180.- JOYEL DE LA REDENCIÓN
Los apóstoles se habían adelantado y afligidos, dicen desde atrás de un vallado de cañas:
– ¡Atrás! ¡Atrás! Regresen a la campiña. No se puede entrar en la población. Por poco nos lapidan. Hablaremos en aquel bosquecillo. –y empujan a todos, mientras dicen- Que no nos vean. ¡Vámonos!
Detrás de un matorral, Pedro dice secándose el sudor:
– Aquí esperaremos el anochecer. Y cuando oscurezca, nos iremos.
Tadeo pregunta:
– ¿Qué sucedió? ¿Hizo Judas algo…?
Tomás lo interrumpe:
– Es fácil adivinar lo que pasó.
Y todos hablan al mismo tiempo:
– Dijo ser apóstol y no cabe duda de que le pegaron, Maestro.
– Aquí no te quieren.
– Todos están contra Ti.
Jesús impone silencio. Y dice a Simón Zelote que hable…
Zelote explica:
– Señor, entramos en la población. Nadie nos hizo nada hasta que preguntamos si un joven alto, vestido de rojo y con talet de líneas rojas y blancas. Y una mujer de edad, delgada, de cabellos grises, con un vestido gris oscuro; habían llegado buscando al Maestro Galileo y sus compañeros. Entonces se alarmaron… Tal vez no debimos mencionarte. ¡Siempre nos habían recibido bien! ¡No entendemos lo que sucedió!… ¡Parecen víboras, los que hace unos cuantos días eran tus defensores!…
Tadeo lo interrumpe:
– Obra de los judíos…
Zelote objeta y continúa:
– No. La causa de su ira es que Jesús no aceptó su protección y quiso ir a adorar al Templo de Jerusalén. Una mujer nos llevó a su huerto y nos escondió allí. Prometió traernos noticias de Judas. Esperémosla. Quedó de venir aquí…
Andrés dice:
– Allá viene una mujer. Tiene valor.
La mujer pasa frente a ellos y sigue su camino, con un cesto en la cabeza, por entre los campos de lino…
Y aparece de repente, por detrás de los que la esperan…
La mujer dice:
– Perdonadme que los haya hecho esperar. Os traje esto. ¿Quién es el Maestro? Quisiera venerarlo…
Pedro lo señala:
– Es Él.
La mujer pone en el suelo su cesto.
Y se postra ante Jesús diciendo:
– Señor, perdona el pecado de nuestros conciudadanos. Si no hubiera estado quién los provocó… Mucho trabajaron para echarte fuera…
Jesús dice:
– No les guardo rencor, mujer. Levántate y habla… ¿Sabes algo de mi apóstol y de la mujer que estaba con él?
– Sí. Fueron arrojados como perros al otro lado de la ciudad. En cuanto llegue la noche, te llevaré con ellos. Os llevaré a casa de una hermana mía que vive en la llanura. Allí dormiréis sin decir quién sois. Bueno, mientras tanto tomad y comed. Traje leche, pan, queso y frutas. También vino. Comed mientras baja el sol.
– Dios te lo pague. ¿Qué les pasó a los discípulos?
– Algo al hombre. A la mujer no le pasó nada. El Altísimo debió protegerla, porque fue muy valiente. Y protegió a su hijo cuando los de la ciudad agarraron piedras. ¡Oh! ¡Qué mujer tan valiente! Gritaba: “¿Apedrearíais así a uno, que no ha hecho nada? ¿No me respetáis a mí que soy su madre? ¿No respetáis a la que os engendró? ¿Habéis nacido de una loba o habéis sido hechos del fango o de la suciedad?”
Y miraba a los que los atacaban con el manto desplegado para defender al hombre, mientras retrocedía… Todavía ahora lo consuela diciendo: “Quiera el Altísimo, Judas. Que esta sangre tuya, derramada por el Maestro, se convierta en bálsamo de tu corazón.” La herida no es muy grande. Pero está espantado. Yo ya les llevé pan, comida, vino y aceite para las heridas. Comed vosotros. Yo vigilaré el camino.
– Dios te lo pague.
Jesús agradece, bendice y reparte.
Comen. Pero la inquietud corroe a los hombres y el abatimiento les quita el hambre a las mujeres excepto a María Magdalena, para quién lo que a otros atemoriza, para ella es un acicate. Sus ojos relampaguean contra la ciudad hostil.
La Presencia de Jesús que ha dicho que no se tenga rencor, le impide decir todo lo que quisiera. Y trata de controlarse descargando su ira contra el pan.
De tal modo que Zelote al verla, le dice sonriente:
– ¡Felices los de Terza que no caen en tus manos! ¡Pareces una fiera encadenada!
María contesta:
– Lo soy. A los ojos de Dios vale más mi control de no ir allá, que todo lo que hasta ahora he expiado.
Jesús le dice:
– Está bien María. Pero Dios te ha perdonado culpas mayores que las suyas.
– Es verdad. Ellos te ofendieron a Ti, Dios mío. Y porque otros los empujaron a ello. Yo muchas veces por mi propia voluntad… No puedo ser intransigente, ni soberbia.
Baja los ojos al pan… Y dos lágrimas caen sobre él.
Martha la toca y murmura:
– Dios te ha perdonado. No te humilles más. Recuerda que ganaste a nuestro Lázaro…
– No es humillación. Es reconocimiento… Es emoción. Reconozco que me falta esa misericordia de la que yo tanta recibí. ¡Perdóname, Rabonní!
Jesús la mira con amor. Y le dice:
– María… Nunca se niega el perdón al humilde de corazón.
La tarde va declinando y las sombras del anochecer envuelven todo. Las estrellas encienden su luz y los grillos entonan su melodía nocturna…
La mujer dice suspirando:
– Podemos irnos ahora. No nos verán. No os traiciono, no temáis. No lo hago porque se me dé algo. Tan solo pido que el Cielo tenga piedad de mí, pues todos tenemos necesidad de ella.
Se levanta. La siguen. Pasan por fuera de Terza entre campos y hortalizas. Entre los que se pueden vislumbrar figuras humanas…
Mateo dice:
– Están aguardándonos.
Felipe murmura entre dientes:
– ¡Malditos!
Pedro no habla, pero levanta su puño…
Santiago y Juan de Zebedeo, le dicen a Jesús:
– Maestro, si te perfección de amor no quiere recurrir al castigo, ¿Nos permites que lo hagamos? ¿Quieres que ordenemos al fuego del Cielo que baje y que acabe con esos pecadores? Nos has dicho que todo lo que pidamos con Fe, lo obtendremos…
Jesús, que caminaba un poco inclinado, como cansado. Se endereza de pronto y los mira con sus ojos relampagueantes.
Los dos se quedan espantados, al sentir su mirada…
Jesús los reprende:
– No conocéis al espíritu al que pertenecéis. El Hijo de Hombre no ha venido a acabar con las almas, sino a salvarlas. Recordad la Parábola del trigo y la cizaña…
En una nueva explicación, Jesús mitiga su ira. Pues los dos que pidieron que los de Terza fueran castigados. Lo hicieron por amor a él.
Finaliza diciendo:
– … Por eso os digo que os despojéis de toda dureza contra vuestro prójimo. Haced como Yo os digo. Y no os equivocaréis. ¿Habéis visto que me vengue de alguien que me hace algún daño?
– No, Maestro. Tú…
En ese preciso instante llegan… Judas de Keriot trae un vendaje en la frente y Elisa que viene detrás de él… Salen corriendo de entre un viñedo y se dirigen a Jesús.
Elisa dice:
– ¡Maestro! ¡Maestro! Aquí estamos. ¡Oh, Maestro!
Judas exclama:
– ¡Cuánto pensamos en Ti! ¡Cuánto miedo de morir!…
Jesús se separa de Judas, que lo ha abrazado y llora:
– ¿Te pasó algo? ¿Tuviste miedo de morir? ¿Tanto amas la vida?
Judas responde:
– No tenía miedo por la vida. Sino que tenía miedo de Dios. No quería morir sin tu perdón. Yo siempre te ofendo. A Ti, a todos. A ésta… que ha sido para mí; una verdadera madre. Me sentía culpable y tenía miedo de morir.
Jesús exclama:
– ¡Un temor saludable! Si te puede hacer santo. Yo siempre te perdono. Lo sabes muy bien, con tal de que tengas voluntad de arrepentirte. Tú Elisa, ¿Has perdonado?…
Elisa la anciana, sonríe y responde:
– Es un muchacho desconsiderado. Sé cómo compadecerlo.
– Has sido valiente, Elisa. Lo sé.
Judas exclama:
– ¡Si no hubiera estado ella, no te habría vuelto a ver, Maestro!
– ¿Comprendes ahora que no por Odio, sino por amor, se quedó contigo?… ¿Te hicieron daño Elisa?
– No, Maestro. Me llovían las piedras; pero no me hicieron ningún daño. Yo estaba muy preocupada, pero por Ti…
– Ya pasó todo. Sigamos a la mujer que va a llevarnos a un lugar seguro.
Continúan su camino por una vereda iluminada por la luna.
Jesús toma del brazo a Iscariote y se adelanta con él. Trata de aprovechar lo que sucedió y su temor del Juicio de Dios…
Jesús le habla con dulzura:
– Ves Judas que fácilmente se puede morir. La muerte siempre está a nuestro lado. Ves ahora como lo que nos parece sin importancia, cuando las fuerzas nos sonríen, se convierte en algo sumamente espantoso cuando la muerte se deja ver… Pero, ¿Por qué tener esos temores al morir… Cuándo pueden desaparecer llevando una vida santa?
¿No te parece que es mejor si vives como un hombre justo, para que encuentres una muerte placida? Judas, amigo mío. La divina y paternal misericordia permitió esto, como un llamado a tu corazón. Todavía estás a tiempo… ¿Por qué no quieres dar a tu Maestro que está por morir, la grande…? ¿La grandísima alegría, de saber que te has vuelto al bien?
– Pero, ¿Aún puedes perdonarme Jesús?
– Si no pudiese, no te hablaría de este modo. ¡Qué poco me conoces! Yo te conozco y sé que estás como atrapado por un pulpo… Que sufrirías mucho si arrancase de ti, esos tentáculos que te encadenan. Te muerden y te envenenan.
Pero después… ¡Qué alegría tendrás! ¿Tienes miedo de no poder reaccionar contra lo que te tiene avasallado? Puedo absolverte de antemano del pecado de trasgresión del rito pascual… Eres un enfermo. La Pascua no obliga a los que están mal. Eres como un leproso. Y los leprosos no suben a Jerusalén, mientras lo son. Ten en cuenta Judas, que comparecer ante el Señor con el corazón manchado, como lo tienes; no es honrarlo, sino ofenderlo… hay que…
Judas pregunta con un poco de rabia:
– Entonces, ¿Por qué no me purificas y me curas?…
– ¡Que no te curo!… Cuando alguien está enfermo busca por sí mismo, la curación. A no ser que sea un niño o un loco…
– Trátame como si lo fuese. Como si estuviese loco…
– No sería justicia… Porque tú puedes querer. Conoces el Bien y el Mal. No serviría de nada que te curase, si no tienes la voluntad de permanecer sano…
– Dámela también.
– ¿Dártela? ¿Darte una voluntad buena? ¿Y tú libre albedrío? ¿Qué diría entonces? ¿Qué sucedería con tu personalidad humana que es libre? ¿Sería un juguete?
– Como lo soy de Satanás podría serlo de Dios.
– ¡Mira Judas que me ofendes! ¡Qué me taladras el corazón! Te perdono… Dijiste que eres un juguete de Satanás. Yo no quería decir semejante cosa…
– Pero la pensabas porque es la realidad y porque la conoces. Si es verdad que lees los corazones humanos. Si esto es así, sabes muy bien que yo ya no soy libre… él se ha apoderado de mí y…
– No es cierto. Se te ha acercado. Te ha estado tentando y te ha puesto asechanzas. Y tú le has dicho que sí. No hay posesión si desde el principio no se consiente a la tentación diabólica. La serpiente se puede asomar a los barrotes de los corazones. Y no entrará si el hombre se rehúsa a ver su apariencia seductora; se niega a escucharla, a seguirla…
Cuando no es así, solo entonces es cuando el hombre se convierte en juguete, es un poseído y eso porque lo quiere. También Dios envía del Cielo sus luces dulcísimas de un amor paternal y penetran en nosotros. Dios desciende en el corazón de los hombres. Le pertenecen por derecho. ¿Por qué entonces el hombre que sabe convertirse en esclavo y juguete del hombre, no se hace siervo de Dios, aún más, hijo suyo?
¿No me respondes? ¿No me dices porqué has preferido a Satanás y no a Dios? Todavía estás a tiempo de salvarte. Sabes qué voy a morir. Nadie como tú lo sabe… No rehúso el morir… Camino hacia él. Y camino derecho, porque mi muerte será vida para muchos. ¿Por qué no quieres estar entre éstos? ¿Sólo para ti mi muerte será inútil amigo mío? ¡Mi pobre amigo!
Judas contesta con una sonrisa diabólica:
– Será inútil para muchos, no te hagas ilusiones… Sería mejor que huyas de acá. Que goces de la vida; que enseñes tu doctrina que es buena, pero que no te sacrificaras.
– ¡Enseñar mi doctrina! ¿Y qué cosa podría enseñar si no hago lo que digo? ¿Qué maestro sería Yo si predicase que se debe obedecer a Dios y Yo no lo hiciera? ¿Qué se renunciase a la carne, al mundo, a sus honores y luego hiciese todo lo contrario; escandalizando no solo a los hombres, sino a los ángeles?
Satanás está hablando a través de ti en estos momentos, como habló en Efraím. Como tantas veces ha hablado y obrado por tu medio, para causarme daño. He comprendido todas estas acciones de Satanás, realizadas a través de tí y no te he odiado. No he sentido cansancio de ti, sino solo una pena infinita.
Como una madre mira con dolor el avance de la enfermad de su hijo, así también Yo contigo. Como un padre que hace todo por buscar la medicina que cure a su hijo, así Yo contigo, he hecho todo por salvarte. Y me he sobrepuesto a la repugnancia, corajes, amarguras, desconsuelos… Como un padre y madre vuelven sus ojos al Cielo en busca de algo que salve a su hijo, así también Yo he llorado. Y sigo implorando un milagro que te salve… Te salve del Abismo en cuyo borde te encuentras…
¡Judas! ¡Mírame! Dentro de poco derramaré toda mi sangre, no me quedará ni una gota. La beberán los terrones, las piedras, la hierba. Empapará tanto las vestiduras de los que me persiguen, como las mías. Los palos, el hierro, las sogas, las espinas del nabacá.
La beberán los corazones que esperan ser salvados… ¿Eres tú el único que no quiere beber de ella? Sólo por ti, daría toda mi sangre. Eres mi amigo. ¡Con qué placer se muere por el amigo! ¡Para salvarlo! Se dice: ‘Muero, pero seguiré viviendo en mi amigo por quien di mi vida.’
Igual que una madre o un padre que continúan viviendo en el hijo, aún después de muertos. ¡Judas por favor!… No pido otra cosa en los días que preceden mi muerte. Los jueces, los mismos enemigos conceden al sentenciado a muerte, una última gracia. Escuchan su último deseo. Yo te pido que no te condenes. No lo pido al Cielo, sino a ti, a tu voluntad…
Judas, piensa en tu madre. ¿Qué le pasará a ella? ¿Qué será del nombre de tu familia? Esto es muy importante para ti. No te deshonres, Judas. Piensa. Pasarán los años y los siglos. Caerán reinos e imperios. Se apagarán las estrellas. Cambiará la configuración de la tierra y tú serás siempre Judas; como Caín siempre es Caín, si es que persistes en tu pecado.
Se acabarán los siglos. Quedarán solo paraíso e infierno. Y tú Judas, estarás en el lugar en que para siempre serás maldito, como el mayor criminal si no te arrepientes. Descenderé a liberar las almas del Limbo. Sacaré almas del Purgatorio y a ti… No te podré llevar a donde Yo estoy.
Judas, voy a morir contento porque ha llegado la Hora que millares de años esperaban. La Hora de reunir a los hombres con su Padre… Aunque no lo lograré con muchos. Sin embargo el número de los que se salven, me consolará de las angustias que padeceré por los que muero inútilmente…
Te aseguro que será muy horrible no verte entre los salvados a ti que eres mi apóstol, mi amigo. ¡No me des este dolor tan cruel!… Quiero salvarte Judas. ¡Salvarte!…
Mira, mañana descendemos hacia el río y tú podrás ir a donde quieras. Conoces las casas de los discípulos. Te daré una carta para ellos. Diré que te sientes mal y necesitas de un lugar tranquilo y de aire puro.
Es la verdad porque estás enfermo y porque el aire de Jerusalén acabaría contigo… Ellos pensarán que estás enfermo en el cuerpo. Estarás allí hasta que vaya a traerte…
Yo pensaré en lo que digan tus compañeros… Pero no vengas a Jerusalén. ¿Ves? No quise que vinieran las mujeres, sino solo los más fuertes y aquellas que por derecho de madres, deben estar junto a sus hijos.
– ¿Tampoco la mía?
– No. María, tu madre; no vendrá a Jerusalén…
– También ella es madre de un apóstol y siempre te ha respetado.
– Tienes razón en que tendría derecho de estar cerca de mí; pues me ama como debe de ser. Pero precisamente por eso, no irá a Jerusalén. Se lo prohibí y ella sabe obedecer.
– ¿Por qué? ¿Qué le falta a ella y que sí tenga María de Alfeo y Salomé de Zebedeo?
– Tú sabes por qué digo esto. Pero si me escuchas y vas a Bozra, mandaré avisar a tu madre, para que te haga compañía. Para que ella que es muy buena, te ayude a curarte. Créemelo. Somos los únicos que te amamos sin medida…
Tres son los que te aman en el Cielo: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo que no han dejado de mirarte y que esperan que quieras, para que te hagan el joyel de la Redención y la presa más grande arrebatada al Abismo.
Y hay tres en la tierra: Yo, tu madre y mi Madre. ¡Haznos felices Judas! A los del Cielo, a los de la tierra, que te amamos con verdadero amor.
– Lo has dicho… Tres son los que me aman. Los otros no…
– No como nosotros, pero también te aman… Elisa te defendió. Los demás estaban preocupados por ti… Aun cuando te has separado todos, ellos piensan en ti y tu nombre está en sus labios. No conoces el amor que te rodea. Tu opresor te lo esconde. Pero créeme a Mí…
– Te creo y trataré de contentarte. Pero quiero hacerlo por mí mismo. Yo soy el que me equivoqué. Yo soy quién debo curarme de mi mal.
– Solamente Dios, puede hacer todo por Sí. Tu pensamiento es de soberbia… En él está escondido Satanás. Sé humilde, Judas. Toma fuertemente esta mano amiga. Refúgiate en este corazón que siempre está abierto para ti. Conmigo, Satanás no podrá hacerte ningún daño.
– He tratado de estar contigo y siempre he descendido más… ¡Es inútil!
– ¡No digas eso! ¡No lo digas! ¡Oh, Padre Mío!… ¡Estás tan muerto espiritualmente, que no me crees!…
– ¡Cómo no creerte!… ¡Eres bastante convincente!
– Rechazas la ayuda… Dios lo puede todo. acógete a Dios. ¡Judas! ¡Judas!
– No tan alto, que los otros nos pueden oír…
– ¿Te preocupas de los demás y no de tu alma? ¡Pobre Judas!…
Jesús no dice más, pero sigue al lado de su apóstol hasta que la mujer entra en una casa que hay en medio de un espeso olivar.
Jesús dice a Judas:
– No dormiré esta noche. Rogaré por ti y te esperaré… Que Dios hable a tu corazón. Escúchalo. Me quedaré aquí donde estoy a orar. Hasta el amanecer. Tenlo presente…
Judas no responde.
Llegan todos. La mujer regresa acompañada por su hermana. Los saluda y los invita a pasar, para que puedan descansar.
Jesús se despide:
– ¡Id! Yo me quedo a orar. La paz sea con todos vosotros.
Mientras los otros se van. Llama a su Madre…
Jesús dice:
– Mamá me quedo a orar por Judas. Ayúdame también tú, Madre mía…
María contesta:
– Sí, Hijo. ¿Nace en él algún deseo?
– No. Madre. Pero nosotros debemos obrar como si… El Cielo puede todo, Madre…
– Sí. Yo puedo engañarme todavía. Pero Tú no, Hijo mío. ¡Tú sabes! ¡Santo Hijo mío! Siempre te imitaré. Tranquilízate. Y aun cuando no puedas hablarle porque huirá de Ti, trataré de llevártelo… ¡Que el Padre Santísimo escuche mi dolor!… ¿Me permites que me quede contigo, Jesús? Oraremos juntos y serán horas las que estemos juntos.
– Quédate, Madre. Aquí te espero…
María se va ligera y poco después regresa. Se sientan sobre sus alforjas a los pies de los olivos. En el silencio profundo de la noche…
Pasa el tiempo… al amanecer, todo se despierta; pero Judas no ha venido.
Jesús mira a su Madre y dice:
– Hemos orado Madre. Dios aprovechará nuestra plegaria…
– Sí Hijo mío. Estás pálido como un cadáver. Tus fuerzas se han agotado en la noche, llamando a las puertas del Cielo y a los decretos de Dios.
– También tú estás pálida, Madre. Te has cansado mucho.
– Mi dolor aumenta con el tuyo.
La puerta de la casa se abre con cautela…
Jesús se estremece y suspira…
Es la mujer que se va con su cesto vacío.
Jesús le dice:
– Que el Señor te pague por todo. Yo también lo quisiera, pero no tengo nada.
La mujer contesta:
– No quiero nada Rabí. No quiero dinero. Sólo quiero algo y puedes dármelo…
– ¿Qué es mujer?
– Que mi marido cambie de corazón. Puedes hacerlo porque eres verdaderamente el Santo de Dios.
– Vete en paz. Será como lo has pedido. Adiós.
La mujer se va rápida.
María comenta:
– Otra infeliz. Por eso es buena.
Poco a poco salen todos los discípulos. Y cuando ya todos se han reunido, se deja ver Judas de Keriot. No trae la venda. Se le ve rojo donde tenía la herida y también su ojo morado.
Jesús y Judas se miran mutuamente. Pero Judas vuelve la cabeza a otra parte.
Jesús le dice:
– Compra de la mujer todo cuanto pueda vender. Nos adelantamos. Luego nos alcanzas.
Después de despedirse de la mujer, Jesús y todos se ponen en marcha.
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
179.- EL PODER DE DIOS
Todos siguen a Jesús en silencio. Salen de la ciudad y se dirigen hacia el noreste a través de la campiña.
Enón, más arriba hacia el norte, es un puñado de casas. En este lugar estuvo el Bautista, en una gruta rodeada por una espesa vegetación y un manantial que después forma un río que va hasta el Jordán.
Dos días después…
Jesús está solo, sentado afuera de la gruta donde se despidió de su primo Juan. La aurora empieza a teñir de rosa el oriente y la floresta despierta con el canto de los pajarillos. Por el sendero se oye el ruido de un rebaño de ovejas, guiado por un jovencito. Una cabra se acerca a Jesús y se reclina a sus pies, dejando que la acaricie en la cabeza que reclina sobre sus rodillas. Las otras dos cabras se ponen a pastar junto con las ovejas.
El pastorcillo pregunta:
– ¿Quieres leche? No he ordeñado a dos que si no están llenas, topan a quien trate de hacerlo. Iguales que su patrón, que si no se llena de ganancias, nos pega con el bastón.
– ¿Eres un pastor que trabaja para otro?
– Soy huérfano. Soy solo y soy siervo. Estuvo casado con la tía de mi madre. Mientras vivió Raquel… pero hace meses que murió y yo soy muy infeliz. Llévame contigo. Estoy acostumbrado a vivir con nada. Seré tu siervo… por paga me basta un poco de pan. Aquí tampoco tengo nada. Si me pagara, me iría. Pero dice: “Este es dinero tuyo. Pero me quedo con él, porque te visto y te doy de comer.” ¡Mírame! Estos golpes son mi pan de ayer… -y le enseña a Jesús los cardenales que tiene en los brazos y en su flaquísima espalda.
– ¿Qué hiciste?
– Nada. Tus discípulos hablaban del Reino de los Cielos y me puse a escucharlos. Era sábado. Me pegó tanto y tan fuerte, que ya no quiero estar con él. Tómame contigo o me escaparé. Vine aquí a buscarte. Tenía miedo de hablar. Pero Tú eres bueno…
– ¿Y el ganado? No querrás llevártelo…
– Lo llevaré al redil. Dentro de poco mi patrón irá al bosque a cortar leña. Se lo devuelvo y me voy. ¡Oh! ¡Tómame contigo!
– ¿Sabes Quién Soy yo?
– ¡Eres el Mesías! El Rey del Reino de los Cielos. Quién te sigue es feliz en la otra vida. No he gozado jamás aquí. Pero no me rechaces. –y llora a los pies de Jesús, cerca de la cabra.
– ¿Cómo me conoces tan bien? ¿Me has oído hablar alguna vez?
– No. Ayer hablaron de Ti, Matías, Juan y Simeón. Y dijeron que estabas donde estaba el Bautista. Y luego Isaac… En éste he encontrado de nuevo a mi padre y a mi madre… él pagó por mi libertad. El patrón aceptó el dinero para burlarse de tu discípulo.
– Sabes muchas cosas. ¿Sabes a donde me dirijo?
– A Jerusalén. Pero en mi cara no llevo escrito que soy de Enón.
– Voy más lejos. Pronto me iré. No te puedo llevar conmigo.
– Tómame aunque sea por poco tiempo.
– ¿Y luego?
– Luego lloraré con los de Juan. Su maestro vivió aquí. Ellos fueron los primeros en decirme que la alegría que los hombres no proporcionan en la tierra, la da Dios en el Cielo a quien haya tenido buena voluntad. Para tenerla he recibido tantos golpes. Y he pasado mucha hambre, pidiendo a Dios que me diese esta paz. ¿Ves que he tenido buena voluntad? Si me rechazas ahora, ya no tendré esperanzas… -llora sin hacer ruido, suplicando a Jesús con los ojos, más que con los labios.
– No tengo dinero para rescatarte. Ni siquiera sé si tu patrón lo aceptaría.
– Pero ya pagaron por mí. Hay testigos. Los principales de Enón. Elí, Leví y Jonás, lo vieron. Y echaron en cara a mi patrón su acción.
– Si es así… Levántate y vamos.
– ¿A dónde?
– A ver a tu patrón.
– Tengo miedo. Ve Tú. Está entre aquellos árboles. Yo te espero aquí.
– No tengas miedo. Mira. Ahí vienen mis discípulos. No te hará ningún mal. Levántate. Vamos a Enón a buscar a los tres testigos y luego iremos a verlo. Dame la mano. Te dejaré con los discípulos que conoces. ¿Cómo te llamas?
– Benjamín.
– Tengo otros dos pequeños amigos, que se llaman como tú. Serás el tercero.
– ¿Amigo? ¡Es demasiado! Soy siervo…
– Del Señor Altísimo. De Jesús de Nazareth eres amigo. Ven. Reúne el ganado y vámonos.
Jesús se levanta y mientras el pastorcito junta su rebaño, llama a los apóstoles que rápidos se acercan…
Bartolomé dice.
– Señor, ¿Te has hecho pastor de cabras? Samaría puede ser llamada cabra… pero Tú…
– Yo soy el buen Pastor… Y cambio los cabros en corderos. Los niños son todos corderitos y éste es poco más que un niño.
Mateo pregunta, mirándolo fijamente:
– ¿No es acaso el muchacho que ayer, aquel hombre se llevó de mala manera?
Pedro lo confirma:
– Creo que sí. ¿Eras tú?
– Sí.
Mateo dice:
– ¡Pobre muchacho! ¡Tu padre no te quiere!
Benjamín contesta:
– ¡Es mi patrón! Yo no tengo otro padre más que Él. –y señala a Jesús.
Jesús propone:
– Así es. Los discípulos de Juan lo instruyeron. Consolaron su corazón y en el momento preciso el Padre de todos, quiso que nos encontráramos. Vamos a Enón por los tres testigos… Y luego iremos a donde está su patrón.
Pedro observa:
– ¿Para qué nos entregue al muchacho? ¿Dónde está el dinero? María distribuyó entre los pobres, lo último que traía.
– No necesitamos dinero. No es esclavo y su patrón ya recibió el dinero para liberarlo. Isaac pagó por el niño.
– ¿Y por qué no se lo entregó?
– Porque hay muchos que se burlan de Dios y de su prójimo. Vámonos a Enón.
Todos van a Enón.
Entran a la casa del anciano Elí, guiados por el muchacho. Es un viejo de ojos nublados por los años. Pero todavía vigoroso.
Benjamín le dice:
– Elí. El Rabí de Nazareth me toma consigo, si…
Elí contesta:
– ¿Te toma? Es lo mejor que pudo suceder. Aquí terminarías por ser un malvado. El corazón se endurece cuando la injusticia es demasiada. Y es muy dura. ¿Lo encontraste? El Altísimo ha escuchado tu llanto; aun cuando eres un samaritano. Dichoso tú que puedes seguir la Verdad, sin que nadie te lo impida. Ni siquiera la voluntad de tus padres. Hoy se ve que es una providencia, lo que muchos años pareció un castigo. ¡Dios es bueno! pero, ¿Qué se te ofrece? ¿Mi bendición? Te la doy como el Anciano del lugar.
– Quiero tu bendición porque eres bueno. Vine también para que tú, Leví y Jonás fueseis con el Rabí, a ver a mi patrón, para que no pida más dinero.
– ¿Dónde está el rabí? Ya estoy viejo y casi no veo. No conozco al Rabí.
– Está aquí. Delante de ti.
– ¿Aquí? ¡Poder Eterno! -el viejo se levanta y se inclina ante Jesús, diciendo- Perdona al viejo de ojos empañados. Te saludo porque hay un solo justo en todo Israel. Y ése eres Tú. Vamos. Leví está en su huerto y trabaja en su lagar. Y Jonás en sus quesos.
El viejo se levanta. Es alto como Jesús, no obstante que la edad lo ha encorvado. Empieza a caminar tentando las paredes y con la ayuda de su bastón.
Jesús lo saluda dándole la paz y lo ayuda a caminar.
Benjamín va a al redil.
El viejo dice:
– Eres bueno. Pero Alejandro es una bestia. Un lobo. No sé si… Yo soy rico y puedo darte el dinero suficiente en caso de que Alejandro quisiera más. Mis hijos no tienen necesidad de mi dinero. Casi voy a cumplir cien años y el dinero no sirve para la otra vida. Una acción buena, sí que tiene valor…
Jesús pregunta:
– ¿Por qué no la hiciste antes?
Elí contesta:
– No me lo reproches Rabí. Yo daba de comer al muchacho. Y lo consolaba, para que no se hiciese malo. Alejandro tiene un carácter que puede hacer feroz a una paloma. Pero nadie podía quitarle al muchacho… Tú te vas lejos, pero nosotros nos quedamos aquí. Y todos tienen miedo a sus venganzas. Un día, uno de Enón trató de defender al niño, porque cuando estaba borracho le pegaba y él, no sé cómo; logró envenenar su ganado…
– ¿No es un prejuicio?
– No. Esperó muchos meses… Cuando llegó el invierno y las ovejas estaban en el redil; envenenó el agua del depósito. Bebieron, se hincharon y murieron. Todas.
Todos aquí somos pastores y comprendimos. Para estar seguros de que había pasado, dimos de comer unos pedazos de carne a un perro… y éste también se murió. Hubo quién vio a Alejandro entrar al redil… ¡Oh! ¡Es muy malo! Le tenemos miedo… Es muy cruel. Siempre está borracho por la noche. Es despiadado con todos los suyos. Ahora que todos ya murieron, tortura al muchacho…
– Entonces no vengas si…
– ¡No! Voy. La verdad hay que decirla… Oigo el golpear de un martillo, es Leví. –y lo llama.
Un hombre menos viejo, se acerca. Lo saluda y…
Leví le pregunta:
– ¿Qué se te ofrece, amigo?
Elí contesta:
– Conmigo está el Rabí de Galilea. Vino a llevarse a Benjamín. Ven. Alejandro está en el bosque. Ven a dar testimonio de que él recibió ya el dinero, de manos de aquel discípulo…
– Voy. Yo sabía que el Rabí es bueno. ¡La paz sea contigo! -deja el martillo y se va con ellos.
Pronto llegan al redil de Jonás. Lo llaman. Le explican… él también se agrega al grupo.
Elí dice a Jesús:
– ¡Con qué gusto te vería! Tu voz es dulce y suave como tu mano que guía a un viejo ciego. Suave y fuerte. Si tu aspecto es como tu mano, feliz quién te ve…
Jesús contesta:
– Es mejor oírme que verme. Hace que el espíritu sea más santo.
– Es verdad. He oído hablar de Ti… Pero, ¿No es ése un ruido de sierras?
– Sí.
– Entonces no está lejos. ¡Llamadlo! quedaos aquí. Si puedo hacerlo por Mí mismo, no os llamaré. No os dejéis ver, si no os llamo.
Y Jesús se adelanta y con voz fuerte lo llama:
– ¡Alejandro!
El hombre contesta:
– ¿Qué cosa? ¿Quién eres? -Gritando…
Es un anciano de duro perfil, con tórax y musculatura de Gladiador. ¡Sus golpes han de ser brutales!
Jesús dice:
– Soy Yo. Un Desconocido que te conoce. Vengo a tomar lo que es mío.
Alejandro se burla:
– ¿Lo tuyo? ¡Ja, Ja, ja! ¿Qué tienes en este bosque, que es mío?
– Aquí nada. Benjamín que está en tu casa, es mío.
– ¡Estás loco! ¡Benjamín es mi siervo!
– Y pariente tuyo. Eres su verdugo. Un enviado mío te dio el dinero que pediste por el muchacho. Te quedaste con él y no le dejaste ir. Mi enviado, hombre de paz… No hizo nada. He venido para que se haga justicia.
– Tu enviado se habrá bebido el dinero. Yo no he recibido nada. Me quedo con Benjamín. Lo quiero mucho.
– No es verdad. Lo odias. Te quedaste con la herencia que le corresponde. No mientas. Dios castiga a los mentirosos.
– Que no recibí nada de dinero. Si hablaste con mi siervo, ten en cuenta que es un astuto mentiroso. Lo castigaré porque me ha calumniado. ¡Adiós! -y le voltea la espalda e intenta irse.
– Cuidado, Alejandro. Que Dios está presente. No desafíes su bondad.
– ¡Dios! ¿Acaso es el encargado de cuidar mis bienes? Soy yo quien los cuido y guardo.
– ¡Ten cuidado con lo que dices!
– ¿Quién eres, miserable galileo? ¿Cómo te atreves a regañarme? No te conozco.
– Me conoces. ¡Soy el Rabí de Galilea! Y…
– ¡Ah, sí! ¿Y crees infundirme miedo? ¡No temo a Dios, ni a Belcebú! ¿Y quieres que tema?… ¿Qué tema a un loco? ¡Vete, vete! Déjame en paz. Vete, te lo digo. No me mires. ¿Crees que tus ojos me infundirán miedo? ¿Qué quieres ver?
– No tus delitos, porque los conozco todos. TODOS. Aun los que nadie conoce. Pero quiero ver si comprendes que esta es la última hora, que Dios te concede para que te arrepientas. Quiero ver si el remordimiento es capaz de partir tu corazón de piedra. Si…
Alejandro, que tiene en la mano el hacha, la lanza contra Jesús, que rápido se inclina. El hacha hace un arco sobre su cabeza y se clava en una tierna encina, que cae al suelo, espantando a los pájaros.
Los tres que estaban escondidos temen que Jesús haya sido golpeado y salen gritando.
Elí dice:
– ¡Quisiera ver! ¡Ver si realmente no está herido! Sólo para esto concédeme ver, ¡Dios Eterno! -y se adelanta tropezando, porque pierde su bastón. ¡Llora!- Un rayo de luz y luego las tinieblas. Pero ver sin esta neblina, que me impide ver los obstáculos…
Jesús lo consuela tocándolo y dejándose tocar:
– No me pasó nada padre.
Los otros dos empiezan a reprochar a Alejandro su modo violento. Sus injusticias. Sus mentiras y lo intiman a adorar al Mesías.
Éste responde:
– ¡Qué Dios me ciegue si miento y si he pecado! ¡Qué me ciegue antes que adorar a ese loco Nazareno! En cuanto a vosotros, me vengaré… Despedazaré a Benjamín como a esa planta…
Saca un cuchillo y se arroja para herirlos. Blasfemando de Dios, burlándose del ciego y atacando a los otros como bestia enfurecida… Pero de repente tropieza y se detiene…
Se frota los ojos y grita:
– ¡No veo! ¡Auxilio! ¡Mis ojos!… ¡Oscuridad!… ¿Quién me salva?
También los otros gritan admirados:
– ¡Dios te escuchó! ¡Véngate ahora!
Jesús aconseja:
– No seáis como él. ¡No odiéis!
Y acaricia al viejo Elí, que lo único que le preocupa es que Jesús no esté herido.
Y para convencerlo dice:
– Levanta la cara, ¡Mira!
El milagro se realiza. Y se escucha un grito fuerte, lleno de felicidad…
El anciano Elí dice:
– ¡Veo! ¡Mis ojos! ¡La luz! ¡Bendito seas!
Y el anciano mira a Jesús con ojos brillantes. Y se postra a besarle los pies.
Jesús dice:
– Nosotros dos nos vamos. Vosotros, llevad a ese pobre a Enón. Tenedle piedad, porque Dios lo ha castigado. Y es suficiente. Sea el hombre bueno en todo infortunio.
Alejandro exclama:
– Llévate al muchacho, las ovejas. Tómate el bosque, mi casa, mi dinero; pero devuélveme la vista. No se puede vivir así.
Jesús responde:
– No. Te dejo con todo lo que te hiciste malvado. Me llevo al inocente. Ya le hiciste padecer un martirio. Que en la oscuridad, tu alma pueda abrirse a la luz.
Jesús se despide y baja ligero con el viejo Elí, que parece haber rejuvenecido.
Y cuando llegan a Enón, toda la población se alegra con el milagro.
Jesús dice Benjamín:
– Ven. Vamos a Terza, donde nos esperan.
– ¿Estoy libre? Gracias, Elí.
Elí lo besa. Lo bendice y le dice:
– Perdona al infeliz.
– ¿Por qué? Perdonar, sí. ¿Pero por qué lo llamas infeliz?
– Porque blasfemó del Señor y la luz se apagó en sus ojos. Ya nadie le tendrá miedo. Está ciego e impotente. ¡Terrible es el poder de Dios!
Y se queda pensativo por lo que presenció…
Martha piensa en voz alta:
– Hay obstinados en el mal, que son indignos del perdón pues se burlan de él, como si fuera una debilidad.
Nique dice de improviso:
– Dentro de poco nos volveremos a encontrar a Judas de Keriot. –y suspira.
Jesús se despide y el grupo continúa su camino a Terza; que está rodeada de olivares, viñedos y huertos.
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
178.- DESPEDIDA DE EFRAÍM
Es el amanecer, ha llegado la hora de emprender el camino.
Los efraimitas reunidos ante la casa dicen a Jesús:
– Permite que te sigamos Maestro. No te molestaremos.
Jesús dice:
– Venid pues si queréis.
Tanto los apóstoles como las discípulas están preparados para emprender la marcha. María de Jacob llora desconsolada, apoyada contra el estípite de la puerta abierta de par en par.
Durante diez semanas Jesús ha sido su huésped y su corazón se destroza con la separación.
Jesús se acerca a la puerta y dice:
– María de Jacob te doy las gracias y te bendigo, porque fuiste para Mí como una madre. ¡No llores! No debe llorar quién ha hecho una obra buena. –besa a la anciana y la bendice una vez más.
Y se ponen en camino.
Judas de Keriot va adelante, aislado y pensativo. Tan lóbrego, que sus compañeros notan y…
Tomás dice a los demás:
– ¿Qué le pasará a Judas que está así?… ¡Parece como si emprendiera el camino al cadalso!
Mateo replica:
– ¡Bah! Tal vez tiene miedo de regresar a Judea.
Zelote le pregunta:
– ¿Qué te dijo el Maestro acerca del dinero?
– Nada especial. Tan sólo: ‘Volvamos a lo de antes. Judas es el tesorero y vosotros los distribuidores de las limosnas.’ Para mí fue mucho mejor. He manejado tanto el dinero, que le tengo asco.
Los samaritanos van comentando el último discurso de Jesús en la sinagoga, cuando se despidió de Samaria…
Y dicen entre ellos:
– ¿Oíste? Él sabe lo que nos dijeron. Por eso nos llamó al camino de la justicia.
– Entendí. ¿Y viste como se turbaron los judíos y los escribas que estaban presentes?
– ¡Claro! Ni siquiera esperaron a que terminara y se marcharon.
– ¡Víboras!
– Sin embargo… Él dice lo que quiere hacer.
– El Rabí es el Rabí.
– Y puede pecar si no sube al Templo de Jerusalén.
– ¡Encontrará la muerte! Lo verás.
– ¡Todo se habrá acabado!
– ¿Para quién? ¿Para Él?
– ¡Para nosotros… o para los judíos!
– Para Él, si muere.
– Eres un loco. Yo soy de Efraím. Lo conozco bien. durante más de dos lunas viví con Él. Siempre hablaba con nosotros.
– Será una pena… No puede morir. Él es el Santo de los santos.
– Tampoco para nosotros puede terminar todo, nada más así.
– Yo seré un ignorante, pero presiento que su Reino vendrá, cuando los judíos lo crean destruido…
– ¡Los derrotados serán ellos!
– ¿Crees que los discípulos venguen al Maestro?
– ¿Qué habrá rebelión y destrucción?
– ¿Y los romanos?
– No hay necesidad de que nadie lo vengue. El mismo Altísimo lo vengará durante muchos siglos…
– Por cosas de menor cuantía nos ha castigado. ¿Quieres que no castigue a los que atormentan a su Enviado?
– ¡Ah! ¡Verlos vencidos!
– Tienes un corazón que al Maestro no agradaría.
– Él ruega por sus enemigos…
Y continúan caminando y conversando…
La región es fértil, por la riqueza de bosques y aguas que bajan de las vertientes. Siquem resalta con su blancura y la belleza de sus huertos y sus jardines. Las casas se ven muy hermosas, adornadas con olivos, viñedos y los campos cargados de trigo, que van ostentando sus espigas llenas de vida.
Jesús entra en la ciudad y al llegar a la fuente, recuerda su encuentro con Fotinaí.
Jesús dice:
– ¿No se cumple ahora lo que entonces dije? Entramos ignorados y solos. Sembramos. Ved ahora. ¡Qué mies ha nacido de aquella semilla! Seguirá creciendo y vosotros la segareis. Y después, otros cosecharán.
Felipe pregunta:
– ¿Y Tú no, Señor?
– Yo he cosechado donde sembró mi Precursor. Luego Yo sembré y vosotros deberéis sembrar con la semilla que os di. Pero así como Juan no cosechó lo que sembró; así tampoco Yo. Somos…
Tadeo pregunta con ansiedad:
– ¿Qué Señor?
– Las víctimas, hermano mío. Es necesario el sudor, para que los campos sean fértiles. Es necesario el sacrificio, para hacer que los corazones lo sean. Lo que regaremos con nuestra muerte, otros lo cosecharán…
Santiago de Zebedeo exclama:
– ¡Oh, no! ¡No digas eso, Señor mío!
– ¿Tú que fuiste discípulo de Juan me lo dices? ¿No recuerdas las palabras del que fue tu maestro? “Es necesario que Él crezca y que yo disminuya” Él comprendía la belleza y la razón del morir, para dar a otros la justicia. No seré inferior a él…
Santiago objeta:
– Pero Maestro, ¡Tú eres Dios! ¡Juan era sólo un hombre!
– Soy el Salvador. Como Dios debo ser más perfecto que el hombre. Si Juan, simple mortal, tuvo el valor de empequeñecer para que brillara el verdadero Sol; no debo ofuscar la luz de mi sol, con nubes de cobardía. El Mesías se irá. Regresará al lugar de donde vino… Y desde allá os amará. Siguiéndoos en vuestro trabajo y preparándoos el lugar que será vuestro premio. Pero mi Doctrina se queda. Crecerá con mi ida… con la de todos los que sabrán ser como Juan y como Yo. Y sabrán morir para que otros vivan…
Judas pregunta casi con ansia:
– Entonces, ¿Reconoces que es justo que se te mate?
Jesús lo mira… Y responde:
– No lo reconozco. Reconozco justo el morir, por lo que traerá mi sacrificio. El homicidio es siempre homicidio para el que lo realiza. Aun cuando tenga valor y aspectos diferentes para el que muere.
– Qué quieres decir?
– Quiero decir que si alguien mata porque se ve obligado a hacerlo: como el soldado en la batalla. El verdugo que obedece al magistrado o el que se defiende de un ladrón, no mancha su alma con el homicidio. Pero el que sin necesidad y orden de nadie, mata a un inocente o coopera a su muerte, irá delante de Dios con la cara horrible de Caín…
Llega un nutrido grupo de Siquemitas a recibirlo y lo saludan con reverencia:
– La paz sea contigo, maestro. Las casas que te hospedaron están esperándote. Vendrán a verte todos los que recibieron de Ti un favor. Sólo una persona no vendrá, porque se retiró muy lejos para expiar. La mujer se despojó de todo lo que amaba, rechazó el pecado y dio sus bienes a los pobres. Empezó una vida nueva y no sabría decirte en donde está. Desde que dejó Siquem, nadie la ha vuelto a ver.
Jesús dice:
– Lo único que es necesario saber, es que se convirtió. Sería tan inútil como indiscreto buscarla. Dejad a vuestra conciudadana en su paz secreta. Los ángeles del Señor saben en dónde está, para ayudarla en lo que necesita. Mañana os hablaré. Hoy os escucho y espero a los enfermos.
– ¿Pasarás el sábado aquí?
– No. Iré a otra parte. Apenas tengo tiempo para regresar a Judea a la Fiesta…
Al día siguiente, al salir de Siquém Jesús dice:
– Ahora separémonos. Regresad a vuestros hogares. Acordaos de mis palabras y creced en la justicia. –se vuelve hacia Judas de Keriot y pregunta- ¿Has distribuido a los pobres como te ordené?
Judas contesta:
– Sí. Menos a los de Efraím, porque ellos ya recibieron.
– Idos entonces y haced que cada pobre tenga un alivio. –dice a los demás.
– Te bendecimos en su nombre.
Cuando se van, Jesús dice a los suyos:
– Voy a ir a Enón. Quiero ir al lugar del Bautista. Bajaré por el camino del valle. Será más cómodo para las mujeres.
Judas pregunta:
– ¿No sería mejor irnos por el de Samaría?
– No tenemos por qué temer a los ladrones. Quien quiera venir conmigo, que venga. Quién no, alcáncenme en Terza el día siguiente al sábado.
Iscariote dice:
– Yo quisiera quedarme… No estoy muy bien… Estoy cansado…
Pedro comenta:
– Se ve. Estás como un enfermo de color ceniciento. Tanto que se ve también en tu mirada, en tus reacciones, en tu piel. Hace tiempo que te observo…
Judas contesta:
– Pero nadie me pregunta si sufro…
Pedro responde pacientemente:
– ¿Te habría gustado? Nunca sé lo que te gusta. Pero si quieres te lo pregunto ahora. Estoy dispuesto a quedarme contigo para curarte…
– ¡No, no! Es solo cansancio. Vete, vete. Me quedo aquí.
Repentinamente Elisa dice:
– También yo me quedo. Estoy vieja. Descansaré haciendo el oficio de madre.
Salomé interrumpe:
– ¿Te quedas? Habías dicho…
– Si todos van, también yo para no quedarme aquí sola. Pero ya que Judas se queda…
Judas dice.
– Entonces voy. No quiero que te sacrifiques mujer. Ciertamente vas con gusto a ver el refugio del Bautista…
Elisa contesta:
– Soy de Betsur y jamás he sentido deseos de ir a Belén a ver la gruta donde nació el Maestro. Lo haré cuando ya no lo tenga más a Él. Ya sabrás si ardo en deseos de ver donde estuvo Juan… Prefiero ejercitar la caridad, segura de que vale más que una peregrinación.
– Reprendes al Maestro. ¿No lo comprendes?
– Hablo por mí. Él va y hace bien, es el Maestro. Yo soy una vieja quien los dolores arrebataron todo deseo de curiosidad. Ya quien el amor por Él ha quitado todas las ganas que no sean de servicio.
– Entonces tu servicio es espiarme.
– ¿Haces cosas reprobables? Se vigila a quien hace cosas malas. Ten en cuenta que jamás he espiado a nadie. No pertenezco a la raza de las sierpes. Yo no traiciono.
– Tampoco yo.
– Dios lo quiera por tu bien. Pero no logro comprender por qué te parece tan mal, que me quede aquí para descansar…
Jesús, que no había dicho una palabra, levanta su cabeza y dice:
– Basta. El deseo que tú tienes, puede tenerlo una mujer, con mayor razón si está entrada en años. Os quedaréis aquí, hasta la aurora del día siguiente al sábado. Luego me alcanzaréis. Entre tanto tú ve a comprar lo que es necesario para estos días. Ve y hazlo bien.
Judas se va de mala gana a hacer las compras.
Andrés quiere seguirlo.
Pero Jesús lo toma de un brazo, diciendo con mucha severidad:
– No vayas. Puede hacerlo por sí mismo.
Elisa lo mira. Se le acerca y le dice:
– Perdóname, Maestro. Si te he causado algún disgusto.
– Ninguno, mujer. Antes bien, perdónalo a él como si fuese tu hijo.
– Con estos sentimientos estaré cerca de él… Aun cuando piense lo contrario… Tú me comprendes…
– Sí. Y te bendigo. Hiciste bien en decir que las peregrinaciones a mis lugares se convertirán en algo necesario, después que ya no esté con vosotros…En una necesidad de consuelo para vuestro corazón. Por ahora se trata de secundar los deseos de vuestro Jesús. Has comprendido mi deseo. Porque te sacrificas para cuidar de un espíritu imprudente…
Los apóstoles y los discípulos se miran entre sí.
Sólo la Virgen María no mira a nadie.
María Magdalena, imponente como una reina que sentencia, no pierde con la mirada a Judas, que se abre paso entre los vendedores. En sus ojos se ve el enfado y en las comisuras de sus labios, el más absoluto desprecio. Su expresión lo dice todo… más que con palabras.
Judas regresa y da a sus compañeros lo que compró. Se pone otra vez el manto en el que trajo todo e intenta entregar la bolsa a Jesús.
Jesús lo rechaza con la mano, diciendo:
– No es necesario. Para las limosnas está María. Tú trata de ser bondadoso. Son muchos los mendigos que van de todas partes a Jerusalén en estos días. Da sin discriminación y con caridad recordando que todossomos mendigos de la misericordia de Dios y de su pan… Adiós. Adiós Elisa. La paz sea con vosotros.
Se vuelve rápidamente y se pone en camino sin dar tiempo a Judas para despedirse…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
177.- POSESIÓN DIABÓLICA PERFECTA
Judas se enfurece y recupera su diabólica audacia…
Casi se arroja contra Jesús y grita:
– Mandaste a que me espiaran para quitarme la honra. Que me espiara ese muchacho estúpido, que ni siquiera sabe guardar silencio. Que me avergonzará delante de todos. ¡Esto era lo que querías! Por lo demás… ¡Sí! ¡Esto también lo busco yo! ¡Lo quiero! ¡Qué me arrojes! ¡Qué me maldigas! ¡Qué me maldigas! ¡Qué me maldigas! He hecho todo lo posible para que me arrojaras…
Su voz es muy ronca y jadea como si algo lo estrangulase…
Jesús le repite en voz baja, pero terrible:
– ¡Ladrón! ¡Ladrón! ¡Hoy Ladrón y mañana asesino como Barrabás! ¡Y peor que él!
Mientras el Maestro se ha ido acercando cada vez más. El aliento de Jesús y su mirada escalofriante, llegan hasta la cara de Judas…
Éste le contesta desafiante:
– Sí. Ladrón y por culpa tuya. Todo el mal que hago es por tu culpa y no te cansas nunca de llevarme a la ruina. Salvas a todos. Amas y honras a todos. Acoges a pecadores. No te causan asco las prostitutas y tratas como amigos a los ladrones, a los usureros, a los proxenetas de Zaqueo. Acoges como si fueses el Mesías al espía del Templo.
¡Eres un necio! Nos diste como jefe a un ignorante. Hiciste tesorero a un recaudador de impuestos y de tus confianzas a un estúpido. A mí me das lo mínimo… No me das ni un céntimo. Me tienes cerca como un galeote amarrado al banco.
No quieres que nosotros… que yo, reciba los óbolos de los peregrinos. Y para que no toque yo el dinero, has dado órdenes de que no se reciba de nadie… Y todo esto es… ¡Porque me odias!
Pues bien, ¡Yo también te odio! No te atreviste a pegarme, ni a maldecirme. Tu maldición me hubiera convertido en cenizas… ¿Por qué no me la arrojaste? La hubiera preferido a verte así: inútil, debilucho, como un hombre sin fuerzas, como un vencido…
Jesús ordena:
– ¡Cállate!
– ¡No! ¿Tienes miedo de que Juan oiga? ¿No quieres que comprenda quién eres y te abandone?… –Judas se ríe con la misma risa escalofriante y solapada de sus últimas manifestaciones… Y grita triunfante- ¡Ah, esto es lo que temes!…
Judas está agachado y parece un perro feroz a punto de lanzarse sobre su presa. Se acerca Jesús y en su cara hay una transformación satánica… Sus manos parecen garfios. Los brazos, pegados al cuerpo y los ojos fulgurantes de rabia.
Jesús lo encara sin miedo, esperando sin hacer ningún gesto, ni decir una palabra, a que la furia de Judas se calme, pues se desata como una avalancha…
Y su voz suena como un latigazo…
– ¡Temes! ¡Tú que te crees un héroe!… ¡Temes! Me tienes miedo… ¡Me temes! Por esto no pudiste maldecir. Por esto finges amarme, cuando en realidad me odias. Para ablandarme. Para mantenerme quieto… ¡Sabes que yo soy una fuerza! ¡Sabes que soy la Fuerza! La Fuerza que te odia y que te vencerá…
Te prometí que te seguiría hasta la muerte, ofreciéndote todo y todo te he ofrecido…
Estaré cerca de Ti, hasta tu Hora y mi hora. ¡Valiente rey que no puede maldecir y arrojar a uno! ¡Un rey payaso! ¡Un rey ídolo! ¡Un rey necio! ¡Un rey mentiroso! Eres un traidor de tu mismo destino.
Desde nuestro primer encuentro me has despreciado… No me has correspondido. ¡Te crees un sabio y eres un estúpido! Te señalaba el camino recto, pero Tú… ¡Oh, Tú eres el Puro!
Eres la creatura que es hombre, pero también Dios y te atreves a despreciar los consejos del Inteligente…
Desde el primer momento te equivocaste y sigues equivocándote. Tú… Tú Eres… ¡Ahggg!…
El torrente de palabras cesa de golpe. Hay un silencio lúgubre…
Jesús ha estado callado, mirando con infinito dolor al desgraciado apóstol, elevando una plegaria silenciosa… Cuando de pronto, Jesús abre los brazos horizontalmente y toma la postura de un crucificado. Es cuando Judas ha callado con un ahogado ¡Ah!…
En un momento de clara posesión diabólica, Satanás ha hablado por boca del apóstol pervertido, cercano ya al umbral del mayor delito, condenado por su propia voluntad.
El torrente de palabras cesó, dejando al apóstol como atolondrado… Pasa un larguísimo minuto…
Luego Judas parece como si saliera de un delirio y se pasa la mano por la frente perlada de sudor… Piensa… Recuerda… Las fuerzas lo abandonan y cae por tierra llorando…
Jesús baja los brazos.
Y con voz queda pero clara, le dice:
– ¿Y luego?… ¿Te odio?… Podría pegarte con el pie y aplastarte llamándote ‘gusano’ Podría maldecirte, así como te he librado de la fuerza que te hacía delirar…
Has creído que el no maldecirte es debilidad de mi parte. No lo es. Soy el Salvador y el Salvador no puede maldecir. Quiero salvar. Dijiste: ‘Soy la fuerza que te odia y que te vencerá’
Yo Soy la Única Fuerza y es Amor no Odio. El Amor no odia. No maldice, jamás. La Fuerza podría vencer las batallas individuales, como ésta entre Yo y Satanás, que está en ti. Quitarte tu patrón para siempre, como acabo de hacerlo. Tomando la actitud de la TAU, la Señal que salva y que Lucifer no puede ver.
Pero, ¿De qué serviría traspasar las reglas perfectas de mi Padre? ¿Sería justicia? ¿Habría mérito? ¡NO! Ni una cosa, ni la otra. No sería justicia para con los culpables, a los que no se les quitó la libertad de serlo. Los cuales podrían en el último día, preguntarme porqué fueron condenados y echarme en cara el haber sido parcial contigo.
Habrá miles y miles de hombres, que cometerán tus mismos pecados: que se permitirán ser presa del demonio; ofensores de Dios; torturadores de sus padres; asesinos, ladrones, mentirosos, adúlteros, lujuriosos, sacrílegos y hasta deicidas…
Matando materialmente al Mesías dentro de poco tiempo; matándolo espiritualmente en sus corazones, en tiempos venideros…
Todos podrían decirme, cuando venga a separar a los corderos de los cabros. A bendecir a los primeros y a maldecir; entonces sí, a maldecir a los otros. A maldecir porque ya no habrá más Redención. Sino Gloria o Condenación…
A volverlos a maldecir después de haberlos maldecido individualmente, cuando murieron y fueron juzgados. Porque el hombre y lo sabes, porque lo he dicho muchísimas veces: puede salvarse mientras le dura la vida. Aún en sus últimos momentos basta un instante, para que todo se arregle entre el alma y Dios. Para que se pida perdón y se alcance absolución…
Todos los condenados podrían decirme: “¿Por qué no nos amarraste al bien, como hiciste con Judas?” Y tendrían razón… Porque cada hombre nace con los mismos elementos.
Y mientras unos adornan su alma secundando el querer de Dios; haciendo fructificar sus dones gratuitos. Con una perfección cada vez más heroica. Tú por el contrario, has destruido tu alma y los dones que Dios le entregó. ¿Qué has hecho de tu libre albedrío? ¿Qué de tu inteligencia? ¿La has conservado libre? ¡NO! Tú que no quieres obedecerme a Mí. No digo a Mí Hombre, pero ni siquiera a Mí, Dios. Obedeces a Satanás como un esclavo.
Empleas tu inteligencia y tu libertad, para comprender a las Tinieblas. Voluntariamente. Delante de ti se te han puesto el Bien y el Mal. Y has elegido el Mal. Aún más: se te ha puesto delante solo el Bien: Yo el Eterno, Tu Creador, que ha seguido el desenvolvimiento de tu alma y te ha puesto delante solo el Bien, porque sabe que eres más débil que un alga seca.
Me echaste en cara que te odio y esta acusación la has lanzado contra Dios, Uno y Trino. Contra Dios Padre que te creó por Amor. Contra Dios Hijo que se Encarnó por Amor, para salvarte. Contra Dios Espíritu que te ha hablado muchas veces, para darte buenos deseos. Has acusado a Dios Uno y Trino que tanto te ha amado que te ha traído a mi Camino.
Haz rechazado el Bien y libremente te has entregado al Mal. Con tu libre albedrío has querido esto y descortésmente siempre has rechazado mi Mano; que te he ofrecido para sacarte del remolino. Y siempre te alejas de Mí, para sumergirte en el enfurecido mar de las pasiones, del Mal. ¿Cómo puedes acusarnos de que te hemos odiado?
Me has echado en cara que quiero tu mal… También el niño enfermo se enoja contra el médico y contra su madre, porque le hacen beber medicinas amargas y porque le niegan cosas que le harán daño. ¿Te ha cegado tanto Satanás que ya no comprendes la verdadera razón de las providencias que he tomado por tu bien?
¿Y te atreves a llamar mala voluntad y deseo de llevarte a la ruina lo que es providencia amorosa de tu Maestro, de tu Salvador, de tu Amigo que quiere curarte? Te he impedido que tocases ese metal infame que te enloquece, para que su veneno no te llevase a la muerte.
¿No sientes que es como uno de esos brebajes mágicos que provocan una sed insaciable que inocula en la sangre un ardor, una rabia que llevan a la muerte? Leo en tu pensamiento que me estás reprochando: “Entonces, ¿Porqué por tanto tiempo me permitiste que administrase el dinero?”
¿Por qué? Porque si te lo hubiera impedido desde el principio. Te habrías vendido antes. Habrías robado antes. De todos modos te vendiste, porque poco podías robar. Yo tuve que impedirlo sin hacer violencia a tu voluntad. El oro es tu ruina. Porque por causa del oro te has hecho lujurioso y traidor.
Judas exclama:
– ¡Eso! Te han informado mal. Yo no soy…
– ¡Cállate!
Parece el eco de un trueno. Jesús lo ha dicho con Ira. Severamente mira a Judas, que se encoge y se queda callado.
En el silencio se escucha el esfuerzo que Jesús hace por dominarse. Luego vuelve a hablar con su tono dulce, enérgico, persuasivo, conquistador…
Sólo los demonios pueden resistir a esta voz:
– No necesito que nadie me diga para conocer tus acciones. ¡Oh, desgraciado! ¿Sabes delante de Quién estás?…
Dijiste que ya no comprendías mis palabras, ¡Pobre Infeliz! Ni siquiera te comprendes a ti mismo. Ya ni siquiera distingues el Bien del Mal. Satanás, al que has obedecido en todas las tentaciones que te ha presentado, te ha vuelto estúpido.
Pero hubo un tiempo en que me comprendías. ¡Creías que Yo Soy Quien Soy! Y este recuerdo no se apagado en ti. ¿Puedes creer que el Hijo de Dios? ¿Qué Dios tenga necesidad de las palabras de un hombre, para saber el pensamiento y las acciones de otro?
Aún no estás del todo pervertido, que no creas que Soy Dios. Y en esto está tu mayor culpa. Lo demuestra el miedo que tienes a mi Ira. Sientes que no luchas contra un Hombre, sino contra Dios Mismo y tiemblas. Y pese a que sabes Quién Soy, luchas contra Mí…
Si te maldijera no sería más el Salvador. Querrías que te arrojase y dices que todo lo haces, para que te arroje. Esta razón no justifica tus acciones, porque no hay necesidad de pecar, para separarte de Mí…
Puedes hacerlo, te lo he dicho. Desde que regresaste a Nobe, lleno de mentiras y de Lascivia; como si hubieras salido del Infierno para caer en el fango de los cerdos o con los libidinosos monos.
Y tuve que hacerme fuerza a Mí Mismo, para no arrojarte a puntapiés, como un harapo asqueroso. Y para refrenar la náusea que sentía, no solo en el corazón, sino aún en las entrañas.
Siempre te lo dije aún antes de aceptarte, antes de que vinieras con nosotros. Pero quisiste quedarte… ¡Para tu ruina! ¡Tú, mi más grande dolor! Pero andas pensando y diciendo que soy superior al Dolor; tú, el primero de los herejes que vendrán…
NO. Sólo al Pecado soy superior. Sólo a la ignorancia lo soy. Al pecado porque soy Dios. A la ignorancia porque no puede existir en el alma que no ha sido herida por la Culpa Original. Y Yo soy superior al Pecado por mi propia voluntad, porque no quiero pecar.
Vine al Mundo para devolver a los hombres su realeza de hijos de Dios, enseñándoles a vivir como dioses. He querido demostrar que se puede vivir como enseño… Y para mostrarlo, tuve que tomar un cuerpo verdadero. Para poder sufrir las tentaciones humanas y decir al hombre después de haberlo instruido: ‘Haced como Yo’
Todos los hombres pueden ser tentados pero solo son pecadores los que quieren serlo. No hay pecado donde no se consiente a la tentación, Judas. Existe el pecado dónde aún sin consumarlo, se consiente a la tentación y se mira con buenos ojos. Será pecado venial, pero ya es una preparación para el pecado mortal, que se desenvuelve en vosotros.
Porque acoger la tentación y pensar en ella siguiendo mentalmente las fases del pecado, es debilitarse a sí mismo. Satanás lo sabe y por eso lanza repetidos ataques, esperando que penetre uno; pues es fácil que el hombre tentado se haga culpable.
Y tú eres un hombre en el que la tentación rechazada no se calma… No se calma, porque no la rechazas totalmente… No realizas el acto, pero cobijas su deseo y así lo has hecho hasta que caes en la realización del pecado. Por eso te enseñé que pidieses la ayuda del Padre, para que no te dejase entrar en tentación.
Yo, el Hijo de Dios. Yo, el Vencedor de Satanás; he pedido ayuda al Padre, porque soy humilde. Tú no lo eres. Eres un soberbio y por eso te hundes… ¿Recuerdas esto?
¿Puedes comprender ahora lo que significa para Mí, verdadero Hombre con todas las reacciones humanas y verdadero Dios, con todas las reacciones de Dios?… ¡Verte así: lujurioso, mentiroso, ladrón, traidor, homicida! ¿Sabes cuáles son los esfuerzos a los que me sujetas, para tenerte cercano a Mí? ¿Sabes lo que me cuesta dominarme como ahora, para que mi misión en ti, se realice completamente?…
Cualquier otro hombre te habría cogido por la garganta, al sorprenderte forzando los cofres y apoderándote del dinero, al saber que eres un traidor y más que un traidor… Te hablo con compasión. Mira… no es verano y por la ventana entra ya el aire fresco del atardecer. Y sin embargo estoy sudando como si hubiera hecho un trabajo demasiado duro.
¿No te das cuenta de los que me cuestas? ¿De lo que eres? ¿Quieres que te arroje? No. Jamás. Cuando alguien se está ahogando, es un asesino el que lo deja que se hunda. Te encuentras en medio de dos fuerzas que te jalan: Yo y Satanás.
Si te dejo, solo lo tendrás a él. ¿Y cómo te salvarás? Y con todo me abandonarás… Ya me abandonaste en tu corazón. Y Yo tengo todavía conmigo, la crisálida de Judas: tu cuerpo privado de la voluntad de amarme. Tu cuerpo inerte para el bien. Lo detengo hasta que exijas también este despojo, para unirlo al espíritu y pecar con todo tu ser…
Judas, ¿No me hablas? ¿No encuentras una palabra que decir a tu Maestro? No te exijo que me digas: “¡Perdón!” muchas veces te he perdonado sin resultado. Sé que esa palabra saldría solo de tus labios, no de tu espíritu arrepentido. Quisiera que saliese de tu corazón.
¿Estás tan muerto que no eres capaz de formar un deseo? ¡Habla! ¿Me temes? ¡Oh, si fuera realidad! ¡Por lo menos esto! Pero no. Si me temieses te diría las palabras que te dije aquel día ya lejano, en que hablamos de las tentaciones y los pecados: “Te aseguro que aún después del Mayor Crimen que se cometerá, si el culpable de él corriese a los pies de Dios con verdadero arrepentimiento y llorando pidiese perdón, ofreciéndose a expiar confiadamente, sin desesperarse; Dios lo perdonaría. Y por medio de la expiación salvaría su alma.
Judas si no me temes, aun así, Yo todavía te amo. ¿No tienes nada que pedir ahora, a mi amor infinito?…
La voz de Jesús es una caricia dulcísima…
Judas responde con altanería:
– No. Mejor dicho sí. Una sola cosa. Que impongas silencio a Juan. ¿Cómo quieres que pueda reparar, si seré la vergüenza entre vosotros?
– ¿Y así hablas? Juan no hablará. Pero Yo te pido que al menos tú, obres de tal modo, que nada trasluzca tu ruina. Recoge esas monedas y ponlas en la bolsa de Juana… Trataré de cerrar el cofre, con el alambre que empleaste para abrirlo…
La voz de Jesús tiene un timbre de derrota y está impregnada con un infinito Dolor.
Mientras Judas de mala manera, recoge las monedas desparramadas sobre el suelo.
Jesús se apoya sobre el cofre abierto abrumado por el cansancio. Aunque la luz es débil, permite ver que llora en silencio; mirando al apóstol encorvado, que está recogiendo las monedas.
Cuando Judas termina se acerca al cofre; toma la gruesa y pesada bolsa, mete adentro las monedas, la cierra y dice:
– Aquí están. –y se hace a un lado.
Jesús toma la ganzúa y con mano temblorosa, hace girar la chapa y cierra el cofre. Caen lágrimas sobre su vestido blanco de lino.
Judas lo ve y finalmente tiene un impulso de arrepentimiento. Se cubre la cara con las manos y en medio de un sollozo…
Judas dice:
– ¡Soy un maldito! ¡Soy el Oprobio de la tierra!
Jesús contesta:
– ¡Eres el desgraciado eterno! ¡Y pensar que si quisieras, podrías todavía ser feliz!
Judas grita:
– ¡Júrame! ¡Júrame que nadie se enterará de esto!… ¡Y yo te juro que me redimiré!
– No. No digas ‘me redimiré.’ No puedes. Solo Yo puedo redimirte. Solo Yo puedo vencer al que habló por tus labios… Pronuncia la palabra de humildad: “Señor, Sálvame.” Y te libraré de tu opresor. ¿No comprendes que espero esta palabra con más ansias que un beso de mi Madre?…
Judas llora… Pero no la pronuncia…
Después de un minuto que parece un siglo.
Jesús dice:
– Vete. Sube a la terraza. Vete a donde quieras, pero no hagas ninguna comedia. Vete, vete. Nadie te descubrirá, porque Yo me preocuparé de ello. Desde mañana tendrás el dinero. ¡Es inútil todo ya!…
Judas sale sin replicar.
Jesús se queda solo. Se sienta sobre una silla que hay cerca de la mesa. Y con la cabeza apoyada sobre sus brazos, llora angustiosamente.
Pocos minutos después, llega Juan. Se detiene un momento en el umbral. Está pálido como un muerto y corre hacia Jesús.
Lo abraza suplicando:
– ¡No llores, Maestro! ¡No llores! Te amo también por ese infeliz.
Juan ve las lágrimas de su Dios y llora a su vez.
Jesús lo abraza. Y las dos cabezas rubias, juntas se intercambian las lágrimas y los besos.
Jesús pronto se domina y dice:
– Juan, por amor mío. Olvida todo esto. Lo quiero.
Juan contesta:
– Sí. Señor mío. Trataré de hacerlo. Pero no sufras más… ¡Ah, qué dolor! Me hizo pecar, Señor mío. Mentí. Tuve que mentir porque vinieron a agradecerte los samaritanos. Les nació felizmente un varoncito. Les dije que habías ido al monte… Luego vinieron las discípulas y volví a mentir, diciendo que tal vez estarías en la casa de Ada… Yo estaba atolondrado. Tu Madre me vio que tenía lágrimas y me preguntó angustiada: ¿Qué te pasa Juan? Volví a mentir: Estoy conmovido por la felicidad de Ada… ¡A tanto puede llevar el estar cerca de un pecador! ¡A la mentira!… ¡Perdóname, Jesús mío!
– Quédate en paz. Olvídate de estos momentos. No ha pasado nada. Es sólo un mal sueño…
– Sufres. ¡Qué cambiado estás, Maestro! Respóndeme sólo esto: ¿Se arrepintió Judas?
– ¡Quién puede comprenderlo, hijo mío!
– Ninguno de nosotros. Pero Tú sí.
Jesús no responde. Nuevas lágrimas silenciosas corren por su cansado rostro.
Juan comprende aterrado:
– ¡Ah! ¡No se arrepintió!
– ¿Dónde está ahora? ¿Lo viste?
– Sí. Asomándose a la terraza, mirando si había alguien. Y al verme que estaba solo, sentado bajo la higuera, bajó corriendo y salió por la puerta del huerto. Entonces me vine…
– Hiciste bien. Pongamos las sillas en su lugar. Recoge la jarra. Que no queden huellas de nada…
– Luchó contigo.
– No, Juan. No.
– Estás muy turbado Maestro, para quedarte aquí. Tu Madre comprendería y sufriría…
– Tienes razón. Salgamos. Me adelanto al arroyo en dirección al bosque…
Jesús sale y Juan se queda a poner todo en orden. Luego, sale detrás de Jesús…
Lo encuentra sentado sobre una piedra.
Él se vuelve al oír los pasos de su apóstol. Su figura resalta a la luz del atardecer. Juan se sienta a sus pies y recuesta la cabeza sobre sus rodillas. Ve que todavía llora…
Juan dice:
– ¡No sufras, más! ¡No sufras más, Maestro! ¡No soporto verte sufrir!
Jesús contesta:
– ¿No puedo sufrir por esto? ¡Es mi mayor dolor! Recuérdalo Juan: ¡Este será para siempre mi mayor dolor! Y todavía no puedes comprender todo… Mi mayor dolor… -Jesús está totalmente abatido.
Juan se aflige por no poder consolarlo…
Jesús levanta su cabeza. Abre sus ojos, que tenía cerrados tratando de contener las lágrimas y dice:
– Recuerda que somos tres los que sabemos: el culpable, Yo y tú. Y que nadie más debe saberlo.
– Nadie lo sabrá de mi boca. ¿Pero, cómo pudo hacerlo? Cuando se apropiaba el dinero de la bolsa común, ¡Paciencia!… ¡Pero esto! ¡Creí que estaba yo loco, cuando lo vi!… ¡Horror!
– Te he dicho que lo olvides.
– Me esfuerzo Maestro, pero es muy horrible…
– ¡Horrible! Sí, ¡Horrible!
Jesús apoya su cabeza sobre la espalda de Juan y vuelve a llorar de dolor. Las sombras de la noche bajan rápidamente y los envuelven…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
176.- EL LADRÓN
Todas las discípulas están ocupadas en lavar, coser y remendar… Elisa y Nique están doblando los vestidos que lavaron en el arroyo y que pusieron a secar. María de Alfeo está sentada sobre la hierba, cosiendo un dobladillo. Nique, después de examinar otro lo da a María de Alfeo diciendo:
– A este vestido, tu hijo también le descosió el dobladillo.
María de Alfeo lo toma y lo pone junto con los otros, sobre la hierba.
Elisa llega con otros vestidos ya secos y dice:
– Se ve que hace tres meses que no os acompañaba ninguna mujer experta. No hay un vestido bueno, exceptuando el del Maestro que en cambio solo tiene dos: el que trae y el que se lavó hoy.
Judas dice:
– Los regaló. Parecía como si un ansia lo devorara, para no tener nada. Desde hace varios días trae el vestido de lino.
María de Alfeo exclama:
– Menos mal que tu Madre pensó en traerte nuevos. Ese de púrpura es bellísimo. Lo necesitabas Jesús. Aun cuando te queda muy bien el vestido de lino. ¡Pareces un lirio!
Judas satiriza:
– Un lirio muy grande.
María de Alfeo le replica con franqueza:
– Pero puro, como tú no lo eres. Ni como lo es Juan. También tú estás vestido de lino; pero créeme que el aspecto de lirio no lo tienes.
– Soy de cabellos negros y mi piel no es tan blanca. Por eso soy diferente.
– No depende de eso. Es que tu candor lo tienes encima y Él adentro. Lo transpira por su mirada, por su sonrisa, por sus palabras. ¡Eso es! ¡Qué felicidad es estar con mi Jesús! -y la buena María pone una de sus manos sobre la rodilla de su sobrino y Maestro, que se la acaricia.
María Salomé, que está viendo otro vestido, exclama:
– ¡Esto es peor que la misma rasgadura! ¡Hijo mío! ¿Pero quién te cosió de este modo?
Y escandalizada muestra a sus compañeras, una especie de ombligo muy plegado que sobresale por sus burdísimos pespuntes.
Todos sueltan la risa.
Y el primero es Juan, el autor de la ‘obra de arte’…
Y dice:
– No podía soportar la rasgadura y… la cosí.
María Salomé:
– La estoy viendo. ¡Pobre de mí! ¿Por qué no le dijiste a María de Jacob que te la cosiera?
– Mamá, está casi ciega. Y luego, no era una rasgadura. Era un hueco. El vestido se trabó en el haz de leña que venía cargando y al echarlo al suelo, arrancó el trozo de tela. Entonces cosí como pude el agujero.
– Y así lo echaste a perder hijo mío. Se necesitaría otro pedazo de tela para suplir el que falta.
La Virgen, que está remendando otro vestido, dice:
– ¡Pobres hijos! ¡Qué falta os hace que estemos cerca!
Jesús y Judas dicen al mismo tiempo:
– ¡Es un buen tema para una parábola! Escuchad…
– Creo que yo tengo un pedazo de tela de ese color, resto de un vestido que di a un hombre pequeño y le cortamos dos palmos para que le quedara bien. Si me esperas te lo voy a buscar. Pero quiero oír la parábola. Habla, Maestro. Luego le daré contento a María Salomé.
Jesús dice:
– Bueno, comparo el alma a una tela. Cuando se pone es nueva, sin rasgaduras. Tiene solo la mancha original. Pero ninguna otra herida, ni otras manchas. Después con el tiempo, con los vicios, llega hasta a romperse. Por las imprudencias se mancha. Por los desórdenes se rasga.
Y cuando está rasgada no hay que hacer un remiendo malhecho, causa de otras rasgaduras. Sino uno bueno, perfecto, que impida que se rasgue el vestido. Si la tela está tan rasgada que se han perdido hasta trozos; no se debe pretender soberbiamente hacer el remiendo por uno mismo; sino hay que ir con quién sabe rehacer íntegra el alma y es el Único que puede hacerlo. Me refiero a Dios, mi Padre.
Y al Salvador, que Soy Yo. Pero el orgullo del hombre es tal, que cuanto mayor es la rasgadura de su alma, tanto más trata de remendarla con medios imperfectos, que crean un malestar más grande. Siempre se verán las heridas que un alma lleva. El alma pelea su batalla y por consiguiente recibe heridas. Muchos son los enemigos que la atacan.
Pero nadie, al ver a un hombre cubierto de cicatrices; señales de otras tantas victorias, puede decir: ‘¡Este hombre es un cobarde!’ Más bien dirá: ‘¡Este es un héroe! ¡Hé allí las señales de su valor!’ Nunca se verá que un soldado se avergüence de una herida gloriosa. Sino que va al doctor y le dice con santo orgullo: “Mira, he combatido y vencido. No evité ninguna fatiga. Cúrame ahora, para estar listo para otras batallas y victorias.”
Por el contrario, quién tiene llagas causadas por enfermedades inmundas, que los vicios le causaron, se avergüenza de ellas ante sus familiares y amigos. Y aún delante de los médicos a veces es tan necio, que las mantiene escondidas hasta que el hedor las descubre. Pero entonces ya es tarde para su curación.
Los humildes son siempre sinceros y además tan valientes, que no se avergüenzan de las heridas que tuvieron en la lucha. Los soberbios son siempre mentirosos y cobardes. A causa de su orgullo, llegan a la muerte, sin querer ir con quién quiere curarlos; por no reconocer: “Padre, he pecado. Pero si quieres puedes curarme”
Hay muchas almas que por orgullo de no confesar una primera culpa, llegan a la muerte. También para ellos la hora es tarde. No reflexionan que la Misericordia Divina es más Poderosa y tan grande que puede curar cualquier gangrena, por grave y arraigada que esté. Pero las almas de los orgullosos, cuando caen en la cuenta de que despreciaron todo medio para salvarse; se dejan llevar por la desesperación, porque están sin Dios diciendo: “Es demasiado tarde” Y se dan a sí mismos la última muerte: la de la condenación. Ve, Judas a traer tu tela…
Judas replica:
– Voy. Pero te digo que no me gustó tu parábola. No la entendí.
María Salomé dice:
– ¡Pero si ha sido muy clara! La entendí yo que soy una pobre mujer…
Judas responde:
– Pues yo no. Antes decías unas muy bellas. Ahora… las abejas, la tela, las ciudades que cambian de nombre, las almas barcas… Cosas tan pobres de sentido que ya no me agradan. Y no las comprendo. Voy a traer la tela… -Y se levanta y se va.
La Virgen María ha bajado cada vez más la cabeza sobre su labor, mientras Judas hablaba. Juana, al contrario; la ha levantado y mira con ojos desdeñosos al imprudente. También Elisa hizo lo mismo, pero luego imitó a la Virgen, igual que Nique.
Susana abre los ojos espantada y mira a Jesús en vez de mirar a Judas, como preguntándole: ¿Por qué no reacciona? María Salomé y María de Alfeo, se miran moviendo la cabeza.
Y en cuanto Judas se va, Salomé comenta:
– Es él el que tiene el cerebro ya acabado.
María de Alfeo sentencia:
– ¡Claro! Y por eso no comprende nada. No sé si pudieras volver a arreglárselo. Si mi hijo fuera así, yo le rompería la cabeza. Así como se la hice, se la puedo romper. ¡Es mejor tener una cara fea, que el corazón!
Jesús replica:
– Sé comprensiva, María. No puedes comparar a tus hijos que crecieron en medio de una familia honrada, en una ciudad como Nazareth; con él.
María de Alfeo protesta.
– Su madre es buena y su padre no fue un malvado, por lo que he oído decir.
Jesús dice tratando de disculparlo:
– Dices bien. pero orgullo no le faltaba. Por eso alejó al hijo de su madre muy pronto y él contribuyó a desarrollar la herencia moral de su hijo, al enviarlo a Jerusalén. Judas fue educado en el Templo. Es doloroso decirlo, pero lo cierto es que el Templo no es el lugar donde el orgullo hereditario pueda disminuir.
Juana dice con un suspiro:
– Ningún puesto de Jerusalén que sea de honor, puede hacer que disminuya el orgullo o cualquier otro defecto… Ni tampoco cualquier otro lugar de honor, bien esté en Jerusalén, Cesárea de Filipo, Tiberíades o Cesárea Marítima… -y rápida se inclina a coser sobre su labor.
Nique observa:
– María de Lázaro es imponente, pero no es orgullosa.
Juana responde:
– Ahora. Pero antes era muy soberbia. Lo contrario de sus padres que jamás lo fueron.
Salomé pregunta:
– ¿Cuándo vendrán?
– Pronto. Dentro de tres días partiremos.
María de Alfeo invita:
– Trabajemos entonces más rápido, para terminar a tiempo.
Pasa un rato y Salomé dice:
– ¡Cuánto se tarda Judas! El sol empieza a bajar y no veré bien.
Juan pregunta:
– Tal vez alguien lo entretuvo. ¿Quieres que vaya a llamarlo?
– Harías bien. Si no encuentra la tela, cortaré de las mangas. Al fin al cabo se acerca el verano y te servirá para que vayas a pescar, cuando regreséis a Galilea.
– Entonces voy. –responde Juan y cortésmente pregunta a las demás- ¿Tenéis vestidos ya arreglados que pueda llevarme? Dádmelos y así cargaréis menos al regreso.
Las mujeres recogen lo que ya remendaron y se lo dan a Juan. Está para irse, cuando lo detiene…
María de Jacob, que entra jadeante y gritando:
– ¿Está allí el Maestro?
Juan contesta:
– Sí madre, ¿Qué se te ofrece?
– Ada está muy mal. El marido no se atreve a llamar a Jesús, porque los samaritanos se portaron tan mal. Yo le dije: ‘No lo conoces aún. Yo voy por Él.’
Jesús sale y dice:
– Ya no corras. Yo voy…
Toma del brazo a Juan y corre rápido con él, hasta la casa que está envuelta en la angustia de la desgracia que le amenaza.
Ada está muriendo de parto del undécimo hijo. Acude el esposo y se postra a los pies de Jesús.
Suplica llorando:
– Señor, creo… Ten piedad de éstos. –y señala a sus hijos.
Jesús dice:
– Levántate y ten ánimo. El Señor ayuda a quien tiene Fe y tiene piedad de sus hijos afligidos.
Una comadrona sale corriendo:
– ¡Ada se está muriendo! ¡Está negra! Las convulsiones acaban con ella. Casi no respira. Ven.
El hombre empuja a Jesús para que vaya a la habitación de la moribunda.
Jesús ordena:
– ¡Ve y ten fe!
Fe tiene. Pero lo que le falta es poder entender claramente el significado de esas palabras.
Jesús llega hasta unos tres metros de la puerta abierta en la habitación donde está la parturienta agonizante, extiende sus brazos y grita:
– ¡Quiero!
Y se retira del lugar.
Todos le miran un poco desilusionados.
Él les dice:
– ¡No dudéis! Un poco más de Fe. La mujer debe pagar el amargo tributo del parir. Pero está salvada. –y se va sin añadir más.
En ese momento se oye un grito.
Y Jesús dice al marido:
– Verás nacer al pequeño. Le han vuelto las fuerzas y los dolores. Pero dentro de poco será feliz.
Se va con Juan.
Nadie lo sigue porque todos se quedan para ver el milagro.
De este modo, sin obstáculos llegan a la casa donde están hospedados. Entran por la puerta del huerto. La casa está silenciosa y vacía.
Juan ve que hay una jarra con agua en el suelo. La toma y se dirige a una habitación que está cerrada. Abre la puerta y…
Juan lanza un:
– ¡Ah! -De espanto.
Deja caer la jarra que se estrella en el piso. . De la habitación se oye salir un retintín de monedas que se esparcen en el suelo…
Jesús, que se había quedado en el corredor, quitándose el manto y doblándolo, corre y empuja a Juan. Abre la puerta semicerrada. Entra…
Hay dos cofres de Juana de Cusa. Ante uno de ellos está Judas pálido, lleno de ira y de miedo; con una bolsa en las manos….
En el borde del cofre está otra bolsa abierta, de la que siguen cayendo monedas de oro y de plata… Por el suelo hay muchas monedas desparramadas. Todo es una prueba de lo que ha estado sucediendo: Judas está robando.
Sigue un silencio sepulcral.
Los tres se quedan inmóviles:
Judas, el apóstol pecador.
Jesús, el Juez.
Juan, el aterrorizado testigo de la bajeza de su compañero.
La mano que Judas tiene en la bolsa tiembla y se oye el retintín ahogado de las monedas.
Juan tiembla de miedo y aun cuando tiene la mano en la boca, se oye como castañetean sus dientes. Sus ojos espantados miran más a Jesús que a Judas.
Jesús no muestra ninguna emoción. Pero su mirada causa pavor… Derecho, glacial, da un paso hacia Judas.
Hace un gesto a Juan indicándole que se retire y le dice:
– ¡Vete!
Juan, aterrorizado suplica:
– ¡No, no! ¡No me eches fuera! Déjame aquí. No diré nada… Pero déjame aquí contigo.
Jesús ordena:
– ¡Vete! ¡Vete! ¡No tengas miedo! Cierra todas las puertas y si alguien viene… Cualquiera que sea, aún mi Madre… ¡No dejes que entre! ¡Vete!
– Señor! -suplica Juan.
Más bien pareciera que él es el culpable.
– ¡Te he dicho que te vayas! ¡No pasará nada!
Jesús mitiga su orden poniendo su mano temblorosa sobre la cabeza del predilecto, como una caricia.
Juan la toma y la besa con un sollozo, luego sale.
Jesús pone el pasador en la puerta. Se vuelve a mirar a Judas que está hecho una miseria y también está muy asustado. Pese a su audacia no se atreve a hacer nada.
Jesús se le acerca. Su mirada es escalofriante.
Judas retrocede y queda entre el cofre y una ventana abierta, por donde entra la luz que ahora ilumina a Jesús.
No dice nada, pero cuando ve que de la faja de Judas se asoma una ganzúa, aspira profundamente. Y levanta su puño cerrado como si fuese a golpear al Ladrón.
Y en sus labios entrecerrados se oye el principio de una palabra:
– ¡Mald…!
Pero se contiene. Con un esfuerzo de dominio que lo hace temblar, abre el puño y baja el brazo. Agarra la bolsa que Judas tiene en su mano y la lanza al suelo.
La pisotea y dice con voz ahogada por una ira terrible:
– ¡Lárgate, asquerosidad de Satanás! ¡Oro maldito! ¡Esputo del Infierno! ¡Veneno de serpiente, lárgate!
Judas, que había ahogado un grito cuando Jesús estuvo a punto de maldecirlo, no reacciona. Pero del otro lado de la puerta, Juan oye el ruido de la bolsa con el metal al caer… y su grito desespera al Ladrón…
HERMANO EN CRISTO JESUS: