Archivos diarios: 2/03/13

6.- VERDADERO DIOS Y VERDADERO HOMBRE

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En el bosque de encinas del monte Tabor, Jesús continúa con las enseñanzas a sus discípulos y todos escuchan con atención…

La Voz del Maestro Resucitado:

–           Soy verdadero Hombre. Aquí veis mis miembros y mi Cuerpo sólido, caliente, capaz de movimiento, respiración y palabra como el vuestro. Pero soy verdadero Dios. Y si durante treinta y tres años la Divinidad estuvo oculta por un fin supremo, escondida en la Humanidad; ahora la Divinidad, aunque esté unida a la Humanidad, ha tomado preponderancia y la Humanidad goza de la libertad perfecta de los cuerpos glorificados.

Reina es con la Divinidad y ya no está sujeta a todo lo que significa limitación para la Humanidad. Aquí me veis. Estoy aquí con vosotros y podría si quisiera, estar dentro de un instante en los confines del mundo para atraer hacia mí a un espíritu que me buscara.

¿Y qué fruto conseguiré el que Yo haya estado simultáneamente en Cesárea Marítima y en la otra Cesárea, en el Carit y en Engadí, en Pela y en Yuttá, en otros lugares de Judea y en Bosra, en el Gran Hermón, en Sidón y en los confines galileos? ¿Y qué fruto tendrá el que haya curado a un niño, resucitado a uno fallecido poco antes, confortado a una persona acongojada, el que haya llamado a servirme a uno que se había macerado en dura penitencia, a Dios a un justo que me lo había suplicado; el que haya dado mi mensaje a unos inocentes y mis órdenes a un corazón fiel? ¿Convencerá esto al mundo? No.

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Los que creen seguirán creyendo, con más paz pero no con mayor fuerza, porque ya habían aprendido a creer verdaderamente. Los que no han sabido creer con una fe verdadera, seguirán en la duda. Y los malvados dirán que las apariciones son delirios y embustes, y que el muerto no estaba muerto sino que dormía…

¿Os acordáis cuando os dije la parábola del rico Epulón? Dije que Abraham respondió al réprobo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, mucho menos creerán a uno que haya resucitado de entre los muertos para decirles lo que deben hacer”. ¿Han creído acaso en Mí, Maestro y en mis milagros? ¿Qué obtuvo el milagro de Lázaro?: Que se apresuren a condenarme. ¿Qué mi resurrección?: Que me odien más.

Tampoco estos milagros realizados en este último tiempo mío entre vosotros, persuadirán al mundo, sino a los que ya no son del mundo. A aquellos que habiendo elegido el Reino de Dios con sus fatigas y penas actuales y su gloria futura, ya no pertenecen al mundo.

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Pero me complace el que hayáis sido confirmados en la fe y que os hayáis mostrado fieles a mi indicación quedándoos en este monte, esperando sin prisas humanas de gozar de cosas que aun siendo buenas, eran distintas de las que yo os había indicado.

La desobediencia aporta un décimo y arrebata nueve décimos. Ellos se han marchado y oirán palabras de hombres, las mismas de siempre. Vosotros habéis permanecido aquí y habéis oído mi Palabra que, aunque recuerde cosas ya dichas, es siempre buena y útil. Esta lección os servirá de ejemplo a todos vosotros y también a ellos, para el futuro.

Jesús recorre con su mirada los rostros ahí congregados alrededor de Él…

Jesús dice:

–           Ven, Eliseo de Engadí, que tengo que decirte una cosa.

El ex leproso hijo del anciano Abraham, que antaño fuera un esqueleto espectral y ahora es un galán en la flor de la vida, se acerca y se postra a los pies del Maestro…

Jesús le dice:

–           Una pregunta se asoma temblorosa a tus labios desde que has sabido que he estado en Engadí. Es ésta: “¿Has consolado a mi padre?”. Yo te digo: “¡Más que consolado! Lo he tomado conmigo”.

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Eliseo pregunta:

–           Contigo, mi Señor. ¿Y dónde está, que no lo veo?

–           Eliseo, voy a estar aquí ya poco tiempo. Luego iré a mi Padre…

–           ¡Señor!… Quieres decir… ¡Mi padre ha muerto!

–           Se durmió en mi Corazón. También para él terminó el dolor. Lo apuró todo, y permaneciendo siempre fiel al Señor. No llores. ¿No lo habías dejado, acaso, por seguirme a mí?

–           Sí, mi Señor…

–           Mira, tu padre está conmigo; por tanto siguiéndome, vuelves al lado de tu padre.

–           ¿Pero cuándo? ¿Y cómo?

–           En su viña, donde oyó hablar de mí por primera vez. Tu padre me recordó su súplica del pasado año. Le dije: “Ven”. Murió feliz porque tú has dejado todo por seguirme a mí.

–           Perdona si lloro… Era mi padre…

–           Sé comprender el dolor.

Jesús le pone la mano sobre la cabeza para consolarlo y dice a los discípulos:

–           Aquí tenéis a un nuevo compañero. Que goce de vuestro cariño, porque Yo lo arrebaté de las garras de su sepulcro para que me sirviera.

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Luego dice:

–          Elías, ven a Mí. No estés ahí todo tímido como un extranjero entre hermanos. Todo el pasado ha quedado destruido. Y tú Zacarías, ven también; tú que has dejado padre y madre por mí, ponte con los setenta y dos junto con José de Cintium. Lo merecéis porque habéis desafiado a los poderosos por Mí. Y tú Felipe, y también tú su compañero, que no quieres ser llamado por tu nombre, porque te parece horrendo y tomas el del padre tuyo, que es un justo aunque todavía no esté entre los que me siguen abiertamente.

¿Lo veis? ¿Veis todos que no excluyo a ninguno que tenga buena voluntad? Ni a los que me siguieron antes como discípulos, ni a los que hacían buenas obras en Nombre mío aun no hallándose entre las filas de mis discípulos, ni a los que pertenecían a sectas no estimadas por todos, que pueden siempre entrar en el buen camino y no han de ser rechazados.

Como Yo hago las cosas, hacedlas vosotros. A éstos los uno a los discípulos antiguos. Porque el Reino de los Cielos está abierto a todos los que tienen buena voluntad. Y aunque no estén presentes, os digo que no rechacéis ni siquiera a los gentiles. Yo no los he rechazado cuando los he visto deseosos de Verdad. Haced lo que Yo he hecho.

Y tú, Daniel, que verdaderamente has salido de la fosa (Daniel 14, 31-42), no de los leones pero sí de los chacales; ven y únete a éstos. Y ven tú, Benjamín. Os uno a éstos (señala a los setenta y dos, que están casi al completo), porque la mies del Señor fructificará mucho y son necesarios muchos obreros.

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Ahora vamos a estar un poco aquí juntos, mientras transcurre el día. A1 anochecer dejaréis el monte y al amanecer vendréis conmigo vosotros los apóstoles, vosotros dos a los que he nombrado aparte. -señala a Zacarías y a José de Cintium.- Y los que están aquí de los setenta y dos.  Decidles a los que faltan, que estén en Bethania todos, veinte días antes de Pentecostés; porque después me buscarían en vano. Sentaos y descansad. Vosotros, venid conmigo un poco aparte.

Se encamina, seguido de los once apóstoles y llevando todo el tiempo agarrado de la mano a Marziam, se sienta en la parte más tupida del encinar.

Acerca a sí a Marziam, que está muy triste.

Tan triste, que Pedro dice:

–           Consuélalo. Señor. Ya estaba triste y ahora lo está más todavía.

Jesús dice:

–          ¿Por qué, niño? ¿No estás, acaso, conmigo? ¿No deberías estar contento de saber que he superado el dolor?

Por toda respuesta, Marziam se echa a llorar del todo.

Pedro refunfuña un poco inquieto:

–           No sé lo que le pasa. Le he preguntado inútilmente. ¡Y hoy menos me esperaba este llanto!

Juan dice:

–           Yo, sin embargo, lo sé.

–           ¡Suerte la tuya! ¿Y por qué llora?

–           No llora desde hoy. Hace ya días…

–           ¡Hombre, ya me he dado cuenta! Pero ¿por qué?

–           El Señor lo sabe. Estoy seguro. Y sé que sólo Él tendrá la palabra que consuela – añade Juan sonriendo.

Jesús contesta:

–           Es verdad. Lo sé. Y sé que Marziam discípulo bueno es un niño, verdaderamente un niño; en este momento, un niño que no ve la verdad de las cosas. Pero, predilecto mío entre todos los discípulos reflexiona: ¿No ves que he ido a reforzar fes vacilantes, a absolver, a recibir existencias consumidas, a anular venenos de duda inoculados en los más débiles, a responder con un acto de piedad o de rigor a los que aún quieren presentarme batalla, a testificar con mi presencia que he resucitado, donde más empeño se ponía en decir que estaba muerto?

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¿Había necesidad acaso, de ir a ti niño cuya fe, esperanza y caridad, cuya voluntad y obediencia conozco? ¿Ir a ti un instante cuando en realidad te tendré conmigo como ahora, todavía más veces? ¿Quién sino tú y sólo tú entre todos los demás discípulos, celebrará el banquete de Pascua conmigo? ¿Ves a todos éstos? Han celebrado su Pascua y el sabor del cordero, del caroset, los ázimos y del vino, se transformó por entero en ceniza y hiel y vinagre para sus paladares, en las horas que siguieron. Pero Yo y tú niño mío la celebraremos jubilosos. Y nuestra Pascua será miel que desciende y permanece. Quien entonces lloró ahora gozará. Quien entonces gozó no puede pretender gozar de nuevo.

Tomás murmura:

–           Verdaderamente… no estábamos muy contentos ese día…

Mateo confirma:

–           Sí. Nos temblaba el corazón…

Tadeo ratifica:

–           Y un bullir de sospechas e ira estaban dentro de nosotros, al menos dentro de mí.

Jesús dice:

–           Y entonces decís que quisierais celebrar la Pascua suplementaria todos…

Pedro contesta:

–           Así es, Señor.

–           Un día te quejaste porque las discípulas y tu hijo no iban a participar en el banquete pascual. Ahora te quejas porque el que no gozó entonces debe recibir su gozo.

–           Es verdad. Soy un pecador.

–           Y Yo soy “el que se compadece”. Quiero que en torno a mí estéis todos; no sólo vosotros, sino también las discípulas. Lázaro nos ofrecerá una vez más su hospitalidad. No quise que estuvieran tus hijas, Felipe, ni vuestras esposas, ni Mirta ni Noemí, ni Áurea, la jovencita que está con ellas, ni éste. ¡Jerusalén no era lugar adecuado para todos, en esos días!

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Felipe suspira:

–           ¡Es verdad! Ha sido una buena cosa el que no estuvieran.

–           Sí. Habrían visto nuestra cobardía.

–           Calla., Pedro. Está perdonada.

–           Sí. Pero yo se la he confesado a mi hijo y creía que ése era el motivo de su tristeza. Se la he confesado porque siempre que la confieso, siento un alivio. Es como si me quitara una voluminosa piedra del corazón. Me siento más absuelto cada vez que me humillo. Pero si Marziam está triste porque Tú te has mostrado a otros…

Marziam contesta:

–           Por esto y no por otro motivo, padre mío.

–           ¡Pues alégrate, entonces! Él te ha querido y te quiere. Ya lo ves. De todas formas, yo te había dicho lo de la segunda Pascua…

Marziam confiesa:

–           Pensaba que la obediencia que Porfiria me había puesto en tu nombre, Señor,  la había cumplido demasiado poco gustosamente y que me castigabas por eso. Y pensaba también que no te aparecías a mí porque odiaba a Judas y a tus verdugos.

Jesús dice:

–           No odies a nadie. Yo he perdonado.

–           Sí, mi Señor. No volveré a odiar.

–           Y deja de estar triste.

–           Ya no estaré triste, Señor.

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Marziam, como todos los de edad muy joven, se muestra menos tímido con Jesús que los demás.  Y ahora que está seguro de que Jesús no está enojado con él, se abandona a su abrazo con toda confianza. Es más, se refugia en pleno, como un polluelo bajo el ala materna, en el cerco del brazo que lo estrecha y cesando ese pesar que lo ponía triste e inquieto desde hacía muchos días, se duerme feliz.

Zelote observa:

–           Es un niño todavía.

Pedro responde:

–           Sí. ¡Pero cuánto ha sufrido! Me lo dijo Porfiria cuando la avisó José de Tiberíades y me lo trajo. ¿También Porfiria a Jerusalén?

¡Cuánto deseo hay en la voz de Pedro!

Jesús contesta:

–           Todas. Quiero bendecirlas antes de subir a mi Padre. También ellas han prestado servicio y muchas veces mejor que los hombres.

Tadeo pregunta:

–           ¿Y dónde tu Madre no vas?

–           Nosotros estamos juntos.

–           ¿Juntos? ¿Cuándo?

–           Judas, Judas, ¿Tú crees que Yo, que siempre he hallado alegría a su lado, no voy a estar ahora con Ella?

–           Pero María está sola en su casa. Me lo dijo ayer mi madre.

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Jesús sonríe y responde:

–           Detrás del velo del Santo de los Santos entra solamente el Sumo Sacerdote.

–           ¿Y entonces? ¿Qué quieres decir?

–           Que hay bienaventuranzas que no pueden ser descritas ni conocidas. Esto es lo que quiero decir.

Se separa delicadamente a Margziam confiándolo a los brazos de Juan, que es el más cercano. Se pone en pie. Los bendice. Y mientras ellos, todos de rodillas, agachada la cabeza; menos Juan, que tiene en su regazo la cabeza de Margziam, reciben su bendición.

Jesús desaparece.

Bartolomé dice:

–          Realmente es como ese relámpago de que habla…

Permanecen meditabundos en espera de la puesta de sol.

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA