En una villa ancestral que en su mayor parte está orientada hacia el sur. Hay un pabellón apartado que está rodeado por un patio al que dan sombra muchas palmeras; varios robles, sauces llorones, cedros, fresnos y cuatro plátanos. En el centro, una fuente derrama su agua en una pila de mármol y salpica suavemente los plátanos que la rodean y las plantas que éstos cobijan. En este pabellón está ubicado un dormitorio que no permite entrar la luz del día, ni escuchar el ruido. A un lado está el triclinium (comedor)
Existe también una habitación sombreada por el verdor del plátano más cercano, decorada con una espléndida pintura que representa a unos pájaros posados sobre las ramas de unos árboles. Aquí se encuentra una pequeña fuente con una pila rodeada por unos surtidores que emiten un susurro muy agradable.
Es el refugio de un escritor. Y sobre la mesa de trabajo se puede ver un fragmento de su última obra literaria, en la que está desarrollando su talento. Al acercarse se puede leer: “La Cena de Trimalción…” El autor trabaja en ella por las mañanas, cuando se lo permiten las fiestas de Nerón…
Ahora, después del banquete de la víspera que se prolongó más de lo acostumbrado; Tito Petronio se levantó tarde sintiéndose sumamente fastidiado…
En su travesía por los baños recuperó su ingenio y complacido, se sintió rejuvenecer. Rebosante de vida, de energía y de fuerza; cuando estaba sumergido en el agua tibia, le avisaron que su sobrino Marco Aurelio acaba de llegar a visitarlo.
Petronio ordena que lo conduzcan al jardín adyacente para conversar plácidamente y sale del agua poniéndose una bata de lino suave.
Marco Aurelio es hijo su hermano Publio, el mayor y más querido. Y ha estado sirviendo bajo las órdenes de Corbulón en la guerra contra los partos. Es su sobrino predilecto. Un hombre íntegro; que ha heredado de su tío el gusto por el placer, el arte, la belleza y la estética; cualidades que Petronio valora sobre todo lo demás. No por nada le han apodado el “Árbitro de la Elegancia.”
Toma una manzana del platón que está en la mesa más cercana y está a punto de morderla, cuando entró un joven con pasos largos y flexibles exclamando:
– ¡Salve Petronio! Que te sean propicios todos los dioses.
Petronio sonríe y contesta:
– ¡Salve Marco Aurelio! Te doy la bienvenida a Roma. Espero que disfrutes de un merecido descanso después de las fatigas de la guerra. ¿Qué noticias traes de Armenia?
Mientras el joven se sienta en una banca a su lado, exclama con cierto fastidio:
– De no ser por Corbulón, esta guerra sería un desastre.
– ¡Es un verdadero Marte! ¿Sabes que Nerón le teme?
Marco Aurelio lo mira sorprendido y pregunta:
– ¿Por qué?
– Porque si quisiera, podría encabezar una revuelta.
– Corbulón no es ambicioso hasta ese grado.
Petronio sentencia:
– Si quitáramos la ambición y la vanidad ¿Dónde quedarían los héroes y los patriotas?
– Lo conozco bien y sé que no debéis temer nada de él. Hablas como Séneca.
– Se puede apreciar el carácter de un hombre en la forma como recibe la alabanza. Y tienes razón. Séneca es un maestro al que hay muchas cosas que aprenderle. Es uno de los pocos hombres que respeto y admiro.
Petronio cerró los ojos y Marco Aurelio se fijó en el semblante un tanto demacrado de su tío y cambiando el tema, le preguntó por su salud.
El augustano hizo un mohín, antes de replicar:
– ¿Salud? No lo sé. Mi salud no está como yo quisiera. Trato de ser fuerte y aparento estar perfectamente. Pero empiezo a sentir un cierto cansancio que… Considerando las circunstancias, creo que estoy bien. ¿Y tú cómo estás?
– Las flechas de los partos respetaron mi cuerpo, pero… un dardo de amor acaba de herirme y ha acabado con mi tranquilidad. Estoy aquí para pedirte un consejo.
Petronio lo miró sorprendido y dijo:
– Te puedes casar o quedarte soltero. Pero te aseguro que te arrepentirás de las dos cosas.- luego lo invitó – Vamos a sumergirnos en el agua tibia y me sigues platicando. ¿Qué te parece?
Marco Aurelio aceptó encantado:
– Vamos.
Los dos regresan al frigidarium. Marco Aurelio se desnuda y Petronio contempla el cuerpo vigoroso de su sobrino. Le recuerda las estatuas de Hércules que adornan el camino al Palatino. Es un atleta pleno de vigor juvenil. Y en el armonioso rostro que completa la apolínea belleza masculina, hay un gesto de sufrimiento reprimido. El joven se lanza al agua, salpicando el mosaico que representa a Perseo liberando a Andrómeda.
Petronio admira todo esto con los ojos regocijados del artista embelesado con la auténtica belleza…
Y después de lanzarse al agua, dice:
– En la actualidad hay demasiados poetas. Es una manía de los tiempos que vivimos. El césar escribe versos y por eso todos lo imitan. Lo único que no está permitido es escribir mejores versos que él… Hace poco hubo un certamen y Nerón leyó una poesía dedicada a las transformaciones de Niobe. Los aplausos de la multitud cubrieron la voz de Nerón; pero en aquellas muestras de forzado entusiasmo faltaba el acento de la espontaneidad que nace del corazón.
Luego Lucano declamó otra, celebrando el descenso a los infiernos de Orfeo. Cuando se presentó, el respeto y el temor contenían a los oyentes… Más por uno de esos triunfos del arte que parecen milagrosos, el poeta logró suspender los ánimos; los arrebató y consiguió que se olvidaran de sí y del emperador. Y le decretaron unánimes el laurel de la gloria y el codiciado premio. ¿Te imaginas lo que sucedió después?…
Imposible que Nerón consintiese un genio superior a su inspiración. Se salió despechado del certamen y prohibió a Lucano que volviese a leer en público sus versos. Por eso yo escribo en prosa.
– ¿Para ti no ambicionas la gloria?
– A nadie ha hecho rico el cultivo del ingenio.
– ¿Qué estás escribiendo ahora?
– Una novela de costumbres: las correrías de Encolpio y sus amigos Ascilto y Gitón. Ya casi la termino. Estoy en el convite ridículo de un nuevo rico. Lo he titulado “La Cena de Trimalción”
– ¿El libro?
– No. El capítulo. El libro es una sorpresa. Espera un poco… – se queda pensativo un momento. Y luego añade- Enobarbo ama el canto. En particular el suyo propio. Dime ¿Tú no haces versos?
Marco Aurelio lo mira sorprendido… y luego responde firme:
– No. Jamás he compuesto ni un hexámetro.
– ¿Y no tocas el laúd, ni cantas? – insiste Petronio.
– No. Me gusta oír a los que sí saben hacerlo.
– ¿Sabes conducir una cuadriga?
– Lo intenté una vez en Antioquia, pero fui un fracaso.
– Entonces ya no debo preocuparme por ti. Y ¿A qué partido perteneces en el hipódromo?
– A los azules; porque los únicos que me entusiasman son Porfirio y Scorpius.
– Ahora sí ya estoy del todo tranquilo. Porque en la actualidad hacer cualquiera de estas cosas es muy peligroso. Tú eres un joven apuesto y tu único peligro es que Popea llegue a fijarse en ti. Pero no… Esa mujer tiene demasiada experiencia y le interesan otras cosas. ¿Sabes que ese estúpido de Otón, su ex marido? ¿Todavía la ama con locura? Vaga por la España, borracho y descuidado en su persona.
– Comprendo perfectamente su situación.- suspiró Marco Aurelio.
Petronio movió la cabeza. Y siguieron conversando…
Cuando más tarde salieron del Thepidarium, dos bellas esclavas africanas, con sus perfectos cuerpos como si fueran de ébano, los esperan para ungirlos con sus esencias de Arabia…
Al terminar, otras dos doncellas griegas que parecen deidades, los vistieron.
Con movimientos expertos adaptaron los pliegues de sus togas. Marco Aurelio las contempló con admiración y exclamó:
– ¡Por Júpiter! ¡Qué selecciones haces!
Petronio sentenció:
– La belleza y la rareza fija el precio de las cosas. Prefiero la calidad óptima. Toda mi “familia” (Un amo con sus parientes y sus esclavos) en Roma, ha sido seleccionada con el mismo criterio.
– Cuerpos y caras más perfectos no posee ni siquiera el mismo Barba de Bronce.- alaba Marco Aurelio mientras aspira los aromas con deleite.
– Tú eres mi pariente.- aceptó Petronio con cariño. Y agregó- Y yo no soy tan intolerante como Publio Quintiliano.
Marco Aurelio al escuchar este nombre se queda paralizado. Olvidó a las doncellas y preguntó:
– ¿Por qué has recordado a Publio Quintiliano? ¿Sabías que al venir para acá una serpiente asustó a mi caballo y me derribó? Pasé varios días en su villa fuera de la ciudad. Un esclavo suyo, el médico frigio Alejandro, me atendió. Precisamente de esto era de lo que quería hablarte.
– ¿Por qué? ¿Acaso te has enamorado de Fabiola? En ese caso te compadezco. Ella es muy hermosa pero ya no es joven. ¡Y es virtuosa! Imposible imaginar peor combinación. ¡Brrr!.- Y Petronio hace un cómico gesto de horror.
– ¡De Fabiola, no! ¡Caramba!
– ¿Entonces de quién?
– Yo mismo no lo sé. Una vez al rayar el alba la vi bañándose en el estanque del jardín, con los primeros rayos del sol que parecían traspasar su cuerpo bellísimo. Te juro que es más hermosa que Venus Afrodita. Por un momento creí que iba a desvanecerse con la luz del amanecer… Y desde ese momento me enamoré de ella con locura.
– Si era tan transparente, ¿No sería acaso un fantasma?
– No me embromes Petronio. Te estoy abriendo mi corazón. Después volví a verla dos veces más. Y desde entonces ya no sé lo que es tranquilidad. Ya no me interesa nada de lo que Roma pueda ofrecerme. Ya no existen para mí otras mujeres… Ni vino, fiestas o diversiones. Me siento enfermo. Traté de indagar de mil maneras sutiles y creo que se llama Alexandra. No estoy muy seguro… Pero solo la quiero a ella.
No se aparta de mi mente un solo instante. Te lo digo con sinceridad Petronio, siento por ella un anhelo tan vehemente, que he perdido el apetito. En el día me atormenta la nostalgia y por las noches no puedo dormir. Y cuando consigo hacerlo, solo sueño con ella. Y así transcurre mi vida, con este torturante deseo…
Petronio lo mira con conmiseración… Y luego dice con determinación:
– Si es una esclava, ¡Cómprala!
Marco Aurelio replica con desaliento:
– No es una esclava.
– ¿Es acaso alguna liberta perteneciente a la casa de Quintiliano?
– No habiendo sido jamás esclava, tampoco puede ser liberta.
– ¿Quién es entonces?
– ¡No lo sé!… No pude averiguar mucho. Por favor escúchame. Es la hija de un rey, creo. –Y añade desesperado- O algo por el estilo…
Petronio lo mira interrogante. Y cuestiona lentamente:
– Estás despertando mi curiosidad, Marco Aurelio.
Su sobrino lo mira con impotencia y explica:
– Hace tiempo el rey de Armenia invadió a los partos, mató a su rey y tomó como rehenes a su familia, a algunos principales de su nuevo territorio y los entregó a Roma. El gobernador no sabía qué hacer y el César los recibió junto con el botín de guerra que enviaron como regalo. Luego los entregó a Publio Quintiliano, ya que no pueden considerarse como cautivos y se desconoce el motivo que lo impulsó a entregarlos a él. Pero el tribuno los recibió muy bien. Y en esa casa en la que todos son virtuosos, la doncella es igual a Fabiola.
– ¿Y cómo estás tan enterado de todo esto?
– Publio Quintiliano me lo refirió. Esto pasó hace quince años. Y también te digo que a mi regreso de Asia, pasé por el templo de Delfos a fin de consultar a la sibila. Y Apolo se me apareció… y me anunció que a influjos del amor, se operaría un cambio trascendental en mi existencia…
– ¿Y qué quieres hacer?
– Quiero que Alexandra sea mía. Deseo sentirla entre mis brazos y estrecharla contra mi corazón. Deseo tenerla en mi casa hasta que mi cabeza sea tan blanca, como las nieves de la montaña. Deseo aspirar su aliento puro y extasiarme mirando sus ojos bellísimos. Si fuera una esclava, pagaría por ella lo que fuera. Pero ¡Ay de mí! No lo es…
– No es una esclava pero pertenece a la familia de Quintiliano. ¿Por qué no le pides que te la ceda?
– ¡Cómo si no los conocieras!…Tú sabes que Publio es muy diferente a las demás personas y en ese matrimonio, ambos la tratan como si fuera su verdadera hija.
Petronio se queda reflexivo, se toca la frente y luego dice con impotencia:
– No sé qué decirte, Marco Aurelio mío. Conozco a Publio Quintiliano, quién aun cuando censura mi sistema de vida; en cierto modo me estima y me respeta más, pues sabe que no soy como la canalla de los íntimos de Enobarbo; exceptuando dos o tres como Séneca y Trhaseas… –levanta las manos con desconcierto y agrega- Si crees que algo puedo hacer acerca de este asunto, estoy a tus órdenes.
– Creo que sí puedes… Tienes influencia sobre Publio y además tu ingenio te ofrece inagotables recursos. ¡Si quisieras hacerte cargo de la situación y hablar con él!
– Tienes una idea exagerada de mi ingenio y de mis recursos. Pero si no deseas más que eso, hablaré con Publio lo más pronto posible. Yo te avisaré…
HERMANO EN CRISTO JESUS: