170.- LA MIRADA DE DIOS11 min read

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Es una noche serena y llena de estrellas. Efraím está envuelto en los velos nocturnos. El arroyo no es más que un murmullo en el silencio. En el Oriente, clarea el alba.

La persona que estaba acuclillada en el suelo, cubierta bajo un manto oscuro, se pone de pie al oír que se abre la  puerta de la cocina…

Jesús sale y se dirige a la escalera. Una tos discreta, llama su atención y se detiene…

El hombre se inclina para saludarlo y dice en voz baja:

–                       Soy yo, Maestro.  Soy Mannaém. Te he estado esperando.

Jesús contesta.

–                       La paz sea contigo. ¿Cuándo viniste?

Mannaém dice:

–                       He estado en aquellos matorrales, desde ayer por la noche.

–                       ¡Toda la noche bajo el sereno!

–                       Tenía que hablarte a solas. Esperé a que salieras para orar. Alabado sea el Altísimo.

–                       Eternamente lo sea.  -contesta Jesús.

Y mira a Mannaém. Trae un vestido común y corriente de color café y un manto más oscuro, de tela tosca. No luce ninguna de sus acostumbradas joyas… Ni tampoco los riquísimos adornos que siempre resaltan sus finas vestiduras. Parece un trabajador o un peregrino. Está irreconocible…

Jesús le pregunta:

–                       ¿Por qué tantas precauciones?

Mannaém responde:

–                       Maestro, José y Nicodemo quieren hablarte y han tratado de hacerlo, burlando cualquier vigilancia. Lo intentaron varias veces, pero parece que Belcebú ayuda a tus enemigos…

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Tuvieron que renunciar porque tanto su casa como la de Nique, tienen vigilancia continua. Ella es una mujer valiente. Se puso en camino por Adomín. Pero la siguieron y se detuvo cerca de la ‘Subida sangrienta’ y les dijo: “Voy a ver a un hermano mío que está en una gruta en los montes. Si queréis venir, vosotros que enseñáis lo de Dios, haréis una obra santa, porque está enfermo y tiene necesidad de Dios.”  Y con esta audacia los persuadió a irse. Pero no se atrevió a venir aquí. Y fue en realidad a ver a alguien que está en una gruta y que le confiaste…  Y le llevó lo que traía para Ti.

–                       Es verdad. ¿Pero cómo lo hizo saber Nique?…

–                       Fue a Bethania. Lázaro no está. Y María no es una mujer que tiemble ante nadie… Se vistió como una reina y fue al Templo, públicamente con Sara y Noemí.  Y luego a su palacio de Sión. De allí envió a Noemí a casa de José, con el recado.

Nos pusimos de acuerdo en que yo vendría, porque nadie sospecha de mí…  Pues soy un nómada que va de un palacio de Herodes a otro. A decirte que la noche del Viernes al Sábado, José y Nicodemo, uno de Arimatea y otro desde Rama, vendrán y te esperarán en Gofená. Yo te llevaré… José te ruega que nadie sepa de este encuentro, por el bien de todos.

–                       También por el tuyo, Mannaém.

–                       Señor… Yo no tengo bienes que cuidar, ni intereses de familia, como José.

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–                       Y esto confirma mis palabras de que las riquezas materiales, son siempre un peso… Di a José que nadie sabrá de nuestro encuentro. Ven. Te enseñaré donde nos encontraremos la noche del sábado…

Bajan sin hacer ruido y salen del huerto, bajando a la ribera del arroyo.

El día señalado, Mannaém lleva a Jesús hasta una gruta donde lanza un chillido semejante al de un búho…

José y Nicodemo, salen a un corredor rocoso. Después de los saludos, los guían a un lugar en donde encendieron una hoguera.

Nicodemo pregunta:

–                       Maestro. ¿Nadie se ha enterado de tu venida?

Jesús replica:

–                       ¿Y quién quieres, Nicodemo?

–                       ¿No están contigo tus discípulos?

–                       Solo Juan y Judas de Simón. Los otros evangelizan desde el crepúsculo del sábado hasta el del viernes… Yo salí de casa diciendo que no me esperasen hasta el domingo. Todos están acostumbrados a mis ausencias… Estad tranquilos. Tenemos mucho tiempo para hablar. Este es el mejor lugar.

José dice:

–                       Nos desagrada haberte traído hasta acá. Pero desde aquí podemos partir por diferentes caminos, sin que nadie nos vea. Porque donde se sospecha que alguien te quiere, ahí está el ojo penetrante del Sanedrín…

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Nicodemo objeta:

–                       José. Creo que somos nosotros los que vemos sombras, donde no las hay. Me parece que desde hace días, todo se ha calmado…

–                       Te engañas, amigo. Te lo aseguro. Hay calma porque no tienen necesidad de buscar al Maestro, pues ya saben dónde está. Por eso lo vigilan a Él y no a nosotros. Por eso recomendé que no dijese a nadie que nos veríamos. Para evitar… Bueno, lo que queríamos decirte es que alguien denunció donde te encuentras y que ese alguien no soy yo, ni tampoco Nicodemo, Mannaém o Lázaro, ni sus hermanas o Nique.

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José mira a Jesús y pregunta:

–                       ¿Hablaste con alguien más?

Jesús contesta:

–                       Con nadie, José.

–                       ¿Estás seguro?

–                       Cierto.

–                       ¿Y tus discípulos?

–                       No. Están conmigo, Juan y Judas de Simón. Judas, aunque es un poco imprudente, no ha podido hacerme daño alguno con su irreflexión. Porque no se ha alejado de la ciudad y en estos días hay pocos peregrinos.

–                       Entonces el mismo Belcebú te denunció. Porque el Sanedrín sabe que estás aquí.

–                       ¡Bien! ¿Cómo reaccionó cuando lo supo?

–                       De diversas maneras Maestro, alguien dijo que esto era lógico. Como te pusieron en el bando en lugares santos; el único refugio era Samaría. Otros sostienen que eres un ‘samaritano del alma’, más que de raza y que esto es suficiente para condenarte.

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Todos están felices porque consiguieron callarte. Y ya pueden decir a las multitudes que eres amigo de los samaritanos. Dicen: “Hemos ganado la batalla y lo demás será juego de niños.” Te rogamos que hagas lo posible porque no sea verdad.

–                       No lo será. Dejad que hablen. Los que me aman no perderán la paz, con las apariencias.

–                       Cuídate. No salgas de donde estás. Te avisaremos si algo sucede…

–                       No es necesario. Quedaos donde estáis. Pronto vendrán las discípulas. Como el lugar en donde estoy es conocido. Los que no tienen miedo al Sanedrín, vendrán, para que mutuamente nos consolemos.

–                       Queremos socorrerte, Maestro.

–                       No. Los discípulos que andan evangelizando, traen todo lo que necesitamos. El obrero vive de lo que le den. Les exijo que a su regreso no traigan ni una migaja de provisión y que tomen para nosotros lo que basta, para la comida frugal de una semana.

–                       ¿Por qué, Maestro?

–                       Para enseñarles el desprendimiento de las riquezas y la superioridad del espíritu, sobre las preocupaciones del mañana. Por eso y por otras razones que me reservo. No insistáis más.

–                       Como quieras. Pero nos desagrada no poder servirte.

–                       Llegará la hora en que lo haréis. Ya va a amanecer.

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–                       Debemos separarnos. Regreso a Gofená, donde dejé mi caballo. Nicodemo bajará a Berot. Y de allí a Rama, terminado el sábado.

–                       ¿Y tú, Mannaém?

Mannaém responde:

–                       ¡Oh! Yo no tengo temor alguno. Herodes está en Jericó. Dejé el caballo encargado y seguro… Por ahora me quedo contigo. En la bolsa traigo alimentos para los dos.

Jesús dice:

–                       Entonces despidámonos. Nos volveremos a ver en Pascua.

José protesta:

–                       ¡No querrás exponerte al peligro!

Nicodemo exclama:

–                       ¡No lo hagas, Maestro!

–                       Es verdad que sois malos amigos que me aconsejáis el pecado y la cobardía. ¿Dónde debo adorar al Señor, en la Pascua de los Ácimos? Tengo que ir al Templo de Jerusalén, como debe hacerlo todo varón de Israel. 

Los dos dicen al mismo tiempo:

–                       ¡Pero, Maestro!

–                        ¡Ellos te descubrirán inmediatamente!

Jesús:

–                       Aunque no me descubrieren. Yo haría que me viesen.

Nicodemo y José:

–                       Quieres tu ruina.

–                       Es como si te suicidaras.

1Dios Padre

–                       No. Vuestra inteligencia está llena de Tinieblas. No voy a suicidarme. Obedezco la Voz de mi Padre que me dice: “Ve. Es la Hora” el Cordero Salvador solo puede ser Inmolado, en la Pascua de los Ácimos. Vine para ser proclamado Rey de todas las Naciones. Porque esto es lo que quiere decir ‘Mesías’

¿No es verdad? Y también quiere decir ‘Redentor’. Sólo que el verdadero significado de estas dos palabras, no corresponde a lo que pensáis. Yo os bendigo y pido al Cielo que descienda sobre vosotros, un rayo de luz.

Hasta pronto, José. Sé justo y bueno, como el que fue mi tutor por muchos años. Si él estuviese aquí, él jamás me aconsejaría la villanía.

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Me repetiría las palabras que solía decirme, cuando algo duro pesaba sobre nosotros: “Levantemos el corazón. Encontraremos la mirada de Dios y olvidaremos el dolor que los hombres nos infligen. Hagamos cualquier cosa por dura que sea; pensando que es Dios quién nos la presenta. Y de este modo santificaremos aún las cosas más pequeñas. Y Dios nos amará.” ¡Oh! ¡Esto es lo que hubiera dicho para consolarme, en medio de los más grandes dolores!… Y nos habría consolado… ¡Oh, Madre mía!…

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Jesús se desprende de José, a quién había abrazado y baja su cabeza. Se queda en silencio un largo minuto…  al contemplar su próximo martirio y el de su pobre Madre…

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Luego Jesús dice a Nicodemo:

–                       Renace en tu espíritu, Nicodemo. Para poder amar la Luz que soy Yo. Y para poder vivir en ti, como Rey y Salvador. Idos. Que Dios esté con vosotros.

Los dos sanedristas toman el camino opuesto por el que vino Jesús.

Mannaém los acompaña para despedirlos, hasta la entrada de la gruta. Y regresa con una cara muy expresiva…

Mannaém dice:

–                       Son ellos los que violarán la distancia sabática y no tendrán paz hasta que paguen al Eterno, lo que creen deberle, con el sacrificio de un animal. ¿No sería mejor para ellos sacrificar su tranquilidad, declarándose abiertamente tuyos? ¿No sería más agradable ante el Altísimo?

–                       Lo sería. Pero no los juzgues. Cuando llegue el momento decisivo, muchos que se creen mejores que ellos, caerán… Y estos dos se levantarán contra todo un mundo.

–                       ¿Lo dices por mí, Señor? Mejor quítame la vida, antes que reniegue de Ti.

–                       No me renegarás…  En tí hay otros elementos que ellos no tienen y que te ayudarán a ser fiel. 

1MANNAEM

–                       Es verdad. Soy… Herodiano. Es decir lo fui…  Porque ya estoy separado del Consejo. Ante las otras castas, es poco menos que ser pagano.

Los del Templo se han aliado con los herodianos, para destruirte. Tú les infundes mucho miedo… A todos. Temen por sus intereses que jamás se sacian. ¡Ah! ¡Cómo me desagrada llevar una vida doble! Quisiera seguirte solo a Ti. Pero te sirvo más así. Maestro, Tú dices que pronto serás Inmolado. ¿No es un lenguaje figurado?

–                       Tú quisieras que eso no me pasara. No se trata de una figura. Es una realidad. Seré Sacerdote para siempre. Pontífice Inmortal de un Organismo al que daré vida, hasta el fin de los siglos.

Y la verdadera autoridad que me ungirá como Pontífice y Mesías, es la del que me ha enviado. Ningún otro que no sea Dios, puede ungir a Dios como Rey de reyes y Señor de los señores, para siempre.

1Cristo%20Sacerdote

–                       ¡Entonces, no se puede hacer nada! ¡Me entristece!

–                       Si puedes hacer algo…  Amarme. Amar no al hombre que se llama Jesús… Sino lo que Es Jesús.

Amarme con todo tu ser, así como Yo os amo; para que estés conmigo más allá de lo temporal. ¡Seremos muy felices en el Reino de mi Padre, nosotros que nos amamos!

Jesús sale afuera de la cueva con Mannaém a su lado. Y sonríe a algo que ve y contempla…

Jesus Sacerdote

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

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