Los apóstoles se habían adelantado y afligidos, dicen desde atrás de un vallado de cañas:
– ¡Atrás! ¡Atrás! Regresen a la campiña. No se puede entrar en la población. Por poco nos lapidan. Hablaremos en aquel bosquecillo. –y empujan a todos, mientras dicen- Que no nos vean. ¡Vámonos!
Detrás de un matorral, Pedro dice secándose el sudor:
– Aquí esperaremos el anochecer. Y cuando oscurezca, nos iremos.
Tadeo pregunta:
– ¿Qué sucedió? ¿Hizo Judas algo…?
Tomás lo interrumpe:
– Es fácil adivinar lo que pasó.
Y todos hablan al mismo tiempo:
– Dijo ser apóstol y no cabe duda de que le pegaron, Maestro.
– Aquí no te quieren.
– Todos están contra Ti.
Jesús impone silencio. Y dice a Simón Zelote que hable…
Zelote explica:
– Señor, entramos en la población. Nadie nos hizo nada hasta que preguntamos si un joven alto, vestido de rojo y con talet de líneas rojas y blancas. Y una mujer de edad, delgada, de cabellos grises, con un vestido gris oscuro; habían llegado buscando al Maestro Galileo y sus compañeros. Entonces se alarmaron… Tal vez no debimos mencionarte. ¡Siempre nos habían recibido bien! ¡No entendemos lo que sucedió!… ¡Parecen víboras, los que hace unos cuantos días eran tus defensores!…
Tadeo lo interrumpe:
– Obra de los judíos…
Zelote objeta y continúa:
– No. La causa de su ira es que Jesús no aceptó su protección y quiso ir a adorar al Templo de Jerusalén. Una mujer nos llevó a su huerto y nos escondió allí. Prometió traernos noticias de Judas. Esperémosla. Quedó de venir aquí…
Andrés dice:
– Allá viene una mujer. Tiene valor.
La mujer pasa frente a ellos y sigue su camino, con un cesto en la cabeza, por entre los campos de lino…
Y aparece de repente, por detrás de los que la esperan…
La mujer dice:
– Perdonadme que los haya hecho esperar. Os traje esto. ¿Quién es el Maestro? Quisiera venerarlo…
Pedro lo señala:
– Es Él.
La mujer pone en el suelo su cesto.
Y se postra ante Jesús diciendo:
– Señor, perdona el pecado de nuestros conciudadanos. Si no hubiera estado quién los provocó… Mucho trabajaron para echarte fuera…
Jesús dice:
– No les guardo rencor, mujer. Levántate y habla… ¿Sabes algo de mi apóstol y de la mujer que estaba con él?
– Sí. Fueron arrojados como perros al otro lado de la ciudad. En cuanto llegue la noche, te llevaré con ellos. Os llevaré a casa de una hermana mía que vive en la llanura. Allí dormiréis sin decir quién sois. Bueno, mientras tanto tomad y comed. Traje leche, pan, queso y frutas. También vino. Comed mientras baja el sol.
– Dios te lo pague. ¿Qué les pasó a los discípulos?
– Algo al hombre. A la mujer no le pasó nada. El Altísimo debió protegerla, porque fue muy valiente. Y protegió a su hijo cuando los de la ciudad agarraron piedras. ¡Oh! ¡Qué mujer tan valiente! Gritaba: “¿Apedrearíais así a uno, que no ha hecho nada? ¿No me respetáis a mí que soy su madre? ¿No respetáis a la que os engendró? ¿Habéis nacido de una loba o habéis sido hechos del fango o de la suciedad?”
Y miraba a los que los atacaban con el manto desplegado para defender al hombre, mientras retrocedía… Todavía ahora lo consuela diciendo: “Quiera el Altísimo, Judas. Que esta sangre tuya, derramada por el Maestro, se convierta en bálsamo de tu corazón.” La herida no es muy grande. Pero está espantado. Yo ya les llevé pan, comida, vino y aceite para las heridas. Comed vosotros. Yo vigilaré el camino.
– Dios te lo pague.
Jesús agradece, bendice y reparte.
Comen. Pero la inquietud corroe a los hombres y el abatimiento les quita el hambre a las mujeres excepto a María Magdalena, para quién lo que a otros atemoriza, para ella es un acicate. Sus ojos relampaguean contra la ciudad hostil.
La Presencia de Jesús que ha dicho que no se tenga rencor, le impide decir todo lo que quisiera. Y trata de controlarse descargando su ira contra el pan.
De tal modo que Zelote al verla, le dice sonriente:
– ¡Felices los de Terza que no caen en tus manos! ¡Pareces una fiera encadenada!
María contesta:
– Lo soy. A los ojos de Dios vale más mi control de no ir allá, que todo lo que hasta ahora he expiado.
Jesús le dice:
– Está bien María. Pero Dios te ha perdonado culpas mayores que las suyas.
– Es verdad. Ellos te ofendieron a Ti, Dios mío. Y porque otros los empujaron a ello. Yo muchas veces por mi propia voluntad… No puedo ser intransigente, ni soberbia.
Baja los ojos al pan… Y dos lágrimas caen sobre él.
Martha la toca y murmura:
– Dios te ha perdonado. No te humilles más. Recuerda que ganaste a nuestro Lázaro…
– No es humillación. Es reconocimiento… Es emoción. Reconozco que me falta esa misericordia de la que yo tanta recibí. ¡Perdóname, Rabonní!
Jesús la mira con amor. Y le dice:
– María… Nunca se niega el perdón al humilde de corazón.
La tarde va declinando y las sombras del anochecer envuelven todo. Las estrellas encienden su luz y los grillos entonan su melodía nocturna…
La mujer dice suspirando:
– Podemos irnos ahora. No nos verán. No os traiciono, no temáis. No lo hago porque se me dé algo. Tan solo pido que el Cielo tenga piedad de mí, pues todos tenemos necesidad de ella.
Se levanta. La siguen. Pasan por fuera de Terza entre campos y hortalizas. Entre los que se pueden vislumbrar figuras humanas…
Mateo dice:
– Están aguardándonos.
Felipe murmura entre dientes:
– ¡Malditos!
Pedro no habla, pero levanta su puño…
Santiago y Juan de Zebedeo, le dicen a Jesús:
– Maestro, si te perfección de amor no quiere recurrir al castigo, ¿Nos permites que lo hagamos? ¿Quieres que ordenemos al fuego del Cielo que baje y que acabe con esos pecadores? Nos has dicho que todo lo que pidamos con Fe, lo obtendremos…
Jesús, que caminaba un poco inclinado, como cansado. Se endereza de pronto y los mira con sus ojos relampagueantes.
Los dos se quedan espantados, al sentir su mirada…
Jesús los reprende:
– No conocéis al espíritu al que pertenecéis. El Hijo de Hombre no ha venido a acabar con las almas, sino a salvarlas. Recordad la Parábola del trigo y la cizaña…
En una nueva explicación, Jesús mitiga su ira. Pues los dos que pidieron que los de Terza fueran castigados. Lo hicieron por amor a él.
Finaliza diciendo:
– … Por eso os digo que os despojéis de toda dureza contra vuestro prójimo. Haced como Yo os digo. Y no os equivocaréis. ¿Habéis visto que me vengue de alguien que me hace algún daño?
– No, Maestro. Tú…
En ese preciso instante llegan… Judas de Keriot trae un vendaje en la frente y Elisa que viene detrás de él… Salen corriendo de entre un viñedo y se dirigen a Jesús.
Elisa dice:
– ¡Maestro! ¡Maestro! Aquí estamos. ¡Oh, Maestro!
Judas exclama:
– ¡Cuánto pensamos en Ti! ¡Cuánto miedo de morir!…
Jesús se separa de Judas, que lo ha abrazado y llora:
– ¿Te pasó algo? ¿Tuviste miedo de morir? ¿Tanto amas la vida?
Judas responde:
– No tenía miedo por la vida. Sino que tenía miedo de Dios. No quería morir sin tu perdón. Yo siempre te ofendo. A Ti, a todos. A ésta… que ha sido para mí; una verdadera madre. Me sentía culpable y tenía miedo de morir.
Jesús exclama:
– ¡Un temor saludable! Si te puede hacer santo. Yo siempre te perdono. Lo sabes muy bien, con tal de que tengas voluntad de arrepentirte. Tú Elisa, ¿Has perdonado?…
Elisa la anciana, sonríe y responde:
– Es un muchacho desconsiderado. Sé cómo compadecerlo.
– Has sido valiente, Elisa. Lo sé.
Judas exclama:
– ¡Si no hubiera estado ella, no te habría vuelto a ver, Maestro!
– ¿Comprendes ahora que no por Odio, sino por amor, se quedó contigo?… ¿Te hicieron daño Elisa?
– No, Maestro. Me llovían las piedras; pero no me hicieron ningún daño. Yo estaba muy preocupada, pero por Ti…
– Ya pasó todo. Sigamos a la mujer que va a llevarnos a un lugar seguro.
Continúan su camino por una vereda iluminada por la luna.
Jesús toma del brazo a Iscariote y se adelanta con él. Trata de aprovechar lo que sucedió y su temor del Juicio de Dios…
Jesús le habla con dulzura:
– Ves Judas que fácilmente se puede morir. La muerte siempre está a nuestro lado. Ves ahora como lo que nos parece sin importancia, cuando las fuerzas nos sonríen, se convierte en algo sumamente espantoso cuando la muerte se deja ver… Pero, ¿Por qué tener esos temores al morir… Cuándo pueden desaparecer llevando una vida santa?
¿No te parece que es mejor si vives como un hombre justo, para que encuentres una muerte placida? Judas, amigo mío. La divina y paternal misericordia permitió esto, como un llamado a tu corazón. Todavía estás a tiempo… ¿Por qué no quieres dar a tu Maestro que está por morir, la grande…? ¿La grandísima alegría, de saber que te has vuelto al bien?
– Pero, ¿Aún puedes perdonarme Jesús?
– Si no pudiese, no te hablaría de este modo. ¡Qué poco me conoces! Yo te conozco y sé que estás como atrapado por un pulpo… Que sufrirías mucho si arrancase de ti, esos tentáculos que te encadenan. Te muerden y te envenenan.
Pero después… ¡Qué alegría tendrás! ¿Tienes miedo de no poder reaccionar contra lo que te tiene avasallado? Puedo absolverte de antemano del pecado de trasgresión del rito pascual… Eres un enfermo. La Pascua no obliga a los que están mal. Eres como un leproso. Y los leprosos no suben a Jerusalén, mientras lo son. Ten en cuenta Judas, que comparecer ante el Señor con el corazón manchado, como lo tienes; no es honrarlo, sino ofenderlo… hay que…
Judas pregunta con un poco de rabia:
– Entonces, ¿Por qué no me purificas y me curas?…
– ¡Que no te curo!… Cuando alguien está enfermo busca por sí mismo, la curación. A no ser que sea un niño o un loco…
– Trátame como si lo fuese. Como si estuviese loco…
– No sería justicia… Porque tú puedes querer. Conoces el Bien y el Mal. No serviría de nada que te curase, si no tienes la voluntad de permanecer sano…
– Dámela también.
– ¿Dártela? ¿Darte una voluntad buena? ¿Y tú libre albedrío? ¿Qué diría entonces? ¿Qué sucedería con tu personalidad humana que es libre? ¿Sería un juguete?
– Como lo soy de Satanás podría serlo de Dios.
– ¡Mira Judas que me ofendes! ¡Qué me taladras el corazón! Te perdono… Dijiste que eres un juguete de Satanás. Yo no quería decir semejante cosa…
– Pero la pensabas porque es la realidad y porque la conoces. Si es verdad que lees los corazones humanos. Si esto es así, sabes muy bien que yo ya no soy libre… él se ha apoderado de mí y…
– No es cierto. Se te ha acercado. Te ha estado tentando y te ha puesto asechanzas. Y tú le has dicho que sí. No hay posesión si desde el principio no se consiente a la tentación diabólica. La serpiente se puede asomar a los barrotes de los corazones. Y no entrará si el hombre se rehúsa a ver su apariencia seductora; se niega a escucharla, a seguirla…
Cuando no es así, solo entonces es cuando el hombre se convierte en juguete, es un poseído y eso porque lo quiere. También Dios envía del Cielo sus luces dulcísimas de un amor paternal y penetran en nosotros. Dios desciende en el corazón de los hombres. Le pertenecen por derecho. ¿Por qué entonces el hombre que sabe convertirse en esclavo y juguete del hombre, no se hace siervo de Dios, aún más, hijo suyo?
¿No me respondes? ¿No me dices porqué has preferido a Satanás y no a Dios? Todavía estás a tiempo de salvarte. Sabes qué voy a morir. Nadie como tú lo sabe… No rehúso el morir… Camino hacia él. Y camino derecho, porque mi muerte será vida para muchos. ¿Por qué no quieres estar entre éstos? ¿Sólo para ti mi muerte será inútil amigo mío? ¡Mi pobre amigo!
Judas contesta con una sonrisa diabólica:
– Será inútil para muchos, no te hagas ilusiones… Sería mejor que huyas de acá. Que goces de la vida; que enseñes tu doctrina que es buena, pero que no te sacrificaras.
– ¡Enseñar mi doctrina! ¿Y qué cosa podría enseñar si no hago lo que digo? ¿Qué maestro sería Yo si predicase que se debe obedecer a Dios y Yo no lo hiciera? ¿Qué se renunciase a la carne, al mundo, a sus honores y luego hiciese todo lo contrario; escandalizando no solo a los hombres, sino a los ángeles?
Satanás está hablando a través de ti en estos momentos, como habló en Efraím. Como tantas veces ha hablado y obrado por tu medio, para causarme daño. He comprendido todas estas acciones de Satanás, realizadas a través de tí y no te he odiado. No he sentido cansancio de ti, sino solo una pena infinita.
Como una madre mira con dolor el avance de la enfermad de su hijo, así también Yo contigo. Como un padre que hace todo por buscar la medicina que cure a su hijo, así Yo contigo, he hecho todo por salvarte. Y me he sobrepuesto a la repugnancia, corajes, amarguras, desconsuelos… Como un padre y madre vuelven sus ojos al Cielo en busca de algo que salve a su hijo, así también Yo he llorado. Y sigo implorando un milagro que te salve… Te salve del Abismo en cuyo borde te encuentras…
¡Judas! ¡Mírame! Dentro de poco derramaré toda mi sangre, no me quedará ni una gota. La beberán los terrones, las piedras, la hierba. Empapará tanto las vestiduras de los que me persiguen, como las mías. Los palos, el hierro, las sogas, las espinas del nabacá.
La beberán los corazones que esperan ser salvados… ¿Eres tú el único que no quiere beber de ella? Sólo por ti, daría toda mi sangre. Eres mi amigo. ¡Con qué placer se muere por el amigo! ¡Para salvarlo! Se dice: ‘Muero, pero seguiré viviendo en mi amigo por quien di mi vida.’
Igual que una madre o un padre que continúan viviendo en el hijo, aún después de muertos. ¡Judas por favor!… No pido otra cosa en los días que preceden mi muerte. Los jueces, los mismos enemigos conceden al sentenciado a muerte, una última gracia. Escuchan su último deseo. Yo te pido que no te condenes. No lo pido al Cielo, sino a ti, a tu voluntad…
Judas, piensa en tu madre. ¿Qué le pasará a ella? ¿Qué será del nombre de tu familia? Esto es muy importante para ti. No te deshonres, Judas. Piensa. Pasarán los años y los siglos. Caerán reinos e imperios. Se apagarán las estrellas. Cambiará la configuración de la tierra y tú serás siempre Judas; como Caín siempre es Caín, si es que persistes en tu pecado.
Se acabarán los siglos. Quedarán solo paraíso e infierno. Y tú Judas, estarás en el lugar en que para siempre serás maldito, como el mayor criminal si no te arrepientes. Descenderé a liberar las almas del Limbo. Sacaré almas del Purgatorio y a ti… No te podré llevar a donde Yo estoy.
Judas, voy a morir contento porque ha llegado la Hora que millares de años esperaban. La Hora de reunir a los hombres con su Padre… Aunque no lo lograré con muchos. Sin embargo el número de los que se salven, me consolará de las angustias que padeceré por los que muero inútilmente…
Te aseguro que será muy horrible no verte entre los salvados a ti que eres mi apóstol, mi amigo. ¡No me des este dolor tan cruel!… Quiero salvarte Judas. ¡Salvarte!…
Mira, mañana descendemos hacia el río y tú podrás ir a donde quieras. Conoces las casas de los discípulos. Te daré una carta para ellos. Diré que te sientes mal y necesitas de un lugar tranquilo y de aire puro.
Es la verdad porque estás enfermo y porque el aire de Jerusalén acabaría contigo… Ellos pensarán que estás enfermo en el cuerpo. Estarás allí hasta que vaya a traerte…
Yo pensaré en lo que digan tus compañeros… Pero no vengas a Jerusalén. ¿Ves? No quise que vinieran las mujeres, sino solo los más fuertes y aquellas que por derecho de madres, deben estar junto a sus hijos.
– ¿Tampoco la mía?
– No. María, tu madre; no vendrá a Jerusalén…
– También ella es madre de un apóstol y siempre te ha respetado.
– Tienes razón en que tendría derecho de estar cerca de mí; pues me ama como debe de ser. Pero precisamente por eso, no irá a Jerusalén. Se lo prohibí y ella sabe obedecer.
– ¿Por qué? ¿Qué le falta a ella y que sí tenga María de Alfeo y Salomé de Zebedeo?
– Tú sabes por qué digo esto. Pero si me escuchas y vas a Bozra, mandaré avisar a tu madre, para que te haga compañía. Para que ella que es muy buena, te ayude a curarte. Créemelo. Somos los únicos que te amamos sin medida…
Tres son los que te aman en el Cielo: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo que no han dejado de mirarte y que esperan que quieras, para que te hagan el joyel de la Redención y la presa más grande arrebatada al Abismo.
Y hay tres en la tierra: Yo, tu madre y mi Madre. ¡Haznos felices Judas! A los del Cielo, a los de la tierra, que te amamos con verdadero amor.
– Lo has dicho… Tres son los que me aman. Los otros no…
– No como nosotros, pero también te aman… Elisa te defendió. Los demás estaban preocupados por ti… Aun cuando te has separado todos, ellos piensan en ti y tu nombre está en sus labios. No conoces el amor que te rodea. Tu opresor te lo esconde. Pero créeme a Mí…
– Te creo y trataré de contentarte. Pero quiero hacerlo por mí mismo. Yo soy el que me equivoqué. Yo soy quién debo curarme de mi mal.
– Solamente Dios, puede hacer todo por Sí. Tu pensamiento es de soberbia… En él está escondido Satanás. Sé humilde, Judas. Toma fuertemente esta mano amiga. Refúgiate en este corazón que siempre está abierto para ti. Conmigo, Satanás no podrá hacerte ningún daño.
– He tratado de estar contigo y siempre he descendido más… ¡Es inútil!
– ¡No digas eso! ¡No lo digas! ¡Oh, Padre Mío!… ¡Estás tan muerto espiritualmente, que no me crees!…
– ¡Cómo no creerte!… ¡Eres bastante convincente!
– Rechazas la ayuda… Dios lo puede todo. acógete a Dios. ¡Judas! ¡Judas!
– No tan alto, que los otros nos pueden oír…
– ¿Te preocupas de los demás y no de tu alma? ¡Pobre Judas!…
Jesús no dice más, pero sigue al lado de su apóstol hasta que la mujer entra en una casa que hay en medio de un espeso olivar.
Jesús dice a Judas:
– No dormiré esta noche. Rogaré por ti y te esperaré… Que Dios hable a tu corazón. Escúchalo. Me quedaré aquí donde estoy a orar. Hasta el amanecer. Tenlo presente…
Judas no responde.
Llegan todos. La mujer regresa acompañada por su hermana. Los saluda y los invita a pasar, para que puedan descansar.
Jesús se despide:
– ¡Id! Yo me quedo a orar. La paz sea con todos vosotros.
Mientras los otros se van. Llama a su Madre…
Jesús dice:
– Mamá me quedo a orar por Judas. Ayúdame también tú, Madre mía…
María contesta:
– Sí, Hijo. ¿Nace en él algún deseo?
– No. Madre. Pero nosotros debemos obrar como si… El Cielo puede todo, Madre…
– Sí. Yo puedo engañarme todavía. Pero Tú no, Hijo mío. ¡Tú sabes! ¡Santo Hijo mío! Siempre te imitaré. Tranquilízate. Y aun cuando no puedas hablarle porque huirá de Ti, trataré de llevártelo… ¡Que el Padre Santísimo escuche mi dolor!… ¿Me permites que me quede contigo, Jesús? Oraremos juntos y serán horas las que estemos juntos.
– Quédate, Madre. Aquí te espero…
María se va ligera y poco después regresa. Se sientan sobre sus alforjas a los pies de los olivos. En el silencio profundo de la noche…
Pasa el tiempo… al amanecer, todo se despierta; pero Judas no ha venido.
Jesús mira a su Madre y dice:
– Hemos orado Madre. Dios aprovechará nuestra plegaria…
– Sí Hijo mío. Estás pálido como un cadáver. Tus fuerzas se han agotado en la noche, llamando a las puertas del Cielo y a los decretos de Dios.
– También tú estás pálida, Madre. Te has cansado mucho.
– Mi dolor aumenta con el tuyo.
La puerta de la casa se abre con cautela…
Jesús se estremece y suspira…
Es la mujer que se va con su cesto vacío.
Jesús le dice:
– Que el Señor te pague por todo. Yo también lo quisiera, pero no tengo nada.
La mujer contesta:
– No quiero nada Rabí. No quiero dinero. Sólo quiero algo y puedes dármelo…
– ¿Qué es mujer?
– Que mi marido cambie de corazón. Puedes hacerlo porque eres verdaderamente el Santo de Dios.
– Vete en paz. Será como lo has pedido. Adiós.
La mujer se va rápida.
María comenta:
– Otra infeliz. Por eso es buena.
Poco a poco salen todos los discípulos. Y cuando ya todos se han reunido, se deja ver Judas de Keriot. No trae la venda. Se le ve rojo donde tenía la herida y también su ojo morado.
Jesús y Judas se miran mutuamente. Pero Judas vuelve la cabeza a otra parte.
Jesús le dice:
– Compra de la mujer todo cuanto pueda vender. Nos adelantamos. Luego nos alcanzas.
Después de despedirse de la mujer, Jesús y todos se ponen en marcha.
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA