211.- LA MIRADA DEL PERDÓN

1arrestado

Jesús se queda solo y empieza el Camino de Dolor a través de la vereda pedregosa, que de la plazoleta donde ha sido capturado, lleva al Cedrón y luego a la ciudad.

La burla y la crueldad empiezan al punto. Lo han atado de las muñecas y en la cintura, como si fuera un hombre peligroso…

Hombres llenos de odio, tienen en sus manos las puntas de las cuerdas y lo tiran de un lado para otro, como si fuera una piltrafa.

Para causar mayor dolor, lo han atado con dos cuerdas contrarias. Una tira de las muñecas raspándolas y lacerándolas. Y la otra aprieta los codos contra el tórax junto con el abdomen, molestándolo en el hígado y los riñones con un grueso nudo. Le azotan con las puntas de las cuerdas, que terminan en un grueso nudo y…

Gritan:

–                       ¡Arre! ¡Adelante, borrico!

A sus palabras agregan puntapiés detrás de las rodillas, haciéndolo trastabillar…

Y aunque no cae al suelo, si se golpea contra los troncos y contra las paredes de un puente en el Cedrón.  Luego le dan un jalón tan violento, que se golpea en la boca contra un borde y comienza a sangrar…

Jesús levanta sus manos amarradas para limpiarse la sangre que le corre por la barba, pero no dice nada. Es en verdad el Cordero, que no se opone a quién lo atormenta…

2jpreso

Se empieza a juntar la gente que toma piedras y guijarros en el arenal y se los arrojan a la cabeza y a la espalda que no solo lo hieren a Él, sino también a  sus captores. Pero éstos no se dejan…  Y pronto Jesús queda bajo una lluvia de piedras y palos de ambos bandos, que más bien le pegan a Él.

Pasan el puente y toman por una callejuela. El Odio va aumentando… Y el objetivo es la elevada estatura de Jesús.  Es fácil herirlo. Jalarle los cabellos. Obligarle a doblar la cabeza, sobre la que arrojan inmundicias… Y al darle en la cara, le llega a los ojos y  la boca, causándole náuseas y dolor.

Entran en el suburbio de Ofel donde sus habitantes, tanto bien recibieron de Él.

La gente llama a los que están durmiendo para que se asomen.

Las mujeres aterrorizadas; gritan de dolor y huyen al ver lo que sucede.

Los hombres…  Los mismos que recibieron de Él milagros, ayuda y consuelo… Fingen indiferencia o se unen a la turba; al odio, a las carcajadas, a las amenazas, mostrando su crueldad.

Es indudable que Satanás está obrando…

A un hombre casado que quiere seguir a la gente, su mujer le sale al encuentro gritándole:

–                       ¡Cobarde! ¡Si vives es por Él! No lo olvides, ¡Tú; montón de podredumbre!  -el marido, con un fuerte golpe la hace a un lado. Ella cae al suelo. Mientras él corre a juntarse con los que golpean a  Jesús y le lanza una piedra a la cabeza.

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Una mujer ya entrada en años, quiere impedir con todas sus fuerzas que su hijo vaya tras ellos, con la ira de hiena en el corazón y con el palo en las manos.

Ella le grita:

–                       ¡Asesino! ¡Él te salvó! ¡Si no fuera por Él, no vivirías!

Su hijo le da un  puntapié en la ingle.

Ella cae gritando:

–                         ¡Deicida y matricida! ¡Sé maldito, por el seno que rompes otra vez y por el Mesías a quien hieres!

Cuanto más se acercan a la Ciudad, tanto más aumenta la violencia…

Antes de llegar a las murallas; Pedro y Juan, que se adelantaron a la multitud que camina despacio…   Se refugiaron en la oscuridad de un zaguán y están cubiertos con los mantos.

Cuando llega Jesús; Juan se quita el manto y deja ver su juvenil cara, pálida y angustiada a la luz de la luna.

Pedro no se atreve a hacer lo mismo, pero se acerca…

Jesús los mira… Y una sonrisa de Bondad Infinita aparece en su rostro.

Pedro toma conciencia de todo… Y regresa a su rincón.

Juan; valerosamente se queda donde está. Y solo cuando la turba lo ha pasado, se acerca a Pedro, lo toma por el codo y lo lleva detrás de la alborotada multitud.

Las puertas se han abierto y los soldados romanos con las armas en la mano, miran atentamente, dónde y como se desenvuelve el tumulto. Prontos a intervenir, si la gloria de Roma lo requiere…

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Se oyen gritos de estupor, burla y compasión de los soldados romanos. Algunos están enojados, porque los hicieron levantarse por causa de ese ‘estúpido’. Otros se burlan de los judíos, que han sido capaces de aprehender a una mujercilla. Otros tienen compasión de la Víctima, porque siempre ha sido bueno.

Y hay quién dice:

–                       Más me gustaría que me mataran, que verlo en esas manos.

–                       Él vale mucho.

–                       Dos cosas amo en el mundo: A Él y a Roma…

Los oficiales exclaman:

–                       ¡Por Júpiter! Yo no quiero ningún problema.

–                       ¡Estos hebreos apestan!

–                       Son unas sierpes.

–                       Voy a avisar…

Jesús continúa caminando por la calle que forma una especie de arco, al subir al Templo.

En una vuelta se encuentra frente a frente con Judas de Keriot…  

Éste lo mira espantado…

Ve sus vestidos manchados por el sudor de sangre… Jesús tiene dos o tres moretones en las manos y en el rostro, causados por las pedradas y los bastonazos. Y sobre la frente, una línea de sangre desciende de una herida producida, por una pedrada. La boca tiene los labios ligeramente hinchados. Pero todavía es tan bello y majestuoso… ¡Es Dios!

Jesús lo mira con infinita compasión…

1ojos de jesius

Es una mirada dulce. Llena de amor y de un Perdón total…

Una mirada que el Traidor no puede soportar… Y baja la cabeza.

Sus captores lo jalan violentamente…

Y cuando Judas  levanta la vista, los ve que lo llevan hacia la Casa de Annás, que está entre ese laberinto que es el Templo y que ocupa toda la colina Sión. La casa está en las extremidades, cerca de una cadena de muros que colindan con la ciudad. Llegan hasta un portón de hierro. Tocan y cuando abren, entran con Jesús.

Juan, que es conocido por los siervos de Annás, lo dejan pasar y el atribulado jovencito sigue a su Maestro…

Atraviesan el vestíbulo, el corredor, el patio. Otro portal, otro patio. Una enorme galería, hasta llegar a una rica sala, donde espera un hombre anciano vestido de sacerdote.

1annás

El oficial lo saluda:

–                       Que Dios te de sus consuelos, Annás. Aquí tienes al culpable. Lo entrego a tu santidad, para que Israel se vea limpio de toda culpa.

Annás le contesta:

–                       Que Dios te bendiga por tu astucia y fidelidad.

¡Vaya cordura! Hubiera bastado con que Jesús hablase como lo hizo cuando lo capturaron, para que los derribara como en el Getsemaní. Pero no. El Cordero de Dios es manso y humilde. Y se mantiene sereno y callado.

Annás, el sacerdote le pregunta:

–                       ¿Quién eres?

Jesús contesta:

–                       Jesús de Nazareth, el Rabí. El Mesías. Tú me conoces. No he hecho nada en la oscuridad.

–                       En la oscuridad no, pero has hecho que la gente se extravíe con enseñanzas tenebrosas. El Templo tiene derecho y obligación de vigilar por el alma de los hijos de Abraham.

–                       ¡Las almas! Sacerdote de Israel, ¿Puedes afirmar que has sufrido por el alma del más pequeño o del más grande, de este pueblo?

–                       ¡¿Y acaso Tú sí?! ¿Qué has hecho que pueda llamarse sufrimiento?

–                       ¿Que qué he hecho? ¿Por qué me lo preguntas? Todo Israel lo sabe. Tanto las piedras de la ciudad santa, como las del más pobre rancho lo publican. He dado vista a los ciegos: tanto para sus ojos, como para su corazón. He abierto los oídos de los sordos: para que oyesen la voz de los humanos y la Voz del Cielo.

1jsanando

He hecho que caminen los lisiados, los paralíticos: para que dejando la carne; emprendan el camino que lleva a Dios y luego continuasen con el espíritu. He limpiado a los leprosos, de la lepra que señala la Ley Mosaica y la de la que Dios aparta su Rostro: el Pecado. He resucitado muertos. No afirmo que sea una gran cosa, llamar a alguien a la vida; pero sí lo es redimir a un pecador. Cosa que he hecho.

He socorrido a los pobres, enseñando a los ambiciosos y ricos israelitas, el precepto santo del amor al prójimo. Y he permanecido pobre; pese al río de oro que pasó por mis manos. He secado más lágrimas que todos vosotros, dueños de riquezas.

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He repartido una riqueza que no tiene nombre: el Conocimiento de la ley de Dios. La seguridad de que todos somos iguales. Y que a los ojos del Padre vale tanto el llanto como el delito del que lo hiciere: ya sea el Tetrarca o el Pontífice, el mendigo y el leproso que mueren en el camino. Esto he hecho y no otra cosa.

–                       ¿No comprendes que tú mismo te acusas? Has dicho: ‘Y la lepra de la que Dios aparta su Rostro y que no está señalada en el Libro de Moisés.’ Insultas a éste e insinúas que hay lagunas en su Ley…

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–                       No. La Ley no es de Moisés, sino de Dios. Yo afirmo que más que la lepra que cubre la carne y que algún día termina; es mayor la culpa que es desgracia del alma y para siempre…

–                       Has tenido el atrevimiento de afirmar que perdonas los pecados. ¿Cómo puedes hacerlo?

–                       Si con un poco de agua lustral y con sacrificar un carnero es lícito y todos creen que es posible anular una culpa, expiarla y verse limpio. ¿Qué no podrá lograr mi llanto, mi Sangre y mi Voluntad?

–                       Tú no has muerto todavía. ¿Dónde está esa Sangre?

–                       Todavía no he muerto. Pero lo estaré. Porque escrito está. Antes de que Sión existiese. Antes de Moisés, antes de Jacob, de Abraham; desde que el rey del Mal mordió el corazón del hombre y lo envenenó. Y con él, el de sus hijos. Está escrito en la tierra. En los libros donde resuena en la voz de  los profetas. Está escrito en  los corazones. En el tuyo, en el de Caifás; en el de los sinedristas que no me perdonan. ¡No! ¡Tales corazones no pueden perdonarme que haya sido Yo Bueno! He absuelto anticipándome a mi Sangre. Ahora realizo la absolución, con la purificación que Ella proporciona…

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–                       Nos has llamado ambiciosos e ignorantes del Precepto del Amor…

–                       ¿Y acaso no es verdad? ¿Por qué razón me queréis matar? Porque tenéis miedo de que os quite el trono. ¡No tengáis miedo de ello! Mi Reino no es de este mundo. Os permito que sigáis siendo los dueños del poder. El eterno sabrá decir un ‘Basta’ que os hará caer fulminados…

–                       ¿Cómo Doras, acaso?

–                       El murió por la ira que tenía, no por un rayo del Cielo. Dios lo esperaba al otro lado, para fulminarlo.

–                       ¿Y me  lo estás repitiendo? ¿A mí que soy pariente suyo? ¿A esto te atreves?

–                       Yo Soy la Verdad. Yla Verdad nunca es cobarde.

–                       Eres un soberbio y un loco.

–                       No soy sincero. Me acusas de haberos ofendido. ¿Pero acaso no os odiáis mutuamente? Ahora el odio que me tenéis os une. Pero mañana, cuando me hayáis matado, volveréis a odiaros mutuamente y con mayor fiereza. Y viviréis con esta hiena sobre la espalda y con esta serpiente en el corazón. Yo he enseñado el amor por compasión al Mundo. He enseñado a no ser ambiciosos. A tener misericordia. ¿De qué me acusas?

–                       De haber introducido una Doctrina nueva.

1Jesus teaching

–                       ¡Oh, sacerdote de Israel! En Israel pululan las nuevas doctrinas. Los Esenios tienen la suya; como los Sadoquitas, los Fariseos.  Cada uno tiene su doctrina secreta. Para uno se llama placer. Para otro, oro. Para el de más allá, poder. Cada quién tiene su ídolo. No así Yo. He vuelto a tomar la Ley de mi Padre, pisoteada. La Ley del Dios Eterno y he repetido sencillamente los Diez Mandamientos; gastando todas mis fuerzas, para que entrasen en los corazones que ya no los conocían más.

Annás se raga las vestiduras y exclama:

–                       ¡Horror! ¡Blasfemia! ¡¿A mí que soy sacerdote, me dices esto?! ¿No tiene Israel un Templo? ¿Acaso somos como los desterrados de Babilonia? ¡Responde!

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–                       Lo sois y peor todavía. Hay un Templo, es verdad. Un edificio. Pero Dios no está ya en él. Ha huido ante la Abominación que ha visto en su Casa. Pero, ¿Para que me preguntas tanto, si mi muerte ya ha sido decidida?

–                       No somos asesinos. Castigamos con la muerte, después de haber probado si la culpa lo merece. Quiero salvarte. Respóndeme a esto y te salvaré. ¿Dónde están tus discípulos? Si me los entregas te dejo en libertad. Dime sus nombres. 1jesus-ante-annás-fdr

Los de todos y especialmente los de los más ocultos. –y agrega con ansiedad mal disimulada-  Dime. ¿Nicodemo es discípulo tuyo? ¿José también? ¿Y Gamaliel? ¿Y Eleazar? Y… Pero de esto lo sé… No es necesario. Habla. Ten en cuenta que te puedo condenar o salvar. Soy poderoso e influyente…

–                       Eres fango. Dejo al fango el trabajo de espía. Yo Soy la Luz.

Lo jalonean y un esbirro le da una bofetada.

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Jesús continúa:

–                       Yo soy la   Luz. Luz y Verdad. He hablado públicamente a todos. He enseñado en las sinagogas. En el Templo donde se reúnen los judíos. Y nada he dicho en secreto. Lo repito: ¿Por qué me interrogas a Mí? Interroga a los que oyeron lo que dije. Lo saben.

Otro sicario le da un bofetón, gritándole:

–                       ¿De este modo respondes al Sumo Sacerdote?

Jesús le replica:

–                       Estoy hablando a Annás. El Pontífice es Caifás. Le hablo con el respeto debido a su vejez. Pero si te ha parecido que he respondido mal, demuestra dónde está el mal. Pero si he hablado correctamente. ¿Por qué me golpeas?

Annás dice al oficial:

–                       Déjalo. Voy a dónde está Caifás. Tenedlo aquí, hasta que ordene otra cosa. Impedid que alguien hable con Él.

Jesús no habla ni siquiera con Juan que se ha atrevido a seguirlo, sin temer a la plebe de sicarios y está parado junto a la puerta. Con una mirada triste, Jesús le ordena que se vaya y el joven apóstol se retira.

1juicio-anás

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

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