Archivos diarios: 9/03/13

12.- LA ASCENSIÓN

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Es una esplendorosa mañana en el Getsemaní. Los pétalos de las flores y las hojas de los olivos, todavía conservan el rocío matinal.

Jesús dice:

–           Ahora vamos a darnos el beso de despedida, amigos míos queridísimos.

Se pone en pie para abrazarlos.

Todos hacen lo mismo.

Pero mientras que Jesús tiene una sonrisa pacífica de una hermosura totalmente  divina, ellos lloran llenos de turbación…

Juan, echándose sobre el pecho de Jesús, en medio de los fuertes espasmos a causa de los sollozos que le rompen el pecho de tan lacerantes como son; solicita por todos, intuyendo el deseo de todos…

Juan suplica sollozando:

–           ¡Danos al menos tu Pan! ¡Haz que nos fortalezca en este momento!

Jesús le responde:

–           ¡Así sea!

Entonces toma un pan, lo ofrece, lo bendice y  repite las palabras rituales. Y lo mismo hace con el vino, repitiendo después:

–           Haced esto en memoria mía – añadiendo: -De mí que os he dejado esta prenda de mi amor para seguir estando y estar siempre con vosotros hasta que vosotros estéis conmigo en el Cielo.

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Los bendice y dice:

–          Y ahora vamos.

Salen de la habitación, de la casa…

Jonás, María y Marcos están afuera. Se arrodillan y adoran a Jesús.

Jesús les dice:

–           La paz permanezca con vosotros, y el Señor os compense de todo lo que me habéis dado – dice Jesús bendiciéndolos al pasar.

Marcos se levanta y dice:

–           Señor, los olivares que hay a lo largo del camino de Betania están llenos de discípulos que te esperan.

Jesús ordena:

–           Ve a decirles que se dirijan al Campo de los Galileos.

Marcos se echa a correr con toda la velocidad de sus jóvenes piernas.

Los apóstoles dicen entre sí:

–          Entonces, han venido todos.

Más allá, sentada entre Marziam y María Cleofás, está la Madre del Señor. Y viéndolo acercarse se levanta y lo adora con todo el impulso de su corazón de madre y de fiel.

Jesús las invita:

–           Ven Madre y también tú, María…

Ellas están paralizadas por la majestad resplandeciente que emana de Él, como en la mañana de la Resurrección.

Jesús no quiere apabullar con esta majestad suya así que, afablemente pregunta a María de Alfeo:

–           ¿Estás sola?

–           Las otras… las otras están adelante… con los pastores y… con Lázaro y toda su familia… Pero nos han dejado a nosotras aquí, porque… ¡Oh, Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!… ¿Cómo soportaré el no verte Jesús bendito, Dios mío; yo que te quise incluso antes de que nacieras y que tanto lloré por ti cuando no sabía dónde estabas después de la matanza…?

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¿Yo que tenía mi sol y todo, todo mi bien en tu sonrisa desde que volviste?… ¡Oh, cuánto bien! ¡Cuánto bien me has dado!… ¡Ahora sí que voy a ser verdaderamente pobre, viuda, ahora sí que voy a estar verdaderamente sola!…

¡Estando Tú, teníamos todo!… Aquella tarde creí conocer todo el dolor… Pero el propio dolor, todo aquel dolor de aquel día me había ofuscado y… sí, era menos fuerte que ahora… Y además… estaba el hecho de que ibas a resucitar. Me parecía no creerlo, pero ahora me doy cuenta de que sí lo creía, porque no sentía lo que siento ahora… – llora.

Y tanto la ahoga el llanto, que jadea.

–           María buena, verdaderamente te afliges como un niño que crea que su madre ya no lo quiere y que lo haya abandonado por haber ido a la ciudad, a comprarle regalos que lo harán feliz y pronto volverá a él para cubrirlo de caricias y regalos. ¿No es esto acaso, lo que Yo hago contigo? ¿No voy a prepararte la alegría? ¿No voy para volver y decirte: “Ven, pariente y discípula mía amada, madre de mis amados discípulos”? ¿No te dejo mi amor? ¡Te doy mi amor, María! ¡Bien sabes que te quiero! No llores así. Exulta más bien, porque ya no me verás vilipendiado y fatigado, ni perseguido, ni sólo rico del amor de pocos. Y con mi amor te dejo a mi Madre.

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Juan será para ella hijo. Tú sé para Ella buena hermana, como siempre. ¿Lo ves? Mi Madre no llora. Sabe que, si bien la nostalgia de mí será la lima que consumirá su corazón, la espera será en todo caso breve respecto a la gran alegría de una eternidad de unión.  Y sabe también que esta separación nuestra no será tan absoluta que le haga exclamar: “Ya no tengo Hijo”.

Ése fue el grito de dolor del día del Dolor. Ahora en su corazón canta la esperanza: “Sé que mi Hijo sube al Padre, pero no me dejará sin sus espirituales amores”. Créelo así también tú y todos… Ahí están los otros y las otras. Ahí están mis pastores.

Y las caras de Lázaro y sus hermanas, en medio de todos los domésticos de Betania y la cara de Juana, semejante a una rosa bajo un velo de lluvia. Y las de Elisa y Nique, ya marcadas por la edad y ahora las arrugas se hacen más profundas a causa del dolor: dolor de cualquier modo, para la criatura humana, aunque el alma se alegre por el triunfo del Señor.  Y la cara de Anastática y las caras de azucena de las primeras vírgenes.  Y el ascético rostro de Isaac, el inspirado de Matías, el rostro viril de Mannaém, los austeros de José y Nicodemo… Caras, caras, caras…

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Jesús llama a los pastores, a Lázaro, a José, a Nicodemo, a Mannaém, a Maximino y a los otros de los setenta y dos discípulos. Les dice que se acerquen, porque quiere tener especialmente cerca a los pastores.

Dice a éstos:

–           Venid aquí. Vosotros, que estuvisteis junto al Señor cuando vino del Cielo, y que os inclinasteis ante su anonadamiento, estad ahora cerca del Señor cuando vuelve al Cielo, exultando en vuestro espíritu por su glorificación. Habéis merecido este puesto porque habéis sabido creer contra toda circunstancia desfavorable y habéis sabido sufrir por vuestra fe. Os doy las gracias por vuestro amor fiel.

A todos os doy las gracias. A ti, Lázaro amigo. A ti, José y a ti Nicodemo, compasivos con el Cristo cuando serlo podía significar un gran peligro. A ti, Manaém, que por ir por mi camino has sabido despreciar los sucios favores de un inmundo.

A ti Esteban, florida corona de justicia que has dejado lo imperfecto por lo perfecto y serás coronado con una corona que todavía no conoces pero que te será anunciada por los ángeles.

A ti Juan, por breve tiempo hermano mío en el pecho purísimo y venido a la Luz más que a la vista. A ti Nicolái, que siendo prosélito has sabido consolarme por el dolor de los hijos de esta nación. Y a vosotras discípulas buenas y más fuertes que Judit, sin por ello dejar de ser dulces.

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Y a ti Marziam niño mío, que tomarás a partir de ahora el nombre de Marcial, en memoria del niño romano matado en el camino y puesto delante del cancel de Lázaro con el rótulo de desafío: Y ahora di al Galileo que te resucite, si es el Cristo y si ha resucitado. “Marcial, último de los inocentes que en Palestina perdieron la vida por servirme a Mí, aun inconscientemente, y primero de los inocentes de todas las naciones.

De los inocentes que por haberse acercado a Cristo. Serán odiados y recibirán prematura muerte, como capullos de flores arrancados de su tallo antes de abrirse.

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Que este nombre Marcial, te señale tu destino futuro: sé apóstol en tierras bárbaras y conquístalas para tu Señor, como mi amor conquistó al niño romano para el Cielo.

A todos, a todos os bendigo en este adiós invocando al Padre, invocando para vosotros la recompensa de los que han consolado el doloroso camino del Hijo del hombre.

Bendita sea la Humanidad en esa porción selecta suya, que está en los judíos y está en los gentiles y que se ha manifestado en el amor que ha tenido hacia mí.

Bendita sea la Tierra con sus hierbas y sus flores; benditos sus frutos, que me procuraron delicia y alimento muchas veces. Bendita sea la Tierra con sus aguas y con su calor; por las aves y los animales, que muchas veces superaron al hombre en confortar al Hijo del hombre.

Bendito seas tú Sol, bendito seas tú mar, benditos seáis vosotros montes, colinas, llanuras; benditas vosotras, estrellas que me habéis acompañado en la nocturna oración y en el dolor. Y tú, Luna, que has sido luz para mis pasos durante mi peregrinaje de Evangelizador.

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Benditas seáis todas vosotras, criaturas obras del Padre mío, compañeras mías en este tiempo mortal; amigas de Aquel que había dejado el Cielo para quitar a la atribulada Humanidad las espinas de la Culpa que separa de Dios.

Jesús con su última bendición, dirá después a  la Madre Santísima… Que devolvió bondad y santidad a todas las cosas de la Creación…

Jesús continúa:

–           ¡Benditos seáis también vosotros, instrumentos inocentes de mi tortura: espinas, metales, madera, cuerdas trenzadas, porque me habéis ayudado a cumplir la Voluntad del Padre mío!

¡Qué voz tan resonante tiene Jesús! Se expande por el aire templado y sereno como tono de bronce golpeado; se propaga en ondas sobre el mar de rostros que lo miran desde todas las direcciones.

Constituyen centenares las personas que rodean a Jesús, que sube con aquellos a quienes más quiere hacia la cima del Monte de los Olivos. Pero Jesús, al llegar al principio del Campo de los Galileos, despoblado de tiendas en este período situado entre las dos fiestas…

Jesús ordena a los discípulos:

–           Ordenad a la gente que se detenga dónde está. Luego seguidme.

Sigue subiendo hasta la cima del monte, la que está más cerca de Betania y no de Jerusalén, cima que domina todo. Muy cerca de Él, están su Madre; los apóstoles, Lázaro, Mannaém, los pastores y Marziam. Más allá en semicírculo, manteniendo a distancia a la muchedumbre de los fieles, los otros discípulos.

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Jesús está en pie sobre un peñasco que sobresale sobre el claro, entre la verde hierba mostrando su blancura. El sol toca sus vestiduras y las hace resplandecer como nieve y brillar como si fueran de oro, sus cabellos. Sus ojos de zafiro, centellean con luz divina.

Abre los brazos en ademán de abrazar: parece querer estrechar contra su pecho a todas las multitudes de la Tierra, que su espíritu ve representadas en esa pequeña multitud

Con esa voz que no puede olvidarse, da la última orden:

–           ¡Id! ¡Id en mi Nombre, a evangelizar a las gentes hasta los extremos confines de la tierra!  Dios esté con vosotros. Que su amor os conforte, su luz os guíe, su paz more en vosotros hasta la vida eterna.

Se transfigura en belleza. ¡Hermoso! Tanto y más hermoso que en el Tabor.

Caen todos de rodillas, adorando. Él, elevándose ya de la piedra en que se apoyaba, busca una vez más el rostro de su Madre, y su sonrisa alcanza una potencia que nadie podrá jamás representar… Es su último adiós a su Madre.

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Sube, sube… El Sol, aún más libre para besarlo, ahora que no hay frondas que intercepten el camino de sus rayos; toca con sus resplandores sobre el Dios-Hombre que asciende con su Cuerpo santísimo al Cielo y evidencia sus Llagas gloriosas, que resplandecen como rubíes vivos.

El resto es un perlado mar de luces. Es verdaderamente la Luz que se manifiesta en lo que es, en este último instante como en la noche natalicia.

Centellea la Creación con la luz del Cristo que asciende. Una luz que supera a la del Sol. Una luz sobrehumana y beatísima. Una luz que desciende del Cielo al encuentro de la Luz que asciende…

Y Jesucristo, el Verbo de Dios, desaparece para la vista de los hombres en este océano de esplendores…

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En la tierra dos gritos se escuchan en medio del profundo silencio de la muchedumbre extática:

El grito de María cuando El desaparece: « ¡Jesús!» y el que precede al copioso llanto de Isaac.

Los demás están enmudecidos por religioso estupor y permanecen allí, como en espera de algo…  Hasta que dos luces angélicas candidísimas, en forma mortal aparecen y dicen las palabras recogidas en el primer capítulo de los Hechos Apostólicos:

–          Hombres de Galilea, ¿Por qué estáis mirando al Cielo? Este Jesús, que os ha sido ahora arrebatado y que ha sido elevado al Cielo su eterna morada, vendrá del Cielo en su debido tiempo, tal y como ahora se ha marchado.

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

11.- IGLESIA NACIENTE

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El alba pinta su esplendor en el oriente.

Jesús pasea con su Madre por los escalones de la ladera del Getsemaní. No median palabras, sólo miradas de inefable amor. Han hablado las dos almas: la de Cristo y la de la Madre de Cristo y ahora lo que hay es una recíproca contemplación de amor.

La conoce la naturaleza asperjada de rocío y la pura luz matutina; la conocen esas delicadas criaturas de Dios que son las hierbas y las flores, los pájaros y las mariposas. Los hombres están ausentes.

La aurora ha surgido completamente.

Se oyen las voces de los apóstoles. Es una señal para Jesús y María. Se detienen. Se miran, el Uno enfrente de la Otra.

Jesús abre los brazos y estrecha a su madre contra su pecho. ¡Oh, vaya que si es un Hombre, un Hijo de Mujer! ¡Para creerlo basta mirar este adiós! El amor rebosa en una lluvia de besos a su Madre amadísima.

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El amor cubre de besos al Hijo amadísimo. Parece que no puedan separarse. Y cuando ya parece que vayan a hacerlo, otro abrazo los une de nuevo y entre los besos, palabras de recíproca bendición…

¡Oh, verdaderamente es el Hijo del Hombre despidiéndose de la Mujer que lo engendró! ¡Verdaderamente es la Madre que da el adiós para restituirlo al Padre, a su Hijo la Prenda del Amor a la Purísima!…

¡Dios besando a la Madre de Dios!…

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La Mujer como criatura se arrodilla a los pies de su Dios, que es también su Hijo…

Y el Hijo que es Dios impone las manos sobre la cabeza de la Madre Virgen, de la eterna Amada. Y la bendice en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Luego se inclina y la levanta, depositando un último beso en la blanca frente que como pétalo de azucena, luce bajo el oro de los cabellos ¡Tan juveniles todavía!…

Regresan hacia la casa y ninguno, viendo con qué serenidad caminan el Uno al lado de la Otra; pensaría en la onda de amor que poco antes los ha desbordado.

¡Pero qué diferencia en este adiós, respecto a la tristeza de otras despedidas ya superadas y respecto a la desgarradora congoja del Adiós de la Madre a su Hijo al que habían dado muerte y había que dejarlo solo en el Sepulcro!…

En esta despedida aunque los ojos brillen con ese llanto que es natural en quien está para separarse de su Amado, los labios sonríen con la alegría de saber que este Amado va a la Morada que en razón de su Gloria le corresponde…

Pedro dice:

–           ¡Señor! Fuera están entre el monte y Betania todos los que, como habías dicho a tu Madre, querías bendecir hoy.

Jesús contesta:

–           Bien. Ahora vamos donde ellos. Pero antes venid. Quiero compartir con vosotros una vez más el pan.

Entran en la habitación donde diez días antes estaban las mujeres para la cena del decimocuarto día del mes.

María acompaña a Jesús hasta allí y luego se retira.

Se quedan Jesús y los once.

En la mesa hay carne asada, pequeños quesos y aceitunas pequeñas y negras, un ánfora de vino y otra, más grande; de agua y panes anchos. Una mesa sencilla, no dispuesta para una ceremonia de lujo, sino sólo por la necesidad de nutrirse.

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Jesús señala los lugares y luego ofrece y divide. Está en el centro, entre Pedro y Santiago de Alfeo. Juan, Judas de Alfeo y Santiago están frente a Él; Tomás, Felipe y Mateo, a un lado; Andrés, Bartolomé y el Zelote, al otro lado. Así, todos pueden ver a su Jesús…

Una comida de breve duración y silenciosa.

Los apóstoles, llegado el último día de cercanía de Jesús y a pesar de las sucesivas apariciones colectivas o individuales desde la Resurrección; apariciones llenas de amor, no han perdido ni un momento esa devotísima compostura que ha caracterizado sus encuentros con Jesús Resucitado.

La comida ha terminado.

Jesús abre las manos por encima de la mesa, con su gesto habitual ante un hecho inevitable…

Y dice:

–           Bien… Ha llegado la hora en que debo dejaros para volver a Mi Padre. Escuchad las últimas palabras de vuestro Maestro. No os alejéis de Jerusalén en estos días. Lázaro, con el cual he hablado se ha preocupado una vez más de hacer realidad los deseos de su Maestro y os cede la casa de la última Cena, para que dispongáis de una casa donde reunir a la asamblea y recogeros en oración.

Estad dentro de esta casa en estos días y orad asiduamente para prepararos a la venida del Espíritu Santo, que os completará para vuestra misión.

Recordad que Yo siendo Dios, me preparé con una severa penitencia a mi ministerio evangelizador. Vuestra preparación será siempre más fácil y más breve. Pero no exijo más de vosotros. Me basta con que oréis con asiduidad, en unión con los setenta y dos y bajo la guía de mi Madre, la cual os confío con solicitud filial.

Ella será para vosotros Madre y Maestra, de amor y sabiduría perfectos.

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Habría podido enviaros a otro lugar para prepararos a recibir al Espíritu Santo. Pero no. Quiero que permanezcáis aquí. Porque es Jerusalén la que negó, es Jerusalén la que debe admirarse por la continuación de los prodigios divinos, dados en respuesta a sus negaciones.

Después el Espíritu Santo os hará comprender la necesidad de que la Iglesia surja justamente en esta ciudad; la cual juzgando humanamente, es la más indigna de tener a la Iglesia.

Pero Jerusalén sigue siendo Jerusalén, a pesar de estar henchida de pecado y a pesar de que aquí se haya verificado el deicidio. Nada la beneficiará. Está condenada.

Pero, aunque ella esté condenada, no todos sus habitantes lo están. Permaneced aquí por los pocos justos que tiene en su seno; permaneced aquí porque ésta es la ciudad regia y la ciudad del Templo.

Y porque como predijeron los profetas; es aquí donde ha sido ungido, aclamado y exaltado el Rey Mesías. Y aquí debe comenzar su soberanía en el mundo y es aquí, en este lugar en que Dios ha dado libelo de repudio a la sinagoga a causa de sus demasiado horrendos delitos; dónde debe surgir el Templo nuevo al que acudirán gentes de todas las naciones.

Leed a los profetas (Isaías 2, 1-5; 49, 5-6; 55, 4-5; 60; Miqueas 4, 1-2; Zacarías 8, 20-23). Todo está en ellos predicho.

Primero mi Madre y después el Espíritu Paráclito, os harán comprender las palabras que los profetas dijeron para este tiempo. Permaneced aquí hasta que Jerusalén os repudie a vosotros como me ha repudiado a mí; hasta que odie a mi Iglesia como me ha odiado a mí y maquine planes para exterminarla.

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Entonces llevad la sede de esta amada Iglesia mía a otro lugar, porque no debe perecer. Os digo que ni siquiera el Infierno prevalecerá contra ella. Pero si Dios os asegura su protección, no por ello tentéis al Cielo exigiendo todo del Cielo.

Id a Efraím, como fue vuestro Maestro porque no era la hora de que fuera capturado por los enemigos. Os digo Efraím para deciros tierra de ídolos y paganos. Pero no será Efraím de Palestina la que deberéis elegir como sede de mi Iglesia.

Recordad cuántas veces a vosotros congregados o a uno de vosotros individualmente, os he hablado de esto, prediciéndoos que ibais a tener que pisar los caminos de la Tierra para llegar al corazón de ella y enclavar allí mi Iglesia; porque es desde el corazón del hombre, que la sangre se propaga a todos los miembros.

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Y desde el corazón del mundo (Roma), el cristianismo se debe propagar a toda la Tierra. Por ahora mi Iglesia es como una criatura ya concebida pero que todavía se está formando en la matriz.

Jerusalén es su matriz y en su interior el corazón aún pequeño, en torno al cual se congregan los pocos miembros de la Iglesia naciente, envía sus pequeñas ondas de sangre a estos miembros.

Pero cuando llegue la hora señalada por Dios, la matriz madrastra expelerá a la criatura que se habrá formado en su seno y ésta irá a una tierra nueva, donde crecerá y se hará un Cuerpo Grande extendido por toda la Tierra…

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Y los latidos del fuerte corazón de la Iglesia se propagarán por todo su gran Cuerpo. Los latidos del corazón de la Iglesia, rotos todos los vínculos de ésta con el Templo; eterna ella y victoriosa sobre las ruinas del Templo finado y destruido; de la Iglesia que vivirá en el corazón del mundo.

Anunciarán a hebreos y gentiles que sólo Dios triunfa y obtiene lo que quiere, a cuyo deseo ni la rabia de los hombres, ni ejércitos de ídolos podrán oponérsele…

Pero esto vendrá después y cuando llegue ese tiempo, sabréis cómo actuar. E1 Espíritu de Dios os guiará. No temáis. Por ahora congregad en Jerusalén la primera asamblea de los fieles.

Se irán formando diversos grupos y reuniones según el número de fieles. En verdad os digo que los ciudadanos de mi Reino aumentarán rápidamente como semillas echadas en óptima tierra. Mi pueblo se propagará por toda la Tierra.

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El Señor dice al Señor: “Por haber hecho esto y no haber eludido tu entrega por mí, te bendeciré y multiplicaré tu estirpe como las estrellas del cielo y como las arenas que hay en la playa del mar. Tu descendencia poseerá la puerta de sus enemigos y en ella serán bendecidas todas las naciones de la Tierra”(Génesis 22,15-18).

Donde mi Nombre, mi emblema, mi Ley, sean tenidos como soberanos, allí estará mi Bendición.

Está por venir el Espíritu Santo, el Santificador y vosotros quedaréis henchidos de Él. Tratad de estar puros, como todo lo que debe acercarse al Señor. Yo también Soy el Señor como Él. Pero había revestido mi Divinidad con un velo para poder estar entre vosotros y no sólo para adoctrinaros y redimiros con los órganos y la sangre de este velo.

Sino también para que el Santo de los Santos estuviera entre los hombres, eliminando la barrera para todos los hombres incluso para los impuros, de no poder posar sus ojos, sobre Aquel a Quién los serafines no se atreven a mirar.

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Pero el Espíritu Santo vendrá sin velo de carne y se posará sobre vosotros y descenderá a vosotros con sus siete dones y os aconsejará.

Ahora bien, el consejo de Dios es una cosa tan sublime, que es necesario prepararse para él con la voluntad heroica de una perfección, que os haga semejantes al Padre vuestro y a vuestro Jesús. Y a vuestro Jesús en su relación con el Padre y con el Espíritu Santo.

Así pues, caridad y pureza perfectas para poder comprender al Amor y recibirlo en el trono del corazón.

Sumergíos en el abismo de la Oración y la contemplación…

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¿Os acordáis de mis palabras de la última Cena? Os prometí el Espíritu Santo.

Pues bien, está para llegar para bautizaros no ya con agua, como hizo con vosotros Juan preparándoos para Mí. Sino con el fuego, para prepararos a que sirváis al Señor tal y como Él quiere que vosotros lo sirváis.

Mirad, Él estará aquí dentro de no muchos días.  Después de su venida vuestras capacidades aumentarán sin medida y seréis capaces de comprender las palabras de vuestro Rey y hacer las obras que Él ha dicho que se hagan, para extender su Reino sobre la Tierra.

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Le preguntan interrumpiéndole:

–           ¿Entonces vas a reconstruir el Reino del Israel, después de la venida del Espíritu Santo?

Jesús contesta:

–           Ya no existirá el Reino de Israel sino mi Reino, que se verá cumplido cuando el Padre ha dicho. No os corresponde a vosotros conocer los tiempos ni los momentos que el Padre se ha reservado en su poder.

Pero vosotros, entretanto, recibiréis la virtud del Espíritu Santo que vendrá a vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en Judea y en Samaria y hasta los confines de la Tierra, fundando las asambleas.

En los lugares en que estén reunidas personas en mi Nombre, bautizando a las gentes en el Nombre Santísimo del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo; como os he enseñado, para que tengan la Gracia y vivan en el Señor. Predicando el Evangelio a todas las criaturas; enseñando lo que os he enseñado; haciendo lo que os he mandado hacer. Y Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.

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Una cosa más quiero y es que quien presida la asamblea de Jerusalén sea mi hermano Santiago. Pedro, como jefe de toda la Iglesia, deberá emprender a menudo viajes apostólicos, porque todos los neófitos desearán conocer al Pontífice jefe supremo de la Iglesia.

Pero grande será el predicamento que ante los fieles de la naciente Iglesia, tendrá mi hermano.  Los hombres son siempre hombres y ven las cosas como hombres. A ellos les parecerá que Santiago sea una continuación de Mí, por el simple hecho de ser pariente mío.

En verdad digo que es más grande y más semejante al Cristo por la sabiduría que por el parentesco. Pero así es, los hombres que no me buscaban mientras estaba en medio de ellos, ahora me buscarán en aquel que es primo hermano mío.

Tú, Simón Pedro… Tú estás destinado a otros honores…

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Pedro contesta:

–           Que no merezco, Señor. Te lo dije cuando te me apareciste y te lo digo en presencia de todos una vez más. Tú eres bueno, divinamente bueno además de sabio. Y cabal ha sido tu juicio sobre mí. Yo renegué de ti en esta ciudad. Cabalmente has juzgado que no reúno las condiciones para ser su jefe espiritual. Quieres evitarme muchos vituperios justos…

Santiago interviene y dice:

–           Todos fuimos iguales menos dos, Simón. Yo también huí. No es por esto sino por las razones que ha expresado, por lo que el Señor me ha destinado a mí a este puesto. Pero tú eres mi Jefe, Simón de Jonás y como tal te reconozco. En la presencia del Señor y de todos los compañeros, te profeso obediencia. Te daré lo que pueda para ayudarte en tu ministerio; pero te lo ruego, dame tus órdenes porque tú eres el Jefe y yo el súbdito.

Cuando el Señor me ha recordado una conversación ya lejana, he agachado la cabeza diciendo: “Hágase lo que Tú quieres”. Esto mismo te diré a ti a partir del momento en que habiéndonos dejado el Señor, tú seas su Representante en la Tierra. Y nos amaremos ayudándonos en el ministerio sacerdotal.

De esta manera Santiago finaliza, inclinándose desde su sitio para rendir homenaje a Pedro.

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Jesús confirma:

–          Sí. Amaos unos a otros, ayudándoos recíprocamente, porque éste es el mandamiento nuevo y la señal de que sois verdaderamente de Cristo. No os turbéis por ninguna razón. Dios está con vosotros. Podéis hacer lo que quiero de vosotros. No os impondría cosas que no pudierais hacer, porque no quiero vuestra perdición sino vuestra gloria.

Mirad, voy a preparar vuestro lugar junto a mi trono. Estad unidos a mí y al Padre en el amor. Perdonad al mundo que os odia. Llamad hijos y hermanos a los que se acerquen a vosotros o a los que ya están con vosotros por amor a mí.

Tened la paz de saber que siempre estoy preparado para ayudaros a llevar vuestra cruz. Yo estaré con vosotros en las fatigas de vuestro ministerio y en la hora de las persecuciones.

Y no pereceréis, no sucumbiréis, aunque así lo parezca a los que ven las cosas con los ojos del mundo. Sentiréis peso, aflicción, cansancio, seréis torturados, pero mi gozo estará en vosotros, porque os ayudaré en todo.

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En verdad os digo que cuando tengáis como Amigo al Amor, comprenderéis que todas las cosas sufridas y vividas por amor a mí se hacen ligeras, aun las duras torturas del mundo.

Porque para aquel que reviste todas sus acciones, voluntarias o impuestas de amor; el yugo de la vida y del mundo se le transforman en yugo recibido de Dios, recibido de Mí. Y os repito que mi carga está siempre proporcionada a vuestras fuerzas y que mi yugo es ligero; porque Yo os ayudo a llevarlo.

Sabéis que el mundo no sabe amar. Pero vosotros de ahora en adelante, amad al mundo con amor sobrenatural, para enseñarle a amar. Y si os dicen al veros perseguidos:

–           “¿Así os ama Dios?

–           ¿haciéndoos sufrir?

–           ¿dándoos dolor?

–           Entonces no vale la pena ser de Dios.

Responded: “El dolor no viene de Dios. Pero Dios lo permite. Nosotros sabemos el motivo de ello y nos gloriamos de tener la parte que tuvo Jesús Salvador, Hijo de Dios”.

Responded: “Nos gloriamos si nos clavan en la cruz, nos gloriamos de continuar la Pasión de nuestro Jesús”. Responded con las palabras de la Sabiduría (Sabiduría 2, 23-24): “La muerte y el dolor entraron en el mundo por envidia del demonio. Pero Dios no es autor de la muerte ni del dolor, ni se goza del dolor de los vivientes. Todas sus cosas son vida y todas son salutíferas”.

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Responded: “A1 presente parecemos perseguidos y vencidos, pero en el día de Dios, cambiadas las tornas, nosotros, justos, perseguidos en la Tierra, estaremos gloriosos frente a los que nos vejaron y despreciaron”.

Pero decidles también: “¡Venid a nosotros! Venid a la Vida y a la Paz. Nuestro Señor no quiere vuestra perdición, sino vuestra salvación. Por esto ha entregado a su Hijo Unigénito, para la salvación de todos vosotros”.

Y alegraos de participar en mis padecimientos para poder estar después conmigo en la gloria. “Yo seré vuestra desmesurada recompensa” promete en Abraham (Génesis 15, 1) el Señor a todos sus siervos fieles. Sabéis cómo se conquista el Reino de los Cielos: con la fuerza; y a él se llega a través de muchas tribulaciones. Pero el que persevere como Yo he perseverado estará donde estoy Yo.

Ya os he dicho cuál es el camino y la puerta que llevan al Reino de los Cielos. Y Yo he sido el primero en caminar por ese camino y en volver al Padre por esa puerta.

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Si existieran otros os los habría mostrado, porque siento compasión de vuestra debilidad de hombres.

Pero no existen otros…

Al señalároslos como único camino y única puerta también os digo cuál es la medicina que da fuerza para recorrerlo y entrar. Es el amor. Siempre el amor.

Todo se hace posible cuando en nosotros está el amor. Y el Amor que os ama, os dará todo el amor; si pedís en mi Nombre tanto amor como para haceros atletas en la santidad.

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA