Al día siguiente…
El fresco amanecer de un nuevo día saluda a Jesús que camina lentamente hacia Jerusalén. Se oyen los balidos de un rebaño…
Al ver las ovejas, los apóstoles se acuerdan de la cena y preguntan a Jesús:
– ¿Dónde quieres celebrar la Pascua? ¿Qué lugar escoges? Dínoslo e iremos a preparar todo.
Judas de Keriot dice:
– Dame órdenes e iré.
Jesús contesta:
– Pedro, Juan, oídme.
Los dos apóstoles se acercan y Jesús se adelanta para darles instrucciones:
– Adelantaos y entrad por la Puerta de la Basura. Encontraréis un hombre que regresa de En Rogel con un ánfora llena de aquella sabrosa agua. Seguidlo… Cuando entre en una casa, preguntad al que vive en ella: ‘El Maestro dice: ¿Dónde está la habitación donde pueda comer la Pascua con mis discípulos? Os mostrará una gran habitación ya aderezada. Preparad todo en ella. Id presto y luego reuníos con nosotros en el Templo.
Los dos se van a la carrera.
Jesús por su parte, continúa caminando lentamente.
El aire está muy fresco y apenas si se ven peregrinos. Poco después que han cruzado la Puerta Dorada, se encuentran con un grupo de Fariseos y de escribas.
No se podrá decir jamás que los judíos no saben controlarse. Nadie molesta a Jesús, ni a sus discípulos. Aun los que más lo odian del Sanedrín, le presentan sus respetos más profundos y con una paciencia que ha aumentado desde la exhortación de ayer. Es un doblarse en profundas inclinaciones, de cuerpos envueltos en amplios mantos, en ricas vestiduras con franjas y grandes capuchos.
Jesús saluda serio y pasa majestuoso con su vestido de lana púrpura y su manto más oscuro. El sol ilumina su cabellera que parece de oro y que le cae sobre los hombros.
Suben al Templo. Jesús va a adorar al Señor al Patio de los Israelitas. Se topan con otro nutrido grupo de fariseos, escribas y doctores, entre los que están Eleazar el hijo de Annás, Elquías y Sadoc. Lo saludan inclinándose profundamente.
Jesús los saluda y pasa majestuoso. Los cuerpos se levantan y lo miran alejarse. Y aparecen las caras de hienas hambrientas, listas para arrojarse sobre su presa.
Judas de Keriot que miraba a su alrededor con su cara de Traidor, con la excusa de amarrarse bien una sandalia, se hace a un lado y se aparta del grupo apostólico. Hace una señal al hijo de Annás.
Finge amarrar la sandalia y luego se acerca rápido y le dice en voz baja:
– En la Bella a la hora sexta. Uno de vosotros.
Y parte veloz para alcanzar a sus compañeros. Sin ninguna turbación y sin sonrojo.
Cuando termina de adorar al Señor y regresan al Pórtico de los Gentiles, Jesús ordena a Bartolomé y a Simón que compren el cordero y pidan el dinero a Judas.
Judas replica:
– ¡Yo podía hacerlo!
Jesús responde:
– Tendrás otro empeño que hacer. Lo sabes. No me detendré mucho aquí. Hoy descansaré, porque quiero sentirme fuerte para esta noche y para mi Oración nocturna en Getsemaní.
Es la segunda vez que Jesús manifiesta sus intenciones para esta noche. Y Judas lo oye…
Jesús va con los enfermos y los cura. Son los últimos…
Mañana ya no lo podrá hacer… La tierra perderá a su Benefactor. Pero la Víctima empezará desde su patíbulo, una serie ininterrumpida de curación y salvación de almas…
Jesús, como de costumbre, se ve rodeado por una multitud.
Muchos que han venido de la Diáspora, quieren conocer al Rabí de Nazareth y se abren paso diciendo a los demás:
– Vosotros siempre lo tenéis. Sabéis quién Es. Nosotros hemos venido de lejos y volveremos a nuestras patrias, después de cumplir el Precepto. Dejad que nos acerquemos a Él.
Cuando se acercan a Jesús, lo miran con cierta curiosidad.
Jesús los observa y luego se dispone a hablar:
– Escuchad. Se dijo de Mí, “Un retoño brotará de la raíz de Jesé…
Y Jesús va exponiendo una a una las profecías referentes a su Persona y a su Misión.
Finaliza diciendo:
– Pueblo mío, ¿Qué te he hecho? ¿En qué te he entristecido? ¿Qué cosa me faltó darte? He instruido tus intelectos. He curado tus enfermos. He hecho bien a tus pobres. He dado de comer a tus multitudes. Te he amado en tus hijos. Te he perdonado. He orado por ti. Te he amado hasta el Sacrificio. ¿Y tú qué vas a darle a tu Señor? una hora. La última que se te ha concedido, ¡Oh, Pueblo mío! ¡Oh, mi ciudad real y santa! Conviértete en esta hora al Señor Dios tuyo.
Y abundan los comentarios entre la multitud:
– Ha estado en lo justo al haber dicho esto.
– Así está escrito. En verdad Él hace lo que dice.
– Como un pastor, ha tenido cuidado de todos.
– Como si fuéramos las ovejas dispersas, enfermas, que estuviésemos en la oscuridad, ha venido a llevarnos al camino recto, a curarnos el alma y el cuerpo, a iluminarnos…
– Verdaderamente toda la gente va a Él. ¡Ved como están admirados los gentiles!
– Ha predicado la paz.
– Nos ha amado.
– No puedo comprender que quiere decir con eso del sacrificio. Habla como si tuviese que ser matado.
– Si es el Hombre que vieron los profetas, si es el Salvador. Así es.
– Habla como si todo el pueblo lo fuese a tratar mal. Eso no sucederá jamás. Nosotros, el pueblo lo amamos.
– Es nuestro amigo. Lo defenderemos.
– Es Galileo y nosotros sus compatriotas, daremos la vida por Él.
– Es descendiente de David y los de Judea solo levantaremos nuestra mano para defenderlo.
– ¿Cómo podremos olvidarlo los de Perea, de la Auranítide, de la Decápolis, si nos amó tanto como a vosotros? Todos. Todos lo defenderemos.
Las alabanzas y los comentarios preñados de admiración se esparcen por el vasto Patio de los Gentiles, como oleadas que se juntan con las de los fariseos que tratan de neutralizar el entusiasmo y la aversión que el pueblo siente contra ellos…
Diciendo:
– Delira.
– Está tan cansado que no sabe lo que dice.
– Ve persecución en donde solo hay honra.
– Es un sabio, pero lo mezcla con frases de uno que delira.
– Nadie le quiere hacer mal.
– Hemos comprendido que es…
Alguien se rebela:
– Él curó a mi hijo que estaba loco. Sé lo que es la locura. Un loco no habla de ese modo.
Otros más:
– ¡Vanguardias del pueblo del Mesías!
– ¡Alerta!
– Cuando un enemigo acaricia, es porque tiene el puñal escondido en la manga y extiende su mano para golpear.
– ¡Ojos bien abiertos y corazón despierto!
– ¡Los chacales no pueden ser mansos corderitos!
Y los comentarios son diversos y corren por todos lados.
Un nutrido grupo de gentiles y que en estos días han aumentado considerablemente, se quieren acercar a Él para hablarle y…
Se lo dicen a Felipe:
– Queremos ver de cerca de Jesús, tu Maestro. Queremos hablarle por lo menos una vez.
Felipe trasmite este deseo a través de los apóstoles y finalmente Andrés se lo dice a Jesús.
Jesús responde:
– Llévenlos a aquella esquina y Yo iré allí.
Los apóstoles hacen lo indicado.
Y después de abrirse paso entre los hebreos, Jesús llega con los gentiles.
Y les dice con dulzura:
– La paz sea con vosotros, ¿Qué se os ofrece?
Un patricio romano muy elegante, le responde:
– Verte. Hablarte. Queremos decirte que tus palabras nos llegaron al alma y nos han llenado de tristeza. Has hablado de muerte. Pero… ¿Es posible que los hebreos puedan matar a su mejor hijo? Nosotros somos gentiles y tu mano no nos ha brindado ningún favor. La fama de tu palabra ha llegado hasta nosotros y venimos a ofrecerte nuestro homenaje. Al honrarte nosotros, también lo hace todo el mundo, porque venimos de diferentes partes, algunas muy lejanas.
Jesús contesta:
– Tenéis razón. Ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre, debe ser glorificado por los hombres y por los espíritus.
Nuevamente la gente se ha apiñado alrededor de Jesús, con la diferencia de que ahora son los gentiles, los que están más cerca de Jesús. Y todos oyen el diálogo.
El romano continúa:
– Si ha llegado la hora de tu glorificación, no morirás como dices o como hemos entendido. Porque morir en el modo como dijiste, no es ser glorificado. ¿Cómo podrás reunir el mundo bajo tu cetro, si mueres antes de haberlo hecho? Si tu brazo se queda paralizado cuando mueras, ¿Cómo podrás triunfar y reunir a los pueblos?
La hermosa voz de tenor de Jesús, resuena como una trompeta:
– Muriendo daré vida. Muriendo construiré. Muriendo crearé un Pueblo Nuevo. La victoria está en el sacrificio. En verdad os digo que si el grano caído en tierra no muere, se queda infecundo. Pero si muere, entonces sí que produce mucho grano.
Perderá su vida quién la ame. Quién desprecie su vida en este mundo, la reservará para la vida eterna. Además tengo el deber de morir para dar esta vida eterna a todos los que me siguieren, para servir a la Verdad. Quienquiera servirme, venga. Los lugares en mi Reino no están limitados a esta persona o a aquel pueblo. Quien quiera servirme, venga detrás de Mí. Y donde Yo estaré, ahí también estará él, mi siervo. Quien me sirva, será honrado por mi Padre; por el Dios Único, Verdadero Señor de Cielo y Tierra. Creador de todo cuanto existe. Pensamiento, Palabra, Amor, Vida, Camino, Verdad. Padre, Hijo, Espíritu Santo. Siendo Uno es Trino y Trino, siendo Uno, Solo, Verdadero Dios. Ahora mi corazón ha perdido la tranquilidad y ¿Qué diré? ¿Acaso: Padre, sálvame de esta Hora? ¡No! Para llegar a esta Hora, por esto he venido. Diré pues: ¡Padre, glorifica tu Nombre!
Jesús abre los brazos en cruz.
Una cruz púrpura que tiene como fondo el blanco mármol del Portal. Levanta su rostro presentándose como Víctima. Orando. Subiendo con su alma al Padre…
Y una Voz más fuerte que el trueno. Que no es humana en el sentido de que no es semejante a la de un hombre, pero que todos los oídos perciben; llena el cielo sereno de la mañana de Abril. Y vibra más fuerte que cualquier órgano. Melódicamente bellísima…
Y responde:
– Lo he glorificado y nuevamente lo haré.
La gente se espanta. Esa Voz es tan fuerte que ha cimbrado el suelo. Esa Voz misteriosa que no puede compararse con ninguna otra. Que ha brotado de una fuente desconocida. Que ha llenado todo. Todos los rincones del soberbio y grandioso Templo de Jerusalén. Que ha infundido terror en los hebreos y sorpresa en los paganos.
Aquellos se echan por tierra, murmurando:
– ¡Ahora moriremos! ¡Hemos escuchado la Voz del Altísimo! -y se golpean el pecho en espera de la muerte.
Los gentiles exclaman:
– ¡Un trueno! ¡Un trueno! ¡Huyamos! ¡La tierra ha bramado! ¡Ha temblado!
Pero es imposible huir, porque los que estaban afuera del muro del Templo, se precipitan dentro gritando:
– ¡Piedad de nosotros! ¡Aquí el lugar es santo! No se partirá el monte donde está el altar de Dios.
Y por lo tanto, todo el mundo se queda donde la multitud lo detiene o donde el miedo lo ha paralizado.
Los sacerdotes acuden a las terrazas del Templo; al igual que los escribas y fariseos, que estaban dentro de la formidable construcción laberíntica; junto con los levitas, estrategas y guardias.
Todos están con las caras enrojecidas, sin comprender lo que pasa. Solo Gamaliel y su hijo descienden de las terrazas, con sus vestiduras resplandecientes a la luz del sol.
Jesús, al ver a Gamaliel que va a pasar cerca y como si hablase para todos, dice en voz alta:
– No por Mí, sino por vosotros es que vino esta Voz del Cielo.
Gamaliel detiene el paso. Se vuelve y mira con sus profundos ojos negros, con esa costumbre que el ser un maestro venerado le ha dado de mirar con severidad, directamente a los ojos azul zafiro, dulces y serenos de Jesús.
Jesús continúa:
– Ahora es el momento en que este mundo va a ser juzgado. Ahora el Príncipe de las Tinieblas va a ser arrojado fuera. Y cuando Yo sea levantado en alto, atraeré a todos hacia Mí. Porque este es el modo como el Hijo del Hombre salvará.
La multitud cobra ánimos.
Mientras Jesús sigue mirando con tranquilidad a los ojos a Gamaliel…
Alguien pregunta:
– Hemos aprendido de la Ley que el Mesías vive para siempre. Tú te llamas a Ti Mismo el Mesías y aseguras que morirás. Aún más: que eres el Hijo del Hombre y que salvarás al ser levantado. ¿Quién eres pues? ¿El Hijo del Hombre o el Mesías? ¿Quién es el Hijo del Hombre?
– Soy una sola Persona. Abrid los ojos a la Luz. Por un poco, la Luz está todavía con vosotros. Caminad hacia la Verdad, mientras tenéis la Luz con vosotros a fin de que no os sorprendan de improviso la Tinieblas. Los que caminan en la oscuridad, no saben a dónde van a parar. Mientras tengáis la Luz con vosotros, creed en Ella, para que seáis sus hijos.
Jesús se calla.
La multitud se queda perpleja. Las opiniones se dividen. Algunos se retiran moviendo la cabeza. Otros miran la actitud de los jefes de los sacerdotes, los escribas, los fariseos, los doctores. Sobre todo… de Gamaliel. Y según lo ven, así reaccionan.
Pero hay otros que asienten con la cabeza y se inclinan ante Jesús, con ganas de declararse públicamente a su favor. Pero no se atreven. Tienen miedo a los poderosos enemigos que los observan desde lo alto de las terrazas que dominan los grandiosos portales que hay alrededor de los patios del Templo.
También Gamaliel, después de quedarse pensativo por unos instantes en los que pareciera querer preguntar algo… Pero se dirige a la salida, sacudiendo la cabeza y los hombros… Y pasa derecho ante Jesús sin mirarlo una vez más.
Jesús lo mira con compasión… Nuevamente levanta su Voz, para que pueda oírse sobre el rumor y para que el gran escriba alcance a oírla. Y aun cuando parece que habla para todos, es indudable que se dirige a él.
– Quién cree en Mí, no cree en realidad en Mí, sino en Quién me ha enviado. Y el que me ve a Mí, ve al que me ha enviado; que no es otro que el Dios de Israel, porque no hay otro Dios fuera de Él. Por esto os digo, si no podéis creer en Mí, como el que es llamado hijo de José de la estirpe de David e Hijo de María de la misma estirpe. De la Virgen que vio el Profeta que nació en Belén, como las profecías lo declaran. A quién precedió el Bautista como desde hace siglos se dijo; creed por lo menos a la Voz de vuestro Dios, que os ha hablado desde el Cielo. Creed en Mí, como el Hijo del Dios de Israel. Si no creéis a Quien os ha hablado desde el Cielo, no me hacéis ninguna ofensa; sino a vuestro Dios de quién soy Hijo.
¡No permanezcáis en las Tinieblas! He venido como Luz del Mundo; para que quien crea en Mí, no se quede en ellas. No queráis crearos remordimientos que después no podréis aplacar; cuando haya regresado de donde vine y que será un castigo muy duro de Dios, contra vuestra obstinación. Estoy pronto a perdonar mientras estoy entre vosotros, mientras el Juicio no sea hecho, quiero perdonar. Pero mi Padre piensa de manera diferente; porque Yo Soy la Misericordia y Él la justicia.
En verdad os digo que si alguien escucha mis palabras y luego no las observa, Yo no lo juzgaré. No he venido al mundo para juzgarlo, sino para salvarlo. Pero hay quién os juzga por vuestras acciones. Mi Padre que me envió, juzga a los que rechazan su Palabra. Quién me desprecia y no reconoce a la Palabra de Dios y no la acepta tiene quién lo juzgue en el último día, la misma Palabra que he pronunciado.
Está dicho: “Nadie se burla de Dios” El Dios de quién se hiciere befa, será terrible para quienes lo juzguen como loco y mentiroso.
Recordad todos vosotros que me habéis escuchado, que mis palabras son de Dios. No he hablado por Mí Mismo, sino que el Padre me envió. Él fue Quién me ordenó lo que tenía que decir y sobre lo que tenía que hablar. Obedezco su mandato porque sé que es justo. Hay vida eterna en cada orden de Dios. Yo vuestro Maestro os doy ejemplo de cómo obedecer las órdenes del Señor. Mi Padre es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. El Dios de Moisés, de los Patriarcas y de los Profetas. El Dios de Israel, vuestro Dios.
¡Palabras luminosas que caen en las Tinieblas y se van apoderando poco de los corazones!
Gamaliel, que se había detenido para escuchar con la cabeza inclinada, vuelve a caminar… Otros le siguen moviendo la cabeza o sonriendo maliciosamente.
Jesús dice a Judas de Keriot:
– Ve a donde tienes que ir.
Y volviéndose a los demás, agrega:
– Cada quién es libre de ir a donde quiera. Que se queden conmigo los pastores discípulos.
Esteban le pide:
– ¡Oh, permíteme quedarme contigo, Señor!
Jesús sonríe y dice:
– Vente.
Se separan.
Judas de Keriot va hacia la Puerta Hermosa y sube varios escalones con su paso largo. Pasa del Atrio de los Gentiles y atraviesa el de las mujeres. Sube otros escalones. Da un vistazo en el Atrio de los Hebreos y con rabia golpea el suelo con su pie, al no encontrar a quien buscaba.
Regresa al interior y al ver a uno de los guardias del Templo, le dice con su acostumbrada arrogancia:
– Ve a buscar a Eleazar ben Annás. Que venga inmediatamente a la Puerta Hermosa. Dile que lo espera Judas de Simón, para asuntos importantes.
Se apoya contra una enorme columna a esperar.
Pero, ¿Quién es este hombre y qué hay en su corazón?…
Su alta figura vestida con suma elegancia, se recorta contra el blanco mármol. Su túnica amarilla hace resaltar su piel morena muy clara y sus cabellos castaños y rizados que no son largos, están cortados cuidadosamente alrededor de su cabeza. No usa barba; sus facciones masculinas son armoniosas y perfectas. Sus ojos gris oscuro serían muy hermosos, si no tuvieran esa mirada soberbia y llena de maldad.
Es una hermosura que no atrae, sino que repele y causa miedo. Seguro de sí mismo, le encanta sobresalir. Es convenenciero y está consciente de poseer una gran personalidad, pues también sabe ser maravillosamente encantador.
A pesar de su juventud y de no ser virgen; casto no se volvió ni siquiera después de conocer a Jesús.
Judas lleva en su corazón la concupiscencia del dinero, de la carne, del poder. La impureza impidió la obra de Dios en su corazón y favoreció la de Satanás, más que ninguna otra pasión.
Es un hombre doble, astuto, ambicioso, lujurioso, ladrón, inteligente, culto, audaz… Lo suficientemente codicioso para ser capaz de allanar el camino más difícil. Vanidoso, pretencioso y ostentoso. Su orgullo lo empujó a querer ser el ministro de un poderoso rey terrenal y ambicionando la gloria, se siente desilusionado en todos sus deseos y esperanzas humanas.
Ahora está aquí, ansioso de recuperar el favor de los poderosos de Israel. ¡A cualquier precio!…
Poco después, Eleazar hijo de Annás, Elquías, Simón Boeto, Doras, Cornelio, Sadoc, Nahúm y otros más, acuden con un gran revuelo de vestidos.
Judas habla en voz baja y precipitada:
– ¡Esta noche! Después de la cena. En Getsemaní. Id a aprehenderlo. Dadme el dinero.
Elquías dice con sarcasmo:
– No. Te lo daremos cuando vengas esta noche a llevarnos. No confiamos en ti. Queremos que vayas con nosotros. ¡Nadie sabe!…
Los otros lo secundan.
Judas se pone colorado de rabia por la insinuación y jura:
– ¡Juro por Yeové que digo la verdad!
Sadoc le responde:
– Está bien. Pero es mejor obrar así. Cuando sea la hora vas. Tomas a los que tienen que ir a capturarlo. Te vas con ellos, no vaya a suceder que los estúpidos guardias aprehendan a Lázaro y nos metan en dificultades. Les indicarás con una señal, quién es…
Judas los mira asombrado y boquiabierto.
Sadoc lo mira con su sonrisa de hiena y dice:
– ¡Compréndenos! Es de noche. No habrá mucha luz. Los guardias estarán cansados, somnolientos. Pero… ¡Si tú los guías! ¡Qué os parece!… –el pérfido Sadoc de dirige a sus compañeros y luego agrega- Yo propondría por señal un beso. ¡Sí! ¡Un beso! ¡Es la mejor señal para indicar al Amigo Traicionado! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!
Todos lo imitan riéndose. Es en realidad un coro de demonios que se carcajea.
Judas está furioso, pero no se retracta. No retrocede. Sufre por lo que le hacen. Pero no por lo que él va a hacer…
Tanto es así que replica:
– Pero no olvidéis que quiero el dinero contante en la bolsa, antes de salir de aquí con los guardias.
Eleazar ben Annás le dice:
– Te lo daremos. Te lo daremos. También te obsequiaremos la bolsa, para que puedas conservar en ella las monedas, como reliquia de tu amor. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Hasta pronto víbora! Puedes retirarte.
Judas está pálido de rabia. Está ya lívido. Y no perderá ya este color, ni la expresión desesperada de terror… Escapa de prisa.
Cuando se va. Una algarabía de júbilo se desata entre todos los miembros del Sanedrín…
HERMANO EN CRISTO JESUS: