170.- LA MIRADA DE DIOS
Es una noche serena y llena de estrellas. Efraím está envuelto en los velos nocturnos. El arroyo no es más que un murmullo en el silencio. En el Oriente, clarea el alba.
La persona que estaba acuclillada en el suelo, cubierta bajo un manto oscuro, se pone de pie al oír que se abre la puerta de la cocina…
Jesús sale y se dirige a la escalera. Una tos discreta, llama su atención y se detiene…
El hombre se inclina para saludarlo y dice en voz baja:
– Soy yo, Maestro. Soy Mannaém. Te he estado esperando.
Jesús contesta.
– La paz sea contigo. ¿Cuándo viniste?
Mannaém dice:
– He estado en aquellos matorrales, desde ayer por la noche.
– ¡Toda la noche bajo el sereno!
– Tenía que hablarte a solas. Esperé a que salieras para orar. Alabado sea el Altísimo.
– Eternamente lo sea. -contesta Jesús.
Y mira a Mannaém. Trae un vestido común y corriente de color café y un manto más oscuro, de tela tosca. No luce ninguna de sus acostumbradas joyas… Ni tampoco los riquísimos adornos que siempre resaltan sus finas vestiduras. Parece un trabajador o un peregrino. Está irreconocible…
Jesús le pregunta:
– ¿Por qué tantas precauciones?
Mannaém responde:
– Maestro, José y Nicodemo quieren hablarte y han tratado de hacerlo, burlando cualquier vigilancia. Lo intentaron varias veces, pero parece que Belcebú ayuda a tus enemigos…
Tuvieron que renunciar porque tanto su casa como la de Nique, tienen vigilancia continua. Ella es una mujer valiente. Se puso en camino por Adomín. Pero la siguieron y se detuvo cerca de la ‘Subida sangrienta’ y les dijo: “Voy a ver a un hermano mío que está en una gruta en los montes. Si queréis venir, vosotros que enseñáis lo de Dios, haréis una obra santa, porque está enfermo y tiene necesidad de Dios.” Y con esta audacia los persuadió a irse. Pero no se atrevió a venir aquí. Y fue en realidad a ver a alguien que está en una gruta y que le confiaste… Y le llevó lo que traía para Ti.
– Es verdad. ¿Pero cómo lo hizo saber Nique?…
– Fue a Bethania. Lázaro no está. Y María no es una mujer que tiemble ante nadie… Se vistió como una reina y fue al Templo, públicamente con Sara y Noemí. Y luego a su palacio de Sión. De allí envió a Noemí a casa de José, con el recado.
Nos pusimos de acuerdo en que yo vendría, porque nadie sospecha de mí… Pues soy un nómada que va de un palacio de Herodes a otro. A decirte que la noche del Viernes al Sábado, José y Nicodemo, uno de Arimatea y otro desde Rama, vendrán y te esperarán en Gofená. Yo te llevaré… José te ruega que nadie sepa de este encuentro, por el bien de todos.
– También por el tuyo, Mannaém.
– Señor… Yo no tengo bienes que cuidar, ni intereses de familia, como José.
– Y esto confirma mis palabras de que las riquezas materiales, son siempre un peso… Di a José que nadie sabrá de nuestro encuentro. Ven. Te enseñaré donde nos encontraremos la noche del sábado…
Bajan sin hacer ruido y salen del huerto, bajando a la ribera del arroyo.
El día señalado, Mannaém lleva a Jesús hasta una gruta donde lanza un chillido semejante al de un búho…
José y Nicodemo, salen a un corredor rocoso. Después de los saludos, los guían a un lugar en donde encendieron una hoguera.
Nicodemo pregunta:
– Maestro. ¿Nadie se ha enterado de tu venida?
Jesús replica:
– ¿Y quién quieres, Nicodemo?
– ¿No están contigo tus discípulos?
– Solo Juan y Judas de Simón. Los otros evangelizan desde el crepúsculo del sábado hasta el del viernes… Yo salí de casa diciendo que no me esperasen hasta el domingo. Todos están acostumbrados a mis ausencias… Estad tranquilos. Tenemos mucho tiempo para hablar. Este es el mejor lugar.
José dice:
– Nos desagrada haberte traído hasta acá. Pero desde aquí podemos partir por diferentes caminos, sin que nadie nos vea. Porque donde se sospecha que alguien te quiere, ahí está el ojo penetrante del Sanedrín…
Nicodemo objeta:
– José. Creo que somos nosotros los que vemos sombras, donde no las hay. Me parece que desde hace días, todo se ha calmado…
– Te engañas, amigo. Te lo aseguro. Hay calma porque no tienen necesidad de buscar al Maestro, pues ya saben dónde está. Por eso lo vigilan a Él y no a nosotros. Por eso recomendé que no dijese a nadie que nos veríamos. Para evitar… Bueno, lo que queríamos decirte es que alguien denunció donde te encuentras y que ese alguien no soy yo, ni tampoco Nicodemo, Mannaém o Lázaro, ni sus hermanas o Nique.
José mira a Jesús y pregunta:
– ¿Hablaste con alguien más?
Jesús contesta:
– Con nadie, José.
– ¿Estás seguro?
– Cierto.
– ¿Y tus discípulos?
– No. Están conmigo, Juan y Judas de Simón. Judas, aunque es un poco imprudente, no ha podido hacerme daño alguno con su irreflexión. Porque no se ha alejado de la ciudad y en estos días hay pocos peregrinos.
– Entonces el mismo Belcebú te denunció. Porque el Sanedrín sabe que estás aquí.
– ¡Bien! ¿Cómo reaccionó cuando lo supo?
– De diversas maneras Maestro, alguien dijo que esto era lógico. Como te pusieron en el bando en lugares santos; el único refugio era Samaría. Otros sostienen que eres un ‘samaritano del alma’, más que de raza y que esto es suficiente para condenarte.
Todos están felices porque consiguieron callarte. Y ya pueden decir a las multitudes que eres amigo de los samaritanos. Dicen: “Hemos ganado la batalla y lo demás será juego de niños.” Te rogamos que hagas lo posible porque no sea verdad.
– No lo será. Dejad que hablen. Los que me aman no perderán la paz, con las apariencias.
– Cuídate. No salgas de donde estás. Te avisaremos si algo sucede…
– No es necesario. Quedaos donde estáis. Pronto vendrán las discípulas. Como el lugar en donde estoy es conocido. Los que no tienen miedo al Sanedrín, vendrán, para que mutuamente nos consolemos.
– Queremos socorrerte, Maestro.
– No. Los discípulos que andan evangelizando, traen todo lo que necesitamos. El obrero vive de lo que le den. Les exijo que a su regreso no traigan ni una migaja de provisión y que tomen para nosotros lo que basta, para la comida frugal de una semana.
– ¿Por qué, Maestro?
– Para enseñarles el desprendimiento de las riquezas y la superioridad del espíritu, sobre las preocupaciones del mañana. Por eso y por otras razones que me reservo. No insistáis más.
– Como quieras. Pero nos desagrada no poder servirte.
– Llegará la hora en que lo haréis. Ya va a amanecer.
– Debemos separarnos. Regreso a Gofená, donde dejé mi caballo. Nicodemo bajará a Berot. Y de allí a Rama, terminado el sábado.
– ¿Y tú, Mannaém?
Mannaém responde:
– ¡Oh! Yo no tengo temor alguno. Herodes está en Jericó. Dejé el caballo encargado y seguro… Por ahora me quedo contigo. En la bolsa traigo alimentos para los dos.
Jesús dice:
– Entonces despidámonos. Nos volveremos a ver en Pascua.
José protesta:
– ¡No querrás exponerte al peligro!
Nicodemo exclama:
– ¡No lo hagas, Maestro!
– Es verdad que sois malos amigos que me aconsejáis el pecado y la cobardía. ¿Dónde debo adorar al Señor, en la Pascua de los Ácimos? Tengo que ir al Templo de Jerusalén, como debe hacerlo todo varón de Israel.
Los dos dicen al mismo tiempo:
– ¡Pero, Maestro!
– ¡Ellos te descubrirán inmediatamente!
Jesús:
– Aunque no me descubrieren. Yo haría que me viesen.
Nicodemo y José:
– Quieres tu ruina.
– Es como si te suicidaras.
– No. Vuestra inteligencia está llena de Tinieblas. No voy a suicidarme. Obedezco la Voz de mi Padre que me dice: “Ve. Es la Hora” el Cordero Salvador solo puede ser Inmolado, en la Pascua de los Ácimos. Vine para ser proclamado Rey de todas las Naciones. Porque esto es lo que quiere decir ‘Mesías’
¿No es verdad? Y también quiere decir ‘Redentor’. Sólo que el verdadero significado de estas dos palabras, no corresponde a lo que pensáis. Yo os bendigo y pido al Cielo que descienda sobre vosotros, un rayo de luz.
Hasta pronto, José. Sé justo y bueno, como el que fue mi tutor por muchos años. Si él estuviese aquí, él jamás me aconsejaría la villanía.
Me repetiría las palabras que solía decirme, cuando algo duro pesaba sobre nosotros: “Levantemos el corazón. Encontraremos la mirada de Dios y olvidaremos el dolor que los hombres nos infligen. Hagamos cualquier cosa por dura que sea; pensando que es Dios quién nos la presenta. Y de este modo santificaremos aún las cosas más pequeñas. Y Dios nos amará.” ¡Oh! ¡Esto es lo que hubiera dicho para consolarme, en medio de los más grandes dolores!… Y nos habría consolado… ¡Oh, Madre mía!…
Jesús se desprende de José, a quién había abrazado y baja su cabeza. Se queda en silencio un largo minuto… al contemplar su próximo martirio y el de su pobre Madre…
Luego Jesús dice a Nicodemo:
– Renace en tu espíritu, Nicodemo. Para poder amar la Luz que soy Yo. Y para poder vivir en ti, como Rey y Salvador. Idos. Que Dios esté con vosotros.
Los dos sanedristas toman el camino opuesto por el que vino Jesús.
Mannaém los acompaña para despedirlos, hasta la entrada de la gruta. Y regresa con una cara muy expresiva…
Mannaém dice:
– Son ellos los que violarán la distancia sabática y no tendrán paz hasta que paguen al Eterno, lo que creen deberle, con el sacrificio de un animal. ¿No sería mejor para ellos sacrificar su tranquilidad, declarándose abiertamente tuyos? ¿No sería más agradable ante el Altísimo?
– Lo sería. Pero no los juzgues. Cuando llegue el momento decisivo, muchos que se creen mejores que ellos, caerán… Y estos dos se levantarán contra todo un mundo.
– ¿Lo dices por mí, Señor? Mejor quítame la vida, antes que reniegue de Ti.
– No me renegarás… En tí hay otros elementos que ellos no tienen y que te ayudarán a ser fiel.
– Es verdad. Soy… Herodiano. Es decir lo fui… Porque ya estoy separado del Consejo. Ante las otras castas, es poco menos que ser pagano.
Los del Templo se han aliado con los herodianos, para destruirte. Tú les infundes mucho miedo… A todos. Temen por sus intereses que jamás se sacian. ¡Ah! ¡Cómo me desagrada llevar una vida doble! Quisiera seguirte solo a Ti. Pero te sirvo más así. Maestro, Tú dices que pronto serás Inmolado. ¿No es un lenguaje figurado?
– Tú quisieras que eso no me pasara. No se trata de una figura. Es una realidad. Seré Sacerdote para siempre. Pontífice Inmortal de un Organismo al que daré vida, hasta el fin de los siglos.
Y la verdadera autoridad que me ungirá como Pontífice y Mesías, es la del que me ha enviado. Ningún otro que no sea Dios, puede ungir a Dios como Rey de reyes y Señor de los señores, para siempre.
– ¡Entonces, no se puede hacer nada! ¡Me entristece!
– Si puedes hacer algo… Amarme. Amar no al hombre que se llama Jesús… Sino lo que Es Jesús.
Amarme con todo tu ser, así como Yo os amo; para que estés conmigo más allá de lo temporal. ¡Seremos muy felices en el Reino de mi Padre, nosotros que nos amamos!
Jesús sale afuera de la cueva con Mannaém a su lado. Y sonríe a algo que ve y contempla…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
169.- LOS LADRONES CONVERTIDOS
Días después, Jesús está solo, con los niños en el arroyo.
Juan llega y dice:
– Maestro, han venido los familiares de los niños.
Jesús pregunta:
– ¿Dónde está Judas?
– No lo sé, Maestro. Después de que viniste aquí, salió y no ha regresado. Estará en el pueblo. ¿Quieres que lo busque?
– No. No es necesario.
Y regresan a la casa.
María de Jacob dice:
– Los llevé a la terraza para que descansaran. Judas viene corriendo del pueblo. Lo esperaré y prepararé algo para los peregrinos, que llegaron muy cansados.
También Jesús espera Judas en el pasillo.
Judas al llegar no lo ve y se dirige a la mujer muy altanero:
– ¿Dónde están los de Siquem? ¡Vayan a llamar al Maestro! ¡Juan!
Descubre a Jesús y cambia de tono:
– Maestro, corrí lo más que pude. Por casualidad… Ya estás en casa…
Jesús dice:
– Juan me fue a buscar.
– Yo también lo hubiese hecho; pero en la fuente me pidieron unas personas que les explicase algo…
Jesús no responde. Va a saludar a los recién llegados y les da la bienvenida en forma particular.
Ellos le dicen sorprendidos:
– ¿Te acuerdas de nuestros nombres?
– También de vuestras caras y de vuestras almas.
Malaquías el sinagogo, dice:
– Ellos son los familiares de los niños. Vinieron a llevárselos y a darte las gracias por la piedad que mostraste con ellos, que son hijos de Samaría. ¡Eres el único en hacerlo!… Eres el Santo que solo hace cosas santas. Y venimos a agradecerte que nos hayas elegido como refugio y que nos hayas amado en los hijos de nuestra raza.
Un hombre dice:
– Nosotros somos hermanos de la madre de los pequeños. Estábamos enojados contra ella porque se casó sin consentimiento. Nuestro padre amaba mucho a su única hija y por varios años estuvimos separados. Cuando supimos que la mano de Dios había caído sobre nuestra hermana y que tenía mucha aflicción en su casa; pues su unión impura, no le alcanzó la bendición divina.
Nos llevamos a nuestro padre a nuestra casa, para que no sufriese más que por la pobreza en que su hija vivía. Cuando ella murió, ya te habíamos oído. Vencimos nuestro rencor y ofrecimos a su marido hacernos cargo de los niños; pero él respondió que prefería verlos muertos, antes que comieran de nuestro pan. Y no nos permitió el cuerpo de nuestra hermana para sepultarla.
Entonces juramos odiarle a él y a sus descendientes. El odio cayó sobre él en tal forma, que de hombre libre se convirtió en esclavo y murió como chacal en una cueva inmunda. Pero tuvimos mucho miedo cuando hace ocho noches llegaron a nuestra casa los ladrones. Nos dijeron el motivo y más por aversión, los despachamos ofreciéndoles una buena recompensa para que se mostrasen amigables. Y nos admiramos al saber que ya habían cobrado y que no querían otra cosa.
Judas, repentinamente, prorrumpe con una carcajada llena de sarcasmo:
– ¡Ja, ja, ja! ¡Su conversión…! ¡Total! ¡No cabe duda!
Jesús lo mira severamente y los demás quedan sorprendidos.
El que estaba hablando continúa:
– ¿Y qué más podías pedir de ellos? ¿No era suficiente que llegaran a nuestra casa con el pastorcillo, desafiando los peligros y sin haber tocado nada? El que vive mal, se porta siempre mal. Pues no quitaron gran cosa al difunto. Nos sorprendió su honradez y el saber que los niños estaban en Efraím contigo. Nos dijeron que habías hablado con ellos y por eso tuvieron piedad. Y aquí estamos. Hemos venido por los niños. Nos quedaremos también con el niño pastor, pues sabemos que también es huérfano y no tiene a nadie.
Jesús responde:
– Que así sea. Judas, están en el arroyo con Juan. Traed a los niños.
Cuando los ven, dicen:
– Los tenía mejor cuidaos de lo que pensábamos. Traen buen vestido y sandalias. Tal vez al final le fue bien.
El mediano, que es el menos tímido, responde:
Tenemos vestidos nuevos, porque Jesús nos los dio. Nosotros no teníamos nada.
– Te devolveremos todo, Maestro. Joaquín de Siquém ha recibido ofertas de la ciudad. Añadiremos dinero.
– No quiero dinero. Quiero una promesa: que améis a estos que arrebaté a los ladrones.
– Te lo prometemos Maestro. Lo que más me extrañó fue que los ladrones dijeron que te comunicásemos que los perdonaras, si tardaron mucho en llegar a nuestra casa. Pero fue por las precauciones que tuvieron que tomar y que no podían caminar fácilmente por caminos difíciles…
Jesús dice:
– ¿Oíste, Judas?
Iscariote no contesta.
Malaquías el sinagogo y los siquemitas, invitan a Jesús para que vaya con ellos. Y mientras los apóstoles se industrian porque los niños se familiaricen con sus parientes, los samaritanos tratan de convencer a Jesús para que se quede definitivamente con ellos, porque los judíos no lo quieren…
Jesús les explica porqué no puede hacerlo y porqué es necesario que regrese a Jerusalén para la Pascua.
Al día siguiente…
Llega un grupo de la Decápolis a buscar a Jesús.
Judas los recibe diciendo:
– El Maestro no está. Estamos yo y Juan. Y es lo mismo. Decid que queréis.
Un hombre replica:
– No podéis enseñar lo que Él enseña.
– Somos igual que Él, recuérdalo siempre. Si quieres oírlo a Él, regresa antes del sábado. El Maestro es ahora un verdadero Maestro. Ya no habla en los caminos, bosques o peñascos como un vagabundo y a cualquier hora, como un esclavo. Aquí habla el sábado, como es conveniente para Él. ¡Y hace bien! ¡Para lo que le sirvió el haberse acabado de fatiga y de amor!
– Nosotros no tenemos la culpa de que los judíos…
– ¡Todos! ¡Todos! ¡Judíos y no judíos! Todos sois iguales y lo seréis. Él es todo para vosotros y vosotros nada para Él. El da, vosotros no. Ni siquiera la limosna que se da al mendigo.
– Pero nosotros traemos la oferta. Mírala si no nos crees.
Juan que ha estado callado, pero que sufre visiblemente, mira a Judas con ojos suplicantes, de reproche, de consejo.
Cuando Judas extiende su mano para recibir la oferta, Juan le pone su mano sobre el brazo y le dice:
– No, Judas. Esto no. Conoces las órdenes del Maestro. –y volviéndose a los peregrinos- Judas se ha explicado mal y vosotros no lo comprendisteis bien. Lo que mi compañero quiso decir es que se trata de una oferta de Fe sincera. De un amor fiel que nosotros y todos vosotros debemos dar, por lo mucho que el Maestro nos da. Cuando andábamos errantes por Palestina, Él aceptaba estas ofertas porque las necesitábamos.
Y porque encontrábamos en nuestro camino a muchos mendigos o nos hablaban de miserias ocultas. Alabada sea la providencia, ahora no nos falta nada y no encontramos menesterosos. Tomad vuestra oferta y dadla en el Nombre de Jesús, a quién la necesite.
Estos es lo que quiere nuestro Señor y Maestro. Y lo que ha dicho que hagan los que andan evangelizando por diversos poblados. Pero si hay algún enfermo o alguien quiere hablar con Él, decidlo. Lo iré a buscar a donde se aísla para orar, pues su espíritu anhela recogerse en el Señor.
Judas murmura entre dientes:
– Santurrón estúpido y entrometido…
Se sienta junto al horno encendido y parece desinteresarse de lo que pasa.
El hombre sigue diciendo a Juan:
– Supimos que estaba aquí y quisimos verlo. Si os hemos causado alguna molestia…
Juan contesta:
– No hermanos. No es ninguna molestia que lo busquéis. Que lo améis aún con fatiga. Vuestra voluntad tendrá buena recompensa. Voy a anunciar al Señor que habéis venido y Él vendrá. Pero si no viniese os traeré su bendición.
Juan sale al huerto para ir a buscar al Maestro.
Judas lo alcanza y le ordena con imperio:
– Deja que yo voy. –y sale corriendo.
Juan lo ve irse y no dice nada.
Regresa a la cocina y les propone:
– Vamos al encuentro del Maestro.
– ¿Pero si no quisiera?…
– ¡Oh! ¡No os preocupéis de lo que pasó! Conocéis la razón por la que estamos aquí. Son los demás los que obligan al Maestro a tomar estas providencias de reserva. No es que Él lo quiera. Él siempre conserva el mismo amor por todos vosotros.
– Lo sabemos. Los primeros días de la lectura del bando, se le buscó por toda la Transjordania. Y por donde se pensaba que podían encontrarlo. Las casas de sus amigos están muy bien vigiladas. Y muchos creen servir al Altísimo, persiguiéndolo. Luego las pesquisas cesaron y se esparció la voz de que está aquí.
– ¿Quién os lo dijo?
– Unos discípulos suyos.
Juan los mira extrañadísimo y pregunta:
– ¿Mis compañeros? ¿Dónde?
– No. Ninguno de ellos. Son nuevos porque nunca los hemos visto. Hasta nos sorprendió que nos dijeran en donde estaba escondido.
– No sé que os dirá el Maestro. Por mi parte os aseguro que de ahora en adelante, no debéis creer sino a discípulos conocidos. Sed prudentes. Todos los de esta región, saben lo que le pasó al Bautista…
– Piensas que…
– Ni una sola persona odió a Juan y fue aprehendido. ¿Qué no le pasará a Jesús, que lo odian Palacio y Templo, fariseos, escribas, sacerdotes y herodianos? Sed pues prudentes, para que no os remuerda la conciencia. Vedlo que viene. Vamos a su encuentro…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
168.- EL DESTIERRO EN EFRAÍM
A la mañana siguiente…
Es sábado. Los apóstoles están en el huerto de la casa y Jesús dice:
– Vengan. Vamos al arroyo. Celebraremos el sábado como lo hacen los hebreos cuando están en lugares en donde no hay sinagogas.
Y toma de la mano a los niños. El más pequeño le pide que lo abrace como ayer.
Bartolomé propone:
– Dame al niño, Maestro. Tú debes estar todavía cansado de ayer.
Y cuando trata de tomar al niño, éste se prende al cuello de Jesús.
Judas exclama:
– Es testarudo como buen judío.
Bartolomé, que ha tomado de la mano al más grande y lo acaricia paternalmente, replica:
– No es verdad. Tiene miedo. Tú de hijos no sabes nada. Los pequeños así son. Cuando algo les pasa, buscan refugio en el primero que les sonríe.
Y se van siguiendo el curso del arroyo. Sus riberas son hermosas están tapizadas de florecillas. El agua es cristalina y corre entre las piedras. Se encuentran dos tórtolas bañándose y las ven cuando levantan e vuelo llevando en su pico una vedija para llevarla a su nido…
El niño mayor dice:
– Es para su nido. Han de tener polluelos…
Baja la cabeza y llora quedamente. Bartolomé lo toma en sus brazos, comprendiendo que hay una herida, que volvieron a abrir las tortolillas. Él, que tiene corazón de buen padre, suspira.
El niño llora sobre su hombro. Y los otros dos niños al verlo se unen al llanto, llamando a su padre.
Iscariote observa:
– ¡Hoy será esto nuestra oración sabatina! Mejor los hubieras dejado en la casa.
Pedro toma en sus brazos al mediano y dice:
– También yo tengo ganas de hacerlo. Son cosas que provocan llanto…
Zelote confirma:
– Son cosas que hacen llorar. Es verdad.
Judas dice con fastidio:
– El único que puede consolar es el Maestro y no lo ha hecho.
Varios dicen al mismo tiempo:
– ¿No lo hizo? ¡Y qué más podía haber hecho! Convenció a los ladrones. Trajo cargando a los niños desde lejos. Ha hecho que se avise a sus familiares…
Judas exclama:
– Esas son cosas sin importancia. Él, que manda sobre la muerte pudo; debió bajar al redil y resucitar al pastor. ¡Lo hizo con Lázaro, que no le hace falta a nadie!.. Aquí se trata de un padre, viudo por añadidura. De niños que se quedan solos… ¡A éste es al que debió resucitársele! No te comprendo, Maestro.
Pedro replica:
– ¡Y nosotros no comprendemos porqué eres tan irrespetuoso!
Jesús interviene:
– ¡Paz! ¡Paz! Judas no comprende. No es el único en no comprender las razones de Dios y las consecuencias del pecado. Tampoco tú comprendes porqué los inocentes deben sufrir, Simón de Jonás. No juzguéis a Judas que no comprende, por qué no resucité al padre de éstos. Si Judas reflexionara, él que siempre me echa en cara que vaya solo y lejos, comprendería que no podía ir… Porque el redil está en la llanura de Jericó. ¿Qué habríais dicho si hubiera estado ausente por tres días?
Judas insiste:
– Pudiste ordenar por tu voluntad que se resucitase el muerto.
– ¿Eres más empecinado que los escribas y los fariseos, que pidieron la prueba de un muerto corrompido, para aceptar que Yo realmente resucito a los muertos?
– Ellos la pidieron porque te odian. Yo te amo y quisiera verte pisotear a todos tus enemigos.
– Tu viejo y desordenado sentimiento de amor. No has sabido arrancar de tu corazón las viejas plantas, para sembrar nuevas. Al contrario; has robustecido tus ideas equivocadas. Muchos participan de tu error y no se transforman; porque no responden con una voluntad heroica a la ayuda de Dios y se negarán a morir…
– Estos como yo, también son tus discípulos. ¿Acaso ya arrancaron las viejas plantas?
– Por lo menos las han podado o injertado. Ni siquiera te has puesto a meditar si tus viejas plantas tienen necesidad de injerto. De ser podadas o arrancadas. Eres un jardinero tonto, Judas.
– En lo que se refiere a mi alma. Porque de jardines sí sé.
– Es verdad. Eres experto en lo que es terrenal. Yo quisiera que también lo fueras en las cosas del Cielo.
– ¡Tú Luz debería obrar en nosotros toda clase de prodigios! ¿Acaso no es buena? Si hace fértil al Mal y lo robustece; es porque no es buena. Y es por su culpa que uno no se hace bueno.
Tomás protesta:
– Eso dilo por ti, amigo… No veo que el Maestro me haya hecho más fuertes las malas inclinaciones.
Varios confirman:
– Tampoco yo.
– Ni yo.
Mateo le grita:
– Su poder me libró del mal y me hizo nuevo. ¿Por qué hablas así?… ¿No reflexionas lo que dices?
Pedro está a punto de hablar… Pero prefiere irse, llevando al niño en sus brazos. Imitando el balanceo de una barca para hacerlo reír. Al pasar toma por un brazo a Tadeo y lo lleva consigo. Y los invita a todos a ir hacia una cascada que está rodeada de flores y tiene una bella caída de agua. Los demás se le unen.
Jesús se queda atrás, hablando con Judas…
Pedro pregunta a su hermano:
– ¿Pero todavía no acaba ése?
Andrés responde:
– El Maestro le está trabajando el corazón.
– ¡Eh! Es más fácil que yo haga producir higos en esta planta –Pedro toma un lirio de agua y lo muestra agregando- a que en el corazón de Judas, pueda nacer la justicia.
Mateo agrega:
– Y en su inteligencia.
Tadeo añade:
– Es un necio porque lo quiere y en lo que quiere.
Juan explica.
– Está enojado porque no lo mandan a evangelizar. Lo sé.
Pedro exclama.
– Por lo que a mí se refiere, si quiere ir en mi lugar… Yo no tengo ganas de andar de un lado para otro…
Santiago de Alfeo dice.
– Ninguno de nosotros lo quiere. Pero él sí. Mi hermano no lo quiere enviar. Se lo dije esta mañana, porque comprendo el malhumor de Judas y la razón. Pero Jesús me respondió: “Como es un corazón enfermo, lo tengo cerca de Mí. Los que sufren y los débiles tienen necesidad del Médico y de quién los sostenga.”
Pedro dice:
– ¡Ea! ¡Niños! Venid muchachos. Cortemos cañas y hagamos barquitas con ellas. En lugar de pescados las llenaremos de flores… Aquí haremos el puerto…
Y chicos y grandes se ponen a jugar.
Pedro, con una paciencia sorprendente, consigue que sus caritas se alegren… Hace un puerto y hace barquitas con cañas. Y con arena húmeda hace las casuchas. Lo único que se ha propuesto, es que los niños se alegren.
Luego el sienta y entre dientes murmura:
– ¡Pobres creaturas!
Jesús llega y dice:
– Bueno. Aquí estoy. Hablemos ahora de Dios… Porque hablar de Él es prepararse para la Misión…- y entona algunos salmos en hebreo, a los que los apóstoles se unen. ..
Los salmos terminan. Los apóstoles hablan entre sí.
Bartolomé dice:
– Cuando el corazón está turbado, Dios no habla.
Jesús responde:
– Pero las arpas son necesarias para tranquilizar a un corazón. Basta con tener caridad, que es el arpa espiritual y que produce melodías paradisíacas. Cuando un alma vive en la caridad, su corazón está tranquilo… Oye la voz de Dios y la comprende.
El niño mediano pregunta:
– ¿A dónde fue mi mamá? ¿Arriba o abajo?
Mateo pregunta.
– ¿Qué quieres decir?
– ¿En dónde está? ¿Ha ido al río del Paraíso Eterno?
– Así lo esperamos, niño. Si ella fue buena…
Judas de Keriot responde con desprecio:
– ¡Era samaritana!…
El niño mayor se angustia y dice:
– ¿Entonces para nosotros no hay Paraíso porque somos samaritanos? Entonces… ¿No tendremos a Dios con nosotros? Él lo ha llamado ‘Padre de todos’.
El mediano dice:
– A mí que soy huérfano me gusta pensar que todavía tengo padre… Pero si para nosotros no hay… -y baja su cabecita afligido.
Jesús o consuela…
– Dios es Padre de todos, hijo mío. Para Mí no hay diferencia entre el espíritu de un judío y de un samaritano. Y dentro de poco ya no habrá divisiones entre Samaría y Judea. Porque el Mesías tendrá un solo pueblo que llevará su Nombre: Cristianos. Y en el que estará en todos los que lo hayan amado.
– Yo te amo, Señor. ¿Y me llevas a donde está mi mamá?
Jesús sonríe y lo besa… El niño se tranquiliza.
Jesús dice:
– Ahora vámonos. Hemos hablado de Dios y el sábado ha sido santificado…
Se ponen de pie y entonan unos salmos. Algunas personas de Efraím que escuchan los cantos se acercan y lo saludan:
– ¿Preferiste venir aquí, más bien que a nuestra sinagoga? ¿No nos amas?
Jesús responde:
– Ninguno de vosotros me invitó. Por eso vine aquí con mis apóstoles y estos tres niños…
– Tienes razón. Pero pensábamos que tu discípulo te habría comunicado nuestra invitación.
Jesús mira a los dos apóstoles que se quedaron con Él…
Judas dice:
– Me olvidé de decírtelo ayer. Y hoy por causa de los tres pequeños, lo volví a olvidar…
Jesús se va con los de Efraím. Y lo siguen los apóstoles…
Por la noche, Jesús está solo en su habitación. Sentado sobre la cama… Piensa u ora. Levanta su cara hacia el umbral de su habitación y ve a Pedro…
Jesús pregunta:
– ¿Tú? Ven. ¿Qué se te ofrece? Tenías que estar acostado, porque mañana te espera una larga caminata. –y le invita a sentarse en el borde de la cama.
Pedro dice:
– Maestro. Vine a decirte que quisiera que me tuvieras contigo. No tengo ganas de ir de aquí para allá, cuando nos estás con nosotros. Me siento incapaz de obrar. Dame gusto, Señor.
Pedro habla con vehemencia. Pero con los ojos clavados en el piso.
Jesús lo incita:
– Mírame, Simón. Sé sincero. No es murmurar decir a tu Maestro la otra parte de tu pensamiento.
– ¡Oh, Maestro! ¡Veo que sabes todas las cosas y comprendo que no es murmurar, si te pido que envíes a Judas en mi lugar, porque él se siente muy mal, si no va! Te lo digo, no porque sea envidioso y que yo me escandalice de él; sino para que esté en paz… Y para que también Tú lo estés. Pues debe de ser muy pesado para Ti tener siempre cerca, a ese viento de tempestad…
– ¿Se ha quejado Judas?
– Sí. Ha dicho que cada palabra tuya es una bofetada para él. Hasta lo que dijiste por los niños… dice que a propósito dijiste por él, que Eva se había acercado al árbol… Porque le gustaba esa cosa que brillaba, como una corona de rey. Realmente yo no había reparado en semejante comparación. Bueno… Yo soy un ignorante.
Bartolomé y Zelote dijeron que Judas recibió un buen golpe, porque anda ciego detrás de todo lo que brilla y atrae su vanagloria. Ha de ser así. Porque ellos son hombres de saber. Sé bueno con tus pobres apóstoles, Maestro. Da contento a Judas de ir y a mí, el de quedarme contigo. Lo viste. Yo solo soy capaz de hacer que los niños se diviertan… Y de comportarme como un niño contigo.
Pedro abraza a Jesús, a quién ama con todas sus fuerzas.
Jesús contesta:
– No puedo darte gusto. No insistas… Tú por lo que eres irás a misión. Él, por lo que es, se queda aquí. También Santiago me habló de ello y aunque lo quiero mucho, le dije que “No”
Ni aunque me suplicase mi Madre, cedería. No es un castigo, sino una medicina. Judas debe tomarla. Si no le sirve a su espíritu, sirve al mío, porque no podré reprocharme el haber dejado de hacer todo lo posible porque se santificase.
Jesús habla clara y firmemente.
Pedro deja caer sus brazos y baja la cabeza suspirando.
– No te aflijas Simón. Nosotros tendremos una eternidad para estar juntos y amarnos. Pero tenías otras cosas que comunicarme…
– Ya es tarde Maestro y Tú debes dormir.
– Tú más que Yo Simón. Debes partir al alba.
– ¡Oh! Para mí estar contigo, me da más descanso que estar en la cama.
– Habla, pues sabes bien que duermo poco…
Y Jesús sigue hablando y dando instrucciones a su primer Pontífice…
Varios sábados después…
Los apóstoles están de regreso en la casa de María de Jacob. Los niños están cerca de la hoguera.
Moviendo la cabeza y riendo con sarcasmo, Judas dice:
– Una semana más y los parientes no han venido. –y luego pregunta a Pedro- ¿Seguisteis los dos caminos de Siquem?
Santiago de Alfeo responde:
– Sí. Pero fue inútil. Los ladrones no van por los caminos más transitados. Sobre todo ahora que los piquetes romanos los recorren.
Iscariote insiste:
– ¿Entonces por qué los recorristeis?
Pedro contesta:
– Para nosotros era lo mismo recorrer unos que otros.
– ¿Nadie supo deciros algo?
– No preguntamos.
– ¿Entonces como podíais saber que habían pasado o no? Por lo menos los amigos ya nos deberían haber encontrado. Pero nadie ha venido desde que estamos aquí. –y ríe con sarcasmo.
Santiago de Alfeo responde con calma:
– Ignoramos por qué no haya venido nadie. El Maestro lo sabe. Nosotros no. Nadie puede ir al lugar donde está otro, si no se dejan señales para que llegue. No sabemos si nuestro hermano lo ha dicho a sus amigos.
– ¡Oh! ¿Puedes creer o hacer que otros crean que por lo menos no se lo dijo a Lázaro o a Nique?
Jesús no habla. Toma a un niño de la mano y sale…
– Yo no creo nada. Aun siendo como dices, no puedes juzgar la razón por la cual nuestros amigos no han venido.
– Es fácil de comprender. Nadie quiere tener dificultades con el Sanedrín. Ni tampoco tenerlas quién es rico y poderoso. Eso es todo… Nosotros somos los únicos que nos exponemos al peligro.
Santiago de Alfeo le recuerda:
– Sé justo Judas. El Maestro no obligó a ninguno de nosotros a quedarnos con Él. ¿Por qué te quedaste si le tienes miedo al Sanedrín?
Santiago de Zebedeo irrumpe:
– Puedes irte cuando quieras. Nadie te tiene encadenado…
Pedro da un golpe sobre la mesa y dice despacio pero con firmeza:
– ¡Eso no! Aquí estamos y aquí nos quedamos todos. Eso se hubiera hecho antes. Ahora no. Si el Maestro no se opone, me opongo yo.
Judas pregunta airado:
– ¿Y por qué? ¿Quién eres tú, para mandar en lugar del Maestro?
– Un hombre que razona no como Dios, como hace Él, sino como lo hace un hombre.
Judas se turba:
– ¿Sospechas de mí? ¿Crees que soy un traidor?
– Tú lo has dicho. No quisiera ni pensarlo… pero eres tan… despreocupado Judas. Y tan voluble. Tienes demasiados amigos. Te gusta mucho alardear de todo. No serías capaz de guardar silencio. Ni para atacar a algún enemigo, ni para demostrar que eres un apóstol ¡Tú hablarías! Es por eso que debes estar aquí. Así no le haces mal a nadie y no te creas remordimientos.
– Dios no fuerza la libertad del hombre. ¿Y quieres hacerlo tú?
– Sí. Pero en una palabra, ¿Te hace falta algo? ¿Te falta el pan? ¿Te hace daño el aire? ¿Te hace algún mal la gente? Nada de eso. La casa es buena, aunque no rica. El aire es bueno, comida no falta, la gente te honra. Entonces… ¿Por qué estás intranquilo, como si estuvieses en una galera?
– “¡Hay dos naciones que me exasperan y una tercera que ni siquiera merece llamarse tal! Son los que moran en la montaña de Seir, los filisteos. Y también ese estúpido pueblo que vive en Siquem” te respondo con las palabras del Sabio. Tengo razón para pensar así. Mira si es que esta gente nos quiere.
– ¡Uhm! Viéndolo bien, no me parece que sean peores que tu gente o la mía. Nos han apedreado tanto en Judea, como en Galilea. Pero más allá, que acá. Y más en el Templo de Judea que en cualquier otro lugar. No recuerdo que se nos haya maltratado, ni en tierras filisteas, ni aquí, ni allá…
– ¿Cuál allá? No hemos ido más lejos. Aun cuando debimos ir a otra parte; yo no habría ido y nunca iré. ¡No quiero contaminarme!
En la cocina, sólo están Pedro, Bartolomé, Zelote, Santiago de Alfeo y Felipe. Los demás se salieron, uno después del otro. Una fuga meritoria, porque así no se falta a la caridad.
Simón Zelote dice con calma:
– ¿Contaminarte? No es esto lo que te molesta, Judas de Keriot. No quieres enemistarte con los del Templo. Esto es realmente lo que te duele.
Judas trata de justificarse:
– No. No es eso. Es que no me gusta perder mi tiempo y dar la sabiduría a los necios. Mira, ¿De qué nos sirvió haber tomado a Ermasteo? Se fue y ya no regresó. ¿Lo ves? Es un renegado…
– Como no sé la razón. No puedo juzgarlo. Pero te pregunto, ¿Es el único que ha abandonado al Maestro y que se ha convertido en su enemigo? ¿acaso no hay renegados entre judíos y galileos? ¿Puedes negarlo?
– Es verdad. Bueno. Yo me encuentro mal aquí. ¡Si se supiera que estamos aquí! ¡Si se supiese que tratamos con los samaritanos, hasta entrar en sus sinagogas en el sábado! Él quiere hacerlo. ¡Ay si se supiese! ¡La acusación sería justificada!…
Bartolomé dice:
– Y quieres insinuar que el Maestro sería condenado. Él ya lo está. Lo está aún antes de que se sepa. Está condenado, aún después de haber resucitado a un judío en Judea. Se le odia y se le acusa de ser samaritano, amigo de publicanos y de prostitutas. Lo ha sido siempre. Y tú, mejor que nadie, lo sabes.
Judas replica muy angustiado:
– ¿Qué insinúas, Nathanael? ¿Qué es lo que quieres decir? ¿Yo que tengo que ver en todo esto? ¿Qué cosa puedo saber?
Pedro responde:
– Te pareces a un ratón rodeado de enemigos. No eres un ratón y tampoco tenemos palos para aprehenderte y matarte. ¿Por qué te espantas Tanto? Si tu conciencia está tranquila, ¿Por qué te perturbas con palabras que no tienen ningún sentido? Bartolomé no ha dicho nada para que te sientas tan intranquilo.
Todos nosotros sabemos y somos testigos de que Él sólo busca en el samaritano, el publicano, el pecador y la prostituta a sus almas.
Y se preocupa de éstas y tan solo por éstas. Y solo el Altísimo sabe cuán grande es el esfuerzo que el Purísimo hace, para acercarse a lo que nosotros los humanos llamamos ‘suciedad’
¡Todavía no comprendes a Jesús, ni lo conoces muchacho! ¡Lo comprendes menos que los samaritanos, filisteos, fenicios y gentiles! -Hay un dejo de tristeza sus últimas palabras.
Judas no responde y los demás no añaden ninguna otra cosa.
Entra la anciana María diciendo:
– En la calle están los de la ciudad. Dicen que es la hora de la Oración del Sábado y que el Maestro prometió hablar.
Pedro responde:
– Voy a avisarle. Di a los de Efraím que pronto vamos. –y va al huerto a avisar a Jesús.
Zelote dice a Judas:
– Si no quieres venir. Vete antes de que se vea que no quieres venir.
Judas replica:
– Voy. ¡Aquí no se puede hablar! Parece como si yo fuese un gran pecador. Todo lo que digo se entiende de mal modo.
Con la entrada de Jesús en la cocina, se acaba la discusión.
Y todos van a la sinagoga…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA