Entre los olivos del monte, alcanza a Judas de Keriot, que camina veloz entre el campo que despierta.
Judas da un brinco de susto al encontrarse frente a Jesús, que lo mira fijamente sin decirle nada. Luego…
Judas dice:
– Fui a llevar comida a los leprosos. Pero me encontré a dos en Innón y cinco en Siloán. Los demás están curados. Me rogaron que lo dijese al sacerdote. Vine apenas se veía algo, a fin de estar libre después. Esto va a provocar una gran resonancia. ¡Un número tan grande de leprosos curados por Ti! ¡Y a la presencia de todos!
Jesús no responde. Lo deja hablar… Luego siguen caminando en silencio.
Pero se detiene de pronto y mirando fijamente al apóstol…
Jesús le pregunta:
– ¿Y bien? ¿Qué provecho se saca de haberte dejado libre y con la bolsa del dinero?
Judas se desorienta:
– ¿Qué quieres decir?
– Que si te has hecho santo desde que te devolví la libertad y el dinero. Tú me comprendes… ¡Ah, Judas recuérdalo! ¡Recuérdalo siempre: tú has sido a quién más he amado y tú has sido el que menos me ha amado! Antes bien, me has odiado más, que el más feroz de los fariseos.
Y recuerda también que ni siquiera pese a esto, te odio. Sino que en lo que toca a Mí, Hijo del Hombre, te perdono. Vete ahora. No hay nada que añadir entre tú y Yo. Todo está terminado…
Judas quisiera decir algo.
Pero Jesús, con un gesto imperioso, le hace señal de seguir adelante.
Judas inclina la cabeza y sigue a Jesús, que avanza rápido hasta el campo de los galileos, donde los reciben los apóstoles y dos siervos de Lázaro…
Que preguntan:
– ¿Dónde estuviste, Maestro?
– ¿Y tú Judas?
– ¿Habéis estado juntos?
Jesús se adelanta a la respuesta de Judas:
– Tenía que decir unas palabras a alguien que sufre. Judas fue con los leprosos… Todos menos siete, están curados.
Zelote dice:
– ¡Oh! ¿Por qué no me avisaste? Yo también quería ir…
Jesús responde por él:
– Para estar libre de venir con nosotros. Vámonos. Entremos a la ciudad por la Puerta de los Peces. Démonos prisa.
Encabezando la comitiva pasando entre los olivos, a la mitad del camino entre Bethania y Jerusalén cerca del río, se ve una higuera que se balancea sobre él.
Jesús se dirige a ella y busca entre sus hojas algún higo maduro. Pero no hay más que hojas.
Y Jesús dice:
– Eres como muchos corazones en Israel. No tienes ninguna dulzura para el Hijo del Hombre, ni compasión. ¡Qué jamás vuelva a nacer en ti fruto alguno, ni de ti lo coma nadie!
Los apóstoles se miran.
La ira del Jesús contra el árbol que no tiene frutos, los sorprende muchísimo. Pero no dicen nada.
Sólo más tarde, después de pasar el Cedrón…
Pedro pregunta:
– ¿Dónde comiste?
Jesús contesta:
– En ninguna parte.
– ¡Oh! ¡Entonces tienes hambre! Allí está un pastor con algunas cabras. Voy a pedirle leche.
Pedro se va y regresa con una escudilla llena de leche.
Jesús la bebe y luego continúan su camino. Entran en la ciudad. Suben al Templo. Después de haber adorado al Señor, Jesús regresa al Patio en donde enseñan los rabinos. La gente lo rodea, cura a un pequeño niño ciego…
Y empieza a hablar:
– Un hombre compró un terreno y lo plantó con vides. Construyó una casa para los arrendatarios, una torre para los vigilantes, bodegas y lagares. Y lo entregó para que trabajasen en él los arrendatarios en quienes confiaba. Luego se fue. Cuando llegó el tiempo en que los viñedos fructificarían, el dueño del viñedo envió unos criados para que los arrendatarios le entregasen los intereses.
Pero ellos los tomaron. A unos los apalearon, a otros los arrojaron a pedradas. A unos los hirieron y a otros, los mataron. Los que pudieron regresar vivos, contaron al dueño lo que había pasado. Éste los curó y los consoló. Luego envió a otros siervos más numerosos. Los arrendatarios los trataron como a los anteriores.
Entonces el dueño de la viña dijo: ‘Enviaré a mi hijo amado. Lo respetarán, pues es mi heredero.’ Los arrendatarios, tan pronto como vieron que se acercaba y sabedores de que era el heredero, se dijeron entre sí: ‘Juntémonos todos. Echémoslo fuera, a un lugar retirado y matémoslo. Su herencia será nuestra.’
Lo acogieron con honores ficticios, lo rodearon como para festejarlo, le dieron el beso amigo y luego lo ataron. Le maltrataron, lo condujeron entre insultos al lugar del suplicio y lo mataron.
Decidme ahora vosotros, cuando ese dueño sepa que su hijo y heredero no regresa y descubra que sus siervos-arrendatarios a quienes había prestado una tierra fértil, para que la cultivasen en su nombre y tomasen lo que era de ellos y lo que era justo le diesen a él. ¿Qué les hará cuando sepa que mataron a su hijo?…
Jesús traspasa con sus ojos de zafiro encendidos como soles, a los diversos grupos reunidos, sobre todo a los fariseos y escribas esparcidos entre la multitud…
Nadie le responde.
Jesús insiste:
– ¡Contestad! Por lo menos vosotros, rabinos de Israel. Pronunciad una palabra recta que persuada al pueblo a la justicia. Yo podría decir algo que según vosotros no estuviese bien. Hablad pues, para que el pueblo no caiga en error.
Los escribas, como obligados, responden:
– Castigará a los criminales y los hará perecer de un modo atroz. Entregará su viña a otros arrendatarios que además de que se la cultiven, le darán lo que le pertenece.
– Habéis respondido bien. En la Escritura está dicho: ‘La Piedra que los constructores hicieron a un lado, se ha convertido en la Piedra Angular. Esta es obra que hace el Señor y es una maravilla ante nuestros ojos.’ Así está escrito y vosotros lo sabéis. Habéis contestado rectamente al decir que los criminales serán castigados duramente, porque mataron al hijo heredero y al afirmar que la viña será entregada a otros arrendatarios que la cultiven como se debe.
Por esto os digo: El Reino de Dios os será quitado y será dado a gente que produzca sus frutos… Quién cayere contra esta piedra, se despedazará y sobre quién cayere, quedará desmenuzado.
Los príncipes del Sanedrín, los jefes de los sacerdotes, los fariseos y escribas; con un gesto verdaderamente… heroico… ¡No reaccionan!… ¡Tanto puede la voluntad del hombre, cuando se propone algo!
Anteriormente, por cosas menores se le habían opuesto abiertamente. Pero hoy que Jesús acaba de decirles públicamente que se les quitará el poder; no prorrumpen en improperios, no realizan ningún acto de violencia. No amenazan. ¡Falsos corderos, bajo una piel hipócrita de mansedumbre, en la que esconden un cruel corazón de lobo! Se limitan a acercarse a Él, que empieza a caminar sanando enfermos y aconsejando…
No muestra señal de cansancio. La Gracia y la Sabiduría manan de Él. Parece como si quisiera consolar a todos, curar a todos antes de que no pueda hacerlo más…
Uno de tres hermanos le pregunta sobre una cuestión difícil en una herencia, que ha provocado divisiones y mala voluntad entre los diversos herederos, debido a que un hermano de ellos nació de una esclava, aunque su padre lo adoptó.
Los hijos legítimos no lo quieren admitir consigo, ni repartirle bienes. No quieren tener nada en común con el bastardo. Y no saben cómo resolver el caso, porque su padre los hizo jurar antes de morir, que así como siempre había tratado a todos por igual; así el bastardo debe recibir la herencia que le toca, según justicia.
Jesús contesta al que le preguntó:
– Privaos todos de un pedazo de tierra cuyo valor equivalga a la quinta parte del valor total de todos los bienes y vendedlo. Tomad ese dinero y dadlo al ilegítimo diciéndole: ‘Esta es tu parte. No se te ha quitado nada de lo tuyo; ni tampoco hemos contrariado la voluntad de nuestro padre. Vete y que Dios sea contigo.’ Sed generosos y dadle aún más del valor estricto que le corresponda.
Llamad a hombres probos como testigos. Y nadie podrá reprocharos algo. Habrá paz entre vosotros y en vosotros, pues no tendréis el remordimiento de haber desobedecido a vuestro padre y de que no estará entre vosotros el que fue causa de intranquilidad, aunque inocente. Algo así como un ladrón que se hubiese metido en casa.
El hombre responde:
– El bastardo nos arrebató realmente la paz en la familia. Nuestra madre murió de dolor por su causa.
– Él no es culpable, sino el que lo engendró. Él no pidió nacer, para llevar sobre sí la marca de bastardo. Fue la pasión de vuestro padre, que lo engendró, para hacerlo y haceros sufrir. Sed pues rectos para con el inocente, que paga tristemente una culpa que no es suya.
No os irritéis contra el espíritu de vuestro padre, pues Dios ya lo ha juzgado. No son necesarios los rayos de vuestras maldiciones. Honrad a vuestro padre siempre. Aun cuando sea culpable. No por tratarse de él; sino porque representó en la tierra a vuestro Dios que os creó por su decreto y fue el dueño de vuestra casa. Después de Dios, vienen inmediatamente los padres. Recordad el Decálogo. No pequéis. Idos en paz.
Los sacerdotes y escribas se le acercan para decirle:
– Te hemos escuchado. Ha sido realmente justa tu sentencia. Un consejo tan sabio que ni siquiera lo hubiera dado el mismo Salomón. Pero respóndenos: ¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿De dónde te viene este poder?
Jesús los mira fijamente… Sin ser agresivo, ni despectivo; pero sí muy majestuoso…
Jesús responde:
– También Yo tengo una pregunta que haceros y si me la respondéis, os diré con qué autoridad Yo, hombre sin autoridad de cargo y pobre; hago estas cosas. Porque esto es lo que insinuáis.
Decidme: ¿De dónde venía el bautismo de Juan? ¿Del Cielo? ¿De quién lo impartía? Respondedme: ¿Con qué autoridad, Juan lo administró; si él era más pobre y menos instruido que Yo, sin cargo de ninguna clase y que vivió desde su niñez en el desierto?
Los escribas y sacerdotes se consultan entre sí.
La gente espera… pronta a protestar si los escribas atacan al Bautista e insultan al Maestro o a aclamar si la pregunta del Rabí de Nazareth los derrota.
El silencio es total.
Ellos no se resuelven a responder.
Jesús está apoyado en la columna, con los brazos cruzados sobre el pecho, mirándolos fijamente.
Finalmente ellos contestan:
– Maestro, nosotros no sabemos con qué autoridad obraba Juan, ni de dónde venía su bautismo. A nadie se le ocurrió preguntárselo cuando vivía y él nunca lo dijo.
Jesús responde con firmeza:
– Tampoco Yo os diré con qué autoridad hago tales cosas.
Y les vuelve la espalda.
Llama a los Doce. Se abre paso entre la multitud que lo aclama y sale del Templo. Cuando están más allá de la Puerta Probática…
Bartolomé dice a Jesús:
– Tus adversarios se han hecho más prudentes. Tal vez se están convirtiendo…
Mateo agrega:
– Es verdad. No discutieron ni tu pregunta, ni tu respuesta.
Jesús responde:
– No os hagáis ilusiones. Esa parte de Jerusalén, jamás se convertirá. No respondieron de otro modo, porque tuvieron miedo de la gente. Leí sus pensamientos, aunque no oí lo que entre sí cuchicheaban.
Pedro pregunta:
– ¿Y qué decían?
– Os lo diré para que los conozcáis a fondo y podáis ofrecer a los discípulos venideros, una descripción exacta de los corazones de los hombres de mi tiempo. No me respondieron, porque entre sí se decían: “Si respondemos, el bautismo de Juan vino del Cielo, el Rabí nos replicará: ‘Entonces, ¿Por qué no creísteis al que vino del Cielo y amonestaba a que nos preparásemos para la era mesiánica?” Si contestamos: ‘Del hombre’ Entonces la multitud se rebelará diciendo: ‘Entonces, ¿Por qué no habéis creído en lo que Juan nuestro profeta dijo de Jesús de Nazareth?’ Lo más cómodo es decir: ‘No sabemos’ Yo tampoco quise aclarar con qué autoridad hago lo que hago.
Muchas veces lo he dicho, dentro de los muros del Templo y por toda Palestina. Mis milagros hablan más elocuentemente que todas mis palabras. Ya no hablaré más. Dejaré que hablen los profetas, mi Padre y las señales del Cielo. Porque ha sonado la hora de que se cumplirán todas las señales. Y pronto les daré también la señal de Jonás y que espera Gamaliel.
Más tarde y rodeado de sus apóstoles…
Bartolomé dice:
– La ciudad está a reventar de gente, porque parece como si todo Israel y hasta el más lejano prosélito, hubiese venido para la Fiesta.
Jesús lo mira…
Y como si recitase un Salmo, dice:
– Juntaos. Apresuraos de todas partes. Venid a Mí, Víctima que Inmolo por vosotros. Llegaos a la Gran Víctima Inmolada sobre los Montes de Israel; para que comáis su Carne y bebáis su Sangre.
Bartolomé replica:
– ¿Cuál es esa víctima? Parece como si tuvieras una Idea fija. No hablas más que de muerte. Y nos apesadumbras…
– ¿Me lo preguntas tú, que ya eras docto en la Escritura, antes de que te llamase por medio de Felipe? Yo Soy la Palabra. Durante siglos he hablado, a través de los labios humanos y seguiré hablando. Qué debo hacer todavía, ¡Oh, mundo! ¿Que no haya hecho? Vine. ¡Oh, tierra mía! Vine porque te amaba. Mis palabras se convirtieron en espada que te mata, porque las aborreciste.
¡Oh, Mundo que matas a tu Salvador; creyendo obrar justamente! Estás tan poseído de Satanás que no eres ni siquiera capaz de comprender, cual sea el sacrificio que Dios exige. ¡La Inmolación de tu mala voluntad al Dios Verdadero!
Y en una larga disertación, Jesús sigue citando las profecías que se refieren a su muerte… Cuando termina…
Jesús pregunta:
– ¿Reconocéis las palabras eternas?
Los apóstoles contestan:
– Las reconocemos Señor nuestro.
– Créenos que nos sentimos apaleados.
– ¿No es posible desviar el destino?
Jesús:
– ¿Lo llamas destino, Bartolomé?
– No conozco otra palabra…
– Reparación. Ese es su nombre. Si se ofende al Señor, hay que reparar la ofensa. El primer hombre, ofendió al Dios Creador. Y desde entonces la Culpa ha seguido aumentando. Las aguas del Diluvio no sirvieron para nada; así como tampoco el fuego que llovió sobre Sodoma y Gomorra, para que el hombre fuese santo.
Ni el agua, ni el fuego. La Tierra es una Sodoma ilimitada, por donde se pasea libremente Lucifer, su rey. Es necesario para purificarla, tres cosas: el fuego del amor. El agua el dolor. La Sangre de la Víctima. Este es mi Don, ¡Oh, Tierra! Para eso vine. Para dártelo. ¡No puedo huir! Es Pascua. No se puede huir.
Zelote exclama:
– ¿Por qué no vas a casa de Lázaro? Nadie te tocaría si estás allí.
Judas de Keriot se echa a los pies de Jesús y grita:
– Simón dice bien. ¡Te suplico que lo hagas, Señor!
Juan y los demás comienzan a llorar silenciosamente…
Jesús dice imperioso:
– ¿Crees que Yo sea el Señor? ¡Mírame!
Jesús penetra con su mirada la cara angustiada de Iscariote, que está realmente afligido. No finge.
Tal vez sea la última batalla de su alma contra Satanás.
Jesús lo escudriña. Sigue esa lucha como un médico sigue la crisis de su enfermo… Luego se aparta bruscamente y…
Jesús dice agitado:
– ¿Para hacer arrestar también a Lázaro? Doble presa y por lo tanto doble alegría. NO. Lázaro servirá al Mesías Futuro. Al Mesías Triunfante… Sólo uno será arrojado fuera de la vida y no regresará. Lázaro se queda. Tú… Tú qué sabes tanto. También sabes esto.
Aquellos que esperan conseguir doble ganancia, al cazar al águila con su aguilucho en el nido y sin ningún trabajo; deben convencerse de que el águila tiene ojos para todo y que por amor a su aguilucho. Irá lejos de su nido; para que al ser capturada ella; se salve él.
El Odio me está matando y con todo, sigo amando. Váyanse. Me quedo a orar. Nunca como ahora siento el anhelo de elevar mi alma al Cielo. Váyanse a descansar… ¡Déjenme olvidar por una hora a los hombres! Quiero estar en contacto con los ángeles de mi Padre. Que la paz del Señor venga sobre cada uno de los que no son oprobio a sus ojos. Hasta pronto.
Y Jesús se interna en el huerto…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA