Jesús atraviesa el campo sembrado de trigo y llega hasta la casa, se encuentra con Juan que lo mira con mucho cariño. Su rostro se ilumina de alegría al verlo…
Juan le pregunta:
– ¿Judas volvió a causarte dolor, verdad? Lo mismo le habrá hecho a Samuel…
Jesús inquiere:
– ¿Por qué? ¿Te dijo algo sobre ello?
– No. Pero lo comprendí… Solo dijo: “Generalmente si se convive con buenos, se hace uno bueno. Pero Judas, pese a que vive con el Maestro desde hace tres años, no lo es. Está corrompido en lo más profundo de su ser y la Bondad de Jesús no penetra en él, porque es un perverso.” Yo no supe que responder. ¿Por qué es así Judas? ¿Será posible que no cambie nunca? Y sin embargo todos tenemos las mismas lecciones. Y cuando vino con nosotros, no era peor que nosotros.
Jesús lo besa en la frente y le responde:
– ¡Querido Juan! Hay creaturas que parecen vivir para destruir el bien que hay en sí. El ventarrón de las pasiones impide sentir el anhelo del bien.
Cuando entran en la cocina, Jesús dice a Samuel:
– Judas nos interrumpió allá arriba. Te enviaré con mis apóstoles. Tal vez sea mejor.
– Gracias, Maestro. Me desagrada no estar contigo, pero te encontraré en tus discípulos. Prefiero ir y no estar con Judas. No me atrevía a pedírtelo…
– Está bien. Arreglado. Compadécelo, como Yo lo hago. No digas nada a Pedro ni a nadie.
– Sé guardar un secreto, Maestro. Tú comprendes a uno y lo ayudas. Gracias… -Y se inclina a besarle la mano.
Al día siguiente al amanecer, todos participan en los preparativos de un banquete.
Judas llama a Mateo, que entra en la cocina muy bien arreglado. En realidad, todos están con sus mejores galas.
Zelote dice:
– ¡Ese Tomás de veras que es un artista! Con una insignificancia adornó la habitación como, para unas bodas. Id a ver.
Todos van menos Pedro, que sigue ocupado en aderezar el cordero que se servirá. Y dice:
– No veo el momento de que estén aquí. Dentro de un mes será la Pascua…
Zelote contesta.
– Estoy contento de que venga María para que consuele a Jesús. Ella lo hace mejor que todos.
Pedro observa:
– Sí. Pero ¿Has notado que también Juan está triste? Estoy seguro de que sabe algo. Parece la sombra del Maestro. Siempre lo sigue, lo vigila. Y cuando no se da cuenta de que se le observa, tiene una cara triste. Muy triste… Le pregunté la causa. ¡Fue inútil! Dentro de su dulzura es más fuerte que todos nosotros y no quiere revelar nada. Inténtalo tú. Te aprecia mucho. Sabe que eres más prudente que yo…
– ¡Eso no! Tú eres un ejemplo de prudencia. Nadie reconoce en ti, al viejo Simón. En realidad eres la piedra robusta y compacta que nos sostiene a todos nosotros.
– ¡No digas eso! Soy un cualquiera. Estando cerca de Él, poco a poco se hace uno semejante a Él. Un poco… pero siempre algo diferente de lo que era uno antes. Todos hemos cambiado. Aunque… Judas es siempre el mismo. Tanto aquí como en Aguas Hermosas…
Zelote exclama:
– ¡Quiera Dios que no sea siempre el mismo!
– ¿Qué cosa?
– Nada, Simón de Jonás. Si el Maestro me oyese, diría: ‘No juzgar’ pero esto no es juzgar. Es temer. Tengo miedo de Judas sea peor que en Aguas Hermosas.
Pedro dice alarmado:
– Es peor. Porque no ha cambiado nada, ni se ha hecho más justo. Tiene el pecado de ser espiritualmente perezoso; algo que antes no era. Los primeros meses era un desequilibrado, pero tenía buena voluntad… Tengo miedo, Simón. Mucho miedo. ¿Supiste que hasta los herodianos se unieron al Sanedrín, contra Él?
– Sí. ¡Qué Dios nos ayude!
– ¿Por qué envía a Samuel con nosotros?
– Tal vez quiera prepararlo para su misión. No veo razón para que te intranquilices, Pedro… ¡Tocan a la puerta! ¡Deben ser las discípulas!
Todos los apóstoles corren a recibirlas. Al abrir, ven a Elisa y a Nique. Se saludan con amor.
Y Nique pregunta:
– ¿No está el Maestro?
Zelote responde:
– Fue con Juan al encuentro de María. Viene por el camino de Siquém en el carro de Lázaro.
Elisa, que conoce A Judas muy bien desde que estuvo con él en Nobe y que ‘Solo lo ama por amor de Dios’ como claramente lo confiesa, pregunta:
– ¿Está Judas aquí?
– Fue a hacer las compras con Mateo.
Elisa suspira y habla con franqueza:
– En Jerusalén parece que todo está en calma. Ya no interrogan a los discípulos, desde que Pilatos encaró a los del Sanedrín recordándoles que solo él, es quién imparte la justicia en Palestina…
Nique agrega:
– Mannaém nos dijo y también Valeria; que Pilatos está fastidiado por la insistencia con que los judíos le
dicen que Jesús quiere proclamarse Rey. Y que si no fuese por los informes de los centuriones y la presión de su mujer, hubiese castigado a Jesús con el destierro, con tal de no tener ninguna molestia.
Zelote exclama:
– ¡Y que si es capaz de hacerlo! Es el castigo más suave después de la flagelación.
– ¿Sabéis que Valeria, después de que se divorció de su marido, se hizo prosélita? Lleva una vida recta que sirve de ejemplo a todos. Dio libertad a sus esclavos y les habla del Dios Verdadero. Ahora vive con Claudia… Pero dice que se unirá a Juana de Cusa…
Elisa agrega:
– También supimos que José de Séforis ha tenido muchas dificultades con el Sanedrín y ahora tiene miedo, pues se ha enterado de muchas cosas que traman en el Templo.
Santiago de Zebedeo responde:
– Mucho miedo, ¿No? Ahora que vayamos a Jerusalén, le diré a mi hermano que vaya a ver a Annás. También yo conozco a ese Zorro… Pero Juan sabe hacerlo mejor y a él no le importa que lo maltraten. Sabe guardar silencio. A mí si me dice algo contra el Maestro, le apretaría el pescuezo y le haría hechar fuera su negra alma, aunque esté rodeado por todos los soldados y los sacerdotes del Templo.
Andrés dice escandalizado:
– ¡Oh! ¡Si el Maestro te oyese hablar así!…
– Por eso no digo nada cuando está Él.
Pedro dice:
– Tienes razón. No eres el único en tener esos deseos. También yo tengo algunos…
Tadeo agrega:
– Lo mismo que yo, pero no por Annás.
– ¡Oh! ¡Tratándose de esto!… Yo tengo una cuenta larga… Las tres carroñas de Cafarnaúm, sin contar a Simón el Fariseo; porque ese aparentemente es bueno. Los dos lobos de Esdrelón: El viejo costal de huesos de Cananías y en Jerusalén… el primero en morir sería Elquías. No puedo tener la paciencia de esas sierpes que siempre están a la espera… -Pedro realmente está furioso.
Tadeo con su calma glacial, mucho más terrible que la ira de Pedro, dice:
– Y yo te ayudaría. Aunque primero mataría a las serpientes que tenemos más cerca.
– ¿A quienes? ¿A Samuel?
– No. No tan solo tenemos cerca a Samuel. Hay otros que tienen una cara diferente con la que esconden, lo que tienen en el corazón. No los pierdo de vista. ¡Nunca!… Quiero estar seguro antes de obrar. ¡Y cuando lo esté!… La sangre de David quema. Como quema la de Galilea. Y las tengo fundidas en mí…
– Si se te ofrece algo y quieres ayuda, me avisas. –dice Pedro.
– No. A los parientes les toca vengar la sangre. Me toca a mí…
Elisa interviene:
– ¡Hijos míos! ¡No habléis así! El Maestro no enseña estas cosas. Parecéis tigrillos furiosos, en lugar de mansos corderos. Olvidaos del espíritu de venganza. Jesús ha anulado la ley de Talión. ¡Si invocáis a Satanás en vosotros al odiar a vuestros enemigos, al desear vengaros, entrará en vosotros y os corromperá!
Satanás no es una fuerza. ¡Creédmelo! Dios lo es. Satanás es debilidad, peso, ceguera. Quedaríais encadenados y no podríais mover un dedo, no digo ya contra vuestros enemigos. ¡Ni siquiera para acariciar a vuestro afligido Jesús!
¡Ea! ¡hijos míos!… Aún los que tenéis más años que yo. En ustedes he vuelto a encontrar la alegría de ser madre, amándoos a todos como a hijos. No me aflijáis perdiéndoos de nuevo y para siempre. Porque si morís con el odio o con el crimen en el corazón, moriréis para siempre.
Y no podremos reunirnos en el Cielo, alegres alrededor de nuestro amor común, que es Jesús. ¡Prometédmelo ya! Os lo suplico. Desechad estos pensamientos. ¡Oh, hasta vuestras caras cambian! Desapareció la bondad. ¿Qué está pasando ahora?
Escuchadme. ¿Debo creer acaso que surge la hora de las Tinieblas? ¿La hora en que tragará a todos, la hora en que Satanás será el rey de todos, menos del Santo? ¿Y revolcará también a los santos, aún a vosotros haciéndoos viles, perjuros y crueles, como él lo es?
Temo y tiemblo porque veo como invade la espesa oscuridad que se llama Lucifer y a todos los llena de su negrura. Y os da venenos que os intoxican. ¡Oh, tengo tanto miedo!
Elisa da rienda suelta a su llanto, reclinando su cabeza sobre la mesa…
Los apóstoles se miran entre sí. Luego, apenados tratan de consolarla.
Pero ella no quiere consuelos.
Y les exige:
– Sólo una cosa vale. ¡Vuestra promesa! Por vuestro bien. para que Jesús no tenga entre sus dolores, el mayor: el de veros condenados a vosotros que os ama sobre todo.
Todos prometen:
– Si eso es lo que quieres, te lo prometemos.
– ¡No llores, mujer!
– Perdonaremos a quien nos ofenda.
– Renunciamos al odio y a la venganza.
– ¡No llores mujer!
– Amaremos a quien nos odie.
– ¡No llores!
Elisa levanta su cara arrugada y resplandeciente en lágrimas y dice:
– Acordaos de que me lo habéis prometido. ¡Repetidlo!
Obedientes como niños, todos dicen en tono de juramento:
– Te lo prometemos.
Y no queda contenta hasta que todos y cada uno se lo prometen.
Luego dice secándose los ojos:
– Queridos hijos míos, ahora sí que me habéis dado un gran placer. Veo que sois buenos. Ahora que mi aflicción se ha acabado y que os habéis limpiado de ese amargo fermento, preparémonos para recibir a María. ¿Qué es lo que falta por hacer?
Zelote dice:
– Ya hicimos todo. María de Jacob nos ayudó. Es una samaritana muy buena. Ahora la conocerán. Está en el horno haciendo el pan. Tuvo diez hijos. Ocho murieron y dos se olvidaron de ella, al acabarse las riquezas. Y sin embargo no guarda rencor…
– ¡Ah! ¿Lo veis? ¡Veis que hay quién sabe perdonar aún entre los paganos, entre los samaritanos! No lo olvidéis. ¡Debe ser terrible tener que perdonar a un hijo!… ¡Es mejor llorarlo muerto, que pecador! ¿Estáis seguros de que Judas no está?
Pedro responde:
– Si no se ha convertido en pájaro, no puede estar. Fuera de una sola puerta y de las ventanas, todas están cerradas.
Elisa suspira y dice:
– Bueno… María de Simón estuvo en Jerusalén. Fue a ofrecer sacrificios al Templo y luego fue a vernos. Parece una mártir ¡Qué afligida está! Nos preguntó a todas si sabíamos algo de Judas. Que si estaba con el Maestro y que si no se había retirado de Él.
Andrés pregunta sorprendido:
– ¿Qué le pasa a esa mujer?
Tadeo le responde:
– Qué tiene un hijo. ¿Te parece poco?
Nique agrega:
– La conforté. Quiso que fuéramos al Templo con ella. Y fuimos a orar. Luego se fue con su aflicción. Yo le dije: ‘Si te quedas con nosotros, dentro de poco iremos a donde está el Maestro. Allá está tu hijo’ Yo sabía que Jesús está aquí. Todo Palestina lo sabe. Y ella respondió: “¡No! ¡No! El Maestro me dijo que no estuviese en Jerusalén para la primavera. Yo obedezco. Por eso quise subir ahora al Templo. Tengo necesidad de Dios”
Y luego dijo algo muy extraño: “No tengo ninguna culpa, pero el Infierno está dentro de mí, por lo afligida que me siento” Le hicimos muchas preguntas. Pero no quiso añadir más acerca de sus aflicciones. Ni de los motivos por los que Jesús le prohibió ir a Jerusalén. Nos recomendó que no dijésemos nada, ni a Jesús, ni a Judas.
Tomás pregunta conmovido:
– ¡Pobre mujer! Así pues, ¿No vendrá a la Pascua?
– No vendrá.
Pedro dice:
– Si Jesús se lo prohibió es porque tiene sus motivos… ¿Oísteis? Todos saben que Jesús está aquí.
Tocan a la puerta…
Son Judas y Mateo que regresan con las compras.
Saludan a Elisa y a Nique.
Judas les pregunta.
– ¿Vinisteis solas?
Nique contesta:
– Solas. María aún no llega.
Elisa:
– Ella no viene del sur.
Judas:
– Me refería a Anastásica.
– No vino. Se quedó en Betsur.
– ¿Por qué? También ella es discípula. ¿No sabes que de aquí nos iremos a Jerusalén para la Pascua? Debía de haber venido. Si las discípulas y los fieles no son perfectos… ¿Quién lo será? ¿Quién va hacer el cortejo al Maestro para destruir esos cuentos de que todos lo abandonan?
Elisa responde:
– Si se trata de eso, una pobre mujer como es ella, no va a ocupar el lugar de muchos. Las rosas están bien entre las espinas y en los huertos cerrados. Y para la Rosa de Jericó, yo soy como una madre y yo lo dispuse así.
– Entonces, ¿No vendrá para la Pascua?
– No.
Pedro interviene:
– ¡Y van dos!
Judas pregunta con sospecha:
– ¿Qué quieres decir? ¿Cuáles dos?
– ¡Nada! ¡Nada! ¡Cálculos míos!… Uno puede contar muchas cosas. Hasta las moscas, por ejemplo…
Entra María de Jacob, seguida por Samuel y Juan, con los panes sacados del horno. Elisa y Nique la saludan y…
Elisa dice:
– Somos hermanas tuyas en el dolor. Yo estoy sola. Perdí a mi esposo y a mis hijos. Y también ésta. Por esto nos amaremos, porque el que ha llorado sabe comprender.
Pedro pregunta a Juan:
– ¿Por qué aquí? ¿Y el Maestro?
Juan contesta:
– En el carruaje con su madre. Vienen todas. Veréis qué delgada está María de Nazareth. Parece haber envejecido… Dice Lázaro que se angustió mucho, cuando le dijo que Jesús se había refugiado acá.
Judas exclama irónico y despectivo:
– ¿Por qué se lo dijo ese bobo? Antes de morir era inteligente. tal vez en el sepulcro se le deshizo el cerebro y todavía no se le ha compuesto. ¡No en vano se muere!…
Samuel responde:
– Nada de eso. Ten cuidado al hablar. Lázaro de Bethania lo dijo a María, cuando ya venían en camino y Ella se sorprendió de la dirección que tomaban…
Juan agrega:
– Así es. Cuando pasó por Nazareth, sólo le dijo: ‘Te llevaré a donde está tu Hijo…’ y ni siquiera le dijo que vendrían a Efraím.
Judas interrumpe mordaz:
– Todos saben que Jesús está aquí. Y ¿Ella es la única en ignorarlo?
– María lo había oído y lo sabía. Pero como corre un río de mentiras por la Palestina, Ella no daba oídos a ninguna noticia. Se moría en el silencio, orando. Pero cuando emprendieron el viaje; Lázaro tomó el camino que va a lo largo del río, para desorientar a los Nazarenos, a todos los de Caná, Séforis, Belén de Galilea…
Tomás pregunta:
– ¡Ah! ¿Están también Noemí, Mirta y Áurea?
Samuel responde:
– No. No se los permitió Jesús. La orden la llevó Isaac cuando fue a Galilea.
– ¿Entonces ellas tampoco estarán?
– No estarán.
Pedro exclama:
– ¡Y van tres!
Felipe dice:
– Ni siquiera nuestras hijas. El Maestro lo dijo y lo repitió antes de dejar Galilea. Mi hija Mariana me dijo que Jesús se lo había ordenado desde la Pascua pasada…
Pedro pregunta:
– ¿Están por lo menos Juana, Salomé y María de Alfeo?
– Sí. También Susana.
– Pero, ¿Qué ruido es ese?
Juan responde:
– ¡Los carruajes! ¡Son los carruajes! Los que no han perdido el valor siguieron a Lázaro… -y sale corriendo junto con los demás…
Y al abrir la puerta se ve un espectáculo increíble:
Además de María que viene sentada junto a su Hijo en el carro de Lázaro; todo un desfile de carros y una multitud de gente: caras conocidas y desconocidas, junto con samaritanos de todos los poblados… Se precipitan sobre los carruajes impidiendo el paso. ¡Parece una verdadera romería!
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA