202.- RITUAL PASCUAL
Todos tienen ante sí grandes copas. La de Jesús es más grande y tiene además la del Rito. Jesús erguido en su lugar, en la ancha copa que tiene delante de Sí echa el vino, la levanta y la ofrece. La coloca nuevamente sobre la mesa.
Todos, en tono de Salmo, preguntan:
– ¿Por qué esta ceremonia?
Jesús como cabeza de familia, responde:
– Este día recuerda nuestra liberación de Egipto. Sea bendito Yeové que ha creado el fruto de la viña. –bebe un sorbo de la copa ofrecida y la pasa a los demás.
Luego ofrece el pan. Lo parte, lo distribuye. Enseguida las hierbas impregnadas en la salsa rojiza que hay en las cuatros salseras. Terminado esto, cantan varios Salmos en coro, (112-117 Vulg.) De la mesita traen la fuente en la que está el cordero asado y la ponen frente a Jesús.
Pedro, que en la primera parte hizo el papel del que pregunta, vuelve a hacerlo:
– ¿Por qué este cordero así?
Jesús responde:
– En recuerdo de cuando Israel fue salvado por medio del cordero inmolado. Donde había sangre sobre los estípites y arquitrabes, allí no murió el primogénito. Luego, mientras todo Egipto lloraba por la muerte de los primogénitos. En el palacio real, en la choza más humilde; los hebreos capitaneados por Moisés, se dirigieron a la tierra de liberación y de promesa. Vestidos ya para partir, con las sandalias puestas, en las manos el bastón. Los hijos de Abraham se pusieron en marcha cantando los himnos de gloria.
Todos se ponen de pie y cantan el Salmo 113.
– Cuando Israel salió de Egipto y la casa de Jacob de un pueblo bárbaro, la Judea se convirtió en su santuario… etc.
Ahora Jesús trincha el cordero. Prepara la otra copa. Bebe un sorbo y la pasa. Luego cantan el salmo 112.
– Alabad vosotros al Señor. Sea bendito el Nombre del Eterno, ahora y por los siglos. Desde el oriente y el occidente debe de ser alabado, etc.
Jesús distribuye procurando que cada uno sea bien servido, como si fuera en realidad un padre de familia que a todos sus hijos amase. Es majestuoso, un poco triste.
Y dice:
– Con toda mi alma desee comer con vosotros esta Pascua. Ha sido mi mayor deseo, cuando en la Eternidad, he sido el Salvador. Sabía que esta hora precede a aquella y la alegría de entregarme anticipadamente, consolaba mi padecer… Con toda el alma he deseado comer con vosotros esta Pascua; porque no volveré a gustar del fruto de la vid hasta que haya venido el Reino de Dios.
Entonces me sentaré nuevamente con los elegidos al banquete el Cordero, para las nupcias de los que viven con el Viviente. A ese banquete se acercarán solo los que hayan sido humildes y limpios de corazón como Yo lo soy.
Bartolomé pregunta:
– Maestro, hace poco dijiste que quién no tiene el honor del lugar, tiene el de tenerte enfrente. ¿Cómo podemos saber entonces, quién es el primero entre nosotros?
– Todos y ninguno. Si uno quiere ser el primero, hágase el último y siervo de todos. Los reyes de las naciones mandan. Los pueblos oprimidos aunque los odien, los aclaman y les dan el nombre de ‘Beneméritos’ ‘Padres de la Patria’ Más el odio se oculta bajo el mentiroso título.
Que esto no suceda entre vosotros. El mayor sea como el menor. El jefe, como el que sirve. De hecho, ¿Quién es el mayor? ¿El que está a la mesa o quién sirve? El que está sentado a la mesa y sin embargo Yo os sirvo. Y dentro de poco os serviré más. Vosotros sois los que habéis estado conmigo en las pruebas. Yo dispongo para vosotros un lugar en mi Reino. Así como estaré Yo en él según la voluntad de mi Padre; para que comáis y bebáis a mi mesa eterna y os sentéis sobre tronos a juzgar a las doce tribus de Israel.
Habéis estado conmigo en mis pruebas… Sólo esto es lo que os da grandeza a los ojos del Padre.
Varios preguntan al mismo tiempo:
– ¿Y los que vendrán?
– ¿No tendrán lugar en el Reino?
– ¿Nosotros solos?
Jesús contesta:
– ¡Oh, cuántos príncipes en mi Casa! Todos los que hubieran permanecido fieles al Mesías en sus pruebas de la vida, serán príncipes en mi Reino. Porque los que perseveran hasta el fin en el martirio de la existencia, serán iguales que vosotros que habéis estado conmigo en mis pruebas.
Y me identifico con mis creyentes. El dolor que abrazo por vosotros y por todos los hombres, lo entrego como enseño a mis más selectos. Quien permaneciere fiel en el Dolor, será un bienaventurado mío, igual que vosotros, mis amados.
Pedro dice:
– Nosotros hemos perseverado hasta el fin.
– ¿Lo crees, Pedro? Yo te aseguro que la hora de la prueba todavía está por venir. Simón de Jonás, mira que Satanás ha pedido permiso para cribaros como el trigo. He rogado por ti, para que tu Fe no vacile. Y cuando vuelvas en ti, confirma a tus hermanos.
– Sé que soy un pecador. Pero te seré fiel hasta la muerte. Este pecado nunca lo he cometido, ni lo cometeré.
– No seas soberbio Pedro mío. Esta hora cambiará infinitas cosas. ¡Oh, cuántas!… Os dije antes: no temáis. Ningún mal os pasará, porque los ángeles del Señor están con nosotros. No os preocupéis de nada. Yo os he enseñado amor y confianza. Pero ahora… Ya no son aquellos tiempos. Ahora os pregunto: ¿Os ha faltado alguna vez algo? ¿Fuisteis ofendidos alguna vez?
– Nada, maestro. El que fue ofendido fuiste Tú.
– Ved pues que mi Palabra fue verídica. Ahora el señor ha dado órdenes a sus ángeles, para que se retiren. Es la hora de los demonios. Los ángeles del señor, con sus alas de oro, se cubren los ojos. Se los envuelven y sienten que no pueden expresar su dolor, porque es de luto. De un luto cruel y sacrílego…
Estamos solos… Yo y vosotros. Los demonios son los dueños de la Hora. Por esto ahora tomaremos la apariencia y el modo de pensar de los pobres hombres, que desconfían y no aman. Ahora quién tiene una bolsa, tome también una alforja. Quién no tiene espada, venda su manto y compre una. Porque también esto que la escritura dice de Mí, se debe cumplir: ‘Fue contado como uno de los malhechores.’ En verdad que todo lo que se refiere a Mí, tiene su realización…
Esta noche todos traen sus mejores vestidos y lucen los puñales damasquinados y pequeños, en los preciosos cintos.
Simón Zelote se levanta para ir al cofre donde colocó su rico manto y toma dos espadas largas, ligeramente curvas.
Y se las lleva a Jesús diciendo:
– Pedro y yo nos hemos armado esta noche. Tenemos éstas.
Los demás traen solo el puñal corto.
Jesús toma las dos espadas. Las observa.
Desenvaina una y prueba el filo sobre una uña. Es muy raro e impresionante, ver la feroz arma en las manos de Jesús.
Mientras Jesús la contempla sin decir nada…
Judas pregunta como gato sobre ascuas:
– ¿Quién os la dio?
Simón replica:
– ¿Quién? Recuerda que mi padre fue noble y rico.
Judas insiste:
– Pero Pedro…
– ¡Y bien!… ¿Desde cuando debo dar cuenta de los regalos que hago a mis amigos?
Jesús mete la espada en la vaina y la devuelve a Zelote.
Levanta la cabeza y dice:
– Bueno. ¡Basta! Hiciste bien en traerlas. Pero ahora, antes de que bebamos la tercera copa, esperad un momento. Os dije que el que es el más grande, es igual al más pequeño. Y que Yo ahora parezco vuestro criado. Y os serviré. Hasta ahora os he distribuido la comida. Cosa necesaria y servicio para el cuerpo. Ahora os quiero dar un alimento para el espíritu. No es un plato del rito antiguo. Es del nuevo. Yo me bauticé primero, antes de ser el Maestro. Para esparcir la Palabra, basta ese bautismo. Ahora será esparcida la Sangre. Es necesario que os lavéis otra vez, aún cuando hayáis sido purificados por el Bautista, en su tiempo y también hoy en el Templo.
Pero no basta. Venid a que os purifique. Suspended la comida. Hay algo que es mucho más alto y necesario que el alimento con el que se llena el vientre, aún cuando sea un alimento santo como es del Rito Pascual. Es un espíritu puro, pronto a recibir el Don del Cielo, que baja ya para hacerse un trono en vosotros y daros la Vida. Dar la vida a quién está limpio.
Jesús se pone de pie. Y va hacia el arquibanco. Se quita el vestido púrpura. Lo dobla y se pone el manto, que ya había doblado antes. Se ciñe la cintura con una larga toalla. Después va a donde hay otra aljofaina, que está vacía y limpia. Echa agua. La lleva al centro de la habitación, cerca de la mesa. La pone sobre un banco.
Los apóstoles lo miran estupefactos…
Jesús interroga:
– ¿No me preguntáis porqué hago esto?
Pedro responde:
– No lo sabemos. Sólo te digo que ya estamos purificados.
Jesús responde:
– Y Yo te repito que no importa. Mi purificación servirá para que el que ya esté puro, lo esté más.
Se arrodilla. Desata las sandalias a Judas de Keriot. Y le lava los dos pies. Es fácil hacerlo, porque los lechos-asiento están colocados de tal manera, que los pies dan hacia la parte exterior.
Judas está desconcertado, pero no replica.
Sólo cuando Jesús antes de ponerle la sandalia en el pie izquierdo y levantarse, trata de besarle en el pie derecho que ya está calzado; Judas retrae violentamente su pie y pega con la suela en la boca divina… Lo hizo sin querer. No fue fuerte el golpe. Pero ha causado mucho dolor.
Jesús sonríe al apóstol que está muy turbado…
Judas le pregunta:
– ¿Te hice daño? No era mi intención. Perdóname…
Jesús contesta:
– No amigo. Lo hiciste sin malicia… Y no hace mal.
Judas lo mira lleno de consternación, con una mirada que huye de todo…
Jesús sigue…
Lava a Tomás y luego a Felipe. Da la vuelta a la mesa y se acerca a su primo Santiago. Le lava los pies y al levantarse, lo besa en la frente. Llega con Andrés, que está rojo de vergüenza y se esfuerza en no llorar. Le lava los pies y lo acaricia como si fuera un niño.
Luego es el turno de Santiago de Zebedeo, que solo dice en voz baja:
– ¡Oh, Maestro! ¡Maestro! ¡Maestro! ¡Te has rebajado, sublime Maestro mío!
Juan se ha aflojado ya las sandalias y mientras Jesús está inclinado, secándole los pies, se inclina también y le besa los cabellos.
¡Pero Pedro!… No es fácil persuadirlo de que debe sujetarse a este nuevo rito.
Pedro exclama:
– Tú, ¿Lavarme los pies a Mí? ¡Ni te lo imagines! Mientras esté vivo, no te lo permitiré. Soy un gusano y Tú Eres Dios. Cada quién debe estar en su lugar.
Jesús replica:
– Lo que hago no puedes comprenderlo por ahora. Algún día lo comprenderás. Déjame lavarte.
– Todo lo que quieras, Maestro. ¿Quieres cortarme el cuello? Hazlo. Pero lavarme los pies… No lo harás.
– ¡Oh, Simón mío! ¿No sabes que si no te lavo, no tendrás parte en mi Reino? ¡Simón, Simón! ¡Tienes necesidad de esta agua para tu alma y para el largo camino que tendrás que recorrer!… ¿No quieres venir conmigo? Si no te lavo, ¡No vienes conmigo a mi Reino!
– ¡Oh, Señor mío Bendito! ¡Entonces lávame todo! ¡Pies, manos y cabeza!
– Quién se ha limpiado como vosotros no tiene necesidad de lavarse sino los pies. Porque está limpio… El hombre con los pies camina entre lo sucio. Los pies del hombre que tiene un corazón impuro, van a las crápulas. A la lujuria. A los tratos ilícitos. Al crimen… Por eso, entre los miembros del cuerpo; son los que tienen más necesidad de purificarse…
¡Oh, hombre que fuiste una creatura perfecta el primer día! ¡Y luego te has dejado corromper en tal forma del Seductor! ¡En ti no había malicia, ni pecado!… ¿Y ahora? ¡Eres todo Malicia y Pecado! Y no hay parte en ti, que no peque.
Jesús lava los pies a Pedro. Y se los besa.
El apóstol llora y toma con sus grandes manos, las dos de Jesús. Se las pasa por los ojos y luego se las besa.
También Simón se quita las sandalias y sin decir nada, se deja lavar.
Pero cuando Jesús está por acercarse a Bartolomé, Simón se arrodilla y le besa los pies diciendo:
– Límpiame de la lepra del Pecado; así como me limpiaste de la del cuerpo. Para que no me vea confundido en la hora del Juicio, Salvador mío.
Jesús le dice:
– No tengas miedo, Simón. Llegarás a la ciudad celestial, blanco como la nieve.
Nathanael pregunta:
– ¿Y yo Señor? ¿Qué dices del viejo Bartolomé? Tú me viste bajo la sombra de la higuera y leíste en mi corazón.
– Tú tampoco temas. En aquella ocasión dije: ‘He ahí a un verdadero israelita, en quien no hay engaño.’ Ahora afirmo: ‘He aquí a un verdadero discípulo mío. Digno de Mí, el Mesías’ Y te veo sobre un trono eterno, vestido de púrpura. Siempre estaré contigo.
El turno es de Judas Tadeo…
Cuando ve a Jesús a sus pies, no puede contenerse. Inclina su cabeza sobre la mesa, apoyándola sobre el brazo y llora…
Jesús le dice:
– No llores, hermano. Te pareces al que deben arrancar un nervio y cree no poder soportarlo. Pero el dolor será breve. Y luego… ¡Oh! ¡Serás feliz! Porque me amas. Te llamas Judas. Eres como nuestro gran Judas. ¡Como un gigante! Eres el que protege. Tus hechos son como de león y como de cachorro de león, que ruge.
Tú desanidarás a los impíos que ante ti retrocederán. Y los inicuos se llenarán de terror. Lo sé. Sé fuerte. Una unión eterna estrechará y hará perfecto nuestro parentesco, en el Cielo. –y lo besa también en la frente, como a su otro primo.
Jesús sigue adelante con los que le faltan…
Mateo protesta:
– Yo soy un pecador, Maestro. No a mí.
Jesús contesta con dulzura:
– Tú fuiste pecador, Mateo. Ahora eres apóstol. Eres una ‘voz’ mía. Te bendigo. Estos pies han caminado siempre para seguir adelante, para llegar a Dios… El alma los espoleaba y ellos han abandonado todo camino que no fuese el mío. Continúa. ¿Sabes dónde termina el sendero? En el seno de mi Padre y tuyo.
Jesús ha terminado. Se quita la toalla. Se lava las manos en agua limpia. Se vuelve a poner su vestido púrpura. Regresa a su lugar y mientras se sienta…
Jesús dice:
– Ahora estáis puros. Pero no todos. Sólo los que han tenido voluntad de estarlo.
Mira detenidamente a Judas de Keriot, que aparenta no oír.
Judas Finge estar ocupado explicando a Mateo, porqué su padre decidió mandarlo a Jerusalén. Una charla inútil que tiene por objeto dar a Judas, cierto aire de importancia. Aunque es audaz, no debe sentirse muy bien…
Jesús escancía vino por tercera vez, en la copa común. Bebe y ofrece a los demás, para que beban. Luego entona un cántico al que todos se unen. (Salmos 114-115-116-117)
– Amo porque oye el Señor, la voz de mis súplicas. Porque inclinó a Mí sus oídos. Lo invocaré toda mi vida. Me sorprendieron los lazos de la muerte. (Una pausa brevísima) Luego sigue cantando: tuve confianza por eso hablo. Pero me había encontrado en gran humillación. Habíame dicho en mi abatimiento: ‘Todos los hombres son engañosos’ -Mira fijamente a Judas. La voz cansada; toma aliento cuando exclama: ‘Es preciosa a los ojos de Dios, la muerte de los santos.’ y ‘Tú has roto mis cadenas.’… Y el cántico sigue…
Judas de Keriot canta tan desentonado, que dos veces Tomás le obliga a tomar el tono, con su fuerte voz de barítono. Y lo mira fijamente…
Los demás, también lo miran sorprendidos; porque generalmente entona bien y también se gloría de su voz, así como de sus otras dotes. ¡Pero esta noche! Ciertas frases lo turban y se detiene. Lo mismo que ciertas miradas de Jesús…
Cuando pone énfasis en determinadas frases como: “Es mejor confiar en el Señor que en el Hombre” y “No moriré, sino que viviré y contaré las obras del Señor”
Las dos siguientes parecen estrangular la garganta del Traidor: “La Piedra que los albañiles desecharon ha sido convertida en piedra angular.” Y “Bendito el que viene en el Nombre del Señor”
Terminado el salmo, mientras Jesús corta el cordero y lo reparte.
Mateo pregunta a Judas de Keriot:
– ¿Te sientes mal?
Judas replica áspero:
– No. Déjame en paz. No te metas conmigo.
Mateo se encoge de hombros.
Juan, que oyó lo que Mateo preguntó dice:
– Tampoco el Maestro está bien. -Y volviéndose hacia su amado Maestro, pregunta- ¿Qué te pasa, Jesús? Estás ronco. Como si estuvieras enfermo o hubieras llorado mucho.
Y le extiende los brazos y reclina la cabeza sobre su pecho.
Judas dice nervioso:
– No he hecho más que caminar y hablar. Estoy resfriado.
Jesús se dirige a Juan:
– Tú ya me conoces… Y sabes que es lo que me cansa.
Jesús come muy poco y bebe mucha agua. Está haciendo un esfuerzo supremo, para soportar cerca de Sí al Traidor. Tratándolo como a un amigo para que los demás no se den cuenta y evitar así un crimen. ¡El Cielo está cerrado y sólo Dios sabe, cuánto necesita el Hijo del Padre, en esta noche del Jueves! Para el dominio de sí Mismo y el tolerar la Ofensa, que es la manifestación más sublime de la caridad. Y esto solo lo pueden conseguir, los que quieren que para su vida no haya otra ley, más que la Caridad.
Su alma agoniza por el doble esfuerzo al tratar de vencer los dos más grandes dolores que puede un hombre soportar: la despedida de una Madre sin igual y la proximidad del amigo infiel. Dos heridas que taladran su corazón. Una con su llanto. Y otra con su Odio.
Tan solo estas heridas son suficientes para hacerle agonizar. Pero Él tiene que expiar. Es la Víctima. El Cordero. Éste, antes de ser inmolado; sabe lo que duele la marca del hierro candente; los golpes; el trasquilo. Ser vendido al matancero, para sentir finalmente el frío del hierro que le corta la garganta.
Debe dejar primero todo: su pastizal. Su madre que lo crió, que lo alimentó, le dio calor. Sus compañeros con quienes convivió. Todo esto lo conoció Jesús, el Cordero de Dios; para quitar el Pecado del Mundo.
Mira a Judas de Keriot que conversa animadamente con Tomás. Le observa… Se ve tan joven; tan elegante con su vestido amarillo y su faja roja. Inclina pensativo la cabeza… ¡Qué difícil es conocer lo que hay en su corazón y tener que amarlo así!
Consiguió tener la bolsa, para poder acercarse a las mujeres; las dos cosas que ama desenfrenadamente además de la tercera, que es la más importante: los puestos humanos junto con los honores del mundo…
HERMANO EN CRISTO JESUS: