Bajo el cielo de un hermoso amanecer de Abril, que canta sus alabanzas al creador; Jesús camina entre los huertos y los olivares en flor. Y los pétalos bañados de rocío brillan al contacto de los primeros rayos de la aurora que un viento perfumado, mece suavemente.
Las tiernas hojas de las vides y de todas las plantas, junto con el perfume de las flores y el cantar de los pajarillos, parecen saludarlo en un hosanna mañanero.
Lo acompañan los Doce.
Y Él en medio de ellos, les dice:
– Todo lo que ha sucedido es solo el comienzo de una cadena por la que será condenado el Hijo del Hombre. Debemos prepararnos tanto vosotros, como mi Madre, para hacer frente a la maldad humana.
El hombre jamás de improviso se hace experto en el bien, como en el Mal. Sube o se hunde gradualmente. Lo mismo sucede respecto al dolor. Por eso debemos robustecer el corazón. Todos. En el bien, en el mal o en el dolor. Y sin embargo, no hemos llegado a la cima. Todavía no la hemos tocado. ¡Es tan grande! Quiero ahora que conozcáis el sentido de las profecías, para que nada os quede oscuro.
Os ruego que estéis conmigo lo más posible. Durante el día estaré con todos. Por la noche os suplico que no os alejéis de Mí. No quiero sentirme solo…
Jesús está muy triste.
Los apóstoles lo ven y se angustian.
Se le acercan y Judas se porta como si fuera el más cariñoso de todos…
Jesús los acaricia y continúa:
– Quiero que conozcáis mejor al Mesías. En las profecías están dibujados mi amanecer y mi crepúsculo; mejor de lo que hubiera podido hacerlo un pintor. El alba y el anochecer son las dos fases que lo profetas mejor pintaron.
El Mesías que bajó del Cielo. El Justo que las nubes soltaron como lluvia bendita sobre la tierra. El Retoño hermoso va a ser entregado a la muerte. Va a ser despedazado como un cedro bajo el rayo.
Hablemos de su muerte…
No suspiréis. No mováis la cabeza. No murmuréis en vuestros corazones. No maldigáis a los hombres. De nada sirve… Subiremos a Jerusalén. La Pascua ya está próxima.
Este mes será para vosotros el primero del año. Este mes será para el Mundo, el principio de una nueva Era. Jamás conocerá fin. Inútilmente de vez en cuando se tratará de poner otro mes en su lugar. Son muchos los que están a punto de alimentarse del Cordero.
Una multitud que no puede contarse y que asiste a un banquete sin límite de tiempo. Y no es necesario que haya fuego, porque no habrá sobras. Aquellas partes que serán ofrecidas o rechazadas por el Odio, serán consumidas por el fuego mismo de la Víctima, por su Amor.
Os amo, ¡Oh, Hombres! A vosotros Doce. Amigos míos en quienes están las Doce tribus de Israel y las trece veces del Linaje Humano. Todo lo he juntado en vosotros. Y todo en vosotros lo veo reunido. Todo…
Iscariote pregunta:
– Pero en las venas del cuerpo de Adán, están también las de Caín. Ninguno de nosotros ha levantado su mano contra su compañero. ¿Dónde está pues Abel?
Jesús responde:
– Tú lo has dicho. En las venas del cuerpo, están también las de Caín. Yo soy Abel. Os amo aunque vosotros no me améis. El Amor apresura y realiza la obra de los sacrificadores.
Yo Soy el Cordero de Dios. El que es como el Padre no envejece en su Divinidad. Sólo hay una cosa que lo aniquila: la desilusión de haber venido en vano para muchos.
Cuando sepáis como fue matado y lo veáis transformado en un leproso cubierto de llagas, decid: “De esto no murió. Sino porque los que más amaba lo desconocieron y rechazaron por su demasiada tendencia hacia lo humano.”
El tiempo es como un relámpago en relación con la eternidad. Cuando llega la muerte, aún la vida más larga se reduce a nada. Y siempre es polvo el honor y el oro; para el hombre que tanto se fatigó y el sabor insensato que se tuvo por el fruto, se pierde. ¿Mujeres? ¿Dinero? ¿Poder? ¿Ciencia? ¿Qué queda de todo eso? Nada. Sólo la conciencia y el juicio de Dios ante él.
Pues se presenta la pobre conciencia sin protección humana alguna, pero sí cargada con el peso de sus acciones, a lo largo de su existencia terrenal.
Por eso les digo: ‘Tomad mi Sangre y ponedla sobre vuestro corazón muerto’ Y Yo digo al Padre que espera: “Mira. No los rechaces. Porque rechazarías tu sangre.” Pero a mi Sangre debe unirse vuestro arrepentimiento.
Sin éste que es amargo pero saludable, inútilmente habré muerto por vosotros.
Vosotros veis como en Mí no se da la tristeza del vencido, ni la vengativa del perverso. Sino sólo la ecuanimidad de quién ve a qué punto puede llegar la posesión de Satanás en el hombre. Vosotros estáis viendo como pudiendo reducir a cenizas con sólo una chispa de mi voluntad; por tres años he extendido mis manos como invitación amorosa a todos, sin descanso. Y todavía estas manos mías se extenderán para ser heridas.
El Demonio más astuto se ha metido en el hombre más corrompido. Y como el veneno está oculto en el diente del áspid, así está encerrado en él creando un monstruo híbrido que es Satanás y hombre. A él le digo lo mismo que dije a Jerusalén: “¡Oh, sí en esta hora que se te ha concedido, supieses venir a tu Salvador!”
¡No hay amor mayor que el mío! ¡No hay poder mayor! El Mismo Padre asiente si afirmo ‘Quiero’ No sé decir otras palabras que de piedad para aquellos que han caído y que del Abismo me tienden sus brazos.
¡Oh, Alma del más Grande Pecador! Tu Salvador en los umbrales de la muerte se inclina sobre tu abismo y te invita a tomar su mano. No evitaré la muerte… Pero tú te salvarías. Tú a quién amo todavía…
El alma de tu amigo no se estremecería de horror al pensar que por causa tuya debe conocer el horror de la muerte. Y de ESTA muerte concreta…
Jesús oprimido… Calla.
Los apóstoles en voz baja se preguntan:
– ¿Pero de quién está hablando?
– ¿Quién es?
Judas miente desvergonzado:
– Ciertamente ha de ser uno de los falsos fariseos. Me imagino que ha de ser de José o Nicodemo. O tal vez Cusa y Mannaém. Tienen mucho que perder y bienes que proteger. Tal vez Herodes o el Sanedrín… ¡Él se fió mucho de ellos! ¿No os disteis cuenta de que tampoco ayer estuvieron presentes? No tienen el valor de estar con Él…
Jesús se adelanta y llega a donde están los discípulos. Han llegado hasta un otero cercano a Jerusalén. Se sientan a descansar bajo la sombra de una arboleda.
Después, Jesús se levanta y se dirige hacia la parte alta de la colina. Su alta estatura se dibuja clara en el vacío y le sirve de marco y parece aún mucho más alto. Cruza sus manos sobre su pecho, sobre su manto azul rey. Observa la ciudad que se extiende a sus pies. Con una mirada severa…
La ve en todos sus rincones. Sus elevaciones, sus casas, sus calles… Detiene su mirada sobre algunos lugares en específico… Y se pone a llorar sin estremecimiento alguno.
Lágrimas silenciosas le resbalan por sus mejillas y caen… Lágrimas envueltas en un silencio y tristeza como las que se deben llorar solo, sin esperanza de consuelo o de comprensión. Como las de quien debe llorar por un dolor que no puede ser evitado… Y debe sufrirse completamente.
Santiago el hermano de Juan, es el primero que nota ese llanto… Y lo dice a los demás. Que se miran mutuamente, sorprendidos.
Pedro y Juan se levantan y se le acercan. Los demás también hacen lo mismo.
Juan pregunta:
– Maestro, ¿Por qué estás llorando?
Y apoya su rubia cabeza sobre la espalda de Jesús.
Pedro le pone su mano en la cintura, como si quisiera abrazarlo y le pregunta:
– ¿Qué te hace sufrir? Dínoslo a nosotros que te amamos.
Jesús apoya su rostro sobre la cabeza de Juan y con el otro brazo, abraza la espalda de Pedro.
Tres amigos. Pero el llanto continúa.
Juan siente que le cae alguna lágrima, vuelve a preguntarle:
– ¿Por qué lloras Maestro? ¿Te hemos causado algún dolor?
Todos esperan ansiosos la respuesta:
– No. No me habéis causado ningún dolor. Sois mis amigos. Y la amistad cuando es sincera, es bálsamo. Es sonrisa. Pero nunca lágrimas.
Jesús extiende su mano derecha y señala hacia la ciudad:
– Allí está la corrupción. Vamos a entrar en Jerusalén y el Altísimo es el Único que sabe, como quisiera santificarla con la santidad del Cielo. Volver a santificar esta ciudad, que debería ser la Ciudad Santa. Pero no podré conseguir nada. Está corrompida.
Los ríos de santidad que salen del Templo Vivo y que por algunos días seguirán corriendo, no serán suficientes para redimirla. La Samaría y el mundo pagano vendrán al Santo. Sobre los templos ficticios, se levantarán Templos al Dios Verdadero. Los corazones de los gentiles adorarán al Mesías.
Pero este Pueblo… Esta ciudad… No lo aceptará y su odio lo llevará a cometer el mayor pecado. Lo cual debe suceder. Pero ¡Ay de aquellos que serán los instrumentos de tal delito! ¡Ay!…
Jesús tiene frente a Él a Judas y lo mira fijamente.
Pero él no baja su mirada y miente con descaro:
– Tal cosa no nos sucederá porque somos tus apóstoles. Creemos en Tí y estamos dispuestos a morir por Ti.
Los demás se unen a Judas.
Jesús, sin responder directamente al Apóstol Traidor, dice:
– Quiera el Cielo que así seáis. Pero todavía hay mucha debilidad en vosotros y la tentación podría volveros iguales a los que me odian. Orad mucho y tened cuidado. Satanás sabe que está por ser vencido y quiere vengarse arrancándoos de Mí. Satanás nos rodea.
A Mí, para impedirme cumplir con la Voluntad del Padre y mi Misión. A vosotros, para convertiros en sus esclavos. Estad atentos. Dentro de aquellos muros, Satanás se apoderará de quién no supo ser fuerte. Aquel para el cual será una maldición el haber sido Elegido. Porque habrá hecho de su elección, un fin humano. Os elegí para el Reino de los Cielos y no para el mundo. Recordadlo.
Y tú, ciudad que quieres tu ruina y por quién lloro. Ten en cuenta que tu Mesías ruega por tu redención. ¡Oh, sí al menos en esta hora que te queda quisieras venir a Quién sería tu felicidad! ¡Si comprendieses en esta Hora, el amor que puse en medio de ti y te despojases del Odio que te ciega y te hace loca! ¡Que hace que seas cruel para contigo y que rechaces tu bien!
¡Pero vendrá el día en que te acordarás de esta hora! ¡Será demasiado tarde para llorar y para arrepentirte! ¡Habrá pasado el amor y desaparecido entre tus calles y sólo se quedará el Odio que has preferido! Y el Odio te odiará a ti y a tus hijos… Porque lo quisiste.
El Odio se paga con Odio. No se tratará del Odio del fuerte, contra el Inerme; sino del Odio contra el Odio. Y por lo tanto la guerra y la muerte…
Rodeada de trincheras y de ejércitos. Te irás debilitando, antes de ser destruida. Y verás caer a tus hijos bajo la fuerza de las armas, bajo el hambre. Los que sobrevivan serán tomados prisioneros y escarnecidos. Pedirás misericordia, pero no la encontrarás, porque no has querido conocer tu salvación.
Lloro, amigos. Porque soy humano y lamento las ruinas de mi patria… La Misericordia compadece las desventuras de una ciudad culpable, pero la Justicia no puede compadecer sus costumbres, porque son precisamente éstas, las que producen las desventuras y el verlas, aumenta mi dolor.
Mi Ira contra los profanadores del Templo es consecuencia de que estoy viendo las desventuras de Jerusalén. Las profanaciones del Culto Divino, de la Ley Divina, provocan los castigos del Cielo.
Al convertir la Casa de Dios en cueva de ladrones, los sacerdotes y los fieles indignos, atraen sobre todo el pueblo la maldición y la muerte. Y los males que sufre el pueblo, son porque Dios se retira y el Mal avanza. Este es el fruto de una vida nacional indigna del Nombre del Santo.
Dios llama con prodigios repetidos y cuando lo único que se atrae son la burla, la indiferencia y el Odio; tanto los hombres como las naciones recuerden que es inútil llorar, cuando primero rechazaron su salvación. Inútilmente me invocarán después de haberme echado fuera, con una guerra sacrílega que partiendo de cada conciencia entregada al Mal, se esparció por toda la nación.
Los países no se salvan con las armas; sino con una forma de vida que atraiga la protección del Cielo.
Pero es justo que se cumpla lo dicho, porque la corrupción avanza por sobre estos muros sobre todo límite e invoca el castigo de Dios. ¡Ay de los que tendrían que ser santos, para conseguir que los otros fueran honrados y sin embargo profanan el Templo; su ministerio y a sí mismos!
Venid. Mi intervención de nada servirá. Pero hagamos brillar la luz una vez más, sobre las Tinieblas.
Jesús desciende acompañado de los suyos. Callado. Serio. Parece muy disgustado…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA