203.- EL DRAMA INAUDITO
Ya ha comenzado la agonía. Jesús tiene que vencer la tentación de no amar…
Durante treinta y tres años ha vivido en la Caridad y no se puede llegar a una perfección como la que es necesaria para perdonar y tolerar nuestro ofensor, si no se tiene el hábito de la Caridad. Él lo posee y tiene que vencer…
En este drama inaudito que el demonio ha formado: Judas.
Judas tiene a Lucifer y Jesús lo tiene cerca. Judas en su corazón. Jesús frente a Él. Son los dos personajes principales en esta tragedia insólita.
Y Satanás se ocupa personalmente de ambos.
Después de haber empujado a Judas hasta el punto en que no hay retroceso, se ha vuelto contra Jesús. Y con Judas como instrumento, se burla de Él.
El cordero se ha terminado.
Jesús que ha comido muy poco, en lugar del poquísimo vino que se sirvió, ha bebido mucha agua. Es como si tuviera fiebre.
Vuelve a tomar la palabra:
– Quiero que entendáis lo que acabo de hacer. Os dije que el primero es como el último y que os daré un alimento que no es corporal. Os di un alimento de humildad que es para vuestro espíritu. Vosotros me llamáis Señor y Maestro. Y decís bien porque lo Soy. Si Yo os he lavado los pies, también vosotros debéis hacerlo, el uno con el otro. Ejemplo os he dado, para que cómo Yo he obrado. Obréis. En verdad os digo: el siervo no es superior al patrón. Ni el enviado, al que envió.
Tratad de comprender estas cosas. Si las comprendéis y las ponéis en práctica, seréis bienaventurados. Cosa que no todos lograréis. Os conozco. Conozco a quién he escogido. No me refiero a todos. Digo lo que es verdad. Por otra parte debe cumplirse lo que está escrito respecto a Mí: “El que come conmigo el pan, levantó su calcañal contra Mí.”
Os digo todo antes de que suceda, para que no vayáis a dudar de Mí. Cuando todo se haya cumplido, creeréis con mayor firmeza, que Yo Soy. Quién me acoge, acoge a quién me ha enviado: al Padre Santo que está en los Cielos. Y quién recibe a los que Yo envíe, me recibirá a Mí Mismo. Porque Yo estoy con el Padre y vosotros conmigo… Ahora terminemos el rito.
Jesús vacía nuevamente vino en el cáliz común. Y antes de beber de él y de darlo a los demás, se pone de pie. Todos lo imitan y repiten de nuevo el Salmo 115 y luego el largo 118, cantando un trozo todos juntos y enseguida se turnan alternadamente, hasta terminarlo.
Jesús se sienta y dice:
– Ahora que hemos cumplido con el rito antiguo, voy a celebrar el nuevo rito. Os prometí un milagro de Amor y ha llegado la hora de hacerlo. Por esto he deseado tanto esta Pascua. De hoy en adelante, esta es la Hostia que será inmolada como un rito eterno de amor.
Os he amado durante toda mi vida terrenal, amigos míos. Os he amado desde la eternidad, hijos míos. Y quiero amaros hasta el fin. No hay cosa mayor que ésta. Recordadlo.
Me voy, pero quedaremos siempre unidos mediante el Milagro que voy a realizar.
Jesús toma un pan entero. Lo pone sobre la copa llena de vino. Bendice y ofrece ambos. Luego parte el pan en trece pedazos y da uno a cada apóstol…
Diciendo:
– Tomad y comed. Esto es mi Cuerpo. Haced esto en recuerdo de Mí, que me voy.
Toma el cáliz, lo da y dice:
– Tomad y bebed, esta es mi Sangre. Esto es el cáliz del Nuevo Pacto, sellado con mi Sangre y por mi Sangre, que será derramada por vosotros para que se os perdonen vuestros pecados y para daros la Vida.
Haced esto en recuerdo mío.
Jesús está tristísimo. En su rostro no se dibuja la sonrisa que lo caracteriza. Ha perdido el color. Parece un agonizante.
Los apóstoles lo miran afligidos.
Jesús pone de pie diciendo:
– No os mováis. Regreso pronto.
Toma el décimo tercer pedazo de pan, toma el cáliz y sale del Cenáculo.
Juan dice en voz baja:
– Va a donde está su Madre.
Judas Tadeo suspira:
– ¡Pobre mujer!
Pedro pregunta quedito:
– ¿Crees que estará enterada?
Santiago de Alfeo confirma:
– De todo lo está. Siempre lo ha sabido.
Todos hablan en voz baja, como si estuvieran en un funeral.
Tomás se niega a creerlo y pregunta:
– ¿Pero estáis seguros de que así es?…
Santiago de Zebedeo le responde:
– ¿Todavía dudas de ello? Es su Hora.
Zelote dice:
– Que Dios nos dé fuerza para serle fieles.
Y Pedro:
– ¡Oh! ¡Yo…!
Es interrumpido por Juan, que está alerta y dice:
– Psss. Regresa.
Jesús vuelve a entrar. Trae en la mano la copa vacía. En el fondo se ve apenas un rastro de vino, que bajo la luz del candil, en realidad parece sangre.
Judas de Keriot, que tiene delante de sí la copa que Jesús puso sobre la mesa. La mira como fascinado…
Y luego aparta la vista, como si no la soportara.
¡A lo que puede llegar el Amor de un Dios que se hace alimento de los hombres!
Jesús, Verdadero Dios como Hijo del Altísimo, ha obedecido la Ley según el rito de Moisés. Al vivir en la tierra y ser un hombre entre los hombres, cumple su obligación para con Dios, obedeciendo su Ley, igual que todos los demás.
Jesús tiene literalmente, su corazón destrozado por el esfuerzo para dominarse a Sí Mismo y Tolerar la Ofensa Suprema… Sabiendo lo que HAY en Judas. Lo que ES Judas. Lo que ESTÁ haciendo Judas…
Lo sigue tratando con amor. Se ha humillado ante él. Ha compartido la copa ritual, poniendo sus labios donde él ha puesto los suyos. Y ha tenido que hacer que María haga lo mismo… ¡Y se ha dado también a él!…
El Sacramento realiza lo que es, cuanto más digno se es de recibirlo.
El que ama trata de hacer feliz al Amado.
Juan que lo ama totalmente y que es puro y bueno, alcanzó del Sacramento la mayor transformación. Y desde ese momento comenzó a ser el águila que llega a lo alto del Cielo y fija su mirada en el Sol Eterno.
Pero, ¡Ay de aquel que recibe el Sacramento sin haberse hecho digno! Que ha aumentado su iniquidad con culpas mortales… Porque entonces el Sacramento se convierte, no en semilla de preservación y Vida; sino en muerte para el espíritu y corrupción para la carne.
La muerte del profanador del Sacramento es siempre la de un desesperado y por esto no conoce el tranquilo tránsito del que está en Gracia. Ni el heroico de la víctima que pese a los sufrimientos, mantiene sus ojos fijos en el Cielo y su alma en la serenidad de la paz.
La muerte del desesperado es presa de contorsiones y miedo. Es una convulsión horrible del alma, de la que se apoderó Satanás y la ahoga para arrancarla de la carne, matándola con su nauseabundo aliento.
Y en espantosa caída, siente que se le arroja a la Muerte Eterna. Y en un instante aterrador; se da cuenta de lo que quiso perder y que ya no puede recuperar…
Jesús mira a Judas y se estremece.
Juan, que está apoyado en su pecho, lo siente y le dice:
– ¡Dilo! Tiemblas…
Jesús contesta:
– No. No tiemblo porque tenga fiebre… Os he dicho todo. Y todo os he dado. No podía hacer más. Me he dado Yo Mismo…
El Nuevo Rito se ha realizado. Haced esto en memoria mía. Os lavé los pies para enseñaros a ser humildes y puros como lo es vuestro Maestro. Porque en verdad os digo que los discípulos deben ser como el Maestro. También cuando estéis en alto, recordadlo.
El discípulo no es más que el Maestro. Sed puros para que seáis dignos de comer del Pan Vivo que ha descendido del Cielo, para que tengáis en vosotros y por Él, la fuerza para ser mis discípulos, en un mundo enemigo que os odiará por causa de mi Nombre.
Uno de vosotros no está puro. Uno de vosotros, el que me traicionará. Por eso estoy profundamente conturbado dentro de mi corazón. La mano del que me traicionará está en esta mesa… Ni mi Amor, ni mi Cuerpo, ni mi Sangre, ni mi Palabra, le han hecho cambiar su determinación, ni que se arrepienta…
Lo perdonaría aún, muriendo por él.
Los discípulos lo miran aterrorizados. Se miran. Sospechan el uno del otro.
Pedro mira fijamente a Iscariote. Mostrando abiertamente sus sospechas.
Judas Tadeo se pone de pie violentamente, para mirar a Judas de Keriot por encima de Mateo.
Pero Iscariote no da muestras de intranquilidad. Mira a su vez fijamente a Mateo, como si sospechase de él y luego a Jesús. Con habilidad quiere mostrar que está seguro de sí. Y con su audacia característica, para que la conversación no se interrumpa, en apariencia impasible y con una sonrisa cordial…
Judas le pregunta:
– ¿Soy yo acaso?
Jesús responde:
– Tú lo has dicho, Judas de Simón, no Yo. Tú lo estás diciendo. No dije tu nombre. ¿Por qué te acusas? Interroga a tu consejero interno. A tu conciencia. A la que Dios Padre te ha dado para que te comportaras como un hombre. Y si te acusa, lo sabrás antes que todos. Pero si te tranquiliza. ¿Por qué dices una palabra y piensas en algo que es aún anatema decirlo o pensar por broma?
Jesús habla calmadamente. Parece un Maestro que explicara a sus discípulos una tesis. La confusión es grande; pero la tranquilidad de Jesús la apacigua.
Tadeo, que sospecha de Iscariote; se calma al ver su fría y descarada desenvoltura.
Pedro, que es el que más sospecha; jala de la manga a Juan y le dice en voz baja:
– Pregúntale quién es.
Juan se recarga sobre Jesús y levanta la cabeza como si fuera a darle un beso…
Y en voz bajísima le dice:
– Maestro, ¿Quién es?
Jesús, hace como si le besara el cabello y muy quedito le responde:
– Aquel a quién daré un pedazo de pan mojado.
Jesús toma un pedazo de pan. No del que sirvió para la Eucaristía, sino de otro entero. Lo moja en la salsa de cordero que hay en la salsera, extiende su brazo y…
Jesús dice a Judas:
– Bien. Ahora que he logrado contentarte, vete. Todo está terminado aquí. Lo que te falta hacer en otro lugar, hazlo pronto, Judas de Simón.
Iscariote responde:
– Obedezco inmediatamente, Maestro. Después me reuniré contigo en Getsemaní. Vas a ir a allá, ¿O no? ¿Como de costumbre?
– Voy a ir allá… Como de costumbre… De veras.
Pedro pregunta:
– ¿Qué va a hacer? ¿Va solo?
– No soy un niño. –se mofa Judas al ponerse el manto.
Jesús responde:
– Déjalo que se vaya. Yo y él sabemos lo que tiene que hacerse.
– Sí, Maestro. –Pedro no replica más.
Y se lleva la mano a la frente, apenado por haber faltado a la caridad al sospechar de un compañero.
Jesús estrecha hacia Sí a Juan y sobre su cabeza le dice en voz baja:
– Por ahora no le digas nada a Pedro. Inútilmente se provocaría un escándalo.
Iscariote se despide:
– Hasta pronto, Maestro. Hasta pronto, amigos.
Jesús responde:
– Hasta pronto.
Pedro dice con tono de disculpa:
– Te devuelvo el saludo, muchacho.
Juan, con la cabeza inclinada sobre las rodillas de Jesús, murmura:
– ¡Satanás!
Jesús es el único que lo oye y suspira profundamente.
Siguen unos minutos de absoluto silencio.
HERMANO EN CRISTO JESUS: