213.- REO DEL ODIO
De un palacio sale al galope un jinete. La gualdrapa de color púrpura resalta sobre el color blanco del hermoso caballo árabe. Lo grandioso del jinete, su espada desnuda que golpea de plano sobre las espaldas de la gente y de lomo sobre las cabezas que sangran, le dan el aspecto de un arcángel airado.
En una empinada, el caballo caracolea, corvetea. Sus manos son arma de ataque y el mejor medio para abrir paso al jinete. En esos momentos el velo de púrpura y oro, sostenido por una cinta dorada que lo cubre, se le cae…
Y aparece la varonil cara de Mannaém.
El regio cortesano, grita:
– ¡Atrás! ¿Cómo os atrevéis a turbar el descanso del Tetrarca? -pero esto no es más que un pretexto para justificar lo que hace y su intento de llegar hasta Jesús- ¡Este Hombre!… ¡Dejádmelo ver!… ¡Apartaos o llamo a los guardias!…
La gente ante los sablazos que recibe, las patadas del caballo, las amenazas del jinete, se abre…
Y Mannaém llega hasta el grupo donde va Jesús con los guardias y los sacerdotes del Templo.
La sonora voz de Mannaém truena imperiosa:
– ¡Largo! El Tetrarca vale más que vosotros, imbéciles. ¡Atrás! Quiero hablar con Él….
La orden del primer ministro y hermano de leche de Herodes, no admite réplica.
Y lo demuestra al conseguir ser obedecido, al embestir con su espada al más encarnizado de los verdugos de Jesús: Doras. Todos los demás se apartan al punto…
Mannaém llega hasta Jesús. Lo mira…
Y dice con una voz llena de angustia:
– ¡Maestro!…
Jesús lo mira con un amor infinito y le ordena:
– Gracias. Pero ¡Vete!… ¡Qué Dios te dé fuerzas! -Jesús con las manos ligadas hace como puede, una señal para bendecirlo.
Mannaém está aniquilado, baja la cabeza totalmente apenado. Y obedece…
La multitud silba desde lejos. Y apenas ve que Mannaém se retira, se venga con una rociada de piedras e inmundicias sobre Jesús.
Los primeros rayos solares iluminan la calle empinada que lleva a la Torre Antonia, cuya mole se ve desde lejos.
Rasga el aire el grito agudo de una mujer:
– ¡Salvador mío, mi vida por la tuya! ¡Oh, Eterno!
Jesús vuelve la cabeza y ve que desde el pórtico de un palacio, está Juana de Cusa, su familia y sus siervos extendiendo sus brazos al cielo.
¡Pero el Cielo en este día ha cerrado sus puertas!
Jesús levanta sus manos atadas y les da un postrer adiós.
La gente vocifera:
– ¡A la muerte! ¡A la muerte el blasfemo, el corruptor, el amigo del Diablo! ¡Y a la muerte sus amigos!
Silbidos y pedradas llegan hasta la terraza…
Se escucha un grito muy agudo, como si alguien hubiese sido herido y luego el grupo desaparece.
Adelante. Adelante y siempre subiendo… El sol naciente ilumina las casas de Jerusalén, pero están vacías. Porque el Odio les ha quitado a sus moradores y se han unido a los peregrinos de la Pascua, contra Jesús.
Un regimiento de soldados romanos, sale corriendo de la Antonia con las astas apuntadas contra la plebe que se dispersa aullando.
Quedan en mitad de la calle con Jesús, los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos del Templo.
Un oficial, el centurión Octavio reconoce a Jesús y se alarma en lo íntimo de su corazón.
Pero nada de esto trasluce en su rostro y grita altanero:
– ¿Por este Hombre, esta sedición? Responderéis a Roma.
Eleazar de Annás responde:
– Es reo de muerte, según nuestra Ley.
Otro centurión y un tribuno romano, se acercan.
El tribuno es un hombre de cara severa, que en una mejilla tiene una cicatriz que muestra que se la partieron en dos… Y habla con asco, como si hablase a un montón de galeotes piojosos.
Con inmenso desprecio pregunta:
– ¿Desde cuándo se os ha devuelto el Jus Gladii et Sanguinis?
Elquías responde:
– Sabemos que no tenemos este derecho. Somos los fieles súbditos de Roma…
El tribuno suelta la carcajada:
– ¡Ja, ja, ja! ¡Óyelos Longinos! ¡Fieles!… ¡Sujetos!… ¡Inmundicias! Las flechas de mis arqueros serían vuestro mejor premio…
Longinos responde con irónica flema:
– Morirían como nobles. A lomos de mulos, azotes de arrieros…
Los príncipes de los sacerdotes, escribas y ancianos, sienten que los ahoga el odio. Pero quieren conseguir su objetivo y se callan. Se tragan la ofensa, como si no la hubieran entendido.
E inclinándose profundamente dicen con un servilismo asqueroso:
– Noble y sabio tribuno. Hemos traído a este Hombre, para que sea presentado ante Poncio Pilatos. Y que el sabio Procurador juzgue y condene, con la muy recta y honesta justicia de Roma.
El tribuno vuelve a reír:
– ¡Ja, ja! ¡Óyelos!… Somos más sabios que Minerva… ¡Entregadlo aquí! Y caminad adelante. Nunca puede uno estar seguro. Sois unos chacales apestosos. Teneros a la espalda es peligroso. ¡Adelante!
Nahúm objeta:
– No podemos.
– ¿Por qué? Cuando alguien acusa, debe presentarse ante el juez con el acusado. Esta es la norma de Roma.
Eleazar ben Annás:
– La casa de un pagano es inmunda ante nuestros ojos y ya nos purificamos para la Pascua.
– ¡Desgraciados! ¡Hipócritas e incongruentes! ¡Se contaminan si entran!… Y matar al único hebreo que vale la pena; que no es chacal, ni reptil como vosotros, ¿No os ensucia?
Está bien. Quedaos donde estáis. Ni un paso adelante o las astas se clavarán en vosotros. Una decuria alrededor del Acusado. Los demás, enfrente de esta gentuza que apesta.
Jesús entra en el Pretorio en medio de diez soldados, con Longinos y el tribuno al frente. Dejan a Jesús en un amplio vestíbulo, más allá del cual hay un patio, que se ve detrás de una pesada cortina, que el viento apenas si mueve.
Ellos desaparecen tras una puerta y luego regresan acompañados del Gobernador; que viste una toga blanquísima, sobre la que luce un manto de color escarlata.
Poncio entra indolente, con una sonrisa escéptica en la cara rasurada y frota entre los dedos unas hojitas de y las huele con placer. Va a un cuadrante solar, regresa después de haberlo mirado. Deposita granos de incienso que hay a los pies de una estatua de Júpiter.
Pide que le traigan agua de limón y hace gárgaras. En un espejo de metal tersísimo, vuelve a mirarse el peinado, que le cae ondulado. Parece como si se hubiera olvidado completamente del Acusado, que espera su aprobación para ser muerto.
Es verdaderamente una actitud indignante…
Como el Pretorio está abierto por delante y elevado tres escalones más que el Atrio, que a su vez lo está varios metros más de la calle misma; los hebreos lo ven todo y se estremecen de ira. Pero no se atreven a rebelarse por miedo a las astas y venablos.
Después de haber dado una y más vueltas alrededor del vasto atrio, Pilatos se dirige a Jesús. Lo mira…
Y pregunta a los oficiales:
– ¿Se trata de éste?
El tribuno contesta:
– Así es.
– Que vengan los acusadores.
Y va a sentarse en una silla que está sobre una tarima.
Sobre la cabeza de Poncio Pilatos, se ven las insignias de Roma: el águila dorada con las alas desplegadas y las poderosas letras S P Q R S (Senatus) P (Populos) Q (ue) R (Romanus) Que en romance significan: ‘El Senado y el pueblo de Roma’
El tribuno explica:
– No pueden entrar. Se contaminan.
Poncio ríe y dice con desprecio:
– ¡Je! ¡Je! ¡Mejor!… Así no tendremos necesidad de ríos de esencias, para limpiar el lugar de su olor caprino. ¡Haz que por lo menos se acerquen allá abajo! -se dirige a los soldados- ¡Y vosotros tened cuidado de que no entren, ya que no lo quieren! Este Hombre puede ser un pretexto para alguna sedición.
El centurión Octavio, trasmite las órdenes del Procurador romano.
Inmediatamente los demás se ponen frente al atrio, a distancia regular. Son hermosos como titanes. Y hacen sentir la presencia de Roma. ¡Son los amos del Mundo!…
Se acercan los del Sanedrín y saludan con inclinaciones serviles. Se detienen en la plazoleta que está ante el Pretorio, más allá de los tres escalones del vestíbulo.
Pilatos va hacia ellos y manteniéndose dentro de los límites del vestíbulo…
Les dice:
– Hablad y sed breves. Os habéis hecho ya sospechosos, por haber turbado el reposo nocturno y haber obligado por la fuerza, a que se os abrieran las puertas. Lo verificaré. Y tanto los que os dieron las órdenes, como los que obedecisteis, responderéis de ello.
Eleazar ben Annás responde:
– Hemos venido a someter a Roma, a cuyo divino emperador representas; nuestra sentencia contra Éste.
Poncio replica:
– ¿De qué le acusáis? Me parece inofensivo.
Elquías se adelanta:
– Si no fuera un malhechor, no te lo hubiésemos traído.
Y con el ansia de acusar, varios se adelantan unos pasos.
Pilatos ordena:
– ¡Rechazad a la plebe! Seis pasos más allá de la plazoleta… ¡Las dos centurias a las armas!
Los soldados obedecen inmediatamente.
Se alinean cien sobre la parte exterior más alta, con las espaldas dando al vestíbulo y cien en la plazoleta que da al Portón, la entrada donde vive Pilatos y que más bien parece un arco triunfal. Porque es un amplio espacio con un enorme cancel, con un corredor que penetra en el atrio elevado.
Más allá del vestíbulo se distinguen las caras brutales de los judíos que, amenazadores y satánicos, miran hacia el interior… Más allá de los soldados, que codo con codo como si fuese un desfile, presentan doscientas puntas a esos conejos asesinos.
Los hipócritas Judíos no quisieron contaminarse con el polvo de la casa de un gentil. Pero no consideran pecado matar a un Inocente. Y luego, con corazón tranquilo después de haber cometido su crimen; comer la Pascua.
¡Cuántos en su interior obran mal y en lo exterior muestran respeto a la Religión y aparente amor a Dios!… ¡Fórmulas y no religión verdadera!… ¡Qué Dios abomina y le causan asco y vómito!…
Como los judíos no entraron, salió Pilatos al oír a la plebe que grita. Como tiene experiencia en el gobierno y en el juzgar, ya evaluó la situación…
Sabe que se lo han llevado por Envidia. Y se ha dado cuenta de que Jesús más que nada es reo, pero del pueblo cargado de odio.
En su primer encuentro ha habido un acercamiento de sus corazones, que los dos han entendido… Los Dos se han juzgado mutuamente, por lo que son…
Jesús tiene piedad de él por ser un hombre débil.
Pilatos la tiene de Jesús, porque sabe que es un Hombre Inocente y está decidido a salvarlo…
Les dice:
– Repito. ¿Qué acusación tenéis contra éste?
Eleazar de Annás:
– Ha cometido un delito, contra la Ley de nuestros padres.
Pilatos replica fastidiado:
– ¿Y para esto, habéis venido a molestarme? Tomadlo vosotros y juzgadlo según vuestras leyes.
Sadoc:
– No podemos matar a nadie. No somos doctos. El Derecho Hebreo es una insignificancia, respecto al perfecto Derecho de Roma. Como ignorantes y súbditos de Roma; maestra. Tenemos necesidad de…
Pilatos lo interrumpe:
– ¿De cuándo acá sois miel y mantequilla?… ¡Habéis dicho una verdad! Vosotros, ¡Maestros de la Mentira!… ¡Tenéis necesidad de Roma! Sí. Para desembarazaros de Éste, que os da fastidio. ¡He comprendido!…
Y Pilatos mira hacia el cielo sereno, que se perfila como una laja cuadrada de turquesa oscura, entre las paredes blancas de mármol, del atrio.
Luego se vuelve hacia los judíos y pregunta imperioso:
– Decid. ¿Cuál ha sido el delito que cometió contra vuestras leyes?
Calescebona:
– Hemos descubierto que introducía el desorden en nuestra nación y que impedía que se pagase el tributo al César, llamándose el Mesías, Rey de los Judíos.
La hipocresía de los judíos impera en ellos, por eso no quisieron ejecutarlo. Porque cuando se tratará de Esteban, Roma todavía gobierna Jerusalén y sin que les importe eso, lo lapidarán.
Por lo que toca a Jesús, lo temen y lo odian. La combinación más peligrosa… No quieren reconocerlo como Mesías; pero están decididos a matarlo, porque lo Es.
Lo acusan de Rebelde al poder romano, para conseguir que Roma lo sentencie. En su infame salón, muchas veces durante su ministerio; lo han acusado de blasfemo y falso profeta y por eso ya deberían haberlo lapidado.
Pero ahora para no cometer un Crimen, por el que saben que serían castigados por la Justicia Divina… Buscan que Roma lo realice, acusándolo de malhechor y rebelde, para evadir con mucha astucia el castigo…
No hay nada más fácil cuando la plebe ha sido pervertida y se encuentra bajo jefes diabólicos, que acusar a un inocente. Para desahogar su ansia de crueldad y matar a quién consideran que es obstáculo y juez de sus acciones.
Pilatos se dirige ahora a Jesús, que está en el centro del Atrio.
Sigue amarrado, pero sin soldados. La mansedumbre se refleja en su persona. Lo observa por unos momentos… ha oído hablar de Él. Su propia esposa es discípula de Él…
Entre sus oficiales hay quienes repiten su Nombre con gratitud… Con lágrimas en los ojos y sonrisa en el corazón. Lo mencionaron como a un Bienhechor. En sus relaciones con el Pretor le han dicho que la gente va a Él. Que predica una doctrina nueva, en que se habla de un reino extraño, inconcebible para ellos que son paganos…
Que han visto en Él; siempre a un hombre bueno y benigno, que no busca los honores de esta tierra. Y enseña y practica el respeto y obediencia, para con los que tienen autoridad. Han sido más sinceros que los israelitas, en lo que vieron y en la manera de al referirse a Jesús.
El domingo anterior al oír los gritos de la multitud, se había asomado a la ventana en la Torre Antonia… Y vio a un Hombre que pasaba cabalgando sobre una borriquilla, sin arma alguna. Rodeado de niños y de mujeres; que iba bendiciendo…
Está seguro de que Jesús no es un peligro para Roma. Pero quiere saber si es Rey. En medio de su escepticismo pagano, quiere burlarse un poco de esta realeza que cabalga sobre un asno. Que tiene por cortesanos a niños descalzos; mujeres sonrientes, hombres del pueblo… De esta realeza, que desde hace tres años predica no sentir ninguna atracción por las riquezas y el poder. Que no habla de otras conquistas, que las del espíritu y el corazón…
¿Qué es el alma para un pagano? Ni siquiera sus dioses la tienen. ¿Puede poseerla el hombre?… Se acerca a Jesús y repregunta:
– ¿Eres Tú el rey de los judíos?
Jesús le responde:
– ¿Quieres saberlo tú? O ¿Es por insinuación de otros?
Pilatos replica:
– ¿A mí que me va con tu reino? ¿Acaso soy judío? Tu nación y tus jefes te han consignado a mí; para que te juzgue. ¿Qué has hecho? Sé que eres leal. Habla. ¿Es verdad que aspiras al Reino?
– Mi Reino no es de este mundo. Si fuese un Reino del Mundo, mis siervos y mis soldados, hubieran combatido para que los judíos no me hubieran capturado. Mi Reino no es de la tierra. Tú sabes que no aspiro al poder.
– Lo sé. Es verdad. Me lo han dicho. Pero no niegas ser Rey.
– Tú lo has dicho. Yo soy Rey. Para esto Yo he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Quién es amigo de la verdad, escucha mi Voz.
– ¿Qué es la verdad? ¿Eres filósofo? Esto no sirve para nada ante la muerte. Sócrates murió lo mismo…
– Pero le sirvió en la vida. Tanto para vivir, como para morir. Y en la otra vida, para no llevar el nombre de traidor a las virtudes cívicas.
Pilatos por unos instantes lo mira sorprendido y exclama:
– ¡Por Júpiter!
Parece reflexionar…Sentado en su silla, mira a Jesús…. Lo escudriña, con detenimiento… Piensa: ‘¿Qué es la Verdad?’… Claudia le ha dicho muchas cosas… Pero no entiende y no está seguro de querer entenderlo…
Con indiferencia, lo considera una cuestión inútil. Luego, levanta los hombros y vuelve a su escepticismo y sarcasmo habituales.
Pilatos le deja donde está, sin preguntarle nada más. Hace como si estuviera cansado. Se levanta, le vuelve la espalda a Jesús y va hacia donde están los judíos.
Y el Gobernador romano, declara:
– No encuentro ninguna culpa en él.
Los judíos se alborotan y hacen que la plebe se encabrite.
Temerosos de perder a su presa y el espectáculo de ver a su archienemigo en la Cruz, gritan:
– ¡Es un rebelde! ¡Un blasfemo! ¡Empuja al libertinaje! ¡Excita a la rebelión! ¡Niega el respeto al César! ¡A la muerte! ¡Es un alborotador! ¡Subleva al pueblo con su Doctrina, enseñándola por toda la Judea, a la que llegó desde Galilea! ¡A la muerte! ¡A la muerte!
Pilatos murmura:
– ¿Es Galileo?… –y se regresa a donde está Jesús. Lo exhorta- ¿Has oído cómo te acusan? ¡Defiéndete!
Jesús no responde.
Pilatos piensa… y en los umbrales del crimen, trata de salvarlo.
Conoce bien a Herodes y sabe que es tan astuto que al tratar de contemporizar entre Roma y el pueblo, obrará de modo que no dañe los intereses de Roma, ni ofenda al pueblo hebreo. Piensa: ‘¡Sí! ¡Es lo mejor!’…
Se decide y ordena a su tribuno:
– Que una centuria lo lleve con Herodes y que lo juzgue. Es su súbdito. Reconozco el derecho del Tetrarca y de antemano acepto su veredicto. Que se le comunique. Id.
El oficial le obedece de inmediato.
El Gobernador los ve alejarse y se queda pensativo… este Rey sin corona, sin palacio, sin corte, sin soldados. Le repite que su Reino no es de este mundo. Y tan es así, que ningún servidor, ni soldado alguno, se levanta a defenderlo y arrancarlo de las manos de sus enemigos.
Pilatos, sentado en su silla lo ha escudriñado, porque Jesús es un enigma que no logra descifrar…
Pero ¿Cómo puede entrar Dios y su Luz, donde no hay lugar para ellos y puertas y ventanas están custodiadas por la soberbia de un cargo, las preocupaciones humanas, los errores del paganismo, la debilidad humana, el vicio, la usura?… Guardias al servicio de Satanás contra Dios
Pilatos no puede comprender en qué consiste su Reino. Y lo más trágico: no pide que se lo explique. Al invitarle a que conozca la verdad, paganamente responde: ‘¿Qué cosa es la Verdad?’ ¿Dinero? No. ¿Placeres? No. ¿Poder? No. ¿Salud física? No. ¿Gloria humana? No. ¡Entonces no tiene importancia!…
No vale la pena correr detrás de una quimera. Dinero, mujeres, placeres, poder, buena salud, comodidades, honores. Éstas son cosas útiles, que deben amarse y conseguirse a cualquier precio.
Su materialismo le impidió conocer, lo único verdaderamente valioso que importa conocer, porque es para la eternidad: La Verdad… ¿Por qué no insistió en preguntar?: ¿¿Qué cosa es la Verdad??
Ella no quiere sino darse a conocer para instruir. Está delante como lo estuvo frente a Pilatos. Nos ve a todos nosotros… Nos mira con ojos suplicantes que dicen: “Pregúntame y te instruiré”
Y como miró a Pilatos nos ve a todos y a cada uno de los seres humanos que ha creado. Nos dice:
– “Yo te amo tal como eres en este momento y si tú quieres, te enseñaré a conocerme y amarme…”
Si con ojos serenos llenos de amor, mira a quién le ama y pide que le hable…
Con ojos de tristeza amorosa mira a quién no le ama, ni le busca, ni le escucha. Pero Amor. Siempre amor. Porque el Amor es su Naturaleza…
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA
212.- PRISION Y TORTURA
Juan se va, llevando consigo al aterrorizado Pedro y escucha cuando dicen que al reo lo van a llevar a la casa de Caifás. Decide adelantarse.
Cuando llegan hasta allí, toca en el portón y cuando éste se abre… Juan que por los negocios de su padre es reconocido por la sierva del Sumo Sacerdote, lo deja entrar.
El joven habla con ella y entra también Pedro.
Juan que conoce bien la casa, va adelante seguido por Pedro y la joven portera que pregunta a Pedro:
– ¿No eres tú también de los discípulos de ese Hombre?
Pedro responde:
– No lo soy.
Jesús se queda entre los que lo han capturado y que lo siguen maltratando. Lo golpean con las cuerdas. Le arrojan salivazos. Se burlan de Él. Le jalan los cabellos… Sarcasmos, golpes y escarnios de todo tipo, hasta que llega un siervo diciendo que lo lleven a la casa de Caifás.
Conducen a Jesús amarrado, a través de un corredor.
Llegan a un portal y lo recorren, hasta llegar a un portón muy grande. Entran. Luego atraviesan un patio en el que están los siervos y los guardias calentándose junto al fuego de unos leños y brasas encendidos, porque hace mucho frío y sopla el viento; en las primeras horas de la madrugada de este viernes.
Pedro y Juan están mezclados entre esta gente tan hostil…
¡Vaya que se necesita valor para estar allí!
Jesús los mira y una sombra de sonrisa se dibuja en su boca hinchada por los golpes recibidos.
El recorrido por pórticos, atrios, patios y corredores; es largo. Los palacios que poseen los poderosos de Israel, vaya que son suntuosos y enormes.
La gente no entra en el recinto del Pontífice, los hacen regresar al vestíbulo de Annás.
A Jesús lo llevan los esbirros y sacerdotes, hasta una sala muy espaciosa que no parece rectangular, por los muchos asientos en forma de herradura de caballo, colocados en las tres paredes y dejando en el centro un espacio muy grande, más allá del cual hay tres sillas sobre una tarima. En la cual la más alta y pomposa, casi parece un trono, pertenece al Sumo Sacerdote y las otras, a los cargos más importantes dentro del Sanedrín.
Cuando Jesús va a entrar, llega Gamaliel el rabí. Los guardias le dan un estirón a las cuerdas, para que deje el paso libre al gran doctor de Israel. Éste, derecho como una estatua, hierático, acorta el paso y casi sin mover los labios, sin mirar a nadie…
Le pregunta:
– ¿Quién eres? Dímelo.
Jesús le contesta con dulzura:
– Lee los profetas y te responderán. La primera señal está allí. La segunda se aproxima.
Gamaliel se recoge el manto y entra. Le sigue Jesús.
Mientras Gamaliel se dirige a su asiento, Jesús es arrastrado al centro de la sala. Ante el Pontífice; que espera a que todos los miembros del Sanedrín hayan entrado.
Luego comienza la sesión.
Caifás ve unos asientos vacíos y pregunta:
– ¿Dónde están Eleazar y Juan?
Se pone de pie un joven escriba.
Se inclina y dice:
– No quisieron venir. Aquí está escrito. –y señala una tablilla.
Caifás declara con furia en su rostro implacable:
– Que se conserve y se tome nota. Responderán de ello. ¿Qué tienen que decir los miembros santos de este Consejo acerca de ‘Ese’ que está allí? – y pareciera escupir la palabra con marcado desprecio.
Inmediatamente se pone de pie un Fariseo:
– Tomo la palabra. En mi casa violó el sábado. Dios es testigo si miento. Ismael ben Fabi nunca miente.
Caifás:
– ¿Es verdad acusado?
Jesús no responde.
Elí el Fariseo:
– Yo soy testigo de que convivía con prostitutas. Fingiéndose profeta, convirtió su albergue en Aguas Hermosas en un lupanar. Y para colmo invitaba hasta paganas. Conmigo estuvieron Sadoc, Calascebona y Nahum. Fiduciarios de Annás. Ellos están aquí. Desmentidme si no es verdad.
Sadoc confirma:
– Es como acabas de decir.
Jesús guarda silencio.
Cananías:
– No perdía ocasión de burlarse de nosotros. Si la gente no nos ama es por su culpa.
Caifás:
– ¿Lo oyes? Has profanado a los miembros santos del Consejo.
Jesús no responde.
El Fariseo Tolmé:
– Este hombre está endemoniado. Como estuvo en Egipto, ejercita la Magia
– Negra.
Caifás:
– ¿Cómo lo pruebas?
– Bajo mi palabra y por las Tablas de la Ley.
Annás dice a Jesús:
– La acusación es grave. Defiéndete.
Jesús no responde.
Nahum:
– Es ilegal tu Ministerio, tenlo en cuenta. Merece la muerte. ¡Habla!
Silencio.
Gamaliel grita:
– ¡Nuestra sesión es la ilegal! –y dice a su hijo, que está a su lado- ¡Levántate Simeón y vámonos!
Caifás:
– Pero rabí, ¿Estás loco?
Gamaliel con autoridad:
– Respeto las fórmulas. No es lícito proceder como lo estamos haciendo. Presentaré una acusación pública.
El rabí Gamaliel sale tieso como una estatua. Le sigue un hombre como de unos treinta y cinco años y que físicamente es muy parecido a él.
Terminada la breve confusión que provoca la salida de Gamaliel…
Nicodemo y José de Arimatea, aprovechan la oportunidad para hablar en favor de Jesús.
Nicodemo:
– Gamaliel tiene razón. Tanto la hora como el lugar son ilícitos y las acusaciones no tienen ningún peso. ¿Puede alguien acusarlo de haber en realidad despreciado la Ley? Soy amigo suyo y juro que siempre lo vi respetuoso para con ella.
José el Anciano:
– Lo mismo yo. Y para no ratificar un crimen, me cubro la cabeza. No por Él, sino por nosotros. Y me voy.
José intenta bajar de su asiento e irse.
Pero Caifás le grita:
– ¡Ah! ¡Con que esas tenemos! Que vengan los testigos jurados. Escuchadlos y luego podéis iros.
Entran dos tipos que parecen galeotes, con miradas furtivas y sonrisa sarcástica y cruel.
Caifás ordena:
– Hablad.
José grita:
– ¡No es lícito oírlos juntos!
Caifás:
– Soy el Sumo Sacerdote. Lo ordeno. ¡Silencio!
José da un puñetazo sobre la mesa y dice:
– ¡Que las llamas del Cielo caigan sobre ti! Desde este momento sábelo que José el Anciano es enemigo del Sanedrín y amigo de Jesús. Y así paso a informar al Pretor, que aquí se condena a alguien a muerte, sin contar con Roma.
Y sale violentamente, dando un empujón al flaco y joven escriba que trata de detenerlo…
Nicodemo, más pusilánime, se va sin decir ni una palabra. Al salir, pasa ante Jesús y lo mira…
Nueva confusión. La temible sombra de Roma se proyecta.
La Víctima expiatoria, sigue siendo Jesús…
Annás lo acusa:
– ¡Por tu culpa! ¡Corruptor de los mejores judíos! ¡Los has envilecido!
Jesús no protesta.
Caifás grita:
– ¡Que hablen los testigos!
Uno dice:
– ¡Bueno! Éste empleaba el…
El otro:
– El… lo sabíamos… ¿Cómo se llama esa cosa?
Tolmé:
– ¿Te refieres al Tetragrama?
El primero:
– ¡Exacto! Es lo que dijiste. Evocaba a los muertos. Enseñaba que no se observase el Sábado y que se profanase el altar…
El segundo lo interrumpe.
– ¡Lo juramos! Decía que Él destruiría el Templo, para reedificarlo en tres días, con la ayuda de los demonios…
El primero:
– No. Decía: ‘El hombre no lo fabricará.’
Caifás baja de su silla y se acerca a Jesús.
Tiene que levantar su cara de facciones distorsionadas por la furia, porque Jesús es muchísimo más alto que Él. Caifás es pequeño, obeso y feo; parece un reptil que se apresta para devorar a su presa. Y el contraste es muy notorio.
Porque Jesús, no obstante el maltrato que ha recibido; que está sucio y despeinado, es todavía increíblemente bello y majestuoso.
Infinitamente más regio que el Sumo Sacerdote que se une a los criminales comprados por los rufianes del Sanedrín.
Caifás pregunta:
– ¿No respondes a estas acusaciones tan graves, tan horrendas? Habla y borra la ignominia que sobre Ti han echado.
Jesús guarda silencio. Lo mira…
Caifás demanda:
– Entonces, respóndeme. Soy tu Pontífice. En Nombre de Dios Vivo, dime: ¿Eres Tú el Mesías, el Hijo de Dios?
Jesús declara:
– Tú lo has dicho. Yo lo Soy. Y veréis al Hijo del Hombre, sentado a la derecha del Poder del Padre, que vendrá sobre las nubes del Cielo. Por lo demás, ¿Para qué me preguntas? He hablado durante tres años. Nada he dicho oculto. Pregunta a los que han oído, que te referirán lo que he enseñado y he hecho…
Uno de los guardianes le pega en la boca, haciéndola sangrar de nuevo y le grita:
– ¿De este modo respondes, ¡Oh, Satanás! ¿Al Sumo Pontífice?
Jesús dice con mansedumbre y dulzura:
– Si he hablado bien, ¿Por qué me has pegado? Si mal, ¿Por qué no me muestras donde está mi error? –y volviéndose a Caifás- Me preguntaste en el Nombre del Altísimo y te respondo. Repito: Soy el Mesías, el Hijo de Dios. No puedo mentir.
Soy el Sumo Sacerdote. El Eterno Sacerdote. Soy el único que llevo el Racional sobre el que está escrito Doctrina y Verdad y le soy fiel hasta la muerte.
Ignominiosa a los ojos del Mundo; santa a los de Dios. Y hasta la bienaventurada Resurrección, Soy el Pontífice Ungido. Soy el Rey. Estoy a punto de tomar mi cetro. Y con él, como si fuese ventilador, limpiaré la era. Este Templo será destruido y volverá a levantarse nuevo, santo. Porque el actual está corrompido y Dios lo ha entregado a su destino.
Todos gritan al unísono:
– ¡¡¡Blasfemo!!!
Caifás:
– ¿Lo vas a hacer en tres días, loco y endemoniado?
– No éste. Sino el mío, resucitará… El Templo del Dios Verdadero, del Dios Vivo, del Dios Santo, del Tres veces Santo.
Gritan de nuevo al unísono:
– ¡¡¡Anatema!!!
Caifás levanta su voz aguda y se rasga su vestidura de lino con un fingido horror y dice:
– No tenemos necesidad de oír otros testimonios. Hemos oído su blasfemia. ¿Qué vamos a hacerle?
En un coro horrendo y lúgubre, declaran:
– ¡Es reo de muerte!
Haciendo gestos de desprecio y de escándalo, los miembros del Sanedrín salen de la sala, dejando a Jesús a merced de los sicarios y del grupo de falsos testigos que entre bofetadas, puñetazos, salivazos; le vendan los ojos con un trapo y le jalan con fuerza los cabellos, arrancándolos con crueldad.
Y lo arrastran de acá para allá con las manos amarradas; haciendo que se golpee fuertemente contra las mesas y las paredes; en una diversión salvaje y brutal…
Le preguntan:
– ¿Quién te ha pegado? Adivina.
Varias veces le ponen zancadilla y Jesús cae al suelo cuán largo es. Las risotadas llenan el aire, al verlo caer y al ver que apuradamente logra ponerse nuevamente de pie.
Mientras tanto en el patio, Juan ha ido en busca de la Virgen María.
Y Pedro está tratando de calentarse en la hoguera.
Unos hombres que están junto a él, le dicen:
– Seguramente tú también eres uno de los discípulos.
Pedro responde enfático:
– No lo soy.
En la sala del Consejo del Sanedrín, los perversos bandoleros se han cansado de escarnecer a Jesús y lo llevan, haciéndolo atravesar muchos patios… En medio de la befa de la plebe que ha venido reuniéndose en los atrios de las casas pontificales.
Jesús llega al lugar en donde está Pedro, calentándose al calor del fuego. Lo mira…
Pero Pedro esquiva la mirada.
Los esbirros lo llevan a un calabozo donde lo torturan sin piedad, con los instrumentos que tienen para estos casos y que utilizan de acuerdo a su bárbara crueldad…
Jesús es el reo del Odio Satánico y brutal que se desfoga sobre Él, cordero inerme en manos de sus captores…
De este modo pasan las horas…
La aurora se asoma débilmente envuelta en su color negruzco. Se ha dado la orden de devolver a Jesús a la sala de Consejo, para un proceso legal.
A Jesús se le han marcado ya los cardenales de los golpes, que a la luz verdosa del alba, toman un aspecto horroroso. Los ojos se le ven más hundidos y vidriosos. Es un Jesús sumergido en el dolor que el mundo le proporciona…
En el patio de la hoguera uno de los siervos de Caifás, que es pariente Malco, dice a Pedro:
– ¡Tú estabas con el Nazareno! ¿No te vi con Él en el huerto?
Pedro mueve la cabeza y una mujer confirma:
– Sí. Tú eres discípulo del Rabí de Galilea.
En ese preciso instante, Jesús entra en el patio, arrastrado por los esbirros de los sacerdotes y se oye clara la voz ronca de Pedro…
Que rasga el aire diciendo:
– Lo juro, mujer. No lo conozco.
Sus palabras son secas. Cortantes.
A las que responde el chillido estridente del canto de gallo, que con su: ‘¡Ki-ki-ri-quí!’ es un resonante recordatorio y un velado reproche.
Pedro se estremece y se vuelve, tratando de huir. Pero se encuentra cara a cara, frente a Jesús, que lo mira con una compasión infinita. Con un dolor tan intenso, que Pedro lanza un gemido y sale bamboleándose como si estuviera ebrio. Escapa detrás de dos criados que salen a la calle y se pierde en la oscuridad.
Jesús llega a la sala del Consejo.
Caifás vuelve a hacerle la misma pregunta capciosa:
– En Nombre del Dios Verdadero, dinos: ¿Eres el Mesías?
Jesús reitera la misma respuesta:
– Sí. Lo Soy.
Caifás sentencia:
– Eres reo de muerte. ¡Llévenlo a Pilatos!
Todos sus enemigos, menos Annás y Caifás, lo escoltan.
Vuelve a pasar por los mismos atrios del Templo en donde tantas veces hablara, hiciera el bien y sanara a los enfermos.
Pasa la muralla almenada y entra en las calles de la ciudad. Y más arrastrado que llevado lo hacen dar una vuelta inútil, con el propósito de atormentarlo lo más que pueden, por donde están los mesones y los albergues repletos de peregrinos para la Pascua.
Al dar vuelta a una calle queda cara a cara, frente a Judas de Keriot, que lo mira horrorizado…
Jesús lo mira a su vez con infinito amor y compasión….
Parece decirle:
– Ven a Mí. Todavía puedo perdonarte.
Un jalón a las cuerdas que lo sujetan, hace que siga avanzando…
Los primeros rayos de la aurora envuelven con sus luces rosas y doradas, el insólito drama.
Al pasar por el mercado, tanto las verduras que ya no pueden venderse, como los excrementos de los animales, sirven de proyectiles contra Él… Cuyo rostro cada vez aparece más herido, lleno de sangre y cubierto de inmundicias. Sus cabellos que ya estaban pesados y opacos por el sudor de sangre, ahora caen despeinados, llenos de paja y excrementos, velándole la cara.
Mercaderes y compradores dejan todo para seguir a Jesús. Pero no porque lo amen. El séquito aumenta de minuto en minuto. Parece como si una imprevista epidemia, hiciera cambiar corazones y fisonomías.
Las caras se convierten en máscaras, donde se pinta el odio, la ira, la crueldad y el anhelo de destrucción. Los ojos parecen inyectados por una fiebre de locura.
En medio del tumulto, Jesús es el mismo de siempre. Sólo con las huellas horrorosas del brutal maltrato…
En una arquivolta donde el camino se estrecha como un anillo, se oye un grito que rompe el aire:
– ¡Jesús! ¡Maestro!
Es Elías el Pastor que con su cayado trata de abrirse paso.
Viejo robusto, fuerte y amenazador; casi logra llegar hasta el Maestro. Pero la multitud desconcertada en un principio, estrecha sus filas y se impone contra el intruso. Su voz se pierde entre la gente, que lo absorbe y o rechaza.
Jesús le dice:
– ¡Vete!… ¡Mi Madre!… Te bendigo.
El séquito pasa el lugar estrecho y como agua que se desborda al encontrar espacio, se desparrama tumultuosa en una ancha calle que hay entre dos colinas, sobre cuyas lomas se ven espléndidos palacios.
Han regresado al lugar de donde partieron. Se comprende que todo el trayecto recorrido, fue con el propósito de que lo escarnecieran y de que aumentara el número de los agresores.
HERMANO EN CRISTO JESUS:
ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA