211.- LA MIRADA DEL PERDÓN
Jesús se queda solo y empieza el Camino de Dolor a través de la vereda pedregosa, que de la plazoleta donde ha sido capturado, lleva al Cedrón y luego a la ciudad.
La burla y la crueldad empiezan al punto. Lo han atado de las muñecas y en la cintura, como si fuera un hombre peligroso…
Hombres llenos de odio, tienen en sus manos las puntas de las cuerdas y lo tiran de un lado para otro, como si fuera una piltrafa.
Para causar mayor dolor, lo han atado con dos cuerdas contrarias. Una tira de las muñecas raspándolas y lacerándolas. Y la otra aprieta los codos contra el tórax junto con el abdomen, molestándolo en el hígado y los riñones con un grueso nudo. Le azotan con las puntas de las cuerdas, que terminan en un grueso nudo y…
Gritan:
– ¡Arre! ¡Adelante, borrico!
A sus palabras agregan puntapiés detrás de las rodillas, haciéndolo trastabillar…
Y aunque no cae al suelo, si se golpea contra los troncos y contra las paredes de un puente en el Cedrón. Luego le dan un jalón tan violento, que se golpea en la boca contra un borde y comienza a sangrar…
Jesús levanta sus manos amarradas para limpiarse la sangre que le corre por la barba, pero no dice nada. Es en verdad el Cordero, que no se opone a quién lo atormenta…
Se empieza a juntar la gente que toma piedras y guijarros en el arenal y se los arrojan a la cabeza y a la espalda que no solo lo hieren a Él, sino también a sus captores. Pero éstos no se dejan… Y pronto Jesús queda bajo una lluvia de piedras y palos de ambos bandos, que más bien le pegan a Él.
Pasan el puente y toman por una callejuela. El Odio va aumentando… Y el objetivo es la elevada estatura de Jesús. Es fácil herirlo. Jalarle los cabellos. Obligarle a doblar la cabeza, sobre la que arrojan inmundicias… Y al darle en la cara, le llega a los ojos y la boca, causándole náuseas y dolor.
Entran en el suburbio de Ofel donde sus habitantes, tanto bien recibieron de Él.
La gente llama a los que están durmiendo para que se asomen.
Las mujeres aterrorizadas; gritan de dolor y huyen al ver lo que sucede.
Los hombres… Los mismos que recibieron de Él milagros, ayuda y consuelo… Fingen indiferencia o se unen a la turba; al odio, a las carcajadas, a las amenazas, mostrando su crueldad.
Es indudable que Satanás está obrando…
A un hombre casado que quiere seguir a la gente, su mujer le sale al encuentro gritándole:
– ¡Cobarde! ¡Si vives es por Él! No lo olvides, ¡Tú; montón de podredumbre! -el marido, con un fuerte golpe la hace a un lado. Ella cae al suelo. Mientras él corre a juntarse con los que golpean a Jesús y le lanza una piedra a la cabeza.
Una mujer ya entrada en años, quiere impedir con todas sus fuerzas que su hijo vaya tras ellos, con la ira de hiena en el corazón y con el palo en las manos.
Ella le grita:
– ¡Asesino! ¡Él te salvó! ¡Si no fuera por Él, no vivirías!
Su hijo le da un puntapié en la ingle.
Ella cae gritando:
– ¡Deicida y matricida! ¡Sé maldito, por el seno que rompes otra vez y por el Mesías a quien hieres!
Cuanto más se acercan a la Ciudad, tanto más aumenta la violencia…
Antes de llegar a las murallas; Pedro y Juan, que se adelantaron a la multitud que camina despacio… Se refugiaron en la oscuridad de un zaguán y están cubiertos con los mantos.
Cuando llega Jesús; Juan se quita el manto y deja ver su juvenil cara, pálida y angustiada a la luz de la luna.
Pedro no se atreve a hacer lo mismo, pero se acerca…
Jesús los mira… Y una sonrisa de Bondad Infinita aparece en su rostro.
Pedro toma conciencia de todo… Y regresa a su rincón.
Juan; valerosamente se queda donde está. Y solo cuando la turba lo ha pasado, se acerca a Pedro, lo toma por el codo y lo lleva detrás de la alborotada multitud.
Las puertas se han abierto y los soldados romanos con las armas en la mano, miran atentamente, dónde y como se desenvuelve el tumulto. Prontos a intervenir, si la gloria de Roma lo requiere…
Se oyen gritos de estupor, burla y compasión de los soldados romanos. Algunos están enojados, porque los hicieron levantarse por causa de ese ‘estúpido’. Otros se burlan de los judíos, que han sido capaces de aprehender a una mujercilla. Otros tienen compasión de la Víctima, porque siempre ha sido bueno.
Y hay quién dice:
– Más me gustaría que me mataran, que verlo en esas manos.
– Él vale mucho.
– Dos cosas amo en el mundo: A Él y a Roma…
Los oficiales exclaman:
– ¡Por Júpiter! Yo no quiero ningún problema.
– ¡Estos hebreos apestan!
– Son unas sierpes.
– Voy a avisar…
Jesús continúa caminando por la calle que forma una especie de arco, al subir al Templo.
En una vuelta se encuentra frente a frente con Judas de Keriot…
Éste lo mira espantado…
Ve sus vestidos manchados por el sudor de sangre… Jesús tiene dos o tres moretones en las manos y en el rostro, causados por las pedradas y los bastonazos. Y sobre la frente, una línea de sangre desciende de una herida producida, por una pedrada. La boca tiene los labios ligeramente hinchados. Pero todavía es tan bello y majestuoso… ¡Es Dios!
Jesús lo mira con infinita compasión…
Es una mirada dulce. Llena de amor y de un Perdón total…
Una mirada que el Traidor no puede soportar… Y baja la cabeza.
Sus captores lo jalan violentamente…
Y cuando Judas levanta la vista, los ve que lo llevan hacia la Casa de Annás, que está entre ese laberinto que es el Templo y que ocupa toda la colina Sión. La casa está en las extremidades, cerca de una cadena de muros que colindan con la ciudad. Llegan hasta un portón de hierro. Tocan y cuando abren, entran con Jesús.
Juan, que es conocido por los siervos de Annás, lo dejan pasar y el atribulado jovencito sigue a su Maestro…
Atraviesan el vestíbulo, el corredor, el patio. Otro portal, otro patio. Una enorme galería, hasta llegar a una rica sala, donde espera un hombre anciano vestido de sacerdote.
El oficial lo saluda:
– Que Dios te de sus consuelos, Annás. Aquí tienes al culpable. Lo entrego a tu santidad, para que Israel se vea limpio de toda culpa.
Annás le contesta:
– Que Dios te bendiga por tu astucia y fidelidad.
¡Vaya cordura! Hubiera bastado con que Jesús hablase como lo hizo cuando lo capturaron, para que los derribara como en el Getsemaní. Pero no. El Cordero de Dios es manso y humilde. Y se mantiene sereno y callado.
Annás, el sacerdote le pregunta:
– ¿Quién eres?
Jesús contesta:
– Jesús de Nazareth, el Rabí. El Mesías. Tú me conoces. No he hecho nada en la oscuridad.
– En la oscuridad no, pero has hecho que la gente se extravíe con enseñanzas tenebrosas. El Templo tiene derecho y obligación de vigilar por el alma de los hijos de Abraham.
– ¡Las almas! Sacerdote de Israel, ¿Puedes afirmar que has sufrido por el alma del más pequeño o del más grande, de este pueblo?
– ¡¿Y acaso Tú sí?! ¿Qué has hecho que pueda llamarse sufrimiento?
– ¿Que qué he hecho? ¿Por qué me lo preguntas? Todo Israel lo sabe. Tanto las piedras de la ciudad santa, como las del más pobre rancho lo publican. He dado vista a los ciegos: tanto para sus ojos, como para su corazón. He abierto los oídos de los sordos: para que oyesen la voz de los humanos y la Voz del Cielo.
He hecho que caminen los lisiados, los paralíticos: para que dejando la carne; emprendan el camino que lleva a Dios y luego continuasen con el espíritu. He limpiado a los leprosos, de la lepra que señala la Ley Mosaica y la de la que Dios aparta su Rostro: el Pecado. He resucitado muertos. No afirmo que sea una gran cosa, llamar a alguien a la vida; pero sí lo es redimir a un pecador. Cosa que he hecho.
He socorrido a los pobres, enseñando a los ambiciosos y ricos israelitas, el precepto santo del amor al prójimo. Y he permanecido pobre; pese al río de oro que pasó por mis manos. He secado más lágrimas que todos vosotros, dueños de riquezas.
He repartido una riqueza que no tiene nombre: el Conocimiento de la ley de Dios. La seguridad de que todos somos iguales. Y que a los ojos del Padre vale tanto el llanto como el delito del que lo hiciere: ya sea el Tetrarca o el Pontífice, el mendigo y el leproso que mueren en el camino. Esto he hecho y no otra cosa.
– ¿No comprendes que tú mismo te acusas? Has dicho: ‘Y la lepra de la que Dios aparta su Rostro y que no está señalada en el Libro de Moisés.’ Insultas a éste e insinúas que hay lagunas en su Ley…
– No. La Ley no es de Moisés, sino de Dios. Yo afirmo que más que la lepra que cubre la carne y que algún día termina; es mayor la culpa que es desgracia del alma y para siempre…
– Has tenido el atrevimiento de afirmar que perdonas los pecados. ¿Cómo puedes hacerlo?
– Si con un poco de agua lustral y con sacrificar un carnero es lícito y todos creen que es posible anular una culpa, expiarla y verse limpio. ¿Qué no podrá lograr mi llanto, mi Sangre y mi Voluntad?
– Tú no has muerto todavía. ¿Dónde está esa Sangre?
– Todavía no he muerto. Pero lo estaré. Porque escrito está. Antes de que Sión existiese. Antes de Moisés, antes de Jacob, de Abraham; desde que el rey del Mal mordió el corazón del hombre y lo envenenó. Y con él, el de sus hijos. Está escrito en la tierra. En los libros donde resuena en la voz de los profetas. Está escrito en los corazones. En el tuyo, en el de Caifás; en el de los sinedristas que no me perdonan. ¡No! ¡Tales corazones no pueden perdonarme que haya sido Yo Bueno! He absuelto anticipándome a mi Sangre. Ahora realizo la absolución, con la purificación que Ella proporciona…
– Nos has llamado ambiciosos e ignorantes del Precepto del Amor…
– ¿Y acaso no es verdad? ¿Por qué razón me queréis matar? Porque tenéis miedo de que os quite el trono. ¡No tengáis miedo de ello! Mi Reino no es de este mundo. Os permito que sigáis siendo los dueños del poder. El eterno sabrá decir un ‘Basta’ que os hará caer fulminados…
– ¿Cómo Doras, acaso?
– El murió por la ira que tenía, no por un rayo del Cielo. Dios lo esperaba al otro lado, para fulminarlo.
– ¿Y me lo estás repitiendo? ¿A mí que soy pariente suyo? ¿A esto te atreves?
– Yo Soy la Verdad. Yla Verdad nunca es cobarde.
– Eres un soberbio y un loco.
– No soy sincero. Me acusas de haberos ofendido. ¿Pero acaso no os odiáis mutuamente? Ahora el odio que me tenéis os une. Pero mañana, cuando me hayáis matado, volveréis a odiaros mutuamente y con mayor fiereza. Y viviréis con esta hiena sobre la espalda y con esta serpiente en el corazón. Yo he enseñado el amor por compasión al Mundo. He enseñado a no ser ambiciosos. A tener misericordia. ¿De qué me acusas?
– De haber introducido una Doctrina nueva.
– ¡Oh, sacerdote de Israel! En Israel pululan las nuevas doctrinas. Los Esenios tienen la suya; como los Sadoquitas, los Fariseos. Cada uno tiene su doctrina secreta. Para uno se llama placer. Para otro, oro. Para el de más allá, poder. Cada quién tiene su ídolo. No así Yo. He vuelto a tomar la Ley de mi Padre, pisoteada. La Ley del Dios Eterno y he repetido sencillamente los Diez Mandamientos; gastando todas mis fuerzas, para que entrasen en los corazones que ya no los conocían más.
Annás se raga las vestiduras y exclama:
– ¡Horror! ¡Blasfemia! ¡¿A mí que soy sacerdote, me dices esto?! ¿No tiene Israel un Templo? ¿Acaso somos como los desterrados de Babilonia? ¡Responde!
– Lo sois y peor todavía. Hay un Templo, es verdad. Un edificio. Pero Dios no está ya en él. Ha huido ante la Abominación que ha visto en su Casa. Pero, ¿Para que me preguntas tanto, si mi muerte ya ha sido decidida?
– No somos asesinos. Castigamos con la muerte, después de haber probado si la culpa lo merece. Quiero salvarte. Respóndeme a esto y te salvaré. ¿Dónde están tus discípulos? Si me los entregas te dejo en libertad. Dime sus nombres.
Los de todos y especialmente los de los más ocultos. –y agrega con ansiedad mal disimulada- Dime. ¿Nicodemo es discípulo tuyo? ¿José también? ¿Y Gamaliel? ¿Y Eleazar? Y… Pero de esto lo sé… No es necesario. Habla. Ten en cuenta que te puedo condenar o salvar. Soy poderoso e influyente…
– Eres fango. Dejo al fango el trabajo de espía. Yo Soy la Luz.
Lo jalonean y un esbirro le da una bofetada.
Jesús continúa:
– Yo soy la Luz. Luz y Verdad. He hablado públicamente a todos. He enseñado en las sinagogas. En el Templo donde se reúnen los judíos. Y nada he dicho en secreto. Lo repito: ¿Por qué me interrogas a Mí? Interroga a los que oyeron lo que dije. Lo saben.
Otro sicario le da un bofetón, gritándole:
– ¿De este modo respondes al Sumo Sacerdote?
Jesús le replica:
– Estoy hablando a Annás. El Pontífice es Caifás. Le hablo con el respeto debido a su vejez. Pero si te ha parecido que he respondido mal, demuestra dónde está el mal. Pero si he hablado correctamente. ¿Por qué me golpeas?
Annás dice al oficial:
– Déjalo. Voy a dónde está Caifás. Tenedlo aquí, hasta que ordene otra cosa. Impedid que alguien hable con Él.
Jesús no habla ni siquiera con Juan que se ha atrevido a seguirlo, sin temer a la plebe de sicarios y está parado junto a la puerta. Con una mirada triste, Jesús le ordena que se vaya y el joven apóstol se retira.
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
210.- SUDOR DE SANGRE
Jesús se agita como presa de un súbito malestar. Vuelve a quitarse el manto, se seca las manos, la cara, el cuello, los antebrazos. El sudor continúa. Cada poro tiene su gota que se forma, crece y cae. Se oprime una y otra vez con más fuerza, el manto sobre la cara y al quitárselo, aparecen en él claramente las huellas frescas que parecen de color negro. La hierba del suelo, está enrojecida de sangre.
Jesús da la impresión de que está próximo a desmayarse. Se afloja la cinta de su vestido, como si sintiera ahogarse. Se lleva la mano al corazón, después al cuello. Se da aire con ella, teniendo la boca abierta. Se ha sentado sobre el peñasco dejándose caer sobre la espalda; con los brazos caídos a lo largo del cuerpo y la cabeza inclinada sobre el pecho, como si estuviese ya muerto…
No se mueve para nada.
Permanece así durante un largo rato. Luego emite un grito ahogado y levanta la cara: Es un rostro desencajado. Un instante sólo. Luego se derrumba rostro en tierra y se queda así. Un deshecho de hombre sobre el que pesa todo el pecado del mundo; sobre el que se abate toda la Justicia del Padre; sobre el que descienden las tinieblas, la ceniza, la hiel…
Esa tremenda, tremenda, tremendísima cosa que es el abandono de Dios mientras Satanás nos tortura…
Es estar “huérfanos de Dios”. Es la locura, la agonía… Es la persuasión de ser rechazados por Dios…
De estar condenados. ¡Es el infierno!…
Las víctimas propiciatorias lo conocen. Y no soportan ver los mismos espasmos en Cristo, sabiendo que es un millón de veces más atroz que el que las ha consumido a ellas y que con solo el recordarlo, los perturba profundamente.
Para vencer la Desesperación y a Satanás que es su origen. Para servir a Dios y darnos a nosotros la Vida Jesús debe saborear al Muerte. No la muerte física que le espera al ser crucificado, sino la Muerte Total.
Muerte Consciente, del luchador que cae… Después de haber triunfado con un corazón destrozado, con una Sangre que se pierde por la herida de un esfuerzo superior a las fuerzas humanas, para ser fiel a la Voluntad de Dios…
Jesús está siendo oprimido por un trauma psíquico, superior a sus fuerzas humanas. Su agonía ha ido en aumento, hasta llegar el momento de sudar sangre: por el esfuerzo que debe hacer para vencerse y resistir el peso que sobre Él ha sido impuesto. Es el Hijo del Dios Altísimo, pero también es el Hijo del Hombre. Su Palabra y sus obras dan Fe de su Divinidad. Las necesidades materiales, las pasiones, los sufrimientos que padeció en Sí Mismo; dan testimonio de su Humanidad.
La tercera Horade su Agonía fue la locura, fue la desesperación, fue la agonía, fue la muerte. La muerte de su alma…
No resucitó solamente su Cuerpo. También su alma ha tenido que resucitar. Porque conoció la Muerte. Porque, ¿Qué es la muerte del espíritu?: La separación eterna de Dios.
Y Él está ahora separado de Dios. Su espíritu ha muerto. Es la verdadera hora de eternidad que concede a sus predilectos.
Nosotros conocemos la muerte del espíritu, sin haberla merecido; para comprender el horror de la condenación, que es el tormento de los pecadores impenitentes.
La conocemos para poder salvarles, Él la sufrió primero… El corazón se rompe, Él lo sufrió primero… La razón vacila y la desesperación muerde… Él lo sufrió, porque nos ama… Es el horror infernal, estamos a la merced del Demonio porque estamos separados de Dios.
Dura así un largo rato. Entonces, una gran luz esplendorosa se forma sobre su cabeza, suspendida a la altura de un metro sobre Él aproximadamente. Un resplandor tan fuerte, que incluso el Postrado lo ve filtrarse entre sus cabellos ondulados y densos, tras el velo que la sangre pone en sus ojos.
Levanta la cabeza… Resplandece la Luna sobre esta pobre faz y aún más resplandece la luz angélica, semejante a la diamantina blanco-azul de la estrella Venus. La luz lunar y angelical fundidas, iluminan y muestran un rostro rojo por la sangre.
Las plegarias de María, le han obtenido la presencia de un ángel en el Getsemaní. Dios ha concedido esa gota de consuelo, para que no sobrevenga la muerte antes de que la Misión haya sido completada. El ángel le ofrece un cáliz celestial.
Jesús levanta sus brazos y lo toma entre sus manos…
Y aparece toda la tremenda agonía en la sangre que rezuma a través de los poros: las pestañas, el cabello, el bigote, la barba están asperjados y rociados de sangre. Sangre rezuma en las sienes… Sangre brota de las venas del cuello… Gotas de sangre caen de las manos…
Todo su cuerpo está empapado de sangre. Y cuando tiende las manos para tomar el cáliz y beberlo, las mangas anchas se deslizan hacia los codos y se ve claramente como los antebrazos de Jesús, sudan sangre. En la cara, tan solo brillan dos surcos de tez palidísima, formados por las lágrimas que corren sobre la roja faz, que parece una máscara de sangre.
Jesús bebe despacio, mientras el ángel que lo acompaña en su dolor, lo conforta en su espíritu abatido y le habla de la esperanza de todos los que se salvarán por medio de su sacrificio.
Y como un bálsamo para su agonía; le va enumerando todos los nombres que están escritos en el Cielo, de aquellos que le amarán con un amor total, hasta compartir con Él, todas sus torturas.
Aquellos que se enfrentarán también a Satanás y lo vencerán gracias a Él. Tal y como Él acaba de hacerlo. ¡Jesús! ¡Jesús el Salvador! ¡Jesús, el Héroe Divino!
Acaba de obtener para los cristianos el poder enfrentar y vencer a la muerte, en todas sus múltiples torturas, con el Don de la Inmunidad al Dolor, que originalmente poseyera Adán.
En el Calvario será culminada la Magna Obra de la Redención.
¡Ya venció a Satanás!
Ahora debe vencer a la Muerte…
Jesús bebe hasta el fondo y devuelve el cáliz al ángel. Una sonrisa dolorosa ilumina su faz ensangrentada. María será la abogada de sus víctimas. Ella hará que la Misericordia de Jesús obtenga de la Justicia del Padre, la piedad para sus creaturas; que junto con Él serán hermanos en el Amor de Coparticipación.
Más dulce que un vino saturado con miel, ellas están en el cáliz que el ángel le ha ofrecido para mitigar la amargura del cáliz paterno. Para fortalecer su Humanidad desfallecida, en una cruel agonía. ¡Los nombres de los redimidos que creerán…!
Cada uno de ellos han sido como una inyección en sus venas, que le ha dado fuerzas. Cada uno de esos nombres será luz, vigor, en medio de las tinieblas que ya lo envuelven y durante las horas dolorosísimas… que ya han llegado. Para no mostrar el dolor que soportará como Hombre. Para no desesperar y no decir que Dios es muy severo e injusto con su Víctima, Jesús se repetirá estos nombres…
En la cara sólo las lágrimas forman dos líneas nítidas sobre la máscara roja.
Se quita otra vez el manto y se seca las manos, la cara, el cuello, los antebrazos. Pero el sudor continúa. Él presiona varias veces la tela contra la cara y la mantiene apretada con las manos y cada vez que cambia el sitio aparecen nítidamente en la tela de color rojo oscuro las señales; las cuales estando húmedas, parecen negras. La hierba del suelo está roja de sangre.
Jesús parece próximo al desfallecimiento. Se lleva la mano al corazón y luego a la cabeza y la agita delante de la cara como para darse aire, manteniendo entreabierta la boca. Arrastrándose se pega a la roca y apoya la espalda contra la piedra, de tal forma que parece como si estuviera ya muerto. Los brazos le cuelgan paralelos al cuerpo y la cabeza contra el pecho. Ya no se mueve.
La luz angelical se desvanece poco a poco como si fuera absorbida por la luz de la luna que se filtra entre las hojas del olivo, iluminando al Héroe caído, que no se mueve para nada.
Después de un rato, Jesús abre sus ojos de nuevo. Con esfuerzo levanta la cabeza. Con mucha fatiga alza el cuerpo. Mira a su alrededor. Está solo, pero menos angustiado.
Alarga una mano y tomando su manto que había dejado abandonado en la hierba, vuelve a secarse el sudor de su terrible baño de sangre. Se seca la cara, la barba, los cabellos…
Toma una hoja larga y ancha, empapada de rocío y con ella termina de limpiarse mojándose la cara y las manos y luego secándose de nuevo todo. Y repite lo mismo con otras hojas, hasta que borra las huellas de su tremendo sudor.
Sólo la túnica, especialmente en los hombros y en los pliegues de los codos, en el cuello y la cintura, en las rodillas, está manchada…
La mira y menea la cabeza. Mira también el manto y lo ve demasiado manchado. Lo dobla y lo pone encima de la piedra, junto a las florecillas. Por su extrema debilidad, con mucho esfuerzo se vuelve y se pone de rodillas. Ora apoyando la cabeza en las manos que están sobre el manto. Luego eleva su rostro…
Su cara está palidísima, pero ya no tiene expresión turbada. Es una faz llena de majestad y de hermosura divina, a pesar de aparecer más exangüe y triste que nunca.
Luego, apoyándose sobre la roca se levanta y todavía tambaleándose ligeramente, con paso vacilante va hacia donde están los apóstoles…
Los tres duermen profundamente, arropados en sus mantos, junto a la hoguera apagada. Se les oye respirar profundamente e incluso con un sonoro ronquido.
Jesús los llama… Es inútil. Debe agacharse y dar un buen zarandeo a Pedro.
El apóstol desenvuelve su manto verde oscuro, se asusta y pregunta:
– ¿Qué sucede? ¿Quién viene a arrestarme?
Jesús dice suavemente:
– Nadie. Te llamo Yo.
Pedro pregunta aturdido:
– ¿Es ya por la mañana?
– No. Ha terminado… Es casi la segunda vigilia.
Pedro está todo entumecido.
Jesús da unos meneos a Juan, que emite un grito de terror al ver inclinado hacia él un rostro que de tan marmóreo como se ve, parece el de un fantasma.
Juan exclama asustado:
– ¡Oh… me pareces un muerto!
Luego se acerca a Santiago, lo mueve…
Y el apóstol, creyendo que lo llama su hermano, dice:
– ¿Apresaron al Maestro?
Jesús responde:
– Todavía no, Santiago… Pero, levantaos ya. Vamos. El que me traiciona está cerca.
Los tres todavía pasmados, se levantan. Miran a su alrededor… Olivos, luna, ruiseñores, leve viento, paz… Nada más.
Pero siguen a Jesús sin hablar.
Llegan a donde están los otros ocho, igualmente dormidos alrededor del fuego ya apagado.
Jesús dice con voz potente:
– ¡Levantaos! ¡Mientras viene Satanás, mostrad al insomne y a sus hijos, que los hijos de Dios no duermen!
Todos dicen al mismo tiempo:
– ¡Sí, Maestro!
– ¡Dónde está, Maestro?
– Jesús, yo…
– ¿Pero ¿qué ha sucedido?
Y entre preguntas y respuestas enredadas, se ponen los mantos…
En el preciso momento en que aparece la chusma de esbirros del Templo, capitaneada por Judas, que irrumpe en el quieto solar y lo ilumina bruscamente con muchas antorchas encendidas…
LA ENTREGA
Son una horda de bandidos disfrazados de soldados, caras de la peor calaña afeadas por sonrisas maliciosas y demoníacas.
Vienen también algunos representantes del Templo.
Los apóstoles, súbitamente se hacen a un lado. Pedro delante y detrás de él, los demás.
Jesús se queda quieto.
Judas se acerca resistiendo a la mirada de Jesús, que ha vuelto a ser esa mirada centelleante de sus mejores días…
Y aun así, el apóstol infiel no baja la cara… Al contrario, se acerca con una sonrisa de hiena y lo besa en la mejilla derecha.
Jesús dice serenamente:
– Amigo, ¿Y qué has venido a hacer? ¿Con un beso me traicionas?
Judas agacha un instante la cabeza; pero luego vuelve a levantarla… Muerto a la reprensión y a cualquier invitación al arrepentimiento.
Jesús, después de las primeras palabras; dichas todavía con la solemnidad del Maestro, adquiere el tono afligido de quien se resigna a una desventura.
La chusma, con un clamor hecho de gritos, se acerca con cuerdas y palos y trata de prender a Jesús y a los demás apóstoles.
Jesús pregunta tranquilo y solemne:
– ¿A quién buscáis?
El encargado del Templo contesta:
– A Jesús Nazareno.
La Voz es un trueno al responder:
– Soy Yo.
Ante el mundo asesino y el inocente, ante la naturaleza y las estrellas, Jesús da de Sí, casi con un cierto júbilo; este testimonio abierto, leal, seguro…
¡Ah!, pero si de Él hubiera emanado un rayo no habría hecho más efecto: como un haz de espigas segadas, todos caen al suelo.
Permanecen en pie sólo Judas, Jesús y los apóstoles…
Los cuales, ante el espectáculo de los soldados derribados se recuperan tanto, que se acercan a Jesús y con amenazas tan claras contra Judas; que éste súbitamente huye al otro lado del Cedrón y se adentra en la negrura de una callejuela…
Justo a tiempo para evitar el golpe maestro de la espada de Simón Zelote y seguido en vano por una lluvia de piedras y palos que le lanzan los apóstoles que no estaban armados…
Jesús dice tranquilo:
– Levantaos. ¿A quién buscáis?, vuelvo a preguntaros.
El mismo hombre vuelve a contestar:
– A Jesús Nazareno.
Jesús responde con dulzura:
– Os he dicho que soy Yo
Y Sí: con dulzura, vuelve a decir:
– Dejad pues, libres a estos otros. Yo voy… Guardad las espadas y los palos. No soy un bandolero… Estaba siempre entre vosotros. ¿Por qué no me habéis arrestado entonces? Pero ésta es vuestra hora y la de Satanás…
Mientras Él habla, Pedro se acerca al hombre que está extendiendo las cuerdas para atar a Jesús y descarga un golpe de espada desmañado… Si la hubiera usado de punta, lo habría degollado como a un carnero. Así… Lo único que hace es arrancarle casi una oreja, que queda colgando en medio de un gran flujo de sangre.
El hombre grita que lo han matado…
Se produce confusión entre aquellos que quieren arremeter y los que al ver lucir espadas y puñales tienen miedo.
Jesús dice sereno:
– Guardad esas armas. Os lo ordeno. Si quisiera, tendría como defensores a los ángeles del Padre. –Y volviéndose hacia el herido, agrega- Y tú, queda sano. En el alma primero, si puedes…
Y antes de ofrecer sus manos para las cuerdas, toca la oreja y la cura.
De una manera incomprensible, para quien no tiene el espíritu ‘vivo’ y no saben lo que sucede a nivel espiritual…
Los apóstoles le gritan alterados:
– « ¡Nos has traicionado!»
– « ¡Pero ha perdido la razón!»
– « ¿Quién puede creerte?».
Y el que no grita huye…
Y Jesús se queda solo… Él y los esbirros… Y empieza el camino de la Cruz…
Mi mayor dolor, fue pensar para cuántos mi Martirio sería estéril…
Todos los que rechazarían la Salvación y preferirían las Tinieblas a la Luz…
A éstos también los tuve presentes y a sabiendas de ello, me dirigí a la Muerte…
Satanás quería vencerme con la desesperación, para convertirme en su esclavo…
Sentí el sabor de la muerte, cuando decidí daros la vida…
Y cubierto con la lepra de vuestros pecados, siendo solamente el hombre culpable a los ojos de Dios; ACEPTÉ SER EL MALDITO Y CON ELLO, ACEPTÉ TAMBIÉN EL CASTIGO.
Y vencí la desesperación y a Satanás, para servir a Dios y daros a vosotros la Vida…
Pero saboreé la Muerte. No la muerte física del Crucificado, (No fue tan dolorosa)
Sino la Muerte Total…
La Muerte Consciente…
La Muerte que cae después de haber triunfado, con un corazón destrozado…
Con una sangre que se pierde por la herida de un esfuerzo muy superior a la fuerza humana.
Y sudé sangre. ¡Sí, la sudé!…
Para ser fiel a la Voluntad de Dios.
El espíritu venció la Tentación Espiritual.
Con la Oración lo vencí: ‘¡ABBA, PADRE! Todo es posible para Ti; aparta de Mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como quieras TÚ…’
No tengo más que recordar esta Hora para llamaros hermanos.
¿Puedo Yo que he probado; no comprender vuestra degradación y no amaros porque estáis degradados?… Os amo por esto. Porque en aquella Hora no era el Verbo de Dios…
Era el Hombre Culpable.
Mi mejilla arde por el beso de los traidores…
Curádmela con el beso de la Fidelidad: ¡Convertíos y amad! Para que el Padre os pueda llamar: ¡Hijos!
El Ángel que me acompañó en mi dolor, me habló de la esperanza de todos los que se salvarían con mi Sacrificio y fue el bálsamo para mi agonía…
Mi mirada se extendió a través de los siglos…
Y OS MIRÉ….
Y FUE CADA UNO DE VUESTROS NOMBRES como una inyección de fortaleza, para las horas dolorosísimas que se aproximaban…
Fuisteis mi consuelo cuando vi que os salvaríais…
QUE ÉRAIS DIGNOS DEL SACRIFICIO DE UN DIOS.
Y desde aquel momento os he llevado en mi Corazón…
Y cuando sonó el momento de que vinieseis a la tierra, quise estar presente a vuestra llegada, regocijándome al pensar que una nueva flor de amor había brotado en el mundo y que viviría para Mí…
¡Oh, benditos míos!.. ¡Consuelo mío cuando agonizaba!.. Mi Madre, mi Apóstol, las mujeres piadosas…
Pero también TÚ…
Tú que estás leyendo esto y a quién mi Madre ha guiado hasta aquí…
MIS OJOS AGONIZANTES TE MIRARON A TRAVÉS DE LOS SIGLOS…
Junto al rostro adolorido de mi Madre…
Y los cerré gozoso porque vi que te salvarías al corresponder a mi llamado a la Conversión y al Amor…
Y corrí al encuentro de mi Martirio, que se inició con un beso…
EL BESO DE LA TRAICIÓN.
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA