226.- DOMINGO DE VICTORIA

TRANSITO

La vida comienza cuando parece que termina…

La muerte, es sólo la dolorosa transición hacia la verdadera Vida. El hombre fue creado para el Cielo… Destinado desde un principio a ser el Templo Vivo de Dios, su paso por la tierra es solo la preparación de ese magnífico destino. El Infierno fue creado para castigo de Satanás y sus ángeles rebeldes a Dios. Ahora lo comparten los hombres que rechazan la Salvación y la Doctrina de Jesús, por más que se nieguen a creer que existe.

En la noche del Viernes Santo, después de una muerte cuyos tormentos sólo pueden compararse a los del Infierno…

Jesús bajó a él para sacar del Limbo a los que aguardaban el momento de su Triunfo, que les abriría las puertas del Cielo para llevarlos con Él.

¡Cuánto dolor experimentó el Salvador al entrar en aquel lugar tan atroz! ¡Qué espantoso es el Fuego del Rigor de Dios! ¡Qué terrible es perder el Amor para vivir y respirar Odio, que es lo único que palpita en aquel Reino Maldito!

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Jesús nos creó una segunda vez. El pecado mató la Gracia en el hombre y su alma profanada por Satanás, quedó convertida en un cadáver espiritual y su cuerpo vulnerable a la enfermedad. Dios nos amó hasta el extremo de querer conocer la vida y la muerte de la Tierra, para hacerse Alimento de nuestra debilidad y Sacramento, para permanecer entre nosotros. Se despojó de la Vida para darnos la Vida.

Se despojó de su vestidura de Dios y se cubrió con la nuestra de Hombre. Y aun ésta la perdió por nosotros, después de probar todos sus horrores: Dolores, hambres, traiciones, torturas, fatigas, agonía y muerte… ¡Oh Redención del Hombre, cuánto le costamos! Reparación y Obsequio ofrecido a su Padre Santísimo….

Como Consagrante, Constructor y Víctima, Jesús adquirió el derecho a ser Sacerdote Supremo. Esto es lo que constituye su Gloria: haber restituido a Dios los Templos Vivos de nuestras almas de nuevo consagradas…  Y de esta Gloria lo revistió el Padre… Otorgándole el Poder de ser Juez de todas las creaturas que hizo suyas al Precio de un Sacrificio sin Límites, con una Victoria total manifestada el Domingo de Resurrección…

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La noche abre paso al amanecer. El cielo va tomando los tintes de un zafiro más claro… En el huerto hay un silencio total. Las estrellas del cielo, van desapareciendo poco a poco y el tinte azul negro de la noche se difumina, ante el empuje del alba que avanza de oriente a occidente; como la ola de marea alta que cubre la playa mojando la arena y los arrecifes, con el agua y la espuma…

Las estrellas parpadean con su luz cada vez más débil, bajo la luz blanco-verdosa del alba, que baña los olivos mientras la aurora surge victoriosa, borrando la oscuridad de la noche precedente, con sus destellos áureos y rosados que se posan sobre el rocío que baña todas las hojas en el huerto…

Los pajarillos se despiertan entre el tupido ramaje de los altísimos cipreses y los setos de laureles, que defienden del cierzo.

La puerta del sepulcro de Jesús ha sido reforzada con una gruesa capa de cal, como si fuese un contrafuerte. Sobre el color blanco opaco del sello del Templo, golpean las largas ramas de un rosal…

Los guardias, fastidiados y temblando de frío; abrumados por el sueño… Custodian el sepulcro en diversas actitudes…

Alrededor de la fogata que hicieron durante la noche, sólo quedan los tizones, la ceniza, las sobras de la cena y los huesitos pulidos que usaron para jugar un juego parecido al dominó, sobre un tablero trazado sobre la tierra de la vereda… Cuando se cansaron, se acomodaron para dormir un poco o velar…

En el cielo que ilumina una naciente aurora, se dibuja una raya rosada que avanza por el firmamento… Viene de desconocidas profundidades… Es un meteoro brillantísimo que desciende cual bola de fuego en un resplandor portentoso, seguido de una brillante estela…

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Los guardias espantados levantan su cabeza, porque junto con la luz resuena un retumbo armónico que llena todo lo creado… Es el Aleluya angelical, la gloria que acompaña al espíritu de Jesús que regresa a su Cuerpo Glorioso…

El meteoro choca contra la inútil piedra que es el sello el sepulcro. Lo destruye… Lo arroja por tierra esparciendo terror y fragor, sobre los guardias que fueron puestos como carceleros del Dueño del Universo.

Y al pegar contra la tierra provoca un nuevo terremoto, parecido al que sucedió cuando el espíritu de Jesús, salió de su cuerpo Crucificado… Entra en la oscuridad del sepulcro que se ilumina con esa luz maravillosa e indescriptible…

Y mientras permanece inmóvil, suspendida en el aire… El espíritu vuelve a entrar en el cuerpo sin vida, que está embalsamado bajo las fúnebres vendas…

Es muy lento describir… Todo ha sucedido en un instante: El aparecer, descender, penetrar y desaparecer la Luz de Dios; ha sido velocísimo…

El viernes por la tarde, el cadáver de Jesús fue sepultado… Al alba del tercer día, su Espíritu bajó como un rayo poderoso: destruyó los sellos de los hombres, tan inútiles ante el Poder de Dios. Derribó la piedra y aterrorizó a los guardias puestos para vigilar al que Es Vida, a quién ninguna fuerza humana puede impedir que lo sea.

Jesucristo con su Fuego Divino, calentó los fríos restos de su cadáver y el Nuevo Adán, se dijo a Sí Mismo: ‘Vive. Lo quiero.’

El «Quiero» del divino Espíritu a su frío cuerpo no recibe contestación. El «Quiero» lo dice la Esencia a la materia muerta. Sin embargo no se oye ni una palabra.

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La carne recibe la orden y obedece…

Bajo el Sudario y la Sábana despierta del sueño de la muerte, vuelve de la «nada» en que estaba. El corazón se despierta… Da el primer latido… Empuja en las venas el resto de la helada sangre que quedó e inmediatamente crea lo que necesitan las arterias vacías… Lo que necesitan los pulmones inmóviles… Lo que necesita el cerebro…  Llevando calor, salud, fuerzas, pensamiento… Y su cadáver siente que la Vida vuelve a Él.

Como un hombre que se despierta después de un profundo sueño, Jesús da un gran respiro. Ni siquiera abre los ojos. Lentamente la sangre vuelve a llenar las venas vacías, vuelve a latir el corazón, da calor a los miembros. Las heridas se cierran, los moretones desaparecen. ¡Cuán herido estaba Él…! Pero la Fuerza entra en actividad. Y su Cuerpo es sanado.

Lentamente ha despertado. Ha vuelto a la Vida. Estuvo muerto. AHORA VIVE. Ahora se levanta. Se quita las sábanas en las que estuvo envuelto. Se libra de los ungüentos. Aparece tal cual ES: la Belleza Eterna. La Perfección Absoluta. Se pone un vestido que no es de esta tierra, se lo tejió su Padre, que es el que teje la delicadeza de os lirios. Está revestido de resplandor. Sus Llagas son sus adornos. No manan sangre, sino Luz. Esa Luz que será la alegría de su Madre, de los bienaventurados…  Y el terror de los Malditos, de los demonios en la Tierra y en el Último Día.

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Un instante más…  Y aparece de pie: imponente, brillantísimo con su vestido de inmaterial materia, sobrenaturalmente hermoso y majestuoso. Con esa solemnidad que lo cambia y lo eleva, siendo siempre el mismo; apenas si el ojo humano tiene tiempo de captar los cambios.

Y ahora nuestro espíritu puede admirarlo…

Han desaparecido todas las huellas de su atroz tormento. Está limpio… Sin heridas, ni sangre. Despide luz de sus cinco llagas y la misma Luz brota también de cada poro de su piel.

Cuando da el primer paso al moverse, los rayos que brotan de manos y pies le forman como aureola de luz, desde la cabeza nimbada de una corona que le hicieron las heridas de las que no brota sangre sino resplandor, hasta la orla del vestido. Cuando al abrir sus brazos que tiene cruzados sobre el pecho, descubre una luminosidad vivísima que se trasluce por el vestido encendiéndole a la altura del corazón; se puede apreciar entonces que realmente es la «Luz» que ha tomado cuerpo.

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No se trata de la pobre luz terrena, ni de la de los astros, ni de la del sol; sino de la de Dios… Todo el brillo paradisíaco se junta en un solo Ser y le da su azul inimaginable por pupilas, su fuego de oro por cabellos, su candidez angelical por vestiduras y colorido…

Y lo que no puede describir la palabra humana: el inmenso ardor de la Santísima Trinidad…  Que anula con su potencia abrasadora cualquier fuego del paraíso absorbiéndolo en Sí,  para engendrarlo de nuevo en cada instante del tiempo eterno.

Corazón del cielo que atrae y difunde su sangre, las incontables gotas de su sangre incorpórea… Los bienaventurados, los ángeles, todo cuanto es el paraíso: el amor de Dios, el amor a Él. Lo que forma al Jesús resucitado todo es luz.

Cuando se dirige hacia la salida… Su magnífico resplandor, permite ver dos luminosidades hermosísimas, que son cual estrellas con respecto al sol.

El Ángel de su vida terrestre y el Ángel que lo acompañó en su Dolor, están postrados ante Él y adoran su Gloria. Sus dos ángeles… Uno para sentirse bienaventurado a la vista del Hombre a quién guardó y que ya no tiene necesidad de su protección angelical. El otro que vio sus lágrimas para ver su sonrisa… Que vio su lucha, para ver su Victoria; que vio su dolor, para ver su alegría.

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Están a cada lado del umbral, postrados en adoración ante su Dios que pasa envuelto en su luz…  derramando júbilo con su sonrisa.

Los guardias están allí afuera, semi-desmayados…

Los ojos mortales no ven a Dios, pero sí los puros del universo… Toda la Creación redimida por Él… Todos los seres, ven y admiran  al Poderoso que pasa en un nimbo de Luz que es suya, más esplendorosa que  un nimbo de luz solar. Su sonrisa, su mirada que se posa sobre las flores, sobre las ramas de los árboles; que se levanta al cielo…  Todo lo reviste de su Belleza llena de gloria.

Sale. Deja su fúnebre gruta. Vuelve a pisar la tierra que se despierta de alegría y se adorna con el brillo del rocío, con los colores de las hierbas, de los rosales, con las corolas de los manzanos que se abren milagrosamente al primer beso que les da el sol. La tierra saluda adorando al Sol eterno que por ella pasa…

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Pasa entre los guardias semidormidos, símbolo de las almas en pecado mortal, que no sienten cuando pasa su Dios…

Es Pascua: ¡El Paso del Ángel de Dios! Su paso de la Muerte a la Vida. Su paso para dar Vida a los que creen en su Nombre. Es la Paz que pasa por el mundo.  Y su pensamiento se dirige hacia la que con su FE y su santidad ha logrado que Dios se Encarnase en su vientre purísimo… Lo primero que hace al pisar nuevamente la tierra, es ir a ver a su Madre…  Con su vestido de Hombre Glorificado, con su resplandor sin igual y de diamantes.

Ella lo puede tocar porque es la Pura, la Hermosa, la Amada, la Bendita, la Santa de Dios. El Nuevo Adán va donde la Nueva Eva.

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El Mal entró en el mundo por la mujer y por la Mujer fue vencido. El Fruto Bendito del seno de la Mujer, ha desintoxicado a los hombres del veneno de Lucifer. Ahora SI QUIEREN, PUEDEN SALVARSE. Ha salvado a la mujer que quedó tan frágil, después de la herida mortal…

Jesús Resucitado sale al huerto lleno de flores. Los manzanos abren sus corolas para formar un arco sobre su Cabeza de Rey. Las hierbas se doblan para servir de alfombra a sus pies que vuelven a pisar la Tierra Redimida. Lo saludan los primeros rayos del sol; el aire abrileño; las nubecillas que pasan y los pájaros. Es su Dios y LO ADORAN.

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Más luminosos y transparentes que el del más esplendoroso diamante,  son los fulgores que forman una corona sobre la cabeza del Vencedor.

El rocío le brinda sus destellos. El cielo se refleja en sus ojos resplandecientes, como dos zafiros bellísimos. El sol del alegre amanecer abrileño, pinta con sus colores las nubes que son empujadas por una ligera brisa, para que venga a besar a su Rey; trayéndole los perfumes de los jardines y las caricias de los delicados pétalos de las flores más hermosas, que se rinden adorando a su Creador…

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Jesús levanta su mano y Bendice.

Los pajarillos se desgranan en trinos. El viento en fragancias… La Tierra en celestiales armonías…

Luego Jesús desaparece… dejando a su paso un rastro de gloria e incomparable dicha…

LA RESURRECCION DE JESUS

Mientras tanto en el cenáculo, en la habitación de la Virgen…

El aguijón de su Cuerpo Destrozado, redoblaba las plegarias ardientes de su Madre y para consolar su corazón agonizante, Jesús anticipó el Milagro de su Resurrección.

Ella está postrada con el rostro en tierra. Parece un ser abatido, como la flor muerta de sed de que ha hablado.

La cerrada ventana se abre bruscamente…  Y con el primer rayo del sol entra Jesús.

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María, que se estremeció al oír ruido y levanta su cabeza para ver qué clase de viento hubiera abierto las hojas de la ventana, mira a su radiante Hijo: hermoso, infinitamente más hermoso de lo que era antes de su pasión, sonriente, vivo. Luminoso más que el sol, con un vestido blanco que parece tejido con luz  y se acerca a Ella.

María se endereza sobre sus rodillas y juntando sus manos sobre el pecho en cruz, habla con un sollozo que es risa y llanto: «Señor, Dios mío.»

Y se queda extasiada al contemplarlo. Las lágrimas que bañaban su rostro se detienen. Su rostro se hace sereno, tranquilo con la sonrisa y el éxtasis.

Jesús no quiere ver a su Madre de rodillas como a una esclava…

Tendiéndole las manos de cuyas llagas salen rayos que hacen más luminoso su cuerpo…

La saluda jubiloso:

–                        ¡Madre!

No es la palabra desconsolada de las conversaciones y de los adioses anteriores a la pasión, ni el lamento desgarrador de su encuentro en el Calvario y en su último suspiro…

Es un grito de triunfo, de alegría, de victoria, de fiesta, de amor, de gratitud.

Se inclina sobre su Madre que no se atreve a tocarlo…  Le pasa las manos por los codos doblados, la pone de pie, la estrecha contra su corazón y la besa.

¡Oh!, Entonces es que María comprende que no es sólo una visión…

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Que es realmente su Hijo resucitado…  Que es su Jesús, su Hijo quien la sigue amando como a tal. Y con un grito se le echa al cuello, lo abraza, lo besa, entre lágrimas y sonrisas. Lo besa en la frente donde no hay más heridas; en la cabeza que no está despeinada, ni ensangrentada; en los brillantes ojos, en las mejillas sanas, en la boca que no está hinchada.

Luego le toma las manos, besa el dorso y la palma. Se arrodilla, besa sus pies al levantar la resplandeciente vestidura. Luego se pone de pie. Lo mira, pero no se atreve a hacer más…

Entonces Él sonríe y comprende. Entreabre su vestido, muestra el pecho y…

Pregunta amorosísimo:

–                       ¿Madre, no besas ésta, que tanto te hizo sufrir y que eres la única digna de besar? Bésame en el corazón, Madre. Tu beso me borrará el último recuerdo de todo lo que fue dolor y me dará la alegría que falta aún a mi júbilo de resucitado.

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Toma entre sus manos el rostro de la Virgen, le apoya sus los labios en la herida del costado de la que manan ríos de vivísima luz.

El rostro de María se nimba con esa luz, pues está envuelto en sus rayos. Besa una y otra vez la herida, mientras Jesús la acaricia. No se cansa de besar. Parece un sediento que bebe de un manantial y que bebe las linfas la vida misma, que iba perdiendo.

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Jesús habla:

–                  “Ha terminado todo, Madre. Ahora no tienes más por qué llorar a tu Hijo. La prueba ha acabado. La redención se ha realizado. Madre, gracias por haberme concebido, alimentado, ayudado en la vida y en la muerte.

Tus plegarias llegaron hasta Mí. Fueron mi fuerza en el dolor, mis compañeros en mi viaje por la tierra y más allá. Conmigo fueron a la cruz y al limbo. Fueron el incienso que precedían al Pontífice que fue a llamar a sus siervos para llevarlos al templo que no muere: a mí Cielo.

Fueron conmigo al paraíso, adelantándose cual voz angelical al cortejo de los redimidos a cuya cabeza iba para que los ángeles estuviesen prontos a saludarme corno al Vencedor, que regresaba a su reino.

El Padre y el Espíritu vieron…  Oyeron tus plegarias, que tuvieron la sonrisa de la flor más bella; que fueron más melodiosas que el más dulce cántico que en el paraíso hubiera brotado…  Los patriarcas los nuevos santos, los primeros ciudadanos de mi Jerusalén las oyeron y te traigo ahora su agradecimiento…  Madre, al mismo tiempo que el beso y bendición de nuestros parientes, te traigo los de tu esposo de alma; José…

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Todo el cielo te canta sus hosannas a ti, Madre mía, ¡Madre santa! Un hosanna que no muere, que no es falaz como el que hace pocos días me brindaron…

Ahora me voy al Padre con mi vestido humano. El Paraíso debe ver al Vencedor en su vestido de Hombre con el que vencí el pecado del hombre.

Pero luego volveré otra vez. Debo confirmar en la fe a quien aún no cree y que tiene necesidad de creer para llevar a otros…  Debo fortificar a los pusilánimes que tendrán necesidad de mucha fortaleza para resistir el ataque del mundo.

Luego subiré al cielo. Pero no te dejaré sola. Madre, ¿Ves ese velo?…  En mi aniquilamiento, quise mostrarte una vez más mi poder con un milagro, para que te consolase.

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Ahora realizo otro. Me tendrás en el Sacramento, real como cuando me llevabas en tu seno…  No estarás jamás sola. En estos días lo has estado… Este dolor tuyo era necesario a mi redención. Mucho se le irá añadiendo porque seguirá aumentando el pecado… Y llamaré a todos mis siervos para que coparticipen de esta redención… Tú eres la que sola harás más que todos los santos juntos. Por esto era necesario también este abandono. Ahora no más…

No estoy más separado del Padre. Tú no lo estarás más de tu Hijo. Y al tener al Hijo, tienes a nuestra Trinidad.

Cielo viviente, llevarás sobre la tierra a la Trinidad entre los hombres y santificarás la Iglesia.

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Tú, Reina del sacerdocio y Madre de los que creerán en Mí. Luego vendré a llevarte… No estaré ya más en ti, sino tú en Mí en mi reino, para que hagas más bello mi Paraíso…

Ahora me voy, Madre. Voy a hacer feliz, a la otra María. Luego subiré a donde mi Padre y de ahí vendré a ver a quien no cree…

Madre, dame tu beso por bendición. Mi paz te acompañe. Hasta pronto.”
María le toma la cabeza, como lo hizo tantas veces a lo largo de treinta y tres años, y lo besa con muchísima ternura y respeto, sobre su frente coronada de Luz y ya no de espinas…

Jesús desaparece en el sol que baja a torrentes del cielo matinal y tranquilo.

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

 

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