Días después, Jesús está solo, con los niños en el arroyo.
Juan llega y dice:
– Maestro, han venido los familiares de los niños.
Jesús pregunta:
– ¿Dónde está Judas?
– No lo sé, Maestro. Después de que viniste aquí, salió y no ha regresado. Estará en el pueblo. ¿Quieres que lo busque?
– No. No es necesario.
Y regresan a la casa.
María de Jacob dice:
– Los llevé a la terraza para que descansaran. Judas viene corriendo del pueblo. Lo esperaré y prepararé algo para los peregrinos, que llegaron muy cansados.
También Jesús espera Judas en el pasillo.
Judas al llegar no lo ve y se dirige a la mujer muy altanero:
– ¿Dónde están los de Siquem? ¡Vayan a llamar al Maestro! ¡Juan!
Descubre a Jesús y cambia de tono:
– Maestro, corrí lo más que pude. Por casualidad… Ya estás en casa…
Jesús dice:
– Juan me fue a buscar.
– Yo también lo hubiese hecho; pero en la fuente me pidieron unas personas que les explicase algo…
Jesús no responde. Va a saludar a los recién llegados y les da la bienvenida en forma particular.
Ellos le dicen sorprendidos:
– ¿Te acuerdas de nuestros nombres?
– También de vuestras caras y de vuestras almas.
Malaquías el sinagogo, dice:
– Ellos son los familiares de los niños. Vinieron a llevárselos y a darte las gracias por la piedad que mostraste con ellos, que son hijos de Samaría. ¡Eres el único en hacerlo!… Eres el Santo que solo hace cosas santas. Y venimos a agradecerte que nos hayas elegido como refugio y que nos hayas amado en los hijos de nuestra raza.
Un hombre dice:
– Nosotros somos hermanos de la madre de los pequeños. Estábamos enojados contra ella porque se casó sin consentimiento. Nuestro padre amaba mucho a su única hija y por varios años estuvimos separados. Cuando supimos que la mano de Dios había caído sobre nuestra hermana y que tenía mucha aflicción en su casa; pues su unión impura, no le alcanzó la bendición divina.
Nos llevamos a nuestro padre a nuestra casa, para que no sufriese más que por la pobreza en que su hija vivía. Cuando ella murió, ya te habíamos oído. Vencimos nuestro rencor y ofrecimos a su marido hacernos cargo de los niños; pero él respondió que prefería verlos muertos, antes que comieran de nuestro pan. Y no nos permitió el cuerpo de nuestra hermana para sepultarla.
Entonces juramos odiarle a él y a sus descendientes. El odio cayó sobre él en tal forma, que de hombre libre se convirtió en esclavo y murió como chacal en una cueva inmunda. Pero tuvimos mucho miedo cuando hace ocho noches llegaron a nuestra casa los ladrones. Nos dijeron el motivo y más por aversión, los despachamos ofreciéndoles una buena recompensa para que se mostrasen amigables. Y nos admiramos al saber que ya habían cobrado y que no querían otra cosa.
Judas, repentinamente, prorrumpe con una carcajada llena de sarcasmo:
– ¡Ja, ja, ja! ¡Su conversión…! ¡Total! ¡No cabe duda!
Jesús lo mira severamente y los demás quedan sorprendidos.
El que estaba hablando continúa:
– ¿Y qué más podías pedir de ellos? ¿No era suficiente que llegaran a nuestra casa con el pastorcillo, desafiando los peligros y sin haber tocado nada? El que vive mal, se porta siempre mal. Pues no quitaron gran cosa al difunto. Nos sorprendió su honradez y el saber que los niños estaban en Efraím contigo. Nos dijeron que habías hablado con ellos y por eso tuvieron piedad. Y aquí estamos. Hemos venido por los niños. Nos quedaremos también con el niño pastor, pues sabemos que también es huérfano y no tiene a nadie.
Jesús responde:
– Que así sea. Judas, están en el arroyo con Juan. Traed a los niños.
Cuando los ven, dicen:
– Los tenía mejor cuidaos de lo que pensábamos. Traen buen vestido y sandalias. Tal vez al final le fue bien.
El mediano, que es el menos tímido, responde:
Tenemos vestidos nuevos, porque Jesús nos los dio. Nosotros no teníamos nada.
– Te devolveremos todo, Maestro. Joaquín de Siquém ha recibido ofertas de la ciudad. Añadiremos dinero.
– No quiero dinero. Quiero una promesa: que améis a estos que arrebaté a los ladrones.
– Te lo prometemos Maestro. Lo que más me extrañó fue que los ladrones dijeron que te comunicásemos que los perdonaras, si tardaron mucho en llegar a nuestra casa. Pero fue por las precauciones que tuvieron que tomar y que no podían caminar fácilmente por caminos difíciles…
Jesús dice:
– ¿Oíste, Judas?
Iscariote no contesta.
Malaquías el sinagogo y los siquemitas, invitan a Jesús para que vaya con ellos. Y mientras los apóstoles se industrian porque los niños se familiaricen con sus parientes, los samaritanos tratan de convencer a Jesús para que se quede definitivamente con ellos, porque los judíos no lo quieren…
Jesús les explica porqué no puede hacerlo y porqué es necesario que regrese a Jerusalén para la Pascua.
Al día siguiente…
Llega un grupo de la Decápolis a buscar a Jesús.
Judas los recibe diciendo:
– El Maestro no está. Estamos yo y Juan. Y es lo mismo. Decid que queréis.
Un hombre replica:
– No podéis enseñar lo que Él enseña.
– Somos igual que Él, recuérdalo siempre. Si quieres oírlo a Él, regresa antes del sábado. El Maestro es ahora un verdadero Maestro. Ya no habla en los caminos, bosques o peñascos como un vagabundo y a cualquier hora, como un esclavo. Aquí habla el sábado, como es conveniente para Él. ¡Y hace bien! ¡Para lo que le sirvió el haberse acabado de fatiga y de amor!
– Nosotros no tenemos la culpa de que los judíos…
– ¡Todos! ¡Todos! ¡Judíos y no judíos! Todos sois iguales y lo seréis. Él es todo para vosotros y vosotros nada para Él. El da, vosotros no. Ni siquiera la limosna que se da al mendigo.
– Pero nosotros traemos la oferta. Mírala si no nos crees.
Juan que ha estado callado, pero que sufre visiblemente, mira a Judas con ojos suplicantes, de reproche, de consejo.
Cuando Judas extiende su mano para recibir la oferta, Juan le pone su mano sobre el brazo y le dice:
– No, Judas. Esto no. Conoces las órdenes del Maestro. –y volviéndose a los peregrinos- Judas se ha explicado mal y vosotros no lo comprendisteis bien. Lo que mi compañero quiso decir es que se trata de una oferta de Fe sincera. De un amor fiel que nosotros y todos vosotros debemos dar, por lo mucho que el Maestro nos da. Cuando andábamos errantes por Palestina, Él aceptaba estas ofertas porque las necesitábamos.
Y porque encontrábamos en nuestro camino a muchos mendigos o nos hablaban de miserias ocultas. Alabada sea la providencia, ahora no nos falta nada y no encontramos menesterosos. Tomad vuestra oferta y dadla en el Nombre de Jesús, a quién la necesite.
Estos es lo que quiere nuestro Señor y Maestro. Y lo que ha dicho que hagan los que andan evangelizando por diversos poblados. Pero si hay algún enfermo o alguien quiere hablar con Él, decidlo. Lo iré a buscar a donde se aísla para orar, pues su espíritu anhela recogerse en el Señor.
Judas murmura entre dientes:
– Santurrón estúpido y entrometido…
Se sienta junto al horno encendido y parece desinteresarse de lo que pasa.
El hombre sigue diciendo a Juan:
– Supimos que estaba aquí y quisimos verlo. Si os hemos causado alguna molestia…
Juan contesta:
– No hermanos. No es ninguna molestia que lo busquéis. Que lo améis aún con fatiga. Vuestra voluntad tendrá buena recompensa. Voy a anunciar al Señor que habéis venido y Él vendrá. Pero si no viniese os traeré su bendición.
Juan sale al huerto para ir a buscar al Maestro.
Judas lo alcanza y le ordena con imperio:
– Deja que yo voy. –y sale corriendo.
Juan lo ve irse y no dice nada.
Regresa a la cocina y les propone:
– Vamos al encuentro del Maestro.
– ¿Pero si no quisiera?…
– ¡Oh! ¡No os preocupéis de lo que pasó! Conocéis la razón por la que estamos aquí. Son los demás los que obligan al Maestro a tomar estas providencias de reserva. No es que Él lo quiera. Él siempre conserva el mismo amor por todos vosotros.
– Lo sabemos. Los primeros días de la lectura del bando, se le buscó por toda la Transjordania. Y por donde se pensaba que podían encontrarlo. Las casas de sus amigos están muy bien vigiladas. Y muchos creen servir al Altísimo, persiguiéndolo. Luego las pesquisas cesaron y se esparció la voz de que está aquí.
– ¿Quién os lo dijo?
– Unos discípulos suyos.
Juan los mira extrañadísimo y pregunta:
– ¿Mis compañeros? ¿Dónde?
– No. Ninguno de ellos. Son nuevos porque nunca los hemos visto. Hasta nos sorprendió que nos dijeran en donde estaba escondido.
– No sé que os dirá el Maestro. Por mi parte os aseguro que de ahora en adelante, no debéis creer sino a discípulos conocidos. Sed prudentes. Todos los de esta región, saben lo que le pasó al Bautista…
– Piensas que…
– Ni una sola persona odió a Juan y fue aprehendido. ¿Qué no le pasará a Jesús, que lo odian Palacio y Templo, fariseos, escribas, sacerdotes y herodianos? Sed pues prudentes, para que no os remuerda la conciencia. Vedlo que viene. Vamos a su encuentro…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA