214.- AGNUS DEI
Juan Bautista había permanecido fiel a Dios y a la Verdad. Arrestado una primera vez por aquel maestro del compromiso que es Herodes Antipas, el cual contemporizaba entre la admiración por el Profeta al que tenía en gran estima, al que consultaba y escuchaba, sabiéndolo justo… Y el rencor de Herodías su mujer, que odia al Bautista y que lo tiene conquistado con la lujuria y el temor a la ira del pueblo, que veneraba al Profeta.
Había sido puesto en libertad con la consigna de alejarse y callar… Y Juan había estado en los confines de Samaría, donde permaneció hasta que fue arrestado por segunda vez.
Juan era un héroe de la Verdad y la santidad. Herodes, un campeón del fraude y del compromiso. Primero, le defraudó la mujer al hermano e hizo un compromiso con su conciencia, para saciar la carne.
Y luego fue juguete de su propia irreflexión, al dejarse llevar por una complacencia sensual y le juró a Salomé, darle cuanto le pidiese. Y aunque se entristeció… Una promesa hecha ante toda la corte, debe ser cumplida… Y de esta forma, la cabeza del más santo de los hombres, cayó por un estúpido juramento.
¿Cómo pudo hacer esto Herodes?…
Porque no estaba en él la Gracia. Satanás lo controlaba por medio del pecado. Y cuando Satanás tiene controlado a un hombre, éste se hace ciego y sordo a la Luz y a la Voz del Espíritu de Dios.
El espíritu está muerto por el pecado…
Lo mismo les pasa a los sacerdotes del Templo. La Culpa es raíz de la culpa. Una nace sobre la otra y la marea del Mal crece…
Jesús, como un bribón en medio de cien soldados, vuelve a atravesar la ciudad… Y vuelve a encontrarse con Judas Iscariote…
La misma mirada de compasión amorosa hacia el Traidor…
Ahora es más difícil darle puntapiés o golpearlo, porque va rodeado por la centuria de soldados romanos… Pero no faltan las piedras y las inmundicias. Si las piedras rebotan sobre los yelmos y las corazas romanas, las inmundicias salpican y manchan la túnica de Jesús, porque el manto lo dejó en el Getsemaní.
Al entrar Jesús en el suntuoso palacio de Herodes, ve a Cusa. Un discípulo que ante el Maestro en desgracia, decide no arriesgar lo que posee en la corte del rey y concluye por desconocerlo y alejarse de Él, después de tanto bien recibido…
Cusa no tiene el valor de mirarlo y se escabulle, tapándose la cabeza con el manto.
A Jesús lo llevan hasta el salón del trono, delante de Herodes. Tras El, los escribas y Fariseos, que sintiéndose a sus anchas; entran como acusadores. Sólo Longinos con cuatro soldados, escoltan a Jesús ante el Tetrarca.
Éste baja de su trono, da vueltas alrededor de Jesús, mientras escucha las acusaciones de sus enemigos. Sonríe y se burla. Luego simula compasión, respeto, que al igual que los insultos, no turban a Jesús.
Herodes dice:
– Eres grande. Lo sé. Te he seguido y me he alegrado de que Cusa sea tu amigo y que Mannaém sea tu discípulo. Yo… ocupaciones de estado… pero ¡Qué ganas tenía de decirte que eres grande! ¡De pedirte perdón! La mirad de Juan… su voz… Me acusan y no puedo desprenderme de ellas. Eres el Santo que quitas los pecados del mundo. Absuélveme Mesías.
Jesús no responde.
Herodes continúa:
– He oído que te acusan de rebelarte contra Roma. Pero ¿No eres la vara que azotará a Assur?
Jesús no dice una palabra.
– Me han dicho que has profetizado el fin del Templo y de Jerusalén. ¿Acaso no es eterno el Templo como espíritu, pues quién lo quiso Eterno es?
Jesús calla.
– ¿Estás loco? ¿Has perdido el poder? ¿Te impide hablar Satanás? ¿Te ha abandonado?
Herodes ríe a carcajadas. Luego da una orden.
Los siervos traen un perro que tiene una pata quebrada y que aúlla lastimosamente. Y a un hombre que parece más bien un aborto, que tiene la cabeza acuosa y deforme, babea y es juguete de los demás.
Los escribas y sacerdotes retroceden precipitadamente, diciendo que es un sacrilegio lo que se hace con el perro.
Herodes, falso y burlón, grita:
– Es el preferido de Herodías. Se lo dio Roma. Ayer se rompió la pata y ella llora por él. Mesías, manda que se cure. Haz un milagro.
Jesús lo mira con severidad. Sin protestar.
– ¡Oh! ¿Te ofendí? Entonces cura a éste. Es un hombre que está peor que un animal. Dale inteligencia. Tú, Inteligencia del Padre. ¿O no dijiste así? -y ríe con mucho sarcasmo.
Jesús lo mira con mayor severidad.
– Este Hombre es muy abstinente y ahora está atontado con tantos desprecios. Traigan vino y mujeres. Desatadlo.
Mientras lo desatan, numerosos siervos traen jarras, copas.
Entran las bailarinas, que lo único que traen es un cendal multicolor, cubriendo sus carnes de la cintura a la rodilla. Y es todo. Bronceadas. Ligeras como gacelas, dan principio a una danza silenciosa y lasciva.
Jesús rechaza la copa que le presentan y cierra sus ojos sin hablar.
La corte del Tetrarca se ríe, burlándose del gesto de Jesús.
Herodes invita:
– Toma la que quieras. ¡Vive! ¡Aprende a vivir!… –Y hace un gesto a las bailarinas.
Éstas se acercan danzando y bailan alrededor del Reo del Odio.
Jesús parece una estatua. Cruzado de brazos. Los ojos cerrados. Inmóvil; aun cuando las bailarinas lo tocan con sus cuerpos desnudos.
Herodes ordena:
– ¡Basta! Te he tratado como a Dios y no te has comportado como tal. Te he tratado como Hombre y tampoco. Eres un loco. Traed un vestido blanco. Ponédselo, para que Poncio Pilatos sepa que el Tetrarca ha tratado a su súbdito como a un loco. Centurión: dirás al Procónsul que Herodes le presenta sus respetos y venera a Roma. Idos…
Jesús, nuevamente atado sale llevando sobre su túnica púrpura, la túnica blanca que le llega hasta las rodillas…
Y regresan a la Torre Antonia.
Mannaém no puede contenerse más…
Y en cuanto sale Jesús le reprocha en plena corte a Herodes, su complicidad en el Crimen:
– Ya no aguantas los remordimientos por lo de Juan y sabiendo que Él, es el Mesías… ¡Que Él es Dios! También esto te lo he dicho… ¿Cómo te atreves a escarnecerlo así? ¿También eres cómplice de los criminales del Templo?…
Herodes le replica airado:
– El que seas mi hermano no te autoriza a faltarme al respeto. -Y volviéndose al comandante de su milicia, ordena- ¡Arréstenlo!… Por tres días, llévenlo al calabozo, sin comer y sin agua. Y denle veinte azotes por su atrevimiento…
Y mientras Herodes se reclina pensativo, los soldados herodianos se llevan a Mannaém…
El amor prospera en la pureza. En la comitiva que rodea Jesús, está Juan…
Juan, que comparte con María y con Jesús el Dolor. Tuvo un instante de turbación. Una hora de pesadez… Pero cuando superó el sueño con la conmoción de la captura. Y después la conmoción, con el amor.
Se deja llevar por éste y tiene la delicadeza de ir tras el Maestro, arrastrando consigo a Pedro, para que el Rabí tenga un consuelo; viendo a la cabeza y al predilecto de sus apóstoles.
Juan, colmado con el amor de compasión, piensa también en la Madre. Él no sabe que Ella está viviendo los tormentos del Hijo y que mientras los apóstoles dormían, ella velaba y oraba, agonizando junto con Él.
Juan no lo sabe. Su amor lo lleva a seguir a Jesús entre la multitud embriagada de Odio, con sus vestidos que lo delatan como Galileo.
No es cosa fácil. Se está arriesgando a ser lapidado, por ser seguidor del Nazareno. Pero eso no le importa… El amor lo sostiene y él desafía todo; porque no piensa en sí, sino en los dolores de Jesús y de su Madre.
Los demás huyeron y están escondidos. La prudencia y el miedo los guían…
A Juan lo guía el amor. Su piedad y su buen sentido lo inducen a esperar y a mantener a María lejos de la multitud y del Pretorio.
Él no sabe qué María comparte con Jesús todo lo que le sucede, padeciéndolo espiritualmente. Es solamente un jovencito inerme que todavía no cumple veinte años; pero que sigue fiel a su Maestro hasta la hora en que será necesario llevarle a María…
Pues Jesús tiene necesidad de la Madre y no está bien que Ella esté separada de su Hijo…
La ciudad ha quedado vacía en los demás lugares y la gente no se ha cansado de esperar ante el palacio proconsular. Ahora, cuando la centuria trata de abrirse paso a duras penas por entre la multitud, pues parece que todos los habitantes de Jerusalén y los peregrinos de la Pascua están reunidos aquí, Jesús descubre a los pastores discípulos…
Están todos. Reunidos junto con un reducido grupo de galileos. También ve a Juan, adentro del atrio, semiescondido detrás de una columna y junto a un siervo romano.
Jesús les envía a todos una sonrisa de bendición…Pero, ¿Qué son estos pocos y qué son Juana, Mannaém y las mujeres, en medio de un océano que hierve de odio?
Los que quieren la muerte de Jesús, no creen que Él sea el hijo de Dios. Como máximo lo consideran un profeta. No creen que Él pueda ser el Mesías. Sólo los puros de corazón, los sencillos, los humildes, han visto la verdad bajo las apariencias…
Los grandes están engreídos de soberbia y ésta es humo que esconde la verdad y corrompe el corazón. Por eso no ven y no pueden creer que el Esperado Mesías, sea un pobre Galileo… (Ellos lo sueñan nacido en un palacio)
Un manso que predica la renuncia. (Ellos lo piensan un grandioso conquistador de pueblos, al estilo de Alejandro Magno)
Consideran que Jesús es un peligroso denunciador de sus maldades y lo que quieren es proteger sus intereses…
Jesús como Cordero de Dios, está bajo la Justicia del Padre Celestial.
Pero aunque Él no ha intervenido para ayudarlo, Jesús no pierde la Fe en Él. Tiene resignación con el Dolor. Permanece aferrado al Cielo, aunque en estos momentos el Cielo lo rechace…
Longinos saluda a Poncio Pilatos y le da el parte.
El Gobernador exclama:
– ¿Aquí de nuevo? ¡Oooh, no! ¡Maldita raza! Que se acerque la plebe y traed aquí al Acusado. ¡Vamos! ¡Qué fastidio!
Camina hasta la mitad del atrio y se dirige a la turba:
– Hebreos, escuchad:
Me habéis traído a este Hombre como a un alborotapueblos. Lo he examinado ante vosotros y no he encontrado en Él, ninguno de los delitos de los que lo acusáis. Tampoco Herodes ha encontrado algo y por eso lo remitió. No merece la muerte.
¡Roma ha hablado! Pero para no disgustaros privándoos de vuestra diversión, os daré a cambio a Barrabás. A Él haré que le den cuarenta azotes. ¡Y basta!
Los judíos furiosos gritan:
– ¡No, no!
– ¡No, Barrabás!
– ¡No, Barrabás!
– ¡A Jesús la muerte!
– ¡Y muerte de Cruz!
– ¡Déjanos a Barrabás y condena al Nazareno!
Pilatos trata de convencerlos:
– Pero tened en cuenta que dije fustigación. ¿No basta? Haré que lo flagelen. Es algo atroz. ¿No lo sabéis? ¡Puede morir con ella! ¿Qué mal ha hecho? No encuentro ninguna culpa en Él. ¡Lo libertaré!
Esto enardece a la multitud:
– ¡Crucifícalo!
– ¡Crucifícalo!
– ¡A la muerte!
– ¡Eres un protector de criminales!
– ¡Pagano!
– ¡También tú eres Satanás!
La plebe se agita. La primera línea de soldados ondea con el golpe, sin poder usar las astas. Pero la segunda fila baja al segundo peldaño; usa las lanzas y ayudan a sus compañeros.
Pilatos es un débil. Como todos los débiles, no se decidió en espera de poder calmar a los amotinados israelitas. Y fue peor…
Para triunfar en el mundo. Para tener honores y riquezas, hay que saber hacer del sí, un no y del no, un sí. Según lo aconseje el buen sentido ‘humano.’
Para ser veraz hay que ser un héroe. Hacer frente al peligro y a los eventos, con fortaleza de acero y serenidad pronta para que el bien se realice y se esquive el Mal sin ambigüedades. Pero, ¿Dónde están los héroes?…
Este día el Procónsul no lo es.
Por medio de sus vicios, también es una marioneta de Satanás y lo manifiesta con su cobarde debilidad…
Ordenando al centurión:
– Que se le flagele.
– ¿Cuánto?
– Cuanto te parezca… ¡No hay más que hacer! Yo estoy aburrido. Ve.
Con esta cruel transacción, Pilatos espera calmar a la plebe y salvar a Jesús.
Lo único que ha conseguido es hacer mayor su sufrimiento. ¿Acaso no sabe que la plebe se embrutece al beber sangre? Pero Jesús debe ser quebrantado para expiar nuestros pecados…
HERMANO EN CRISTO JESUS: