Los invitados siguen afluyendo desde el Vicus Apollinis.
Hay muchos personajes de otros países y sus ricas y coloridas vestiduras permiten adivinar su origen.
Se ven rostros oscuros y atezados; como la cara negra de un numídico con su yelmo adornado con plumas multicolores y grandes aros de oro en las orejas.
El rumor de las conversaciones crece, mezclado con el murmullo de las fuentes, al caer el agua sobre el mármol.
Actea suspende su narración y Alexandra contempla a la multitud con ojos expectantes y llenos de anhelo, como si buscase algo.
Avanza un grupo de cónsules y de senadores, en alegre algarabía…
De pronto su rostro se cubre de rubor al ver destacarse entre las columnas, las elegantes figuras de Marco Aurelio y de Petronio, que se dirigen al Gran Triclinium.
Gallardos y tranquilos como dioses; envueltos en sus blancas togas.
Al ver Alexandra aquellos dos rostros conocidos y especialmente al ver a Marco Aurelio, le pareció como si un gran peso se desprendiera de su corazón…
Y dejó de sentirse sola. La añoranza por regresar a la casa de Publio, dejó de ser dolorosa…
Lo único que prevaleció, fue el deseo de estar junto a Marco Aurelio y hablar con él.
La sola idea de que pronto iba a escuchar de nuevo su maravillosa voz que le había hablado de amor y de una felicidad digna de los dioses; en palabras que aún resonaban en sus oídos como una dulce melodía, inundó su corazón de júbilo, pero también de miedo…
Le pareció como una especie de traición el querer estar con Marco Aurelio, por sobre todo lo demás.
Por un momento sintió deseos de llorar…Pero Actea, en ese mismo instante la tomó de la mano y la llevó a través de los departamentos interiores del palacio, hasta el Gran Triclinium, en donde todo estaba listo para la fiesta.
Entonces una intensa emoción la invadió toda. Su corazón se aceleró como un caballo desbocado y casi le cortaba el aliento.
Una sensación extraña pero deliciosa, le aleteaba en el estómago y casi le dio vértigo.
Una dulce embriaguez la hace sentir como si flotase en un sueño o en una película de cámara lenta… Todo a su alrededor adquiere un tinte irreal…Vio un enorme y majestuoso salón. Miles de lámparas brillan sobre las mesas y penden de las paredes.
Parece venir de muy lejos la voz de Actea que la hace sentarse ante una mesa y ocupa un lugar a su lado.Luego se oyen las aclamaciones con que los invitados acogen al emperador.
Ella no puede creer el verlo tan cerca y tan magníficamente ataviado; sonriendo complacido por el recibimiento.
Las aclamaciones la ensordecen. Y el lujo deslumbrante la tiene pasmada.
La embriagan los perfumes y ya casi ha perdido la conciencia de sí misma, totalmente asombrada por lo que hay a su alrededor.
No se da cuenta, hasta que una voz que reconoce enseguida y casi le paraliza el corazón, se oye detrás de ella:
– ¡Salve a la más hermosa de las vírgenes de la tierra! ¡Salve a ti, divina Alexandra!
Ella, sorprendida, volteó…Marco Aurelio está a su lado, mirándola totalmente fascinado…
Se ha quitado la toga. Su cuerpo atlético está cubierto por una túnica escarlata sin mangas; con delicados dibujos bordados con hilos de plata.
Sus brazos suaves y musculosos, brazos de soldado acostumbrado a la espada y al escudo, están adornados con dos brazaletes de oro, sujetos alrededor y más arriba de los codos. Lleva en la cabeza una guirnalda de rosas.
Ella lo mira a su vez… y ve su hermoso rostro sonriente, sus grandes ojos castaños y su tez morena clara.
Con su espléndida y varonil belleza, Marco Aurelio es la personificación de la juventud y la fuerza.
Y su personalidad es tan avasalladora, que apenas puede contestar:
– Salve, Marco.
– ¡Estoy tan feliz de volver a verte! … De oírte… de tenerte tan cerca… ¡Eres más hermosa que Venus Afrodita! ¡Oh, diosa mía! No puede evitar recordarla como la imaginó en el estanque de la casa de Publio, cuando la viera por primera vez…
Y contempla a Alexandra totalmente embelesado. Como si quisiera beberse su aliento y hundirse en sus ojos de mar…
Y su fascinación aumenta gradualmente, conforme desliza lentamente la mirada de su rostro a su cuello, a sus brazos desnudos.
Acariciándola sin tocarla, en los exquisitos contornos del escultural cuerpo de la doncella que le ha robado el corazón.
La admira envolviéndola con el ardiente deseo de poseerla.
La imagina sin esas vestiduras y totalmente lista para recibirlo.
Sueña con un anhelo casi doloroso, con escuchar de sus labios que lo ama y lo desea tanto como él a ella…Con un anhelo irradiante de felicidad, de amor y un arrebatamiento casi imposible de reprimir; como el que lo envuelve en estos momentos…
Con un entusiasmo arrollador, Marco Aurelio exclama:
– Yo sabía que te encontraría en la casa del César. En cuanto te vi me llené de júbilo. Y aquí estoy. ¡Oh, diosa mía! Para adorarte para siempre. ¡Oh, Alexandra, te amo tanto!
Ella lo mira totalmente sorprendida, por esta ardiente confesión que la llena de felicidad, porque aunque ella siente lo mismo que él; también la perturba.
Se contiene y le pregunta acerca de las cosas que no comprende y que la llenan de pavor.
Alexandra inquiere angustiosamente:
– ¡Oh! ¿Por quién supiste que me encontrarías aquí?
Marco Aurelio sonríe comprensivo y trata de tranquilizarla:
– Publio me dijo como te sacaron de su casa.
– ¿Por qué me trajeron a la casa del César?
– El César a nadie le rinde cuentas de sus órdenes.
– ¿Por qué el César me arrebató de la casa de Publio? Tengo mucho miedo…
– Pero te aseguro que no debes temer. Yo personalmente, velaré por ti. Nunca te abandonaré. Tú eres mi razón de vivir.
– Marco Aurelio, todo mi anhelo es regresar a la casa de Publio. Me moriría de dolor si pierdo la esperanza de que Petronio y tú, intercedan en mi favor ante el César.
– Alexandra, tú ni siquiera imaginas cuanto te necesito: con todo mi cuerpo, mi corazón, mi vida y mi espíritu. Y por eso yo mismo velaré por tu cuidado y tu bienestar, porque tú eres la dueña y señora de todo mi ser y de mi persona.
– Tengo mucho miedo…Y aun cuando él habla evasivamente, en su voz palpita la verdad, porque son sinceros sus sentimientos:
– Te adoro, vida mía. Y ya que la casa del César te causa tanto pavor, te prometo que solo permanecerás en ella el tiempo suficiente, mientras hago lo necesario para sacarte de aquí…
– Gracias, Marco. Eres tan gentil…
Alexandra lo toma de la mano y oprimiéndola entre las suyas agrega:
– ¡Cuánto te querrán los Quintiliano por tu bondad! Tanto cuanto yo misma te estaré eternamente agradecida y te amaré…
Marco Aurelio al escucharla, no puede dominar su emoción y le parece que jamás en toda la vida, le será posible resistir a una súplica de Alexandra. Se siente lleno de ternura.
Su belleza esplendorosa le embriaga los sentidos y aviva sus febriles anhelos, haciéndole comprender cuanto ama y le es tan preciosa, esta bellísima doncella a quién en realidad adora como si fuera una deidad…Y al oído de la joven, afluyen todas las intimidades de su corazón y el gran amor que siente por ella, en palabras resonantes como dulces armonías y como el zumo de una vid embriagadora.
A pesar del ruido de la fiesta, la verdad que palpita en las dulces palabras de Marco Aurelio, embriagan a Alexandra como el más delicioso de los licores.
En medio de todas aquellas gentes extrañas, él se ha ido acercando más y más. Amante, fiel y totalmente consagrado a ella con todo su ser.
Antes, en la casa de Publio le había hablado ambiguamente del amor y de la felicidad que puede traer consigo. Pero ahora él le declara abiertamente sus sentimientos y la pasión vibra en sus palabras al describirle cuanto le ama y cuán preciosa es para él, ella en su vida.
Alexandra escucha por primera vez de los labios de un hombre, tales declaraciones.
Y éstas al llegar a sus oídos arpegian como una música fascinante que despierta dentro de su ser una felicidad tan inmensa; que la envuelve con un intenso júbilo y al mismo tiempo, una desconocida inquietud. Sus mejillas ruborizadas arden. Su corazón palpita muy fuerte. Sus labios se entreabren al impulso de un extraño asombro… Está asustada por lo que siente al escucharlo.
Y sin embargo por nada del mundo querría perderse una sola de aquellas palabras maravillosas.
Por momentos baja la mirada y enseguida levanta hacia él, su rostro lleno de timidez, que sin embargo tiene una mirada que parece decir: “¡Prosigue! ¡Por favor no calles! ¡Porque yo siento lo mismo por ti!”
Los acordes de la música, el aroma de las flores y de los perfumes que flotan en el ambiente, le causan un delicioso desmayo y cree estar soñando. Es un sueño maravilloso del que no quiere despertar…
Y sin embargo es una realidad tan palpable, como la cálida mano que aprieta la suya.
En Roma es costumbre el reclinarse en los banquetes. En su casa, Alexandra ocupaba un sitio entre Fabiola y sus hermanos. Ahora es Marco Aurelio el que está reclinado junto a ella y se ve tan hermoso, tan lleno de energía, de amor, de pasión… que ella, al influjo de aquel calor que de él emana, se siente llena de alegría y completamente ruborizada por un deleite hasta ahora desconocido que casi la desvanecen.
Pero la proximidad de la joven hace también su efecto sobre Marco Aurelio.
La contempla totalmente fascinado y el encanto de ella hizo que su corazón latiera con tanta violencia, que él creyó que sus palpitaciones se notan a través de la túnica escarlata.
Con su respiración entrecortada y las palabras temblorosas en sus labios, le es imposible reprimir sus emociones.
Y es porque nunca la había tenido tan cerca de él. Admirando su piel de seda, su belleza deslumbrante. Aspirando su perfume encantador y sintiendo el calor de su cuerpo de alabastro.
¡Oh! Y su boca desquiciante… aquellos labios que parecen la invitación irresistible de un beso embriagador…
Todo esto junto, encendieron una llama y despertaron una sed que corre por toda su sangre y que es vano intentar de apaciguar con vino.Sus ideas empezaron a perturbarse y lo único que impera es apagar aquella sed de amarla, de acariciarla, de poseerla, de besarla hasta hacerla desfallecer entre sus brazos.
Sin poder contenerse más, la tomó del brazo, tal como lo hiciera un día en la casa de Publio y le dijo al oído besándola suavemente en la oreja:
– ¡Te adoro, Alexandra! ¡Mi mujer divina!
Ella se estremeció y un suspiro escapó de su garganta.
Marco siguió acariciando y aspirando con ansia su aroma de flor primaveral. Alexandra tembló en sus brazos, totalmente indefensa ante el mundo de sensaciones nuevas que Marco Aurelio está creando dentro de ella y que ni siquiera sospechaba que pudieran existir.
El amor recorre toda su piel, con escalofríos deliciosos y avasalladores. Asustada por lo que siente, ella trató de resistir:
– Por favor déjame, Marco Aurelio.
Pero él mirándola a los ojos con una infinita ternura, continuó:
– ¡Ámame! ¡Ámame, diosa mía!En ese mismo instante los dos oyeron la voz de Actea, que estaba reclinada al otro lado de Alexandra y decía:
– El César os está mirando.
Marco Aurelio sintió una súbita cólera contra el César y contra Actea: por la interrupción y el rompimiento del encanto. No soporta la idea de que aquel momento maravilloso se quedó suspendido en el tiempo.
Levantó la cabeza por sobre el hombro de Alexandra y después de aspirar profundamente, dijo con ironía a la todavía joven liberta:
– Han pasado ya los días Actea, en que eras tú la que te veías reclinada en los banquetes, al lado del César. Dicen que la ceguera te amenaza ¿Cómo puedes entonces verle ahora?
Actea contesta con suavidad:
– Y sin embargo le veo. Él también es corto de vista y te está mirando a través de su esmeralda pulimentada.
Todo lo que Nerón hace, llama la atención. Y Marco Aurelio se alarmó. Rápidamente tomó el control de sí mismo y se dominó por completo. Sin volver la cabeza y sin cambiar de posición, miró de reojo hacia donde está el César.
Y Alexandra, que al principio del banquete estaba tan deslumbrada, que como entre brumas entrevió a Nerón, al que había olvidado completamente; pues lo único que ocupaba su mente es la presencia y la conversación con Marco Aurelio y no había vuelto ni una sola vez a mirar al emperador.
Ahora volvió sus ojos interrogantes hacia él, paralizada por el miedo.
Actea dice la verdad.
El César está inclinado sobre la mesa, con un ojo medio cerrado y con el otro, mirando a través de una esmeralda redonda y pulimentada, con la cual los observa atentamente.Alexandra se aterrorizó aún más.
Y se aferró a la mano de Marco Aurelio como una niña asustada.
El tiempo parece detenerse y todos los asistentes al banquete parecieran haber quedados como paralizados, bajo el influjo de un extraño hechizo. O al menos a ella le parece así.
Y se quedó mirando al emperador como si hubiera quedado hipnotizada, mientras pasaron por su cerebro una ráfaga de pensamientos: ¿Es éste el terrible, cruel y monstruoso Amo del Mundo?HERMANO EN CRISTO JESUS: