27.- GLORIOSA ASUNCIÓN10 min read

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¿Cuántos días han pasado? Es difícil establecerlo con seguridad. A juzgar por las flores que forman una corona alrededor del cuerpo exánime, debería decirse que han pasado pocas horas. Pero si se juzga por las ramas marchitas de olivo sobre las cuales están las flores frescas y por las flores mustias puestas cada una de ellas como una reliquia sobre la tapa del arca, se debe concluir que han pasado varios días.

Pero el cuerpo de María presenta el aspecto que tenía instantes después de haber expirado. Ninguna señal de muerte hay en su cara, ni en sus pequeñas manos. Aletea en la habitación un perfume indefinible, que huele a mezcla de incienso, lirios, rosas, muguetes y hierbas de la montaña.

Juan la ha velado y se ha quedado dormido, vencido por el cansancio, sentado en el taburete con la espalda apoyada en la pared, junto a la puerta abierta que da a la terraza. La luz de la lámpara colocada en el suelo, lo ilumina de abajo hacia arriba y permite ver su rostro cansado, palidísimo excepto en torno a los ojos, enrojecidos por el llanto.

El alba clarea y hace visibles la terraza y los olivos que rodean a la casa, un resplandor que aumenta entrando por la puerta y hace más nítidos los contornos de los objetos de la habitación.

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De repente, una gran luz llena la habitación, una luz argéntea con tonalidades azules, casi fosfórica y aumenta sin cesar, anulando la del alba y la de la lamparita. Es una luz igual que la que inundó la gruta de Belén en el momento de la Natividad divina. Y en medio de esta luz paradisíaca, se hacen visibles seres angelicales y como sucedió cuando los ángeles se aparecieron a los pastores: una danza de centellas de todos los colores surge del agitar de sus alas; de las cuales procede un armónico y dulcísimo murmullo ornado de arpegios.

Las criaturas angélicas rodean el lecho, se inclinan y levantan el cuerpo inmóvil. Y agitando cada vez más sus alas, por una abertura que se ha creado prodigiosamente en el techo (como prodigiosamente se abrió el Sepulcro de Jesús), se van llevándose consigo el cuerpo de su Reina. Cuerpo santísimo, pero aún no glorificado y por tanto sujeto a las leyes de la materia; a la que no estuvo sujeto el Cuerpo de Jesús, porque cuando resucitó estaba ya glorificado. El sonido producido por las alas angélicas aumenta y ahora es tan fuerte como el sonido de un órgano.

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Juan se despierta al mismo tiempo que una fuerte corriente de aire desciende del techo destapado y saliendo por la puerta abierta, forma como un remolino que mueve las mantas del lecho ya vacío y sus vestiduras; apagando la lámpara y cerrando con un fuerte golpe, la puerta.

El apóstol mira a su alrededor todavía soñoliento, para percatarse de lo que está sucediendo. Se da cuenta de que el lecho está vacío y el techo está descubierto. Intuye que ha tenido lugar un prodigio. Sale corriendo a la terraza y levanta la cabeza protegiendo sus ojos con la mano para mirar sin el obstáculo del naciente Sol.

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Y ve el cuerpo de María todavía inerte y como si durmiera. Lo ve subir cada vez más alto, sostenido por la multitud angélica. Como dirigiendo un último saludo, un extremo del manto y del velo se mueven y unas flores que se habían quedado entre los pliegues del vestido, llueven sobre la terraza y la tierra del Getsemaní; mientras un hosanna poderoso cantado por el grupo angélico, se escucha en lontananza.

Juan sigue mirando fijamente a ese cuerpo que sube hacia el Cielo y por un prodigio que Dios le concede, para consolarlo y premiarlo por su amor a su Madre adoptiva, ve con claridad que María, envuelta ahora por los rayos del Sol, sale del éxtasis que le ha separado el alma del cuerpo, vuelve a la vida y se pone en pie, porque ahora Ella también goza de los dones propios de los cuerpos glorificados

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Juan mira el milagro que Dios le concede y ve a María como es ahora,  mientras sube hacia el Cielo rodeada por los ángeles que entonan cantos de júbilo.

Y Juan se siente arrebatado por esa visión bellísima que las palabras humanas u obra de artista alguno, serán capaz de describir o reproducir porque es de una belleza indescriptible.

Juan, apoyado en el antepecho de la terraza, ve el encuentro de la Madre Santísima con su Santísimo Hijo. Jesús, espléndido y resplandeciente, bellísimo con una hermosura indescriptible,  desciende del Cielo. Llega junto a su Madre, la abraza contra su corazón y juntos, más refulgentes que dos astros mayores, con Ella regresa al lugar de donde ha venido.

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La visión de Juan ha terminado. Baja la cabeza. En su rostro cansado están presentes el dolor por la pérdida de María y el júbilo por su glorioso destino. El gozo supera el dolor…

Y dice:

–           ¡Gracias, Dios mío! ¡Gracias! Presentía que habría sucedido esto. Y quería estar en vela para no perder ningún episodio de su Asunción. ¡Pero llevaba ya tres días sin dormir! El sueño, el cansancio, unidos a la pena, me han abatido y vencido en el momento en que era inminente la Asunción… Pero quizás Tú mismo lo has querido así, ¡Oh Dios! Para que no perturbara ese momento y no sufriera demasiado… Sí, de la misma forma que ahora has querido que viera lo que sin un milagro tuyo no habría podido ver.

Me has concedido verla otra vez ya glorificada y gloriosa, como si estuviera cerca de mí.

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¡Y ver de nuevo a Jesús! ¡Oh, visión beatísima, inesperada, inesperable! ¡Oh, don de los dones de Jesús-Dios a su Juan! ¡Gracia suprema! ¡Volver a ver a mi Maestro y Señor! ¡Verlo a Él junto a su Madre! ¡Él semejante a un Sol y Ella a una Luna! ¡Esplendidísimos ambos por su estado glorioso y por la felicidad de estar unidos de nuevo y eternamente! ¿Qué será el Paraíso, ahora que vosotros resplandecéis en él, vosotros, astros mayores de la Jerusalén celestial?

De los tres milagros que había pedido a Dios, dos se han cumplido. He visto volver la vida a María y siento que vuelve a mí la paz. Todas mis angustias cesan, porque os he visto unidos de nuevo en la gloria. Gracias por ello, Señor. Y gracias por haberme dejado ver cuál es el destino de los santos. Cual será después del último juicio y la resurrección de los cuerpos y su nueva unión, su fusión con el espíritu subido al Cielo a la hora de la muerte. No tenía necesidad de ver para creer. Porque siempre he creído firmemente en todas las palabras del Maestro.

Pero muchos dudarán de que después de siglos y milenios, la carne convertida en polvo, pueda volver a ser cuerpo vivo. A éstos les podré decir jurando por las cosas más excelsas, que no sólo Cristo volvió a la vida por su propio poder divino, sino que también la Madre suya, tres días después de la muerte… Si tal muerte puede llamarse muerte, volvió a la vida y con la carne unida de nuevo al alma, tomó su eterna morada en el Cielo, al lado de su Hijo.

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Podré decir: “Creed cristianos en la resurrección de la carne al final de los siglos y en la vida eterna del alma y de los cuerpos. Vida bienaventurada para los santos y horrenda para los culpables impenitentes. Creed y vivid como santos, de la misma forma que como santos vivieron Jesús y María, para alcanzar su glorioso destino. Yo vi a sus cuerpos subir al Cielo. Os lo puedo testificar. Vivid como justos para poder un día estar en el nuevo mundo eterno en alma y cuerpo, junto a Jesús-Sol y junto a María, Estrella de todas las estrellas”. ¡Gracias otra vez, oh Dios!

Y ahora recojamos todo lo que queda de Ella. Las flores que han caído de sus vestiduras, las ramas de olivo que han quedado en su lecho, y conservémoslo. Servirán… Sí, servirán para ayudar y consolar a mis hermanos, en vano esperados. Antes o después los encontraré…

Recoge incluso los pétalos de las flores que se han deshojado al caer. Y con las flores y pétalos en un extremo de su túnica, entra en la habitación.

Advierte entonces más atentamente la abertura del techo y exclama:

–           ¡Otro prodigio! ¡Y otro admirable paralelismo en los prodigios de las vidas de Jesús y María! Él, Dios, por sí sólo resucitó y sólo con su voluntad volcó la piedra del Sepulcro y sólo con su poder ascendió al Cielo. Por sí solo. Para María santísima hija de hombre, con ayuda angélica se abrió la vía y con ayuda angélica se ha verificado su asunción al Cielo.

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En Cristo el espíritu volvió a animar al Cuerpo mientras el Cuerpo estaba todavía en la Tierra, porque así debía ser, para hacer callar a sus enemigos y confirmar en la fe a todos sus seguidores. En María el espíritu ha vuelto cuando el santísimo Cuerpo estaba ya en el umbral del Paraíso, porque para Ella no era necesaria ninguna otra cosa. ¡Oh, potencia perfecta de la infinita Sabiduría de Dios!…

Juan recoge en un lienzo las flores y las ramas que han quedado en el lecho y las une con las que había recogido afuera. Luego abre el arca y mete dentro la almohadita de María y la cubierta de la cama. Baja a la cocina y toma otros objetos usados por Ella: el huso, la rueca y otros utensilios y los pone con lo demás.

Cierra el arca y se sienta en el taburete.

Exclama:

–           ¡Ahora todo está cumplido también para mí! ¡Ahora puedo marcharme, libremente, a donde el Espíritu de Dios me conduzca! ¡Ir y sembrar la divina Palabra que el Maestro me ha dado para que yo se la dé a los hombres! Enseñar el Amor. Enseñarlo para que crean en el Amor y en su poder.

Dar a conocer a los hombres lo que Dios-Amor ha hecho por ellos. Su Sacrificio y su Sacramento y Rito perpetuos por los que hasta el final de los siglos, podremos estar unidos a Jesucristo por la Eucaristía y renovar el rito y el sacrificio como Él mandó hacer.

¡Dones, todos ellos, del Amor perfecto! Hacer amar al Amor, para que crean en el Amor como nosotros hemos creído y creemos. Sembrar el Amor para que sea abundante la recolección y la pesca, para el Señor. María me ha dicho en sus últimas palabras, que el amor todo lo obtiene y a mí, a quien Ella cabalmente ha definido en el colegio apostólico como el que ama, el amante por excelencia, la antítesis de Judas Iscariote, que fue el odio. Que no me parezco a Pedro el impetuoso y Andrés la mansedumbre.  Los hijos de Alfeo la santidad y sabiduría, unidas a nobleza.

Yo el amante, ahora que ya no tengo ni al Maestro ni a la Madre, a quienes amar en la Tierra, iré a esparcir el amor entre las gentes. El amor será mi arma y doctrina. Y con él venceré al demonio y al paganismo… Y conquistaré a muchas almas. Continuaré así a Jesús y a María, que fueron el amor perfecto en la Tierra.

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HERMANO EN CRISTO JESUS:

ANTES DE HABLAR MAL DE LA IGLESIA CATOLICA, – CONOCELA

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