178.- DESPEDIDA DE EFRAÍM

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Es el amanecer, ha llegado la hora de emprender el camino.

            Los efraimitas reunidos ante la casa dicen a Jesús:

–                     Permite que te sigamos Maestro. No te molestaremos.

Jesús dice:

–                       Venid pues si queréis.

Tanto los apóstoles como las discípulas están preparados para emprender la marcha. María de Jacob llora desconsolada, apoyada contra el estípite de la puerta abierta de par en par.

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Durante diez semanas Jesús ha sido su huésped y su corazón se destroza con la separación.

Jesús se acerca a la puerta y dice:

–                       María de Jacob te doy las gracias y te bendigo, porque fuiste para Mí como una madre. ¡No llores! No debe llorar quién ha hecho una obra buena. –besa a la anciana y la bendice una vez más.

Y se ponen en camino.

Judas de Keriot va adelante, aislado y pensativo. Tan lóbrego, que sus compañeros notan y…

Tomás dice a los demás:

–                       ¿Qué le pasará a Judas que está así?…  ¡Parece como si emprendiera el camino al cadalso!

Mateo replica:

–                       ¡Bah! Tal vez tiene miedo de regresar a Judea.

Zelote le pregunta:

–                       ¿Qué te dijo el Maestro acerca del dinero?

–                       Nada especial. Tan sólo: ‘Volvamos a lo de antes. Judas es el tesorero y vosotros los distribuidores de las limosnas.’ Para mí fue mucho mejor. He manejado tanto el dinero, que le tengo asco.

Los samaritanos van comentando el último discurso de Jesús en la sinagoga, cuando se despidió de Samaria…

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Y dicen entre ellos:

–                       ¿Oíste? Él sabe lo que nos dijeron. Por eso nos llamó al camino de la justicia.

–                       Entendí. ¿Y viste como se turbaron los judíos y los escribas que estaban presentes?

–                       ¡Claro! Ni siquiera esperaron a que terminara y se marcharon.

–                       ¡Víboras!

–                       Sin embargo… Él dice lo que quiere hacer.

–                       El Rabí es el Rabí.

–                       Y puede pecar si no sube al Templo de Jerusalén.

–                       ¡Encontrará la muerte! Lo verás.

–                       ¡Todo se habrá acabado!

–                       ¿Para quién? ¿Para Él?

–                       ¡Para nosotros… o para los judíos!

–                       Para Él, si muere.

–                       Eres un loco. Yo soy de Efraím. Lo conozco bien. durante más de dos lunas viví con Él. Siempre hablaba con nosotros.

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–                       Será una pena… No puede morir. Él es el Santo de los santos.

–                       Tampoco para nosotros puede terminar todo, nada más así.

–                       Yo seré un ignorante, pero presiento que su Reino vendrá, cuando los judíos lo crean destruido…

–                       ¡Los derrotados serán ellos!

–                       ¿Crees que los discípulos venguen al Maestro?

–                       ¿Qué habrá rebelión y destrucción?

–                       ¿Y los romanos?

–                       No hay necesidad de que nadie lo vengue. El mismo Altísimo lo vengará durante muchos siglos…

–                       Por cosas de menor cuantía nos ha castigado. ¿Quieres que no castigue a los que atormentan a su Enviado? 

–                       ¡Ah! ¡Verlos vencidos!

–                       Tienes un corazón que al Maestro no agradaría.

–                       Él ruega por sus enemigos…

Y continúan caminando y conversando…

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La región es fértil, por la riqueza de bosques y aguas que bajan de las vertientes. Siquem resalta con su blancura y la belleza de sus huertos y sus jardines. Las casas se ven muy hermosas, adornadas con olivos, viñedos y los campos cargados de trigo, que van ostentando sus espigas llenas de vida.

Jesús entra en la ciudad y al llegar a la fuente, recuerda su encuentro con Fotinaí.

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Jesús dice:

–                       ¿No se cumple ahora lo que entonces dije? Entramos ignorados y solos. Sembramos. Ved ahora. ¡Qué mies ha nacido de aquella semilla! Seguirá creciendo y vosotros la segareis. Y después, otros cosecharán.

Felipe pregunta:

–                       ¿Y Tú no, Señor?

–                       Yo he cosechado donde sembró mi Precursor. Luego Yo sembré y vosotros deberéis sembrar con la semilla que os di. Pero así como Juan no cosechó lo que sembró; así tampoco Yo. Somos…

Tadeo pregunta con ansiedad:

–                       ¿Qué Señor?

–                       Las víctimas, hermano mío. Es necesario el sudor, para que los campos sean fértiles. Es necesario el sacrificio, para hacer que los corazones lo sean. Lo que regaremos con nuestra muerte, otros lo cosecharán…

Santiago de Zebedeo exclama:

–                       ¡Oh, no! ¡No digas eso, Señor mío!

–                       ¿Tú que fuiste discípulo de Juan me lo dices?  ¿No recuerdas las palabras del que fue tu maestro? “Es necesario que Él crezca y que yo disminuya” Él comprendía la belleza y la razón del morir, para dar a otros la justicia. No seré inferior a él…

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Santiago objeta:

–                       Pero Maestro, ¡Tú eres Dios! ¡Juan era sólo un hombre!

–                       Soy el Salvador. Como Dios debo ser más perfecto que el hombre. Si Juan, simple mortal, tuvo el valor de empequeñecer para que brillara el verdadero Sol; no debo ofuscar la luz de mi sol, con nubes de cobardía. El Mesías se irá. Regresará al lugar de donde vino… Y desde allá os amará. Siguiéndoos en vuestro trabajo y preparándoos el lugar que será vuestro premio. Pero mi Doctrina se queda. Crecerá con mi ida… con la de todos los que sabrán ser como Juan y como Yo. Y sabrán morir para que otros vivan…

Judas pregunta casi con ansia:

–                       Entonces, ¿Reconoces que es justo que se te mate?

Jesús lo mira… Y responde:

–                       No lo reconozco. Reconozco justo el morir, por lo que traerá mi sacrificio. El homicidio es siempre homicidio para el que lo realiza. Aun cuando tenga valor y aspectos diferentes para el que muere.

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–                       Qué quieres decir?

–                       Quiero decir que si alguien mata porque se ve obligado a hacerlo: como el soldado en la batalla. El verdugo que obedece al magistrado o el que se defiende de un ladrón, no mancha su alma con el homicidio. Pero el que sin necesidad y orden de nadie, mata a un inocente o coopera a su muerte, irá delante de Dios con la cara horrible de Caín…

Llega un nutrido grupo de Siquemitas a recibirlo y lo saludan con reverencia:

–                       La paz sea contigo, maestro. Las casas que te hospedaron están esperándote. Vendrán a verte todos los que recibieron de Ti un favor. Sólo una persona no vendrá, porque se retiró muy lejos para expiar. La mujer se despojó de todo lo que amaba, rechazó el pecado y dio sus bienes a los pobres. Empezó una vida nueva y no sabría decirte en donde está. Desde que dejó Siquem, nadie la ha vuelto a ver.

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Jesús dice:

–                       Lo único que es necesario saber, es que se convirtió. Sería tan inútil como indiscreto buscarla. Dejad a vuestra conciudadana en su paz secreta. Los ángeles del Señor saben en dónde está, para ayudarla en lo que necesita. Mañana os hablaré. Hoy os escucho y espero a los enfermos.

–                       ¿Pasarás el sábado aquí?

–                       No. Iré a otra parte. Apenas tengo tiempo para regresar a Judea a la Fiesta…

Al día siguiente, al salir de Siquém Jesús dice:

–                       Ahora separémonos. Regresad a vuestros hogares. Acordaos de mis palabras y creced en la justicia.  –se vuelve hacia Judas de Keriot y pregunta- ¿Has distribuido a los pobres como te ordené?

Judas contesta:

–                       Sí. Menos a los de Efraím, porque ellos ya recibieron.

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–                       Idos entonces y haced que cada pobre tenga un alivio.  –dice a los demás.

–                       Te bendecimos en su nombre.

Cuando se van, Jesús dice a los suyos:

–                       Voy a ir a Enón. Quiero ir al lugar del Bautista. Bajaré por el camino del valle. Será más cómodo para las mujeres.

Judas pregunta:

–                       ¿No sería mejor irnos por el de Samaría?

–                       No tenemos por qué temer a los ladrones. Quien quiera venir conmigo, que venga. Quién no, alcáncenme en Terza el día siguiente al sábado.

Iscariote dice:

–                       Yo quisiera quedarme… No estoy muy bien… Estoy cansado…

Pedro comenta:

–                       Se ve. Estás como un enfermo de color ceniciento. Tanto que se ve también en tu mirada, en tus reacciones, en tu piel. Hace tiempo que te observo…

Judas contesta:

–                       Pero nadie me pregunta si sufro…

Pedro responde pacientemente:

–                       ¿Te habría gustado? Nunca sé  lo que te gusta. Pero si quieres te lo pregunto ahora. Estoy dispuesto a quedarme contigo para curarte…

–                       ¡No, no! Es solo cansancio. Vete, vete. Me quedo aquí.

Repentinamente Elisa dice:

–                         También yo me quedo. Estoy vieja. Descansaré haciendo el oficio de madre.

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Salomé interrumpe:

–                       ¿Te quedas? Habías dicho…

–                       Si todos van, también yo para no quedarme aquí sola. Pero ya que Judas se queda…

Judas dice.

–                       Entonces voy. No quiero que te sacrifiques mujer. Ciertamente vas con gusto a ver el refugio del Bautista…

Elisa contesta:

–                       Soy de Betsur y jamás he sentido deseos de ir a Belén a ver la gruta donde nació el Maestro. Lo haré cuando ya no lo tenga más a Él. Ya sabrás si ardo en deseos de ver donde estuvo Juan… Prefiero ejercitar la caridad, segura de que vale más que una peregrinación.

–                       Reprendes al Maestro. ¿No lo comprendes?

–                       Hablo por mí. Él va y hace bien, es el Maestro. Yo soy una vieja quien los dolores arrebataron todo deseo de curiosidad. Ya quien el amor por Él ha quitado todas las ganas que no sean de servicio.

–                       Entonces tu servicio es espiarme.

–                       ¿Haces cosas reprobables? Se vigila a quien hace cosas malas. Ten en cuenta que jamás he espiado a nadie. No pertenezco a la raza de las sierpes. Yo no traiciono.

–                       Tampoco yo.

–                       Dios lo quiera por tu bien. Pero no logro comprender por qué te parece tan mal, que me quede aquí para descansar…

Jesús, que no había dicho una palabra, levanta su cabeza y dice:

–                       Basta. El deseo que tú tienes, puede tenerlo una mujer, con mayor razón si está entrada en años. Os quedaréis aquí, hasta la aurora del día siguiente al sábado. Luego me alcanzaréis. Entre tanto tú ve a comprar lo que es  necesario para estos días. Ve y hazlo bien.

Judas se va de mala gana a hacer las compras.

Andrés quiere seguirlo.

Pero Jesús lo toma de un brazo, diciendo con mucha severidad:

–                       No vayas. Puede hacerlo por sí mismo.

Elisa lo mira. Se le acerca y le dice:

–                       Perdóname, Maestro. Si te he causado algún disgusto.

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–                       Ninguno, mujer. Antes bien, perdónalo a él como si fuese tu hijo.

–                       Con estos sentimientos estaré cerca de él… Aun cuando piense lo contrario… Tú me comprendes…

–                       Sí. Y te bendigo. Hiciste bien en decir que las peregrinaciones a mis lugares se convertirán en algo necesario, después que ya no esté con vosotros…En una necesidad de consuelo para vuestro corazón. Por ahora se trata de secundar los deseos de vuestro Jesús. Has comprendido mi deseo. Porque te sacrificas para cuidar de un espíritu imprudente…

Los apóstoles y los discípulos se miran entre sí.

Sólo la Virgen María no mira a nadie.

María Magdalena, imponente como una reina que sentencia, no pierde con la mirada a Judas, que se abre paso entre los vendedores. En sus ojos se ve el enfado y en las comisuras de sus labios, el más absoluto  desprecio. Su expresión lo dice todo… más que con palabras.

Judas regresa y da a sus compañeros lo que compró. Se pone otra vez el manto en el que trajo todo e intenta entregar la bolsa a Jesús.

Jesús lo rechaza con la mano, diciendo:

–                       No es necesario. Para las limosnas está María. Tú trata de ser bondadoso. Son muchos los mendigos que van de todas partes a Jerusalén en estos días. Da sin discriminación y con caridad recordando que todossomos mendigos de la misericordia de Dios y de su pan… Adiós. Adiós Elisa. La paz sea con vosotros.

Se vuelve rápidamente y se pone en camino sin dar tiempo a Judas para despedirse…

1JESUS CON UN PAISAJE

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

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