En la casa de Adrián, éste está sentado con Diego en una de las bancas del jardín más próximas a su cubículum (dormitorio) Hasta allí se escuchan unos gritos. Una especie de gruñidos, alaridos y rugidos, unidos en una sola y escalofriante mezcla.
Diego muestra preocupación en su mirada mientras pregunta:
– ¿Sigue igual?
Adrián mueve la cabeza de un lado para otro y contesta con tristeza:
– No. Está peor. Por eso te mandé llamar. Ningún médico comprende lo que le pasa. Lo único que saben decir es que está loco. Se retuerce, echa espuma, blasfema de los dioses del Olimpo y hemos tenido que encadenarlo porque se ha vuelto más agresivo, desde que lo llevamos al templo de Esculapio.
– Te veo mal. ¿Estás enfermo?
– Mi madre llora sin consuelo y nada me ha funcionado con los sortilegios, ni con los consejos de mi espíritu guía y protector. Y si a esto le agregas el dolor que me abruma a causa de Ariadna. ¿Qué te puedo decir, amigo mío?
Diego suspira y luego comenta:
– Te comprendo demasiado bien. También yo estoy muy apesadumbrado por causa de ella. Tal parece que cargamos con una maldición.
– Hemos sido amigos desde niños ¿Por qué teníamos que enamorarnos de la misma mujer?
– Eros se está divirtiendo con nosotros.
– Ayer tuve una experiencia muy curiosa. Por la tarde yo estaba en el triclinium del jardín, pensando angustiado en todo lo que me estaba sucediendo. Mi hermano Víctor se puso peor que nunca y yo no sabía cómo consolar a mi pobre madre. Adela mi aya, nos llevó unos refrigerios y tratando de consolarme me dijo: “Amito Adriano, ¿Me permitirías llamar a Miriam? Es la ayudante en la cocina. Ella tiene algo muy importante que deciros, si consientes en escucharla unos momentos. ¿Lo harás?”– y me miró con unos ojos tan suplicantes, que no supe que me pasó y le dije: “Está bien. Que venga.”
Estuve a punto de arrepentirme en consentir hablar con los esclavos. ¡Y menos con una judía! Cuando regresaron las dos, yo seguía allí, sintiéndome cada vez más desgraciado. ¡Fíjate cuán grande sería mi desesperación, que hasta invoqué al Dios Desconocido de los griegos y le prometí una ofrenda si me ayudaba!
Cuando Myriam llegó, le ordené: “Habla”
Al principio con timidez y luego con gran seguridad, me contó esta historia:
“Cuando el rey de Siria estaba listo para hacer la guerra a Israel, había en su corte un hombre valioso y respetado de nombre Naamán, el cual estaba leproso. Había también una esclava israelita que habían robado los sirios y ésta les dijo: “Si llevasen a mi señor al profeta que hay en Samaría, ciertamente lo limpiaría de la lepra.” Naamán le pidió permiso al rey y siguió el consejo de la joven.
El rey de Israel se enojó mucho y exclamó: ‘¿Soy acaso Dios para que el rey de Siria me mande sus enfermos? Esta es una trampa para que haya guerra.’ Más el profeta Eliseo cuando se enteró, dijo: “Que venga a mi casa el leproso, lo curaré y sabrá que en Israel hay un profeta.” Naamán fue a ver a Eliseo, pero éste no lo recibió; tan solo le mandó decir: “Lávate siete veces en el río Jordán y quedarás limpio.” Naamán se fastidió y pareciéndole que para nada había venido de tan lejos y caminado tanto, trató de regresar. Sus siervos le dijeron: ‘Solo te pidió que te lavaras siete veces y aunque te hubiese mandado muchas más, deberías hacerlo porque él es el profeta.’
Entonces Naamán reflexionó, se levantó, fue y se lavó. Y quedó curado. Lleno de gozo, fue a casa del siervo de Dios y le dijo: “Ahora sé la verdad. No hay otro Dios sobre la Tierra, sino solo el Dios de Israel.” Y como Eliseo no aceptara dones, le pidió que cuando menos le permitiera llevar tanta tierra como para hacer un altar en el que él pudiera sacrificar para El Dios Verdadero, sobre tierra de Israel.” Y Miriam calló.
Algo se removió dentro de mí y le pregunté: ¿Qué tratas de decirme?
Y entonces Adela intervino y me contestó:
– Si tú lo quieres, mi amo. Pasado mañana, estará aquí en Roma un profeta más grande que Eliseo, porque es un Apóstol del Dios Único y Verdadero. Y él puede curar a Víctor y hacer que regrese la felicidad a esta casa.
Yo me sorprendí mucho, pero una luz de esperanza prendió en mi corazón y le contesté:
– ¡Claro que quiero! Llévame con él.
Adrián hace una pausa y luego pregunta a Diego:
– Te mandé llamar para invitarte ¿Te gustaría acompañarnos?
– ¡Claro que sí! Por nada me pierdo semejante portento… -y agregó dubitativo- Oye, ¿Y si no pasa nada?
Adrián dice esperanzado:
– Algo me dice que no será así. Presiento… no sé… Pero tengo necesidad tanto de comprobarlo, como de que mi hermano se cure.
La tarde declina y pronto será de noche. Los dos amigos se quedan hablando de aquella insólita aventura.
Mientras tanto en otra casa del Vicus Patricius…
En el pórtico que circunda un enorme jardín, en donde se escucha el murmullo del agua que lanzan los surtidores de una bella fuente, Leonardo da largos paseos con las manos unidas a su espalda. Su ceño fruncido, su ira contenida y su furiosa concentración, hablan de un humor que no debe ser perturbado. Sus pisadas son fuertes y enérgicas. Después de hablar con su “espíritu guía”, está más confundido que nunca.
Tres días antes, uno de los informantes que había distribuido en todos los lugares donde puede averiguar algo de Sofía, le avisó que había regresado a su casa. Él fue inmediatamente a buscarla…
Y al recordar la entrevista que tuvieron, su rostro se ensombreció más todavía…
Estaba más bella que nunca. Alta, morena clara, con un cuerpo escultural que se dibujaba a través de los pliegues de su vestido color malva. Sus cabellos negros y ondulados, peinados con una diadema que por detrás tiene un velo como de seda en un tono rosa muy tenue. Su rostro de finas y armoniosas facciones, tiene una mezcla de dulzura a pesar de su severidad.
Están sentados en el atrium y hacen una hermosa pareja. Leonardo tiene una sonrisa forzada que lo hace lucir poco agradable. Pareciera que bajo una capa de benevolencia, late una voluntad turbia y oscura. Él hace grandes protestas de afecto a la joven, declarándose listo para hacer de ella una esposa feliz; reina de su corazón y de su casa.
Pero ella rechaza sus ardientes declaraciones de amor, con serena firmeza.
Leonardo insiste:
– Pero tú podrías hacer de mí, un santo de tu Dios, Sofía. Porque tú eres cristiana y yo lo sé. Pero no soy enemigo de los cristianos. Tampoco soy un incrédulo sobre las verdades de ultratumba. Creo en la otra vida y en la existencia del espíritu. También creo que seres espirituales velan sobre nosotros y se manifiestan si los invocamos para ayudarnos. Yo he recibido su guía y su auxilio.
Como puedes ver, creo cuanto tú crees. No podría nunca acusarte, porque sería como acusarme a mí mismo por tu mismo delito. No creo como los demás, que los cristianos sean personas que ejercen una magia malvada. Y estoy convencido de que nosotros dos estando unidos, haríamos grandes cosas.
Inconmovible, ella responde:
– Leonardo, por favor no insistas. Yo no discuto tus creencias. Yo también quiero creer que unidos, haremos grandes cosas. Ni siquiera niego que soy cristiana. Y quiero admitir que tú eres amigo de los cristianos. Rogaré a Dios por ti para que tú los llegues a amar a tal punto, que tú te conviertas en un campeón entre nosotros. Entonces si Dios lo quiere, estaremos unidos en una misma suerte.
Pero sería un destino totalmente espiritual. Pues de otro tipo de uniones yo soy esquiva, porque he decidido reservarme a mí misma con todo mi ser, para entregarme al Señor y Dios mío. Voy a conseguir aquella Vida en la cual también dices que crees, alcanzando la amistad de los que tú también admites que están sobre nosotros; protegiéndonos vigilantes y operantes en el Nombre Santísimo del Señor, obrando para nuestro bien.
Leonardo exclama exasperado:
– ¡Basta, Sofía! Mi espíritu protector es muy poderoso y te doblegará hasta que te sometas a mis deseos.
– ¡OH, NO! Si él es un espíritu celestial, sólo querrá lo que la Voluntad de Dios quiera. Dios para mí, quiere la virginidad. Y yo espero el martirio. Y por lo mismo, tu protector no logrará inducirme a hacer ninguna cosa contraria al querer de Dios. Y si es un espíritu que no viene del Cielo, entonces absolutamente nada podrá sobre mí.
Porque sobre él levantaré en mi defensa el Signo de la Victoria que tengo en la mente, en el corazón en el espíritu, sobre mi cuerpo. Grabado como un tatuaje vivo, que nos vuelve victoriosos sobre cualquier voz que no sea la de mi Señor. Vete en paz hermano y que Dios te ilumine para que conozcas la Verdad. Yo rogaré para que su luz llegue a tu alma.
Leonardo deja la casa refunfuñando amenazas. Y Sofía lo ve partir con lágrimas de compasión.
Sus padres están alarmados y la joven los tranquiliza diciendo:
– No temáis. Dios nos protegerá y hará nuestro a Leonardo. Orad vosotros también y Tengamos fe en nuestro Señor Jesucristo.
Y Sofía se retira a su cubículum y ora postrada delante de una cruz desnuda, sostenida entre dos ventanas y sobrepuesta en la figura labrada del Cordero Místico.
Su oración es ferviente y hay un momento en que sobre ella; suspendida en el aire aparece una luminosidad que poco a poco toma la forma incorpórea de un ser angélico, que la envuelve totalmente con su luz.
Mientras tanto, a la misma hora en la casa de Leonardo. En una estancia privada, en la que hay instrumentos y signos cabalísticos y mágicos; el joven patricio trabaja alrededor de un trípode, sobre el cual lanza sustancias resinosas que hacen que se levanten densas volutas de humo; al mismo tiempo que traza sobre él signos, murmurando palabras que siguen un oscuro ritual.
El ambiente se satura de una niebla azulada que vela el contorno de las cosas y hace que parezca que el cuerpo de Leonardo, está en una lejanía de aguas trémulas. Entonces se forma un punto fosforescente que va creciendo poco a poco, hasta alcanzar la forma y el volumen de un cuerpo humano.
Enseguida los dos establecen un diálogo incomprensible a nadie más. Leonardo se arrodilla y da muestras de veneración, al mismo tiempo que ruega al que parece considerar alguien muy poderoso.
Luego, la niebla desaparece lentamente y Leonardo queda nuevamente solo…
Entonces en la estancia de Sofía sucede un cambio. Ella continúa orando. Un punto fosforescente y danzante, como una bola de fuego envuelve a la joven orante. Es la hora de la tentación para Sofía.
Y la luz de fuego se transforma en un ángel maligno. El cual con visiones mentales, trata de suscitar sensaciones para hacer caer a la virgen consagrada a Dios y persuadirla a través de los sentidos.
Ella sufre intensamente y cuando está a punto de ser dominada…
Supera la durísima prueba con el signo de la cruz que ella traza con su mano en el aire, mientras lleva su otra mano hacia su cuello, a otra cruz que cuelga de una fina cadena de oro. La saca de su pecho y la levanta, mientras dice con voz autoritaria:
– ¡Retírate Satanás! Yo soy de Dios y nada en mí te pertenece.
Pero el Adversario no se da por vencido. Le muestra a Sofía escenas de una vida familiar idílica, con un esposo rendido y apasionado.
A la tercera vez, la tentación es tan fuerte y el ataque es tan violento; que Sofía se abraza a la gran cruz que está suspendida y agarrada sobre el muro. Ella alza delante de sí la otra pequeña cruz.
Parece un combatiente aislado que se defiende a la espalda con un firme refugio y al frente, con un escudo invencible. La luz fosforescente NO RESISTE aquella doble señal y desaparece.
Al día siguiente, Leonardo regresa a la casa de la joven que lo tiene obsesionado y trata de convencerla una vez más con sus reiteradas promesas de amor.
– Te estoy proponiendo que seas mi esposa, Sofía. La reina de mi hogar y la madre de mis hijos. Estoy siendo honesto y no te pido nada indebido. ¿Por qué te sigues negando? –Suplica exasperado- Por favor recapacita y cambia tu decisión.
Sofía replica inconmovible:
– No soy yo quién debo cambiar de pensamiento, sino tú el tuyo, Leonardo. Si te liberas de la esclavitud a que te somete ese espíritu malvado, tu alma será salvada. Yo ahora más que nunca, permanezco fiel a Dios en el cual creo. Y a Él todo lo sacrifico por el bien de todos. Y ya verás que el poder de mi Dios es infinitamente superior al de vuestros dioses y al del Maligno que en ellos adoráis.
Leonardo se retira desilusionado una vez más; colérico y decidido a no renunciar a ella. “Tiene que ser mía.” Piensa mientras vuelve a su casa a repetir el ritual del día anterior.
Y nuevamente una jovencita sola, con una cruz en las manos y otra adosada al muro de su habitación, entabla un combate feroz.
Es una doncella convencida del Poder de la Cruz, que se ha refugiado en ella para vencer.
En su lucha hay un hombre cuyo contubernio con Satanás, lo hace rico de todos los vicios capitales y tiene como aliado al Amo del Infierno, con todo su poder y sus seducciones.
Éste está furioso porque a pesar de haber desencadenado todas las fuerzas del Mal, para destruir y hacer perecer; no solo ha sido vencido por la joven virgen, sino que también es doblegado y obligado por la fuerza invencible de Dios.
De esta forma, Satanás debe confesar la verdad y perder a su discípulo:
“El Dios Crucificado es más poderoso que todo el Infierno junto. Siempre me vencerá. Quién cree en Él, está a salvo de cualquier insidia. LA FE ES LA CUESTIÓN VITAL.”
La respuesta de su “protector” ha sido la causante de la ira del patricio. Y es lo que más lo abruma en su paseo.
Finalmente se sienta en el triclinio y con su mentón apoyado sobre su puño izquierdo cerrado, piensa por largo rato. Siguiendo el hilo de sus pensamientos, levanta su mano derecha y traza en el aire, con el dedo una cruz… Y se queda inmóvil por unos segundos.
Luego se refleja en su semblante una firme determinación. Se levanta. El razonamiento que lo ha decidido ha sido éste: “Ya que Jesucristo el Crucificado es el Dios Todopoderoso y nada puede contra Él, me convertiré en cristiano y voy a adorarlo.”
Parece una magnífica estatua. De su semblante desaparece el aire torvo y sombrío. En ese momento llega un esclavo y le avisa que ha llegado un mensajero de la casa de Adriano, con una carta para él. Leonardo la lee…
Y a la mañana siguiente se une a la comitiva que se dirige a la Puerta del Cielo.
Cuando cruzan el atrio de la regia mansión, Leonardo se fija en el Lararium (especie de oratorio donde se adoran los dioses domésticos): lo único que tiene es una enorme cruz desnuda hecha de mármol que parece suspendida con lazos invisibles, con un gran lienzo blanco y plegado que cuelga de uno a otro de sus brazos y un letrero en un pedestal que en latín y en griego dice: “JESÚS ESTA VIVO”
Al lado izquierdo se lee: “Si quieres alcanzar la perfección, aprende la ciencia de VIVIR MURIENDO Y MORIR AMANDO.”
En el lado derecho está escrito: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con todo tu ser, sobre todas las cosas. Y a tu prójimo como a ti mismo…”
Adela, la aya de Adriano, dice unas palabras al que los ha recibido. Este asiente con la cabeza y luego se dirige a todos:
– Bienvenidos, hermanos. Que la Paz de nuestro Señor Jesucristo esté con todos vosotros. No temáis. Todo estará bien. Traigan al enfermo.
Cuatro africanos gigantescos llevan al enfermo amarrado como un bulto, hasta un salón anexo al atrium y que en otros tiempos funcionó como taberna para los invitados.
Luego todos los demás son conducidos al jardín posterior, donde Pedro está hablando en el salón porticado a una gran cantidad de personas reunidas:
“Os hablo una vez más de esta Cena en que antes de ser Inmolado por los hombres, Jesús de Nazaret, llamado el Nazareno, el Hijo de Dios Vivo y Verdadero. Y Salvador nuestro, como hemos creído con todo nuestro corazón e inteligencia. Porque en creerlo está nuestra salvación. Se inmoló por su propia voluntad y por su gran amor, se dio a Sí Mismo en comida y bebida a los hombres, cuando tomó un pan entero y lo puso sobre una copa llena de vino. Los bendijo y los ofreció a Dios Padre.
Luego partió el Pan en trece pedazos y dio uno a cada uno de los apóstoles, reservando uno para su Madre Santísima. Y dijo: “Tomad y comed. Esto es mi Cuerpo. Haced esto en recuerdo de Mí, que me voy”… Después tomó el Cáliz y dijo: “Tomad y bebed. Esto es mi Sangre. Este es el Cáliz del Nuevo Pacto sellado en mi Sangre y por mi Sangre que será derramada por vosotros, para que se os perdonen vuestros pecados y para daros la Vida. Haced esto en recuerdo mío.”Y es lo que estamos haciendo. Así como nosotros sus testigos creemos que en el Pan y en el Vino, ofrecidos y bendecidos como Él lo hizo, en memoria suya y por obedecerle, están su Cuerpo Santísimo y su Sangre Preciosa, Poderosa y Adorable. Este Cuerpo y esta Sangre que son del Dios Encarnado, Hijo del dios Altísimo. Sangre que fue derramada y Cuerpo que fue crucificado por amor y para dar Vida a los hombres. Así también a vosotros que habéis entrado a formar parte de la Iglesia verdadera, inmortal, que predijeron los profetas y que fundó Jesús, debéis creerlo.
Creed y bendecid esta señal como perdón suyo. Pues nosotros, si no fuimos sus crucificadores materiales, si lo fuimos moral y espiritualmente, principalmente por nuestros pecados. Por nuestra debilidad en servirlo. Por nuestra ceguera en comprenderlo. Por nuestra cobardía en abandonarlo, huyendo en su hora postrera y ¿Qué puedo deciros de mi personal traición? Pues lo negué por miedo y cobardía.
Negué que era su discípulo aun cuando me había elegido para ser el primero entre sus siervos.- gruesas lágrimas corren por sus mejillas y bañan todo su rostro- Poco antes de la hora Prima allá, en el patio del Templo.
Creed y bendecid al Señor, todos los que no lo conocieron cuando era el Nazareno y permite que ahora lo conozcan como el Verbo Encarnado. El Cordero que ha sido Inmolado. Rey de Reyes, Sacerdote y Dios, Hijo del Dios Altísimo; Hombre Verdadero y Dios Verdadero. Maestro, Salvador y Redentor nuestro, que murió Crucificado y Resucitó de entre los muertos. Y ahora ha regresado al Cielo, para estar glorioso con el Padre. “Venid y Tomad” Él lo dijo: “Quién come mi Carne y bebe mi sangre, tendrá Vida Eterna.”
Él creó vuestras almas y las redimió con su Vida y con su Sangre Santísima. Él os está llamando para ser ovejas de su Rebaño. El Buen Pastor está buscando a la oveja perdida. Y os llama para salvaros. Él ha redimido vuestras almas y las espera para darles la Vida Eterna.
Pedro calla.
Después de unos momentos, dice:
– Vayamos ahora a los enfermos…
Celina se acerca y le dice algo en voz baja. Pedro sonríe y se dirige hacia donde está el grupo de Adriano. Los saluda:
– Paz a ustedes, hermanos.
– Salve.- contestan todos.
Y mientras caminan al lugar en que dejaron a Víctor, Adrián dice:
– Está loco por un mal misterioso. Nadie ha podido curarlo. Es mi hermano, -señalando a la mujer que llora con profundo dolor, agrega.- y ella es mi madre. Hemos venido…
Adrián ya no sabe que decir y baja la cabeza apesadumbrado.
Pedro trata de consolarlo:
– Ahora se le pasará.
Y Pedro se dirige al hombre que pese a que está amarrado fuertemente, da unos saltos con unos rugidos escalofriantes que aumentan a medida que el apóstol se va acercando.
Todos miran asombrados al enfermo que se agita siempre más.
Adrián advierte:
– Ten cuidado. Es muy agresivo.
Pedro llega hasta el hombre que a pesar de sus ataduras, pareciera a punto de soltarse; mientras gruñidos espeluznantes rugen en forma sobrehumana de su garganta.
El apóstol declara tranquilamente:
– Vosotros le creéis loco. Dices que ningún médico puede curarlo. Es verdad. Ningún médico porque no está loco; sino que uno de los inferiores como ustedes los conocen, ha entrado en él…
Adrián replica:
– Pero no tiene el espíritu de Pitón. Al contrario. Solo dice incoherencias.
Pedro explica:
– Nosotros lo llamamos “Demonio” no Pitón. Hay el que habla y el que es mudo. El que engaña con razones aparentes de verdad y suele pasar desapercibido. Es el más peligroso. Y hay el que produce solo un desorden mental. El primero de los dos es el más completo y entre menos se advierte su presencia, más destrucción produce. Tu hermano tiene el segundo, pero ahora saldrá de él.
– ¿Cómo?
– Él mismo te lo dirá.
Entonces, dirigiéndose al enfermo, Pedro ordena:
– ¡En el Nombre de Jesucristo deja a este hombre y regresa a tu Abismo!
El hombre lanza un alarido escalofriante y grita:
– ¡Me voy! Contra ti y por Él, mi poder es demasiado débil. Me arrojas y me amordazas. ¿Por qué siempre nos vences?
El espíritu que habló por boca de Víctor, sale con un alarido más fuerte. Y el hombre se desploma como si se hubiera desmayado.
Pedro dice:
– Está curado. ¡Soltadlo sin miedo!
Varias voces dicen al mismo tiempo:
– ¿Curado?… ¿Estás seguro?… Pero…
Adrián intenta postrarse, al mismo tiempo que exclama:
– ¡Yo te adoro!
Pero Pedro lo detiene inmediatamente:
– ¡No lo hagas! Yo soy solo un hombre como tú. Levanta tu alma. En el Cielo está Dios. A Él adórale. Y dirige tus pasos hacia Él.
– Entonces permite que te trate como a los sacerdotes de Esculapio. Permite que te oigamos hablar y ver como curas a los enfermos.
– Hazlo. Y trae a tu hermano.-y dirigiéndose al grupo, los invita – Si queréis, todos podéis pasar.
Mientras tanto, Víctor está sorprendido. Y mirando a todos pregunta:
– ¿Pero dónde estoy? Esto no es Ostia. ¿Dónde está el mar?
Adrián contesta:
– ¡Estabas…!
Pedro lo interrumpe al hacer una señal con la que impone silencio y dirigiéndose a Víctor le dice:
– Tenías una fiebre muy alta y te han traído a Roma. Ahora estás mejor. Ven.
Dócilmente, el hombre se levanta y camina junto al apóstol. Todos los siguen conmovidos, sorprendidos y sin comprender cabalmente lo que ha sucedido.
Adrián no puede contenerse y adelantándose llega hasta Pedro y le pregunta:
– Dijiste levanta tu alma. ¿Qué cosa es el alma? ¿De quién viene? ¿Dónde está?
– Seguidme y lo sabréis…
HERMANO EN CRISTO JESUS: