Es un amanecer glorioso, en el que parece que toda la primavera cantara en los árboles, las flores, los pájaros y los olivos que cubren el monte por el que avanza el grupo apostólico para entrar a Jerusalén.
Llegan a una casa y Jesús entra bendiciendo a sus moradores que lo saludan con alegría. Hay ruido de cascabeles y panderetas.
Isaac entra y se postra ante su Señor y le dice que ya cumplió su encargo.
Jesús sale y señala al asno sobre el que nadie ha montado hasta ahora.
Los peregrinos ricos extienden sobre el lomo del animal sus ricos mantos y uno dobla su rodilla, para que se apoye el Señor y monte.
Pedro camina del lado del Maestro e Isaac del otro lado, llevando las riendas del aún no domado animal, que sin embargo avanza calmadamente como si estuviera acostumbrado. No patea, ni se espanta con las flores, ni con las ramas de olivo y las palmas que se agitan a su alrededor. Que se tiran al suelo como alfombra, ni con el alegre sonar de cascabeles y los gritos llenos de alegría…Que son cada vez más fuertes…
Gritos clamorosos de:
– ¡Hosanna al Hijo de David!
– ¡Bendito sea el que viene en el Nombre del Señor!
– ¡Hosanna en lo más alto de los Cielos!
– ¡Santo, Santo, Santo es el Señor!
– ¡Llenos están el Cielo y la Tierra de su Gloria!
– ¡Hosanna en el Cielo!
– ¡Bendito es el que viene en el Nombre del Señor!
– ¡Hosanna en el Cielo!
Avanzar desde Betfagé, por entre calles estrechas y torcidas, no es fácil. Cuando salen del suburbio, el cortejo se ordena y no falta quién arroja su manto al suelo como si fuera una alfombra y muchos lo imitan. El centro de la calle se convierte una cinta multicolor; llena de ramas floridas de olivos, flores y hojas de palma. Resuenan los gritos en honor al Rey de Israel; del Hijo de David, de su Reino.
En la Puerta de las Ovejas los soldados de la guardia al escuchar el alboroto, salen a ver lo que pasa…
No es ninguna sedición. Se apoyan en sus lanzas y se hacen a un lado entre admirados y burlones, ante el extraño cortejo de este Rey que viene montado sobre un asno. Un Rey hermoso como un Dios. Humilde como el más pobre de los hombres. Bueno y cariñoso… A quién rodean mujeres y niños…
Y hombres desarmados que gritan:
– ¡Paz! ¡Paz!
Antes de entrar en la ciudad, Jesús se detiene a la altura de los sepulcros de los leprosos de Inón y de Siloán. Se alza y levanta sus brazos gritando en dirección de aquellas pendientes rocosas, donde caras y cuerpos terroríficos, se asoman al oírlo.
Jesús grita:
– ¡Quién tenga Fe en Mí, pronuncie mi Nombre y alcance por medio de Él, la salud!
Bendice. Y continúa su camino…
Luego dice a Judas de Keriot:
– Comprarás alimentos para los leprosos y con Simón, los traerás antes de que anochezca.
El cortejo entra en la ciudad, por la Puerta de Siloán y como un torrente se desparrama por sus calles. Pasa por el barrio de Ofel en el que cada terraza se ha convertido en una pequeña plaza llena de gente que grita hosannas y que arroja flores y perfumes hacia el Maestro.
El grito de la multitud parece aumentar y tomar fuerzas como si saliese de una bocina; porque los numerosos arcos de que está llena Jerusalén, la amplifican en un grito continuo…
Como el bramido del mar que va y viene, se rompe contra los arrecifes y las playas; para ser recogida por otra que lo multiplica…
– ¡Scialem, scialem melchitl! (Paz, paz oh Rey)
En un grito continuo, que se repite y sube y baja, como las olas. Es impresionante y aturde…
Un grupo de jóvenes trae copas de cobre con carbones encendidos e incienso de los que suben espirales de humo y ellos echan más incienso y resinas olorosas una y otra vez, mientras el grito continúa…
¡Incienso, perfumes, gritos, palmas, flores, vestidos, colores, hosannas!… ¡Alabanzas y más alabanzas!… Es una euforia colectiva y adorante que aturde y pareciera dejar a uno atolondrado… Jesús avanza triunfante, rodeado por un pueblo que lo ama y lo aclama adorándolo como al Mesías: el Dios Encarnado y Rey del Universo…
Por desgracia también están sus acérrimos enemigos y… ¡Esto es excedente para quién ya está demasiado celoso de Dios y de su Mesías!
Los fariseos gritan llenos de ira:
– ¡Haz que se callen esos locos!
– ¡Sólo a Dios se le lanzan hosannas!
– ¡Diles que se callen!
Jesús responde dulcemente:
– Aunque Yo se los mandase y me obedecieran, las piedras gritarían los prodigios del Verbo de Dios.
Se dirigen hacia la casa de Analía. La terraza está adornada con las hojas nuevas de la vid. Analía está en el centro de un grupo de jovencitas vestidas de blanco, coronadas de rosas blancas y ramos de convalarias…
Que como novias enamoradas, lanzan las blancas flores al paso de Jesús.
Por un momento Jesús detiene al asno, levanta su mano para bendecir a las primicias de ese grupo, que lo ama hasta el punto de renunciar a cualquier otro amor terreno.
Analía arroja una corona y grita:
– ¡He contemplado tu triunfo, Señor Mío!
Toma mi vida para tu glorificación universal. ¡Jesús!… –es un saludo lleno de amor.
Su grito es apagado por el por el clamor de la gente que no se detiene. Es un río de entusiasmo de un pueblo delirante.
El cortejo sigue en dirección al Templo.
Más adelante se oye el grito de un hombre que trata de abrirse paso:
– Dejadme pasar. Una jovencita ha muerto repentinamente. Su madre quiere ver al Maestro. ¡Dejadme pasar! ¡Él ya la había salvado!
La gente lo deja pasar y cuando llega hasta Jesús, le dice:
– Maestro. La hija de Elisa ha muerto. Te saludó con aquel grito y luego cayó hacia atrás, diciendo: ‘¡Soy feliz’! Y expiró. Su corazón se rompió de gozo al verte triunfante. Su madre me pidió que te llamara.
Jesús responde:
– No ha muerto. Ha caído una flor… Y los ángeles de Dios la recogieron, para llevarla al Seno de Abraham. Pronto el lirio de la tierra se abrirá feliz en el Paraíso, olvidando para siempre el horror del mundo.
Oye; dí a Elisa que no llore por la suerte de su hija. Dile que es una gran gracia de Dios y que dentro de seis días lo comprenderá. Bienaventurada ella, limpia de cuerpo y de alma, porque pronto verá a Dios. Murió de amor. De éxtasis, de gozo infinito. ¡Dichosa muerte!
Muchos no se han dado cuenta de lo que sucede y el cortejo sigue adelante. Da vuelta a la muralla y llega hasta el Templo.
Jesús baja del asno y con su vestido de color púrpura, entra majestuoso. Voltea hacia un grupo de fariseos y de escribas que lo miran desde el portal en el primer patio, donde ruge el acostumbrado griterío de cambistas y de vendedores de palomos y de corderos.
Al ver a Jesús, todos los compradores corren a su encuentro y solo se quedan los mercaderes.
En su bellísimo Rostro aparece la Ira.
Va al centro del Patio y grita:
– ¡Largo de la Casa de mi Padre! Este lugar no es para la usura, ni para el mercado. Está escrito: “Mi Casa será llamada, Casa de Oración…” ¿Cuántas veces diré que este lugar no debe tratarse como un lugar de Inmundicia; sino de Oración?
Los vendedores y cambistas recuerdan lo sucedido la última vez… Y se apresuran a obedecerlo.
Jesús mira a los del Templo, que obedientes a las órdenes del Pontífice, no chistan…
Jesús va hacia los portales donde están reunidos todos los enfermos, que lo invocan a gritos.
Y les dice:
– ¿Qué queréis de Mí?
Se desborda un torrente de peticiones de salud y de bendición.
– ¡Creemos en Ti, Hijo de Dios!
Jesús responde:
– ¡Dios os escuche! Levantaos y dad gracias al Señor.
Jesús extiende sus manos y sana a todos los enfermos.
Se miran… y sanos, prorrumpen en gritos de júbilo que se mezclan con los gritos de los niños…
Es un coro glorioso:
– ¡Gloria!
– ¡Gloria al Hijo de David!
– ¡Hosanna a Jesús de Nazareth!
– ¡Rey de Reyes y Señor de señores!
Algunos Fariseos, con fingida deferencia, le gritan:
– Maestro.
– ¿Estás oyendo?…
– ¡Estos niños dicen lo que no debe decirse!
– ¡Repréndelos!
– ¡Diles que se callen!
Jesús contesta:
– ¿Y por qué? ¿Acaso el Rey profeta; el rey de mi estirpe no ha dicho: “De la boca de los niños y de los que están mamando; has hecho que brotase una alabanza completa; para llenar de confusión a tus enemigos”?
Y se dirige al Atrio de los Israelitas, para orar…
Luego que termina sale y se dirige hacia el Monte de los Olivos.
Los apóstoles están muy contentos.
El triunfo les ha dado confianza y han olvidado el peligro…
El Cedrón arrastra sus aguas con un rumor cantarín, al que une el canto de los pájaros y el de un par de ruiseñores.
La brisa suave, mueve las hojas de los árboles y acaricia los rostros alegres. Están muy sordos al aviso divino. Los hosannas han borrado TODO lo que Jesús les ha dicho de su memoria…
Felipe pregunta:
– ¿A dónde vamos ahora?
Jesús responde:
– Al campamento de los galileos. Quiero saludarlos.
Tadeo sugiere:
– Podrías hacerlo mañana.
– Lo mejor es hacer pronto lo que se puede. Vamos a donde están los galileos.
Iscariote pregunta:
– ¿Y esta noche? ¿Dónde dormiremos? ¿En la ciudad? ¿En qué lugar? ¿Dónde está tu Madre? ¿O en la casa de Juana?
Jesús contesta incierto:
– No sé. Ciertamente no en la ciudad. Tal vez en una tienda galilea…
– ¿Por qué?
– Porque soy Galileo y amo a mi región. Vamos.
Y suben hacia dónde están los galileos acampados sobre el Monte de los Olivos, en dirección a Bethania. Sus tiendas brillan bajo el tibio sol de Abril.
Más tarde, en el anochecer del Domingo de Ramos. Jesús está con los suyos en la quietud el huerto de los olivos. No hace frío. Todos están sentados en el pasto y sobre unos peñascos.
Jesús dice:
– Después del triunfo de esta mañana vuestro corazón ha cambiado. ¿Qué puedo decir? A lo humano entrasteis a la ciudad llenos de miedo, por las palabras que os había dicho. Temíais que dentro de los muros pudiesen atacaros y haceros prisioneros.
¿Os he engañado alguna vez? Desde el principio os hablé de persecución y de muerte. Y cuando alguno de vosotros, por exceso de admiración quiso verme como un pobre rey humano, al punto corregí el error y les dije: Yo soy rey del espíritu. Ofrezco privaciones, sacrificios y dolores. No otra cosa. Acá en la tierra no poseo otra cosa. Pero después de mi muerte y de la vuestra, si permaneciereis en mi Fe, os daré un Reino Eterno: el de los Cielos.
¿Os dije acaso algo diferente? Os imaginabais que era fácil seguirme y os negabais a creer que a quién obraba tan portentosos milagros, al Hijo de Dios, alguien pudiese tocarlo. Tan robusta era vuestra fe humana en mi poder, que llegasteis a no creer en mis palabras diciendo: ‘No puedo creer que sea aprisionado, apresado y matado. El hombre nunca podrá tocarlo. Quien obra milagros, puede hacer otro en su favor.’
No uno, sino muchos haré todavía; entre los cuales hay dos que sobrepasan a toda imaginación humana. Sólo los que crean en el Señor podrán admitirlos. Los demás…
En los siglos venideros dirán: ¡Imposible! También después de la muerte, seré objeto de contradicción.
En una dulce mañana de primavera, desde un monte anuncié las Bienaventuranzas y a éstas añado otra: “Bienaventurados los que creen sin ver” ¡Bienaventurados los que creerán sin haber visto con sus ojos corporales! Serán en tal forma santos, que estando aún en la tierra verán ya a Dios. Al Dios escondido en el Misterio del Amor.
Pero después de tres años que estáis conmigo, no habéis llegado todavía a esta Fe. Creéis sólo en lo que veis. Así esta mañana, os dijisteis: ‘Él sigue triunfando y nosotros con Él. Israel lo ama.’ Y como pajarillos a los que les volviesen a nacer las plumas que se les habían caído, habéis levantado el vuelo ebrios de alegría… Confiados y sin esa preocupación que mis palabras os habían creado en el corazón.
Nos os engañéis por lo que ha pasado esta mañana. Yo soy el Condenado coronado de rosas.
¡Las rosas!… ¿Cuánto duran? ¿Qué queda de ellas cuando se les han caído los pétalos perfumados? Espinas… Espinas.
Isaías lo dijo, Yo seré santificación para vosotros y con vosotros para el mundo. Pero también seré piedra de escándalo, de tropiezo, de lazo y de ruina para Israel y para la tierra.
Santificaré a los que tengan buena voluntad. Y haré caer y reduciré a pedazos a los que mala, la tuvieren.
Los ángeles dijeron: “Paz a los hombres de buena voluntad.” Apenas había nacido ¡Oh, tierra! Tu Salvador… Ahora va a la muerte tu Redentor. Pero para tener paz esto es, santificación y gloria, hay que tener buena voluntad. Inútil es mi nacimiento. Inútil mi muerte, para los que no tienen esta buena voluntad.
Muchísimos caerán contra Mí, que he sido puesto como columna se sostén y no como trampa. Caerán por estar ebrios de soberbia, de lujuria, de avaricia. Y serán atrapados en las redes de sus pecados y entregados a Satanás.
Grabad estas palabras en vuestros corazones. Conservadlas cuidadosamente, para los futuros discípulos. Vamos. La Piedra se levanta. Otro paso hacia arriba, hacia adelante. Hacia el Monte… Debe brillar sobre la cima, porque es Sol, Luz. El Verdadero Templo debe ser contemplado por el mundo entero.
Yo mismo lo edifico con la Piedra Viva de mi Carne Inmolada. Yo soy el cimiento y la cúspide…
Satanás… Judas, vámonos. Y acuérdate que no queda mucho tiempo. Y en la noche del Jueves debe ser entregado el Cordero…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA