Archivos diarios: 2/02/13

227.- “IMAGINACIÓN DE MUJERES”

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Las mujeres que salieron antes del amanecer, para ir al sepulcro a embalsamar bien a Jesús, caminan a lo largo del muro sumido en la penumbra. Avanzan presurosas y calladas. Van bien arropadas y miedosas de tanto silencio y soledad. Luego, cobrando ánimo a la vista de la absoluta tranquilidad que reina en la ciudad, se reúnen en grupo y dejando el miedo a un lado, hablan.

Susana pregunta:
–           ¿Estarán ya abiertas las puertas?

Salomé responde:

–           Claro. Mira allá al primer hortelano que entra con verduras. Se dirige al mercado.- y mirando a Magdalena añade- ¿Nos dirán algo?

Magdalena interroga:

–           ¿Quién?

–           Los soldados, en la puerta Judiciaria… Por allí… entran pocos y salen menos… Podríamos levantar sospecha…

–           ¡Y qué con eso! Nos verán…  Y verán a cinco mujeres que van al campo. Nos pueden tomar por quienes, después de haber celebrado la Pascua regresan a su ciudad.

–           Pero… para no llamar la atención de ningún malintencionado, ¿Por qué mejor no salimos por otra puerta y luego damos vuelta a lo largo del muro?…

–           Se haría más largo el camino.

–           Pero estaríamos más seguras. Vamos a la puerta del Agua…

Magdalena responde secamente:

–           ¡Oh, Salomé! ¡Si yo fuera tú, escogería la puerta Oriental! Sería más largo el recorrido… ¡Olvidas que hay que hacerlo pronto y volver presto!

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Todas le ruegan:

–           Entonces escojamos otra, pero no la Judiciaria.

–           Sé buena…

Magdalena concede:

–           Está bien… Y ya que lo queréis, pasaremos por donde Juana. Nos pidió que se lo hiciéramos saber. Si fuéramos derecho, no habría necesidad. Pero como queréis dar una vuelta más larga, pasemos por su casa…

–           ¡Oh, sí! También por los guardias que hay allí… Juana es conocida y respetada…

Martha dice:

–           Propondría que se pasase por la casa de José de Arimatea. Es el dueño del lugar.

Magdalena se detiene y contesta:

–           ¡Claro! ¡Hagamos ahora un cortejo para que nadie repare en nosotras! ¡Oh, qué cobarde hermana tengo! Más bien, Marta, hagamos así. Yo me adelanto y espero. Vosotras venís con Juana. Me pondré en medio del camino…  Si hay peligro alguno, me veréis y regresaremos. Os aseguro que los guardias ante esto que previne, (enseña una bolsa llena de monedas) nos dejarán hacer todo.

Susana dice:

–           Lo diremos también a Juana. Tienes razón.

Magdalena decide:

–           Entonces id, que yo me voy por mi parte.

Martha dice temerosa por ella:

–           ¿Te vas sola, María? Voy contigo.

–           No. Tú vete con María de Alfeo a la casa de Juana. Salomé y Susana te esperarán cerca de la puerta, del lado del afuera de los muros. Luego tomaréis juntas el camino principal. Hasta pronto.

Magdalena no da pie a otros posibles pareceres y se va veloz con su bolsa de perfumes y el dinero en el seno. Pasa por la puerta Judiciaria para llegar más pronto. Nadie la detiene…

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Las otras la miran… Y se van.

Más adelante en otra calle, vuelven a dividirse…

Salomé y Susana siguen adelante por la calle, entre tanto que Marta y María de Alfeo llaman al portón de hierro de la rica mansión de Juana de Cusa.

Cuando están en el atrio esperándola, sucede el breve y fuerte terremoto que vuelve a aterrorizar a todos los habitantes de Jerusalén, que no han olvidado los sustos del Viernes.

Magdalena por su parte, está exactamente en los linderos del huerto de José de  Arimatea, cuando la sorprende el poderoso rugir de esta señal celestial.

María siente el sacudimiento y cae por tierra, murmurando:

–           ¡Señor mío!

Luego se levanta y corre veloz hacia el huerto. El celeste meteoro ha entrado destruyendo sello y cal puestos para refuerzo de la tumba. Con el estruendo cae la puerta de piedra, dejando como muertos a los guardias aterrorizados.

María al llegar ve a estos carceleros del Triunfador echados por tierra como un manojo de espigas segadas, pero no relaciona el terremoto con la resurrección.

Y cuando  contempla aquel espectáculo piensa que haya sido un castigo de Dios contra los profanadores del sepulcro de Jesús y…

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Cayendo de rodillas grita:

–           ¡Ay de mí! ¡Lo han robado!

Queda destrozada. Se desploma llorando como una niña al encontrar la tumba vacía.

Luego se levanta y corre para ir a decirlo a Pedro y Juan.

Y como no piensa sino en avisar a los dos, no se acuerda de ir al encuentro de sus compañeras, ni de esperarlas en el camino… Como  una gacela regresa por la puerta Judiciaria…  Vuela por las calles y llega hasta el Cenáculo. Toca fuertemente en el portón y le abren.

Magdalena pregunta angustiada:

–           ¿Dónde están Juan y Pedro?

La mujer señala el Cenáculo y dice:

–           Allí.

Los dos discípulos la miran sorprendidos, cuando ella en voz baja por compasión a la Virgen, pero llena de dolor…

Magdalena dice:

–           ¡Se han llevado al Señor del Sepulcro! ¡Quién sabe dónde lo habrán puesto!

Los dos apóstoles dicen al mismo tiempo:

–           ¡Pero cómo!

–           ¿Qué estás diciendo?

Magdalena responde ansiosa:

–           Me adelanté… Para comprar las guardias… Para que nos dejasen embalsamarlo. Pero los centinelas están allí como muertos… El sepulcro está abierto, la piedra por tierra… ¿Quién habrá sido? ¡Oh, venid! Corramos…

Mientras tanto…

Susana y Salomé han llegado a la muralla, cuando el terremoto las asusta. Pero el amor sobrepuja el miedo y rápidas se dirigen al sepulcro. Cuando entran en el huerto, ven a los guardias tirados por tierra… Y ven que sale una gran luz del sepulcro abierto.

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Luego se asoman al umbral y en la oscuridad de la gruta sepulcral ven a un ser muy luminoso y bellísimo, que les sonríe. Las saluda desde el lugar de donde está: apoyado a derecha de la piedra de la unción que desaparece con el inmenso resplandor.
Espantadas caen de rodillas.
Dulcemente el ángel les habla:

–           No temáis. Soy el ángel del divino Dolor. He venido para ser feliz con su término. Jesús no siente más el dolor, ni la humillación de la muerte. Jesús de Nazaret, el Crucificado a quien buscáis, ha resucitado. ¡No está más aquí! Vacío está el lugar donde lo pusieron. Alegraos conmigo. Id. Decid a Pedro y a los discípulos que ha resucitado, que se os adelanta en Galilea. Allá lo veréis por un poco de tiempo más, según lo había dicho.

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Las mujeres caen con el rostro a tierra y cuando lo levantan, murmuran aterrorizadas:

–           ¡Ahora moriremos!

–           ¡Hemos visto el ángel del Señor!
En campo abierto se tranquilizan un poco.

Salomé dice:

–           Si contamos lo que vimos nadie nos creerá…

Susana contesta:

–           Si decimos que estuvimos en el sepulcro, los judíos pueden acusarnos de haber matado a los guardias. Y…

Martha dice:

–           ¡Oh no! ¡No! ¡No podemos decir nada a nadie!

Y deciden callar sin decir nada ni a amigos, ni a enemigos. Espantadas y enmudecidas… Regresan por otro camino a casa. Entran y se meten al cenáculo. Ni siquiera tratan de ver a la Virgen… Allí piensan si lo que han visto, no habrá sido un engaño del demonio.

Como humildes que son, piensan…

–          “No puede ser que se nos haya concedido ver al enviado de Dios.”

–          No. “Es Satanás que nos quiso aterrorizar.”
Y lloran, rogando como dos niñas aterradas por una pesadilla…

Mientras tanto…

El tercer grupo: el de Juana, María de Alfeo y Marta; van por la calle donde  las sorprendió el terremoto y ven a la gente aterrorizada, recordando lo sucedido el Viernes.

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María de Alfeo dice:

–           ¡Mejor si todos están atemorizados! Tal vez hasta los guardias lo estarán y nos dejarán pasar.

Ligeras van a la muralla.

Mientras caminan, Juan, Pedro y Magdalena han llegado al huerto Juan se adelanta y  llega primero al sepulcro. Ya no están los guardias. Tampoco el ángel…

Juan se arrodilla temeroso y afligido en el umbral abierto…

Y dice:

–           Simón, ¡No está! María ha visto bien. Ven, entra, mira.

La oscuridad a estas horas de la mañana, es densa dentro del sepulcro.  Sólo se ilumina por la abertura de la puerta en la que se dibujan las sombras de Juan y Magdalena…

Pedro se esfuerza en ver y tembloroso toca la mesa de la unción y la siente vacía…

Y dice:
–           Juan, ¡No está! ¡No está!… ¡Oh, ven también tú! Tanto he llorado que apenas si puedo ver algo con esta raquítica luz.
Juan se levanta y entra.

Mientras lo hace Pedro descubre el sudario colocado en un rincón, bien doblado y con él la Sábana enrollada cuidadosamente.

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Pedro dice muy triste:

–           De veras que lo han robado. No pusieron los guardias por nosotros, sino para hacer esto… Y nosotros permitimos que lo hicieran…

Magdalena pregunta:

–           Oh, ¿dónde lo habrán puesto?

Juan dice:

–           ¡Pedro, Pedro, ahora… todo se ha acabado!»

Los dos discípulos salen anonadados.

Pedro dice:

–           Vámonos, Magdalena. Lo dirás a su Madre…

Magdalena objeta:

–           Yo no me voy. Me quedo aquí… Podrá venir alguien… No me voy… Aquí hay todavía algo de Él. Su Madre tenía razón… Respirar el aire donde estuvo Él es el único consuelo que nos queda.

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Pedro confirma:

–           El único consuelo… Ahora tú misma lo ves que era una tontería esperar.

Por toda respuesta, Magdalena se abate hasta el suelo, junto a la puerta y llora mientras los otros despacio se van…

Jesús fue  a ver a su Madre, con su vestido de Hombre Glorificado, con su resplandor sin igual y…  Después se presenta a la MUJER REDIMIDA, a la representante de todas las mujeres a quienes ha librado de la mordida de la Lujuria, para decirles que se acerquen a Él para curarlas; que tengan fe en Jesús; que crean en su Misericordia que comprende y perdona. Que para vencer a Satanás, el Instigador de sus cuerpos, miren el suyo adornado con sus Cinco Llagas.

Magdalena la resucitada a la Gracia, será la primera en verlo, después de la Madre Santísima.

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 Después de un rato Magdalena levanta su cabeza, mira adentro y entre sus lágrimas ve a dos ángeles sentados a la cabeza y a los pies de la mesa donde se hizo el embalsamamiento.

La pobre María está tan aturdida con la lucha que se traba entre la esperanza y la Fe, que los mira sin siquiera sorprenderse.

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Y uno de ellos le pregunta:

–           ¿Por qué estás llorando, mujer?

Magdalena responde:

–           Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.

El ángel mira a su compañero y sonríe. Con mucha alegría, los dos miran hacia el huerto florido con los miles de corolas que se han abierto a los primeros rayos del sol en los manzanos que hay allí.
María se vuelve para ver lo que miran. Y ve a un Hombre, hermosísimo al que no reconoce…

Él la mira con piedad y le pregunta:

–           Mujer, ¿Por qué estas llorando? ¿A quién buscas?

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Entre sollozos Magdalena dice:

–        ¡Me han quitado al Señor Jesús! Había venido para embalsamarlo con la esperanza de que resucitase… Todo mi valor, todas mis esperanzas, toda mi fe giran en torno a mi amor por El… Pero ahora no lo encuentro más… ¡Todo es inútil! Los hombres han robado a mi Amor y con ello se lo han llevado todo…

¡Oh Señor mío, si tú te lo llevaste, dime dónde lo pusiste! Mira: soy la hija de Teófilo, la hermana de Lázaro, pero estoy a tus pies para suplicártelo como una esclava…

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 ¿Quieres que te compre su cuerpo? Lo haré. ¿Cuánto quieres? Soy rica. ¡Dime, dime, dónde está mi Señor Jesús! Hace tres días que la Ira de Dios nos ha castigado por lo que se hizo a su Hijo… No agregues profanación al delito…

Jesús se revela en su triunfante fulgor y centellea al decir:

–        ¡María!

–        ¡Rabboní!

María al son de su grito que llena el huerto se levanta, se echa a los pies de Jesús. Quiere besarlos.

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Pero Jesús tocándola apenas con la punta de sus dedos sobre la frente la separa diciéndole:

–        ¡No me toques! Aún no he subido a mi Padre con este vestido. Ve donde están mis hermanos y amigos y diles que subo a mi Padre y vuestro, a mi Dios y vuestro. Y luego iré donde están ellos.

Jesús desaparece envuelto en un destello.

No permite que le toque; todavía le falta mucho para purificarse con la penitencia. Pero su amor merece un premio. Supo resucitar por su voluntad del sepulcro de su vicio; deshacerse de Satanás que la tenía aferrada; desafiar al mundo por amor a su Salvador. Supo despojarse de todo lo que no fue amor…  Para no ser más que amor que arde por su Dios.

Magdalena besa el suelo donde estuvo y corre a casa. Entra como un cohete hasta la habitación de la Virgen y la abraza llorando de alegría y…

Magdalena grita:

–           ¡Ha resucitado! ¡Ha resucitado!

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Mientras acuden Pedro y Juan…

Y del cenáculo salen espantadas Salomé y Susana, que escuchan lo sucedido…  Llegan de la calle María de Alfeo, Marta y Juana que con el aliento entrecortado…

Y dicen:

–           ¡Estuvimos allí!

–           Vimos dos ángeles que dijeron ser los custodios del Hombre-Dios.

–           Y el ángel de su Dolor nos dio la orden de decir a los discípulos que había resucitado.

Pedro mueve la cabeza negando…

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Martha confirma:

–           Sí.  Han dicho: “¿Por qué buscáis al Viviente entre los muertos? Él no está aquí. Ha resucitado como lo predijo cuando estaba en Galilea. ¿No os acordáis de ello? Dijo: ‘El Hijo del hombre debe ser entregado en las manos de los pecadores y será crucificado. Pero resucitará al tercer día’ ”

Pedro sacude su cabeza diciendo:

–           ¡Muchas cosas han sucedido en estos días! Os habéis quedado asustadas.
Magdalena levanta la cabeza del regazo de María y…

María de Mágdala confiesa:

–           ¡Lo he visto! Le he hablado. Me ha dicho que sube al Padre y que luego vendrá. ¡Qué bello es!… ¡Oh! ¡Señor mío!…

Y en ese grito se oye su corazón. Jesús le dio el encargo por haberlo merecido, de ser la Mensajera de su Resurrección. Se le tacha de haber visto fantasmas; pero no le importa a María de Mágdala, María de Jesús; el juicio de los hombres… Lo ha visto Resucitado y esto le produce una alegría tal, que le impide cualquier otro sentimiento. Jesús AMA A LA QUE FUE CULPABLE, PERO QUISO SALIR DE SU CULPA.

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Y Magdalena llora como nunca lo había hecho, ahora que no tiene por qué atormentarse a sí misma al luchar contra las dudas que le asechaban de todas partes.
Pedro y Juan dudan. Se miran…

Su mirada dice:

–           ¡Imaginaciones de mujeres! 

Ahora Susana y Salomé se atreven a hablar…

Pero la inevitable diversidad de detalles: de los guardias que antes estaban como muertos y después, no…  De los ángeles que son uno y dos, que los apóstoles no vieron…  De que Jesús viene aquí y de que se adelanta a ellos en Galilea, hace que la duda crezca más en los apóstoles y que se persuadan que son “imaginaciones de mujeres”.

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María, la feliz Madre, guarda silencio sosteniendo a Magdalena…

María de Alfeo dice a Salomé:

–          Vayamos nosotras dos. Veamos si todas estaban ebrias…

Y salen corriendo.
Las otras se quedan.

Los dos apóstoles tranquilamente se burlan de ellas, cerca de María que no dice nada, absorta en un pensamiento que nadie comprende que sea un éxtasis.

Más tarde…

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Vuelven las dos mujeres entradas en años, llorando de felicidad y diciendo:

–           ¡Es verdad! ¡Es verdad!

–           Lo hemos visto.

–           Nos ha dicho, cerca del huerto de Bernabé: “La paz sea con vosotras. No tengáis miedo. Id a decir a mis hermanos que he resucitado y que vayan dentro de pocos días a Galilea. Allí estaremos todavía un poco juntos”. Así ha dicho.

–           Magdalena tiene razón. Hay que decirlo a los que están en Galilea, a José, a Nicodemo, a los discípulos de mayor confianza, a los pastores. Id.

–           Haced algo… ¡Oh, ha resucitado!…

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Los apóstoles les contestan incrédulos:

–           ¡Estáis locas!

–           ¡El dolor os ha trastornado la cabeza!

–           Habéis creído que la luz fuese un ángel, que el viento fuese voz, que el sol fuese Jesús.

–           No os critico. Os comprendo, pero no puedo creer sino en lo que yo he visto: el Sepulcro abierto y vacío y los guardias que huyeron después de haber sido robado el cadáver.

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Salomé objeta:

–           ¡Pero si los guardias mismos lo están diciendo que ha resucitado!…  ¡Si la ciudad está alborotada y los jefes de los sacerdotes están que se mueren de rabia porque los guardias aterrorizados, han hablado!…  Ahora quieren que digan de modo diverso y para eso les han pagado. Pero ya se sabe. Si los judíos no creen en la resurrección, si no quieren creer, muchos otros creerán…

Pedro levanta sus hombros y hace intento de irse mientras murmura:

–           ¡Uhm, mujeres!…

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Entonces la Virgen, levanta la mirada transfigurada y…

Sonriente confirma:

–           Realmente ha resucitado. Lo he tenido entre mis brazos. Lo he besado en sus llagas. –  Y luego se inclina depositando un beso sobre los cabellos de Magdalena y agrega- Sí, la alegría es más fuerte que el dolor, pero no es más que un grano de arena de lo que será tu océano de júbilo eterno. Bienaventurada tú que sobre la razón has hecho que hablase el espíritu…

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Pedro ya no se atreve a protestar…

Y luego dice:

–           Entonces si es así, hay que hacerlo saber a los demás. A los que andan por los campos… Buscar… hacer algo. ¡Ea!, levantaos. Si viniese… Que por lo menos nos encuentre…

Y no cae en la cuenta que confiesa que no cree aun en la resurrección.

María se retira a su habitación…

En eso se oye  que alguien llama en el portón.

Magdalena abrió y luego fue a buscar a María diciéndole:

–                       Madre, es Mannaém. Quiere saber si en algo puede servir.

María contesta:

–                       Hazlo entrar. Siempre ha sido bueno. Tráelo hasta aquí.

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Mannaém entra. No viene vestido de lujo, como antes. Parece un hombre acomodado, pero del pueblo. Su vestido es café oscuro, casi negro. Y un manto igual. No trae joyas, ni la espada. Con las manos cruzadas sobre el pecho, se inclina al saludar. Y luego se arrodilla, como si estuviera ante un altar.

María le dice:

–                       Levántate. Y perdona si no respondo a la inclinación. No puedo…

Mannaém contesta:

–                       No debes. No lo permitiría. Sabes quién soy. Por eso te ruego que me trates como tú siervo. ¿Te puedo servir en algo? Veo que no hay ningún hombre aquí. Por Nicodemo que es mi amigo, supe que todos huyeron. No se podía hacer nada. Esa es la verdad. Pero al menos le dimos el consuelo de que nos viera. Yo… yo lo saludé en el Sixto. Y luego ya no pude porque… Es inútil decirlo. También esto fue obra de Satanás. Ahora estoy libre… Y vine a ponerme a tu servicio. Ordena, Mujer.

–                       Quiero reunir a todos los apóstoles. Unos están en casa de Lázaro y a todos los quisiera tener aquí.

–                       ¡Ah! ¡Voy! ¡Les avisaré!

Se levanta. Y al hacerlo no puede reprimir un gesto de dolor, que contrae su bello rostro varonil.

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María pregunta preocupada:

–                       ¿Estás herido?

Mannaém trata de restarle importancia:

–                       ¡Umh!… Sí. Es cualquier cosa… Un brazo que me duele un poco…

–                       ¿Acaso por nuestra causa? ¿Por eso no estuviste allá arriba?

–                       Sí. Por ello. Y esto es lo que más me duele. No la herida… –Mannaém comienza a llorar-  El resto de farisaísmo, hebraísmo, satanismo; que hubo en mí; porque satanismo es lo que ha llegado a ser el culto de Israel; salió con la sangre. Me siento como un bebé a quién después de habérsele cortado el ombligo, no tiene más contacto con la sangre de su madre. Y las pocas gotas que todavía quedan en el cordón recién cortado; no entran en él. Sino que caen inútiles… El recién nacido vive con su corazón y su sangre. Así yo. Hasta ahora no me había formado completamente. He llegado a término y he nacido a la Luz. Nací el viernes… Mi madre es Jesús de Nazareth. Me dio a luz cuando lanzó su último grito… ¡Oh! ¡Sólo quisiera verlo!… ¡No he visto su Rostro de Redentor!… Cuando vayáis a su sepulcro decídmelo…

–                       Te está mirando, Mannaém. Vuélvete…

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Mannaém que había entrado con la cabeza inclinada y que sólo había mirado a la Virgen, se vuelve un poco asustado y ve el Sudario de la Verónica…

María explica…

–                       Nique me ha traído este milagro, para consolarme. ¡Es el rostro de Jesús! Se imprimió…  ¡Vivo!…  En el lienzo; ¡Doloroso y sin embargo sonriente! Al que lo contemple… Está doloroso, pero está sonriendo…

Mannaém se postra en el suelo, en señal de Adoración… Y llora.

Luego se levanta. Arrodillado, se inclina ante María y dice:

–                       Me voy. ¡Bendíceme, Madre de los pecadores!…

María lo bendice como una Madre muy amorosa y lo besa en la frente. Y él se va.

Después de visitar a la Virgen…

Mannaém va subiendo con cierta dificultad, por una vereda hacia una hermosa casa en medio del olivar. Y como ya no hay nadie ante quién tenga que disimular, el dolor que lo atormenta…Con mucho sufrimiento continúa por la vereda. Un grupo de cedros del Líbano, rodean la casa a donde se dirige…

Los árboles gigantes que la resguardan, hacen más hermoso el panorama.

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Sin titubeo entra…

Y pregunta al siervo que ha acudido:

–                       ¿Dónde está tu patrón?

–                       Allá… -señala la terraza que da hacia el jardín-  Con José. Hace poco acaba de llegar…

–                       Diles que estoy aquí.

El siervo regresa con Nicodemo y José.

Las voces de los tres, se mezclan en un solo grito:

–                       ¡Ha resucitado!

Se miran sorprendidos…

Luego, Nicodemo toma su amigo del brazo y lo lleva a una rica sala, blanca y lujosa. José los sigue. Toman asiento en los cómodos sillones. Un criado les lleva Agua fresca y frutas.

Mannaém es el que queda más cerca de la puerta. Y José nota el rictus de dolor que hizo Mannaém al sentarse…

Le pregunta:

–                       ¿Qué te pasa?

Mannaém contesta:

–                       Un regalo de mi hermano… Por eso no pude estar con Él. Pero espero que pronto se me pasará… En cuanto me vi libre, fui al Cenáculo. Ella quiere a todos los discípulos.

Nicodemo pregunta:

–                       ¿Tuviste el valor de regresar?

Mannaém:

–                       Sí. Él lo dijo. ‘¡Al Cenáculo!’  Quiero verlo… Quiero verlo glorioso para que se me borre el dolor del recuerdo de haberlo visto ligado y cubierto de suciedades como si fuera un malhechor, a quién el mundo pisoteaba con desdén.

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José de Arimatea en voz baja dice:

–                       ¡Oh! También nosotros quisiéramos verlo… Para arrancar de nosotros el horror del recuerdo cuando lo vimos condenado. Con sus innumerables heridas. Él ya se apareció a las mujeres. Inclusive a las romanas…Y a Longinos y a Octavio; los dos centuriones que estaban encargados de la ejecución…  Fueron a decírselo a Ella. ¡Estaban tan felices!…

Nicodemo:

–                       Es justo. En estos años ellas han sido fieles siempre. Nosotros teníamos miedo. Su Madre lo ha reprochado: ‘En esta hora habéis demostrado un amor tan pobre’

José:

–                       Pero para desafiar a Israel que hoy más que nunca le es contrario, tenemos necesidad de verlo… ¡Si supieses! Los guardias hablaron… Ahora los jefes del Sanedrín y los fariseos, que ni con la Ira del Cielo se han convertido, andan buscando a quien sepa que ha resucitado, para echarlo a la cárcel.

Yo mandé al pequeño Marcial, un niño no atrae la atención; a avisar a los de casa para que estén alertas. Han sacado dinero sagrado del Templo, para pagar a los guardias y que digan que los discípulos robaron el cuerpo. El soborno fue lo bastante cuantioso, para comprarles el testimonio de que lo de la resurrección fue una mentira por temor al castigo. La ciudad está en efervescencia como una paila. Ahora perseguirán a los que afirmen que Resucitó.

Mannaém:

–                       Tenemos necesidad de su bendición, para tener valor.

Nicodemo:

–                       Ya se le apareció a Lázaro. Era como la hora de tercia. Vimos a Lázaro como transfigurado.

José:

–                       ¡Oh! ¡Lázaro lo merece!… Nosotros…

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Nicodemo:

–                       Tienes razón. Nosotros tenemos todavía la costra de la duda y del respeto humano, como una lepra que no hubiese sido sanada. Y solamente Él puede decir: ‘Quiero que quedéis limpios’

Mannaém:

–                        Somos los más imperfectos. Tal vez a nosotros no nos conceda el privilegio de verlo Resucitado. ¿Ya no nos hablará?

José pregunta:

–                       ¿Y ya no hará más milagros para castigo del mundo, ahora que ha resucitado de la muerte y dejado atrás las miserias de la carne?

Sus preguntas solo pueden tener una respuesta. La de Jesús que no viene. Los tres quedan muy desanimados.

Luego Mannaém dice:

–                       Me voy a ir al Cenáculo. Ahí lo esperaré. Si me matan, Él absolverá mis pecados y lo veré en el Cielo. Si no lo veo aquí en la Tierra. Mannaém es algo tan inútil en sus filas que si cae, será como el tallo de una flor cortada en un tupido jardín; apenas si se nota su vacío…

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En ese momento, una luz más brillante que el sol, pero que no lastima el mirarla; ilumina la puerta. Y de esta luz emerge la divina Presencia del Resucitado.

Jesús tiene las palmas de las manos abiertas, en actitud de abrazar. Los tres quedan estupefactos…

Jesús avanza hasta dónde está Mannaém y le pone su mano derecha sobre el hombro izquierdo, deteniéndolo de levantarse mientras dice:

–                       ¡La paz sea contigo! La paz sea con vosotros. Quedaos donde estáis. –se inclina sobre Mannaém y le dice: ¡Quiero que seas sano!

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Luego se yergue:

–                       Aquí me tenéis y pronuncio la palabra qué queréis: “Quiero que quedéis  limpios de todo cuanto de impuro hay en vuestro creer” Mañana bajareis a la ciudad. Id a donde están los hermanos. Esta tarde quiero hablar sólo a los apóstoles. Hasta pronto. Dios esté siempre con vosotros. Mannaém, gracias. Has creído mejor que éstos. Gracias pues, a tu espíritu. A vosotros, gracias por vuestra piedad. Haced que se transforme en algo más alto, con una vida de Fe intrépida.

Jesús desaparece y la luz poco a poco se desvanece…

Los tres quedan felices y sin saber qué decir.

José pregunta:

–                       ¿Pero era Él?

Nicodemo responde:

–                       ¿No reconociste su voz?

–                       La voz… Puede tenerla aún un espíritu. Tú Mannaém, que estuviste tan cerca, ¿Qué te pareció?

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Mannaém pega un brinco y dice emocionado:

–                       Un cuerpo verdadero. Hermosísimo. Respiraba. Sentí su aliento. Despedía calor. Y… he visto las llagas. Estaban abiertas. No manaban sangre, pero eran carne viva. ¡Oh, no dudéis más! No os vaya a castigar. ¡Hemos visto al Señor! Quiero decir: Jesús ha vuelto glorioso como su Naturaleza Divina lo exige. Y nos sigue amando… En verdad os digo que sí Herodes me ofreciese el reino, le respondería: ‘Tu trono y corona son para mí, polvo y estiércol. Nada es superior a lo que poseo. ¡He visto el rostro de Dios! 

Nicodemo se lleva las manos a la cabeza y en el colmo del asombro, pregunta:

–                       José, tú preguntaste si seguiría haciendo milagros… ¿Ya viste a Mannaém, cómo se levantó?…

Mannaém exclama:

–                       ¡Oh! Cuando me puso la mano en el hombro sentí un calor que me recorrió por todo el…  -y rápido se quita la ropa hasta quedar sólo con los calzoncillos de lino.

Los dos amigos miran asombrados la fuerte espalda de Mannaém que está surcada por un montón de líneas rojas, completamente cicatrizadas.

Nicodemo le acerca un espejo de plata, mientras le dice:

–                       ¡Vaya que hiciste enojar a Herodes! Mira cómo te dejó…

José cae de rodillas llorando…

Mannaém se postra adorando y diciendo:

–                       ¡Bendito seas Señor Jesús! ¡Señor mío y Dios mío! ¡Gracias!…

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA