué habrá estado viendo?
– ¡A su Eterno Padre!
– ¡Más que verlo, estaba con Él!
Leví dice extasiado también:
– ¡Y se amaban! ¡Ah!…
– ¡Maestro Santo! Más que la tierra ardiente de sed, Él tiene necesidad de sentirse amado; inundado del Amor de Dios. ¡Hay tanto Odio a su alrededor!
Matías, de pie, con los brazos extendidos, exclama:
– ¡Pero también amor! Yo quisiera… Lo haré. ¡El Altísimo me oye! Me ofrezco y digo: “Señor, Dios Altísimo. Dios y Padre de tu Pueblo, que aceptas y consagras los corazones y los altares. E inmolas a las víctimas que te aguardan. Descienda como Fuego tu Voluntad y me consuma ahora víctima con tu Mesías, con el Mesías y por el Mesías; tu Hijo; mi Dios y Maestro. A Ti me encomiendo. Escucha mi plegaria.
Todos se ponen a orar y las horas pasan lentamente.
El frío, que es más duro al amanecer, es un estimulante para combatir el sueño. Se ponen de pie y prenden unas ramas, intentando calentar los cuerpos que tiritan.
Leví, castañeteando de frío, pregunta:
– ¿Cómo la pasará Él, que no piensa hacer fuego?
Elías añade:
– ¿Tendrá comida?
Simeón:
– No tenemos más que nuestro Amor y un poco de alimentos. Y hoy es sábado.
José propone:
– ¿Saben qué? Pongamos todo muestro alimento en la entrada de la gruta y vámonos. Seremos la Providencia del Hijo que todo nos provee.
Daniel:
– Un pedazo de pan no nos faltará, antes de que llegue la tarde…
Benjamín:
– Sí. Hagamos una buena fogata para calentarnos. Luego le llevamos todo allá. Y nos alejaremos antes de que Él salga y nos vea…
Así lo hacen. Abren sus alforjas, sacan pan queso y manzanas. Y ponen todo a la entrada de la gruta, junto con un montón de leña. Luego se retiran y se van…
Es una mañana fría pero serena de invierno. La helada ha blanqueado la hierba y hace parecer las ramas secas en preciosos joyeles cubiertos de perlas y diamantes…
Juan sale de su cueva. Se ve muy pálido en su vestido color nuez y camina inseguro… Va al arroyuelo y bebe agua, usando las manos como taza… Se siente mareado y vacilante, camina hacia la gruta de Jesús.
Y en la entrada cae de rodillas diciendo:
– ¡Jesús Señor mío, ten piedad de Mí!
Jesús sale pronto:
– Juan, ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Qué te pasa?
– ¡Oh, Señor mío! ¡Tengo hambre! ¡Hace dos días que no como nada! Tengo hambre y frío…
Jesús lo ayuda a levantarse y dice:
– ¡Ven!
Juan dice llorando:
– ¡No me castigues, Señor si te desobedecí!
Jesús sonríe y responde:
– Ya estás castigado. Estás como uno que se está muriendo. Siéntate aquí sobre esta piedra. Voy a hacer fuego y te daré de comer.
Jesús lo hace.
Calienta el pan con el queso y pone las manzanas entre las cenizas. Luego los da a su apóstol, diciendo:
– Come ahora y deja de llorar. Quisiera darte un poco de vino, pero no tengo. Anteayer al amanecer, encontré leña y alimentos. No había vino. Por eso no puedo dártelo.
Juan contesta:
– Me siento mejor Señor. No te aflijas. Te desobedecí y me separé de los compañeros. Respondí de mala manera a Judas de Keriot, que me advirtió que iba a cometer un pecado. Le contesté: “Ayer tú lo hiciste por tener noticias de tu madre. Ahora yo lo hago por estar con el Maestro, velar por Él y defenderlo.” Fui un presumido. ¡Yo, pobre tonto; defenderte! Y luego quise imitarte. Me dije: ‘Sin duda que Él está en Oración y Ayuno. Haré lo que hace y por su misma intención.’ Y todo lo contrario…
El llanto se convierte en sollozo, mientras la confesión de la debilidad humana de la materia que sofocó la voluntad del espíritu, sale de los labios de Juan:
– … Y todo lo contrario. Estuve durmiendo. Cuando amaneció me desperté y te vi lavarte en el río y volver aquí. ¡Comprendí que podían haberte capturado y yo no habría estado pronto para defenderte!
Luego quise hacer penitencia y ayunar, pero no fui capaz de hacerlo. Ayer tuve mucha hambre. Anoche no dormí nada por el hambre y por el frío… Y esta mañana ya no pude resistir más… ¡Soy un siervo necio y vil! Castígame, Señor…
Jesús mueve la cabeza y dice:
– ¡Pobre muchacho! Quisiera que todo el mundo tuviera estas culpas. Levántate y escúchame. Y tu corazón volverá a la paz. ¿Desobedeciste también a Simón de Jonás?
– No, Maestro. Nos dijiste que estuviésemos sujetos a Él. Cuando le dije lo que quería hacer, porque mi corazón no estaba tranquilo al verte partir solo, él me respondió: “Vete y que Dios vaya contigo” Los otros protestaron y Judas más que los demás. Me recordaron la obediencia y reprocharon a Pedro.
– ¿Reprocharon? Sé sincero Juan.
– Solo fue Judas quién le reprochó y quien me trató mal. Pedro me bendijo y dijo: ‘El Maestro perdonará, porque esto es por amor.’ Y me mandó detrás de Ti.
– Entonces de esta culpa, no tengo porqué absolverte.
– ¿Por qué es demasiado grave?
– No. Porque no existe.
– Siéntate otra vez aquí al lado de tu Maestro y escucha la lección…
Y Jesús le habla de la penitencia, de la tentación, del pecado y de la perfección…
Cuando termina, Jesús dice:
– Vámonos. Tomaremos el camino que lleva al Jordán, para evitar entrar en Jerusalén.
Y se van…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA