166.- EL PASTOR PERSEGUIDO11 min read

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Los apóstoles no hablan. Caminan pensativos. La partida imprevista los ha desorientado. ¡Se sentían tan seguros ya! Están abrumados por la desilusión y la comprobación de lo que es el mundo y los hombres…

Jesús por su parte, aunque no sonríe; no camina triste, ni abatido. Va con la frente levantada en lo alto, delante de todos. Sin altivez y sin miedo. Camina como quien sabe a dónde va y lo que debe hacer. Camina como un valiente. Como un héroe a quien nada perturba, ni amedrenta.

Cuando Jesús se separa del camino principal y toma un camino secundario que lleva hacia el norte, los apóstoles se miran entre sí y comprenden que no van a Galilea, sino a Samaría. Pero no preguntan.

Llegan a una arboleda que hay en la colina y Jesús dice:

–                       Detengámonos aquí y comamos. Ya es mediodía.

Se acercan a un arroyo que lleva poca agua. Se sientan en unas piedras grandes que hay en la orilla y que están a la sombra de unos enormes sauces.

Jesús ofrece y bendice la comida.

Todos comen en silencio y pensativos.

La voz de Jesús los saca de sus meditaciones.

–                       ¿No me preguntáis a dónde vamos? La preocupación del mañana os ha dejado mudos. ¿O ya no soy vuestro Maestro?

Los doce levantan la cabeza. Son doce caras afligidas y atolondradas que miran el rostro impasible de Jesús y se oye solo un:

–                        ¡Oh!

Pedro habla en nombre de todos.

–                       Maestro, Tú sabes que para nosotros Tú no has cambiado. Sin embargo desde ayer estamos como si hubiéramos recibido un fuerte golpe en la cabeza. Todo nos parece un sueño. Y Tú… Vemos y sabemos que eres Tú. Pero nos parece como si te hubieses alejado de nosotros. Así nos sentimos desde que hablaste con tu Padre, antes de llamar a Lázaro.

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Desde que lo sacaste del sepulcro y lo resucitaste con la fuerza de tu Voluntad y tu Poder. Casi nos da miedo. Lo digo por mí… Luego nosotros… esta partida tan repentina como misteriosa.

Jesús pregunta:

–                       ¿Tenéis doble miedo? ¿Sentís el peligro que se os viene encima? ¿Creéis no tener fuerza suficiente para enfrentaros y superar la última prueba? Decidlo francamente. Todavía estamos en la Judea. Estamos cerca de los caminos que llevan a Galilea. Cualquiera de vosotros se puede ir si quiere. Y está a tiempo para no ser objeto del Odio del Sanedrín…

Los apóstoles al oír esto se turban. El que estaba tumbado sobre la hierba, se endereza. El que estaba sentado se pone de pie.  Luego se ponen alerta y…

Jesús continúa:

–                       Porque desde ahora Soy un hombre perseguido según la Ley. Tenedlo en cuenta. A esta hora va a leerse en todas las sinagogas, el bando de que soy el Gran Pecador. Y de que cualquiera que sepa dónde estoy, tiene la obligación de denunciarme al Sanedrín para que me cautive…

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Los apóstoles gritan. Algunos maldicen al Sanedrín. Otros invocan la justicia divina. Otros lloran. Otros se quedan como estatuas…

Jesús dice:

–                       Callaos. Escuchad: nunca os he engañado. He amado vuestra compañía, como si fuerais mis hijos. no os he escondido ni siquiera mi última hora. Mis peligros… Mi Pasión. Se trataba de cosas mías. Ahora tenéis que pensar en vuestra seguridad y en la de vuestras familias…

Os ruego que lo hagáis con libertad completa. No penséis esto a través del amor que me tenéis. Por el hecho de que os haya elegido. Y como os dejo libres de cualquier obligación para con Dios y para con su Mesías, imaginaos que es la primera vez que os encuentro y que después de haberme escuchado; decidiréis si os conviene o no, seguir al Desconocido, cuyas palabras os han conmovido.

Imaginaos que es la primera vez que me oís y que me veis. Y que os digo: “Ved bien que soy un Perseguido, que me odian. Que el que me ama y me sigue, es perseguido y odiado como Yo, en su propia persona, intereses, afectos. Ved bien que la Persecución, puede llevar a la muerte y a la confiscación de los bienes familiares.”

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Pensadlo bien y decidid. Os seguiré amando siempre, aunque me digáis: “Maestro, ya no  puedo seguirte…” Medirse y medir, es siempre una sabia providencia en las cosas pequeñas o en las grandes. Os amo a todos. Sé que mis discípulos puestos a prueba sin estar suficientemente preparados, tanto en el saber cómo en la reflexión; podrían no triunfar, como buenos atletas en el estadio. Repito: Reflexionad.

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Los verdugos se contentarán con capturarme. No os escandalicéis de vuestra debilidad. Os dejo en plena libertad de decidir entre vosotros. Voy a ir allá, entre aquel matorral, a orar. Uno por uno, vendrá a decirme lo que piense. Cualquiera que sea vuestra decisión… La bendeciré. Os amaré teniendo en cuenta el amor que me habéis dado.

Jesús se levanta y se va.

Los apóstoles quedan espantados, perplejos; conmovidos. Al principio, nadie se atreve a hablar.

Pedro es el primero en tomar la palabra:

–                       ¡Qué me trague el Infierno si lo abandono! ¡Estoy seguro de mí! ¡Aunque me atacasen todos los demonios que hay en la Genhna, con Leviatán al frente! ¡No me separaré de El por temor!

Felipe dice:

–                       Tampoco yo. ¿Voy a ser inferior a mis hijas?

Judas de Keriot afirma:

–                       Yo estoy seguro de que no le harán nada. El sanedrín amenaza. Pero lo hace para hacernos ver que todavía vive. Es el primero en saber que nada vale, si Roma no quiere. ¡Sus amenazas!…  ¡Es Roma la que condena!

Andrés le hace notar:

–                       Pero en cosas religiosas, el Sanedrín es el Sanedrín.

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Al escucharlo, le empieza a hervir la sangre al impulsivo Pedro y le replica en tono amenazador:

–                       ¿Tienes miedo hermano? Ten en cuenta que en nuestra familia jamás ha habido bellacos.

Andrés replica:

–                       No tengo miedo y espero poder demostrarlo. Tan solo respondí a Judas.

Judas de Keriot confirma:

–                       Tienes razón. El error del Sanedrín está en querer usar el arma política, para no decir y que no se le diga que levantó su mano contra el Mesías. Estoy seguro de ello. Les gustaría hacer caer al Mesías en Pecado. Y hasta lo han intentado, para hacerlo odioso a las multitudes. ¡Pero matarlo!…

¡Eh no! ¡Tienen demasiado miedo! Un miedo que no tiene comparación, porque lo llevan dentro. ¡Saben muy bien, que Él es el Mesías! Y tanto lo saben, que sienten que para ellos ha llegado el fin; porque vienen los tiempos nuevos.

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Quieren destruirlo. Pero, ¿Destruirlo ellos? No. Eso no puede ser posible. Por eso buscan una razón política; para que sea el Procónsul… Para que sea Roma, quien acabe con Él. Pero el Mesías no hace sombra a Roma y Roma no le hará ningún mal. El Sanedrín aúlla en vano.

Pedro pregunta:

–                       ¿Entonces tú te quedas con Él?

Judas contesta decidido:

–                       ¡Claro! ¡Más que todos!

Zelote dice:

–                       Yo no pierdo o gano nada, quedándome o yéndome. Tan solo tengo la obligación de amarlo y lo haré.

Bartolomé proclama:

–                       Yo lo reconozco como el Mesías y por esto lo sigo.

Santiago de Zebedeo afirma:

–                       También yo. Lo creí, desde el momento en que Juan Bautista me lo señaló.

Tadeo dice:

–                       Nosotros somos sus hermanos. A la Fe hemos juntado el amor de la sangre. ¿No es verdad Santiago?

Santiago de Alfeo responde:

–                       Desde hace años, Él es mi sol. Sigo su trayectoria. Si cae en el abismo que le habrán abierto sus enemigos, lo seguiré.

Mateo dice:

–                       ¿Y yo? ¿Puedo olvidar que me redimió?

Tomás exclama:

–                       Mi padre me maldeciría siete veces siete, si lo abandonase. Por otra parte, tan solo por el amor a María, yo no me separaría jamás de Jesús.

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Juan no habla. Está con la cabeza inclinada, abatido.

Los demás toman esta actitud como debilidad y le preguntan:

–                       ¿Y tú? ¿Eres el único en quererte ir?

Levanta su cara tan franca en sus gestos como en su mirada y clavando sus ojos azules en ellos dice:

–                       Yo estaba rogando por todos vosotros. Queremos hacer. Decidir por nuestras propias fuerzas… Y no nos damos cuenta de que al hacerlo así, dudamos de las palabras del Maestro. Si Él asegura que no estamos preparados, estará en los cierto. Si no lo hemos logrado en tres años, ¿Vamos a lograrlo en pocos meses?…  

Todos lo atacan como regañándolo:

–                       ¿Qué estás diciendo?

–                       ¿En pocos meses?

–                       ¿Qué sabes tú?

–                       ¿Eres profeta?

Juan contesta:

–                       No soy nada.

Judas de Keriot grita con rabia:

–                       ¡Y entonces!… ¿Qué sabes tú? ¿Él te lo dijo acaso? Tú no ignoras sus secretos…

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Juan le responde:

–                       Amigo. No me odies si comprendo que la tranquilidad se está acabando. ¿Cuándo será? No lo sé. Pero sí llegará el fin. Él lo dice. ¡Cuántas veces lo ha dicho!…  ¿Acaso no escuchamos? No queremos creer. El Odio de los otros, son la señal de que sus palabras son verdaderas…

Y por eso prefiero orar; porque no hay otra cosa que hacer. Pedir a Dios que nos haga fuertes. ¿No te acuerdas Judas que Él nos dijo que Él había orado a su Padre, para tener fuerzas en las Tentaciones? La fuerza viene de Dios. Yo imito a mi Maestro, como es razonable hacerlo…

Pedro le pregunta:

–                       ¿Entonces te quedas?

–                       ¿Y adonde quieres que yo vaya, si no me quedo con Él, que es mi vida y mi todo? Como solo soy un pobre jovencillo, el más necesitado de todos. Todo lo pido a Dios, Padre de Jesús y nuestro…

Pedro declara:

–                       Dicho está. Nos quedamos todos. Vamos a donde está. Ha de estar triste. Nuestra fidelidad lo contentará.

Jesús está orando de rodillas, con el rostro inclinado sobre la hierba. Se yergue al oír el ruido de las pisadas. Y mira a los Doce con una mirada seria y un poco triste.

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Pedro dice:

–                       Alégrate Maestro. Ninguno de nosotros te abandona.

Jesús advierte:

–                       Tomasteis muy pronto vuestra decisión…

Pedro reitera:

–                       Las horas y los siglos, no cambiarán nuestra decisión.

Iscariote proclama:

–                       Ni las amenazas nuestro amor.

Jesús los mira de uno por uno. Una mirada larga, profunda; que los Doce sostienen sin vacilaciones.

Su mirada se detiene de una manera muy especial en Judas, que lo mira a su vez, con más seguridad que todos los demás.

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Jesús abre sus brazos con un acto de resignación y dice:

–                       Vámonos. Todos vosotros habéis sellado vuestro destino.

Regresa a tomar su alforja y ordena:

–                       Tomemos el camino que nos indicaron que lleva a Efraím.

La sorpresa no tiene límites…

Y todos preguntan:

–                       ¿A Samaría?

–                       A los confines de Samaría. Juan también fue a esos  lugares, para vivir predicando al Mesías, hasta que llegase su hora.

Santiago de Zebedeo objeta:

–                       Sin embargo no se salvó.

–                       No busco salvarme, sino salvar. Y salvaré en la Hora Señalada. El Pastor Perseguido va a donde están las ovejas más infelices…

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Y con paso rápido se ponen en camino. Cuando llegan al arroyo que corre de Efraím al Jordán, Jesús llama a Pedro y a Bartolomé…

Les da una bolsa diciendo:

–                       Adelantaos y buscad a María de Jacob. Recuerdo que Malaquías me dijo que era la más pobre del lugar, pese a su gran casa. Ahí nos hospedaremos. Dadle suficiente dinero para que nos hospede sin molestias. Conocéis la casa. Tiene cuatro granados. Está cerca del puente que da al arroyo.

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Pedro y Bartolomé contestan:

–                       Los conocemos, Maestro.

–                       Haremos como ordenas.

Y rápidos se van.

Jesús los sigue lentamente junto con los demás…

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

 

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