9.- PASCUA SUPLEMENTARIA

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La orden de Jesús esta vez ha sido ejecutada al pie de la letra, de tal manera que Bethania rebosa de personas. Los prados, los senderos, los huertos y los olivares de Lázaro están llenos de discípulos.

Y no siendo éstos suficientes para contener a tanta gente que además no quieren dañar los bienes del amigo de Jesús, muchos se han diseminado por entre los olivares que conducen de Betania a Jerusalén por los caminos del Monte de los Olivos.

Los apóstoles entran en la casa de Simón o salen de ella, moviéndose entre las personas para mantenerlas en calma o responder a sus preguntas.

Los ayudan en esto Lázaro y Maximino. Tras las ventanas del piso de arriba de la casa de Simón se ven aparecer y desaparecer todas las caras de las discípulas: cabelleras grises u oscuras, entre las que resaltan las cabezas rubias de María de Lázaro y de Áurea. De vez en cuando, una se asoma a mirar y luego se retira. Están todas. Jóvenes y ancianas. Incluso las que nunca habían venido, como Sara de Afeq.

En la terraza juegan los niños que Sara recogió, los nietos de Ana de Merón, María y Matías, el niño Shalem, (el niño deforme que era nieto de Nahúm y que ahora vive feliz y sano) , el niño ciego de Sidón al que Jesús le regaló dos ojos idénticos a los suyos. Y otros más: una bandada de pajarillos felices, vigilados por Marziam y por otros discípulos jovencitos, como el pastorcito de Enón y Yaia de Pela.

En medio de un hermosísimo crepúsculo, el sol va desapareciendo.

ANOCHECER

Pedro habla con Lázaro y sus compañeros apóstoles:

–           Yo digo que convendrá despedir a la gente. ¿Qué pensáis vosotros? Hoy tampoco va a venir. Y muchos de éstos tienen que celebrar esta noche 1a pequeña Pascua.

Lázaro contesta:

–           Sí. Conviene despedirlos. Quizás el Señor ha considerado conveniente no venir hoy. En Jerusalén se han reunido todos los del Templo. No sé cómo les ha llegado la voz de que Él venía y…

Tadeo dice con vehemencia:

–           ¡Bueno, y aun así… ¡¿Qué pueden hacerle ya?!

Lázaro explica:

–           Olvidas que ellos son ellos. Y con esto te he dicho todo. Aunque a Él no le puedan hacer nada malo, a estos que han venido a adorarlo sí que pueden hacerles mucho daño. Y el Señor no quiere perjudicar a sus fieles. Además, ¿Tú crees que ellos, cegados como están por su pecado… Y por la persistente idea de que el Señor no resucitó, porque no murió!

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¡Vosotros no sabéis qué espesura agreste de pensamientos, qué enredo, qué borrasca de suposiciones hay en ellos! Ellos se lo han procurado a sí mismos por no confesar la verdad… Verdaderamente se puede decir que los cómplices de ayer hoy están separados por la misma causa que antes los unía. Y a algunos ya les han seducido sus ideas. ¿No veis que algunos ya no están entre los discípulos?…

Bartolomé exclama:

–           ¡Déjalos que se marchen! Otros mejores han venido. Está claro que dentro del número de los que se han marchado, hay que buscar a los que han dicho al Sanedrín que el Señor estaría aquí el decimocuarto día del segundo mes. Y después de la delación no tienen el coraje de venir. ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Basta! ¡Basta ya de traidores!

Zelote contesta:

–           ¡Siempre los tendremos, amigo! ¡El hombre…! Demasiado fácilmente cede ante las impresiones y las presiones. Pero no debemos tener miedo. El Señor ha dicho que no debemos temer.

Pedro agrega:

–           Pues no tememos. Hace pocos días, todavía teníamos miedo. ¿Os acordáis? Yo por mi parte, cuando pensaba en el regreso aquí, sentía miedo. Ahora me parece que ya no tengo ese temor. Pero no me fío demasiado de mí. Y vosotros tampoco os fiéis demasiado de vuestro Cefas, porque ya una vez he demostrado que soy arcilla que se deshace, en vez de granito compacto. Bueno, pues vamos a despedir a éstos. Hazlo, Lázaro.

Lázaro pasa benévolamente un brazo por los hombros de Pedro y llevándolo hacia la escalera, subiendo hacia la terraza que circunda la casa de Simón…

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Lázaro dice:

–          No, Simón Pedro. Hazlo tú. Eres el jefe…

Cuando Pedro hace ademán de hablar, la gente que está cerca calla y los que están más lejos se acercan. Pedro espera a que la mayoría esté allí en torno.

Luego Pedro dice:

–          Hombres venidos de todos los lugares de Israel, escuchad. Os exhorto a que volváis a la ciudad. El sol ha empezado a descender. Marchaos, pues. Si Él viene, os lo comunicaremos cueste lo que cueste. Que Dios esté con vosotros.

Se retira. Entra en una habitación vasta y luminosa donde están congregadas en torno a la Virgen todas las discípulas más fieles, así como las otras mujeres que querían al Señor como Maestro, a pesar de no haberle seguido nunca en sus desplazamientos.

Pedro va a un rincón, a sentarse y mira a María, que le sonríe.

La gente, afuera, lentamente se separa en dos partes: la de los que se quedan y la de los que vuelven a la ciudad.

Voces de personas mayores que llaman a niños, vocecitas de niños que responden. Luego el murmullo desciende de tono.

Pedro dice:

–           Y ahora nos marchamos también nosotros…

Marziam objeta:

–           ¡Padre, pero el Señor dijo que estaría aquí!..

–           Ya lo sé. Pero, como ves, no ha venido. Y es el día prescrito…

Magdalena dice:

–           Sí. Y mi hermano ha preparado todo para vosotros. Y aquí llega Marcos de Jonás, que viene para guiaros y abriros el cancel. Pero también voy yo. Todos vamos. Lázaro ha preparado para todos.

–           ¿Y dónde va a ser la cena para tanta gente?

–           El mismo Getsemaní hará de Cenáculo. Dentro de la casa, la habitación para los que Jesús ha dicho. Afuera junto a la casa, las mesas de los otros: así lo ha querido.

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–           ¿Quién? ¿Lázaro?

–           El Señor.

–           ¿El Señor? ¿Pero cuándo ha venido?

Bartolomé dice:

–           Ha venido… ¿Qué más te da el día? Ha venido y ha hablado con Lázaro.

–           Yo creo que Él viene, es más: que ha venido, a visitar a cada uno de nosotros, aunque no todos lo digan, porque guardan esa alegría como su más preciada perla, que hasta temen mostrarla porque tienen miedo de que pierda su esplendor más hermoso. ¡Los secretos del Rey! – y mira al grupito de las discípulas vírgenes, que se ponen como la púrpura, como si en sus caras se reflejaran los rayos del sol poniente; pero lo que las enciende es una llama espiritual de intensa alegría.

María, la Virgen de las vírgenes, que viste túnica de blanco lino, una azucena vestida de candor, agacha la cabeza sonriendo sin hablar. ¿Cómo se parece en este momento a la Virgencita de la Anunciación!

VIRGEN Y MADRE

Mateo confiesa:

–          Está claro que solos no nos deja, aunque no aparezca visiblemente. Según mi opinión, es Él el que pone en mi pobre corazón y en mi mente aún más pobre, ciertos pensamientos…

Los otros no hablan… Se miran, mientras se ponen los mantos observándose recíprocamente.

Pero el cuidado mismo con que algunos se tapan lo más posible la cara para ocultar la onda de alegría espiritual que emerge al pensar en los divinos, secretos encuentros pone en claro que pertenecen al grupo de los más privilegiados.

Los demás dicen:

–          ¡Decidlo, ¡¿No?! ¡No es que estemos celosos! Ni queremos saber indiscretamente. ¡Pero sí será un consuelo para nosotros la esperanza de no estar para siempre privados de verlo! Recordad las palabras de Rafael a Tobías: “Bueno es mantener oculto el secreto del rey, pero también es honorífico revelar y publicar las obras de Dios”(Tobías 12, 7). ¡Tiene razón el ángel de Dios! Mantened el secreto de las palabras que Él os haya dicho, pero revelad su continuo amor a nosotros.

Santiago de Alfeo mira a María, como para recibir una luz y al ver la sonrisa de Ella que asiente…

Santiago de Alfeo dice:

–          Es verdad. He visto al Señor.

No dice más. Y es el único que lo dice. Los otros dos Juan y Pedro, no dicen nada.

Salen todos en grupos: delante, los once; luego, en torno a María, Lázaro con sus hermanas y las discípulas; luego los pastores y muchos de los setenta y dos discípulos.

Se encaminan hacia Jerusalén por el camino que lleva al Monte de los Olivos. Los niños que quedaban van y vienen, corriendo felices.

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Marcos muestra un caminito que sortea el Campo de los Galileos y las zonas más transitadas y que lleva directamente a la cerca nueva del Huerto de los Olivos. Abre. Los invita a pasar. Cierra.

Muchos discípulos se intercambian palabras en tono bajo y alguno de ellos va a preguntar algo a los apóstoles, especialmente a Juan.

Pero hacen gestos que significan que esperen, que no es el momento de hacer lo que piden y todos se tranquilizan.

¡Cuánta paz en este vasto olivar, al que los últimos rayos del sol besan en las altas copas! Un suave viento entre las frondas verde-plateadas  y un alegre cantar de pájarillos despidiéndose del día que muere.

Ahí está la pequeña casa del guardián. En la terraza que le sirve de techo, Lázaro ha mandado levantar un pabellón y una cobertura de toldos, de forma que aquélla se ha transformado en un ventilado cenáculo para los discípulos que un mes antes no habían podido celebrar la Pascua.

Abajo, dispuestas en la pequeña y bien limpia explanada, otras mesas. Dentro de la casa, en la habitación más grande, la mesa de las discípulas.

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Se llevan a las distintas mesas de los que no han celebrado la Pascua los corderos asados, las verduras, los ázimos y la salsa rojiza y se pone en las mesas el cáliz del rito.

Pero en la de las mujeres no está este cáliz, sino que hay tantas copas cuantas son las comensales. Se deduce que de esta parte de la ceremonia estaban eximidas las mujeres.

Y, en las mesas de los que han celebrado ya la Pascua en su debido momento, está el cordero, pero faltan los ázimos y las verduras con la salsa rojiza.

Lázaro y Maximino dirigen todo. Y Lázaro se inclina hacia Pedro para decirle algo, algo que le hace al apóstol menear bruscamente la cabeza negando con obstinación.

El apóstol que está a su lado…

Felipe confirma:

–          Pues… es función tuya.

Pero Pedro, señalando a Santiago de Alfeo, dice:

–          Éste debe hacerlo.

Mientras debaten esto, el Señor aparece donde empieza la explanada.

Y saluda:

–          Paz a vosotros.

JESUS RESUCITADO

Todos se ponen en pie. El ruido advierte a las discípulas de lo que está sucediendo. Están para salir, pero ya Jesús entra en la casa y las saluda a ellas también.

María dice:

–           « ¡Hijo mío!» y lo adora más profundamente que todos los demás.

Enseñando con ese gesto que por muy amigo que pueda ser Jesús, amigo y pariente hasta el punto de ser incluso hijo…

Él sigue siendo Dios y como a Dios se le ha de adorar.

Adorarlo siempre, con espíritu adorador, aunque su amor por nosotros sea tan pleno, que lo lleve a darse, como Hermano y Esposo nuestro, con toda familiaridad.

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Jesús saluda:

–          La paz a ti, Madre. Sentaos, comed. Yo subo arriba, donde Marziam espera su premio.

Sale otra vez, para subir por la pequeña escalera y…

Jesús llama con fuerte voz:

–          Simón Pedro y Santiago de Alfeo, venid.

Los dos nombrados suben detrás de Él.

Jesús se sienta ante la mesa del centro, donde está Marziam y dice a los dos apóstoles:

–           Haréis lo que os diga – Y a Matías, que está sentado en la presidencia de la mesa.-  Empieza el banquete pascual.

Jesús esta noche tiene a Marziam a su lado, en el lugar donde estaba Juan la otra vez.

Pedro y Santiago están detrás del Señor, esperando sus órdenes.

Y con el mismo ritual de la Cena pascual se desarrolla ésta: los himnos, las preguntas y el beber de los sucesivos cálices.

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Jesús  que ahora está ofreciendo los mejores trozos de su cordero a Marziam, que está tan dichoso, que parece extasiado.

Jesús, al principio, había hecho a Pedro una señal de que se inclinara para escucharlo y…

Pedro, después de escucharlo, ha dicho con fuerte voz:

–           En este momento el Señor, siendo Padre y Cabeza de su Familia, ofreció por todos nosotros el cáliz.

Ahora hace una nueva señal a Pedro, el cual de nuevo lo escucha y de nuevo se levanta para decir:

–           Y en este momento el Señor se ciñó para purificarnos y enseñarnos lo que habíamos de hacer nosotros mismos para celebrar dignamente el Sacrificio Eucarístico.

La cena continúa.

Y Pedro, tras una nueva señal, dice:

–           En este momento el Señor tomó el pan y el vino, lo ofreció y, orando, los bendijo y, hechas las partes nos las distribuyó a nosotros diciendo: “Esto es mi Cuerpo y ésta es mi Sangre del nuevo Testamento eterno, que por vosotros y por muchos será derramada para el perdón de los pecados”.

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Jesús se pone en pie. Está majestuosísimo.

Ordena a Pedro y a Santiago que tomen un pan y que lo partan en pequeños trozos y que llenen de vino una copa, la más grande que haya en las mesas.

Ellos obedecen y sostienen delante de Él el pan y el vino.

Jesús entonces extiende sobre el pan y el vino sus manos, orando sin gesto alguno aparte de la mirada arrobada…

Y dice:

–           Distribuid las partes del pan y pasad el cáliz fraterno. Todas las veces que así lo hagáis, lo haréis en memoria mía.

Los dos apóstoles obedecen, llenos de veneración…

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Jesús, mientras se verifica la distribución de las Especies, baja donde las mujeres. Y da la Comunión a su Madre con sus propias manos.

Luego vuelve a la terraza. Ya no se sienta. La cena toca a su fin.

Él dice:

–           ¿Todo está consumado?

Pedro contesta:

–           Todo está consumado, Señor.

–           Así hice Yo en la Cruz. Levantaos y oremos.

Extiende sus brazos como si estuviera en la cruz y entona la oración del Padrenuestro.

Jesus Resucitado

Todos lloran, con una emoción profunda.

–           Marchaos. Y que la Gracia del Señor esté en todos vosotros y su paz os acompañe – dice Jesús despidiéndolos.

Y desaparece en medio de un resplandor de luz, que supera con mucho al claror de la Luna llena, alta sobre el Huerto silente y de las lámparas que están sobre las mesas.

No se oye ni una voz. Lágrimas en los rostros, adoración en los corazones… Nada más…

La noche vela y conoce junto con los ángeles los latidos de estos benditos.

Noche

 

HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, CONOCELA

 

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