Impulsados por el amor, la rabia y la curiosidad, una multitud se agolpa en el cancel de Bethania. Han venido sin esperar a que se ponga el sol.
Lázaro, que ha sido llamado por un siervo, queda sorprendido por la violación sabática, porque los primeros que llegan son los más intransigentes de los judíos y que dan una respuesta verdaderamente farisea:
– Desde la Puerta de las Ovejas ya no se ve el disco solar y entonces nos pusimos en camino, pensando que sin duda no sobrepasaríamos la medida prescrita; antes de que el sol se oculte, detrás de las cúpulas del Templo.
Una sonrisa irónica se dibuja en la afilada cara de Lázaro. Está sano, de buen aspecto y delgado.
Les responde educadamente, pero con sarcasmo:
– ¿Qué queréis ver? El Maestro respeta el sábado. Está descansando… Todavía no se oculta el sol, para decir que el sábado ha terminado. No voy a perturbarlo.
Muchos peregrinos suplican e insisten en ver a Jesús. Con los hebreos están mezclados los gentiles. Todos observan disimuladamente a Lázaro, como si fuese un ser irreal.
Lázaro soporta la molestia de una fama que no quiso; pero no abre el cancel.
Pacientemente responde a quién le pregunta:
– Lo veréis en la ciudad. Ahora no puedo llamarlo. Idos tranquilos, pero no hagáis que vuestra curiosidad sea estéril. El haberme visto vivo y prueba del Poder de Jesús, Cordero de Dios y el Mesías Santísimo, os lleve a todos al Camino. Estoy contento de haber resucitado.
Y espero que el milagro pueda sacudir a los que dudan y convertir a los paganos. Convenciéndolos a todos de que Uno solo es el Dios Verdadero. Y uno solo el Verdadero Mesías: Jesús de Nazareth, el Maestro Santo.
Un gentil pregunta:
– ¿Pero de veras moriste?
Lázaro responde:
– Preguntadlo a aquellos judíos principales. Vinieron a mi entierro y muchos de ellos estuvieron presentes cuando resucité.
Le llueven las preguntas:
– ¿Qué sentiste?
– ¿Dónde estuviste?
– ¿Qué recuerdos tienes?
– Cuando regresaste vivo, ¿Qué te pasó?
– ¿Cómo te resucitó?
– ¿De qué moriste?
– ¿Te encuentras bien ahora?
– ¿Ya no tienes señales de las llagas?
– ¿Tú eres el resucitado?
– ¿Podemos ver el sepulcro donde estuviste?
Lázaro los mira con caridad y responde:
– Los soy. Para dar gloria Dios que me sacó de la muerte, para que fuera siervo de su Mesías.
Lázaro pacientemente trata de responder a todos. Y aunque puede decir que las señales de las llagas se han borrado, no puede responder a lo que experimentó, ni cómo resucitó.
Finaliza diciendo:
– No lo sé. Me encontré vivo en mi jardín, entre los siervos y mis hermanas. Cuando me quitaron el sudario vi el sol, la luz. Sentí hambre, comí. Sentí el placer de la vida y el gran amor que el Rabí tuvo por Mí. Lo demás lo saben mejor que yo, aquellos tres que están conversando y aquellos dos que apenas llegan.
El hombre dice:
– A nosotros los gentiles no nos hablan. Vosotros que sois judíos, id a preguntadles… Tú déjanos ver el sepulcro donde estuviste.
Insisten tanto que cansan a Lázaro y éste se decide.
Da instrucciones a sus siervos y luego se dirige a la gente:
– Id a aquella vereda y os saldré al encuentro, para llevaros a donde está el sepulcro. Aun cuando no hay otra cosa que ver, más que un hueco abierto en la roca.
– ¡No importa!
– ¡Vamos, vamos!
Un escriba pregunta:
– ¡Lázaro, detente! ¿Podemos ir también nosotros? ¿O nos está prohibido lo que permites a los extranjeros?
Lázaro contesta:
– No, Arquélao. Ven también tú. Si el acercarte a un sepulcro no te contamina…
– No. Porque adentro no hay ningún cadáver.
– Pero yo estuve dentro por cuatro días. Por cosas mucho menores, se ha pensado en Israel que hay contaminación. Vosotros decís que queda inmundo el que roza con su vestido un cadáver.
Mi sepulcro todavía despide tufos de cadáver. No obstante que desde hace mucho tiempo ha estado abierto.
– No importa. Nos purificaremos.
Lázaro mira a los dos fariseos que llegaron al último y les pregunta:
– ¿También vosotros queréis venir?
– Sí.
Los lleva a todos al sepulcro.
Un rosal en flor rodea la entrada, pero de nada sirve para suprimir el hedor que sale de la tumba abierta. En la roca, bajo el arco adornado del rosal, se lee: “¡Lázaro, sal afuera!
Los enemigos al verlas, gritan:
– ¿Por qué mandaste esculpir esas palabras? ¡No debías hacerlo!
– ¿Por qué no? En mi casa yo puedo hacer lo que me plazca y nadie puede acusarme por querer esculpir sobre la roca, las palabras del grito divino que me devolvió a la vida, para que jamás se borren. Y todo el que las lea bendiga el poder misericordioso en el grito del Mesías que me arrancó de la muerte…
Todos los fariseos responden:
– ¡Eres un pagano!
– ¡Un sacrílego!
– ¡Blasfemas contra nuestro Dios!
– ¡Festejas el sortilegio del hijo de Belcebú!
– ¡Ten cuidado, Lázaro!
Lázaro advierte:
– Os recuerdo que estoy en mi casa y que estáis en ella. Que nadie os invitó a venir… Y que vinisteis por fines indignos. Sois peores que estos paganos, los cuales si ven en El que me resucitó a un Dios.
Todos protestan escandalizados:
– ¡Anatema!
– ¡El discípulo es como el Maestro!
– ¡Horror!
– ¡Vámonos de esta cloaca impura!
– ¡Corruptor de Israel!
– El Sanedrín tendrá presentes tus palabras…
Esto es demasiado para Lázaro y grita:
– Y Roma vuestros complots… ¡Largaos de aquí!
El siempre bueno Lázaro se comporta como un hijo de Teófilo y los arroja como si fueran una jauría de perros rabiosos.
Después despide a la gente que se va de mala gana, pues insisten en ver a Jesús.
Los siervos cierran el cancel…
Lázaro está por retirarse, cuando ve que salen de un matorral de mirtos el escriba Eleazar y el sacerdote Juan…
Que le ruegan:
– No nos eches fuera.
– Nos metimos entre tus plantas para que no nos vieran. Debemos hablar con el Maestro.
– Hemos venido porque sospechan menos de nosotros, que de José y Nicodemo.
– No quisiéramos que nadie nos viera aparte de ti y del Maestro.
Lázaro los invita:
– Venid.
Los lleva a través del jardín hasta una doble barrera de bojes y de laureles.
– Quedaos aquí. Os traeré a Jesús.
El sacerdote Juan suplica:
– Que nadie se dé cuenta.
– No tengáis miedo.
Muy poco tiempo tienen que esperar.
Por la vereda semioscura a causa de las ramas entrelazadas, aparece Jesús con su vestido blanco de lino.
Lázaro también se acerca mientras Jesús saluda a los dos que ante Él se inclinan profundamente.
El sacerdote Juan dice:
– Maestro y tú Lázaro, escuchad. En cuanto se supo que estás aquí, el Sanedrín se reunió en la casa de Caifás. Todo lo que hace es ilegal… ¡No te hagas ilusiones, Maestro! ¡Sé prudente Lázaro!… No os engañe la calma fingida. La aparente somnolencia del Sanedrín. Es algo preparado, Maestro.
Fingen para atraerte y aprehenderte sin que la multitud se agite y se prepare para defenderte. Tu suerte está sellada y no cambiará. Si es mañana o dentro de un año, el decreto se llevará a cabo. El Sanedrín nunca olvida sus venganzas. Sabe esperar la ocasión propicia y dar el golpe…
Eleazar agrega:
– También a ti Lázaro, quieren quitarte de en medio. Aprehenderte, suprimirte. Porque por tu causa, muchos los abandonan para seguir al Maestro. Tú has dicho con palabras muy exactas, que eres el testimonio de su poder.
Y quieren destruirlo. Ellos saben que las multitudes pronto olvidan. Y dicen que desaparecidos tú y el Rabí, muchos entusiasmos se apagarán…
Jesús exclama:
– ¡No, Eleazar! ¡Echarán llamas!
Juan dice:
– ¡Oh, Maestro! ¿Qué pasará si mueres? ¿Qué es lo que hará que nuestra Fe en Ti arda en llamas? Y aun cuando así fuera, ¿Qué será de nosotros si Tú estás muerto?
Eleazar dice:
– Por favor cuídate. Debemos irnos, Maestro. Ya cumplimos con venir a avisarte. La paz sea contigo.
Jesús los despide:
– Gracias por haber venido. Que nadie os vea. La paz sea con vosotros…
Los dos sinedristas se van.
Y Jesús y Lázaro entran en la casa.
En un resplandecer de blancura y de plata en que ponen una nota menos nívea, los manojos de ramitos de manzano, peral, durazno y de otros árboles frutales que hay en los jarrones y cuyas flores blancas, con un ligero tinte de rosa, derraman su perfume de frescura primaveral.
Sobre las mesas hay una vajilla preciosa: jarras de diferentes tamaños, ensaladeras y salseras, que hacen juego con las copas de plata cincelada. Hay un aire festivo en la sala del banquete, que ha sido preparada con exquisito cuidado.
Cuando llega el crepúsculo, un último rayo de sol ilumina las palmeras que están afuera y la de un gigantesco laurel, en el que los pajarillos hacen mucha bulla, antes de dormir.
En la sala adyacente, Lázaro muestra a Jesús los rollos nuevos que ha adquirido recientemente.
Jesús comenta con Lázaro, el contenido de esas obras y explica los errores doctrinales que contienen y la diferencia con las verdades fundamentales que Lázaro, rico y culto, ha querido conocer.
Luego los dos pasan a la sala blanca, donde se lleva a cabo la cena, seguidos por los apóstoles. Los últimos en entrar son las hermanas de Lázaro y Maximino.
Jesús se sienta sonriente en su lugar junto a Lázaro y mira a Juan que está en un ángulo de la mesa, que tiene forma de “U”. A su lado se sienta Lázaro y a su izquierda, su primo Santiago. Tadeo está en el otro ángulo, en donde empieza la mesa larga.
Martha y María, ofrecen las palanganas para la ablución y las toallas. Luego María hecha vino en las copas y Martha coloca las fuentes llenas de alimentos, conforme los siervos los van trayendo de la cocina; en un ir y venir de exquisitas y variadas viandas.
Las dos hermanas atienden personalmente a todos los comensales, especialmente a los seres más queridos: Jesús y Lázaro.
Pedro, que ha estado comiendo con mucho gusto, observa:
– ¡Ah! ¡Ahora me doy cuenta! Todos los platillos son como si estuviéramos en Galilea. Esto parece un banquete de nupcias. Pero aquí no falta el vino, como faltó en Caná.
María sonríe y no dice nada.
Lázaro explica:
– Fue idea de mis hermanas, sobretodo de María: el presentar una cena en la que el Maestro tuviera la impresión de estar en Galilea.
Después, cuando la cena casi concluye y están en la sobremesa, entretenidos con la conversación, Magdalena sale y Martha pone sobre la mesa, bandejas con flores de higuera y hermosas y suculentas frutas.
Lázaro dice:
– Comed de las últimas frutas de los naranjales libios y los primeros melones de Egipto, cultivados en los solares. Éstas son almendras de nuestra patria. Martha, ¿Y el niño?
Martha contesta:
– Está bien. Noemí lo está cuidando.
Jesús se llena de emoción al recordar Egipto:
– Teníamos algunas plantas en el huerto. Cuando hacía mucho calor, metíamos los melones en el pozo del vecino, que era profundo y frío. Y era una delicia comerlos por la noche. Todavía recuerdo…
Yo tenía una cabra golosa a la que había que cuidar bien, porque se despachaba plantas y frutas tiernas. -Jesús ha dicho estas palabras con la cabeza un poco inclinada. La levanta y mira las palmeras que se mueven al suave contacto del viento nocturno y agrega- Cuando veo esas palmeras…
Siempre que veo palmeras, me acuerdo de Egipto. De su tierra amarillenta y arenosa, que con el viento se levanta tan fácilmente. Y de sus pirámides que parecían moverse, en medio del aire enrarecido.
Los altos troncos de las palmeras. La casa donde… pero es inútil hablar de esto. A cada hora su preocupación y con ella su alegría…
Vuelve entrar María Magdalena. Trae una jarra de cuello delgado, que termina en un hermoso pico. Es de alabastro de color amarillo rojizo, como la piel de algunas personas rubias.
Los apóstoles la miran creyendo que trae algún raro manjar.
María pasa detrás de los lechos y llega hasta donde están Jesús y Lázaro.
Destapa la jarra y deja caer algunas gotas sobre su mano, de un líquido que apenas si sale. Un perfume intenso y riquísimo, se esparce por todo el salón. María no se contenta con lo poco que sale. Se inclina y rompe de un golpe el cuello de la jarra, contra la saliente del lecho de Jesús. Cae al suelo, esparciendo sobre los mármoles gotas perfumadas. Ahora sí sale bastante.
María se llena la mano y hecha sobre la cabeza de Jesús, el denso bálsamo. Lo extiende con las peinetas que se ha quitado y unge toda su cabellera. Le acomoda los rizos que toma, mechón por mechón; entre sus dedos. Parece una mamá que peina a su niño. Queda bastante perfume en la jarra.
La cabellera de Jesús ha quedado empapada. Su cabeza rubio rojizo, brilla como si fuera oro bruñido. La luz de la araña que los siervos prendieron, se refleja cómo sobre un casco de bronce pulido. El perfume es embriagador y muy intenso.
Cuando termina, María besa suavemente la cabeza de Jesús. Y después le toma las manos, las embalsama y se las besa.
Entonces, María repite lo que llevada por el amor hiciera en aquel lejano atardecer. Se arrodilla a los pies del lecho, desata las correas de las sandalias de Jesús y se las quita.
Metiendo sus dedos dentro de la jarra, saca el perfume y lo extiende con cuidado sobre los pies desnudos; dedo por dedo, en la planta, en el calcañal, el tobillo y finalmente, sobre el empeine que descubre haciendo a un lado el vestido de lino, hasta que se acaba el bálsamo. Rompe entonces la jarra y hecha el último resto de bálsamo, sobre los pies de Jesús…
Cuando termina, María besa suavemente la cabeza de Jesús. Y después le toma las manos, las embalsama y se las besa.
Entonces, María repite lo que llevada por el amor hiciera en aquel lejano atardecer. Se arrodilla a los pies del lecho, desata las correas de las sandalias de Jesús y se las quita.
Metiendo sus dedos dentro de la jarra, saca el perfume y lo extiende con cuidado sobre los pies desnudos; dedo por dedo, en la planta, en el calcañal, el tobillo y finalmente, sobre el empeine que descubre haciendo a un lado el vestido de lino, hasta que se acaba el bálsamo. Rompe entonces la jarra y hecha el último resto de bálsamo, sobre los pies de Jesús…
Judas, que hasta ahora había estado silencioso, contemplando con lujuria a la hermosísima mujer y envidioso del Maestro, a quién ungía en la cabeza y en los pies… Explota su malhumor; pues si los otros habían mostrado un cierto descontento, pero sin mayores consecuencias… Él, que se había puesto de pie para ver mejor la unción de los pies…
Judas levanta su voz grave en clamorosa protesta:
– ¡Qué estulticia! ¡Basta ser mujer, para ser necia! ¡Qué derroche inútil y pagano! ¿Para qué tanto desperdicio? El Maestro no es un publicano, ni una meretriz para recibir estos afeminamientos. Es una deshonra para Él.
¿Qué dirán los judíos al sentirlo perfumado como un efebo? ¡Y luego no se quiere que los jefes del Sanedrín, nos critiquen de pecado!…
Esas acciones son propias de una cortesana lasciva, ¡Y no hablan bien de ti; pues demasiado recuerdan tu pasado!
El insulto es tal, que todos se quedan asombrados y miran a Judas como si de repente se hubiera vuelto loco.
Martha se pone colorada.
Lázaro, aprieta los puños y los labios.
María Magdalena, está como si estuviese sorda y continúa secando los pies de Jesús, con la punta de su cabellera suelta, que con el ungüento se ha vuelto más pesada y oscura, que en la parte superior.
Los pies de Jesús están lisos y suaves, como si se hubieran cubierto de una nueva piel y María le pone nuevamente las sandalias. Le besa los pies, indiferente a todo lo que no sea su amor por Jesús.
Mientras tanto, Judas dice retador:
– ¿Me miráis? Todos habéis murmurado en vuestro corazón. Ahora, porque me convertí en eco vuestro y he dicho claramente lo que pensabais; no me dais la razón. Repito lo que he dicho.
No quiero afirmar que María sea la amante del Maestro; pero sí digo que ciertos actos no son apropiados ni a Él, ni a ella. Es una acción imprudente e injusta. ¿Para qué este desperdicio?
Si ella quería borrar los recuerdos de su pasado, podía haberme dado esa jarra y el ungüento… ¡Por lo menos era una libra de nardo puro! Y de gran valor.
Lo habría vendido al menos por trescientos denarios, qué es lo que vale un nardo de tal calidad, para dar el dinero a los pobres que nos asedian. Nunca faltan y mañana encontraremos muchos en Jerusalén.
Maestro, me asombra que Tú permitas de una mujer, tales estupideces. Si tiene riquezas para derrochar; que nos las dé para repartirlas y sería más juiciosa. Mujer, a ti te lo digo: suspende lo que estás haciendo, pues me parece asqueroso…
María lo mira ruborizada y con reproche. Y está por obedecer…
Pero Jesús le pone la mano sobre la cabeza, que ella ha inclinado para besarle los pies. Y después hace descender aquella mano sobre su espalda, atrayéndola levemente hacia Sí, como para defenderla mientras…
Jesús dice:
– Déjala en paz. ¿Por qué la reprendes y la molestas? Nadie debe reprobar una obra buena y llenarla del fango que únicamente la malicia enseña. No sabéis lo que ha hecho. María ha realizado en Mí, una acción de deber y de amor. Siempre habrá pobres entre vosotros. Ya estoy para irme… A ellos les podéis continuar haciendo el bien. A Mí, el Hijo del Hombre entre los hombres; no será posible tributarle ninguna honra, porque así lo quieren y porque le ha llegado su Hora.
El Amor ha sido para María, Luz. Presiente que voy a morir y ha anticipado el homenaje a mi Cuerpo Sacrificado por todos vosotros. Me ha ungido para la sepultura, porque entonces no podrá hacerlo y le dolerá demasiado el no haberme podido embalsamar.
En verdad les digo que hasta el fin del Mundo y en todos los lugares donde será predicado el Evangelio, se recordará este acto profético. Y de lo que ella ha hecho, tomarán lecciones las almas para darme su amor, bálsamo amado por Cristo.
Y serán heroicos en el sacrificio, pensando que cada sacrificio es embalsamamiento del Rey de reyes… Del Ungido de Dios del Cual la Gracia desciende como este nardo desde mis cabellos, para fecundar el amor en los corazones… En los cuales el amor asciende en un continuo y abundante reflujo de amor, de mí a las almas mías y de ellas hacia Mí.
Sí. En todo el mundo y durante todos los siglos, quiera Dios hacer de cada hijo suyo otra María, que no se pone a calcular en precios, que no fomenta ningún apego; que no guarda ningún recuerdo, aún el más mínimo del pasado…
Sino que destruye y aplasta, todo lo carnal y mundano. Y se rompe y se esparce, como hizo con el alabastro y con el nardo, por amor a su Señor.
Judas, imita si puedes… Respétate también a ti mismo. Porque la deshonra no existe aceptando un puro amor con amor puro; sino nutriendo la envidia y el odio, haciendo insinuaciones bajo el impulso de los sentidos…
Ya son tres años, Judas; que te amaestro y todavía no te he podido cambiar. Y la hora se acerca. Judas… Judas…
María, gracias. Persevera en tu amor. No llores, María, te repito: “Todo ha sido perdonado, porque has sabido amar totalmente” Has elegido la mejor parte y no se te quitará. Quédate en paz, mi hermosa oveja a quién encontré nuevamente.
Quédate en paz. Que los pastizales del amor, sean en la eternidad tu alimento. Levántate. Besa también mis manos que te absolvieron y has bendecido… ¡A cuántos han absuelto, bendecido, curado, hecho bien! Y sin embargo yo os aseguro que el pueblo, a quien han hecho tantos bienes, está preparándose para torturarlas…
Un silencio pesado se cierne sobre el aire impregnado del fuerte perfume.
Nadie tiene ganas de seguir comiendo… Las palabras de Jesús los dejan a todos reflexionando.
El primero que se levanta es Judas Tadeo. Pide permiso para retirarse. Santiago su hermano lo sigue y luego Andrés y Juan.
Judas de Keriot pasa por delante de las mesas y se dispone para salir.
La mirada de Jesús sobre el apóstol traidor es indescriptible. Una mirada de llamada, de dolor infinito…
Pero Judas no la acepta.
Entonces Jesús le pregunta:
– ¿A dónde vas?
Judas responde evasivo:
– Afuera…
– ¿Fuera de la habitación o fuera de la casa?
– A caminar un poco.
– No vayas, Judas. Quédate con nosotros…
– Ya se fueron los demás, ¿Por qué yo no puedo salir?
– Tú no vas a descansar como ellos…
Judas no responde y obstinado sale.
Nadie habla. Pedro, Simón, Mateo y Bartolomé, se miran entre sí.
Jesús se levanta y a través de la ventana lo ve salir de la casa, con el manto puesto y lo llama con voz fuerte:
– ¡Judas, espérame! ¡Debo decirte una cosa!
Y sale detrás de Judas, que sigue caminando pero más despacio. Lo alcanza cerca de la valla del jardín.
Jesús toma a Judas del antebrazo y lo lleva hacia un bosquecillo que tiene plantas llenas de flores.
Jesús dice:
– ¿A dónde vas Judas? Te ruego que te quedes aquí.
Judas responde:
– Tú qué sabes todo, ¿Para qué me lo preguntas? ¿Qué necesidad tienes de preguntar, Tú que lees en el corazón de los hombres? Sabes qué voy a ver a mis amigos. No me das permiso de ir con ellos… Ellos me buscan. Voy.
– ¡Tus amigos! ¡Tú ruina querrás decir! A ella vas. ¡A tus verdaderos asesinos, vas! ¡No vayas, Judas! ¡No vayas! Vas a cometer un crimen. Tú…
– ¡Ah, tienes miedo! ¡Finalmente lo tienes! ¡Finalmente sientes que eres humano! ¡Qué eres un hombre! ¡No más que eso!… Porque solamente el hombre tiene miedo de la muerte. Dios no, porque sabe que no puede morir. Si te sintieses Dios, sabrías que no puedes morir y no deberías tener miedo.
Porque Tú, ahora que sientes próxima la muerte; la temes como cualquier mortal y buscas evitarla por todos los medios. Y en todas las cosas ves un peligro. ¿Dónde está tu antigua audacia? ¿Dónde tus protestas de estar contento? ¿De estar sediento por realizar el sacrificio?
¡No hay ni un eco de ellos en tu corazón! Creías que nunca llegaría esta hora y por eso te hacías el fuerte, el generoso, decías cosas pomposas. ¡No eres menos que los que tachas de hipócritas!
¡Nos deslumbraste y nos has desilusionado! ¡A nosotros que por Ti dejamos todas las cosas! ¡A nosotros que por tu causa seremos objeto de odio! ¡Tú eres la causa de nuestra ruina!
– ¡Basta! ¡Ve! ¡Ve! No han pasado muchas horas desde que tú me dijiste: “Ayúdame a quedarme. ¡Defiéndeme!” Lo he hecho y ¿De qué ha servido? Dime una sola cosa; pero antes de decírmela, reflexiona bien… ¿Realmente quieres ir con tus amigos? ¿Los prefieres a Mí? ¿Es ésta tu voluntad?
Judas lo mira desafiante:
– Sí. Lo es. No tengo necesidad de reflexionar, porque desde hace tiempo no tengo más que ésta voluntad.
– Entonces vete. Dios no hace fuerza a la voluntad el hombre.
Jesús le vuelve la espalda y regresa despacio hacia la casa.
Siente la mirada de Lázaro que lo ve desde la misma ventana, donde momentos antes El mirara salir a Judas. Y el pálido rostro de Jesús, se esfuerza por sonreír al amigo fiel…
HERMANO EN CRISTO JESUS: