Es plena noche y además oscura, porque la Luna ya se ha ocultado cuando María sale de la casita del Getsemaní junto con Pedro, Santiago de Alfeo, Juan, Nicodemo y el Zelote.
Dada la oscuridad de la noche, Lázaro, que está esperándolos delante de la casa en el lugar donde comienza el sendero que conduce hacia el cancel más bajo, enciende una lámpara de aceite a la que ha provisto de una protección de delgadas láminas de alabastro. La luz es tenue, pero lleva la lámpara baja hacia el suelo y es muy útil para ver las piedras y los obstáculos que pueden encontrarse en el recorrido.
Lázaro se pone al lado de María, para que Ella vea bien.
Juan está en el otro lado y va sujetando de un brazo a la Madre.
Los otros caminan detrás, en grupo.
Llegan al Cedrón y prosiguen bordeándolo, para quedar semiocultos por los matorrales silvestres que crecen junto a las orillas del torrente. También el murmullo del agua sirve para ocultar y confundir el rumor producido por las sandalias de los caminantes.
Sin apartarse de lo que es la parte exterior de las murallas, hasta la Puerta más cercana al Templo…
Luego adentrándose en la zona deshabitada y yerma, llegan al lugar donde fue lapidado Esteban.
Se dirigen hacia el montón de piedras bajo el que está semisepultado. Quitan las piedras hasta que el cuerpo aparece: Está ya cárdeno por la muerte, por los golpes y la lapidación recibidos. El cadáver está frío, rígido y encogido como lo atrapó la muerte.
Juan ha mantenido abrazada compasivamente a la Virgen Madre, pero cuando terminan de retirar las piedras, ella se libera y corre hasta ese pobre cuerpo cubierto de heridas y de sangre.
Sin hacer caso de las manchas que la sangre coagulada imprime en su túnica, María abraza llorando el cuerpo martirizado del joven diácono y lo baña de lágrimas… Luego lo llena de besos en su cara, como si fuera su verdadera madre.
Y murmura con inmensa ternura, sollozando:
– ¿Qué te hicieron, pequeñito mío? No pudieron soportar que tú también lo amaras…
Enseguida ayudada por Santiago de Alfeo y por Juan, colocan el cuerpo sobre un lienzo extendido sobre la tierra, en un lugar en que no hay piedras. Y con un paño de lino que moja en una pequeña ánfora que el Zelote le acerca, limpia como puede la cara de Esteban y ordena sus cabellos; tratando de colocarlos sobre las sienes y las mejillas heridas, para tapar las horrendas huellas que las piedras han dejado.
Mientras lo hace, derrama sobre Esteban un torrente de amorosas palabras llenas de ternura y amor maternal.
Verdaderamente el joven discípulo de Jesús es como si fuera el hermano más joven, del Hijo que una vez diera a Luz en una pobre gruta de Belén…
Limpia también sus miembros e intenta darles una postura menos trágica… Pero el hielo de la muerte que hace muchas horas lo ha congelado, no lo permite del todo.
Lo intentan también los hombres más fuertes físicamente que María, pero es inútil. Ellos también deben resignarse y dejarlo como ha quedado…
María parece de nuevo la Madre Dolorosa del Gólgota y del Sepulcro.
Después lo visten con una larga túnica limpia, porque la suya no la encuentran… O tal vez se ha perdido o ha sido robada por desprecio, por los verdugos. Y la túnica corta que le han dejado, ya no es más que un andrajo hecho jirones y está cubierta de sangre.
Todos miran con respeto admirado, el gran amor de María por el joven diácono martirizado.
Santiago de Alfeo le dice asombrado:
– Realmente eres la Madre de todos los hombres. ¡Y sufres también por él!…
María le contesta:
– Jesús me entregó a toda la Humanidad en Juan. Y todos los hombres son mis hijos. Como Corredentora, también los he redimido con mi Dolor de Madre… ¡Todos son mis hijos!… También soy vuestra Abogada y Medianera ante el trono de Dios. Los amo a todos, porque a todos los he parido con mi pasión incruenta. ¡Cuánta sangre de mi Corazón Inmaculado me estáis costando!
¡Y cuántos hijos estoy perdiendo!…
Nuestro infinito sacrificio de Jesús y mío, no podrán salvarlos, ¡Porque al igual de Judas, nos rechazan a los Dos!
Estoy viendo… (Parece extender su mirada a una visión futura)
Aún aquellos que no me amarán, me odiarán, renegarán de mí, me ofenderán y no me reconocerán como su Madre… Me insultarán soezmente, porque Satanás los empujará a ello, tratando de impedirles mi poderosa protección.
Ellos serán mi mayor dolor y preocupación, porque no saben que también Soy su Madre. Que yo los amo y deseo protegerlos de las hordas malignas del Anticristo y de la furia de Satanás…
¡Si tan solo se consagraran a mi Corazón Inmaculado…!
Yo los defendería con todo y los entregaría al Redentor para que nadie pueda tocarlos… No importa que me insulten y no me amen. Yo los amo y soy su Madre… Yo veo cómo Satanás los ha apartado de esta Iglesia que apenas comienza a caminar, como los bebés cuando los tomamos de la mano.
¡Oh, pequeñitos míos que también seréis apartados de mí, para impedirme que los proteja y los salve…!
Un grito de dolor impresiona a todos los que la miran…
Y no comprenden que la Reina de los Profetas acaba de profetizar sobre los hijos que le serán arrancados por los Cismas futuros, clavando una nueva espada en su Corazón Inmaculado…
María grita con angustia:
– ¡Dios mío, por piedad regrésamelos!…
Y torna a acariciar a Esteban besándolo con infinita ternura y murmurando dulcísimas palabras en el oído del mártir…
Los presentes la observan impresionados y en silencio… Y la dejan que expansione sus sentimientos maternales sobre Esteban…
De esta forma pasan algunos minutos…
Después de hacer esto y bajo la luz de la lámpara que Lázaro sostiene junto al cuerpo martirizado, levantan a Esteban y lo depositan sobre otra sábana limpia.
Nicodemo recoge el primer lienzo, empapado por el agua usada para lavar el cuerpo del mártir de la sangre coagulada… Y lo mete debajo de su manto.
Juan y Santiago por la parte de la cabeza…
Pedro y el Zelote por la parte de los pies, levantan el lienzo que contiene el cuerpo de Esteban y emprenden el regreso, precedidos por Lázaro y María.
Parece repetirse la escena del traslado de Jesús…
Acaecida pocos meses atrás…
No toman el mismo camino por el que vinieron. Se internan en la campiña y torciendo al pie del olivar, llegan al camino que conduce hacia Jericó y Betania. Allí se detienen para descansar y hablar.
Nicodemo que por haber estado presente aunque de forma pasiva en la condena de Esteban y por ser uno de los príncipes de los sacerdotes del Templo de Jerusalén, conoce mejor que nadie las decisiones del Sanedrín.
Cuando todos se han sentado sobre la hierba, junto al cadáver de Esteban…
Nicodemo advierte:
– Es importante que sepáis que se ha desencadenado la persecución contra los cristianos. Ha sido ordenada por Caifás y Esteban es sólo el primero de una larga lista de nombres señalados como seguidores de Jesús.
E1 primer grito de todos los Apóstoles es:
– ¡Que hagan lo que quieran!
– ¡No desistiremos, ni por amenaza ni por prudencia!
Lázaro mira a Pedro y contesta:
– Pensad en una cosa. La Iglesia tiene muy pocos sacerdotes…
Nicodemo confirma:
– Los primeros en esa lista son Pedro, Santiago y Judas de Alfeo… Por ser los parientes de Jesús…
Lázaro insiste:
– Pedro por ser Pontífice y Santiago obispo de Jerusalén, sois ahora los más poderosos en la Jerarquía de la Iglesia… Y si los matan a ustedes, La Iglesia difícilmente se salvará.
Nicodemo agrega:
– Jesús, el Maestro y fundador de Ella, dejó Judea por Samaría; para que no lo matasen antes de haberlos instruido mejor y acabase de formar plenamente a sus primeros sacerdotes… Ustedes son el Nuevo Sanhedrín y los Príncipes de la Iglesia Cristiana. Los integrantes del Colegio Apostólico formados directamente por Él, si os matan… Las enseñanzas del Maestro morirán con ustedes.
Lázaro dice:
– Recordad cómo Jesús os aconsejó que siguieseis su ejemplo hasta que los pastores fuesen tantos, que no se pudiese temer la dispersión de los fieles por la persecución y muerte de los pastores. Dispersaos también vosotros por Judea y Samaria. Haced ahí prosélitos.
Nicodemo confirma:
– Formad numerosos pastores. Y desde estas tierras esparcíos por la Tierra, para que como Él mandó que se hiciera, todas las gentes conozcan el Evangelio.
Los Apóstoles están perplejos.
Miran a María, como queriendo conocer su juicio al respecto.
María, comprendiendo esas miradas dice:
– El consejo es justo. Escuchadlo. No es cobardía… Es prudencia. Él enseñó que fueseis sencillos como palomas y prudentes como serpientes. Os envió como ovejas en medio de lobos. Guardaos de los hombres.
Santiago la interrumpe:
– Sí, Madre. Pero también dijo: “Cuando os atrapen en sus manos y os conduzcan ante los gobernantes, no os turbéis por lo que deberéis responder. No seréis vosotros los que hablaréis. En vosotros y por vosotros, hablará el Espíritu de vuestro Padre”. Y yo me quedo aquí. El discípulo debe ser como el Maestro.
Él ha muerto por dar vida a la Iglesia. Cada una de nuestras muertes será una piedra que se añadirá al Gran Nuevo Templo. Un aumento de vida para el grande, inmortal cuerpo de la Iglesia Universal.
Que me maten, si eso es lo que quieren. Viviendo en el Cielo seré más feliz, porque estaré al lado de mi Hermano y seré más potente todavía. No le temo a la muerte.
Temo al pecado. Abandonar mi lugar me parece como imitar el gesto de Judas, el perfecto traidor. Y ese pecado Santiago de Alfeo no lo cometerá nunca. Si debo caer, caeré como un héroe en mi lugar de combate, en el puesto en que Él quiso que estuviera.
María le responde:
– No penetro en tus secretos con el Hombre-Dios. Si Él te lo inspira así, hazlo así. Sólo Él que es Dios, tiene derecho a ordenar. A todos nosotros nos corresponde sólo obedecerle siempre en todo, para hacer su Voluntad.
Pedro menos heroico, habla con el Zelote, para conocer su parecer al respecto.
Lázaro, que está cerca de los dos y lo oye, propone:
– Venid a Betania. Está cerca de Jerusalén y también del camino de Samaria. Desde allí partió Jesús muchas veces, para escapar de sus enemigos…
Nicodemo, a su vez, sugiere:
– Venid a mi casa del campo. Es segura y está cerca tanto de Betania como de Jerusalén. Y queda junto al camino que va a Efraím por Jericó.
Lázaro insiste:
– No, es mejor la mía, que está protegida por Roma.
Nicodemo le responde:
– Ya te odian demasiado… Desde que Jesús te resucitó afirmando tan poderosamente su Naturaleza divina… Considera que su suerte fue decidida por este motivo. Y por favor: ¡No vayas ahora a decidir tú la tuya!
Simón Zelote sugiere:
– ¿Y qué decís de mi casa? En realidad es de Lázaro. Pero todavía está a mi nombre.
María interviene diciendo:
– Permitidme que reflexione; que medite, piense y juzgue lo que es mejor hacer. En mi Oración, Dios no me dejará sin su luz y me dirá lo que sea más conveniente hacer. Cuando lo sepa, os lo diré. Por ahora, venid conmigo al Getsemaní.
Todos responden simultáneamente:
– Sede de toda sabiduría,
– Madre de la Palabra y de la Luz,
– Madre de la Iglesia,
– Madre de la divina Gracia,
– Espejo de Justicia,
– Arca de la alianza,
– Refugio de los Pecadores,
– Consuelo de los Afligidos,
– Auxilio de los cristianos,
– Siempre eres para nosotros la Estrella segura que guía.
– Te obedecemos.
Es como si el Espíritu Santo hubiera hablado a sus corazones y a través de sus labios…
Todos se levantan de la hierba en que descansaban sentados en los bordes del camino.
Y mientras Pedro, Santiago, Simón y Juan van con María hacia el Getsemaní…
Lázaro y Nicodemo ayudados por los demás, levantan el lienzo que envuelve el cuerpo de Esteban y con las primeras luces del alba, se dirigen hacia el camino de Betania y Jericó…
¿A dónde llevan al mártir?
Misterio…
HERMANO EN CRISTO JESUS: