Pasaron muchos días después de aquella entrevista y Prócoro no dio señales de vida. Marco Aurelio desde que supo por Actea que Alexandra le amaba, está más que obsesionado con encontrarla.
Ni pensar en pedir la ayuda del César, quién cada vez está más preocupado por la salud de la Infanta Augusta. Porque no han servido de nada: ni los sacrificios en los templos, ni las plegarias a los dioses, ni las ofrendas, ni la ciencia de los médicos, ni todas las artes de los encantamientos a que ha recurrido como un recurso extremo.
Después de una semana, la niña falleció.
El duelo se hizo en la corte y en Roma entera. El César está loco de pena. Encerrado en sus habitaciones, durante dos días, no probó alimento y canceló todas las audiencias.
Ese fallecimiento alarmó a Petronio.
En Roma todo el mundo sabe que Nerón lo ha atribuido a un maleficio. Los médicos apoyaron esa afirmación, para justificar la inutilidad de sus esfuerzos y su fracaso para curarla.
Los sacerdotes cuyos sacrificios fueron impotentes hicieron lo mismo y también los hechiceros que temen por sus vidas.
Petronio se felicita ahora de que Alexandra haya huido, porque no le desea ningún mal a Publio ni a Fabiola. Y para él y Marco Aurelio desea todo el bien posible.
Así pues, cuando quitaron el ciprés que había sido colocado en el Palatino en señal de duelo, acudió a la recepción destinada a los senadores, para juzgar por sí mismo la situación con el César y con el propósito de neutralizar las posibles consecuencias.
Conociendo bien a Nerón pensó que aunque no le importan los hechizos, aparentará ahora creer en ellos para aumentar las proporciones de su dolor y poder tomar venganza sobre la cabeza de alguien…
De esta forma retirará de sí la sospecha de que los dioses le están castigando por sus crímenes.
Petronio sabe que César es incapaz de amar a nadie, ni aún a su propia hija y también esto forma parte del teatro en que ha convertido su vida, para conseguir sus fines perversos.
Y Petronio no se equivocó.
Nerón escucha las palabras de consuelo que todos le dirigen, mientras en su interior piensa: ‘¿Qué impresión estará dando mi dolor a los demás?’ y de acuerdo a su percepción, aumenta o disminuye determinados gestos y actitudes.
Cuando vio a Petronio dio un salto, exclamó con voz trágica y de tal forma, que todos pudieron oírle:
– ¡Ay! ¡Tú eres el causante de su muerte! ¡Ay! ¡Por tu consejo el mal espíritu atravesó estos muros! Sí, el mal espíritu que con una mirada arrancó del pecho su vida. ¡Mísero de mí! ¡Ojala mis ojos no hubiesen visto la luz de Helios! ¡Mísero de mí! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! –y levantando más y más la voz, llegó a gritar con un clamor desesperado.
Pero Petronio hizo algo insólito:
Extendió la mano y se apoderó del pañuelo de seda que Nerón llevaba siempre alrededor del cuello. Y colocándolo en la boca del emperador, dijo con voz solemne:
– Señor, Roma y el mundo se hallan transidos de dolor, pero tú debes conservar para nosotros esa voz.
Todos los presentes quedaron atónitos.
El mismo Nerón quedó perplejo por un instante.
Solo Petronio permaneció imperturbable; sabe muy bien lo que está haciendo…
Recordó que Terpnum y Menecrato tienen órdenes precisas de cerrar la boca del emperador, cada vez que éste levante demasiado la voz y la ponga en peligro de perjudicarla.
Petronio continuó con el mismo aire grave y apesadumbrado:
– ¡Oh, César! ¡Hemos sufrido una terrible pérdida! ¡No nos quites lo que es tan valioso como un tesoro!
Un estremecimiento se percibió en el semblante de Nerón…
Después de un momento brotaron lágrimas de sus ojos y luego, súbitamente apoyó las manos en los hombros de Petronio, dejando caer la cabeza sobre su pecho.
Y empezó a repetir entre sollozos:
– ¡Sólo tú entre todos has pensado en esto! ¡Oh! ¡Solo tú, Petronio! ¡Solo tú!
Tigelino se puso verde de envidia.
Y Petronio contestó:
– Trasládate a Anzio. Allí vino al mundo ella y allí te llenó de alegría. Allí has de encontrar el consuelo y el indispensable descanso. Que refresque la brisa del mar tu divina garganta y tu pecho aspire las emanaciones salinas. Nosotros tus devotos te seguiremos a donde vayas. Cuando hayamos mitigado tu dolor con la amistad, tú nos confortarás con el canto.
Nerón contestó con acento trágico:
– ¡Cierto! Escribiré un himno en honor de ella y también le compondré la música.
– Y enseguida irás en busca del cálido sol de Baias.
– Y luego en demanda de olvido a Grecia.
– Sí. A la tierra clásica de la Poesía y del canto.
Y gradualmente el estado sombrío de su ánimo se fue modificando y se entabló una conversación llena de melancolía y de planes para el futuro.
Se planeó un viaje de exhibiciones artísticas y hasta de recepciones que habrían de prepararse con motivo de la visita del rey Tirídates.
Pero Tigelino se esforzó por traer de nuevo a discusión el tema del maleficio.
Y Petronio, seguro ya de su triunfo, aceptó el reto sin ninguna vacilación:
– Tigelino ¿Crees tú que los encantamientos pueden hacer daño a los dioses?
El Prefecto de los Pretorianos dijo con arrogancia:
– El mismo César es quién ha hecho alusión a ellos.
– El dolor era quién hablaba entonces, no César. ¿Pero tú qué opinas en este punto? –insistió Petronio.
– Los dioses son demasiado poderosos para estar sujetos a maleficios.
– Entonces ¿Pretendes tú negar la divinidad del César y de su familia?
Marcial el poeta exclamó:
– ¡Peractum est! (Se acabó. ¡Asunto concluido!) – repitiendo así el grito que el pueblo siempre profería cuando un gladiador recibía un golpe decisivo y aplastante.
Tigelino se mordió su propia cólera.
Desde hace tiempo existe entre él y Petronio, una declarada rivalidad en lo tocante a Nerón.
Tigelino tiene esta superioridad: que en su presencia, Nerón se comporta sin ninguna ceremonia. En tanto que Petronio siempre lo ha vencido, cuando están de por medio la superioridad de su refinamiento, su inteligencia, su ingenio y su cultura.
Tigelino es el compinche perfecto para las bajezas de Nerón. Petronio es el Árbitro de la Elegancia y su asesor artístico.
Y así ha sucedido una vez más.
Tigelino permaneció silencioso y se limitó a grabar en su memoria los nombres de los senadores y patricios que al retirarse Petronio de la sala, le rodearon al instante previendo que después del incidente ocurrido, seguramente seguirá siendo el primer favorito del César.
Al salir Petronio de Palacio, hizo que le llevaran a la casa de Marco Aurelio y le refirió la escena que sucedió con César y Tigelino.
Concluyó diciendo:
– No solo he apartado el peligro de la cabeza de Publio y Fabiola, sino de las nuestras y hasta de la de Alexandra a quién ya no han de buscar por esta razón. He inducido a Barba de Bronce a que haga un viaje a Anzio y ese viaje lo hará pronto.
Además, piensa hacer teatro en Nápoles y está soñando con Grecia, donde pretende hacer presentaciones para cantar en las principales ciudades y regresar con una entrada triunfal en Roma, trayendo todas las coronas que los griegos le han de otorgar.
Lo mejor de todo esto es que durante todo ese tiempo podremos buscar a Alexandra sin que nadie nos estorbe y ponerla luego en un sitio secreto y seguro. ¿Y nuestro filósofo? ¿No ha regresado?…
Marco Aurelio respondió:
– Tu filósofo es un pillo. No. No ha vuelto más y no creo que lo haga.
Petronio objetó:
– Pero yo tengo un mejor concepto. No de su honradez, sino de su ingenio. Ya le hizo una vez una sangría a tu bolsa y volverá. Aun cuando solo sea para hacerle una segunda.
– Será mejor que lo piense dos veces, no sea que le haga yo la sangría en su propio cuerpo.
– Sé prudente. Ten paciencia. Hasta que no estés plenamente convencido de su impostura, no le des más dinero. Prométele eso sí, una buena recompensa si te trae noticias verdaderas. Cuando las tengas comunícamelas, pues debo partir para Anzio.
– Así lo haré.
– Y si una de estas mañanas al despertar decides que no vale la pena seguir atormentado y sufriendo tanto por ella, vente conmigo a Anzio. Allí hay bastantes mujeres y diversión.
Marco Aurelio no respondió. Empezó a pasear agitado por la habitación…
Petronio lo observó unos momentos y por fin dijo:
– Dime la verdad. ¿Sigues tan preocupado como al principio por Alexandra?
Marco se detuvo y miró a Petronio como si lo viera por primera vez…
Y fue evidente su esfuerzo por reprimir un estallido. Lo miró con desamparo, dolor, cólera y un invencible anhelo… Y brotaron de sus ojos gruesas lágrimas.
Esto fue para Petronio una respuesta mucho más elocuente, que las más patéticas frases.
Y dijo:
– No es Atlas quién lleva el mundo sobre los hombros, sino la mujer. Y ésta a veces juega con él, como con una pelota.
– Es verdad. –contestó Marco Aurelio.
Y empezaban a despedirse, cuando un esclavo anunció que Prócoro Quironio esperaba en la antecámara y pedía ser admitido a la presencia del amo.
Marco Aurelio ordenó que lo pasaran inmediatamente.
Y Petronio exclamó:
– ¡Por Zeus! Conserva tu sangre fría o Prócoro será quien te mande y no tú a él.
El griego entró haciendo una reverencia:
– ¡Salve noble Marco Aurelio! ¡Salve a ti, señor!
Petronio contestó:
– ¡Salve legislador del saber!
Marco Aurelio preguntó con calma:
– ¿Qué me traes ahora?
Prócoro declaró:
– La primera vez te traje la esperanza. Hoy te traigo la seguridad de que será encontrada tu doncella.
– ¿Quieres decir que no la has encontrado aún?
– Así es, señor. Ya he descubierto lo que significa el signo que le viste hacer. Sé quiénes son los que se la llevaron. Y cuál es el Dios entre cuyos adoradores hay que buscarla. ¿Estás perfectamente seguro señor, de que fue un pescado lo que ella trazó en la arena?
Marco Aurelio afirmó contundente:
– Sí. Ya te dije que sí.
Y Prócoro respondió lacónico:
– Entonces Alexandra es cristiana. Y son los cristianos quienes te la han arrebatado.
Petronio intervino:
– Escucha Prócoro. Mi sobrino te ha reservado una suma considerable de oro para el caso de que encuentres a la joven. Pero también te destina una suma no menos considerable de azotes, para el caso de que lo estés engañando. Si es lo primero, podrás comprar no uno, sino hasta tres esclavos escribientes. En lo segundo, ni todas las filosofías juntas, te servirán de ungüento.
Prócoro insistió angustiado:
– La doncella es cristiana, señor.
Marco Aurelio gritó:
– ¡Basta, Prócoro! Tú no eres un necio. Ella no puede pertenecer a las filas de esos oscuros adeptos que se dice que son enemigos de la raza humana. De los envenenadores de pozos y fuentes; de los adoradores de una cabeza de asno. De esas infames gentes sacrificadoras de infantes, practicantes de hechicerías y de rituales perversos.
Prócoro abrió los brazos en un ademán, como significando que él no tiene la culpa.
Y enseguida pidió:
– Señor, pronuncia en griego la siguiente frase: “Jesucristo Hijo de Dios, Salvador.”
Marco Aurelio dijo:
– Iesous Christos Theo Uios Soter. Bien. Ya la he pronunciado ¿Y qué con eso?
– Ahora toma la primera letra de cada una de esas palabras y forma con ellas una sola palabra.
Ahora fue Petronio el que exclamó con admiración:
– ICHTHUS. ¡Pescado!
Entonces Prócoro, muy ufano declaró:
– ¡Eso! Y he aquí porqué el pescado es la contraseña de los cristianos.
Siguió un largo silencio.
Pero eran tan sorprendentes las palabras del griego, que los dos no podían asimilar sus noticias…
Finalmente Petronio dijo:
– Yo no puedo creer que Alexandra sea culpable de los crímenes que cometen los cristianos. ¡Qué locura! Tú Marco Aurelio, estuviste en esa casa por algún tiempo; yo solo unas horas. Pero conozco bastante a los Quintiliano y podría decir lo mismo de Alexandra, para poder declarar que eso es una monstruosidad. Si un pescado es el símbolo de los cristianos y si ellos son cristianos; entonces es evidente que los cristianos NO SON lo que hasta ahora hemos creído que son.
Prócoro replicó:
– Tú hablas con la sabiduría de Sócrates, señor. ¿Quién ha examinado jamás a un cristiano? ¿Quién ha estudiado su Religión? Hace tres años conocí a un hombre llamado Mauro de quién se decía que era cristiano, a pesar de que pude convencerme de que era un hombre virtuoso y bueno.
Petronio lo miró con suspicacia:
– ¿No habrá sido ese hombre virtuoso y bueno, el que te ha hecho conocer lo que significa el pescado?
– Desgraciadamente señor, en una fonda del camino alguien dio una puñalada a ese pobre hombre. Su esposa y sus hijos fueron arrebatados por unos mercaderes de esclavos. Yo perdí en la defensa de todos ellos, los dos dedos que me faltan. Y como parece ser que entre los cristianos abundan los milagros, espero que pronto vuelvan a salirme dedos nuevos en la mano.
Marco Aurelio preguntó:
– ¿Cómo es eso? ¿Acaso te has hecho cristiano?
– Desde ayer, señor. Desde ayer. El pescado me hizo cristiano. Ved que poder tiene. Por algunos días seré el más celoso prosélito de todos ellos, hasta que logre saber en dónde se esconde la doncella. Las investigaciones me imponen gastos considerables. Hace poco vi a un viejo en una fuente. Estaba sacando agua con un cubo y llorando. Tuve un presentimiento y dibujé un pescado con el dedo a la vista del viejo y él me lo dijo: ‘Mi esperanza también se halla cifrada en Cristo’.
Entonces empecé a sonsacarlo con habilidad y me lo reveló todo. Su amo es un liberto y un mercader de mármoles. Tiene un hijo que es esclavo por deudas y está siendo tratado cruelmente. El hombre quiere rescatarlo, trató de hacerlo. Pero el mercader se quedó con el dinero de la deuda, del rescate y el esclavo. Y ya no pudo hacer nada.
Petronio sentenció:
– La justicia no es más que una mercancía pública. Y el caballero que preside el tribunal ratifica las transacciones.
Prócoro continuó:
– Eres un hombre sabio, señor. Mientras me decía esto, el viejo volvió a llorar y yo mezclé mis lágrimas con las suyas. Empecé a lamentarme porque le dije que acababa de llegar de Nápoles, que no conocía a nadie de la hermandad y no sabía en donde se reunían.
Él se sorprendió de que los hermanos de Grecia no me hayan dado cartas para los hermanos de Roma. Pero yo le dije que me habían asaltado en el camino y él prometió relacionarme con los dirigentes de aquí. Cuando escuché esto me llené de júbilo y le di al viejo la suma necesaria para el rescate de su hijo, con la esperanza de que el noble Marco Aurelio me devolviese doblada esa cantidad…
Petronio interrumpió:
– Prócoro. En tu narración la mentira flota sobre la superficie de la verdad, como el aceite sobre el agua. Tú nos has traído noticias importantes, no puedo negarlo. Pero no las mezcles con tus falsedades ¿Cómo se llama el viejo con el que hablaste?
– Félix. Me recordó a Mauro, aquel a quién defendí de los asesinos.
– Creo que es verdad que has visto a ese hombre, pero no le has dado ningún dinero. No le has dado absolutamente nada.
– Pero le ayudé a subir el cubo con el agua y le hablé de su hijo, con la más cordial simpatía. Sí, señor. ¿Qué puede sustraerse a la penetración de Petronio? Es verdad, no le he dado dinero. Pero ese acto es indispensable y útil porque con eso nos ganaríamos la voluntad de los cristianos. Me ganaría su confianza y me abrirían las puertas para introducirme entre ellos.
Petronio respondió:
– Eso es verdad. Y es tu deber hacerlo así.
– Por eso he venido a procurarme los medios para ello.
Petronio se volteó hacia Marco Aurelio:
– Puedes ordenar que le entreguen el dinero. – y lo miró significativamente.
Marco comprendió y le dijo a Prócoro:
– Te daré un joven que irá contigo, llevando la suma necesaria. Dirás a Félix que ese joven es tu esclavo y entregarás al viejo en presencia de él, el dinero. Y puesto que me has traído noticias importantes, recibirás para ti una suma igual. Espera en el atrium. Luego iré a darte lo que necesitas.
Prócoro exclamó entusiasmado:
– ¡Tú eres un verdadero príncipe! ¡Qué la paz sea con vosotros! Así se despiden los cristianos. Yo me compraré una esclava, quiero decir un esclavo… A los pescados se les atrapa con un anzuelo. Y a los cristianos con un pescado…
HERMANO EN CRISTO JESUS: